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miércoles, 15 de octubre de 2025

Aprendamos a encontrar la paz y la serenidad del Espíritu en la espiritualidad del evangelio porque donde está un cristiano siempre tiene que desbordarse la paz

 


Aprendamos a encontrar la paz y la serenidad del Espíritu en la espiritualidad del evangelio porque donde está un cristiano siempre tiene que desbordarse la paz

Eclesiástico 15, 1-6; Salmo 88; Mateo 11, 25-30

Todos quizás habremos pasado en alguna ocasión por la experiencia de estar con alguien cuya sola presencia nos infunde una paz y una serenidad a nuestro espíritu que luego no quisiéramos cambiar por nada; no nos dicen quizás grandes cosas, no quieren convertirse en maestros de nuestras vida, pero realmente lo están siendo con sola su presencia y una palabra que nos dicen nos hacen vibrar nuestro espíritu pero al mismo tiempo sintiendo una paz que no somos capaces de describir. Es su serenidad, su mirada directa y limpia, la atención que nos prestan, su capacidad de escucha, incluso el silencio que se provoca a su alrededor que nos hace sentirnos como transportados, como si estuviéramos en otra órbita o dimensión, donde no nos sentiremos turbados por nada que suceda a nuestro alrededor por muy desagradable que sea en si misma.

Tienen otra manera de afrontar la vida y los problemas que los hace mantener esa serenidad de espíritu y de alguna manera nos están impulsando a tener también nosotros esa paz y esa serenidad ante la vida. Hay en ellos una espiritualidad que enamora y nos impulsa a mirarnos nosotros mismos a nuestro interior, para aprender a saborear allá en lo más recóndito de nosotros mismos también esa paz. Algo que se vuelve contagioso, algo que nos hace sentir la inquietud por algo nuevo y distinto porque nos hace descubrir una grandeza distinta de la vida y de lo que incluso nosotros mismos somos.

Estoy hablando de experiencias humanas que nosotros hayamos podido tener y sentir con alguien, pero al mismo tiempo estoy queriendo pensar por qué nosotros, todos los que creemos en Jesús, no hemos llegado a esa sabiduría de la vida que en el evangelio podemos encontrar. Con Jesús siempre tendríamos que sentirnos así. Esa tiene que ser la más profunda experiencia religiosa que hayamos de vivir; eso tendría que ser de lo que hiciéramos gala y tendríamos que ser capaces de trasmitir a los demás.

¿Qué nos está diciendo en realidad el evangelio que hoy se nos proclama? Que en Jesús podemos encontrar siempre esa paz y ese descanso para nuestro espíritu. Nos invita Jesús a que vayamos a El porque a pesar de que por los avatares y tareas de la vida pudiéramos sentirnos agobiados, en El siempre vamos a encontrar esa paz para nuestro espíritu, con El tendríamos una forma nueva y distinta de afrontar todo eso que nos parece duro en tantas ocasiones de la vida.

Y Jesús nos habla de la mansedumbre de su corazón del que tenemos que contagiarnos; nos habla de esa sencillez y humildad con que hemos de afrontar la vida para darnos cuenta que en el pequeño y en lo sencillo es donde encontraremos nuestra mayor grandeza. ‘Aprended de mi que soy manso y humilde de corazón’ nos dice.

Son los orgullos y las violencias malos compañeros de nuestro caminar, es esa ambición con la que parece que nos vamos a comer el mundo lo que llenará de intranquilidad nuestro espíritu para convertirlo todo en una guerra, son esas carreras ambiciones la que no nos dejarán entrar en nosotros mismos para descubrir esas pequeñas cosas que serán las que dan belleza y grandeza a nuestra vida. Es lo que finalmente nos hace perder la paz y cuando no hay serenidad en nuestro espíritu todo se vuelve tumultuoso y violento.

Quedándonos en lo pequeño, haciéndonos nosotros pequeños e incluso con la ingenuidad de los niños, cómo aprenderemos a llenarnos de Dios, a gustar esa nueva sabiduría que dará verdadero sabor a nuestra vida. Es lo que nos hará crecer en una espiritualidad profunda que nos hará sentir esa paz de Dios en nuestro corazón y de la que querremos contagiar a cuantos estén a nuestro lado.

Estamos haciéndonos estas consideraciones a partir de los textos que nos ofrece la liturgia en la fiesta de este día en que celebramos a Santa Teresa de Jesús. Una mujer de un gran recorrido en su vida que le fue haciendo comprender y vivir esa paz de Dios en su profunda espiritual y en la mística que envolvió su vida. Pero mientras no supo despojarse de si misma, su vida fue turbulenta; cuando se vació de si misma pudo llenarse de Dios de manera que en ella contemplamos una de las grandes místicas de la historia de la Iglesia. Fue el camino que luego emprendió de la reforma del Carmelo para dejarnos esos recintos de paz que son sus monasterios y que nos llevan a ese encuentro profundo con Dios.

No llegaremos a esa mística de san Teresa de Jesús, pero sí podremos aprender a encontrar esa paz y serenidad de nuestro espíritu cuando en verdad pongamos el descanso de nuestra vida en Dios, cuando nos dejemos empapar por la espiritualidad del Evangelio, que es llenarnos del Espíritu de Dios. Es también lo que estamos llamados a trasmitir a los demás, porque allí donde esté un cristiano, un creyente en Jesús, tiene siempre que desbordar la paz. Será difícil, pero es a lo que tenemos que aspirar.

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