Mucho
tendríamos que pensar en lo que son los cimientos de nuestra vida para dejar a
un lado las apariencias de la vanidad y darle autenticidad a nuestra vida
Romanos 1, 16-25; Salmo 18; Lucas 11,37-41
Tenía en un rincón de una pared de casa
una cornisa que le daba un cierto encanto a aquel rincón, durante mucho tiempo había
aparecido en su esplendor, externamente cuando se pintaba se trataba de tapar
cualquier pequeña grieta que tuviera, pero no se había atendido a su estructura
en la que se introducían humedades, los hierros se fueron corroyendo, el
material por su interior se había ido quebrando y en un momento determinado se
vino abajo y se desplomó. Habíamos mantenido bella su apariencia externa pero
por dentro se había corroído. Podemos pensarlo de las madera que conforman la
estructura de la casa, ya sean puertas y ventanas, ya sean escaleras o muebles
para el servicio de la vivienda, externamente muy bonitos con sus barnices,
pero por dentro la madera se había corroído y cuando nos dimos cuenta todo se
nos vino abajo. ¿Si parecía tan bonita?, dirían algunos, pero todo era
apariencia.
Pero podemos decirlo de la vida, de la
apariencia que damos como personas queriendo ocultar lo que realmente llevamos
por dentro. Con cuántas sonrisas hipócritas tantas veces nos presentamos,
porque queremos aparentar que somos unas personas agradables, pero nos corroe
por dentro el orgullo y la envidia, los malos deseos o las desconfianzas,
nuestras reticencias para aceptar a las personas y las actitudes
discriminatorias, porque en fin de cuentas no nos es agradable mezclarnos con
todo el mundo. Tenemos que ser sinceros y poner las cartas boca arriba sobre la
mesa, pero siempre queremos ocultar algo.
Es lo que presenciamos hoy en el
evangelio. Jesús había estado enseñando al pueblo, tal como hacia ya fuese en
la sinagoga, al pie del camino o en casa, ya fuera mientras recorría aquellos
pueblos y aldeas o también cuando era recibido en casa por alguien que quería
estar cerca de él. Después de uno de esos momentos en que Jesús ha estado
enseñando a la gente, alguien que quizás hubiera estado en medio de aquellas
gentes que escuchaban a Jesús, quiso invitar a Jesús a su casa. Y este hombre
pertenecía al grupo de los fariseos, que a si mismos se consideraban personajes
importantes e influyentes en medio del pueblo. No es la única vez que Jesús es
invitado por un fariseo a comer en su casa.
Los prolegómenos son los habituales de
la hospitalidad con que siempre se acogía al que llegaba como huésped a una
casa. Pero el fariseo observa, sin embargo, que Jesús no se ha lavado las manos
antes de sentarse a la mesa. Podría parecer algo insignificante y sin
importancia, pero para los fariseos no lo era; podía haberse tocado algo impuro
o que produjese impureza en manera de entender las cosas, y sería una impureza
que manchase el alma. Y aquello estaba produciendo extrañeza y asombro en el
anfitrión; podría parecerle que se le venía abajo todo el concepto que pudiera
tener de Jesús.
Pero, ¿lo importante es lo que entra de
fuera al corazón del hombre, o lo que llevamos en nuestro interior? Si llevamos
corroído el corazón de nada nos vale esa pureza exterior, de nada nos vale lo
que pudiéramos aparentar. Es lo que le dice Jesús en esta ocasión, aunque en
ese mismo sentido lo escucharemos en otros momentos del evangelio. ‘Vosotros,
los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, pero por dentro rebosáis
de rapiña y maldad’.
¿De qué nos vale tener el plato o la
copa reluciente por fuera si por dentro rebosa podredumbre? ¿De que nos vale el
esplendor y belleza que podemos presentar de nuestras casas o nuestros
edificios pintados con bonitos colores, si por dentro se nos están cayendo a
trozos los muros que conforman su estructura? Pronto se nos vendrá abajo. Pronto
se nos viene abajo el valor de nuestra vida si no cuidamos ese tesoro que
llevamos en nuestro interior.
¿A qué le damos importancia? ¿Nos
quedamos en apariencias o hay verdaderos valores que sean cimientos
fundamentales de nuestra vida? Todo esto tendría que hacernos pensar, porque
muchas serían las consecuencias que sacaríamos para dejar a un lado la vanidad
y darle autenticidad a nuestra vida.
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