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domingo, 9 de marzo de 2025

Un desierto y unas tentaciones de donde podemos salir victoriosos si nos dejamos conducir por el Espíritu de Dios

 


Un desierto y unas tentaciones de donde podemos salir victoriosos si nos dejamos conducir por el Espíritu de Dios

 Deuteronomio 26, 4–10; Salmo 90; Romanos 10, 8-13; Lucas 4, 1-13

¿Qué nos sugiere la imagen del desierto? Desolación, soledad, silencio, vida agreste y dura, dificultad, carencias de todo tipo, impotencia, abandono, debilidad… Algo que por tendencia natural rehuimos, no nos gusta, lo evitamos de la forma que sea. No nos gusta vernos impotentes, no chilla en nuestros oídos el silencio, sentimos angustia ante la soledad, lloramos en nuestras dificultades y carencias, no sabemos que hacer con nuestra impotencia, queremos verlo lejano de nuestra vida.

Sin embargo quizás todos habremos pasado por situaciones difíciles donde no sabíamos como salir de ellas, hemos llorando en silencio porque quizás no teníamos un  hombro sobre el que derramar nuestras lágrimas, hemos atravesado momentos oscuros de la vida en que nos sentíamos desorientados sin saber qué camino tomar, los problemas nos han envuelto de tal manera que casi queríamos morir. ¿Qué hacer nos hemos preguntado más de una vez sin encontrar respuesta? Hemos tenido la tentación, como se suele decir, tomar el camino del medio y querer valernos de lo que sea, aunque no siempre fuera bueno, para salir de esas situaciones; hubiéramos deseado tener influencias en quien fuera, pagando lo que fuera, para no seguir en esas situaciones; habríamos estado dispuestos a vender el alma al diablo, como de suele decir.

En una palabra que también nosotros hemos pasado o quizás estemos pasando por esas tentaciones de las que nos habla hoy el evangelio. Es tradicional en nuestra liturgia que el primer domingo de cuaresma escuchemos en el evangelio el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto. Un buen pórtico, como un encuadre de la vida al iniciar este camino del tiempo cuaresmal. Un tiempo en el que queremos dejar guiar por la Palabra de Dios en ese camino de renovación que tiene que ser nuestra pascua. Si queremos vivir con toda intensidad la Pascua cuando lleguemos a celebrar la Resurrección del Señor, esa pascua hemos de irla haciendo en nosotros este camino de preparación que es la Cuaresma. Buena es, pues, esta composición de lugar que se nos hace en este primer domingo con el desierto y las tentaciones.

Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto durante cuarenta días, nos dice el evangelio. Un desierto, como veíamos, que estamos muchas veces en nuestra vida sufriendo también esas mismas tentaciones. Un desierto al que hemos de dejarnos conducir por el Espíritu, aunque nos parezca que no nos es agradable, pero sí necesario por una parte para encontrarnos con nosotros mismos, pero sobre todo para encontrarnos con la Palabra de Dios. No temamos ese silencio, esos momentos de soledad, esa aspereza que podamos encontrar en el camino. Como toda Pascua siempre termina en luz.

Ya hemos mencionado algunas de esas tentaciones con que nos podemos encontrar aunque cada uno tenemos que saber ver o descubrir lo que son esas luchas que vamos sosteniendo en nuestra vida; esas ambiciones o esas vanidades, ese orgullo que se nos mete dentro de nosotros y que tantas veces nos hace destructivos o esos sueños de grandeza que nos pueden llevar incluso a la manipulación de lo que sea, incluso las personas, para conseguir aquello que deseamos; esas pasiones que se nos desbordan y nos ciegan y crean ataduras en nosotros de las que no sabemos como liberarnos; esas voces o cantos de sirena que nos llaman de acá o de allá para invitarnos a una vida fácil porque ahí nos dicen que seremos más felices.

¿Qué hacer?, nos preguntamos tantas veces. Pero no solo de pan vive el hombre, no es con esas cosas de las que nos revestimos tantas veces las que nos van a dar un sentido verdadero a nuestra vida; no es endiosándonos a nosotros  como vamos a hacer una vida mejor porque creemos que con lo que hacemos tenemos el aplauso de las gentes; no es dejándonos llevar por los apegos cómo vamos a encontrar la verdadera libertad; no es convirtiéndonos en el ombligo del mundo porque queremos que todo gire en torno nuestro cómo lograremos unas relaciones más humanas o un mundo mejor.

Sólo Dios tiene que ser el único Señor de nuestra vida, cuando tantas veces nos sentimos tentados a adorar las riquezas o los oropeles de este mundo, los honores o los reconocimientos que los demás nos hagan porque nos creemos merecedores de todo o nos parece que son lo más importante para la vida sin lo cual no podríamos vivir.

Aunque se nos presenten como placenteros y se nos ofrezcan como si fueran preciosos jardines son duros esos desiertos que el mundo nos ofrece y del que tenemos que salir victoriosos. Ese desierto en el que tantas veces nos vemos metidos, como hemos dicho desde el principio de esta reflexión, es un desierto del que podemos salir si también nos dejamos conducir por el Espíritu de Jesús. 

Es el camino que queremos hacer en esta Cuaresma en este reencuentro con nosotros mismos, pero lo más importante, en nuestro reencuentro con el Evangelio, en nuestro reencuentro con Dios.

sábado, 8 de marzo de 2025

La experiencia de la misericordia de Dios en nuestra vida porque nos sentimos realmente necesitados de esa misericordia nos hará sentir una paz y alegría bien distinta

 


La experiencia de la misericordia de Dios en nuestra vida porque nos sentimos realmente necesitados de esa misericordia nos hará sentir una paz y alegría bien distinta

Isaías 58, 9b-14; Salmo 85; Lucas 5, 27-32

El que se cree satisfecho de todo no se sentirá en la necesidad de pedir ayuda, quien cree tenerlo todo nunca se sentirá pobre para pedir remedio para una necesidad que cree no tener, quien va con el estómago lleno no sentirá hambre y no pedirá comida, quien se cree sabio – y mira que digo que se cree sabio, no que sea sabio – no dejará que nadie le enseñe y le abra a otras dimensiones. ¿Nos creeremos nosotros satisfechos de todo porque todo tenemos y tan saciados que no aspiremos a mejores alimentos?

Creo que esta es una dimensión en la que nos está haciendo pensar el evangelio hoy. Parte el evangelista del hecho de la llamada de Jesús a Leví, que estaba en su mostrador de impuestos y Jesús le invita a seguirle. La decisión de Jesús y la respuesta de Leví fue un motivo de gozo y de que este hombre hiciera un banquete con Jesús y sus discípulos pero también con sus antiguos amigos y compañeros de profesión.

Leví era publicano, recaudador de impuestos con todo lo que esa profesión llevaba parejo en el mundo económico, y lo mismo eran considerados los compañeros de profesión. Pero por una parte desde ser considerado un colaboracionista con los romanos que detentaban el poder y el peligro de la usura con todas sus variantes que acompañaba a esta profesión, por parte de los judíos de forma despreciativa los llamaban publicanos y pecadores. Los que se consideraban puritanos con ellos no querían tener ninguna relación.

De ahí surge el comentario que hacen los fariseos porque Jesús comía con publicanos y pecadores; son las suspicacias que pretenden sembrar en los discípulos con sus comentarios. Pero ¿necesitan de médico los que están o se consideran sanos? Es lo que Jesús en su respuesta quiere hacerles ver. El no ha venido para santificar a los que ya se consideran justos, Jesús ha venido como salvador para los pecadores. ‘No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan’.

Es lo que necesitamos reconocer. Hambrientos que tenemos hambre y pedimos qué comer. Pecadores que necesitamos de la misericordia y del perdón. Es algo primordial aunque sabemos que nos cuesta reconocer. Siempre decimos que no tenemos pecado, que no tenemos culpa; siempre buscamos una disculpa para nosotros y alguien a quien culpabilizar. Por ahí tenemos que comenzar. De lo contrario, ¿de qué es lo que nos vendría a salvar Jesús si lo proclamamos nuestro Salvador?

No pueden ser palabras que repetimos sin más como aprendidas de memoria. Lo decimos y repetimos una y mil veces pero en el fondo de nuestro corazón no nos sentimos necesitados de su gracia, de su misericordia y de su perdón. Es la rutina en la que vamos cayendo, es el formalismo con que hacemos las cosas, pero es la falta de sinceridad de nuestro corazón, pero porque no nos miramos nuestro corazón, no queremos reconocer nuestras debilidades.

Qué fácil es decir que vivimos en un mundo pecador, o con qué ligereza hablamos de los demás como pecadores que tienen que convertirse, pero no somos capaces de reconocer que somos nosotros los primeros que necesitamos esa conversión. Son pecadores los de fuera, los que no vienen, pensamos tantas veces, y nos parecemos a los fariseos que juzgaban a los demás porque eran pecadores y juzgaban a Jesús y sus discípulos porque comían con los pecadores.

En nuestras celebraciones litúrgicas muchas veces de una forma y de otra estamos diciendo ‘Señor, ten piedad… ten misericordia de nosotros… atiende nuestras súplicas…’ pero, ¿realmente nos estamos sintiendo pecadores necesitados de esa misericordia del Señor? Tenemos que ser más congruentes con las palabras que pronunciamos, ser más auténticos en las palabras que decimos.

Quien ha pasado por malas situaciones en la vida, quizás como consecuencia de sus errores y fallos, cuando ha encontrado comprensión y misericordia en los demás para perdonarnos y para aceptarnos, realmente se tiene que sentir transformado por esa experiencia de misericordia que ha sentido en su vida y todo a partir de entonces va a ser nuevo y distinto.

Vivamos con intensidad esa experiencia de la misericordia de Dios en nuestra vida, porque realmente nos sentimos necesitados de esa misericordia, y seguro que a partir de ese momento nuestra vida va a ser bien distinta, disfrutaremos de una paz nueva en el corazón, pero al mismos tiempo seremos capaces de regalar ternura y comprensión a los que caminan a nuestro lado en sus debilidades, porque débiles un día nos sentimos. Es lo que vivió Leví tras su encuentro con Jesús y por lo que hizo fiesta en aquel banquete en que invitaba a sus amigos.

viernes, 7 de marzo de 2025

¿De qué nos estará pidiendo el Señor que nos abstengamos o hagamos ayuno en nuestra vida de cada día para vivir el gozo de la presencia del Señor?

 


¿De qué nos estará pidiendo el Señor que nos abstengamos o hagamos ayuno en nuestra vida de cada día para vivir el gozo de la presencia del Señor?

 Isaías 58, 1-9ª; Salmo 50; Mateo 9, 14-15

Parece normal que si estamos viviendo unos momentos agradables y felices en esos momentos no traigamos al presente situaciones que nos puedan resultar duras. Tratamos oportunamente de disfrutar el momento aunque sepamos que luego tendremos que afrontar situaciones que nos puedan resultar costosas, quizás puedan aparecer carencias que nos pueda imponer la vida o que quizás nosotros mismos nos imponemos en aras de conseguir luego algo mejor.

Cuando queremos alcanzar buenas metas quizás tengamos que pasar por el sacrificio y la renuncia, quizás no tenemos más posibilidades, pero sabemos que es el camino que nos ayudará en nuestro esfuerzo por conseguir lo mejor. El estudiante que quiere obtener los mejores conocimientos y las mejores notas al final, tendrá que renunciar a momentos de esparcimiento y de fiesta para poder estudiar; el que va a emprender una obra que es el sueño de su vida, para poder tener lo necesario para alcanzar renunciará a gastos en otras cosas que aunque buenas no son tan necesarias. Y así podríamos ponernos muchos ejemplos de la vida que pasan por ese sacrificio en aras de la meta que quieren alcanzar.

Hoy le vienen a plantear algunos porque sus discípulos no ayunan como lo hacían los discípulos de Juan el Bautista o los seguidores de los fariseos. Jesús habla de que los amigos del novio cuando están en la fiesta de la boda de su amigo, tienen que participar de la alegría de esa fiesta porque además es la manera de sentirse unidos a El. Y así les pasa a los discípulos de Jesús, los que queremos seguir a Jesús, vivimos siempre en la alegría de su presencia y con ese sentido de fiesta. Qué lástima que algunas veces los cristianos vamos con cara de duelo incluso a nuestras celebraciones más festivas como tiene que ser siempre la liturgia; qué lástima que los cristianos no manifestemos más la alegría con que vivimos nuestra fe.

Jesús les dice, sin embargo, que podrán llegar momentos en que tengan que vivir en ese sacrificio. Así se considera el ayuno, es la renuncia a algo que necesitamos y que además nos gusta y saboreamos. Estamos en la cuaresma y hay algunos días que son especialmente penitenciales; es el momento de ofrecer algo de nosotros mismos, algo que nos cueste pero que ofrecemos con amor, como un signo y una señal de nuestro arrepentimiento pero también de que queremos algo mejor en nuestra vida.

Creo que tenemos que ir descubriendo el verdadero sentido que tiene que tener nuestro ayuno o nuestra abstinencia. Prescindir de algo que es gustoso para nosotros pero como señal de ese camino de superación que tenemos que hacer en nuestra vida. Muchas veces tenemos que decirnos ‘no’ en la vida, porque no todo nos lo podemos permitir, o porque quizás algo se nos presenta tentador como algo bueno pero nosotros sabemos que ese no es el camino de rectitud que hemos de vivir; y eso cuesta, y no siempre tenemos la voluntad firme para hacerlo y no dejarnos arrastrar por la tentación, y para eso tenemos que entrenarnos.

Sí, entrenarnos, aprender a hacerlo. El que realiza un entrenamiento por ejemplo para realizar un deporte tendrá que aprender unas técnicas, tendrá que desarrollar unas cualidades o unas costumbres, tendrá que dejar quizás malos hábitos o malas manera de hacer aquellas cosas, para aprender lo que es mejor, lo que hará de él ese buen deportista que logra metas y triunfos.

Eso en la vida. Siempre nuestro camino ha de ser un camino de superación y crecimiento. Y eso cuesta, y eso nos exige dejar a un lado los malos hábitos o rutinas de cómo hacíamos las cosas, eso nos está pidiendo unas renuncias, un decirnos no. ¿Estaremos entrenados para eso cuando todo nos lo permitimos, cuando no nos negamos de nada, cuando simplemente en la vida nos dejamos llevar?

¿No necesitaremos hacer ayuno de algunas cosas? El ayuno que nos está pidiendo el Señor va más allá de unos determinados alimentos. ¿No habrá en nosotros muchas rutinas de la vida de las que tendríamos que ayunar? ¿No tendríamos que ayunar de nuestro mal humor y de nuestros malos modos, de nuestras violencias y malquerencias, de nuestras envidias y resentimientos, de nuestras miradas despreciativas y de nuestras desconfianzas, de nuestras ganas de murmurar y de criticar y de andar siempre con nuestros juicios severos hacia los demás? ¿No tendríamos que aprender a ayudar de tantas vanidades con las que envolvemos la vida, de nuestros sueños de grandeza y buena consideración, de los aplausos que nos halagan? Miremos con atención muchas cosas concretas de nuestra vida de cada día y de nuestras relaciones con los que nos rodean.

Aprenderemos a decirnos no, absteniéndonos de carne o de golosinas los viernes, pero son de muchas más cosas de las que tenemos que abstenernos, hacer ayuno. Es algo que seriamente tenemos que plantearnos. Leamos con atención lo que hoy nos dice el profeta Isaías. Y todo eso con cara de fiesta porque siempre hemos de sentir la alegría de la presencia del Señor que nos ama y es nuestro salvador.

jueves, 6 de marzo de 2025

Nos presenta hoy la liturgia cuaresmal una encrucijada, pero la Palabra de Dios nos deja las suficientes señales para no errar el camino de vida que hemos de tomar

 


Nos presenta hoy la liturgia cuaresmal una encrucijada, pero la Palabra de Dios nos deja las suficientes señales para no errar el camino de vida que hemos de tomar

Deuteronomio 30, 15-20; Salmo 1; Lucas 9, 22-25

Todos tenemos momentos en la vida que son como encrucijadas en las que tenemos que tomar decisiones que se convierten en importantes; cuando llegamos a una encrucijada significa que hay varios caminos delante de nosotros y tenemos que escoger, escoger el mejor camino y no equivocarnos. ¿Sabemos lo que encontraremos a lo largo de ese camino? En ocasiones no vemos sino el primer trecho, los primeros pasos. ¿Tenemos que adivinar lo que hay más allá? No se trata tanto de adivinar, sino de saber leer bien las señales porque son las que nos darán la dirección apropiada. Muchas son las decisiones que tenemos que tomar en la vida, sobre nuestro futuro, sobre el sentido que le queremos dar a lo que hacemos, con quienes vamos a hacer ese camino, donde podemos mejor desarrollar lo que somos y nuestras capacidades, y así muchas cosas.

Apenas iniciamos ayer el camino de la cuaresma con la imposición de la ceniza y la invitación que escuchábamos desde la Palabra de Dios a adentrarnos dentro de nosotros mismos para poder adentrarnos en Dios. Hoy se nos hace un planteamiento serio, se nos pone en una encrucijada ante la que tenemos que comenzar a tomar decisiones.

Es lo que le planteaba Moisés al pueblo que había venido conduciendo por el desierto en aquel camino hacia la libertad, hacia la tierra prometida desde la liberación de Egipto y en el momento en que van a entrar en esa tierra que Dios les da. Es momento también de tomar decisiones, ¿qué va a hacer de sus vidas? ¿Cuál camino van a escoger? ¿Serán como los otros pueblos u optarán por el camino de vida escuchando y siguiendo lo que es la voluntad del Señor? ‘Hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal’. ¿Escogerán el camino que les lleva a la vida y a la bendición?

Pero es también lo que Jesús viene a plantearnos en el evangelio del día. Primero les anuncia claramente cual va a ser el final de su camino. Habiendo vivido la experiencia jubilosa de las multitudes que seguían y aclamaban a Jesús – podemos recordar diversos momentos de su predicación por Galilea – resulta en si mismo chocante que Jesús les anuncia que ‘El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día’. En otros momentos en que Jesús hace este mismo anuncio el evangelista nos dice que les costaba comprender e incluso insistían en que eso no podía pasarle.

Pero sigamos con el texto de hoy, tras ese anuncio que hace Jesús nos viene a decir ¿queréis ser discípulos míos? Ese es el camino de entrega que también tienen que vivir. Y nos habla Jesús de negarnos a nosotros mismos, de ser capaces de perder la vida para poder ganarla; nos está diciendo que nuestro camino tiene que pasar por el amor y cuando amamos de verdad seremos capaces de olvidarnos de nosotros mismos por ese amor que les estamos ofreciendo a los demás. Y Jesús nos está diciendo ¿seréis capaces de vivir un amor así? Claro que primero nos ha dicho que porque el vive un amor así será capaz de morir para que nosotros tengamos vida.

Es la encrucijada en la que nos encontramos. Porque es cierto que es importante el amor para nosotros, pero algunas veces centramos el amor solo en amarnos a nosotros mismos. No nos dice Jesús que no nos amemos, todo lo contrario, porque en alguna ocasión nos dirá que amemos a los demás como nos amamos a nosotros mismos y lo que no queremos para nosotros no podemos quererlo ni desearlo para los demás. Pero ese amor tiene que tener una progresión en nosotros en que ya lo importante será el amor que seamos capaces de ofrecer a los demás.

Vayamos poniendo los cimientos de este camino cuaresmal que estamos iniciando, estemos atentos a las señales que nos irán apareciendo para no desviarnos de ese camino  podamos llegar a vivir de verdad la pascua.

miércoles, 5 de marzo de 2025

Con el miércoles de ceniza emprendemos un camino de silencio y de interiorización que nos conducirá a un verdadero camino pascual en nuestra vida

 

Con el miércoles de ceniza emprendemos un camino de silencio y de interiorización que nos conducirá a un verdadero camino pascual en nuestra vida

 Joel 2, 12-18; Salmo 50; 2 Corintios 5, 20 – 6, 2; Mateo 6, 1-6. 16-18

En un mundo de ruidos y superficialidades necesitamos hacer silencio para poder llegar a una profundización de la vida. Todo parece una loca carrera, son los agobios en los deseos de conseguir todo y lo más pronto posible, como es la banalidad con que vivimos la vida que disfrazamos con tantas vanidades. Ensordecidos al final nos encontramos vacíos, aquello por lo que tanto luchábamos porque nos parecía que era lo que nos iba a hacer más feliz, pronto se desvaneció y ni encontramos esa pronta y fácil felicidad ni encontramos un sentido profundo a la vida que parece que se nos diluye y desaparece como agua que se nos escapa de nuestras manos.

Es necesario detenernos, apartarnos de esos ruidos para encontrar un silencio que nos dé paz, un silencio para la reflexión, para encontrar una mirada nueva, para descubrir una luz en el camino, para saber que al final hay una meta por la que merece la pena luchar, superarnos, dejar cosas atrás, despojarnos de vanidades, buscar lo mejor y lo que es primordial. No sabemos como hacerlo, porque esos mismos ruidos que nos envuelven, nos ensordecen para escuchar las llamadas que recibimos seguramente allá en lo más hondo del corazón, pero que nos llegan también por la mediación de la Iglesia y desde la Palabra de Dios.

En ese ruido de la vida, en medio de tanto bullicio de nuestro mundo, con tantos guiños que recibimos de todas partes y que nos distraen pudiera sucedernos que nos pasara desapercibido este miércoles de ceniza que hoy celebramos. Para algunos ha perdido incluso su sentido, a lo más les es un anuncio de que pronto en cuarenta días llegará la semana santa, pero si no captamos todo su sentido se nos puede quedar, como me decía una persona estos días, es que nos ponen una cruz de ceniza en la frente y ya está.

Lo llamamos de ceniza, es cierto, por ese signo que la liturgia emplea en este día, la imposición de la ceniza. Pero eso tiene un sentido. Es la puerta que se nos abre y nos invita a entrar en nuestro interior para hacer ese silencio que tanto necesitamos. Es cierto que tiene ese sentido penitencial que nos recuerda que somos pecadores, que nos recuerda la nada de nuestra vida que se nos puede quedar en polvo de ceniza que pronto el viento se puede llevar, pero esos signos nos están hablando de un camino que hemos de iniciar, un camino de interiorización, un camino de búsqueda y de escucha para lo que necesitamos hacer ese silencio interior.

Acostumbrados como estamos a tanto ruido - ¿no encendemos desde que llegamos a casa la televisión para que haya unos sonidos que nos alejen de nuestra soledad aunque ni prestemos atención a lo que aparece en la pantalla? – algunas veces nos molesta ese silencio; nos cuesta hacer ese silencio porque nos vamos a escuchar a nosotros mismos, va a aflorar nuestra conciencia que quizás nos traerá muchos recuerdos que preferimos olvidar, nos va a hacer pensar en algo distinto, nos va a hacer sentir una voz que nos invita a algo nuevo.

Pero tenemos que aprender a dejarnos envolver por ese silencio porque será la manera que al final escuchemos la voz de Dios que nos susurra en nuestro corazón. La liturgia nos irá ofreciendo cada día en este tiempo que comenzamos que llamamos la cuaresma la riqueza de la Palabra de Dios como un camino a recorrer; un camino que será de encuentro con nosotros mismos y con nuestra cruda realidad, de renovación porque nos irá dando pautas de por donde tiene que ir el recorrido de nuestra vida, de vaciamiento de vanidades y superficialidades para poder encontrar lo que dará verdadera riqueza a nuestra vida; un camino que será de pascua porque aprenderemos a ir muriendo a nosotros mismos y a despojarnos de todas esas banalidades con que disfrazamos con vanidad nuestra vida, para encontrar ese vestido nuevo de nuevos valores que nos hará sentirnos hombres y mujeres nuevos.

Es el camino que vamos a emprender. Dejemos, sí, que el signo de la ceniza caiga sobre nuestra frente que nos recuerde lo que somos o en lo que nos hemos convertido. Al final habrá un agua que nos lave, la fuente bautismal ante la que renovaremos en la noche de pascua todo lo que es el sentido de la vida de quien sigue a Jesús y su evangelio.

Habrá sido un camino de pascua porque habremos aprendido a morir a todo ese viejo que hay en nosotros para resucitar a una vida nueva con Cristo resucitado. Ojalá cuando llegue la noche de Pascua lo podamos celebrar con todo sentido. Emprendamos ese camino de silencio e interiorización.

martes, 4 de marzo de 2025

Lo que buscamos será siempre la gloria de Dios, lo demás se dará por añadidura y no importa que algunas veces aparezcan las persecuciones, por encima de todo el amor de Dios

 

Lo que buscamos será siempre la gloria de Dios, lo demás se dará por añadidura y no importa que algunas veces aparezcan las persecuciones, por encima de todo el amor de Dios

Eclesiástico 35, 1-12; Salmo 49; Marcos 10,28-31

Siembra ahora para que un día puedas cosechar. Es cierto, hemos de reconocer. Es lo que sucede en nuestros campos, si no hacemos buena siempre y buen cultivo al final no podemos esperar una buena cosecha; es lo que motiva nuestros esfuerzos y nuestros trabajos, la obtención de unos beneficios, el desarrollo de una idea o de una tarea, lo que podemos hacer para mejorar la vida; es, sí, la tarea de unos padres responsables que educan y hacen todo lo que pueden por sus hijos para que crezcan y maduren, llegan a desarrollar su personalidad y su vida y, como solemos decir, sean unas personas de provecho; es lo que quiere hacer quien trabaja por la sociedad, que lo considera como un servicio para hacer que esa sociedad funcione, que nuestro mundo sea mejor.

Una buena interpretación de lo que decíamos al principio, ‘siembra para que un día puedas cosechar’. Pero bien sabemos que a esa frase o sentencia le damos también otras interpretaciones que muchas veces encierran unos intereses de alguna manera egoístas, como siempre son los intereses. Son, por ejemplo, los que van haciendo favores, pero que un días pretenden cobrar, que nos sintamos eternamente agradecidos por lo que han hecho por nosotros, pero que luego sepamos corresponder; detrás hay una cierta manipulación que podíamos decir que llega a corrupción con lo que pretendemos tener atados a nuestros intereses a aquellas personas a las que un día hicimos un favor.

Reconozcamos que vemos demasiado de esto en la sociedad donde vivimos; no siempre esas cosas buenas que podamos hacer son fruto de la generosidad sino del interés, creando servilismos, un clientelismo – podíamos decir así – en que queremos poco menos que convertir en servidores nuestros a quienes un día hicimos un favor. No aparece la generosidad y el desinterés, no aparece el verdadero amor, lo convertimos todo en un mercantilismo donde siempre queremos estar cobrando aquello que un día hicimos.

¿Será así cómo estamos haciendo con Dios? Pensemos por ejemplo en esas oraciones muchas veces llenas de amargura cuando los problemas nos aparecen por todas partes y nos decimos, nosotros que siempre hemos sido buenos, ¿cómo es que Dios nos castiga? Dios tiene que ayudarme porque yo he hecho tantas cosas buenas por la Iglesia… y hacemos toda una lista – ¿de la compra? – con la que poco menos que queremos chantajear a Dios para que nos ayude. ¿Qué es lo que realmente nos ha motivado? ¿Un amor generoso y desinteresado o realmente le estamos pidiendo cuentas a Dios? Tendríamos que pensar.

En el episodio de hoy del evangelio yo quiero imaginar algo que no nos dice, pero ¿cómo sería la cara de Jesús ante las exigencias de Pedro para ver cuánto iban a recibir ellos que lo habían dejado todo por seguir a Jesús? ¿Seguían a Jesús realmente por amor al Reino de Dios que Jesús anunciaba o pensaban – como tantas veces discutieron – qué lugar iban ellos a ocupar en ese Reino que Jesús proclamaba?

Pero el corazón de Dios no se deja ganar en generosidad, aunque nuestra generosidad vaya algunas veces de alguna manera maleada. Jesús les dice que cien veces más, pero también les dice ‘con persecuciones’, pero les dice también que en la edad futura, la vida eterna. Les recuerda también que ‘los últimos serán los primeros y los primeros los últimos’, para que no olviden donde está su verdadera grandeza y cual es el espíritu de servicio que tiene que guiar sus vidas.

¿Cuál es la cosecha que pretendemos un día obtener de nuestra siembra y de nuestro cultivo? Creo que en la vida tenemos que pensarnos muy bien cual es la cosecha que merece la pena y en la generosidad con que siempre hemos de actuar buscando simplemente el bien y dejándonos llevar por lo que nos dicte el amor.

Esto tiene que hacernos reflexionar mucho también para los que trabajamos en la Iglesia, para los que nos sentimos comprometidos por el evangelio. No lo hagamos nunca buscando compensaciones, buscando agradecimientos y recompensas. Dejemos de ponernos lápidas y plaquitas de reconocimientos de lo que hacemos, esas plaquitas que aparecen tantas veces ‘para eterna memoria’.

Lo que buscamos será siempre la gloria de Dios. Busquemos el Reino de Dios y su justicia que lo demás se dará por añadidura. No importa que algunas veces aparezcan las persecuciones. Por encima de todo el amor de Dios.

lunes, 3 de marzo de 2025

Buscamos la felicidad o buscamos la vida eterna, una senda que hemos de emprender por el camino de las bienaventuranzas para saber lo que buscamos

 


Buscamos la felicidad o buscamos la vida eterna, una senda que hemos de emprender por el camino de las bienaventuranzas para saber lo que buscamos

Eclesiástico 17, 24-29; Salmo 31; Marcos 10, 17-27

¿Qué tendría que hacer para ser feliz? Me pueden decir que estoy cambiando la pregunta que le hace aquel joven a Jesús, según nos cuenta el evangelio. Me atrevo a decir que en  cierto modo no, porque tendríamos que preguntarnos ¿qué significaría realmente para aquel joven lo de la vida eterna? ¿Qué podemos entender con una pregunta así en este mundo en que vivimos, que podrá entender la gente que nos rodea?

Realmente tendríamos que decir que esa es una prioridad muy importante en nosotros y en los que nos rodean; queremos ser felices y daríamos lo que fuera por ser felices. ¿En qué ponemos esa felicidad? Normalmente soñamos con tener, con tener de todo, sentirnos así fuertes y poderosos para hacer lo que nos apetezca, rodearnos de comodidades, sentirnos quizás por encima de los demás desde esa posición de poder que nos pueda dar la riqueza o el dinero; poder divertirme y que nada nuble esa diversión, aunque no siempre sea alegría en el fondo; porque todo parece que lo hacemos desde el exterior y la vanidad de lo que luce externamente pareciera que nos diera mucha satisfacciones.

¿Es esa nuestra manera de pensar? Cuidado que aunque digamos que no todo ni siempre lo ponemos en esas cosas, sin embargo nos sentimos tentados por esos sueños y ambiciones. Por eso nos cuesta entender el evangelio de Jesús. Reconozcámoslo. Hay cosas que a veces no entendemos, aunque no digamos nada; y todavía el mensaje de las bienaventuranzas no termina de calar en nosotros, en nuestra forma de entender la vida, en lo que hacemos o en lo que son nuestras prioridades.

Comentando este pasaje del evangelio que hoy se nos ofrece, con esa petición de aquel joven la respuesta y el diálogo con Jesús y lo que Jesús le propone con el abandono de quien primero había venido tan entusiasmado, lo que tendríamos que comenzar a hacer es escuchar aquella primera bienaventuranza del monte en la que Jesús dice que son dichosos los pobres y de ellos es el Reino de los cielos. Claro que siempre le damos muchas vueltas a esas palabras de Jesús para hacer nuestra interpretación y nuestras rebajas.

Aquel joven que se acercó a Jesús con tan buenos deseos y voluntad era una persona buena y cumplidora. Cuando Jesús le habla de cumplir los mandamientos, él responde que eso lo ha cumplido desde siempre. Pero Jesús propone algo más, algo que está en consonancia con aquella primera bienaventuranza. ‘Una cosa te falta, le dice Jesús: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme’.

Solo quien es capaz de desprenderse de todo podrá entender lo que es el Reino de Dios. Quien es pobre quitando todo apego de su vida podrá tener un corazón libre y liviano para emprender ese camino del Reino de Dios. Es tener abiertas las puertas a otras riquezas que sí van a dar plenitud a nuestra vida; es tener la libertad de emprender el camino de otros valores que van a llenar la vida de sentido; es arrancar esos velos que oscurecen los ojos del corazón para ver lo que verdaderamente es importante en nuestra vida; es saber distinguir lo que es caduco y efímero para centrarnos en lo que nos llene de plenitud y nos dé la verdadera felicidad; es no quedarnos en esas cosas que nos entretienen y nos divierten, pero que no nos están dando verdadera felicidad, porque como un fuego fatuo cuando se apagan se quedan en nada.

Aquel joven se marchó muy triste porque aun no había entendido verdaderamente lo que era la autentica felicidad, era muy rico y su corazón tenía muchos apegos en cosas que se gastan y se quedan en nada. Ya vemos las palabras que siguen de Jesús y la extrañeza de los discípulos cercanos a Jesús. ‘Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios’.

Podrá parecer imposible, como comentarán los discípulos, pero son cosas que no hemos de hacer a lo humano, solo con nuestros parámetros y medidas humanas, sino que tenemos que hacerlo desde Dios, desde el sentido de Dios. ‘Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo’. Con Dios todo es posible, por eso nuestra mirada tiene que ser distinta, lo que por ese camino buscamos nos llevará a la más plena felicidad.

domingo, 2 de marzo de 2025

Si nos decimos cristianos, que sea pues el evangelio de Jesús el que empape nuestra vida para resumar ese amor con que empapar nuestro mundo para hacerlo mejor

 


Si nos decimos cristianos, que sea pues el evangelio de Jesús el que empape nuestra vida para resumar ese amor con que empapar nuestro mundo para hacerlo mejor

Eclesiástico 27, 4-7; Salmo 91; 1Corintios 15, 54-58; Lucas 6, 39-45

Es cierto lo que nos dice Jesús en el evangelio, y no podía ser menos; me refiero a esa imagen que emplea hoy del árbol, sabemos que es un peral porque nos da peras, sabemos que es una higuera porque nos da higos. ¿Qué clase de árbol somos? Nuestras palabras, lo que hacemos nos define; y eso es importante, no porque digamos cosas bonitas de nosotros mismos estamos definiendo lo que somos. Es la necesaria autenticidad de vida.

Es lo que nos está pidiendo hoy el evangelio. Nos defraudan aquellos que hablan mucho y nada hacen; la pasividad no es una buena muestra del sentido que le damos a la vida; pero más aun cuando queremos dar una bonita imagen, pero por otra parte estamos haciendo lo contrario de lo que decimos; es necesario que seamos en verdad congruentes entre lo que decimos, lo que proclamamos a los cuatro vientos como normas o como leyes que decimos que van a cambiar el rumbo de la vida y luego lo que hacemos, unas veces tras el disimulo y la apariencia o abiertamente en contra de aquello que hemos enseñado. Desgraciadamente entra en lo ordinario que contemplamos en la vida; con sinceridad tenemos que reconocer que por nuestra debilidad y flaqueza no siempre somos lo auténticos que tendríamos que ser.

El texto del evangelio que hoy se nos ofrece puede parecernos como una recopilación de distintas sentencias de las palabras de Jesús en distintos momentos pero que el evangelista nos presenta así como un único discurso; pudiera parecernos incluso como si no hubiera autentica conexión entre unas y otras pero siempre hemos de saber contemplar la unidad del evangelio en su conjunto, porque es la buena noticia que Jesús nos esta proclamando con sentido de nuestra vida cuando queremos vivir el Reino de Dios.

Nos hablará del ciego que no puede ser guía de otro ciego, como del discípulo que primero tendrá que realizar su aprendizaje antes de ser tenido como verdadero maestro; nos habla de las vigas que dejamos meter en nuestros ojos que nos van a impedir tener la visión clara tanto para nosotros seguir el camino como para poder ayudar a los demás; y nos hablará finalmente con la imagen a la que hacíamos referencia al principio de los frutos que ha de dar ese árbol de la vida, y que por los frutos, por lo que hagamos se nos va a conocer y definir.

Hay todo un mensaje que nos está pidiendo autenticidad y congruencia, de la rectitud que tiene que haber en nuestro corazón para que en verdad seamos testimonio ante los demás. Esa autenticidad será lo que hará creíble nuestro mensaje, nuestro testimonio. No nos valen las apariencias ni las vanidades; siempre se ha dicho que más pronto se coge a un mentiroso que a un cojo, porque al final la verdad resplandecerá y si hay mentira en nuestra vida quedaremos desenmascarados y al descubierto.

Por eso hemos de cuidar tanto nuestro interior; y ya nos dirá Jesús en otro momento que de nuestro interior, cuando está podrido, saldrán todas nuestras maldades; no lo que entra por la boca, sino de esa malicia que podamos llevar en nuestro interior. Nos dirá también que no podemos ser sepulcros blanqueados, muy bonitos por fuera pero por dentro, como es normal porque es un sepulcro, lleno de podredumbre. No podemos ser ese sepulcro porque estemos guardando en nuestro interior todas esas maldades.

Por eso, tenemos que sanarnos por dentro, no dejemos que aquello desagradable que suceda en nuestro entorno nos haga guardar malos recuerdos, nos haga guardar reticencias y odios mal curados, nos haga guardar deseos de venganza y rencor, nos haga actuar de la misma manera malvada e injusta que podamos ver en nuestro entorno contagiándonos de ese mal.

¿Para qué guardar esa podredumbre en nuestro corazón? Nos vamos enfermando en nuestro interior y nos vamos llenando de muerte. ¿No decimos que no tenemos que dejar que nos contagien los virus que nos contagiarían de enfermedad y nos pueden llevar a la muerte? Si así cuidamos nuestro cuerpo, ¿por qué no cuidar nuestro espíritu? No nos dejemos enfermar, vivamos sanamente en lo espiritual. Por eso nos decía Jesús que de lo que rebosa de nuestro corazón habla la boca y que por el fruto se conoce al árbol. Vayamos con mirada limpia, porque hemos limpiado el corazón, porque no hemos dejado atravesadas las vigas de la maldad dentro de nosotros.

Hemos hablado de congruencia y de autenticidad. Nos decimos cristianos, creyentes en Jesús, que sea pues el evangelio de Jesús el que empape nuestra vida para que podamos resumar ese amor con el que empapemos nuestro mundo para hacerlo mejor.

 

sábado, 1 de marzo de 2025

La sonrisa de un niño nos abra el camino para acoger el Reino de Dios en nuestra vida porque sea la sonrisa que reflejamos en nuestro rostro

 


La sonrisa de un niño nos abra el camino para acoger el Reino de Dios en nuestra vida porque sea la sonrisa que reflejamos en nuestro rostro

Eclesiástico 17, 1-15; Salmo 102; Marcos 10, 13-16

¿Has mirado alguna vez la sonrisa de un niño? Seguro que sí, pero como estábamos en ese momento más preocupados en cosas que considerábamos de más importancia, esa visión pasó como un relámpago por delante de nuestros ojos porque, en fin de cuentas, no eran sino unos niños que jugaban en su inocencia.

Niños que jugaban en su inocencia, así los vemos, son cosas de niños decimos y nos pasa desapercibida su sonrisa, su alegría, su mirada limpia y sin malicia, sus ojos que miran a nuestros ojos esperando algo y quizás porque no les prestamos atención, porque seguimos en nuestras cosas, se malogra esa sonrisa. A música celestial, y dicho en el mejor de los sentidos, tendrían que sonar en nuestros oídos risas y voces alegres que hablan o chillan sin predisposiciones ni prejuicios, sin malicias y sin desconfianzas, ofreciéndonos el regalo de alegría que tendría que hacernos olvidar tantos agobios que llevamos en la vida y que nos quitan la paz y nos impiden saborear las cosas que nos harían más felices.

Es el niño que en sus juegos se manifiesta como es, siempre confiado, siempre ofreciendo lo mejor, siempre dispuesto a estar con aquellos que considera sus amigos y con aquellos donde encuentra ternura, que tendrán sus más y sus menos con aquellos con los que juega, pero pronto se recuperará del enfado y seguirán siendo amigos, salvo que nosotros le hayamos maleado el corazón. Cuánto daño les hacemos cuando les contagiamos el actuar desde una vida interesada, cuando les hacemos perder la confianza, cuando los inducimos a poner distancias y desconfianzas, cuando los contagiamos de nuestras violencias. A veces no nos damos cuenta del escándalo que en ellos producimos, del daño que les hacemos cuando por nuestros ejemplos de egoísmo y de orgullo les hacemos perder aquella risa inocente.

Hoy en el evangelio vemos a Jesús rodeado de niños. Ellos saben bien ponerse al lado donde encuentran ternura y ofrecen al mismo tiempo su ternura. No es para ellos una señal de molestia el acercarse así espontáneamente como son donde saben que hay amor, ni nosotros tendríamos que ver como una molestia sus risas y sus juegos, su confianza y la manera como se acercan espontáneamente a nosotros. Pero por allá están los discípulos cercanos a Jesús – qué curioso que sean precisamente los discípulos más cercanos a Jesús – muy celosos del descanso de su maestro y no quieren que los niños le molesten, quieren quitarlos de en medio para no turbar el descanso de Jesús cuando su verdadero descanso eran aquellas risas y juegos inocentes.

¿Seremos así muchas veces no solo en lo que haga referencia a los niños de los que ahora estamos hablando, sino de que podríamos sentirnos molestos por la cercanía de los demás a nuestra vida? Cuantas veces pasamos de largo porque quizás nos molesten algunas cercanías que nos parecen exceso de confianza.

‘Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios…’ ¡Cuánto nos está diciendo Jesús! ¿Aprenderemos de una vez por todas a valorar a los pequeños? ¿Aprenderemos a valorar lo que nos parece pequeño y sin importancia porque son otras cosas a las que les damos más importancia? Tengo cosas más importantes que hacer, decimos tantas veces. Y esas cosas que consideramos importantes nos agobian, nos hacen perder la paz, hacen desaparecer la sonrisa de nuestros labios, crean distancias que luego son tan difíciles de superar.

Pero Jesús nos está diciendo también que ‘los que son como los niños – esos niños que pretendemos apartar a un lado – es el Reino de Dios’. ¿Es que no sabremos ver en la sonrisa de un niño las señales del Reino de Dios? Son alegría y cercanía, son los que van generando confianza y los que van siempre tendiendo puentes, son los que aprecian la ternura y la manifiestan de forma sencilla, son los que siempre se sienten amigos y hermanos de los otros para vivir la alegría de la vida. ¿No tendríamos que manifestar así las señales del Reino de Dios? Y terminará diciéndonos Jesús: ‘En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él’. ¿Nos haremos niños para acoger el Reino de Dios en nuestra vida?

Y dice que Jesús les bendecía. Ojalá nos sintamos bendecidos de Dios de la misma manera.

 

 

viernes, 28 de febrero de 2025

Una auténtica madurez humana de la persona es el mejor caldo de cultivo para una amistad verdadera y un amor que nos lleve a una plenitud de vida

 


Una auténtica madurez humana de la persona es el mejor caldo de cultivo para una amistad verdadera y un amor que nos lleve a una plenitud de vida

Eclesiástico 6, 5-17; Salmo 118; Marcos 10, 1-12

Se dice que cada uno cuenta la película según el papel que le ha tocado en suerte desempeñar en ella. Influyen en nosotros circunstancias vividas, situaciones cercanas a nosotros, protagonismo que tengamos en los hechos y también los colores de los cristales con que miramos las cosas. ¿Ser objetivo? No siempre es fácil, pero tendríamos que acudir a unos principios, a unos valores que encuentran la vida y lo que en ella queremos realizar. Y algunas veces nos cuesta ver con claridad esos valores, esos principios, esos fundamentos de lo que hacemos o de lo que queremos vivir.

También queremos decir que hay cosas, hay temas de los que todos queremos opinar, tenemos o queremos tener una palabra que decir. Y necesitamos serenidad para poder llegar a una objetividad, que no siempre es fácil, según ese papel, como decíamos, que nos ha tocado en esas realidades de las que queremos hablar, de las que queremos opinar. Fácilmente podemos dar por universal algo que afecta solo a algunos, o en determinadas circunstancias, pero hay cosas que tenemos que salvaguardar aunque nos cueste.

Todos queremos opinar del amor y de la amistad. Todos lo vemos según la experiencia que vamos teniendo en esas realidades, y porque quizás en alguna ocasión hayamos podido tener una experiencia que no siempre ha sido buena o por cosas que vemos en nuestro entorno, comenzamos a dar nuestras opiniones. Y es un tema muy delicado, ni el amor ni la amistad es cualquier cosa, y a no todo quizás podemos llamar amor y amistad. Hay el peligro de que ambas experiencias nos las tomemos muy a la ligera, a cualquier impulso llamamos amor, cuando quizás está movido por intereses o simplemente por el impulso de la pasión. Creo que el amor y la amistad es un proceso en la vida en el que no podemos quemar etapas para a todo llamarlo amor y a todo llamarlo amistad.

Digo que es un proceso que necesita que vayamos desarrollando una madurez en la vida; y para que las cosas maduren hay que dar tiempo; no podemos querer tomar una fruta para alimentarnos de ella, sin que haya llegado su proceso de maduración; si la tomamos antes ni tendrá sabor, ni tendrán la efectividad alimenticia que pretendemos con ella, ni podremos soportarla. Y hoy andamos en la vida con esa rapidez de la informática que tocando una tecla parece que al instante ya lo tenemos todo a punto.

Nos cuesta madurar en la vida porque necesitamos centrarnos en lo que es verdaderamente importante, porque tenemos que aprender a afrontar las adversidades o contratiempos que encontremos, saber resolver los problemas que van surgiendo, querer aprender de lo mismo que vamos viviendo para ver toda la profundidad que ha de tener la vida, sacar lecciones incluso de nuestros errores, ahondar en lo más hondo de nosotros mismos para conocernos y ver de lo que somos capaces o lo que no podemos afrontar. Y eso exige una buena disposición por nuestra parte, y dejarnos enseñar, y esfuerzo para lograr esa superación que vamos necesitando cada día, y exige en consecuencia tiempo para poder lograr esa madurez de nuestra vida. Y esto nos falta muchas veces.

Tenemos que aprender a cultivar las relaciones verdaderamente humanas si queremos llegar a una bonita amistad, si queremos entender bien lo que es el amor. No podemos empezar la casa por el tejado, se nos decía siempre. Y conocemos a alguien y enseguida lo llamamos amistad, conocemos a alguien y algunas veces si haber labrado una verdadera amistad que exige mucha relación y conocimiento enseguida lo llamamos amor. ¿Hasta cuándo puede durar una amistad o un amor así?

Me estoy haciendo estas consideraciones desde lo que se nos plantea hoy en el evangelio. Es el tema que le plantean a Jesús sobre la estabilidad del matrimonio y la posibilidad de divorcio. Ya escuchamos en el texto evangélico la respuesta de Jesús. Quizás pueda parece que yo me he quedado meramente en el plano humano del amor y del matrimonio, comenzando por la amistad. Pero es que si no hay verdadera humanidad, si no estamos tratando de unos seres verdaderamente humanos desde una auténtica madurez, ¿cómo podemos hablar del matrimonio o de la amistad? Cuidemos las cosas que son verdaderamente importantes y no nos las tomemos con ligereza.

jueves, 27 de febrero de 2025

Un buen sabor para la vida haciendo crecer nuestras relaciones llenas de armonía y de paz trasmitiéndonos lo que nos hace felices para crear un mundo que sonría

 

Un buen sabor para la vida haciendo crecer nuestras relaciones llenas de armonía y de paz trasmitiéndonos lo que nos hace felices para crear un mundo que sonría

Eclesiástico 5, 1-8; Salmo 1; Marcos 9, 41-50

Yo, a mi vida, a mis cosas, a disfrutar de mi vida; yo no tengo que ver con nadie ni nadie tiene que meterse conmigo y con lo que hago. Hay gente que vive así, solo se preocupan de sí mismos y quieren como crear un mundo solo para ellos; pero no vivimos en una burbuja y por mucho que queramos desentendernos de los demás, estamos relacionados y lo que hacemos no nos afecta solo a nosotros sino que repercute en los demás; podemos dañar o podemos arrastrar, como también nosotros podemos vernos arrastrados por el ambiente que nos rodea, influidos por lo que los otros hacen. Vivir es algo más serio.

Por naturaleza estamos hechos para la relación, aunque haya momentos de individualismo o de egoísmo en que nos queramos aislar de los demás; el hombre, y cuando digo el hombre quiero decir la persona no puede vivir sola, aislada de los demás; esa es la constitución del ser humano; tenemos voz para comunicarnos, tenemos ojos para contemplarnos, tenemos oídos para escucharnos, nuestros pasos no los damos aislados de los demás, ni el trabajo que realizamos solo es para nosotros mismos; hay una mutua relación entre unos y otros.

Por eso además tenemos que cuidar lo que hacemos para que no repercuta de mala manera en quienes nos rodean; tiene que surgir una delicadeza en el trato, como tenemos que dejar buenas huellas que ayuden a ir por buen camino a los demás; de la misma manera que no queremos que nadie nos dañe con lo que hace, nosotros también tenemos que cuidar el dañar a los demás con lo que hacemos; como no podemos dejarnos influir por lo que no es tan bueno que hagan los demás, tampoco nosotros podemos hacer algo que influya de manera negativa en los otros.

Hoy nos habla Jesús de esas cosas pequeñas y ordinarias de cada día con las que tenemos que crear esa buena relación entre unos y otros; desde esa generosidad de nuestro corazón para dar un vaso de agua al que está sendiento como para evitar aquello que distraiga del buen camino a los que están a nuestro lado.

Y habla Jesús de la importancia de no escandalizar a los que son pequeños y sencillos; y escandalizar es impulsar con nuestro mal ejemplo por el mal camino a quienes están a nuestro lado; y nos habla Jesús, entonces, de cómo tenemos que evitar en nuestra vida aquellas cosas, aquellos gestos, aquellas cosas que hagamos que nos lleven por lo mano. Es radical Jesús que nos dice que nos vale más entrar en el cielo manco de una mano, o que esa mano nos lleve a la perdición del mal. Y nos habla de esas miradas turbias que están llenas de malicia y que pueden pervertir nuestro corazón.

Y nos habla del sabor que le hemos de dar a nuestra vida y en consecuencia al mundo en el que vivimos. Es el sentido que le damos a nuestra existencia que nunca nos puede convertir en el ombligo del mundo, porque todo lo centremos en torno nuestro sino de esa apertura que hemos de darle a la vida porque, como decíamos al principio, vivimos en una relación con los demás.

Todo aquello que contribuya a esa buena relación que cree armonía y paz, que haga florecer el amor y la amistad, que nos haga sentirnos miembros de una misma familia será lo que le dará ese sentido y ese sabor a nuestra vida; nada de arideces y amarguras, nada de malquerencias y desconfianzas, nada de orgullos ni vanidades que nos quieran hacer crecer sobre los demás; mucho de sencillez y humildad para crear cercanía, para hacer fraternidad, para forjar comunión, para transmitirnos lo que nos hace felices para crear un mundo que sonría y al que no le falte ilusión. Es lo que nos hará grandes de verdad porque nos hemos anudado en la fraternidad. Es el buen sabor que le hemos de dar a la vida.

miércoles, 26 de febrero de 2025

Las señales del Reino de Dios las podemos encontrar también en el bien hacer y en la buena voluntad de los otros aunque no sean de los nuestros

 

Las señales del Reino de Dios las podemos encontrar también en el bien hacer y en la buena voluntad de los otros aunque no sean de los nuestros

Eclesiástico 4, 11-19; Salmo 118; Marcos 9, 38-40

¿Acaso nos creeremos insustituibles y poseedores exclusivos de la bondad y de las cosas buenas? Algunas veces nos lo creemos, nadie hace las cosas como nosotros, si yo no lo hago no habrá nadie que lo haga, quien no es como yo o de los de mi grupo no será capaz de hacer algo bueno. Parecen posturas muy orgullosas y muy discriminatorias, pero somos así en muchas ocasiones. Además es algo que palpamos en la sociedad, en los grupos sociales, en los que se denominan dirigentes en cualquier aspecto de la vida social que nunca admitirán que el adversario pueda hacer algo bueno o en bien de la sociedad, sino que siempre estarán movidos por sus intereses; las ideologías que se creen únicas poseedoras del bien, de la justicia, del orden social terminan siendo de alguna manera dictadores en la imposición de sus ideas y planteamientos y no respetarán el pensamiento de los demás. Lo estamos viendo cada día.

Nos puede pasar en muchos aspectos de la vida, pero cuidado los cristianos que también nos creamos poseedores exclusivos del bien y de la verdad. Nos alerta hoy el evangelio en la postura que han tomado algunos de los discípulos de Jesús llevados quizás inocentemente y con buena voluntad de un celo por Jesús y lo que enseñaba y hacía Jesús.

Vienen a contarle que han visto a algunos que no son del grupo precisamente de los que siguen a Jesús que hacen milagros y lo hacen en el nombre de Jesús. ¿Cómo es posible que haya quien sin ser seguidor de Jesús haga también milagros y lo quieran hacer en el nombre de Dios? Es lo que piensan aquellos discípulos, digo con buena intención, y se lo prohíben a quien han visto realizar tales cosas y es lo que vienen a contarle a Jesús.

Ya hemos escuchado la reacción de Jesús ante esta ‘inocencia’ – llamémoslo así – de los discípulos. ‘No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro’ les dice Jesús. ¿Están realizando algunas de las señales del Reino de Dios, aquello que había anunciado Jesús allá en la sinagoga de Nazaret? Dejemos pues que proliferen esos signos del Reino de Dios, porque significa que algo está cambiando en el corazón de los hombres. Y es lo que Jesús ha venido a realizar, ojalá todos fuéramos capaces de realizar esos signos, ojalá todos diéramos muestras por las actitudes y las acciones de nuestra vida de que estamos viviendo el sentido del Reino de Dios.

Allí donde está el bien y la verdad, allí nos apuntamos. Dejemos a un lado esos exclusivismos que manifiestan el orgullo que aun llevamos dentro y que no son señales de que en verdad nosotros vivimos ese Reino de Dios. Desgraciadamente muchas veces los grupos cristianos hemos reflejado demasiado esos exclusivismos y esos orgullos de la vida. Sepamos descubrir y valorar lo bueno allí donde esté, aunque no sean de los nuestros, aunque no se sientan integrados en la Iglesia, aunque lo hagan sin tener en cuenta a Dios en sus vidas.

Respetemos lo bueno, valoremos lo bueno, unámonos sin ninguna reticencia con todo el que haga el bien, colaboremos en lo que sea necesario en nuestra sociedad para hacer que las cosas marchen, que haya mejor entendimiento entre todos, para dar un empujoncito junto a la mano de quien sea por hacer que nuestra sociedad y nuestro mundo sea mejor, aunque piensen distinto, aunque tengas otras ideologías, aunque se consideren de otra religión. Cuidado con algunas reticencias y desconfianzas que seguimos manteniendo en nuestro interior y que también algunas veces se manifiestan de alguna manera.

Lejos tienen que estar de nosotros aquellos tiempos de apologética queriendo que todos entraran por nuestro carril e incluso nos convertíamos en inquisidores de los que con buena voluntad pensaban religiosamente distinto, pero que también querían hacer el bien. Creo que esos tiempos y esas posturas tienen quedar atrás, aunque algunas veces nos cueste con tanta diversidad que encontramos en nuestro entorno. Respetémonos y colaboremos, hagamos entre todos un mundo mejor; las señales del Reino de Dios las podemos encontrar también en el bien hacer y en la buena voluntad de los otros.

martes, 25 de febrero de 2025

¿Llegaremos a entender lo que Jesús quiere trasmitirnos o también nos da miedo preguntarle porque eso nos puede comprometer más?

 


¿Llegaremos a entender lo que Jesús quiere trasmitirnos o también nos da miedo preguntarle porque eso nos puede comprometer más?

Eclesiástico 2, 1-11; Salmo 36; Marcos 9, 30-37

‘No seas pájaro de mal agüero’, le decimos al amigo que un día se nos pone muy serio y trascendente y comienza a hablarnos de cosas que nos pueden pasar, de que es necesario quizás cambiar algunas posturas y actitudes porque el camino que llevamos no está bien y nosotros queremos quitárnoslo de encima; no nos gusta que nos hable así, que quizás nos haga pensar, pero no queremos quizás mirarnos por dentro con sinceridad y preferimos pensar en otras cosas; si podemos sacamos lo que sea con tal de cambiar de conversación, son otros nuestros intereses o nuestras preocupaciones o ya tenemos bastante con lo de cada día para ponernos a pensar con nubarrones negros sobre el fututo.

Nos dice el evangelio hoy que mientras iban de camino Jesús quiso ponerse a hablar con sosiego con sus discípulos más cercanos, aquellos que un día había elegido como sus acompañantes, sus apóstoles, porque sería a los que confiaría la misión de seguir anunciando el Reino de Dios; trataba de no encontrarse con la gente, porque quería hablar con ellos a solas, querías instruirlos, prepararlos para los acontecimientos que un día habían de desarrollarse; pero los discípulos no estaban por la labor, no querían entender de lo que Jesús les hablaba pero además les daba miedo preguntarle, y se pusieron a hablar de otras cosas por el camino.

Jesús les había estado anunciando lo que había de suceder en Jerusalén donde el Hijo del hombre iba a ser entregado en manos de los gentiles e incluso le darían muerte, pero les anunciaba la resurrección. Pero ellos no entendían; si Jesús era en verdad el Mesías no podía sucederle nada de lo que les estaba ahora diciendo; si Jesús era el Mesías había que pensar en qué lugar quedaban ellos, qué lugar ocuparían en ese Reino nuevo que Jesús tanto anunciaba.

Jesús los dejó mientras los observaba; ya habría ocasión, y el momento llego cuando llegaron a casa. No podía dejar la cosa así, porque no terminaban de entender. Pero lo que hace Jesús es preguntarles de que era la conversación que se traían mientras venían de camino que se les veía muy animados; se sintieron cogidos, nadie quería responder porque habían estado discutiendo por los primeros puestos; y Jesús lo sabía. Jesús sí que tiene interés por lo que son las preocupaciones y los sueños que puedan tener los discípulos, pero quiere ayudarles a encontrar lo mejor.

Es el momento de que tengan claras las cosas de las que tantas veces les ha hablado. Cómo nos cuesta a nosotros también entender cuando tantas cosas se nos dicen y se nos repiten; cuántas veces hemos escuchado el evangelio, la buena noticia que Jesús quiere transmitirnos, pero seguimos con nuestros apegos, seguimos con nuestras interpretaciones, seguimos con nuestros tropiezos una y otra vez en lo mismo, seguimos sin dar el paso de búsqueda sincera, de compromiso serio, de ponernos a participar de verdad en lo que tiene que ser la vida de la Iglesia, seguimos con nuestros juicios y condenas, seguimos con nuestras apetencias y lo que le pedimos a Dios es que nos dé suerte en la vida, pero ponernos nosotros con la mano en el arado, lo dejamos para otro. Ahora mismo estamos juzgando a los apóstoles porque no entendían lo que Jesús les quería decir de su pasión y su muerte, pero no nos miramos a nosotros mismos que no queremos entender lo que tiene que ser la pascua para nosotros.

Y Jesús les habla de cómo en verdad han de ser importantes, cual es la actitud que hemos de tener, cuales son las posturas que tenemos que tomar; y les pone en medio un niño, signo del desinterés y quien no tiene malicia, la actitud del niño siempre acogedora que reparte cariño y que se deja querer, que está dispuesto a hacer lo que le pidamos y corre con alegría a nuestro lado porque se siente lleno de gozo cuando puede hacer algún servicio y se siente útil para los demás. Pero nos habla Jesús de cómo nosotros hemos de saber acoger a un niño, al que consideran pequeño y sin valor, a aquel que nos pueda parecer revulsivo por su presencia, por su origen, por las cosas que nosotros imaginamos que pudiera hacer; nuestra vida tiene que estar envuelta por el amor y eso nos lleva al servicio y nos lleva a la acogida, nos lleva a buscar lo bueno y a ponernos en servicio de quien lo pudiera menester.

¿Llegaremos a entender lo que Jesús quiere trasmitirnos o también nos da miedo preguntarle porque eso nos puede comprometer más? 

lunes, 24 de febrero de 2025

‘Yo quiero creer, yo creo pero ayuda mi falta de fe’, nuestro reconocimiento y nuestra oración para no resbalar por la pendiente de la rutina, el ritualismo y la tibieza

 


‘Yo quiero creer, yo creo pero ayuda mi falta de fe’, nuestro reconocimiento y nuestra oración para no resbalar por la pendiente de la rutina, el ritualismo y la tibieza

Eclesiástico 1,1-10; Salmo 92; Marcos 9,14-29

Algunas veces en la vida estamos soñando con conseguir algo que nos parece maravilloso, que exigirá nuestro esfuerzo y nuestro trabajo, que seamos capaces de sacar todas nuestras habilidades para poderlo conseguir, pero sentimos la tentación del desánimo, nos parece que es algo que supera nuestras posibilidades, dudamos de nosotros mismos y nos llenamos de miedo; necesitamos creer más en nosotros mismos y en que somos capaces, nos hará falta quizás una palabra de ánimo o una mano amiga que se pose sobre nuestro hombre para recordarnos que somos capaces, que tenemos que confiar, que podemos seguir adelante, que tenemos que creer más en nosotros mismos. Si perseveramos seguramente que un día veremos el resultado, conseguimos aquello que anhelamos. Hubo alguien que creyó en nosotros y nosotros comenzamos a creer en nosotros mismos. Es importante esa actitud de fe en la vida, aun cuando nos veamos limitados.

¿Por qué me hago esta reflexión que podría parecer que no tiene nada que ver con el evangelio que hemos escuchado? Si nos detenemos un poco a reflexionar nos daremos cuenta de ese punto de unión.

Un hombre había acudido a Jesús con su hijo enfermo, poseído de un espíritu maligno como es la forma de hablar de entonces; Jesús había subido a la montaña – se refiere al Tabor – y en su ausencia acudió a sus discípulos pidiendo ayuda, pero estos no pudieron hacer nada, a pesar de que un día les había dado autoridad sobre los espíritus inmundos y para curar enfermos. En estas llega Jesús y le cuentan lo sucedido; aquel hombre desesperado porque quiere la salud de su hijo implora y suplica. Quiere creer que Jesús puede hacerlo, pero al mismo tiempo duda. ‘Si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos’, le dice.

‘¿Si puedo? Todo es posible para el que tiene fe’, es la sentencia de Jesús. ¿La fe que mueve montañas? Un día Jesús les había dicho a los discípulos que con fe podrían decir a una higuera que se arrancara de aquel sitio y se plantara en el mar, y se realizaría. No es cuestión de mover montañas ni de transplantar árboles. Pero algo tiene que moverse dentro de nuestro corazón. Es el despertar de la fe, aunque muchas sean las noches oscuras; es el despertar de la fe aunque nos parezca que hayamos perdido toda esperanza; es el despertar de la fe aun cuando las cosas sean difíciles; es el despertar de la fe que nos da confianza, pero que nos hará sentir el poder de Dios en nosotros.

Pero, es cierto, tantas veces dudamos, nos preguntamos si merece la pena, si podemos conseguir algo, si es verdad que el corazón se pueda transformar, si es posible que este mundo tenga arreglo, si puedo mantener viva la fe a pesar de tantas escandalosas que pueda irme encontrando en la vida, en el mundo, en los que me rodean, en la misma iglesia.

‘Yo quiero creer, le dice aquel hombre, yo creo pero ayuda mi falta de fe’. Tiene que ser nuestro reconocimiento y nuestra oración. Para que no caigamos en vacíos a pesar de todo lo que recemos; para que no hagamos las cosas por ritualismo o porque está mandado; para que no convirtamos nuestra vida de relación con Dios en una rutina, como algo que si no hacemos no podríamos dormir; para que no nos resbalemos por esa pendiente de la tibieza y terminará haciendo de nuestro corazón una cueva bien helada.

‘Señor, yo creo, pero aumenta mi fe’. Sea así nuestra oración de cada día. Dejémonos ayudar, sintamos esa palabra buena que nos despierta.