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jueves, 21 de agosto de 2025

Invitados al banquete del Reino vistamos el traje de fiesta de nuestra fraternidad para que seamos en verdad signos de comunión y fraternidad para todos

 


Invitados al banquete del Reino vistamos el traje de fiesta de nuestra fraternidad para que seamos en verdad signos de comunión y fraternidad para todos

Jueces 11.29-39ª; Salmo 39; Mateo 22,1-14

Las disculpas que no se sostienen. Puede ser que en ocasiones tengamos que disculparnos realmente por algo que hemos hecho mal, por un mal momento que hayamos tenido que nos ha llevado a unas actitudes no siempre correctas, pero son disculpas con humildad y sinceridad. Pero en ocasiones, ya sabemos, porque no queremos participar rechazamos cosas en las que han querido hacernos partícipes, porque no queremos mezclarnos, como solemos decir, con toda clase de gentes, pero que realmente son barreras que nosotros queremos poner por nuestra falta de comunión, porque son cosas que se salen de nuestros planes en que preferimos nuestras comodidades y no queremos tener el fastidio, como decimos, de tener que participar, porque no somos agradecidos con quienes nos ofrecen algo, aparecen las disculpas que no se sostienen, como decíamos al principio, que son realmente un rechazo a lo que se nos ofrece.

Seamos sinceros y reconozcamos cuantas disculpas ponemos en la vida en muchas situaciones porque no queremos implicarnos, porque nos falta esa disponibilidad y generosidad, porque no queremos comprometernos, porque no queremos que nos vean algo que tendríamos que hacer, y aparecen, como decíamos, las disculpas que no se sostienen, o que son reflejos de nuestros orgullos o de la insolidaridad a pesar de que con palabras proclamemos tantas cosas.

Es de lo que nos quiere llamar la atención Jesús con la parábola que hoy nos propone y que tantas veces habremos meditado. Un banquete de bodas que el rey prepara para su hijo, pero al que los invitados no quieren venir, no quieren participar. Y escuchamos sus disculpas que incluso se convierten en actitudes violentas con quienes les trasmiten la invitación del rey.

Es una parábola que nos está hablando del reino de Dios, del reino de los cielos. Ese banquete al que estamos invitados es un signo de esa fiesta del Reino de Dios del que todos hemos de participar, porque todos hemos sido invitados. Es cierto que una connotación primaria de la parábola en el momento en que fue pronunciada por Jesús viene a ser como una denuncia de lo que en aquel momento está sucediendo con el rechazo al Reino de Dios por parte de muchos allí en Jerusalén, donde al final será entregado Jesús a la muerte.

Pero la convocatoria al reino de Dios sigue siendo universal, porque todos estamos invitados. Como se nos dice en el relato de la parábola todo estaba preparado y la mesa de comensales había que llenarla. Salen a los cruces de los caminos y a todos los que encuentran los van llevando a la sala del banquete. ¿Será eso en verdad lo que en nombre de Jesús estamos haciendo los cristianos? ¿Estaremos en verdad comprometidos a ir donde sea necesario para atraer a alguien a participar del Reino de Dios? Nos quejamos muchas veces que nuestras iglesias cada día más se nos están quedando vacías, pero no solo tenemos que pensar en quienes dicen no, en quienes buscan disculpas para quedarse fuera, sino que tenemos que pensar en nosotros mismos que estamos llamados a ser signos que llamen, que convoquen, que atraigan, que inviten a todos a escuchar esa buena nueva de salvación que nos ofrece Jesús.

Pero hay otro detalle que nos ofrece la parábola. En la sala del banquete había alguien que no estaba con traje de fiesta. No vamos a ponernos ahora a elucubrar si aquellos pobres de los caminos podían o no podían tener un traje digno de fiesta para participar en el banquete. ¡Qué guapos nos ponemos cuando nos invitan a un banquete, cuando nos invitan, por ejemplo a una boda! Los cristianos, los que nos decimos que estamos más cerca de la Iglesia, de Jesús y de la religión, ¿nos mostraremos siempre con ese traje de fiesta como un signo para los demás de lo que queremos vivir en nuestro corazón?

Me parece que muchas veces nos falta ese traje, no estamos con el traje de fiesta de la fraternidad, el traje de fiesta de la apertura de nuestro corazón para acoger a todos, el traje de fiesta de la comunión y de la amistad sincera, el traje de fiesta de nuestros compromisos por lograr esa paz y esa comunión entre todos; nos falta el traje de fiesta de nuestro testimonio, ¿cómo podemos estar tan tranquilos participando de nuestras celebraciones si no somos capaces de ser signos para los demás? Tampoco nosotros podemos andarnos con disculpas que no se sostienen.

miércoles, 20 de agosto de 2025

Un denario al final de la vida por nuestro trabajo que en la medida de Dios ese denario no se reduce a una cantidad contante y sonante, sino es el gozo de Dios

 


Un denario al final de la vida por nuestro trabajo que en la medida de Dios ese denario no se reduce a una cantidad contante y sonante, sino es el gozo de Dios

Jueces 9,6-15; Salmo 20; Mateo 20, 1-16a

Yo ahora estoy de vacaciones, a mi ahora que no me molesten, que este tiempo es para mi y no pienso dar golpe, nos dirá uno; otro nos dirá que ya está jubilado, que bastante ha trabajado en la vida, y para que va a andar ahora con preocupaciones; otro nos hablará que tiene su ‘paguita’, que bastante le costó conseguirla – aunque tendríamos que ver con que artimañas – y que ya el trabajo no es para él; otros están soñando y contando el tiempo que le falta para la jubilación porque bien se merece un descanso con todo lo que ha trabajado en la vida. Así podríamos seguir fijándonos en tantos que han llegado a una situación en la vida en la que reina la pasividad, el dejarse arrastrar por los días, en un vacío del que al final incluso nos van a decir que qué vida más aburrida.

Y yo realmente me pregunto ¿qué sentido tiene una vida así? ¿Eso es realmente vivir y gozar de la vida? ¿No tenemos nada que aportar a la vida con nuestros años, con nuestra experiencia, con la riqueza de espíritu, sabiduría, que hayamos podido acumular en nuestro interior?

‘¿Qué hacéis ahí ociosos todo el día?’ se pregunta aquel buen hombre que está buscando trabajadores para su viña. Es la parábola que hoy nos ofrece Jesús. No solo en la mañana al comienzo de la jornada, sino en diversas horas del día saldrá a la plaza y a los que va encontrando los va invitando a trabajar en su viña. Ya ha ajustado lo justo con los primeros contratados, aunque luego veremos realmente el pago que les ofrece a todos.

La parábola, es cierto, sugiere que aquellos que están en la plaza querían trabajar pero nadie les había contratado. Pero esa pregunta que hace aquel que va buscando trabajadores para su viña nos puede sugerir muchas más cosas; creo que nos puede estar planteando ese sentido que le damos a la vida y a nuestro trabajo; lo veremos luego en la valoración que hará aquel buen hombre del trabajo de todos, aunque fueran a trabajar en distintas horas. Era algo más que una remutación económica, aunque es cierto que con nuestro trabajo nos ganamos la vida, obtenemos unos medios para valernos y para tener una vida digna.

Pero el trabajo es mucho más. Estamos contribuyendo con nuestras posibilidades y capacidades a la vida de nuestro mundo. Podríamos decir quizás que no somos indispensables, pero sí que podemos pensar que ese grano de arena que yo estoy poniendo con mi trabajo, sea en lo que sea, o sea a la hora que sea de nuestra vida es importante para el bien de ese mundo en el que vivimos y vivimos interrelaciones los unos con los otros. De ahí cómo hemos de amar nuestro trabajo, cómo hemos de disfrutar con lo que hacemos, como sentimos el gozo que aquello que nosotros hacemos puede hacer felices a los demás. Hacemos una pelota, por ejemplo, y nos puede parecer insignificante, pero ¿habremos pensado en lo feliz que se a sentir un niño el día que juegue con esa pelota?

Nuestra vida en la pasividad no tiene sentido ni valor, no podemos andar dormidos por la vida porque decimos que ahora nos toca descansar, esa riqueza interior que hemos acumulado a través de nuestros años, nuestras luchas, nuestros logros, nuestras experiencias es algo que le debemos también a ese mundo que nos rodea y con ellos lo hemos de compartir.

¿Un denario va a ser el usufructo de lo que realicemos? En la medida de Dios ese denario no se reduce a una cantidad contante y sonante, es algo mucho más intenso porque es llenarnos del gozo de Dios.

martes, 19 de agosto de 2025

Abramos los ojos para descubrir esas señales de Dios en nuestra vida y a pesar de nuestra pobreza a causa de nuestro desprendimiento tenemos la sabiduría de Dios

 


Abramos los ojos para descubrir esas señales de Dios en nuestra vida y a pesar de nuestra pobreza a causa de nuestro desprendimiento tenemos la sabiduría de Dios

Jueces 6,11-24ª; Salmo 84;  Mateo 19, 23-30

¿En manos de quien dejamos o ponemos lo que podríamos llamar ‘los destinos de la vida’ o la verdadera solución de los problemas que nos encontramos? Fácilmente lo dejamos en los que consideramos poderosos, los que parecen los más influyentes de la sociedad, en los que nos parecen más sabios porque son los que han estudiado, en aquellos que quizás se nos presentan en su prepotencia como los únicos que saben como resolver esos problemas de la sociedad?

Eso nos lo podemos encontrar en muchos lugares de nuestra sociedad, como algunas veces nos puede suceder también en nuestro propio ámbito eclesial. Alguna vez me he encontrado en alguna reunión parroquial donde se encuentran personas diferentes – si es que tendríamos que hablar así -, con cultura diferente, con preparación muchos quizás para emprender muchas cosas por sus estudios, por los trabajos que realizan, por el estatus que desempeñan quizás en el propio ámbito de la sociedad, pero personas que nos parecen humildes, que nos parecen incultas, que no tienen esos ‘estudios’ pero que calladamente se desempeñan en la vida; quizás a estos que nos parecen más humildes les cuesta expresar sus opiniones, dejan que sean los otros los que siempre hablen y da la impresión que tienen la última palabra, pero nos encontramos de pronto que aquella persona callada en un momento hizo una observación que cambió completamente los planteamientos que se hacían, que daba una visión nueva y verdaderamente renovadora; era el buey mudo que de repente bramó y se hizo notar y nos enseñó donde podíamos encontrar la más valiosa sabiduría.

Me he alargado en esta consideración partida de la experiencia, porque realmente es lo que nos viene a decir hoy Jesús en el evangelio. Parte el evangelio del episodio ayer comentado del joven rico, que atado a sus riquezas no supo dar el paso adelante en lo que Jesús le ofrecía para que alcanzase la verdadera plenitud de su vida. Y yo nos dice Jesús algo que es verdadera revolucionario y desconcertante para la mentalidad que entonces tenían, y que algunas veces permanece en nosotros.

‘En verdad os digo que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos...’ y Jesús les habla del camello que pasa más fácilmente por el ojo de la aguja que los ricos por la puerta del Reino de los cielos. Los discípulos se quedan desconcertados y se preguntan, ‘y entonces, ¿quién puede salvarse?’ Y es cuando Jesús nos pide que no nos apoyemos ni en poderes de este mundo ni en sabidurías humanas. Tenemos que buscar algo más hondo que Dios ha sembrado en nuestros corazones y que tenemos que saber descubrir. Nos está pidiendo toda nuestra confianza en Dios. ‘Dios lo puede todo’, viene a decirles.

Dios lo puede todo pero sigue confiando en el hombre, sigue queriendo contar con nosotros. No es cuestión de buscar milagros espectaculares que nos lo den todo resuelto. El milagro está en que sentimos en nosotros esa fuerza y esa sabiduría de Dios para mantenernos fieles y leales en nuestras metas, en lo que queremos alcanzar no ya solo para nosotros sino para los otros y para la sociedad que queremos mejor. Es la fuerza interior que Dios nos da para superar malos momentos de flaqueza y tentaciones, para querer siempre dar un paso más, para hacer que haya mayor humanidad en nuestras relaciones, para no perder ese optimismo que nos hace caminar con alegría a pesar de los sufrimientos o tropiezos que podamos encontrar y mantener la esperanza de que podemos hacer siempre algo mejor.

Nos exigirá desprendernos de nuestro yo, nuestro egoísmo, nuestra ambición, nuestros apoyos humanos o materiales, pero aunque parezcamos pobres porque todo lo hemos dado, sabemos que Dios no nos falla, no nos sentiremos solos, se multiplicarán en torno nuestro esos signos de la misericordia y de la bondad del Señor, porque Dios está con nosotros.

Cuando Pedro y los discípulos le preguntaban a Jesús qué les iba a tocar ellos que lo habían dejado todo, Jesús les aseguraba que no les faltará ese padre o madre, ese hermano o hermana, esa persona que a su lado va a ser un signo de la misericordia y de la presencia de Dios. Abramos los ojos para descubrir esas señales de Dios en nuestra vida.

lunes, 18 de agosto de 2025

Jesús nos mira a los ojos, a lo más profundo de nosotros mismos y nos invita a que demos el paso que nos llena por dentro, que nos lleva a la plenitud de la vida

 


Jesús nos mira a los ojos, a lo más profundo de nosotros mismos y nos invita a que demos el paso que nos llena por dentro, que nos lleva a la plenitud de la vida

Jueces 2,11-19; Salmo 105; Mateo 19,16-22

Andamos por la vida en una carrera loca queriendo ser más, queriendo tener unos medios en nuestras manos que nos ayuden a vivir bien, en nuestra locura nos afanamos por tener más y ansiamos tener los medios que sean para vivir mejor, tener de todo, lo que llamamos disfrutar de la vida, buscamos mejores puestos, que nos consideren alguien importante en la vida, buscar las mejores satisfacciones, pero quizás en un momento nos detenemos, paramos esa carrera, porque aunque tengamos de todo, poder e influencia incluso, sin embargo quizás nos sentimos insatisfechos, como si estuviéramos vacíos y nos preguntamos quizás qué más podemos hacer, que tendríamos que hacer para sentirnos llenos de verdad.

¿Nos habrá pasado a nosotros? ¿Alguna vez habremos sentido un revulsivo por dentro que nos hacía hacernos preguntas sobre nuestra vida, lo que hacemos y lo que somos, o las metas que tendríamos que tener? ¿Vivimos quizá en la inconsciencia de solamente dejarnos arrastrar por la vida, lo que palpamos en nuestro ambiente, lo que son las aspiraciones de la mayoría? ¿Nos habremos encontrado en alguna ocasión con personas que se hacen esos planteamientos porque se sienten vacías? Alguna confidencia de un amigo o de alguien que encontró confianza en nosotros hayamos podido quizás encontrar. ¿Habremos sabido darle respuesta? No es fácil.

En el evangelio hoy nos encontramos con un caso así. Un joven que se acerca a Jesús para hacerle una pregunta que para él considera importante y no sabe cómo darle respuesta. Ya nos dirá luego el evangelista al continuar el relato que era rico. Habrá escuchado en alguna ocasión hablar a Jesús o visto su forma de actuar que le hizo sentir interrogantes en su corazón. No se siente satisfecho con su vida a pesar que tiene de todo e incluso por lo que luego vamos viendo también una buena educación. Pero sabe que le falta algo. ¿Qué tiene que hacer? ¿Será algo que de alguna manera pueda comprar con los medios y riquezas que posee?

También nosotros muchas veces pretendemos solucionarlo todo comprando cosas que hacer. Algunos regalos que hacemos ¿en cierto modo no tienen en el fondo esa finalidad? Pasa en nuestras mutuas relaciones, pero pasa en algo más hondo en nuestra relación con la Iglesia y con las cosas de Dios; con dinero parece que lo solucionamos todo, hasta la vida eterna de nuestros difuntos, cuántas más misas paguemos parece que nuestros dineros sirven de llave para que se abran las puertas del cielo.

Pero las medidas de Jesús son otras. Hay cosas que no se pueden comprar con dinero. Lo que viene planteando este joven rico tiene otros caminos de solución. Es una vida que hay que vivir, por eso le dice Jesús que cumpla los mandamientos. Los mandamientos no son simplemente unas reglas o unos protocolos que hay que seguir, los mandamientos nos dan un sentido de la vida que va a ser la base de ese crecimiento como personas y de ese crecimiento humano y espiritual. No son cosas para rellenar una casilla.

Claro que este joven era bueno, en eso había sido educado y como dice él los ha cumplido desde su niñez. Entonces Jesús mirándole a los ojos con cariño le dice que ha de dar un paso más en su vida, ha de saber despojarse de las cosas para llenar su vida de lo que verdad vale. Por eso le pide que se desprenda de lo que tiene, que comparta todo con los que nada tienen, aunque él se quede desnudo externamente de esas riquezas y de esas vanidades externas que parece que eran lo que le hacía poderoso, se verá en verdad lleno por dentro, como le dice Jesús, tendrá un tesoro en el cielo.

Podía parecerle fácil la solución que él pedía, que era algo así como comprar la vida eterna haciendo algunas cosas, pero Jesús le está diciendo que encontrar el camino de la vida eterna es vivir ahora en ese sentido de vida. No podrá dar ese paso, porque aun su corazón no está preparado para desprenderse de todo y se marchó triste.

¿Hasta dónde seremos capaces de llegar nosotros? Son preguntas que tenemos que hacernos, son procesos de nuestra vida  para encontrar lo que de verdad nos llene, lo que dé sentido de plenitud a nuestra vida. El evangelio nos va señalando los pasos que cada día hemos de ir dando. Jesús nos está mirando a los ojos y esperando nuestra respuesta.


domingo, 17 de agosto de 2025

Ojalá se despierte en nuevo ardor en el corazón para que no se pudra y apague en una cisterna el mensaje del Evangelio que tiene que incendiar nuestro mundo

 


Ojalá se despierte en nuevo ardor en el corazón para que no se pudra y apague en una cisterna el mensaje del Evangelio que tiene que incendiar nuestro mundo

Jeremías 38,4-6.8-10; Salmo 39; Hebreos 12,1-4; Lucas 12,49-53

Esto parece la guerra, habremos escuchado o habremos dicho en alguna ocasión.  Y no es solamente por esas terribles guerras que asolan en estos momentos nuestro mundo – que también nos hacen pensar, ante las cuales también hemos de buscar la manera de reaccionar porque además estamos viendo el juego de los poderosos como estos mismos días hemos contemplado -, ni pensamos en los desordenes que vemos en nuestra sociedad con tantas ambiciones e incluso hasta con luchas callejeras, pensamos más bien en esas confrontaciones que vemos a diario en nuestra sociedad sobre la distinta manera de ver o de resolver las cosas, pero es también lo que podemos sufrir cuando queremos ser fieles a nuestros principios, a nuestros ideales, a nuestros propios planteamientos y encontramos oposición, surgen enfrentamientos y acosos, se trata de destruir desprestigiando a quien piensa o actúa distinto y se arma, sí, una guerra sorda pero que nos llena de sufrimientos.

Es la reacción que está teniendo Jesús o que encuentra en su entorno mientras va anunciando el Reino de Dios. No todos lo comprendían, en muchos encontraba oposición, también trataban de desprestigiarlo atribuyendo incluso a Satanás los signos y milagros que realizaba. Humanamente, ¿cómo se sentiría Jesús? El Evangelio nos habla de aquellas tentaciones en el monte de la cuarentena antes de comenzar su predicación, muchas veces hasta los mas cercanos a El le querían hacer cambiar de rumbo, se vio envuelto en quienes querían manipularlo y hacerle decir cosas que a ellos les agradara, siendo consciente de lo que iba a ser el final sufre la tentación de la angustia y la soledad – porque hasta los más cercanos se han dormido – en el huerto de Sinaí previo a su prendimiento.

Pero Jesús se mantiene fiel, sube decidido a Jerusalén cuando sabe lo que va a significar aquella Pascua; mantendrá el pulso cuando tiene que convencer una y otras vez a sus discípulos más cercanos que la verdadera grandeza no es a la manera de los poderes de este mundo, sino haciéndose los últimos y los servidores de todos. ‘No se haga mi voluntad, sino la tuya’, será finalmente su oración.

Y nos dirá que por ahí también hemos de pasar nosotros. Porque el discípulo no es mayor que su Maestro. En otros momentos anunciará persecuciones y tribunales, incluso hasta llegar a la muerte. A Pedro le dice que cuando se recupere después del mal momento que pasará con sus negaciones – todos tenemos momentos oscuros – pero ha de mantenerse firme para confirmar en a fe a sus hermanos.

Son las palabras que escuchamos hoy en el evangelio y que nos pueden resultar demasiado fuertes, porque si no las entendemos bien hasta nos pueden resultar contradictorias con lo que era la misión de Jesús y lo que realmente era su vida. Habla de fuego con que se incendiará nuestro mundo. ¿No decíamos antes esto es la guerra?

Ese es el fuego que va a producir revoltura en nuestro interior, es el ardor y la inquietud cuando estamos convencidos de verdad de algo, es la radicalidad con que hemos de vivir y manifestar nuestra fe porque no nos andamos por las ramas sino que vamos a la más profunda raíz de las cosas, aunque parezca que en esos momentos no convenga – con cuantas diplomacias de falsedad andamos tantas veces -, aunque resulte aparentemente contraproducente porque esa palabra que anunciamos, este testimonio que damos levante sarpullidos en algunos, aunque produzca tensiones incluso entre los más cercanos, aunque resultemos incómodos pero tenemos que ser fieles, porque no podemos andar poniendo algodones que intenten suavizar el impacto que pueda producir la Palabra de Jesús, la Palabra de Dios que proclamamos.

¿Seremos cristianos que auténticamente estemos prendiendo de ese fuego del evangelio a nuestro mundo? ¿Qué nos ha sucedido para que nuestra palabra, nuestro anuncio del evangelio, nuestra vida no sea una llamarada de fuego que prenda en nuestro mundo? El mundo quiere meternos en una cisterna sin agua, como querían hacer con Jeremías como escuchamos en la primera lectura, para que allí nuestra verdad se pudra, la verdad del evangelio quede oculta, no llegue a ser ese puñado de levadura que haga fermentar a nuestro mundo.

¿Nos seguiremos dejando meter en esa cisterna porque seguimos con nuestros complejos y cobardías, con nuestras indecisiones y nuestros miedos? ¿Se despertará ese nuevo ardor en el corazón?

sábado, 16 de agosto de 2025

Quitemos filtros y prevenciones de la vida y podremos entrar en la órbita del Reino de Dios que se revela de manera especial a los pobres y sencillos de corazón

 

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Quitemos filtros y prevenciones de la vida y podremos entrar en la órbita del Reino de Dios que se revela de manera especial a los pobres y sencillos de corazón

 Josué 24,14-29; Salmo 15; Mateo 19,13-15

Cuando yo sea mayor… es la expresión que mas de una vez hemos escuchado a un niño o a un muchacho; parece que el niño no quiere ser niño siempre, se ve creciendo a si mismo y cómo su vida cambia en algunos aspectos, pero se compara con los mayores y quiere ser como ellos; sueños de libertad quizás, porque le parece que en su infancia no puede hacer todo lo que quiere o como lo quiere, sueños de una vida distinta en la que se sienta fuerte porque no quiere verse manipulado por nadie y le parece que lo que ahora le dicen sus mayores lo están manipulando y él quiere hacer las cosas a su manera y cuando le de la gana. Cuando sea mayor, y se ve poderoso y dominante, se cree que va a ser el dueño del mundo. No quiere seguir siendo niño. ¿No habrá aprendido lo que significa de riqueza la niñez como una piedra base para su madurez futura?

Claro que somos nosotros los mayores también los que tenemos que preguntarnos si sabemos lo que es la riqueza de la niñez, los valores que allí podemos encontrar, lo maravilloso que podemos descubrir si observamos atentamente lo que significa ser niño. ¿Seremos acaso nosotros también los que los descartamos y los queremos quitar de en medio como les estaba sucediendo a aquellos celosos discípulos de Jesús que pensaban que era una molestia la presencia de aquellos niños en el entorno de Jesús? Querían quitarlos de en medio.

Y Jesús les dice que no, que no impidáis que aquellos niños se acerquen a El. ¿Acaso será que Jesús quiere que nosotros nos acerquemos a El a la manera de los niños? No son barreras sino puentes lo que hemos de poner. Porque además Jesús nos dice que solo de los que son como niños es el Reino de los cielos. ¿Es un reino infantil? Cuidado que algunas veces infantilicemos la religión, la manera de acerarnos y relacionarnos con Dios. Cuidado con el lenguaje que usemos demasiado infantilizado que luego no nos va a servir cuando en verdad maduremos y necesitamos una manera madura de relacionarnos con Dios. ¿No nos sucederá que nos preocupemos mucho de acciones pastorales para los niños  pero luego no ponemos la misma intensidad para cuando no son tan niños o para cuando son adultos?

Con todo esto, sin embargo, parece que de alguna manera las palabras de Jesús nos desconciertan. Nos dice que de los que son como niños es el Reino de los cielos. Ya en otra ocasión nos dirá que la buena noticia hay que darla a los pobres; o que los que parecen que no saben nada por su condición humilde y pequeña, sin embargo será a los que se les revelará los secretos del Reino de Dios; y serán los aparentemente están mas lejos del sentido del Reino porque son pecadores a los que Jesús se acerca y los que mejores y más dispuestas respuestas van a dar a ese anuncio del Reino de Dios. ¿Paradojas?

Hoy nos habla de los niños, del candor y espontaneidad de los niños, de su disponibilidad siempre a flor de piel, de su sonrisa limpia, de los ojos que miran profundamente con curiosidad, de los que buscan y quieren aprender porque sus deseos de crecimiento no son solo de lo corporal sino de lo que mejor puedan aprender. Los niños no ponen filtros ni condiciones, los niños se acercan y juegan con todos sin distinción si nosotros no los hemos marcado antes con nuestras prevenciones. ¿No puede ser esa una base sólida para la construcción del Reino de Dios en nosotros? Con un corazón así limpio y generoso tenemos que aprender a acercarnos a Jesús.

No es ya cuestión de que los niños quieran parecerse a los mayores – y lo malo es que los contagiemos con nuestros filtros y pretensiones – sino que nosotros nos hagamos cono niños – despojándonos de tantas prevenciones con que vamos por la vida - para llegar a vivir en toda su intensidad lo que es el Reino de Dios.

viernes, 15 de agosto de 2025

En su Asunción al cielo María pone en nuestras manos el testigo de la luz de Cristo para que nos levantemos y pongamos en camino para iluminar nuestro mundo

 


En su Asunción al cielo María pone en nuestras manos el testigo de la luz de Cristo para que nos levantemos y pongamos en camino para iluminar nuestro mundo

Apocalipsis 11, 19a; 12, 1. 3-6a. 10ab; Salmo 44; 1Corintios 15, 20-27ª; 1, 39-56

 Levantarnos y ponernos en camino. Creo que puede ser el mensaje que resuma  lo que hoy esta fiesta de la Asunción de la Virgen nos puede dejar para nuestra vida.

Levantarnos exige de nosotros una toma de decisión, ni nos quedamos postrados porque nos sintamos unidos ni nos quedamos en la pasividad de dejar la vida pasar sin poner nada de nuestra parte.  Es decidir que tenemos que hacer algo, en este caso, ponernos en camino; ponernos en camino es como lanzarnos a una aventura nueva, es mirar más allá y más lejos porque queremos alcanzar una meta, queremos algo, queremos buscar; atrevernos a descubrir algo nuevo, atrevernos a afrontar lo que vayamos encontrando en el camino, aunque a veces sea duro, lanzarnos a descubrir algo nuevo, a contemplar también la belleza de lo que nos rodea pero buscando otra belleza mayor y mejor, es ser conscientes de la travesía que estamos haciendo pero también de cuanto y cuantos vamos encontrando en esa travesía para ir también interactuando con ese mundo que nos rodea, es poner alegría, ilusión y esperanza en el camino que vamos haciendo que ya no lo podemos hacer entonces de cualquier manera.

No es solo el hecho de que despertemos por la mañana y nos levantemos de la cama para ir haciendo rutinariamente las cosas de cada día. Es empeño, es entusiasmo, es creer en lo que vamos a hacer, es implicar a los que nos rodean con nuestra alegría y nuestra ilusión. Es trasmitir y comunicar lo que llevamos dentro, es convertirnos en mensajeros de que algo nuevo y bueno puede surgir o tenemos que construir.

Comienza diciéndonos el evangelio de hoy que María, después de haber recibido aquella embajada angélica y enterada de lo que estaba sucediendo allá en las montañas de Judea, en casa de su prima Isabel, ‘se levantó y se puso en camino deprisa a la montaña’. María tenía que desahogar lo que tenia en su alma, porque Dios se había fijado en el ella y en su pequeñez estaba realizando cosas grandes; María tenía que ir a comunicar lo que estaba viviendo y es que la misericordia del Señor estaba visitando a su pueblo y todas las promesas mesiánicas se estaban dando cumplimiento; María llevaba alas en su corazón – deprisa hizo el camino nos dice el evangelista – porque Dios visitaba a su pueblo y ella tenía que ser signo de esa visita de Dios que derramaba bendiciones a su paso. La criatura saltó en el seno de Isabel al escuchar las palabras del saludo de María.

El camino de María era un camino nuevo que estaba emprendiendo la humanidad; será un camino sencillo y humilde, al que se hacen sordos los poderosos y los que se creen grandes, pero que van a reconocer los pequeños, los pobres, los sencillos porque serán a los que se revele Dios mientras los poderosos son derribados de sus tronos; un camino de gestos sencillos como ponerse a servir a los que también se sienten pequeños y débiles en sus necesidades pero en quienes se va a derramar de forma abundante la misericordia del Señor.  

Es camino nuevo, porque es camino que nos trae la buena noticia, es camino de evangelio, es camino que nos señala el paso de Dios por nuestra vida y por nuestra historia, pero que nos convierte a nosotros en caminantes y testigos en medio de nuestro mundo.

Siguiendo el ejemplo y testimonio de María nosotros hoy también queremos levantarnos y ponernos en camino. Ni nos podemos quedar en la tranquilidad de Nazaret ni nos podemos quedar en lo alto de la montaña por muy bien que se esté allí como le sucedía a Pedro. Los que de Nazaret no se pusieron en camino les costaría incluso después reconocer en Jesús el paso salvador de Dios por sus vida. Si nos quedamos ensimismados en lo alto de la montaña no seremos capaces de palpar la realidad cruda de nuestro mundo, como cuando Jesús bajó del Tabor y se encontró con aquel padre que no sabía qué hacer con su hijo porque tampoco los discípulos eran capaces de curarlo.

Ponernos en camino significará para nosotros contemplar la cruda realidad de nuestra vida y de nuestro mundo, muchas veces desorientado y confundido, que nos puede ofrecer mil caminos pero en los que nunca encontraremos satisfacción porque solo quieren encantarnos con cantos de sirena, con alegrías superficiales  o con felicidades efímeras que al final nos dejan mal sabor en la boca y amargura en el corazón. Es el camino ilusionante que nosotros hemos de emprender desde nuestro encuentro con Jesús en la fe para llevar una rayo de luz, un rayo de esperanza de que algo nuevo y mejor podemos hacer para darle plenitud a nuestro mundo.


Es el faro de luz que de manos de María hoy recibimos cuando la vemos glorificada junto a Dios, en esta fiesta de su Asunción al cielo, cuando contemplamos su camino de Nazaret a las Montañas de Judea, o cuando la estamos contemplando en su bendita Imagen de la Candelaria, como hoy la celebramos en nuestra tierra canaria.

Esa vela luminosa y encendida que lleva en sus manos en nuestras manos la está depositando para que nosotros poniéndonos en camino seamos signos de esa luz en el mundo que nos rodea. Es como un testigo que pone en nuestra manos, pero que ya recibimos desde el día de nuestro bautismo, porque además es la luz que si la mantenemos encendida con ella podremos entrar en las bodas eternas del cielo, en la gloria del Señor, como a Ella hoy la contemplamos.

jueves, 14 de agosto de 2025

Sintámonos en verdad liberados de los rescoldos interiores que reavivan el fuego cuando ofrecemos nuestro generoso perdón a la manera de la misericordia de Dios

 


Sintámonos en verdad liberados de los rescoldos interiores que reavivan el fuego cuando ofrecemos nuestro generoso perdón a la manera de la misericordia de Dios

Josué, 3,7-10a. 11. 13-17; Salmo 113; Mateo 18, 21-19, 1

Cuando hay un incendio, ya sea en nuestros bosques o montes o incluso en cualquier edificación no solo tenemos que apagar esas llamas que vemos que todo lo arrasan, sino que tenemos que tratar de apagar lo que ha sido el origen de ese fuego, pero también vemos luego a los bomberos por detrás, donde parece que no hay ya fuego, que van enfriando el terreno, pero teniendo mucho cuidado en apagar esos rescoldos, muchas veces enterrados, que durante mucho tiempo pueden mantener vivo ese incendio.

¿Has pensado alguna vez que cuando desde el resentimiento que llevas en ti no quieres perdonar al otro es principalmente a ti mismo al que te estás castigando? Quien no ha sabido perdonar de verdad sigue manteniendo el desamor en si mismo, que no solo puede ser destructivo para los demás sino que es destructivo para ti mismo porque seguirás manteniendo esa cadena sobre tu espíritu. Perdonamos buscando la paz, buscando el origen de la ofensa o del conflicto, pero tenemos que apagar también esos rescoldos que nos quedan encerrados quizás en lo secreto del corazón y que no dejarán que quede apagado por completo el conflicto, que vuelva la paz a todos los corazones.

Perdonar no es solo liberar al otro de su culpa, sino es liberarte a ti mismo de esa cadena, de ese rescoldo que sigues manteniendo dentro y que sigue quitándote la serenidad y la paz de tu vida. Si no te liberas de ese resentimiento que te lleva al desamor o al odio nunca vas a tener paz en ti mismo, y entonces estarás haciendo que se reaviven esas heridas que un día recibiste y no habrá manera de encontrar la curación de tu espíritu.

Quien no ha perdonado de verdad no llegará a saborear lo que es el autentico amor, porque siempre mantendrá ese rescoldo, siempre le faltará la paz verdadera en su corazón. Cuando perdonas la primera liberación es para ti mismo; como solemos decir muchas veces tenemos que perdonarnos a nosotros mismos para que vuelvan a florecer las bellas flores de la amistad, del amor verdadero. Apaguemos esos rescoldos y al sentirnos en verdad liberados, encontraremos la verdadera paz para nuestro corazón.

Esto es algo que tenemos que rumiar bien dentro de nosotros, porque no es fácil muchas veces apagar esos rescoldos enterrados. Es necesario que aprendamos a saborear el perdón para que nosotros podamos luego ofrecerlo con generosidad. Es nuestra piedra de tropezar, algo en lo que siempre nos cuesta dar el paso hacia delante. Queremos seguir manteniendo aquellas medidas, que se ofrecían como generosas, que Pedro está expresando en su petición a Jesús.

¿Cuántas veces tenemos que perdonar? Siguen apareciendo las contabilidades, pero si estamos haciendo esas contabilidades significa que algo aun no anda bien dentro de nosotros. Porque quien perdona de verdad lo olvida para siempre, no vuelve a recordar, no se pone a contabilizar. Es lo que nos está enseñando Jesús. ‘¿Siete veces?... hasta setenta veces siete’, responde Jesús para que entremos no en los cálculos de los números, sino en las actitudes de perdón que hemos de mantener siempre en el corazón.

La parábola que propone Jesús está clara. Aquel siervo que fue perdonado por su amo no supo saborear aquel perdón que le habían ofrecido generosamente; por eso no supo luego perdonar a su compañero que era muy ínfimo lo que le debía en comparación con sus antiguas deudas con su amor. Jesús con su parábola además está haciendo que elevemos nuestra mirada, para que seamos capaces de reconocer lo que significa el amor y la misericordia del Señor en nuestra vida y aprendamos esas mismas actitudes para tener nosotros con los demás.

La incapacidad de perdonar, le hacia mantener el odio en su corazón y hacía imposible la verdadera paz, la serenidad del espíritu para ver con mejor claridad el amor que tenemos siempre que repartir. ¿No nos había enseñado Jesús que nos acogiéramos  a la misericordia de Dios porque nosotros somos también misericordiosos y compasivos con nuestros hermanos?

miércoles, 13 de agosto de 2025

Si en familia nos amamos y hemos de sentirnos unidos y sabernos apoyar mutuamente, cómo no hacerlo cuando estando unidos Jesús está en medio de nosotros

 


Si en familia nos amamos y hemos de sentirnos unidos y sabernos apoyar mutuamente, cómo no hacerlo cuando estando unidos Jesús está en medio de nosotros

Deuteronomio 34,1-12; Salmo 65; Mateo18, 15-20

Los trapos sucios se lavan en casa. Habremos escuchado esta recomendación más de una vez. No es simplemente el hecho de cubrirnos nuestras espaldas, para que cuando luego nosotros tropecemos – que alguna vez tropezaremos porque todos estamos en el camino, como se suele decir – pues den la cara por nosotros. Creo que tiene que ir a algo mucho más profundo y más hermoso.

Si formamos una familia porque nos amamos creo que hemos de sentirnos unidos y sabernos apoyar mutuamente. Es camino que hacemos juntos y en el que no nos sentimos aislados, porque cada una de las cosas que suceden o que son la vida de esa familia a todos nos atañe, todos hemos de saber arrimar el hombro, todos tenemos que ayudarnos para salir juntos de esos problemas o dificultades que se presentan, o para ayudarnos mutuamente a corregir errores, a enderezar posturas, a buscar no solo lo bueno sino lo mejor, porque sentimos como propio lo de los demás miembros de la familia, nos duele lo que a los otros les duele y nos alegra lo que crea ilusión en los demás miembros, evitando rivalidades y enfrentamientos y nunca dejándonos seducir por recelos ni desconfianzas.

Es lo que Jesús nos está diciendo hoy en el evangelio. Fijémonos que termina diciéndonos que si nos sentimos unidos y somos capaces desde esa unión de pedir algo al Padre en su nombre, se nos concederá. Porque además, nos dice Jesús, que cuando en su nombre estamos reunidos El estará en medio de nosotros. Cuánta falta nos hace que estemos verdaderamente convencidos de esto. Con esa premisa qué distinta sería nuestra vida, que seguridad tenemos para nuestro actuar, que niveles de confianza y cercanía nos creamos los unos con los otros. ¿Podremos ponernos a hacernos la guerra los unos a los otros si decimos que cuando estamos unidos en medio de nosotros está el Señor?

Es importante este pensamiento, esta fe que hemos de tener en esa presencia del Señor en los demás, allí donde nos sentimos en esa unión y comunión. Se va a derivar en la manera en que comenzaremos a mirar al otro; no será para mí un extraño, no lo miraremos a la distancia, no comenzaremos a hacer discriminaciones, empezaremos a valorarlo de verdad quitando esos filtros que tantas veces nos ponemos. No será para mi un extraño, un extranjero, un emigrante venido de lejos, alguien de otra raza, un pobrecito del que podamos sentir lástima.

Nuestras actitudes tienen que ser otras, quitando diferencias y buscando cercanía, ofreciendo mi brazo para caminar juntos apoyándonos mutuamente, sintiendo como vibra de manera especial el corazón ante su presencia porque lo estamos viendo como un hermano. Ya no pondremos distancias porque me pueda contagiar con sus malas costumbres como siempre andamos con nuestras desconfianzas, ya sabré acercarme a El con el corazón lleno de comprensión para ayudarle en los tropiezos que pueda tener en la vida.

Hoy nos está hablando Jesús de eso tan bonito que es la corrección fraterna. Seremos siempre ministros y servidores del reencuentro y de la reconciliación, seremos siempre lazo que une y punta de lanza que rompe nudos para regalar el perdón. Si en Jesús estamos unidos con los lazos del amor, ¿cómo no voy a regalar el perdón a quien tengo que amar?

martes, 12 de agosto de 2025

Con mucha atención tendríamos que leer este pasaje en que Jesús nos pone a un niño en medio y nos dice que no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños

 


Con mucha atención tendríamos que leer este pasaje en que Jesús nos pone a un niño en medio y nos dice que no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños

Deuteronomio 31,1-8; Dt 32; Mateo 18, 1-5. 10. 12-14

Todos, quieras que no, vamos buscando nuestro lugar en la vida, para eso nos esforzamos, nos preparamos, trabajamos para ir logrando ese lugar, ese puesto, ese prestigio; podemos luego darnos importancia, o sentirnos interiormente satisfechos de nuestros logros. No está mal, claro que tendríamos que ver nuestras mañas, nuestras aspiraciones, los empujones quizás que hemos dado para quitar delante de nosotros el que nos estorba, el que nos impide llegar a aquel lugar con el que soñamos; tendríamos, es cierto, que ver por qué lo buscamos o qué pretendemos.

Pero no queremos ser como ‘esos’, y pensamos a los que vemos a nuestro alrededor que nada importan ni significan, que según nosotros simplemente van arrastrándose por la vida sin conseguir nada, sin salir de sus pobrezas o nulidades como a nosotros quizás nos gusta pensar. Y nos hacemos comparaciones y no queremos ‘vernos en su pellejo’, porque nos parece que para nada valen, para nada sirven y no van a llegar a ninguna parte.

Ya nos estamos dando cuenta que en esas nuestras apetencias no todo era tan bonito cuando decíamos que queríamos buscar nuestro lugar en la vida. Cuántas comparaciones hacemos, cuantas descalificaciones, a cuantos arrimamos a un lado porque son tan pequeños, son tan insignificantes en la vida, que nada decimos alcanzarán. ¿Para nosotros los primeros puestos, los lugares de importancia?

Jesús viene a romper nuestros esquemas. De entrada ha tomado un niño y lo ha puesto en medio. ¿Qué hace un niño en una reunión de personas mayores? ¿Qué puede pintar allí? ¿Quizás para que nos haga los mandados? Pero Jesús viene a decirnos otra cosa. ‘¿Quién será el más importante en el Reino de los cielos?’ Una pregunta que parece que no dice nada. ¿A qué viene esa pregunta? Pero es lo que tantas veces han discutido y volverán a discutir entre el grupo de los discípulos más cercanos a Jesús. Y Jesús lo quiere dejar muy claro. Os digo que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los Cielos. El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí’.

Por eso ha puesto un niño allí en medio, en el centro. Hacernos como niños, pequeños como este niño; no eran tenidos en cuenta para nada los niños. Se le consideraba algo insignificante. Se acogía a los amigos, se acogía a las personas de bien, se acogía a las personas importantes, se acogía a los poderosos, pero ahora nos dice Jesús que hay que acoger un niño. Sus ángeles están viendo el rostro de Dios, nos dice.

Si el pastor que pierde una oveja en el campo se vuelve loco buscándola hasta que la encuentre, ahora nos dice Jesús que a ese pequeño e insignificante hay que acogerlo, hay que tenerlo en cuenta. Pero es que nos dice más, es que nosotros tenemos que hacernos así pequeños, como los inocentes niños, y entonces entenderemos la verdadera grandeza que hemos de buscar.

Pero nosotros seguimos con nuestras peleas y con nuestras ambiciones, seguimos buscando puestos y queriendo ascender en esa escalera que nos llevaría a los puestos de privilegio. ¿Dónde está nuestro espíritu de servicio? ¿No estaremos viendo esos codazos muchas veces también en nuestra iglesia? Las hermandades que quieren aparecer con toda pomposidad y gran número de afiliados; los puestos especiales en nuestras celebraciones porque nosotros vamos con nuestro bastón de mando o con nuestras medallas y nuestras túnicas y hábitos, los ropajes de colores que buscamos vestir para diferencias las diversas categorías o las carreras que hemos hecho.

¿Nuestra iglesia no tendría que leer con más atención este pasaje del evangelio que hoy se nos ofrece?

lunes, 11 de agosto de 2025

Que temas al Señor, tu Dios, siguiendo todos sus caminos, y que le ames y sirvas al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y toda tu alma… solo de vuestros padres se enamoró el Señor

 



Que temas al Señor, tu Dios, siguiendo todos sus caminos, y que le ames y sirvas al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y toda tu alma… solo de vuestros padres se enamoró el Señor

Deuteronomio 10,12-22; Salmo 147; Mateo 17,22-27

¿Qué es lo que me estás pidiendo? Lo habremos dicho o lo habremos escuchado. Puede ser la interpelación que nos haga aquel a quien le estamos haciendo una petición, sobre todo cuando se puede considerar una exageración o un imposible; ¿cómo te atreves a pedir esto? y podemos sacar muchas razones, que es inmerecida, que supera las posibilidades o capacidades de quien va a otorgarla, que la vemos fuera de lugar…

Pero también podemos interpretarlo cómo lo que nos estamos planteando nosotros ante las exigencias que nos proponen para determinadas cosas; quien pertenece a este grupo tiene que tener en cuenta su finalidad y sus directrices; quien va a participar en un determinado movimiento le pediremos que crea en él, que tenga en cuenta sus objetivos, que comulgue con su ideario; quien va a pertenecer a un club tendrá unos reglamentos que cumplir, unas cuotas que pagar, y una colaboración que prestar para la buena marcha de tal club, por ejemplo.

¿Nos habremos planteado alguna vez muy en serio lo que significa nuestra pertenencia a la Iglesia? ¿Nos tomamos en serio eso de llamarnos cristianos haciendo que en nuestra vida florezcan los valores que nos enseña Jesús en el evangelio? ¿En qué lo fundamentamos?

No todo es cuestión de reglamentos ni de mandamientos; no es cuestión de unos protocolos que hay que cumplir, porque quien no siga esas directrices estaría fuera de la iglesia; no es cuestión de unas formalidades o unas costumbres que asumimos como cosas tradicionales que se han hecho así, y tenemos que ir misa los domingos, no podemos comer carne los viernes, realizar unas cosas de nuestra vida en el seno de la Iglesia como si fueran unas costumbres sociales que no podemos perder, como casarnos por la Iglesia, ir a las procesiones de la semana santa o de las fiestas del santo patrono del pueblo… ¿Un embadurnado social que se queda en un barniz que un día se desmorona y desaparece casi sin dejar huella en la vida?

Es la pregunta de gran trascendencia que se hace el autor sagrado en el texto que hemos escuchado en el Deuteronomio. ‘Moisés dijo al pueblo: Ahora, Israel, ¿qué te pide el Señor, tu Dios…?’ En aquellos momentos transcendentes al pie del Sinaí donde se habían establecido los diez mandamientos como ley para el pueblo de Israel el mismo Moisés que ha establecido la ley mosaica sin embargo nos habla de una relación con Dios basada en el amor, porque sobre todo nos está manifestando el amor que Dios tiene a su pueblo.

¿Le pide solamente respeto y temor ante la presencia de Dios o va más allá hablándonos del amor?  ‘Que temas al Señor, tu Dios, siguiendo todos sus caminos, y que le ames y que sirvas al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma…’ Por eso cuando hablamos de los diez mandamientos el primero es amar a Dios sobre todas las cosas, amar a Dios con todo tu corazón y toda tu alma. Es el reconocimiento de quien es el Señor y de los caminos que nos ofrece que hemos de seguir, pero es reconocer el amor que Dios tiene a su pueblo. ‘Solo de vuestros padres se enamoró el Señor, los amó, y de su descendencia os escogió a vosotros entre todos los pueblos’.

Dios que se enamora de nosotros y cuando nos sentimos así enamorados de Dios ¿cómo tenemos que responder? Haciendo como hace el Señor con nosotros. ‘Circuncidad vuestro corazón, no endurezcáis vuestra cerviz, pues el Señor, vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, el Dios grande, fuerte y terrible, que no es parcial ni acepta soborno, que hace justicia al huérfano y a la viuda, y que ama al emigrante, dándole pan y vestido. Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis en Egipto. Temerás al Señor, tu Dios, le servirás, te adherirás a él, en su nombre jurarás’.

Esa tiene que ser nuestra manera de actuar, esa tiene que ser nuestra manera de amar, con rectitud y justicia, con amor y misericordia, con toda la ternura de nuestro corazón sin hacer distinciones. Qué bonito como nos habla del amor del emigrante, y les dice ‘porque emigrantes fuisteis vosotros en Egipto’. Qué actualidad tienen estas palabras en el mundo de hoy con los problemas que vive nuestra sociedad en estos momentos.

Y todo esto se complementa con lo que hoy nos dice el evangelio. Jesús anuncia una vez más su subida a Jerusalén y el sentido pascual que tendrá esa subida. Será para la fiesta de la Pascua, pero una pascua nueva en la veremos ese paso de Dios en la entrega de Jesús, en la pasión y muerte de Jesús. Jesús se lo explica a los discípulos mientras van de camino por Galilea; sentimos que el Señor nos lo recuerda y explica una vez más porque contemplando ese amor sabremos cual es la respuesta a la pregunta que en el fondo nos hemos venido haciendo. ¿Qué es lo que nos pide el Señor?

domingo, 10 de agosto de 2025

Confiados porque esperamos, confiados porque tenemos esperanza, es el signo de esperanza que tenemos que ser para los demás en la vida

 


Confiados porque esperamos, confiados porque tenemos esperanza, es el signo de esperanza que tenemos que ser para los demás en la vida

Sabiduría 18, 6-9; Salmo 32; Hebreos 11, 1-2. 8-19; Lucas 12, 32-48

Mira que eres confiado, nos habrá dicho alguien cuando nos ha visto esperando y esperando aunque no haya señales de llegada de quien estábamos esperando o no hay señales de que se realice aquello que quizás nos prometieron; nos pidieron quizás que guardáramos algo que teníamos que entregar a quien había de venir, y nosotros seguimos guardando y aguardando, porque cuidamos aquello que nos han confiado y mantenemos la tensión y la atención ante la llegada de quien nos prometieron.

Confiados porque esperamos, confiados porque tenemos esperanza. Podría parecer que eso no son cosas que se lleven hoy, porque hemos perdido toda la confianza, porque ya no creemos en las promesas, porque pasamos de todo y ya no nos creemos nada de lo que nos anuncian o nos prometen; hay desencanto, porque hemos perdido la esperanza, porque hemos perdido la confianza, porque ya nos cuesta creer. Lo palpamos alrededor y podemos sentirnos también contagiados de esos cansancios y esas desesperanzas. Nos puede hacer perder el sentido y el valor de la vida, nos podemos por otra parte como que nos metemos en una coraza y ya no tenemos sensibilidad, ya no nos importa nada y vivimos la vida sin trascendencia.

Pero si decimos que es algo que palpamos en el mundo que nos rodea, en la manera de vivir de tantos en nuestro entorno - ¿Dónde han puesto muchos sus esperanzas? ¿Qué es lo que ahora andan buscando? Con cuantas cosas, cuantos sustitutivos queremos camuflar nuestras desesperanzas y perdida de sentido – pero sin embargo es una virtud y un valor fundamental para nosotros los cristianos. No es la frase socorrida que decimos muchas veces de que la esperanza es lo último que se pierde.  Esa esperanza que hemos de manifestar en nuestra vida es un signo de esa búsqueda y esa vivencia que queremos hacer del Reino de Dios. Es alimento de nuestra vida. Es sentido de nuestra vida.

De eso nos está hablando Jesús en el evangelio cuando por otra parte nos está invitando a la vigilancia. Como el dueño de casa que no sabe a qué hora viene el ladrón, como las doncellas que esperan la llegada del novio para participar en el cortejo nupcial con sus lámparas encendidas, como el sirviente que espera la llegada de su amo para abrirle la puerta apenas llegue. Es la vigilancia de nuestra vida para vivirla en plenitud, también en el aquí y en el ahora. No solo pensamos en esa vigilancia porque nos puede llegar la hora de la muerte cuando menos pensemos y estemos dispuestos para presentarnos al juicio de Dios.

Es que eso lo prepararemos en ese día a día vigilante en nuestras tareas y responsabilidades, en ese trato humano que tengamos con los demás, en ese compromiso que todos tenemos de hacer que nuestro mundo sea mejor, en ese esfuerzo que hacemos cada día por superarnos y mejorar en nuestra vida, por crecer interiormente, por compartir lo que somos con los demás. ¿No nos ha hablado del administrador que tiene que repartir su ración a cada uno en su hora oportuna? Y si se descuida y no lo hace, si se aprovecha de su situación sintiéndose superior a los demás, si obra de una manera injusta, tendrá que dar cuentas. ¿No es lo que tenemos que hacer en nuestra vida de cada día? Somos administradores de esa vida que Dios ha puesto en nuestras manos con todos sus dones y cualidades; tenemos que ser esos buenos administradores.

Y eso es una manifestación de nuestra confianza y nuestra esperanza. Porque sabemos que en esa tarea no estamos solos, que Dios es nuestra fortaleza, que El nos regala la luz de Espíritu para que podamos discernir lo bueno en cada momento. Aunque haya momentos oscuros, noches oscuras, sabemos siempre que el Señor está ahí. Su promesa no nos falla, su presencia y la fuerza de su Espíritu es permanente en nuestra vida. Confiamos, esperamos. Y seguimos realizando nuestra tarea, seguiremos afrontando las dificultades de la vida, no podemos dejar llenar nuestro corazón de angustia como si estuviéramos solos, porque con nosotros está el Señor, aunque a veces no lo veamos, pero si abrimos nuestro espíritu lo sentiremos en nuestro corazón.

Es el signo de esperanza que tenemos que ser en medio de los que nos rodean, para que de nuevo comencemos a confiar, de nuevo todos comencemos a poner nuestra mano en el arado para transformar de verdad nuestro mundo. La esperanza es nuestra fuerza y nos dará sentido a nuestra vida.

sábado, 9 de agosto de 2025

No nos quedemos dormidos pensando que otros ofrecerán su luz, la nuestra es muy importante y no puede dejar de iluminar

 


No nos quedemos dormidos pensando que otros ofrecerán su luz, la nuestra es muy importante y no puede dejar de iluminar

Oseas 2, 16b. 17de. 21-22; Salmo 44; Mateo 25,1-13

Eso de quedarse dormido mientras estamos a la espera de algo que esta por llegar parece que no es nuevo ni es antiguo. Todos tenemos la experiencia de que las vigilias parecen ser los momentos en que más sueño nos entra. Somos los mayores que nos quedamos sentados, por así decirlo, contemplando la vida, quizás ya liberados de muchas ocupaciones, quizás tras los desvelos de una noche de insomnio que nos aparece cuando menos lo esperamos, quizás porque nos ponemos a pensar y a recordar, pero qué pronto nos quedamos dormidos. Pero, repito, no es solo que nos pase a los ancianos o los que tenemos muchos años, que todos en la vida muchas veces se han quedado dormidos, mientras escuchamos una clase o una conferencia, quizás cuando estamos esperando que nos terminen de preparar la comida, echamos, como solemos decir, una cabezadita.

¿Por qué nos extrañamos tanto y le damos tantas vueltas al hecho de que aquellas jóvenes que iban a formar parte del cortejo del novio para la boda y que tenían la función de iluminar primero el camino y luego la sala de la boda se hayan quedado dormidas?

Claro que inmediatamente decimos que no fue porque se quedaran dormidas en aquel momento, sino porque se habían ‘dormido’ en el cumplimiento de sus obligaciones porque no habían preparado debidamente la cantidad de aceite que iban a necesitar para aquella celebración.

¿Serán en ese estilo las principales ‘dormidas’ que nosotros hayamos tenido en la vida? Es lo que en cierta manera se nos está planteando. Porque claro aquellos que dormidas no habían tenido la previsión necesaria para tener la lámpara encendida se quedaron sin entrar al banquete de bodas, al banquete del Reino. Las cosas tienen sus consecuencias y tenemos que ser previsores hasta en los más pequeños detalles. Quien no sabe ser fiel en lo poco tampoco lo será cuando le confíen cosas importantes, como nos dirá en otra ocasión Jesús en el evangelio.  ¿Será eso aprender lo que tiene que ser la verdadera sabiduría de la vida?

La sabiduría de la vida la aprendemos en la vida misma. Es en la fidelidad a lo que somos y a lo que tenemos entre manos. Tenemos que ser conscientes del valor de nuestra propia vida, aunque nos parezca que no valemos para nada. Pero podemos estar manteniendo una luz y si esa luz se mantiene encendida alumbrará no solo nuestro camino sino también el camino de los demás, el camino de los que marchan a nuestro lado. Aquellas doncellas podían quizás haber pensado en su inconsciencia, porque falle una luz, no se va a dejar de alumbrar el camino, las otras lo mantendrán iluminado. Pero si todas piensan lo mismo y se descuidan ¿quien va a ser la que al final tendrá luz para alumbrar el camino? Puede ser que a todas se les apaguen las lámparas, nos puede resultar al final que llegamos tarde cuando hayamos conseguido el aceite y ya la puerta está cerrada.

Por eso decía que es importante la fidelidad a lo que somos y a lo que se ha puesto en nuestras manos. Y esa fidelidad la vamos a estar mostrando en el día a día de nuestro camino, en el día a día de nuestra vida. Eso que vamos haciendo, eso que vamos aprendiendo, eso que nos va haciendo madurar en el día a día, ese desarrollo de lo que somos, nuestras cualidades y valores, nuestras potencialidades y nuestras capacidades, serán las piedras que construyan nuestro camino, es el aceite que está alimentando esa lámpara de nuestra vida y hará posible que se mantenga encendida. Qué importante el cumplimiento de nuestras responsabilidad, que necesario es aprovechar esa formación que se nos va ofreciendo cada día, es lo que nos hará madurar, es lo que nos hará crecer interiormente, como personas, es lo que hará que en el futuro tengamos mayores posibilidades.

No lo podemos descuidar, no nos podemos quedar dormidos. No podemos permitir que  no se pueda mantener encendida esa luz, no podemos quedarnos sin emprender esa sabiduría que pondrá luminosidad en nuestra vida. No podremos descartar el mantenernos bien unidos al Señor, llenándonos de su Espíritu, porque es lo que hará posible que un día produzcamos buenos frutos.

viernes, 8 de agosto de 2025

El evangelio siempre es buena noticia que recibimos con alegría y con la misma alegría la trasmitimos

 


El evangelio siempre es buena noticia que recibimos con alegría y con la misma alegría la trasmitimos

Isaías 52, 7-10; Salmo 95; Mateo 5, 13-19

Los que nos traen buenas noticias son siempre bien recibidos, es más, serán agasajados con mucho entusiasmo y alegría. Hoy tenemos muchos medios de comunicación, de trasmitir noticias que en otros tiempos no teníamos; en mi infancia pasé por esas lagunas difíciles de las consecuencias de la emigración, pues mis hermanos y mi padre se tuvieron que ir a América; recuerdo siempre la alegría y emoción con que mi madre recibía sus cartas, pero más aún cuando alguien regresaba de Venezuela al pueblo acudíamos, como quien espera aguas de Mayo, a visitarle para saber de forma directa las noticias que nos podían traer de nuestra familia; cómo si nos visitaban esas personas para darnos noticia dentro de nuestra pobreza le ofrecíamos lo mejor como reconocimiento de las noticias ‘frescas’ que nos podían traer.

En todos los aspectos de la vida deseamos y necesitamos recibir cosas buenas de los demás, palabras que pongan esperanza y renovada ilusión en nuestras vidas; hay personas que se regodean en traernos noticias de cosas calamitosas, que nos están hablando con un tremendismo que al final lo que hace es poner miedo y temor en el alma, personas que parece que son adictas para hablarnos de cosas que nos quiten el sosiego y la paz, todo lo ven a lo tremendo, todo parece que va a tener un final catastrófico y en lugar de poner luz parece que van llenando el mundo de sombras.

Como decíamos al principio los que nos traen buenas noticias son bien recibidos, estamos deseosos de escuchar palabras de ánimo, que nos llenen de esperanza, que nos abran horizontes, que pongan una nueva luz en nuestra vida y en nuestro mundo. Y esto tiene que ser el evangelio de Jesús para nosotros. Es ‘evangelio’, o sea, buena noticia. Y las buenas noticias ponen gozo en el alma, por una buena noticia somos capaces de caminar lo que sea para ir a su encuentro.

Eso fue la vida de Jesús. Ese ha sido su mandato, esa es la misión que nos ha confiado, llevar una buena noticia a nuestro mundo. Esto tiene que ser siempre el evangelio en nuestra vida. Esa es la esperanza que tiene que suscitar siempre en nuestros corazones. Eso es lo que tiene que ser siempre un impacto para nuestra vida, porque las noticias nos sorprenden, pero si son buenas noticias no solo nos sorprenden sino que nos alegran el alma. Eso es lo que nosotros tenemos que anunciar.

Dicho así parece que resulta todo muy bonito, pero es aquí donde quizás tenemos que preguntarnos muchas cosas sobre el espíritu con que nosotros acogemos esa buena noticia. No podemos decir nunca eso ya me lo sé, eso ya lo he escuchado muchas veces. Para nosotros el evangelio tiene que ser siempre noticia para nosotros, y la noticia no nos cuenta cosas viejas, las noticias queremos que sean siempre nuevas para que realmente sean noticias. Pero ante el evangelio depende de la actitud con que nosotros vayamos a él, con la actitud con que nosotros lo escuchemos.

Es siempre algo nuevo que llega a nuestra vida. Y por muy monótona o de rutina que hayamos hecho nuestra vida, nuestra vida va continuamente cambiando; no vivimos hoy lo mismo que vivimos ayer, cada momento tiene sus circunstancias, cada momento en la vida tiene su novedad, en cada momento podemos descubrir algo nuevo, un nuevo matiz; y el evangelio viene a iluminar nuestra vida hoy, en el aquí y en el ahora, en lo que son ahora mis circunstancias y en lo que hoy estoy realizando. Y ahí tenemos que sentir esa novedad del evangelio, esa luz nueva que nos va ofreciendo el evangelio en todo momento.

Pero eso es lo que tenemos que ser nosotros para los demás. Somos, tenemos que ser portadores del evangelio, evangelizadores, decimos. Y como buena noticia se lo ofrecemos al mundo; de la autenticidad con que nosotros los anunciemos va a depender en cierto modo que como tal lo reciban quienes nos escuchan, como buena noticia para sus vidas. Pero es que tienen que notar que eso ha sido para nosotros y es por eso por lo que se lo trasmitimos. Lo triste sería que nosotros no transmitiéramos buena noticia, porque lo hemos convertido en una rutina en nuestra vida, porque no lo estamos reflejando en nosotros en una vida distinta.

Hoy nos ha dicho Jesús que tenemos que ser luz y que tenemos que ser sal. Que no podemos ocultar la luz, como no se puede ocultar una ciudad edificado en lo alto de un monte, ni podemos hacer que nuestra vida no sea sal, porque hayamos perdido el sabor. La sal que no da sabor ya no sirve para nada. ¿Nos estará pasando a nosotros? ¿Qué sabor desde el evangelio le estamos queriendo trasmitir a nuestro mundo? La tenemos que recibir con alegría y con alegría tenemos que transmitirla.