Tenemos
que meditar el evangelio y rumiarlo bien en nuestro corazón, sin miedos, sin
suavizantes, sin filtros, con valentía, con apertura del corazón
Génesis 15,1-12.17-18; Salmo 104; Mateo
7,15-20
A veces pensamos ¿y de quien nos
podemos fiar? Nos sentimos engañados, bonitas apariencias, bonitas palabras,
promesas que ya no sabemos a qué más pueden llegar, pero pronto la apariencia
se desbarata, la máscara bonita que se han puesto para dar una buena imagen se
cae y al final es como una máscara de carnaval tirada por los suelos cuando se
acaba la fiesta, las palabras, como se suele decir, se las lleva el tiempo y
las promesas con engodo para engatusarnos que al final resulta venenoso. Lo
estamos viendo demasiado en nuestra sociedad y parece que se acaban las
ilusiones, porque ya nos cuesta creer en alguien.
Puede parecer un cuadro demasiado
trágico y triste el que estoy presentando pero por una parte no hago sino
reflejar mucho de lo que estamos viendo en la vida social, en la política, en
las relaciones entre unos y otros muy llenas de vanidad y en consecuencia de
demasiadas apariencias y caretas. Y es que además nos podemos ver envueltos en
esa turbina y terminar nosotros viviendo también de las apariencias y perdiendo
autenticidad en nuestra vida.
Nuestras palabras y nuestras obras han
de estar en la misma sintonía. Eso que llamamos congruencia, eso que nos tiene
que manifestar auténticos, tal como somos, quizás también con nuestros fallos,
pero con la aceptación de nuestros errores, con nuestros deseos de superarnos
aunque nos cueste, con nuestras ganas de querer seguir avanzando y subiendo
esos peldaños que nos llevan a ser mejores y a contribuir también a que nuestro
mundo sea mejor.
Jesús nos previene por una parte para
que no nos dejemos embaucar, pero también para que trabajemos por esa
autenticidad de nuestra vida. Y es que en nuestros ámbitos, llamémoslos
religiosos, también podemos encontrar esas tentaciones, o esos cantos de sirena
que quieren atraernos, como nos dice Jesús esos falsos profetas que no nos
trasmitirán con autenticidad la Palabra de Dios.
Ovejas con piel de lobos, los llama
Jesús. Muchos predicadores en todos los ámbitos o que de rigurosos se ponen
catastrofistas, lo que está muy lejos del sentido del evangelio que siempre es
un anuncio de alegría y de esperanza, o vienen con la suavidad de dulces
palabras que nada nos dicen o que nos confunden, personas que no son
constructivas con lo que nos dicen sino que sintiéndose furibundos profetas
todo lo quieren destruir para comenzar algo nuevo a su imagen. Pero también
podemos encontrarnos los que no se acercan con radicalidad y apertura de corazón
a la palabra y solo nos ofrecerán o cosas bonitas, o cosas repetidas tantas
veces como de memoria como una cantinela que ya no nos dicen nada. De todo nos
podemos encontrar.
¡Qué difícil es muchas veces ser fieles
de verdad a la Palabra de Dios! Algunas veces parece que le tenemos miedo, o
que aquello que vamos a escuchar o tengamos que decir nos compromete y nos
exige algo nuevo en nosotros que no estamos dispuestos a dar. Tenemos que
dejarnos guiar por el Espíritu del Señor, es quien nos lo revelará todo, es
quien va a conducirnos de verdad por esos caminos nuevos del Reino de Dios; es
quien inspira de verdad nuestra vida, pero tenemos que dejarnos conducir por
El.
Recuerdo de nuevo íntegro el texto del
evangelio que hoy se nos ha ofrecido. Tenemos que meditarlo y rumiarlo bien en
nuestro corazón, sin miedos, sin suavizantes, sin filtros, con valentía, con
apertura del corazón. ‘Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel
de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis.
¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Así, todo árbol
sano da frutos buenos; pero el árbol dañado da frutos malos. Un árbol sano no
puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no
da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los
conoceréis’.
Y nosotros, ¿qué fruto es el que
estamos manifestando?