Fuego que es purificación y generador de vida, fuerza del Espíritu que nos hace testigos y constructores de un nuevo mundo por la fuerza del amor
Romanos 6, 19-23; Salmo 1; Lucas 12, 49-53
Estas palabras de Jesús hoy en el evangelio que hablan de fuego, de muerte o de división de alguna manera siempre nos han resultado controvertidas y nos ha costado entenderlas, porque habla de un fuego que ha de arrasar, de un bautismo de pasión y muerte y nos habla finalmente de división contraponiéndola a la concordia y la paz.
Confieso que de alguna manera algunas veces me quedo como bloqueado cuando trato de entender estas palabras de Jesús, porque podría que parecer que van a la contra de todo lo que anuncia en el evangelio cuando nos habla del reino de Dios. Pero creo que quiere hacer con ellas una afirmación rotunda de lo que es el Reino de Dios que quiere para nosotros y para nuestro mundo.
Todo lo que se desboca y se sale de control se convierte en destructivo aun en aquellas cosas que consideremos más buenas; lo que perdido control nos domina y termina destruyéndonos porque nos esclaviza; lo podemos pensar de las propias pasiones humanas que en sí mismas son fuerza que nos impulsan en la vida, pero cuando se descontrolan solo nos dejamos guiar por el instinto y no por la razón que tiene que estar por encima y que es la que de la un valor y sentido humano a esa nuestra fuerza interior. ¿Será un instinto incontrolado el que guía hoy nuestras vidas? ¿Qué hay de humano en lo que hacemos?
El fuego, pues, descontrolado siempre nos resulta aterrador por lo destructivo y nos quedamos solo en esa imagen del fuego; un incendio de nuestros bosques que deja tras de sí desolación y destrucción, el incendio de una casa o una propiedad que nos hace perderla totalmente y no vamos más allá de lo que en sí mismo significa el fuego que es uno de los principio fundamentales de la vida y la existencia; porque no todo es destrucción sino que el fuego también es creador y transformador, o tras el fuego veremos renacer de nuevo la vida y la vegetación con nueva fuerza y nuevo brío, pero el descubrimiento del fuego y el control de esa llama fue uno de los pasos fundamentales en la vida del hombre pues también tras ese descubrimiento pudo haber luz en medio de la oscuridad, elaboramos nuestros alimentos, se convierte en motor de nuestros movimientos o de los medios que utilizamos para desplazarnos, como también podemos construir nuevas formas y nuevos elementos fundamentales para la vida del hombre; una llama parpadeante se convierte también en símbolo de vida. Cuántas imágenes de la luz y del fuego nos encontramos en la Biblia. Sería interesante hacer un repaso.
Jesús viene a prender ese fuego de vida en nuestros corazones y en nuestro mundo, como purificación por una parte si lo queremos ver también así, pero como principio de vida que ha de transformar nuestro mundo. La señal de la venida del Espíritu Santo, comienzo de la vida de la Iglesia en el envío de los discípulos por el mundo para anunciar el evangelio, fueron aquellas llamas de fuego que como imagen y signo se posaron sobre la cabeza de los apóstoles. Será ese fuego del corazón que nos hace intrépidos para el anuncio del evangelio que transforme en verdad nuestro mundo. ¿Nos extraña que Jesús nos diga que ha venido a prender fuego en el mundo y lo que quiere es que arda? Cuidado nosotros no apaguemos ese fuego del Espíritu con la frialdad de nuestra vida cristiana.
Entendemos así que Jesús nos hable de un bautismo por el que ha de pasar que significa muerte pero que significa vida también. Es la entrega del amor que nos hace morir a nosotros mismos pero para poder tener vida de la de verdad. Fue la pregunta que le hacía a aquellos dos que querían ocupar los dos primeros lugares en su reino, uno a la derecha y otro a la izquierda, ‘¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber, bautizaros en el baal timo donde yo me he de bautizar?’
Una pregunta importante a la que no hemos de dar respuesta a la ligera, porque tenemos que calibrar bien las consecuencias a ver si somos capaces de llegar hasta el final. El evangelio no es para los enclenques y los que necesitan continuamente paños calientes; es un camino de exigencia porque es un camino de amor, y cuando queremos amar no lo podemos hacer a medias o con paños calientes, el que ama de verdad se da hasta el final. Se deja incendiar por ese fuego del amor divino, con todas sus consecuencias.
Y unas consecuencias que nos van a surgir es la incomprensión de los demás por esas actitudes radicales que nosotros tomamos en congruencia con nuestra fe. Es la división que nos vamos a encontrar, que es lo que nos está señalando Jesús. Y esa incomprensión nos viene muchas veces de los que están más cerca de nosotros. No quiere hablarnos Jesús de que las familias han de estar divididas, porque eso sería todo lo contrario a lo que pretende el evangelio, pero sí nos hace comprender que no siempre el camino será fácil, y no por los de fuera que pretenderán echarnos sus zancadillas, sino por la incomprensión de los más cercanos a nosotros.
Pero será ese vigor que sentimos dentro de nosotros por el fuego del Espíritu el que nos seguirá impulsando para continuar con nuestra tarea y misión, para ser esos testigos verdaderamente congruentes del evangelio en medio del mundo.
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