Aprendamos
a rumiar cuanto nos sucede con una mirada nueva para llegar a descubrir la mano
de Dios, la presencia de Dios que viene a nosotros con su salvación
Romanos 7, 18-24; Salmo 118; Lucas 12,54-59
La vida nos va enseñando, de la vida
vamos aprendiendo. Las experiencias que vivimos nos enseñan, si somos capaces
de ser reflexivos, de masticar y rumiar en nuestro interior lo que nos va
sucediendo para sacar lecciones. Así vamos mostrando nuestra madurez. Son los
mismos acontecimientos, las señales de la naturaleza, las cosas que vemos hacer
a los demás en lo que vamos aprendiendo. Pero es necesario ir acumulando esa
sabiduría en nuestro interior, guardándolos en la biblioteca de nuestro corazón
para cuando lleguen semejantes circunstancias recordemos lo que hicimos, lo que
nos salió mal, lo que nos fue productivo y ahora haciendo un juicio de valor de
lo que nos sucede saber interpretar, saber actuar.
Lecciones que no siempre nos dan los
libros, pero tenemos el libro de la vida de donde aprender. Claro que también
lo que hemos estudiado tiene que servirnos para esa formación, para alcanzar
esa madurez, porque también con esas mismas técnicas de estudio que hemos
seguido, las empleamos para analizar la vida conjuntando todos esos
conocimientos.
Triste los que en la vida siguen siendo
niños, no por esa ingenuidad maravillosa para no ver malicias, sino porque no
hemos crecido, porque no hemos madurado, porque no hemos aprendido de esas
lecciones de la vida. Son cosas en las que tenemos que pararnos a pensar muchas
veces analizando esa madurez que hemos ido alcanzando, no para llenarnos de
orgullo y sentirnos por encima de los demás, sino para tener esa sabiduría de
la vida.
Podemos estar pensando en el lado de
los conocimientos humanos, pero también en lo que son nuestras relaciones con
los demás, como también en ese sentido hemos de pensar en ese compromiso que
tenemos con la vida y con el mundo que nos rodea, del que no podemos sentirnos
ajenos o alejados sino ver esa seriedad de la vida y lo que a la mejora de ese
mundo tenemos que contribuir.
Pero además es algo que arranca también
de nuestra fe que tiene que llevarnos a ese compromiso con nosotros mismos,
pero también a ese compromiso con la sociedad que nos rodea o con esas personas
con las que hacemos camino en común.
Hoy en el evangelio Jesús quiere
hacernos pensar, precisamente partiendo de esa lectura humana que hacemos de la
vida y los acontecimientos, para que seamos capaces de ver las señales de Dios.
No vemos a Dios decimos a veces, o dicen tantos a nuestro lado. Hay que abrir
los ojos, hay que descubrir las señales, hemos de aprender a entrar en una
sintonía espiritual, hemos de saber elevarnos de esa materialidad de la vida
que algunas veces nos vuelve insensibles a las cosas del espíritu. Nos entorpecemos
para lo espiritual cuando vivimos demasiado obsesionados con lo material, con
lo económico, con la riqueza que deseamos tener, o con el poder que queremos
alcanzar. ¿Estará ahí lo que en verdad va a dar más plenitud a nuestra vida?
¿Será esa nuestra verdadera riqueza y nuestra auténtica sabiduría?
La gente en muchas ocasiones le pedía a
Jesús signos de que en verdad era el enviado del Señor, y no sabían leer los
signos que Jesús continuamente realizaba en medio de ellos. Incluso en los
milagros que Jesús hacía no sabían ver esas señales de Dios; recordemos como
algunos incluso se los quieren atribuir al poder del espíritu del mal. Quizás
la multiplicación de los panes les valía solamente para llenar sus estómagos
sin caer en la cuenta del signo del alimento mejor que Jesús estaba ofreciéndoles;
la curación de un enfermo, un paralítico, un ciego o un leproso, solo lo veían
como el beneficio de estar sanos en su cuerpo o en sus sentidos, pero no caían
en la cuenta de la salud más honda que Jesús en verdad nos viene a traer con su
salvación.
Sepamos descubrir en el mundo de hoy
esas señales de Dios, sepamos leer la historia de cada día con ojos de fe, en
la bondad de tantos a nuestro alrededor que ofrecen con generosidad sus vidas
para hacer el bien, veamos una presencia de Dios que nos habla, que nos llama,
que nos da una nueva visión, que nos hace tener una mejor sabiduría de la vida.
¿Aprenderemos a rumiar cuanto nos
sucede para llegar a descubrir la mano de Dios, la presencia de Dios que viene
a nosotros con su salvación?
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