viernes, 24 de octubre de 2025

Aprendamos a rumiar cuanto nos sucede con una mirada nueva para llegar a descubrir la mano de Dios, la presencia de Dios que viene a nosotros con su salvación

 


Aprendamos a rumiar cuanto nos sucede con una mirada nueva para llegar a descubrir la mano de Dios, la presencia de Dios que viene a nosotros con su salvación

Romanos 7, 18-24; Salmo 118; Lucas 12,54-59

La vida nos va enseñando, de la vida vamos aprendiendo. Las experiencias que vivimos nos enseñan, si somos capaces de ser reflexivos, de masticar y rumiar en nuestro interior lo que nos va sucediendo para sacar lecciones. Así vamos mostrando nuestra madurez. Son los mismos acontecimientos, las señales de la naturaleza, las cosas que vemos hacer a los demás en lo que vamos aprendiendo. Pero es necesario ir acumulando esa sabiduría en nuestro interior, guardándolos en la biblioteca de nuestro corazón para cuando lleguen semejantes circunstancias recordemos lo que hicimos, lo que nos salió mal, lo que nos fue productivo y ahora haciendo un juicio de valor de lo que nos sucede saber interpretar, saber actuar.

Lecciones que no siempre nos dan los libros, pero tenemos el libro de la vida de donde aprender. Claro que también lo que hemos estudiado tiene que servirnos para esa formación, para alcanzar esa madurez, porque también con esas mismas técnicas de estudio que hemos seguido, las empleamos para analizar la vida conjuntando todos esos conocimientos.

Triste los que en la vida siguen siendo niños, no por esa ingenuidad maravillosa para no ver malicias, sino porque no hemos crecido, porque no hemos madurado, porque no hemos aprendido de esas lecciones de la vida. Son cosas en las que tenemos que pararnos a pensar muchas veces analizando esa madurez que hemos ido alcanzando, no para llenarnos de orgullo y sentirnos por encima de los demás, sino para tener esa sabiduría de la vida.

Podemos estar pensando en el lado de los conocimientos humanos, pero también en lo que son nuestras relaciones con los demás, como también en ese sentido hemos de pensar en ese compromiso que tenemos con la vida y con el mundo que nos rodea, del que no podemos sentirnos ajenos o alejados sino ver esa seriedad de la vida y lo que a la mejora de ese mundo tenemos que contribuir.

Pero además es algo que arranca también de nuestra fe que tiene que llevarnos a ese compromiso con nosotros mismos, pero también a ese compromiso con la sociedad que nos rodea o con esas personas con las que hacemos camino en común.

Hoy en el evangelio Jesús quiere hacernos pensar, precisamente partiendo de esa lectura humana que hacemos de la vida y los acontecimientos, para que seamos capaces de ver las señales de Dios. No vemos a Dios decimos a veces, o dicen tantos a nuestro lado. Hay que abrir los ojos, hay que descubrir las señales, hemos de aprender a entrar en una sintonía espiritual, hemos de saber elevarnos de esa materialidad de la vida que algunas veces nos vuelve insensibles a las cosas del espíritu. Nos entorpecemos para lo espiritual cuando vivimos demasiado obsesionados con lo material, con lo económico, con la riqueza que deseamos tener, o con el poder que queremos alcanzar. ¿Estará ahí lo que en verdad va a dar más plenitud a nuestra vida? ¿Será esa nuestra verdadera riqueza y nuestra auténtica sabiduría?

La gente en muchas ocasiones le pedía a Jesús signos de que en verdad era el enviado del Señor, y no sabían leer los signos que Jesús continuamente realizaba en medio de ellos. Incluso en los milagros que Jesús hacía no sabían ver esas señales de Dios; recordemos como algunos incluso se los quieren atribuir al poder del espíritu del mal. Quizás la multiplicación de los panes les valía solamente para llenar sus estómagos sin caer en la cuenta del signo del alimento mejor que Jesús estaba ofreciéndoles; la curación de un enfermo, un paralítico, un ciego o un leproso, solo lo veían como el beneficio de estar sanos en su cuerpo o en sus sentidos, pero no caían en la cuenta de la salud más honda que Jesús en verdad nos viene a traer con su salvación.

Sepamos descubrir en el mundo de hoy esas señales de Dios, sepamos leer la historia de cada día con ojos de fe, en la bondad de tantos a nuestro alrededor que ofrecen con generosidad sus vidas para hacer el bien, veamos una presencia de Dios que nos habla, que nos llama, que nos da una nueva visión, que nos hace tener una mejor sabiduría de la vida.

¿Aprenderemos a rumiar cuanto nos sucede para llegar a descubrir la mano de Dios, la presencia de Dios que viene a nosotros con su salvación?

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