lunes, 20 de octubre de 2025

Mirad, nos dice Jesús: guardaos de toda clase de codicia, pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes. ¿Dónde ponemos la felicidad?

 


Mirad, nos dice Jesús: guardaos de toda clase de codicia, pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes. ¿Dónde ponemos la felicidad?

Romanos 4, 20-25; Sal. Lc 1,69-75; Lucas 12,13-21

Hace unos días alguien me comentaba con gozo cómo ahora le iban marchando mejor las cosas, después de haber conseguido un trabajo más estable; esta persona, por supuesto, en sus planes no estaba por el derrochar como consecuencia de que ahora le iban las cosas mejor, y comentábamos entre los dos la tentación que podía surgir de comenzar a tener una vida esplendorosa y analizábamos un poco el valor que habíamos de darle a esos bienes materiales con una mirada más amplia de solo quedarse en lo mejor que podemos vivir ahora queriendo incluso disfrutar más allá de las posibilidades, pero que además con lo que tengamos no podemos encerrarnos en nosotros mismos, porque terminaríamos volviéndonos egoístas e insolidarios.

Me vino el recuerdo de esta conversación a partir de lo que escuchamos hoy en el evangelio. La ocasión vino de unos pleitos entre hermanos por cuestión de herencias y posesiones en lo que querían que Jesús tomara parte como juez, pero que Jesús aprovecha para dejarnos hermosas enseñanzas. ‘Mirad, les dice Jesús: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes’. Y tenemos que pensarnos esta consideración de Jesús. ¿De qué depende nuestra vida? ¿Cuáles son realmente nuestros objetivos y nuestras metas? ¿Qué es lo que consideramos primordial? ¿El dinero? ¿El poder? ¿El placer? Miremos a nuestro alrededor y veamos las tensiones y tentaciones a las que estamos continuamente sometidos. ¿En que ponemos nuestra felicidad? ¿Queremos ir de ‘sobrados’ en la vida? ¿Dónde ponemos todos nuestros esfuerzos?

Jesús para ayudarnos a comprender sus palabras nos propone una sencilla parábola. El hombre que tuvo una gran cosecha y almacenó muchos bienes y riquezas de manera que incluso tuvo que agrandar sus bodegas; le parecía que ya tenía la vida resuelta; ¿para qué trabajar mas? A darse la buena vida. Mira por donde andan nuestros sueños. No es que no tengamos que disfrutar de la vida; Dios no quiere eso para el hombre, por eso cuando nos creó nos puso en un jardín al que llamamos paraíso terrenal. Y queremos seguir soñando con ese paraíso terrenal. ¿Lo llamamos estado del bienestar? ¿Nos construimos un mundo de placeres? ¿Nos engallamos con el poder de manera que no hay quien nos baje de los pedestales?

Dios quiere, es cierto, que seamos felices. Las señales del Reino nuevo de Dios que viene a instaurar pretenden que el sufrimiento vaya desapareciendo de la vida, que en lugar de hacernos daño con nuestros orgullos y egoísmos seamos capaces de buscarnos mutuamente el bien los unos de los otros. Y por ahí tendrá que ir el sentido de todo lo que somos y de lo que tenemos, no solo para una satisfacción personal, solo para mi propio placer, sino hacer que desde lo que soy y tengo pueda contribuir, pueda hacer que los demás sean más felices, que todos seamos más felices.

No es enrocarnos en nosotros mismos. Porque ese mundo ficticio e interesado que nos creamos un día se nos desinflará y nos quedamos en nada. La parábola habla de que aquella noche le llegó la hora de la muerte a aquel hombre y se pregunta ¿todo lo almacenado de quien será? Ya en la motivación de la parábola estaba la petición que le hacía alguien a Jesús para que actuara de juez entre pleitos de hermanos por herencias. Y bien sabemos cómo nos destruimos a nosotros mismos y terminaremos por no disfrutar de nada cuando vivimos con esos apegos y esclavitudes de lo material.

Así es el que atesora solo para sí y no es rico ante Dios’, termina diciéndonos Jesús.

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