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sábado, 4 de enero de 2025

Aquellos dos primeros discípulos no solo querían saber donde vivía Jesús sino que más bien querían pasar un día con Jesús y conocerle

 


Aquellos dos primeros discípulos no solo querían saber donde vivía Jesús sino que más bien querían pasar un día con Jesús y conocerle

1Juan 3, 7-10; Salmo 97; Juan 1, 35-42

Me gustaría pasar un día contigo… ¿No habremos expresado algo así alguna vez a un amigo o alguien también nos habrá manifestado ese deseo? Dos amigos que poco a poco se van conociendo y que van entrando en estrecha amistad y que desean estar juntos; alguien que quizás recientemente hemos conocido pero nos ha llamado la atención su forma de ser o de pensar, con quien veíamos que podíamos tener buena comunión y que queremos conocer más porque nos sentimos muy a gusto con él…No ya es solo saber cosas de su historia o de su vida, sino que es algo mucho más hondo lo que sentimos y que sabemos que puede anudar una hermosa amistad. Luego vamos a hablar del amigo que encontramos, vamos a resaltar sus valores, nos sentiremos orgullosos y felices de ser su amigo.

Algo si sucedió en aquella tarde cuando aquellos dos discípulos del Bautista se fueron tras aquel a quien Juan había señalado como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Muchos se habían congregado en torno al Bautista para escuchar sus anuncios de lo nuevo que estaba por suceder y escuchando las palabras de Juan se sometían a aquel bautismo en las aguas del Jordán. Aquel que ahora era señalado como el Cordero de Dios también se había puesto en las filas de los que recibían el bautismo y ahora Juan decía que cosas maravillosas y extraordinarias habían sucedido porque había visto bajar al Espíritu de Dios en forma de paloma sobre El al salir de las aguas del Jordán.

Ahora ellos se habían ido tras El porque algo más buscaban tras las indicaciones de Juan el Bautista. ‘¿Qué buscáis?’ había sido la pregunta que les había dirigido, ¿por qué me seguís? ¿Qué es lo que buscan o desean? Pero no eran cosas lo que buscaban, tampoco eran solo palabras ni recomendaciones, querían estar con El, querían conocerle, quería saber cómo era su vida. ‘Maestro, ¿dónde vives?’

Y estuvieron con El y le conocieron, estuvieron con El y algo nuevo de verdad encontraron, estuvieron con El y ya comenzaron a hablar a todos de El; Andrés a su hermano Simón al que convencería de que habían encontrado al Mesías, más tarde sería Felipe el que tendría noticia de Jesús, y también éste comenzaría a pasar la noticia, porque con entusiasmo se la comunicaba a Natanael al que convenció para que también viniera a estar con Jesús a pesar de sus reticencias y desconfianzas.

Es muy importante este detalle que en cierto modo nos puede pasar desapercibido del evangelio que hoy escuchamos. Queremos pasar un día con Jesús, como comenzábamos nuestra reflexión. ¿Será realmente lo que queremos y lo que buscamos cuando nos decimos cristianos y seguidores de Jesús y miembros de su Iglesia? Es cierto que necesitamos de la mediación de alguien que nos anuncie, que nos comunique, que nos dé señales del camino; así la mayoría de nosotros hemos bebido nuestra fe en la familia, de nuestros padres o nuestros mayores, o tantas otras mediaciones que a lo lago de la vida hemos tenido, una catequesis en la infancia, unas celebraciones de las que nos hemos hecho participes en tantos momentos de la vida, unas fiestas religiosas en las que habremos participado, una asistencia a unos lugares determinados de especial devoción en nuestros pueblos, pero preguntémonos seriamente, ¿habremos deseado realmente estar un día con Jesús?

Podríamos decir que de mil manera Dios nos ha abierto sus puertas para que vayamos a El y nos encontremos con El, para que escuchemos su Palabra o nos enriquezcamos con la gracia de sus sacramentos, pero ¿le habremos abierto nuestras puertas, las puertas de nuestra vida a Jesús para que venga a estar con nosotros?

Lo de aquellos dos discípulos no solo fue que Jesús les dijera que fueran con El y vieran donde vivía, sino que de alguna manera aquellos dos discípulos ya tenían también una predisposición – quizás con su curiosidad por saber algo más de aquello que les había hablado el Bautista – para dejar que Jesús entrara en sus vidas. Es conocer donde Jesús vive, o es hacer que Jesús venga a vivir en nosotros, o sea, como decíamos, pasar en día con Jesús.

¿Será algo que nos tendría que hacer pensar?

viernes, 3 de enero de 2025

Juan Bautista supo ocupar su lugar y su misión, dar testimonio y preparar el camino, su humildad nos manifiesta la grandeza de su espíritu

 


Juan Bautista supo ocupar su lugar y su misión, dar testimonio y preparar el camino, su humildad nos manifiesta la grandeza de su espíritu

1Juan 2, 29 – 3, 6; Salmo 97; Juan 1, 29-34

No siempre es fácil ocupar cada uno su lugar, sobre todo cuando tenemos que dar paso a quien sabemos que es superior a nosotros; no porque hayamos llegado en primer lugar, no porque nosotros tengamos cosas importantes que hacer, misiones importantes que nos han encomendado tenemos que sentirnos superiores cuando precisamente nuestra misión ha consistido en facilitar, por decirlo así, el acceso al otro a ocupar el lugar que le corresponde.

Ya sabemos cómo fácilmente se crean conflictos de intereses entre unos y otros cuando nos falta la humildad suficiente para reconocer nuestro sitio y nuestra función; por esa falta de humildad, que a la larga es falta de grandeza en nuestra vida, no somos capaces tantas veces de reconocer el valor de los otros. En muchas situaciones así nos encontramos muchas veces en la vida que nos lleva a sufrimientos innecesarios. Saber dar paso al otro manifiesta también la grandeza de nuestro espíritu, aunque nos parezca que nuestro lugar es inferior.

Eso lo tenía muy claro Juan Bautista. En otro momento llegaría a decir que lo importante era que ‘El crezca y que yo mengüe’ en su referencia a Jesús. Ahora nos dirá claramente que él ha venido para dar testimonio, su misión solamente era preparar el camino, recordando así lo anunciado por los profetas. El era solo la voz que sonaba en el desierto, pero era la Palabra la que había de resonar de verdad. ‘Yo no lo conocía, nos dirá, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel’. Y era la misión que estaba realizando.

Así lo había manifestado a aquella embajada que había llegado de Jerusalén, preguntándole por qué bautizaba, qué hacía realmente allí en la orilla del Jordán, y claramente había dicho que no era el Mesías, pero que en medio de ellos estaba aunque no lo conocieran.

Hoy vemos un testimonio directo y claro al paso de Jesús, a quien señala a sus discípulos que es ‘el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’. Y lo hace valientemente y con decisión, aunque sus discípulos se marchen detrás de Jesús. Era su misión, señalar el camino.

‘He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo’. Y da testimonio claramente. ‘Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios’.

Es la humildad y la grandeza de quien sabe dar paso a quien tiene que ir por delante. ‘Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo’, nos dirá. Por algo Jesús dirá de él que no ha nacido de mujer nadie mayor que él; su humildad está manifestando su grandeza. Su misión señalar el camino y es lo que realiza. Con qué gozo en el corazón tenemos que escucharlo, recibir su testimonio. Por algo la Iglesia desde siempre ha considerado la grandeza de la misión del Bautista.

Creo que son buenas lecciones para nuestra vida, como ya considerábamos al principio de esta reflexión. Aprendamos a saber ocupar nuestro lugar; y ocupar nuestro lugar no es ocultarnos o desaparecer, sino estar ahí en el momento oportuno, ahí con la palabra adecuada, ahí con el testimonio claro pero también con humildad; es saber reconocer lo nuestro en su cruda y grande al mismo tiempo realidad, pero para aprender a aceptar, comprender y valorar a los demás, lo que hacen, lo que es su función en la vida, su responsabilidad. Aunque nos cueste, aunque nos sintamos tentados, como tantas veces sucede, a las zancadillas; no seremos mayores cuando ocupemos un lugar o una función después de una zancadilla, sino cuando tengamos la grandeza de reconocer el valor del otro para que ocupe el lugar que le corresponde.

Qué triste lo que contemplamos tantas veces en nuestro mundo, ese testimonio negativo que tantas veces nos ofrecen incluso nuestros dirigentes en todos los ámbitos; una cosa que tenemos que saber cuidar también en nuestras comunidades, porque a ello también nos sentimos tentados y demasiadas veces aparece la envidia y los celos cuando vemos a otro avanzar en la vida, en responsabilidades o en funciones que quizás nosotros apetezcamos también ocupar.

Sepamos, pues, descubrir nuestro lugar sintiéndonos orgullos de él, aunque nos parezca un lugar pequeño o parezca que pasa desapercibido, pero por algo y para algo está ese engranaje que nosotros podamos ser y con ellos podremos contribuir a cosas grandes, nos hace falta esa humildad de corazón que será lo que verdaderamente nos dará grandeza.

jueves, 2 de enero de 2025

En medio de vosotros está y no lo conocéis y son tantas las señales de Dios a nuestro lado mientras seguimos con nuestra imaginación buscando milagros extraordinarios

 


En medio de vosotros está y no lo conocéis y son tantas las señales de Dios a nuestro lado mientras seguimos con nuestra imaginación buscando milagros extraordinarios

1Juan 2, 22-28; Salmo 97; Juan 1, 19-28

No sé quien es del que me estás hablando, habremos dicho o nos habrán dicho en alguna ocasión cuando no terminamos de entender aquello de lo que nos están hablando o aquel de quien nos hablan. Si está ahí, a tu lado, nos vienen a decir, lo ves cada día pero no terminas de saber quien es; parece que pasa desapercibido en medio nuestro, no terminamos de ver las señales, no terminamos de reconocerle; quizás porque nosotros nos imaginamos otra cosa, nos habíamos hecho otra idea, nos habíamos dejado llevar por aquello que habíamos imaginado.

Sucedía con Jesús. Como nos dice hoy el Bautista ‘en medio de vosotros está y no lo conocéis’. Las gentes se habían hecho una idea, la propia figura de Juan podía resultar engañosa, no porque Juan quisiera engañar, sino que su presencia profética podría parecer extraña o extraordinaria y por eso la gente podía pensar que Juan era el Mesías esperado. De ahí las preguntas que hoy le hacen, la embajada que le envían de Jerusalén. Pero El les dice y les repite que en medio de ellos está y no le quieren reconocer.

Bien sabemos también la idea que se habían hecho del Mesías, como un poder fáctico que aglutinara a la gente en contra de los que consideraban sus opresores porque eran los que en aquellos momentos dominaban Palestina, y se habían hecho la idea poco menos que de un Mesías guerrero, de un Mesías libertador, pero sin comprender bien las palabras de los profetas que hablaban de esa liberación, como Jesús mismo recuerda en la proclamación que hará en la sinagoga de Nazaret.

Venía, sí, lleno del Espíritu de Dios para ser la liberación de los oprimidos, y los ciegos recobrarían la vista, los inválidos el movimiento de sus miembros atrofiados, y los cautivos la libertad. Pero el profeta habla del Año de gracia del Señor, de otro sentido de esa amnistía. Por eso no reconocerán a Jesús que perdona los pecados antes de liberar al paralítico de su camilla; no entenderán que ofrezca el perdón a la mujer pecadora que le lava los pies con sus lágrimas; no entenderán que coma con publicanos y prostitutas porque el médico viene a sanar a los enfermos.

‘En medio de vosotros está y no le conocéis’, les dice Juan Bautista a los que vienen en embajada desde Jerusalén. Es el que viene a bautizar con Espíritu Santo y fuego, porque será la verdadera transformación que quiere realizar en nuestra vida.

Nosotros decimos que confesamos nuestra fe en Jesús y le reconocemos, pero ¿seremos capaces de hacerlo presente de alguna manera en nuestro mundo para que el mundo le reconozca? ¿Seremos también capaces de reconocer a Jesús que se hace presente en medio de nosotros, en nuestro mundo, en cuanto nos sucede, en aquellos que están a nuestro lado?

Son también las señales de Dios que nosotros hemos de saber reconocer. Nos ha dicho que cuando hagamos a los demás, a El se lo hacemos, pero en los otros no sabemos verle, ni en el pobre ni en el que nos tiende la mano en el camino, ni en ese que ha llegado a nuestra tierra desde otros lugares y ahora seguramente vaga en medio nuestro buscando un trabajo o una acogida y nosotros dejamos pasar de largo porque con él no queremos mezclarnos, ni en ese anciano que calladamente sufre su soledad porque nadie atiende, porque nadie visita, para quien nadie tiene un momento para hacerse presente o tener una palabra de aliento y de consuelo, ni en ese que vemos sentarse solitario en la plaza y con quien nadie habla porque quizás su presencia nos intimida y tratamos de ignorarlo a causa de nuestros temores o nuestros prejuicios…

Son tantas las señales de Dios a nuestro alrededor y seguimos viajando con nuestra imaginación buscando milagros extraordinarios, y seguimos pasando sin prestar atención a esas cosas sencillas donde se hace presente Dios. Aunque en estos días hablamos mucho de un niño nacido en la pobreza de un portal y recostado humilde entre las pajas de un pesebre, con señales semejantes tenemos a mucho en derredor nuestro y no sabemos ver cómo a través de ellos nos llega la salvación de Dios, a través de ellos tiene que hacerse navidad en nosotros.

miércoles, 1 de enero de 2025

Que la mirada de María se pose sobre nuestros corazones haciéndonos llegar la mirada de Dios que es bendición de Dios para nosotros hoy

 


Que la mirada de María se pose sobre nuestros corazones haciéndonos llegar la mirada de Dios que es bendición de Dios para nosotros hoy

Números 6, 22-27; Salmo 66; Gálatas 4, 4-7; Lucas 2, 16-21

Días de bendiciones, de felicitaciones, de regalos, de alegría… son algunas de las características de estos días. Son las palabras y deseos que decimos y repetimos en estos días. Palabras que decimos, porque es navidad; cosas que decimos, porque es año nuevo y expresamos tantos buenos deseos para nosotros mismos y para todos; palabras que decimos, porque todos tenemos ansias de alegría y de fiesta, porque de algunas manera estamos como obstinados por tantas oscuridades que nos van apareciendo en la vida, problemas, violencias, luchas, vacíos… que queremos algo distinto, algo que nos traiga alegría, algo que nos haga disfrutar mejor de la vida, que nos haga olvidar esos momentos oscuros y duros.

¿Serán deseos de trascender nuestra vida más allá de lo caduco que cada día vamos encontrando y no nos llena, nos deja vacíos, para buscar algo más permanente y nos alcance una mayor plenitud?

Seguimos celebrando Navidad y queremos hacerlo con la misma solemnidad y con el mismo fervor. Es la octava de la Navidad. Y la Iglesia nos invita hoy a mirar a María en su maternidad divina; es la madre de Jesús que por eso mismo para nosotros se convierte en la madre de Dios, porque en Jesús estamos viendo, así lo confiesa nuestra fe, al Hijo de Dios que tomando nuestra carne se ha encarnado para hacerse hombre como nosotros, ha plantado su tienda entre nosotros. Y así, pues, contemplamos a María, la Madre de Dios.

Decíamos que son días de bendiciones y así nos aparece en la primera lectura esa bendición que Moisés propone a Aarón como fórmula con la que bendeciría al pueblo. ¿Y qué es la bendición de Dios sino que Dios vuelva su rostro compasivo sobre nosotros mostrándonos así su amor?  ‘El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre tu rostro y te conceda la paz’.

Dios ha vuelto su rostro sobre nosotros y nuestro mundo y nos ha dado a Jesús. Es lo que estamos celebrando precisamente en Navidad. Eso es precisamente lo que significa el nombre que le imponen al Niño, como nos dice el evangelista, como lo había llamado el ángel antes de su nacimiento. Dios es mi Salvador, viene a ser su significado.

El nombre de Jesús, pues, viene ya en sí mismo a ser una bendición para nosotros. ¿No decíamos que desde los vacíos de nuestra vida pretendemos trascendernos para encontrar aquello que nos llene en plenitud? En Jesús venimos a encontrarnos con esa paz que nos salva. Es el que viene a traernos la paz, como se nos dice en la bendición que se nos ofrecía en la primera lectura, porque viene a inundarnos del amor de Dios.

La paz en su sentido más profundo es mucho más que la carencia de violencia o de guerra; la paz nos está hablando de la integridad de nuestra vida, nos está hablando de la mejor realización de nosotros mismos, nos está señalando esa serenidad interior que nos sana por dentro alejando de nosotros todo tipo de malicia y maldad, nos está poniendo por encima de desconfianzas y recelos para encontrar esa armonía en nuestro espíritu pero también en nuestra relación con los demás, nos habla de rectitud y honradez, de lealtad y generosidad de espíritu, de comprensión y misericordia porque quien no sabe perdonar no sabrá nunca lo que es la paz, nos hace caminar sendas de humildad y sencillez para sentirnos siempre cercanos a los demás, nos abre a lo gratuito y desinteresado y al mismo tiempo nos hace agradecidos.

Hoy para nosotros es el día de la paz, la jornada que la Iglesia nos ha propuesto ya hace muchos años para celebrar y para pedir por la paz. Pedimos por ese mundo nuestro tan necesitado de paz, y pensamos en tantas guerras que afligen nuestro mundo en tantos lugares; pero pedimos y queremos construir la paz allí donde estamos, con los más cercanos, porque tenemos que comenzar por nuestras familias y por los que nos rodean en el día a día; cuánto nos cuesta, cuántas barreras nos interponemos, cuántas distancias mantenemos disimuladamente pero muy reales.

Pedimos la paz para nosotros mismos; tenemos que construirla, tenemos que sacar a flote esos valores que nos hacen encontrar la paz, en todo aquello que antes veníamos reflexionando. Una tarea ingente, porque algunas veces ahí dentro de nosotros mismos es donde más nos cuesta conseguir esa paz, que no puede ser una cosa ficticia, que no se puede quedar en apariencias, que tiene que nacer del corazón, que tenemos que vivir allá en lo más hondo de nosotros mismos sanando nuestro corazón de tantas heridas que lo van dañando.

Es una bendición que recibimos y que compartimos. Hoy también de manos de María. Quiero mirar el rostro de María en este momento en que los pastores llegan al portal buscando aquello que les había anunciado Dios por medio del ángel. Ojos de sorpresa, quizás, cuando todo se llenaba de luz con la presencia de los ángeles, con la presencia de aquellos pastores; qué lazos de afecto y gratitud se crearían en aquellos momentos entre María y los pastores, quien había visto cerrarse las puertas de las posadas a su llegada a Belén ahora era acogida por los pobres que poco tenían pero que tanto estaban ofreciendo con su presencia a los pies del niño. ¿Cómo sería entonces la mirada de la madre?

Que esa misma mirada de María se pose sobre nuestros corazones haciéndonos llegar la mirada de Dios. Su mirada es bendición de Dios para nosotros hoy.

martes, 31 de diciembre de 2024

El verdadero creyente tiene que hacer navidad cada día, porque cada día se ve envuelto por la presencia de Dios que llena de su luz su vida y su mundo

 


El verdadero creyente tiene que hacer navidad cada día, porque cada día se ve envuelto por la presencia de Dios que llena de su luz su vida y su mundo

1Juan 2, 18-21; Salmo 95; Juan 1, 1-18

 ‘En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios…’ Estamos escuchando el principio del evangelio,  el primer anuncio, en esta semana de la octava de la navidad que estamos culminando pero en las circunstancias sociales que vive nuestra sociedad en el final del calendario del año y comienzos de un año nuevo. Podemos encontrarle un sentido y puede ser una luz también ese camino que cada día vamos realizando.

Este anuncio de evangelio de luz que quiere brillar en las tinieblas pero que no siempre las tinieblas no se dejan eliminar por esa luz; nos habla de su venida hasta nosotros, pero que nosotros nos siempre hemos querido recibir. En estos momentos de finales de año nos vendría bien recordar nuestra historia, la historia que hemos vivido en este año, la historia de Dios en nuestra vida que siempre es una historia de salvación, porque siempre está la oferta de Dios a la que contraponemos nuestra respuesta.

Podemos recordar, tendríamos que recordar de cuantos signos y señales nos ha rodeado el Señor de su presencia a lo largo de este año, de los acontecimientos que hemos vivido, como de cada paso que hemos dado. Nos siempre nos es fácil hacer estas recapitulaciones sobre todo porque nos duele recordar nuestras sombras, las sombras que hemos ido interponiendo a esas señales de Dios; no siempre hemos sabido entrar en la sintonía de Dios, ha habido momentos en que le hemos dado la espalda, no nos hemos querido enterar de esas señales, hemos preferido nuestros camino aunque buscando caminos fáciles sin embargo se nos han hecho escabrosos.

Nos suele pasar cuando dejamos que predomine en nosotros el egoísmo, el pensar solo en nosotros mismos o en nuestros intereses, cuando nos hemos dejado arrastrar por nuestros orgullos o nuestras autosuficiencias y no hemos querido escuchar la voz de Dios, no hemos querido estar atentos a esas señales de Dios. Ahí están y son nuestra historia con la que tenemos que contar. Forma parte de nuestra vida que tenemos que redimir, en la que tenemos que saber ver la obra de salvación de Dios en nosotros.

Es también el repaso que hemos de hacer con corazón agradecido y queriendo que todo haya sido siempre para la gloria de Dios. Nos hemos sentido en muchos momentos de nuestra vida iluminados por su luz, hemos sabido también escuchar su llamada y podemos tener la satisfacción de las cosas buenas que hemos realizado. Todo siempre para la gloria de Dios. Son los pasos de vida que hemos ido dando, esa nueva profundidad espiritual que le hemos ido dando a nuestra vida, ese amor que hemos ido regalando, ese granito de arena que hemos ido poniendo también en el crecimiento del Reino de Dios, ese bien que hemos ido haciendo calladamente a los que están a nuestro lado. Ha brillado también la luz en nosotros y la hemos hecho brillar, aunque no haya sido lo suficiente, en el mundo que  nos rodea. Tenemos que dar gloria a Dios por ello que nos dio su gracia para que pudiéramos realizarlo.

‘Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios’. Así nos sentimos nosotros. Así hemos hecho navidad en nuestra vida. ‘Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad’

Es lo que hemos venido celebrando en estos días. Es lo que ha hecho Navidad. Es el verdadero sentido y valor de estas fiestas. Pero es lo que tiene que hacer navidad cada día del año. Es la tarea del verdadero creyente.

lunes, 30 de diciembre de 2024

Vivir la hora de Dios allí donde estemos y seamos lo que seamos, y aprendamos a ser un regalo de Dios para los demás

 


Vivir la hora de Dios allí donde estemos y seamos lo que seamos, y aprendamos a ser un regalo de Dios para los demás

1Juan 2, 12-17; Salmo 95; Lucas 2, 36-40

Dos personajes, por llamarlos de alguna manera, nos aparecen hoy en esta página del evangelio, podríamos decir que en los extremos del reloj de la vida. Un niño recién nacido que comienza el lento caminar del reloj de su vida aunque será de suma trascendencia, que como nos dice el evangelista iba creciendo y robusteciéndose lleno de sabiduría, y una anciana que podríamos decir está en sus minutos finales, pues era de edad muy avanzada, que sin embargo son para nosotros un hermoso signo y una llamada importante a nuestro propio reloj y al recorrido que de la vida también nosotros hemos de hacer.

Quienes hoy escuchamos esta Palabra de Dios estamos en medio de ese camino, cada uno en su momento y en sus circunstancias, un camino que tenemos que aprender a hacer, un camino que tiene que convertirse en el camino de Dios en nuestra vida. Hemos de saber descubrir esas señales de Dios que nos orientan, dan sentido y valor, nos hacen no solo encontrarnos con nosotros mismos sino también al mismo tiempo salir al encuentro de la vida y al encuentro de los demás.

Una anciana que aun no da por concluido el camino de su vida es para nosotros una llamada; acudía al templo todos los días, buscaba cómo mejor servir al Señor, pero su servicio también era para los demás porque con todos iba compartiendo lo que eran sus vivencias. ‘Alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén’. No podía ocultar su fe que la convertía en servicio para los demás.

Siempre había algo que hacer. No era una mujer que se quedara encerrada en si misma, una persona mayor que ya lo daba todo por hecho, alguien que se cruzara de brazos simplemente viendo pasar la vida. Le daba una intensidad a su vida, salía de si misma y hacía camino pero también para ayudar a caminar a los demás. Cuantas veces nos quedamos como paralizados porque pensamos que ya lo tenemos todo hecho, cuantas veces miramos hacia atrás y damos por finalizados nuestros trabajos y nuestras tareas, porque pensamos que ya hemos hecho lo suficiente en la vida. Siempre hay un nuevo paso que dar, siempre hay una flor que ofrecer, siempre hay una palabra sabia que regalar a quien está a nuestro lado que nuestros años nos han dado sabiduría para eso.

Y como en contraposición contemplamos a un niño recién nacido que crece y que madura, que va aprendiendo de la sabiduría de la vida pone su vida en las manos de Dios. ‘Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’, nos dice la escritura que fue la expresión a su entrada en el mundo. Un niño que crece no son simplemente unos días o unos años que van transcurriendo y que recorremos de forma pasiva. El niño abre sus ojos lleno de curiosidad ante la vida que va apareciendo ante él; un niño siempre es preguntón porque quiere saber, quiere conocer, quiere experimentar, quiere tener vida.

Es importante que no dejemos a un lado una buena actitud de nuestra vida, que salgamos de nuestras pasividades a las que nos sentimos tentados desde las rutinas o las comodidades. Es importante que no temamos el esfuerzo, el deseo de superación, las ganas de dar un paso más para subir al siguiente escalón. Será así cómo iremos adquiriendo esa sabiduría de la vida, será así como podremos ser un día un árbol que dé hermosos frutos.

Y termina diciéndonos el evangelio que ‘la gracia de Dios estaba con El’. No nos faltará nunca ese regalo del amor de Dios en nuestra vida. Seamos también por nuestras buenas actitudes un regalo de Dios para los demás. Vivamos la hora de Dios allí donde estemos y seamos lo que seamos.

 

domingo, 29 de diciembre de 2024

Sagrada Familia de Nazaret, espejo donde nos miremos para aprender a ser semillero de vida y caldo de cultivo del amor, horno donde cocer nuestros mejores valores familiares

 


Sagrada Familia de Nazaret, espejo donde nos miremos para aprender a ser semillero de vida y caldo de cultivo del amor, horno donde cocer nuestros mejores valores familiares

Eclesiástico 3, 2-6. 12-14; Salmo 127; Colosenses 3, 12-21; Lucas 2, 41-52

La pertenencia a una familia es algo más que el hecho biológico de nacer de unos padres; la familia es un caldo de cultivo de la germinación de una nueva vida en todos los sentidos, es un semillero que hace germinar, pero también hace crecer y madurar la planta de la vida en una mutua relación con la rodea creando las mejores condiciones para el crecimiento y maduración, es el horno en el que se cuecen los mejores valores para hacerles sacar los mejores sabores a la vida, es la mejor escuela para aprender el sentido de la vida desde todo aquello que se vive en su entorno que nos enseña y transmite la más profunda sabiduría que da sabor y sentido a la existencia, y es hogar para aprender lo que es el amor y la unidad que se hace comunión… así podríamos seguir desgranando imágenes que nos hablen de su sentido y de su valor, de su razón de ser y de la luz para nuestra existencia.

Y ahí quiso nacer Dios hecho hombre; cuando en su amor quiere Dios hacerse presente en la vida humana, el eterno desde toda la eternidad quiere tener un principio y un inicio de vida humana naciendo como hijo en el seno de una familia humana. Es la familia de Nazaret formada por aquel matrimonio de José y María en la que quiso nacer y hacerse hombre, con todo lo que significa no solo el nacimiento sino el hacerse hombre como miembro de aquella familia. Es un misterio de Dios que solo en Dios podemos encontrar y podemos descifrar, porque podríamos decir que no entraría en nuestros razonamientos humanos. Así es el amor, que es la grandeza de Dios, pero que se manifiesta así en la humildad de nuestra carne; quiere necesitar ese caldo de cultivo, ese semillero y ese horno de vida, esa escuela y ese hogar.

Es lo que ahora es este marco de la Navidad nosotros estamos celebrando. No podía ser menos. Cuando contemplamos el misterio de amor de Dios que se hace hombre, no solo miramos a Belén sino miramos lo que fue aquella familia que se refugió en la gruta de Belén, miramos lo que sería luego aquel hogar de Nazaret donde como el mismo evangelio hoy nos dice aquel Niño que nosotros confesamos como Dios hecho hombre ‘iba creciendo en edad, en estatura, en sabiduría y en gracia ante Dios y los hombres’.

Queremos ver en aquel hogar y en aquella familia de Nazaret, que nosotros llamamos Sagrada Familia, reflejadas todas aquellas imágenes que al principio hacíamos desfilar en nuestra mente como reflejo de aquella maravilla humana y podríamos decir también divina en la que creció Jesús, el Hijo de Dios, que vimos nacer en Belén.

En los breves trazos que nos da el evangelio en referencia a la infancia de Jesús podremos contemplar toda esa maravilla que es toda familia humana y que bien se refleja allí en Nazaret, con sus problemas y dificultades que no les faltaron como no faltan en nuestras familias – pensamos en su emigración a Belén para el censo como en su destierro a Egipto huyendo de Herodes, o en su caminar peregrina hasta establecerse de nuevo en Nazaret -, con los valores allí cultivados que hacían también brillar todas las luces del amor, con las expresiones de su religiosidad tanto en la subida al templo de Jerusalén para la fiesta de la pascua como en la costumbre, como luego se reflejará en la vida de Jesús y su presencia en otra ocasión en Nazaret, de la asistencia a la sinagoga en el sábado para la escucha de la ley y los profetas.

Hoy nosotros queremos mirar a la Sagrada Familia desde la realidad de nuestras familias en este mundo concreto en el que vivimos, con sus alegrías y también con sus penas, con nuestras luchas y nuestros esfuerzos de superación, con la trascendencia que le hemos de dar a nuestra vida elevando siempre nuestro espíritu a metas altas y espirituales, con la profundidad y la madurez que le queremos dar a nuestro amor, con el cultivo de esos valores en ese semillero precioso de nuestros hogares caldeando nuestro espíritu en el fuego del Divino espíritu, haciendo crecer nuestra vida y llenándonos también de la Sabiduría del espíritu de Dios.

Fuertes, es cierto, son los vientos que muchas veces soplan en contra y que quieren barrer muchos de esos valores que nosotros consideramos tan necesarios, pero no nos podemos desalentar; contemplamos a la sagrada Familia de Nazaret que también tuvo esos vientos en contra pero que se dejó conducir como vemos en esa imagen tan preciosa de los sueños de José que le hacían descubrir el misterio y la voluntad de Dios para sus vidas.

Dejémonos conducir nosotros también, abramos nuestro corazón al espíritu, no nos dejemos envolver por el materialismo de la vida, busquemos siempre la verdadera sabiduría que nos da esa madurez necesaria para afrontar las dificultades. Que el ejemplo de la Sagrada Familia sea espejo en el que nos miremos. Dejémonos bendecir por Dios.