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sábado, 25 de octubre de 2025

La misericordia de Dios no se agota nunca y siempre está esperando de nosotros flores y frutos de conversión

 


La misericordia de Dios no se agota nunca y siempre está esperando de nosotros flores y frutos de conversión

Romanos 8, 1-11; Salmo 23; Lucas 13, 1-9

Algunas veces agotamos la paciencia de los demás; así somos de humanos, humanos porque en nuestra debilidad tropezamos tantas veces en la misma piedra y así molestamos a los demás con nuestro trato que no siempre es lo bueno que tendría que ser, con nuestras cosas y manías que muchas veces nos hacemos insufribles para los otros y así con no se cuentas cosas mas, aunque una y otra vez tratemos de disculparnos y pedir perdón pero una y otra vez volvemos a nuestras andadas. Pero humano es el que tiene que aguantarnos, tener paciencia con nosotros y algunas veces también se le puede acabar la paciencia; si es tan reincidente por qué tengo que perdonarlo una y otra vez, nos preguntamos muchas veces. Es nuestra condición tendríamos que decir.

Pero, ¿así somos también en nuestra relación con Dios? Reconozcamos nuestra reincidente debilidad pero también lo grande que es la misericordia de Dios, que es infinita, y siempre nos está ofreciendo su amor y su perdón. ¿Dios se puede cansar algún día de nosotros? ¿Dios podrá dejarnos en el olvido porque podemos parecer ya un caso perdido? Algunas veces podemos pensar que agotamos la paciencia de Dios. La imagen de Dios que se nos va ofreciendo en la Biblia nos puede dar la impresión en algunas ocasiones que Dios se está cansando de amar al hombre, de amar a la humanidad.

Lo que hoy escuchamos en la Palabra de Dios es una llamada que se hace a nuestro corazón, una llamada a nuestra conversión. Por una parte vienen contándole lo que ha sucedido con aquellos galileos que se habían rebelado contra los romanos y que habían sufrido castigo, además en unas circunstancias que en cierto modo podían parecer escandalosas, pues fueron ejecutados en el templo.

En el sentido que podían tener entonces sobre la vida, la enfermedad y la muerte podía parecer un castigo de Dios. No tiene que ser la óptica con la que nosotros miremos el sentido de la enfermedad o de la muerte. Por eso Jesús se pregunta y les pregunta ¿serán más culpables estos galileos que los demás? O recordando un accidente en que la caída de un muro de la piscina de Siloé había hecho que perdieran la vida algunos de los que allí estaban, también le hace preguntarse a Jesús ¿eran más culpables los que murieron que el resto de los que allí estaban? Y Jesús les dice que si no se convierten van a perecer todos lo mismo.

Pero esto da pie a una pequeña parábola que Jesús nos propone. La higuera que no da fruto y año tras año el dueño viene a buscar sus frutos y no los encuentra, decidiendo cortarla porque para qué va a ocupar terreno una higuera que no da fruto. Pero aquí aparece el agricultor que le dice que tenga paciencia, que la va abonar, que va a cavar a su alrededor, que va a darle especiales cuidados, para ver si finalmente algún día dé fruto.

¿No es eso lo que Dios está haciendo con nosotros? No pierde Dios la paciencia con nosotros porque no demos fruto, sino que continuamente nos está haciendo llegar sus llamadas de amor para que nos convirtamos a El. Nosotros en la vida tantas veces hubiéramos quitado de en medio a aquellos que nos molestan, a aquellos que obran injustamente, y pensemos en tantas situaciones más en las que nos sentimos incómodos y quisiéramos arrasar con todo. Pero pensemos en lo que es la historia de nuestra vida, que sí es cierto que ha tenido momentos de luz, pero que reconocemos que también hay muchos momentos oscuros en nuestra vida; cada uno sabe su historia, conoce sus reincidencias, es consciente del mal que ha hecho tantas veces, pero Dios no ha arrasado con nosotros.

La paciencia de la misericordia de Dios es infinita. ¿Llegaremos un día a dar fruto de conversión? ¿Florecerán las obras del amor algún día en nosotros para que también podamos ofrecer esos frutos de vida?

 

viernes, 24 de octubre de 2025

Aprendamos a rumiar cuanto nos sucede con una mirada nueva para llegar a descubrir la mano de Dios, la presencia de Dios que viene a nosotros con su salvación

 


Aprendamos a rumiar cuanto nos sucede con una mirada nueva para llegar a descubrir la mano de Dios, la presencia de Dios que viene a nosotros con su salvación

Romanos 7, 18-24; Salmo 118; Lucas 12,54-59

La vida nos va enseñando, de la vida vamos aprendiendo. Las experiencias que vivimos nos enseñan, si somos capaces de ser reflexivos, de masticar y rumiar en nuestro interior lo que nos va sucediendo para sacar lecciones. Así vamos mostrando nuestra madurez. Son los mismos acontecimientos, las señales de la naturaleza, las cosas que vemos hacer a los demás en lo que vamos aprendiendo. Pero es necesario ir acumulando esa sabiduría en nuestro interior, guardándolos en la biblioteca de nuestro corazón para cuando lleguen semejantes circunstancias recordemos lo que hicimos, lo que nos salió mal, lo que nos fue productivo y ahora haciendo un juicio de valor de lo que nos sucede saber interpretar, saber actuar.

Lecciones que no siempre nos dan los libros, pero tenemos el libro de la vida de donde aprender. Claro que también lo que hemos estudiado tiene que servirnos para esa formación, para alcanzar esa madurez, porque también con esas mismas técnicas de estudio que hemos seguido, las empleamos para analizar la vida conjuntando todos esos conocimientos.

Triste los que en la vida siguen siendo niños, no por esa ingenuidad maravillosa para no ver malicias, sino porque no hemos crecido, porque no hemos madurado, porque no hemos aprendido de esas lecciones de la vida. Son cosas en las que tenemos que pararnos a pensar muchas veces analizando esa madurez que hemos ido alcanzando, no para llenarnos de orgullo y sentirnos por encima de los demás, sino para tener esa sabiduría de la vida.

Podemos estar pensando en el lado de los conocimientos humanos, pero también en lo que son nuestras relaciones con los demás, como también en ese sentido hemos de pensar en ese compromiso que tenemos con la vida y con el mundo que nos rodea, del que no podemos sentirnos ajenos o alejados sino ver esa seriedad de la vida y lo que a la mejora de ese mundo tenemos que contribuir.

Pero además es algo que arranca también de nuestra fe que tiene que llevarnos a ese compromiso con nosotros mismos, pero también a ese compromiso con la sociedad que nos rodea o con esas personas con las que hacemos camino en común.

Hoy en el evangelio Jesús quiere hacernos pensar, precisamente partiendo de esa lectura humana que hacemos de la vida y los acontecimientos, para que seamos capaces de ver las señales de Dios. No vemos a Dios decimos a veces, o dicen tantos a nuestro lado. Hay que abrir los ojos, hay que descubrir las señales, hemos de aprender a entrar en una sintonía espiritual, hemos de saber elevarnos de esa materialidad de la vida que algunas veces nos vuelve insensibles a las cosas del espíritu. Nos entorpecemos para lo espiritual cuando vivimos demasiado obsesionados con lo material, con lo económico, con la riqueza que deseamos tener, o con el poder que queremos alcanzar. ¿Estará ahí lo que en verdad va a dar más plenitud a nuestra vida? ¿Será esa nuestra verdadera riqueza y nuestra auténtica sabiduría?

La gente en muchas ocasiones le pedía a Jesús signos de que en verdad era el enviado del Señor, y no sabían leer los signos que Jesús continuamente realizaba en medio de ellos. Incluso en los milagros que Jesús hacía no sabían ver esas señales de Dios; recordemos como algunos incluso se los quieren atribuir al poder del espíritu del mal. Quizás la multiplicación de los panes les valía solamente para llenar sus estómagos sin caer en la cuenta del signo del alimento mejor que Jesús estaba ofreciéndoles; la curación de un enfermo, un paralítico, un ciego o un leproso, solo lo veían como el beneficio de estar sanos en su cuerpo o en sus sentidos, pero no caían en la cuenta de la salud más honda que Jesús en verdad nos viene a traer con su salvación.

Sepamos descubrir en el mundo de hoy esas señales de Dios, sepamos leer la historia de cada día con ojos de fe, en la bondad de tantos a nuestro alrededor que ofrecen con generosidad sus vidas para hacer el bien, veamos una presencia de Dios que nos habla, que nos llama, que nos da una nueva visión, que nos hace tener una mejor sabiduría de la vida.

¿Aprenderemos a rumiar cuanto nos sucede para llegar a descubrir la mano de Dios, la presencia de Dios que viene a nosotros con su salvación?

jueves, 23 de octubre de 2025

Fuego que es purificación y generador de vida, fuerza del Espíritu que nos hace testigos y constructores de un nuevo mundo por la fuerza del amor

 


Fuego que es purificación y generador de vida, fuerza del Espíritu que nos hace testigos y constructores de un nuevo mundo por la fuerza del amor

Romanos 6, 19-23; Salmo 1; Lucas 12, 49-53

Estas palabras de Jesús hoy en el evangelio que hablan de fuego, de muerte o de división de alguna manera siempre nos han resultado controvertidas y nos ha costado entenderlas, porque habla de un fuego que ha de arrasar, de un bautismo de pasión y muerte y nos habla finalmente de división contraponiéndola a la concordia y la paz.

Confieso que de alguna manera algunas veces me quedo como bloqueado cuando trato de entender estas palabras de Jesús, porque podría que parecer que van a la contra de todo lo que anuncia en el evangelio cuando nos habla del reino de Dios. Pero creo que quiere hacer con ellas una afirmación rotunda de lo que es el Reino de Dios que quiere para nosotros y para nuestro mundo.

Todo lo que se desboca y se sale de control se convierte en destructivo aun en aquellas cosas que consideremos más buenas; lo que perdido control nos domina y termina destruyéndonos porque nos esclaviza; lo podemos pensar de las propias pasiones humanas que en sí mismas son fuerza que nos impulsan en la vida, pero cuando se descontrolan solo nos dejamos guiar por el instinto y no por la razón que tiene que estar por encima y que es la que de la un valor y sentido humano a esa nuestra fuerza interior. ¿Será un instinto incontrolado el que guía hoy nuestras vidas? ¿Qué hay de humano en lo que hacemos?

El fuego, pues, descontrolado siempre nos resulta aterrador por lo destructivo y nos quedamos solo en esa imagen del fuego; un incendio de nuestros bosques que deja tras de sí desolación y destrucción, el incendio de una casa o una propiedad que nos hace perderla totalmente y no vamos más allá de lo que en sí mismo significa el fuego que es uno de los principio fundamentales de la vida y la existencia; porque no todo es destrucción sino que el fuego también es creador y transformador, o tras el fuego veremos renacer de nuevo la vida y la vegetación con nueva fuerza y nuevo brío, pero el descubrimiento del fuego y el control de esa llama fue uno de los pasos fundamentales en la vida del hombre pues también tras ese descubrimiento pudo haber luz en medio de la oscuridad, elaboramos nuestros alimentos, se convierte en motor de nuestros movimientos o de los medios que utilizamos para desplazarnos, como también podemos construir nuevas formas y nuevos elementos fundamentales para la vida del hombre; una llama parpadeante se convierte también en símbolo de vida. Cuántas imágenes de la luz y del fuego nos encontramos en la Biblia. Sería interesante hacer un repaso.

Jesús viene a prender ese fuego de vida en nuestros corazones y en nuestro mundo, como purificación por una parte si lo queremos ver también así, pero como principio de vida que ha de transformar nuestro mundo. La señal de la venida del Espíritu Santo, comienzo de la vida de la Iglesia en el envío de los discípulos por el mundo para anunciar el evangelio, fueron aquellas llamas de fuego que como imagen y signo se posaron sobre la cabeza de los apóstoles. Será ese fuego del corazón que nos hace intrépidos para el anuncio del evangelio que transforme en verdad nuestro mundo. ¿Nos extraña que Jesús nos diga que ha venido a prender fuego en el mundo y lo que quiere es que arda? Cuidado nosotros no apaguemos ese fuego del Espíritu con la frialdad de nuestra vida cristiana.

Entendemos así que Jesús nos hable de un bautismo por el que ha de pasar que significa muerte pero que significa vida también. Es la entrega del amor que nos hace morir a nosotros mismos pero para poder tener vida de la de verdad. Fue la pregunta que le hacía a aquellos dos que querían ocupar los dos primeros lugares en su reino, uno a la derecha y otro a la izquierda, ‘¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber, bautizaros en el baal timo donde yo me he de bautizar?’

Una pregunta importante a la que no hemos de dar respuesta a la ligera, porque tenemos que calibrar bien las consecuencias a ver si somos capaces de llegar hasta el final. El evangelio no es para los enclenques y los que necesitan continuamente paños calientes; es un camino de exigencia porque es un camino de amor, y cuando queremos amar no lo podemos hacer a medias o con paños calientes, el que ama de verdad se da hasta el final. Se deja incendiar por ese fuego del amor divino, con todas sus consecuencias.

Y unas consecuencias que nos van a surgir es la incomprensión de los demás por esas actitudes radicales que nosotros tomamos en congruencia con nuestra fe. Es la división que nos vamos a encontrar, que es lo que nos está señalando Jesús. Y esa incomprensión nos viene muchas veces de los que están más cerca de nosotros. No quiere hablarnos Jesús de que las familias han de estar divididas, porque eso sería todo lo contrario a lo que pretende el evangelio, pero sí nos hace comprender que no siempre el camino será fácil, y no por los de fuera que pretenderán echarnos sus zancadillas, sino por la incomprensión de los más cercanos a nosotros.

Pero será ese vigor que sentimos dentro de nosotros por el fuego del Espíritu el que nos seguirá impulsando para continuar con nuestra tarea y misión, para ser esos testigos verdaderamente congruentes del evangelio en medio del mundo.


miércoles, 22 de octubre de 2025

Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre, estar en vela no es solo estar despierto, sino esa responsabilidad en la vida en el espíritu de servicio

 


Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre, estar en vela no es solo estar despierto, sino esa responsabilidad en la vida en el espíritu de servicio

Romanos 6,12-18; Salmo 123; Lucas 12,39-48

Que nos digan la hora exacta en que va a llegar y nosotros estaremos allí, mientras tanto podemos estar aprovechando el tiempo en otras cosas, quizás le digamos a quien nos convoca para algo determinado, para que esperemos a alguien que ha de venir; queremos aprovechar hasta el último minuto en nuestras cosas, porque si nos dicen esa hora exacta, pensamos, que vamos a estar perdiendo el tiempo en la espera. Así somos apurados y exigentes en tantas ocasiones, y digo apurados, porque queremos apurar hasta el último minuto en lo que estamos. Si sabemos la hora para ese momento prepararemos todo, aunque como suele suceder cuando dejamos las cosas para última hora que algo sale mal, algo se nos olvida, o algo importante no tenemos preparado a tiempo.

Claro que a quien esperamos, según el evangelio que hoy se nos propone, no nos dice la hora de llegada, porque lo importante no es hacer haciendo arreglos a última hora para quedar bien, sino de lo que se trata es de una vida, toda ella, que hemos de vivir en rectitud, a la que tenemos que darle su sentido y su valor. Así andamos con nuestra vida espiritual, así andamos en la recepción de los sacramentos, así andamos en lo de vivir en verdad nuestro compromiso cristiano; ya tendremos tiempo nos decimos tantas veces, y ahora seguimos con nuestras rutinas, seguimos con nuestros desórdenes porque tantas veces nos falta esa necesaria congruencia en nuestra vida, andamos con nuestra falta de compromiso porque siempre decimos que no tenemos tiempo, que ya volverá otra ocasión, otra oportunidad. ¿Volveremos a tener la oportunidad que ahora tenemos? ¿Por qué tanto dejarlo para más adelante?

Nos falta seriedad en la toma de decisiones, nos falta seriedad en los planteamientos que hemos de hacernos en referencia a lo de vivir nuestra vida cristiana, seguimos andando con muchos remiendos, pero no somos capaces de tomar el paño nuevo que nos haga esa vestidura nueva, como tantas veces nos dice Jesús en el evangelio; seamos capaces de reconocerlo, pero andamos con demasiadas hipocresías en nuestra vida, lo de las dos caras, andamos con la vida dividida, en unos momentos o en unas situaciones queremos aparentar que somos muy cristianos, poniendo una fachada por delante, pero por detrás andan nuestros desórdenes, andan nuestras actitudes y posturas poco claras, seguimos con nuestras cositas aguantando mientras podamos pero nos dominan las pasiones, las viejas costumbres, las rutinas y no sabemos mostrarnos con la suficiente entereza.

Hoy Jesús nos está hablando que nos han nombrado administradores y tenemos una tarea que realizar, que entraña también el trato que tengamos con los que están a nuestro lado; Jesús nos dice de aquel administrador que no era justo con sus compañeros empleados, a los que sintiéndose dueño en ausencia del amo trataba mal y de forma injusta. ¿Así nos sentiremos nosotros tan dueños de la vida que pretendemos hacer lo que nos parece olvidándonos de la rectitud que tendría que brillar en nosotros?

‘Estad preparados, nos dice Jesús, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre’. Y nos dice que es necesario que nos encuentre en vela; y estar en vela no es solo estar despierto haciendo lo que nos parece, sino estar con esa responsabilidad en la vida donde tiene que prevalecer en nosotros el espíritu de servicio.

Aquí tendríamos que analizar muy bien todo lo que significa ese estar en vela, en nuestra vida y en nuestras responsabilidades, en lo que es nuestro crecimiento humano y espiritual en el cultivo de esos valores que aprendemos en el evangelio, en el lugar que ocupamos dentro de la Iglesia con la misión que hayamos asumido, pero también en lo que podemos aportar a nuestra sociedad con nuestro compromiso, con nuestra implicación en todo lo que sea el bien de esa sociedad a la que pertenecemos.


martes, 21 de octubre de 2025

Vigilantes, nos dice Jesús, porque no sabemos el día ni la hora… dichosos los criados que cuando llegue su señor los encuentre en vela…

 


Vigilantes, nos dice Jesús, porque no sabemos el día ni la hora… dichosos los criados que cuando llegue su señor los encuentre en vela…

Romanos 5,12.15b.17-19.20b-21; Salmo 39; Lucas 12, 35-38

No todos entendemos quizás el vivir de la misma manera. Muchos parece que simplemente se dejan vegetar, o sea, respiran, caminan, el corazón mantiene su ritmo de pulsaciones, simplemente van dejando pasar lo que sucede delante de sus ojos, pero como una película de la que no nos sentimos actores; muchos que se dejan arrastrar por lo que salga, pasivamente van respondiendo quizás a unos estímulos o impulsos que les de la vida misma o los acontecimientos pero por si mismos parece que nada tienen que ofrecer; quienes se dejan arrastrar por lo que dicen o hacen los demás pero parece que no tienen opinión propia, reaccionan según las influencias que reciban pero además a tono con esas influencias sin enriquecer nada porque no ponen nada de su parte.

Pero hay quienes quieren construir su vida, no simplemente dejarse arrastrar ni influir, sino que provocarán iniciativas, ideas, planteamientos, pero además quieren darle sabor a su vida poniendo emoción pero poniendo sobre todo el vigor del amor, que los hace creadores, revolucionarios incluso, pero que no se quedan solo a ras de la tierra, aunque pisan con fuerza el suelo sobre el que caminamos, pero se elevan dando una trascendencia a su vida, a lo que hacen, que va más allá del tiempo presente o de un futuro inmediato porque tienen visiones de eternidad.

La vida no puede ser pasiva aunque estemos llenos de esperanza; la vida tiene que ser constructiva porque ahí está todo lo que cada uno puede aportar; pero en la vida tenemos que estar con los ojos abiertos porque también vivimos en una interrelación y hemos de estar atentos a lo vamos poniendo para hacerlo siempre con sentido, pero abiertos también a lo que sucede a nuestro alrededor, como también a cuanto llega a nosotros que siempre nos enriquecerá.

Pero en esta trascendencia espiritual que los creyentes, los cristianos que seguimos a Jesús, queremos darle a nuestra existencia vivimos en la esperanza de la llegada del Señor a nuestra vida; y no pensamos solamente en el momento final de nuestra existencia – en el que también tendremos que pensar – sino en el hoy de nuestra vida donde Dios llega a nosotros y se nos manifiesta, podríamos decir, de mil maneras.

Es el Señor que con la fuerza de su Espíritu viene a actuar en nosotros inspirándonos todo lo bueno que hemos de realizar, hablándonos al corazón allá en lo más hondo de nosotros mismos para lo que hemos de estar sintonizados en esa onda especial de Dios; es el Espíritu de Dios que está nosotros fortaleciéndonos en ese camino y haciéndonos sentir su gracia y su fuerza para vernos liberados del mal. ¿No nos ha enseñado Jesús a orar pidiendo que nos veamos liberados del mal y no caigamos en la tentación? Pero aunque lo decimos con mucha prontitud y fidelidad cuando rezamos el padrenuestro luego no estamos atentos y vigilantes cuando nos pueda venir la tentación, para poder superarla con esa fuerza del Espíritu de Dios que está en nosotros.

Hoy nos está hablando Jesús de esa necesaria vigilancia que tendría que haber en nuestra vida, porque la esperanza no es quedarnos con los brazos cruzados y medios dormidos esperando pasivamente lo que nos pueda venir o suceder. El que espera y porque lo hace ya predispuesto con esa seguridad que le va a dar esa esperanza, estará vigilante, estará atento para sentir la señal, para dar respuesta, para ese nuevo actuar.

Y el que está vigilante a causa de eso que espera no se mete en la boca del lobo, sino que si sabe que el lobo está cerca – y la tentación nos acecha en todo momento y por toda partes por donde menos lo esperamos – vigilará para no acercarse allí donde sabe que está el peligro; quien padece de vértigo evita ponerse frente a un abismo porque sabe que en esas circunstancias va a sentir con mas fuerza ese episodio del vértigo. ¿Estaremos haciendo eso en nuestra vida?

Vigilantes, nos dice Jesús, porque no sabemos el día ni la hora… dichosos los criados que cuando llegue su señor los encuentre en vela…’

lunes, 20 de octubre de 2025

Mirad, nos dice Jesús: guardaos de toda clase de codicia, pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes. ¿Dónde ponemos la felicidad?

 


Mirad, nos dice Jesús: guardaos de toda clase de codicia, pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes. ¿Dónde ponemos la felicidad?

Romanos 4, 20-25; Sal. Lc 1,69-75; Lucas 12,13-21

Hace unos días alguien me comentaba con gozo cómo ahora le iban marchando mejor las cosas, después de haber conseguido un trabajo más estable; esta persona, por supuesto, en sus planes no estaba por el derrochar como consecuencia de que ahora le iban las cosas mejor, y comentábamos entre los dos la tentación que podía surgir de comenzar a tener una vida esplendorosa y analizábamos un poco el valor que habíamos de darle a esos bienes materiales con una mirada más amplia de solo quedarse en lo mejor que podemos vivir ahora queriendo incluso disfrutar más allá de las posibilidades, pero que además con lo que tengamos no podemos encerrarnos en nosotros mismos, porque terminaríamos volviéndonos egoístas e insolidarios.

Me vino el recuerdo de esta conversación a partir de lo que escuchamos hoy en el evangelio. La ocasión vino de unos pleitos entre hermanos por cuestión de herencias y posesiones en lo que querían que Jesús tomara parte como juez, pero que Jesús aprovecha para dejarnos hermosas enseñanzas. ‘Mirad, les dice Jesús: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes’. Y tenemos que pensarnos esta consideración de Jesús. ¿De qué depende nuestra vida? ¿Cuáles son realmente nuestros objetivos y nuestras metas? ¿Qué es lo que consideramos primordial? ¿El dinero? ¿El poder? ¿El placer? Miremos a nuestro alrededor y veamos las tensiones y tentaciones a las que estamos continuamente sometidos. ¿En que ponemos nuestra felicidad? ¿Queremos ir de ‘sobrados’ en la vida? ¿Dónde ponemos todos nuestros esfuerzos?

Jesús para ayudarnos a comprender sus palabras nos propone una sencilla parábola. El hombre que tuvo una gran cosecha y almacenó muchos bienes y riquezas de manera que incluso tuvo que agrandar sus bodegas; le parecía que ya tenía la vida resuelta; ¿para qué trabajar mas? A darse la buena vida. Mira por donde andan nuestros sueños. No es que no tengamos que disfrutar de la vida; Dios no quiere eso para el hombre, por eso cuando nos creó nos puso en un jardín al que llamamos paraíso terrenal. Y queremos seguir soñando con ese paraíso terrenal. ¿Lo llamamos estado del bienestar? ¿Nos construimos un mundo de placeres? ¿Nos engallamos con el poder de manera que no hay quien nos baje de los pedestales?

Dios quiere, es cierto, que seamos felices. Las señales del Reino nuevo de Dios que viene a instaurar pretenden que el sufrimiento vaya desapareciendo de la vida, que en lugar de hacernos daño con nuestros orgullos y egoísmos seamos capaces de buscarnos mutuamente el bien los unos de los otros. Y por ahí tendrá que ir el sentido de todo lo que somos y de lo que tenemos, no solo para una satisfacción personal, solo para mi propio placer, sino hacer que desde lo que soy y tengo pueda contribuir, pueda hacer que los demás sean más felices, que todos seamos más felices.

No es enrocarnos en nosotros mismos. Porque ese mundo ficticio e interesado que nos creamos un día se nos desinflará y nos quedamos en nada. La parábola habla de que aquella noche le llegó la hora de la muerte a aquel hombre y se pregunta ¿todo lo almacenado de quien será? Ya en la motivación de la parábola estaba la petición que le hacía alguien a Jesús para que actuara de juez entre pleitos de hermanos por herencias. Y bien sabemos cómo nos destruimos a nosotros mismos y terminaremos por no disfrutar de nada cuando vivimos con esos apegos y esclavitudes de lo material.

Así es el que atesora solo para sí y no es rico ante Dios’, termina diciéndonos Jesús.

domingo, 19 de octubre de 2025

Dios tiene un corazón de padre y un corazón de padre siempre está lleno de amor manifestándonos de mil maneras la ternura de su amor que tenemos que saber descubrir

 


Dios tiene un corazón de padre y un corazón de padre siempre está lleno de amor manifestándonos de mil maneras la ternura de su amor que tenemos que saber descubrir

Éxodo 17, 8-13; Salmo 120; 2Timoteo 3, 14 – 4, 2; Lucas 18, 1-8

El que mantiene la perseverancia está a un paso de la victoria final. La perseverancia, el ser constantes en nuestra búsqueda y escucha, en lo que pedimos, en lo que emprendemos, en lo que hacemos está abriendo caminos que le llevarán al encuentro de lo que desea y busca y al valor de lo que hacemos o queremos hacer.

No es la búsqueda del milagro de la manera como solemos entenderlo, no es la solución inmediata e instantánea de aquello que es una dificultad en la vida, es el camino de ir rumiando en nuestro interior lo que nos sucede, las dificultades que nos parecen insalvables que nos vamos encontrando, es ir encontrando esa rendija de luz en medio de la oscuridad de ese túnel que podamos estar atravesando, es el mantener la esperanza a pesar de los vaivenes que parece que nos van a hacer zozobrar el barco; e iremos sintiendo una inspiración interior, una fuerza dentro de nosotros que nos hará sentirnos salvados porque algo nuevo y distinto aparecerá delante nosotros. Es la fe que ha mantenido nuestra esperanza.

Son actitudes y valores humanos que necesitamos en el día a día de nuestra vida, en nuestras responsabilidades, en la vida familiar, en el trabajo que realizamos o aquello nuevo que emprendemos, en las oportunidades que vamos encontrando y que nos abren a nuevos caminos. Pero sabemos que no todo lo vamos a conseguir en lo inmediato, que necesitamos esos momentos de silencio interior y de reflexión para que pueda haber una auténtica búsqueda y que en esa perseverancia llegaremos a conseguir eso o algo mucho mejor.

Será una forma en que vayamos creciendo y madurando, vayamos sintiendo esa fortaleza interior, nos daremos cuenta de lo que somos capaces y ya con todos esos presentimientos en nosotros nos sentiremos distintos, sentiremos una novedad en nuestra vida que nos hará en verdad grandes. Después de una noche de tormenta en la que hemos aprendido a mantenernos firmes nos daremos cuenta de donde está nuestra grandeza y nos hará sentirnos profundamente renovados. La perseverancia, como decíamos, ha sido camino de victoria.

Nos vale todo esto que venimos reflexionando para ese camino de crecimiento y maduración de nuestra vida, como decíamos en todos los aspectos, pero será también un principio fundamental en todo lo que nos afecta como cristianos en nuestra relación con los demás con todo su compromiso y en nuestra relación con Dios. Al proponernos Jesús la parábola que hemos escuchado y que ha dado pie también a toda esta reflexión en el plano más humano que nos hemos venido haciendo el evangelista nos decía que Jesús lo hacía de cara también a que fuéramos constantes y perseverantes en nuestra oración.

Parece que por ahí van los detalles y matices de la parábola, en el hecho de que esta mujer viuda pedía con insistencia justicia, aunque parecía no ser escuchada. Pero, como nos dice la parábola, aquel juez aunque solo fuera por quitársela de encima para que no lo siguiera molestando atendió a la petición de aquella mujer y le hizo justicia. Pero ya inmediatamente nos dice Jesús, si aun en esta justicia humana con todas sus imperfecciones se le hizo justicia a aquella mujer desamparada, ¿Cómo no lo va a hacer Dios con aquellos que desde nuestra debilidad con confianza y perseverancia le suplicamos?

Y es que Dios tiene un corazón de padre, y un corazón de padre siempre está lleno de amor. No es la fría resolución de lo que es justo, sino que, vamos a decirlo así aunque parezca una incongruencia, es la humanidad con que Dios se manifiesta con el hombre. Es una forma de decirlo para querer expresar toda la ternura de Dios como Padre que nos ama y siempre nos escucha y nos atiende.

Tenemos que saber descubrir esa ternura de Dios que de mil maneras se nos puede manifestar, y es lo que tantas veces nos cuesta. Por eso aquella actitud perseverante de la que antes hablábamos, en esa búsqueda y en ese silencio interior mantenemos siempre la esperanza porque mantenemos la fe en el Dios que sabemos que nos ama. Por eso nuestra súplica y oración tiene que saber convertirse en escucha y en reflexión, en silencio en el corazón pero también en apertura a esa revelación de Dios, a esa inspiración que vamos a sentir en nuestro interior.

Cuántas veces cuando rumiamos lo que nos va sucediendo y tratamos de hacerlo con serenidad y con paz terminamos descubriendo caminos nuevos, van apareciendo en nosotros nuevas actitudes que nos llevan a nuevos valores, y llegaremos a comprender lo que antes nos parecía incomprensible. Nuestra oración no es ya repetir como una cantinela las mismas palabras y las mismas peticiones sino que ahondando en nosotros mismos iremos sintiendo esa inspiración de Dios, esa fuerza espiritual para afrontar esas situaciones y mantener la serenidad de nuestro espíritu.

Seguro que al final terminaremos siempre dando gracias para cantar la gloria de Dios que así se nos manifiesta.