Aprendiendo
con Jesús a ceñirnos para ponernos a lavar los pies del mundo de los que nos
rodean, secándolos con el paño del amor
Éxodo, 12, 1-8. 11-14; Sal. 115; 1Cor. 11,
23-26; Jun. 13, 1-15
‘No tengo palabras para agradecer,
no tengo con que pagarte todo lo que has hecho por mi’, es la expresión agradecido con que alguna vez quizás
nos hemos expresado ante lo que alguien ha hecho por nosotros. Recordaremos
siempre agradecidos lo que han hecho por nosotros y cuando los traemos a la
memoria los revivimos con tal intensidad como si en aquel momento estuvieran
sucediendo.
De alguna manera pueden ser los
sentimientos con que nosotros hoy nos podemos disponer a celebrar este día del
Jueves Santo con el que comenzamos las celebraciones del triduo pascual. ‘¿Cómo
le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?, diremos con el salmista
en la celebración de este día. ‘Alzaré la copa de la salvación invocando el
nombre del Señor’.
Son recuerdo pero es algo tan intenso
que lo hacemos de nuevo vida en nosotros. No es como recordar hechos pasados
sino que es algo que seguimos viviendo, seguimos sintiéndolo presente en
nosotros, haciéndose vida nuestra. Hoy san Pablo en la Palabra de Dios
proclamada recuerda aquella tradición recibida del Señor y lo hace de tal
manera que la describe con todo detalle, como nosotros haremos hoy, pero como
hacemos cada vez que celebramos la Eucaristía. Algo que no podremos quitar de
nuestra vida, ese Cuerpo entregado por nosotros que por nosotros se hace pan y
alimento de nuestra vida, esa Sangre derramada que sentimos seguir cayendo
sobre nosotros para ser nuestra redención y nuestra salvación.
Será para nosotros ya para siempre el
signo de la Alianza de amor de Dios con nosotros. No lo podremos olvidar, lo
proclamamos como nuestro misterio de fe, nos hará sentir para siempre esa
presencia de Dios con nosotros. Sentiremos para siempre la emoción del momento,
nos sentiremos sobrecogidos ante el misterio, pero rebosaremos con la alegría
nueva que nace en nosotros en la
seguridad de la presencia del Señor.
Por eso tiene tan emotivo significado
la celebración del Jueves Santo para los cristianos, estamos celebrando la Cena
del Señor, no estamos haciendo un recuerdo, lo estamos viviendo ahora
misteriosamente como si fuéramos alguno de aquellos discípulos del Señor que en
aquella noche estuvieron en aquella cena pascual. Es lo bonito de nuestra fe
porque nos introducimos en el misterio, dejamos que nos envuelva ese misterio
de Dios, dejamos que se inunde nuestro corazón de esa presencia de Dios.
Pero en ese recuerdo y en esa vivencia
están los gestos y los signos con los que Jesús quiso comenzar aquella cena y
que nosotros también tenemos que estar realizando. Antes de comenzar aquella
cena pascual que tanto había deseado Jesús, consciente del momento, consciente
de que había llegado la Hora, se despojó de su manto, se ciñó un paño a su
cintura y se puso a lavar los pies a cada uno de los presentes, y nos dice también el evangelista, secándoselos
con el paño que se había ceñido.
Es bien significativo. Pedro porfiará
que no se dejará lavar los pies porque eso no es tarea del Maestro sino de los
servidores. Pero Jesús les lavará los pies a todos y cada uno sin diferencia ni
distinción. ‘Si no te lavo los pies, no tendrás parte conmigo’, le dice
a Pedro. Se ciñe el que se dispone a trabajar para que sus vestiduras no le
sean un tropiezo en la tarea que va a realizar. Jesús se ciñe que no es solo
para ese momento significativo de lavarles los pies sino por lo grande que va a
realizar.
Está emprendiendo el camino que le
llevará a la cruz, que tendrá que cargar sobre sus hombros hasta el Calvario.
Está señalándonos también lo que tiene que ser el camino de nuestra vida y
nosotros por la fe sí queremos tener parte con El. Por eso nos dirá que si El,
el Maestro y el Señor, se ha ceñido para lavarles los pies, es lo que nosotros también
tenemos que hacer. Luego nos dirá que se mandamiento es el del amor. Ahora nos
está enseñando a ceñirnos nosotros para cumplir ese mandamiento, porque también
tenemos que ir lavando los pies, porque también con ese paño que llevamos
ceñido tenemos que irlos secando como lo hizo Jesús.
Que no fue solo de aquella noche, es lo
que le hemos venido viendo hacer en cada página del Evangelio. ¿No era Jesús el
que se acercaba al paralítico que se sentía abandonado en la piscina, o se
detenía junto al camino para poner el barro amasado con su saliva al ciego que
mandaba a Siloé a lavarse? ¿No era el que dejaba que le rompieran el techo de
la casa para que llegara a sus pies el paralítico o tocaba con su mano al
leproso que se acercaba a El para curarse? ¿No era El quien se ponía en camino
a casa de Jairo o quería ir a la casa del centurión, o se dejaba tocar la orla
del manto por la mujer llena de impureza por sus hemorragias? ¿No era el que
sentaba tanto a la mesa de Simón el fariseo como comía también con los
publicanos y las prostitutas?
Eso que he hecho con vosotros, para que
vosotros también lo hagáis. ‘¿Cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha
hecho?’ también como Pedro hoy le vamos a decir ‘no solo los pies…
lávanos, Señor’, que lo necesitamos porque tantas veces nos cuesta ceñirnos
para ponernos en tu camino. No es cualquier cosa lo que hoy Jueves Santo
celebramos. Hoy es un día especial del Amor que tenemos que hacer vivo y
presente en el día a día de nuestra vida. ‘Alzaré la copa de la salvación
invocando el nombre del Señor’.