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sábado, 19 de abril de 2025

Un día de silencio que en la esperanza se convierte en germen de pascua al inundarnos con la alegría de la resurrección

 


Un día de silencio que en la esperanza se convierte en germen de pascua al inundarnos con la alegría de la resurrección

 

La tarde se quedó en silencio, los alborotos y los gritos de los que habían contemplado lo que para ellos parecía un espectáculo se fueron acallando poco a poco, las sombras de la oscuridad se fueron adueñando de los últimos resplandores de la tarde la pequeña comitiva pronto había acabado sus tareas porque comenzaba el sábado y aunque aquel sábado era muy especial para otros fue de un silencio intenso.

Jesús había muerto en la cruz y parecía que para muchos las esperanzas también se apagaban, por eso aquel sábado, en el que nada podían hacer, el silencio llegaba a lo más hondo de cada uno de ellos.

Nosotros, la iglesia toda está viviendo hoy ese silencio, la tumba está sellada y hasta le han puesto una guardia que la custodie, pero los que creemos en Jesús, a pesar del silencio que de alguna manera parece oscuridad, no hemos perdido la esperanza; es un día para pensar, para meternos dentro de nosotros mismos, para volver a rumiar cuanto hemos contemplado, cuanto hemos recibido, cuanto hemos escuchado, en el corazón hay cosas que no podemos olvidar; fueron buena noticia para nuestra vida, cosas que nos impulsaban a algo nuevo y, aunque en este silencio parece que todo se detiene, sabemos que nosotros tenemos que seguir al camino y no nos faltará la luz, tenemos la certeza de un nuevo amanecer porque así él nos lo prometió, solo queda esperar manteniendo suficiente aceite en las alcuzas de nuestra vida para que con vigor encendamos la luz de nuevo a su llegada.

Es la espera de este sábado que también llamamos Santo, porque pregustamos incluso en este silencio las mieles del gozo de la resurrección, momentos para mantener la vigilancia, para estar atentos, para estar a la escucha, para estar como vigías que están esperando el momento.

Es silencio pero en el corazón podemos y tenemos que seguir escuchando su voz, en el corazón seguimos preparando ese momento definitivo de la Pascua.

Que no se apague la lámpara de nuestra fe para mantener esa vigilancia en la vida, porque el Señor llega en cualquier momento y donde menos lo esperamos, no vamos a buscar en un sepulcro vacío porque él se sentará en nuestra mesa, nos saldrá al paso en el camino, nos sorprenderá cuando menos lo esperemos.

No es un silencio que nos cae encima como una loza fría, es un silencio que vivimos con intensidad en el corazón, es el germen de vida que comienza a brotar como la semilla sembrada en tierra, es el amor que ponemos para que florezcan las nuevas flores que llenarán de encanto la vida, es el silencio de Pascua que lo transformará todo con la alegría de la resurrección.

viernes, 18 de abril de 2025

quédate con nosotros Señor

Quédate, con nosotros

 

Cuando en esta tarde de jueves Santo hemos llevado el sacramento del Cuerpo de Cristo al monumento Eucarístico te hemos querido decir una vez más ‘quédate con nosotros Señor’.

Quédate con nosotros que te necesitamos, nuestra vida sin ti es una vida sin luz, demasiadas veces caminamos por la vida al tuntuneo sin saber muchas veces a donde vamos cuando queremos hacer el camino por nosotros mismos y sin contar contigo; quédate con nosotros porque eres nuestro aliento y nuestra fuerza, para que se despierte de nuevo intensamente nuestra fe en medio de las dudas y oscuridades que nos van apareciendo en la vida.

Quédate con nosotros porque queremos tu luz, queremos que estés con nosotros para que nos arda de nuevo el corazón cuando escuchamos tu palabra; no queremos volver a sufrir la soledad de tu ausencia, sabemos que tú no nos fallas, somos nosotros los que tantas veces nos apartamos para hacer nuestra vida por nuestra cuenta; quédate con nosotros para que aprendamos a saborear tu presencia. 

Quédate con nosotros en este mundo que estamos convirtiendo en un desierto porque poco a poco lo vamos destruyendo; que tu presencia sea como un rocío que nos haga reverdecer de vida, haciendo desaparecer vacíos y sequedades, despertando humanidad en nuestros corazones para que surjan de nuevo brotes que hagan florecer la alegría y la esperanza.

Quédate con nosotros, tú que eres Príncipe de la Paz para que de nuevo encontremos caminos de reconciliación que nos hagan olvidar tanta violencia en la que nos vemos envueltos, tantas palabras agresivas e hirientes que ya parecen normales en las conversaciones, tantas posturas intransigentes que se convierten en abismos insalvables que ponen distancias en el trato entre unos y otros.

Quédate con nosotros Señor porque te necesitamos a nuestro lado para abrirnos a caminos de reconciliación y de reencuentro que en nuestro orgullo tan difíciles se nos hacen.

Quédate con nosotros para que sintamos paz en nuestro corazón y reaparezca la alegría en nuestra vida, para superar tensiones y malos entendimientos, para que los recelos y las envidias no pongan nubes en nuestra mente que nos implican ver con claridad las luces de las buenas obras de los demás.

Quédate con nosotros para gozarnos en tu amor y tu misericordia, sintamos el gozo del perdón que nos ofreces y con la misma generosa alegría seamos también capaces de ser compasivos y misericordiosos con los que tropiezan a nuestro lado. 

Quédate con nosotros para que los sufrimientos que tantas veces nos aparecen en la vida con enfermedades y con soledades no nos hagan perder el sentido de la vida a pesar de todo y la esperanza de que algo nuevo puede brotar de nuevo en nosotros.

Quédate con nosotros, Señor, que el atardecer de la vida no nos llene de oscuridad e incertidumbre porque tú siempre eres nuestra luz y nuestra esperanza de un nuevo amanecer.

 

Nos acogemos a la sombra de la cruz porque en ella contemplamos lo que es el amor

 


Nos acogemos a la sombra de la cruz porque en ella contemplamos lo que es el amor

Isaías,  52, 13-53,12; Sal, 30; Hebreos, 4, 14-16; 5, 7-9; Juan 18, 1-19, 42

Todos ansiamos encontrar una sombra que son su brisa refrescante alivie los ardores del camino; hay lugares que nos pueden resultar más agradables y estaremos ansiosos por llegar a ellos para nuestro descanso y para recuperar las fuerzas que necesitamos para continuar hasta la meta que nos hayamos propuesto, sin embargo puede haber algunos que evitamos, que nos repugnan quizás porque nos pueden traer recuerdos de sufrimientos y dolores que no son siempre agradables.

Hoy queremos acogernos bajo una sombra especial porque sí sabemos que ahí vamos a encontrar esa vida que ansiamos y no la vamos a rehuir aunque nos recuerde lo dura y dolorosa que puede resultarnos muchas veces la vida, pero es que esa sombra para nosotros se convierte en luz que nos guía en nuestro sendero pero que además nos ilumina la mente y el corazón para comprender el verdadero sentido de la vida. Hoy nos queremos acoger bajo la sombra de la cruz.

Es una cruz muy especial que aunque su madera tenga la dureza del dolor y del sufrimiento, del sacrificio e incluso el aroma de la muerte, está regada de vida en la sangre de quien por amor en ella dio su vida por nosotros. Hoy queremos no solo contemplar sino también abrazar ese madero de la cruz que nos habla de entrega hasta la muerte, pero que nos habla de amor y nos llena de vida.

Miramos a lo alto para contemplar como en el espejo de los sufrimientos de la pasión y muerte de Jesús nuestra vida y nuestros sufrimientos, nuestras luchas y nuestros sacrificios, nuestros desánimos y cansancios tantas veces en ese camino de la vida que vamos haciendo y que no siempre nos resulta tan agradable, esos momentos oscuros por los que todos pasamos, pero mirando al que muere clavado en una cruz encontramos un sentido y una fuerza porque nos estamos encontrando el amor.

Es el amor que se convierte en brisa refrescante en ese ardor del camino, es el amor el que nos da sentido a nuestras luchas y a nuestros sufrimientos, es el amor que nos impulsa a seguir adelante en nuestras responsabilidades y en nuestras tareas, es el amor que viene a suavizar esas tensiones que pueden aparecer en las incomprensiones de nuestras relaciones, es el amor que viene a sanar las heridas del corazón que tantas molestias nos proporcionan, es el amor que va a poner dulzura en nuestra vida para dejar a un lado tantas amarguras, es el amor que fortalece nuestro animo y nuestro corazón para seguir amando y seguir dándonos por los demás, es el amor que nos llena de vida y nos hace sentir la satisfacción de lo bueno que vamos realizando para hacer que nuestro mundo sea mejor, es el amor que pone amplios horizontes en nuestra vida y nos hace caminar aunque ahora el camino nos parezca difícil y que nos hace encontrar salidas aun cuando todo nos parezca perdido, es el amor que nos hace llegar el perdón para tantos errores y tantas caídas que tenemos en el camino, es el amor que nos hace vivir de verdad.

Nos puede parecer que la cruz está envuelta por las sombras porque nos recuerda el dolor y el sufrimiento, pero la cruz es el rayo más luminoso que puede llegar a nuestra vida porque en ella encontramos a Jesús, porque en ella encontramos a Dios, porque en ella hemos encontrado la vida, por en ella encontramos el camino del perdón y de la reconciliación, porque de ella se desborda el amor, porque ella nos regala la paz. 

Es lo que contemplamos de manera especial en este día del Viernes Santo, que ya no puede ser para nosotros un día de luto y de tristeza. Leamos detenidamente hoy la lectura de la pasión de Jesús, pero más que leerla contemplémosla desde el corazón. Podemos, es cierto, sentirnos ensombrecidos por la muerte que siempre produce desgarros en el alma, pero como sabemos que detrás brilla el amor y la vida nuestro canto se llena de alegría, porque es un canto de triunfo; la muerte y el pecado han sido vencidos por el amor, vislumbrados detrás de la cruz las resplandores de la resurrección y de la vida. No temamos apoyarnos en la cruz porque de ella fluye la energía de la vida, ella desprende los ardores del amor.

jueves, 17 de abril de 2025

Aprendiendo con Jesús a ceñirnos para ponernos a lavar los pies del mundo de los que nos rodean, secándolos con el paño del amor

 




Aprendiendo con Jesús a ceñirnos para ponernos a lavar los pies del mundo de los que nos rodean, secándolos con el paño del amor

Éxodo, 12, 1-8. 11-14; Sal. 115; 1Cor. 11, 23-26; Jun. 13, 1-15

‘No tengo palabras para agradecer, no tengo con que pagarte todo lo que has hecho por mi’, es la expresión agradecido con que alguna vez quizás nos hemos expresado ante lo que alguien ha hecho por nosotros. Recordaremos siempre agradecidos lo que han hecho por nosotros y cuando los traemos a la memoria los revivimos con tal intensidad como si en aquel momento estuvieran sucediendo.

De alguna manera pueden ser los sentimientos con que nosotros hoy nos podemos disponer a celebrar este día del Jueves Santo con el que comenzamos las celebraciones del triduo pascual. ‘¿Cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?, diremos con el salmista en la celebración de este día. ‘Alzaré la copa de la salvación invocando el nombre del Señor’.

Son recuerdo pero es algo tan intenso que lo hacemos de nuevo vida en nosotros. No es como recordar hechos pasados sino que es algo que seguimos viviendo, seguimos sintiéndolo presente en nosotros, haciéndose vida nuestra. Hoy san Pablo en la Palabra de Dios proclamada recuerda aquella tradición recibida del Señor y lo hace de tal manera que la describe con todo detalle, como nosotros haremos hoy, pero como hacemos cada vez que celebramos la Eucaristía. Algo que no podremos quitar de nuestra vida, ese Cuerpo entregado por nosotros que por nosotros se hace pan y alimento de nuestra vida, esa Sangre derramada que sentimos seguir cayendo sobre nosotros para ser nuestra redención y nuestra salvación.

Será para nosotros ya para siempre el signo de la Alianza de amor de Dios con nosotros. No lo podremos olvidar, lo proclamamos como nuestro misterio de fe, nos hará sentir para siempre esa presencia de Dios con nosotros. Sentiremos para siempre la emoción del momento, nos sentiremos sobrecogidos ante el misterio, pero rebosaremos con la alegría nueva que nace en nosotros  en la seguridad de la presencia del Señor.

Por eso tiene tan emotivo significado la celebración del Jueves Santo para los cristianos, estamos celebrando la Cena del Señor, no estamos haciendo un recuerdo, lo estamos viviendo ahora misteriosamente como si fuéramos alguno de aquellos discípulos del Señor que en aquella noche estuvieron en aquella cena pascual. Es lo bonito de nuestra fe porque nos introducimos en el misterio, dejamos que nos envuelva ese misterio de Dios, dejamos que se inunde nuestro corazón de esa presencia de Dios.

Pero en ese recuerdo y en esa vivencia están los gestos y los signos con los que Jesús quiso comenzar aquella cena y que nosotros también tenemos que estar realizando. Antes de comenzar aquella cena pascual que tanto había deseado Jesús, consciente del momento, consciente de que había llegado la Hora, se despojó de su manto, se ciñó un paño a su cintura y se puso a lavar los pies a cada uno de los presentes, y  nos dice también el evangelista, secándoselos con el paño que se había ceñido.

Es bien significativo. Pedro porfiará que no se dejará lavar los pies porque eso no es tarea del Maestro sino de los servidores. Pero Jesús les lavará los pies a todos y cada uno sin diferencia ni distinción. ‘Si no te lavo los pies, no tendrás parte conmigo’, le dice a Pedro. Se ciñe el que se dispone a trabajar para que sus vestiduras no le sean un tropiezo en la tarea que va a realizar. Jesús se ciñe que no es solo para ese momento significativo de lavarles los pies sino por lo grande que va a realizar.

Está emprendiendo el camino que le llevará a la cruz, que tendrá que cargar sobre sus hombros hasta el Calvario. Está señalándonos también lo que tiene que ser el camino de nuestra vida y nosotros por la fe sí queremos tener parte con El. Por eso nos dirá que si El, el Maestro y el Señor, se ha ceñido para lavarles los pies, es lo que nosotros también tenemos que hacer. Luego nos dirá que se mandamiento es el del amor. Ahora nos está enseñando a ceñirnos nosotros para cumplir ese mandamiento, porque también tenemos que ir lavando los pies, porque también con ese paño que llevamos ceñido tenemos que irlos secando como lo hizo Jesús.

Que no fue solo de aquella noche, es lo que le hemos venido viendo hacer en cada página del Evangelio. ¿No era Jesús el que se acercaba al paralítico que se sentía abandonado en la piscina, o se detenía junto al camino para poner el barro amasado con su saliva al ciego que mandaba a Siloé a lavarse? ¿No era el que dejaba que le rompieran el techo de la casa para que llegara a sus pies el paralítico o tocaba con su mano al leproso que se acercaba a El para curarse? ¿No era El quien se ponía en camino a casa de Jairo o quería ir a la casa del centurión, o se dejaba tocar la orla del manto por la mujer llena de impureza por sus hemorragias? ¿No era el que sentaba tanto a la mesa de Simón el fariseo como comía también con los publicanos y las prostitutas?

Eso que he hecho con vosotros, para que vosotros también lo hagáis. ‘¿Cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?’ también como Pedro hoy le vamos a decir ‘no solo los pies… lávanos, Señor’, que lo necesitamos porque tantas veces nos cuesta ceñirnos para ponernos en tu camino. No es cualquier cosa lo que hoy Jueves Santo celebramos. Hoy es un día especial del Amor que tenemos que hacer vivo y presente en el día a día de nuestra vida. ‘Alzaré la copa de la salvación invocando el nombre del Señor’.

miércoles, 16 de abril de 2025

Dispuestos de verdad a vivir la Pascua con Jesús, paso de la muerte a la vida, asumiendo la cruz clavada a nosotros para llegar a la resurrección de una nueva vida

 


Dispuestos de verdad a vivir la Pascua con Jesús, paso de la muerte a la vida, asumiendo la cruz clavada a nosotros para llegar a la resurrección de una nueva vida

Isaías 50, 4-9ª; Salmo 68; Mateo 26, 14-25

Hay momentos que son de preparativos; es un acontecimiento que se avecina y al que queremos darle la importancia que juzgamos que ha de tener y allá nos creamos comisiones de trabajo para que todo este a punto, para que lo tengamos todo preparado, nos trazamos planes, vemos las cosas que son necesarias, lo que no nos puede faltar lo buscamos por donde sea, nos hacemos listas de las cosas que necesitamos; pero es la madre que prepara la comida para sus hijos que se reúnen y quiere ofrecerles lo mejor y allá anda afanada con las comidas, con los adornos de la casa, la preparación de la mesa y no sé cuantas cosas más; es un viaje que vamos a emprender y reunimos todo aquello que creemos necesitar aunque no nos quepa en las maletas, hacemos previsiones de todo tipo, pero queremos tenerlo todo preparado y que no nos falle nada.

¿Preparativos de qué? ¿Preparativos de las cosas que creemos necesitar para ese acto? ¿Cuál tendría que ser lo importante que preparemos? Quizás sea bueno hacernos estas preguntas pero no solo para cosas como hemos querido reflejar en unos ejemplos anteriormente sino en este momento presente que vivimos como cristianos. También llega la hora de los preparativos ahora que estamos en semana santa en vísperas ya de celebrar la pascua. En otros tiempos nuestras madres nos preparaban la ropa de la semana santa que además quizás había la costumbre de estrenar algo. ¿En qué andamos afanados? ¿Será lo más importante lo que nos ocupa en la preparación de estos días?

El evangelio hoy nos ayuda. Se acercaba el día de celebrar la cena de pascua, están por Jerusalén lejos de sus viviendas habituales, y es la pregunta que le hacen al Maestro. ‘¿Dónde quieres que te prepararemos la Pascua?’ Jesús les da instrucciones muy concisas de cómo llegar a la persona que les ofrecería el sitio para la cena pascual. Los discípulos encontraron todo como les había dicho Jesús y allí lo prepararon.

Pero el evangelio nos dice algo más de esos preparativos. Ya Judas Iscariote se había dejado ver con los pontífices para ver en lo que quedaban para entregarle; las gestiones estaban hechas. Al comienzo de la cena Jesús manifiesta la congoja que lleva en el alma. ‘Uno de vosotros me va a entregar’. Como hemos comentado en otra ocasión la inquietud queda sembrada en todos los presentes. ‘¿Soy yo acaso, Señor?’ todos se preguntan y le preguntan. ‘El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!’ Pero todos estaban comiendo del mismo plato, porque eran las costumbres y era la forma de comer el cordero pascual. ¿Estaban todos provocando esa entrega? Una buena pregunta para que nos miremos por dentro, como les estaba sucediendo en aquel momento al grupo de los apóstoles sentados a la mesa con Jesús.

Conocemos la conclusión del relato del evangelio, pero nosotros nos tenemos que quedar con esas preguntas que han ido siendo base y carril por donde va discurriendo esta reflexión que nos tenemos que hacer en estos momentos en que también nosotros nos disponemos a celebrar la Pascua.

La pregunta que nos hacemos más que en donde es decirnos como vamos a celebrar la Pascua y también como yo soy actor de esa Pascua. Ni nos podemos quedar fuera contemplando a los otros ni nos podemos quedar en las cosas que hemos de preparar. Demasiado tiempo le dedicamos estos días a las cosas, a los preparativos de las cosas y quizás no estemos pensando en cómo hemos de prepararnos nosotros. Soy yo también actor en esa Pascua, pero no como una representación a la manera de teatro que tengamos que hacer sino en la medida en que con Cristo nosotros también vamos a subir al Calvario, a la cruz, a pasar por la muerte. Si no lo hacemos así no llegaremos a la Pascua, seguiremos siendo unos espectadores o unos tramoyistas que preparan cosas para que otros contemplen o vivan.

¿Estaré dispuesto de verdad a vivir toda la Pascua con Jesús pasando de la muerte a la vida, asumiendo la cruz en todo su sentido clavada a nuestra vida para poder llegar a la resurrección de una nueva vida? Muchas cosas, algunas veces inesperadas o no deseadas van apareciendo en nuestra vida que tienen que convertirse en Pascua en nosotros.

martes, 15 de abril de 2025

A pesar de nuestras oscuridades, negaciones y traiciones, tenemos que recordar que somos hijos amados de Dios y que la gloria del Señor está también en nosotros

 


A pesar de nuestras oscuridades, negaciones y traiciones, tenemos que recordar que somos hijos amados de Dios y que la gloria del Señor está también en nosotros

 Isaías 49, 1-6; Salmo 70; Juan 13, 21-33. 36-38

El camino de la vida no es siempre fácil; aparecen los cansancios y los desánimos, momentos de dificultad y de sufrimiento ante los problemas que no nos faltan, ante la situaciones de enfermedad que van surgiendo, en los encontronazos que vamos teniendo en la vida porque la convivencia no es fácil, porque no siempre nos entendemos, porque afloran resentimientos y orgullos mal curados; nos sentimos débiles, nos sentimos solos en ocasiones, no nos parece que seamos escuchados en nuestras suplicas, y nuestro corazón se llena de tormento y de desesperanza. Nos preguntamos muchas cosas, muchos por qué que no entendemos, y tenemos el peligro de verlo todo sin sentido y la tentación incluso de tirar la toalla.

El cántico del siervo de Yahvé que se nos ofrece en la primera lectura es ese cántico atormentado por el que nosotros a veces pasamos en la vida. Sin embargo aquel siervo de Yahvé se siente llamado desde las entrañas de su madre a una misión que Dios le va a confiar, se sabe elegido y amado de Dios, aunque ahora no entienda por lo que está pasando y por eso se hace muchas preguntas.

Como nosotros tantas veces en la vida, porque lo sabemos, que Dios nos ama y que también nuestro lugar en la vida tiene un sentido y una misión, aunque muchas veces nos sintamos envueltos en esas tinieblas de duda y de tentación. Es de donde tenemos que levantarnos sin perder la fe y la esperanza, porque Dios ha puesto una luz en nuestro corazón con la que también tenemos que alumbrar a los demás. Es momento de reavivar nuestra fe, de sacar a flote nuestra esperanza, de continuar firmes nuestros pasos en el camino para cumplir nuestra misión en la tierra.

¿Pasaría Jesús por esos momentos de oscuridad antes de comenzar su pasión? Lo que hoy nos relata el evangelio son partes de lo acaecido aquella noche en la cena pascual. Podíamos decir que hay un momento de desahogo de Jesús. Lleva tiempo con aquellos discípulos a quienes ha querido constituir apóstoles porque van a ser sus enviados, a ellos les va a confiar una misión. ¿Cómo andan los ánimos de los discípulos ahora que barruntan que algo especial va a suceder, porque no entienden a pesar de lo claro que Jesús les ha hablado tantas veces?

Nos dice el evangelista que ‘estando Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo: En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar…’ De alguna manera también los discípulos se quedan desconcertados. ‘Se miraron unos a otro perplejos porque no sabían lo que decía’. Se cruzan las miradas llenas de perplejidad e interrogantes, como las señas que le hará Pedro a Juan que estaba más cerca de Jesús, casi recostado sobre su pecho. ‘Señor, ¿quién es?’ Dolor, sentimiento de traición, desilusión, fracaso, frustración, abandono… ¿será un adelanto de lo que va a ser su oración en Getsemaní?

Jesús solamente tomará un trozo de pan untado que se lo da Judas diciéndole ‘lo que tienes que hacer hazlo pronto’. Judas se marchará a la noche, significativa imagen de la noche de la traición en la que se había sumergido, pero los discípulos siguen sin entender. Pedro, como siempre en su fervor por Jesús, porfiará que está dispuesto a dar la vida por Jesús, que sin embargo le anunciará que antes que el gallo cante – el canto de la madrugada antes de que amanezca de nuevo la luz del día, cosa bien significativa – le habrá negado tres veces.

Pero Jesús habla de que ha llegado la hora de la glorificación. ‘Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará’. Lo que parece que pudieran ser momentos de sombras y de tinieblas es sin embargo donde va a manifestarse la gloria de Dios. En el Tabor, en aquel momento sublime en que se manifestaba en su transfiguración la gloria del Señor, sin embargo Jesús con Moisés y Elías hablaban de la pasión que Jesús iba a sufrir. Y en aquel momento se escucharía la voz desde el cielo señalándolo como el Hijo amado y predilecto del Padre a quien habíamos de escuchar. Y ahora se va a manifestar lo que es ese amor de Dios, que tanto nos ama que nos entrega a su Hijo para nuestra salvación. Es su misión, la misión del enviado del Padre, manifestarnos el rostro amoroso de Dios.

A pesar de nuestras oscuridades, a pesar de los sinsabores a los que tenemos que enfrentarnos en la vida ¿no tendríamos que recordar también que somos hijos amados de Dios y que la gloria del Señor está también en nosotros? ¿No será esa la fuerza que nos hará levantarnos de nuestros cansancios y nuestros desánimos?

lunes, 14 de abril de 2025

Detente en tu camino y mira a quienes están al borde y con quienes nadie habla o a quienes nadie escucha, cuánto perfume podemos derramar

 


Detente en tu camino y mira a quienes están al borde y con quienes nadie habla o a quienes nadie escucha, cuánto perfume podemos derramar

Isaías 42, 1-7; Salmo 26;  Juan 12, 1-11

Cuando a nuestro lado alguien hace algo que no cae dentro de nuestros esquemas tenemos la tentación de minimizar aquello que haya hecho o incluso a la persona que lo ha hecho, porque nos puede parecer que son cosas de gente simple, gente que no consideramos a nuestra altura o pensamos que haciéndolo a nuestra manera o si lo hacemos nosotros sí tendría valor o podría ser significativo; es como si solo nosotros sabemos hacer las cosas bien y que tienen su valor. Descartamos lo que pudieran hacer los que no piensan como nosotros y si estuviera en nuestras manos lo destruiríamos; así vamos por la vida destruyendo en lugar de construir, arrimando a un lado lo que es obra de nuestros oponentes en lugar de aprovechar lo bueno que siempre podemos encontrar; siempre vemos torcidas intenciones en lo que hacen los otros cuando quizás seamos nosotros los que tenemos el corazón retorcido.

El hecho que nos narra hoy el evangelio sucedió después de lo del episodio de la resurrección de Lázaro; la familia le ofrece una comida a Jesús y a sus discípulos; ¿una forma de mostrar su gratitud por las maravillas que Dios obró en ellos a través de la acción de Jesús? La hermana de Lázaro que en otras ocasiones que había quedado postrada a los pies de Jesús para no dejar de escucharle, es ahora la que de nuevo se postra a sus pies pero para ungírselos con un caro perfume.

Podríamos pensar en una forma de realizar el gesto de la hospitalidad de ofrecer agua y perfumes a los huéspedes recibidos en casa, como eran tan propio de las gentes de aquel tiempo. Pero aquel perfume era tan intenso, lo que significaría lo costoso que podría haber resultado, que los envolvió a todos en la sala y de ahí surgirían los comentarios como suele suceder.

Pero el comentario que podría hacer más daño fue el de Judas Iscariote. Aquello parecía un derroche de dinero innecesario; cuántas cosas buenas se podían hacer con el precio de aquel perfume, a cuántos pobres se podría alimentar. Pero ya el evangelista hace un apunte a estas palabras del Iscariote ‘Esto lo dijo no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando’. Es también lo que en principio habíamos comentado, cuando las cosas de los demás no van en consonancia con nosotros qué prontos estamos para desprestigiar, para quitar valor, para restarle importancia a los gestos que entonces para nosotros nos pueden parecer innecesarios.

Pero importantes son las palabras de Jesús. ‘Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis’. Jesus sí valora el gesto de aquella mujer como un día también había valorado el gesto de la mujer pecadora que también le había no solo lavado los pies con sus lágrimas sino que también se los había ungido. Valoraba el valor de aquella mujer que se sentía pecadora pero que ahora envolvía su vida con el manto del amor. Había amado mucho, como ahora también María de Betania.

Algunas veces se interpretan estas palabras de Jesús para gastarnos dineros y esfuerzos en vanas ostentaciones, en la riqueza de unos ornamentos o en los gastos en flores que hagamos por ostentaciones y vanidad en nuestras iglesias en muchas ocasiones. Lo mejor para el Señor, decimos. Y está bien, pero ¿qué es lo mejor y lo más valioso?

¿No nos estará señalando la Palabra de Dios escuchada a los pobres a los que tendríamos que ungir? Es cierto que recordamos aquello otro del evangelio de que vendamos lo que tengamos para repartirlo entre los pobres para tener un tesoro en el cielo, pero algo más que dinero podemos y tenemos que ofrecer que muchas veces nos pueda resultar más costoso. Quizás damos una limosna pero no miramos a los ojos del aquel con quien compartimos. ¿Será esa la forma de hacerlo? Detente más en el camino de la vida y ponte a hablar con el caminante o con aquel que está al borde de ese camino. Si fuéramos más atentos por la vida nos daríamos cuenta de la cantidad de personas que están al borde del camino con quienes nadie se detiene, con quienes nadie habla, por quienes nadie muestra interés. Cuántas soledades podemos encontrar, cuantos desahogos que escuchar, cuántas palabras buenas que podemos decir, cuántos silencios podemos compartir, cuánto perfume tenemos que derramar.

domingo, 13 de abril de 2025

Dejémonos invitar por Jesús para comer esta Pascua con El, estemos dispuestos a ir con Jesús a su pasión para llegar a la Pascua

 


Dejémonos invitar por Jesús para comer esta Pascua con El, estemos dispuestos a ir con Jesús a su pasión para llegar a la Pascua

Isaías 50, 4-7; Salmo 21; Filipenses 2, 6-11; Lucas 22, 14 – 23, 56

¿Podríamos decir que estamos contemplando un mosaico? Aunque de forma ordinaria y popular llamamos mosaicos a las piezas con que adornamos o alicatamos nuestros pisos y paredes, sabemos bien que un mosaico esta formado por diferentes piezas de variados colores con los que realizamos la composición de una imagen con sus luces y con sus sombras de una forma, diríamos, artística y de gran belleza. Pues bien, así quiero pesar cuando escuchamos este relato que hoy nos ofrece la liturgia en este domingo de Ramos en la pasión, pero un mosaico donde podemos entremezclar, vamos intercalando las piezas de nuestra vida con esos momentos de la pasión que en este texto del evangelio de san Lucas se nos relata.

Hay como una serie de contraposiciones en este texto que bien van reflejando lo que es el camino de nuestra vida en contraste con el evangelio de Jesús. Momentos de tragedia como momentos de entusiasmo y euforia, momentos grandiosos de luz que contrastan con otros momentos de sombra como lo es la vida misma, una solemnidad por el momento trascendental que se vive contrapuesto con esos pasos renqueantes que vamos dando tanta veces cuando nos dejamos adormilar por la vida o cuando no somos valientes para afrontar con decisión el momento en que hemos de dar la cara, testimonio que nos ofrecen los que menos podrían parecer proclives a estar en el lado de Jesús, mientras los que nos decimos que seriamos capaces de dar la vida por Jesús nos escondemos o negamos que estamos del lado de Jesús.

Comienza el relato diciéndonos Jesús cuanto ha deseado llegar a este momento de la Pascua que es como una primera invitación que nos hace para que nos dispongamos en este comienzo de la semana de pasión a desear vivir y celebrar también con intensidad esta Pascua, en concreto la de nuestra vida y en este año. Y es Jesús quien nos deja la forma de vivirla y celebrarla, en su Cuerpo entregado que se hace Pan de vida para nosotros y en su Sangre derramada como signo de esa entrega que nosotros hemos de vivir. Es el estilo del servicio que Jesús nos ofrece como sentido de vida, de la suya y de la nuestra. ‘Porque ¿quién es más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve’. Por eso nos dirá que ‘el mayor entre vosotros se ha de hacer como el menor, y el que gobierna, como el que sirve’, como tantas veces nos había enseñado a lo largo del evangelio.

Es fácil en un momento de fervor hacer propósitos y promesas. Tras lo que iban viviendo en aquella cena pascual y los anuncios y las palabras de Jesús estamos prontos para los buenos propósitos. ‘Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte’, son las palabras de Pedro, pero pronto será el primero que se duerme en Getsemaní en los momentos de la oración de Jesús - ¿no le había sucedido algo así también en el Tabor cuando Jesús los llevó para orar en lo alto de la montaña? – y cuando llegue el momento de dar la cara negará incluso el conocer a Jesús. ¿No nos dice nada de nuestros altos y bajos, de los momentos de entusiasmo cuando parece que todas las cosas marchan bien y de los momentos de decaimiento y zozobra cuando aparece la oscuridad del sufrimiento?

Podríamos seguir haciendo así una lectura detallada en confrontación con nuestra vida de cada uno de los momentos de la pasión de Jesús. Nos daría para abundantes y profundas reflexiones. Vamos a fijarnos brevemente en algunos de los momentos de Jesús en la cruz y en sus palabras. Quien cuando había proclamado en las Bienaventuranzas la meta ideal del que es su discípulo y le sigue señalándonos que los misericordiosos alcanzarán misericordia y casi como una primera consecuencia el que tenemos que ser misericordiosos con los demás amando incluso a los enemigos, ahora mientras lo crucifican pide al Padre perdón y misericordia para quienes lo están clavando al madero ‘porque no saben lo que hacen’. Es la piedra preciosa del mosaico que nos manifiesta lo que es el rostro misericordioso de Dios frente a nuestro corazón endurecido que de tantos abismos de rencores y resentimientos vamos llenando la vida.

Otra pieza brillante de ese mosaico aunque nos pueda parecer contradictorio la encontramos en uno de aquellos malhechores que eran crucificados junto a Jesús. Aquel corazón que podríamos contemplar endurecido por la maldad que le había llevado a aquella condena ¿qué pudo contemplar en quien con ellos estaba crucificado incongruentemente como rey de los judíos para pedir estar con El en su Reino? Los caminos de Dios son inescrutables hemos escuchado muchas veces y los caminos de la gracia estaban regando el corazón de aquel malhechor. ¿No había dicho Jesús que el médico no era para los que se creían sanos sino para los que sentían enfermos? ‘Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso’, porque así de pronta es la misericordia del Señor. Y nosotros que le damos tantas vueltas al paso de perdonar y de restablecer el amor y la amistad.

‘Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu’, fueron las últimas palabras de Jesús. Un día había dicho que su alimento era hacer la voluntad del Padre. Nos había enseñado para nuestra oración que fuéramos capaces de pedir que se hiciera siempre la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo. Aunque había pedido en Getsemaní que pasara de El aquel cáliz había permanecido en su deseo de que por encima de todo estuviera siempre lo que era la voluntad de Dios. Quien se pone en las manos de Dios sabe que nunca se podrá sentir abandonado porque Dios es siempre nuestra fortaleza y nuestro refugio. ¿Qué podía decir Jesús en este momento supremo de su muerte? Encomendarse a las manos del Padre.

El claroscuro de nuestra vida está en nuestras angustias y desesperanzas cuando nos llegan de una manera u otra los momentos oscuros de la vida donde todo lo vemos turbio, donde nos parece que el túnel al final se queda sin luz, donde no somos capaces de ver más allá de ese momento de tormento esa luz que pone paz en el corazón, ser capaces de ver los resplandores de bien y de bondad que podemos encontrar en los que están a nuestro lado. En aquella tarde de tormento el centurión supo descubrir el actuar de Dios porque confesaría ante la muerte de Jesús que era un justo.

Dejémonos invitar, como decíamos antes, por Jesús para comer esta Pascua con El. Ha de ser una Pascua especial, en ese mosaico tenemos que saber descubrir el verdadero colorido de la vida que solo en Jesús podemos encontrar. Estemos dispuestos a ir con Jesús a su pasión para llegar a la Pascua.