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sábado, 16 de agosto de 2025

Quitemos filtros y prevenciones de la vida y podremos entrar en la órbita del Reino de Dios que se revela de manera especial a los pobres y sencillos de corazón

 

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Quitemos filtros y prevenciones de la vida y podremos entrar en la órbita del Reino de Dios que se revela de manera especial a los pobres y sencillos de corazón

 Josué 24,14-29; Salmo 15; Mateo 19,13-15

Cuando yo sea mayor… es la expresión que mas de una vez hemos escuchado a un niño o a un muchacho; parece que el niño no quiere ser niño siempre, se ve creciendo a si mismo y cómo su vida cambia en algunos aspectos, pero se compara con los mayores y quiere ser como ellos; sueños de libertad quizás, porque le parece que en su infancia no puede hacer todo lo que quiere o como lo quiere, sueños de una vida distinta en la que se sienta fuerte porque no quiere verse manipulado por nadie y le parece que lo que ahora le dicen sus mayores lo están manipulando y él quiere hacer las cosas a su manera y cuando le de la gana. Cuando sea mayor, y se ve poderoso y dominante, se cree que va a ser el dueño del mundo. No quiere seguir siendo niño. ¿No habrá aprendido lo que significa de riqueza la niñez como una piedra base para su madurez futura?

Claro que somos nosotros los mayores también los que tenemos que preguntarnos si sabemos lo que es la riqueza de la niñez, los valores que allí podemos encontrar, lo maravilloso que podemos descubrir si observamos atentamente lo que significa ser niño. ¿Seremos acaso nosotros también los que los descartamos y los queremos quitar de en medio como les estaba sucediendo a aquellos celosos discípulos de Jesús que pensaban que era una molestia la presencia de aquellos niños en el entorno de Jesús? Querían quitarlos de en medio.

Y Jesús les dice que no, que no impidáis que aquellos niños se acerquen a El. ¿Acaso será que Jesús quiere que nosotros nos acerquemos a El a la manera de los niños? No son barreras sino puentes lo que hemos de poner. Porque además Jesús nos dice que solo de los que son como niños es el Reino de los cielos. ¿Es un reino infantil? Cuidado que algunas veces infantilicemos la religión, la manera de acerarnos y relacionarnos con Dios. Cuidado con el lenguaje que usemos demasiado infantilizado que luego no nos va a servir cuando en verdad maduremos y necesitamos una manera madura de relacionarnos con Dios. ¿No nos sucederá que nos preocupemos mucho de acciones pastorales para los niños  pero luego no ponemos la misma intensidad para cuando no son tan niños o para cuando son adultos?

Con todo esto, sin embargo, parece que de alguna manera las palabras de Jesús nos desconciertan. Nos dice que de los que son como niños es el Reino de los cielos. Ya en otra ocasión nos dirá que la buena noticia hay que darla a los pobres; o que los que parecen que no saben nada por su condición humilde y pequeña, sin embargo será a los que se les revelará los secretos del Reino de Dios; y serán los aparentemente están mas lejos del sentido del Reino porque son pecadores a los que Jesús se acerca y los que mejores y más dispuestas respuestas van a dar a ese anuncio del Reino de Dios. ¿Paradojas?

Hoy nos habla de los niños, del candor y espontaneidad de los niños, de su disponibilidad siempre a flor de piel, de su sonrisa limpia, de los ojos que miran profundamente con curiosidad, de los que buscan y quieren aprender porque sus deseos de crecimiento no son solo de lo corporal sino de lo que mejor puedan aprender. Los niños no ponen filtros ni condiciones, los niños se acercan y juegan con todos sin distinción si nosotros no los hemos marcado antes con nuestras prevenciones. ¿No puede ser esa una base sólida para la construcción del Reino de Dios en nosotros? Con un corazón así limpio y generoso tenemos que aprender a acercarnos a Jesús.

No es ya cuestión de que los niños quieran parecerse a los mayores – y lo malo es que los contagiemos con nuestros filtros y pretensiones – sino que nosotros nos hagamos cono niños – despojándonos de tantas prevenciones con que vamos por la vida - para llegar a vivir en toda su intensidad lo que es el Reino de Dios.

viernes, 15 de agosto de 2025

En su Asunción al cielo María pone en nuestras manos el testigo de la luz de Cristo para que nos levantemos y pongamos en camino para iluminar nuestro mundo

 


En su Asunción al cielo María pone en nuestras manos el testigo de la luz de Cristo para que nos levantemos y pongamos en camino para iluminar nuestro mundo

Apocalipsis 11, 19a; 12, 1. 3-6a. 10ab; Salmo 44; 1Corintios 15, 20-27ª; 1, 39-56

 Levantarnos y ponernos en camino. Creo que puede ser el mensaje que resuma  lo que hoy esta fiesta de la Asunción de la Virgen nos puede dejar para nuestra vida.

Levantarnos exige de nosotros una toma de decisión, ni nos quedamos postrados porque nos sintamos unidos ni nos quedamos en la pasividad de dejar la vida pasar sin poner nada de nuestra parte.  Es decidir que tenemos que hacer algo, en este caso, ponernos en camino; ponernos en camino es como lanzarnos a una aventura nueva, es mirar más allá y más lejos porque queremos alcanzar una meta, queremos algo, queremos buscar; atrevernos a descubrir algo nuevo, atrevernos a afrontar lo que vayamos encontrando en el camino, aunque a veces sea duro, lanzarnos a descubrir algo nuevo, a contemplar también la belleza de lo que nos rodea pero buscando otra belleza mayor y mejor, es ser conscientes de la travesía que estamos haciendo pero también de cuanto y cuantos vamos encontrando en esa travesía para ir también interactuando con ese mundo que nos rodea, es poner alegría, ilusión y esperanza en el camino que vamos haciendo que ya no lo podemos hacer entonces de cualquier manera.

No es solo el hecho de que despertemos por la mañana y nos levantemos de la cama para ir haciendo rutinariamente las cosas de cada día. Es empeño, es entusiasmo, es creer en lo que vamos a hacer, es implicar a los que nos rodean con nuestra alegría y nuestra ilusión. Es trasmitir y comunicar lo que llevamos dentro, es convertirnos en mensajeros de que algo nuevo y bueno puede surgir o tenemos que construir.

Comienza diciéndonos el evangelio de hoy que María, después de haber recibido aquella embajada angélica y enterada de lo que estaba sucediendo allá en las montañas de Judea, en casa de su prima Isabel, ‘se levantó y se puso en camino deprisa a la montaña’. María tenía que desahogar lo que tenia en su alma, porque Dios se había fijado en el ella y en su pequeñez estaba realizando cosas grandes; María tenía que ir a comunicar lo que estaba viviendo y es que la misericordia del Señor estaba visitando a su pueblo y todas las promesas mesiánicas se estaban dando cumplimiento; María llevaba alas en su corazón – deprisa hizo el camino nos dice el evangelista – porque Dios visitaba a su pueblo y ella tenía que ser signo de esa visita de Dios que derramaba bendiciones a su paso. La criatura saltó en el seno de Isabel al escuchar las palabras del saludo de María.

El camino de María era un camino nuevo que estaba emprendiendo la humanidad; será un camino sencillo y humilde, al que se hacen sordos los poderosos y los que se creen grandes, pero que van a reconocer los pequeños, los pobres, los sencillos porque serán a los que se revele Dios mientras los poderosos son derribados de sus tronos; un camino de gestos sencillos como ponerse a servir a los que también se sienten pequeños y débiles en sus necesidades pero en quienes se va a derramar de forma abundante la misericordia del Señor.  

Es camino nuevo, porque es camino que nos trae la buena noticia, es camino de evangelio, es camino que nos señala el paso de Dios por nuestra vida y por nuestra historia, pero que nos convierte a nosotros en caminantes y testigos en medio de nuestro mundo.

Siguiendo el ejemplo y testimonio de María nosotros hoy también queremos levantarnos y ponernos en camino. Ni nos podemos quedar en la tranquilidad de Nazaret ni nos podemos quedar en lo alto de la montaña por muy bien que se esté allí como le sucedía a Pedro. Los que de Nazaret no se pusieron en camino les costaría incluso después reconocer en Jesús el paso salvador de Dios por sus vida. Si nos quedamos ensimismados en lo alto de la montaña no seremos capaces de palpar la realidad cruda de nuestro mundo, como cuando Jesús bajó del Tabor y se encontró con aquel padre que no sabía qué hacer con su hijo porque tampoco los discípulos eran capaces de curarlo.

Ponernos en camino significará para nosotros contemplar la cruda realidad de nuestra vida y de nuestro mundo, muchas veces desorientado y confundido, que nos puede ofrecer mil caminos pero en los que nunca encontraremos satisfacción porque solo quieren encantarnos con cantos de sirena, con alegrías superficiales  o con felicidades efímeras que al final nos dejan mal sabor en la boca y amargura en el corazón. Es el camino ilusionante que nosotros hemos de emprender desde nuestro encuentro con Jesús en la fe para llevar una rayo de luz, un rayo de esperanza de que algo nuevo y mejor podemos hacer para darle plenitud a nuestro mundo.


Es el faro de luz que de manos de María hoy recibimos cuando la vemos glorificada junto a Dios, en esta fiesta de su Asunción al cielo, cuando contemplamos su camino de Nazaret a las Montañas de Judea, o cuando la estamos contemplando en su bendita Imagen de la Candelaria, como hoy la celebramos en nuestra tierra canaria.

Esa vela luminosa y encendida que lleva en sus manos en nuestras manos la está depositando para que nosotros poniéndonos en camino seamos signos de esa luz en el mundo que nos rodea. Es como un testigo que pone en nuestra manos, pero que ya recibimos desde el día de nuestro bautismo, porque además es la luz que si la mantenemos encendida con ella podremos entrar en las bodas eternas del cielo, en la gloria del Señor, como a Ella hoy la contemplamos.

jueves, 14 de agosto de 2025

Sintámonos en verdad liberados de los rescoldos interiores que reavivan el fuego cuando ofrecemos nuestro generoso perdón a la manera de la misericordia de Dios

 


Sintámonos en verdad liberados de los rescoldos interiores que reavivan el fuego cuando ofrecemos nuestro generoso perdón a la manera de la misericordia de Dios

Josué, 3,7-10a. 11. 13-17; Salmo 113; Mateo 18, 21-19, 1

Cuando hay un incendio, ya sea en nuestros bosques o montes o incluso en cualquier edificación no solo tenemos que apagar esas llamas que vemos que todo lo arrasan, sino que tenemos que tratar de apagar lo que ha sido el origen de ese fuego, pero también vemos luego a los bomberos por detrás, donde parece que no hay ya fuego, que van enfriando el terreno, pero teniendo mucho cuidado en apagar esos rescoldos, muchas veces enterrados, que durante mucho tiempo pueden mantener vivo ese incendio.

¿Has pensado alguna vez que cuando desde el resentimiento que llevas en ti no quieres perdonar al otro es principalmente a ti mismo al que te estás castigando? Quien no ha sabido perdonar de verdad sigue manteniendo el desamor en si mismo, que no solo puede ser destructivo para los demás sino que es destructivo para ti mismo porque seguirás manteniendo esa cadena sobre tu espíritu. Perdonamos buscando la paz, buscando el origen de la ofensa o del conflicto, pero tenemos que apagar también esos rescoldos que nos quedan encerrados quizás en lo secreto del corazón y que no dejarán que quede apagado por completo el conflicto, que vuelva la paz a todos los corazones.

Perdonar no es solo liberar al otro de su culpa, sino es liberarte a ti mismo de esa cadena, de ese rescoldo que sigues manteniendo dentro y que sigue quitándote la serenidad y la paz de tu vida. Si no te liberas de ese resentimiento que te lleva al desamor o al odio nunca vas a tener paz en ti mismo, y entonces estarás haciendo que se reaviven esas heridas que un día recibiste y no habrá manera de encontrar la curación de tu espíritu.

Quien no ha perdonado de verdad no llegará a saborear lo que es el autentico amor, porque siempre mantendrá ese rescoldo, siempre le faltará la paz verdadera en su corazón. Cuando perdonas la primera liberación es para ti mismo; como solemos decir muchas veces tenemos que perdonarnos a nosotros mismos para que vuelvan a florecer las bellas flores de la amistad, del amor verdadero. Apaguemos esos rescoldos y al sentirnos en verdad liberados, encontraremos la verdadera paz para nuestro corazón.

Esto es algo que tenemos que rumiar bien dentro de nosotros, porque no es fácil muchas veces apagar esos rescoldos enterrados. Es necesario que aprendamos a saborear el perdón para que nosotros podamos luego ofrecerlo con generosidad. Es nuestra piedra de tropezar, algo en lo que siempre nos cuesta dar el paso hacia delante. Queremos seguir manteniendo aquellas medidas, que se ofrecían como generosas, que Pedro está expresando en su petición a Jesús.

¿Cuántas veces tenemos que perdonar? Siguen apareciendo las contabilidades, pero si estamos haciendo esas contabilidades significa que algo aun no anda bien dentro de nosotros. Porque quien perdona de verdad lo olvida para siempre, no vuelve a recordar, no se pone a contabilizar. Es lo que nos está enseñando Jesús. ‘¿Siete veces?... hasta setenta veces siete’, responde Jesús para que entremos no en los cálculos de los números, sino en las actitudes de perdón que hemos de mantener siempre en el corazón.

La parábola que propone Jesús está clara. Aquel siervo que fue perdonado por su amo no supo saborear aquel perdón que le habían ofrecido generosamente; por eso no supo luego perdonar a su compañero que era muy ínfimo lo que le debía en comparación con sus antiguas deudas con su amor. Jesús con su parábola además está haciendo que elevemos nuestra mirada, para que seamos capaces de reconocer lo que significa el amor y la misericordia del Señor en nuestra vida y aprendamos esas mismas actitudes para tener nosotros con los demás.

La incapacidad de perdonar, le hacia mantener el odio en su corazón y hacía imposible la verdadera paz, la serenidad del espíritu para ver con mejor claridad el amor que tenemos siempre que repartir. ¿No nos había enseñado Jesús que nos acogiéramos  a la misericordia de Dios porque nosotros somos también misericordiosos y compasivos con nuestros hermanos?

miércoles, 13 de agosto de 2025

Si en familia nos amamos y hemos de sentirnos unidos y sabernos apoyar mutuamente, cómo no hacerlo cuando estando unidos Jesús está en medio de nosotros

 


Si en familia nos amamos y hemos de sentirnos unidos y sabernos apoyar mutuamente, cómo no hacerlo cuando estando unidos Jesús está en medio de nosotros

Deuteronomio 34,1-12; Salmo 65; Mateo18, 15-20

Los trapos sucios se lavan en casa. Habremos escuchado esta recomendación más de una vez. No es simplemente el hecho de cubrirnos nuestras espaldas, para que cuando luego nosotros tropecemos – que alguna vez tropezaremos porque todos estamos en el camino, como se suele decir – pues den la cara por nosotros. Creo que tiene que ir a algo mucho más profundo y más hermoso.

Si formamos una familia porque nos amamos creo que hemos de sentirnos unidos y sabernos apoyar mutuamente. Es camino que hacemos juntos y en el que no nos sentimos aislados, porque cada una de las cosas que suceden o que son la vida de esa familia a todos nos atañe, todos hemos de saber arrimar el hombro, todos tenemos que ayudarnos para salir juntos de esos problemas o dificultades que se presentan, o para ayudarnos mutuamente a corregir errores, a enderezar posturas, a buscar no solo lo bueno sino lo mejor, porque sentimos como propio lo de los demás miembros de la familia, nos duele lo que a los otros les duele y nos alegra lo que crea ilusión en los demás miembros, evitando rivalidades y enfrentamientos y nunca dejándonos seducir por recelos ni desconfianzas.

Es lo que Jesús nos está diciendo hoy en el evangelio. Fijémonos que termina diciéndonos que si nos sentimos unidos y somos capaces desde esa unión de pedir algo al Padre en su nombre, se nos concederá. Porque además, nos dice Jesús, que cuando en su nombre estamos reunidos El estará en medio de nosotros. Cuánta falta nos hace que estemos verdaderamente convencidos de esto. Con esa premisa qué distinta sería nuestra vida, que seguridad tenemos para nuestro actuar, que niveles de confianza y cercanía nos creamos los unos con los otros. ¿Podremos ponernos a hacernos la guerra los unos a los otros si decimos que cuando estamos unidos en medio de nosotros está el Señor?

Es importante este pensamiento, esta fe que hemos de tener en esa presencia del Señor en los demás, allí donde nos sentimos en esa unión y comunión. Se va a derivar en la manera en que comenzaremos a mirar al otro; no será para mí un extraño, no lo miraremos a la distancia, no comenzaremos a hacer discriminaciones, empezaremos a valorarlo de verdad quitando esos filtros que tantas veces nos ponemos. No será para mi un extraño, un extranjero, un emigrante venido de lejos, alguien de otra raza, un pobrecito del que podamos sentir lástima.

Nuestras actitudes tienen que ser otras, quitando diferencias y buscando cercanía, ofreciendo mi brazo para caminar juntos apoyándonos mutuamente, sintiendo como vibra de manera especial el corazón ante su presencia porque lo estamos viendo como un hermano. Ya no pondremos distancias porque me pueda contagiar con sus malas costumbres como siempre andamos con nuestras desconfianzas, ya sabré acercarme a El con el corazón lleno de comprensión para ayudarle en los tropiezos que pueda tener en la vida.

Hoy nos está hablando Jesús de eso tan bonito que es la corrección fraterna. Seremos siempre ministros y servidores del reencuentro y de la reconciliación, seremos siempre lazo que une y punta de lanza que rompe nudos para regalar el perdón. Si en Jesús estamos unidos con los lazos del amor, ¿cómo no voy a regalar el perdón a quien tengo que amar?

martes, 12 de agosto de 2025

Con mucha atención tendríamos que leer este pasaje en que Jesús nos pone a un niño en medio y nos dice que no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños

 


Con mucha atención tendríamos que leer este pasaje en que Jesús nos pone a un niño en medio y nos dice que no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños

Deuteronomio 31,1-8; Dt 32; Mateo 18, 1-5. 10. 12-14

Todos, quieras que no, vamos buscando nuestro lugar en la vida, para eso nos esforzamos, nos preparamos, trabajamos para ir logrando ese lugar, ese puesto, ese prestigio; podemos luego darnos importancia, o sentirnos interiormente satisfechos de nuestros logros. No está mal, claro que tendríamos que ver nuestras mañas, nuestras aspiraciones, los empujones quizás que hemos dado para quitar delante de nosotros el que nos estorba, el que nos impide llegar a aquel lugar con el que soñamos; tendríamos, es cierto, que ver por qué lo buscamos o qué pretendemos.

Pero no queremos ser como ‘esos’, y pensamos a los que vemos a nuestro alrededor que nada importan ni significan, que según nosotros simplemente van arrastrándose por la vida sin conseguir nada, sin salir de sus pobrezas o nulidades como a nosotros quizás nos gusta pensar. Y nos hacemos comparaciones y no queremos ‘vernos en su pellejo’, porque nos parece que para nada valen, para nada sirven y no van a llegar a ninguna parte.

Ya nos estamos dando cuenta que en esas nuestras apetencias no todo era tan bonito cuando decíamos que queríamos buscar nuestro lugar en la vida. Cuántas comparaciones hacemos, cuantas descalificaciones, a cuantos arrimamos a un lado porque son tan pequeños, son tan insignificantes en la vida, que nada decimos alcanzarán. ¿Para nosotros los primeros puestos, los lugares de importancia?

Jesús viene a romper nuestros esquemas. De entrada ha tomado un niño y lo ha puesto en medio. ¿Qué hace un niño en una reunión de personas mayores? ¿Qué puede pintar allí? ¿Quizás para que nos haga los mandados? Pero Jesús viene a decirnos otra cosa. ‘¿Quién será el más importante en el Reino de los cielos?’ Una pregunta que parece que no dice nada. ¿A qué viene esa pregunta? Pero es lo que tantas veces han discutido y volverán a discutir entre el grupo de los discípulos más cercanos a Jesús. Y Jesús lo quiere dejar muy claro. Os digo que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los Cielos. El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí’.

Por eso ha puesto un niño allí en medio, en el centro. Hacernos como niños, pequeños como este niño; no eran tenidos en cuenta para nada los niños. Se le consideraba algo insignificante. Se acogía a los amigos, se acogía a las personas de bien, se acogía a las personas importantes, se acogía a los poderosos, pero ahora nos dice Jesús que hay que acoger un niño. Sus ángeles están viendo el rostro de Dios, nos dice.

Si el pastor que pierde una oveja en el campo se vuelve loco buscándola hasta que la encuentre, ahora nos dice Jesús que a ese pequeño e insignificante hay que acogerlo, hay que tenerlo en cuenta. Pero es que nos dice más, es que nosotros tenemos que hacernos así pequeños, como los inocentes niños, y entonces entenderemos la verdadera grandeza que hemos de buscar.

Pero nosotros seguimos con nuestras peleas y con nuestras ambiciones, seguimos buscando puestos y queriendo ascender en esa escalera que nos llevaría a los puestos de privilegio. ¿Dónde está nuestro espíritu de servicio? ¿No estaremos viendo esos codazos muchas veces también en nuestra iglesia? Las hermandades que quieren aparecer con toda pomposidad y gran número de afiliados; los puestos especiales en nuestras celebraciones porque nosotros vamos con nuestro bastón de mando o con nuestras medallas y nuestras túnicas y hábitos, los ropajes de colores que buscamos vestir para diferencias las diversas categorías o las carreras que hemos hecho.

¿Nuestra iglesia no tendría que leer con más atención este pasaje del evangelio que hoy se nos ofrece?

lunes, 11 de agosto de 2025

Que temas al Señor, tu Dios, siguiendo todos sus caminos, y que le ames y sirvas al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y toda tu alma… solo de vuestros padres se enamoró el Señor

 



Que temas al Señor, tu Dios, siguiendo todos sus caminos, y que le ames y sirvas al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y toda tu alma… solo de vuestros padres se enamoró el Señor

Deuteronomio 10,12-22; Salmo 147; Mateo 17,22-27

¿Qué es lo que me estás pidiendo? Lo habremos dicho o lo habremos escuchado. Puede ser la interpelación que nos haga aquel a quien le estamos haciendo una petición, sobre todo cuando se puede considerar una exageración o un imposible; ¿cómo te atreves a pedir esto? y podemos sacar muchas razones, que es inmerecida, que supera las posibilidades o capacidades de quien va a otorgarla, que la vemos fuera de lugar…

Pero también podemos interpretarlo cómo lo que nos estamos planteando nosotros ante las exigencias que nos proponen para determinadas cosas; quien pertenece a este grupo tiene que tener en cuenta su finalidad y sus directrices; quien va a participar en un determinado movimiento le pediremos que crea en él, que tenga en cuenta sus objetivos, que comulgue con su ideario; quien va a pertenecer a un club tendrá unos reglamentos que cumplir, unas cuotas que pagar, y una colaboración que prestar para la buena marcha de tal club, por ejemplo.

¿Nos habremos planteado alguna vez muy en serio lo que significa nuestra pertenencia a la Iglesia? ¿Nos tomamos en serio eso de llamarnos cristianos haciendo que en nuestra vida florezcan los valores que nos enseña Jesús en el evangelio? ¿En qué lo fundamentamos?

No todo es cuestión de reglamentos ni de mandamientos; no es cuestión de unos protocolos que hay que cumplir, porque quien no siga esas directrices estaría fuera de la iglesia; no es cuestión de unas formalidades o unas costumbres que asumimos como cosas tradicionales que se han hecho así, y tenemos que ir misa los domingos, no podemos comer carne los viernes, realizar unas cosas de nuestra vida en el seno de la Iglesia como si fueran unas costumbres sociales que no podemos perder, como casarnos por la Iglesia, ir a las procesiones de la semana santa o de las fiestas del santo patrono del pueblo… ¿Un embadurnado social que se queda en un barniz que un día se desmorona y desaparece casi sin dejar huella en la vida?

Es la pregunta de gran trascendencia que se hace el autor sagrado en el texto que hemos escuchado en el Deuteronomio. ‘Moisés dijo al pueblo: Ahora, Israel, ¿qué te pide el Señor, tu Dios…?’ En aquellos momentos transcendentes al pie del Sinaí donde se habían establecido los diez mandamientos como ley para el pueblo de Israel el mismo Moisés que ha establecido la ley mosaica sin embargo nos habla de una relación con Dios basada en el amor, porque sobre todo nos está manifestando el amor que Dios tiene a su pueblo.

¿Le pide solamente respeto y temor ante la presencia de Dios o va más allá hablándonos del amor?  ‘Que temas al Señor, tu Dios, siguiendo todos sus caminos, y que le ames y que sirvas al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma…’ Por eso cuando hablamos de los diez mandamientos el primero es amar a Dios sobre todas las cosas, amar a Dios con todo tu corazón y toda tu alma. Es el reconocimiento de quien es el Señor y de los caminos que nos ofrece que hemos de seguir, pero es reconocer el amor que Dios tiene a su pueblo. ‘Solo de vuestros padres se enamoró el Señor, los amó, y de su descendencia os escogió a vosotros entre todos los pueblos’.

Dios que se enamora de nosotros y cuando nos sentimos así enamorados de Dios ¿cómo tenemos que responder? Haciendo como hace el Señor con nosotros. ‘Circuncidad vuestro corazón, no endurezcáis vuestra cerviz, pues el Señor, vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, el Dios grande, fuerte y terrible, que no es parcial ni acepta soborno, que hace justicia al huérfano y a la viuda, y que ama al emigrante, dándole pan y vestido. Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis en Egipto. Temerás al Señor, tu Dios, le servirás, te adherirás a él, en su nombre jurarás’.

Esa tiene que ser nuestra manera de actuar, esa tiene que ser nuestra manera de amar, con rectitud y justicia, con amor y misericordia, con toda la ternura de nuestro corazón sin hacer distinciones. Qué bonito como nos habla del amor del emigrante, y les dice ‘porque emigrantes fuisteis vosotros en Egipto’. Qué actualidad tienen estas palabras en el mundo de hoy con los problemas que vive nuestra sociedad en estos momentos.

Y todo esto se complementa con lo que hoy nos dice el evangelio. Jesús anuncia una vez más su subida a Jerusalén y el sentido pascual que tendrá esa subida. Será para la fiesta de la Pascua, pero una pascua nueva en la veremos ese paso de Dios en la entrega de Jesús, en la pasión y muerte de Jesús. Jesús se lo explica a los discípulos mientras van de camino por Galilea; sentimos que el Señor nos lo recuerda y explica una vez más porque contemplando ese amor sabremos cual es la respuesta a la pregunta que en el fondo nos hemos venido haciendo. ¿Qué es lo que nos pide el Señor?

domingo, 10 de agosto de 2025

Confiados porque esperamos, confiados porque tenemos esperanza, es el signo de esperanza que tenemos que ser para los demás en la vida

 


Confiados porque esperamos, confiados porque tenemos esperanza, es el signo de esperanza que tenemos que ser para los demás en la vida

Sabiduría 18, 6-9; Salmo 32; Hebreos 11, 1-2. 8-19; Lucas 12, 32-48

Mira que eres confiado, nos habrá dicho alguien cuando nos ha visto esperando y esperando aunque no haya señales de llegada de quien estábamos esperando o no hay señales de que se realice aquello que quizás nos prometieron; nos pidieron quizás que guardáramos algo que teníamos que entregar a quien había de venir, y nosotros seguimos guardando y aguardando, porque cuidamos aquello que nos han confiado y mantenemos la tensión y la atención ante la llegada de quien nos prometieron.

Confiados porque esperamos, confiados porque tenemos esperanza. Podría parecer que eso no son cosas que se lleven hoy, porque hemos perdido toda la confianza, porque ya no creemos en las promesas, porque pasamos de todo y ya no nos creemos nada de lo que nos anuncian o nos prometen; hay desencanto, porque hemos perdido la esperanza, porque hemos perdido la confianza, porque ya nos cuesta creer. Lo palpamos alrededor y podemos sentirnos también contagiados de esos cansancios y esas desesperanzas. Nos puede hacer perder el sentido y el valor de la vida, nos podemos por otra parte como que nos metemos en una coraza y ya no tenemos sensibilidad, ya no nos importa nada y vivimos la vida sin trascendencia.

Pero si decimos que es algo que palpamos en el mundo que nos rodea, en la manera de vivir de tantos en nuestro entorno - ¿Dónde han puesto muchos sus esperanzas? ¿Qué es lo que ahora andan buscando? Con cuantas cosas, cuantos sustitutivos queremos camuflar nuestras desesperanzas y perdida de sentido – pero sin embargo es una virtud y un valor fundamental para nosotros los cristianos. No es la frase socorrida que decimos muchas veces de que la esperanza es lo último que se pierde.  Esa esperanza que hemos de manifestar en nuestra vida es un signo de esa búsqueda y esa vivencia que queremos hacer del Reino de Dios. Es alimento de nuestra vida. Es sentido de nuestra vida.

De eso nos está hablando Jesús en el evangelio cuando por otra parte nos está invitando a la vigilancia. Como el dueño de casa que no sabe a qué hora viene el ladrón, como las doncellas que esperan la llegada del novio para participar en el cortejo nupcial con sus lámparas encendidas, como el sirviente que espera la llegada de su amo para abrirle la puerta apenas llegue. Es la vigilancia de nuestra vida para vivirla en plenitud, también en el aquí y en el ahora. No solo pensamos en esa vigilancia porque nos puede llegar la hora de la muerte cuando menos pensemos y estemos dispuestos para presentarnos al juicio de Dios.

Es que eso lo prepararemos en ese día a día vigilante en nuestras tareas y responsabilidades, en ese trato humano que tengamos con los demás, en ese compromiso que todos tenemos de hacer que nuestro mundo sea mejor, en ese esfuerzo que hacemos cada día por superarnos y mejorar en nuestra vida, por crecer interiormente, por compartir lo que somos con los demás. ¿No nos ha hablado del administrador que tiene que repartir su ración a cada uno en su hora oportuna? Y si se descuida y no lo hace, si se aprovecha de su situación sintiéndose superior a los demás, si obra de una manera injusta, tendrá que dar cuentas. ¿No es lo que tenemos que hacer en nuestra vida de cada día? Somos administradores de esa vida que Dios ha puesto en nuestras manos con todos sus dones y cualidades; tenemos que ser esos buenos administradores.

Y eso es una manifestación de nuestra confianza y nuestra esperanza. Porque sabemos que en esa tarea no estamos solos, que Dios es nuestra fortaleza, que El nos regala la luz de Espíritu para que podamos discernir lo bueno en cada momento. Aunque haya momentos oscuros, noches oscuras, sabemos siempre que el Señor está ahí. Su promesa no nos falla, su presencia y la fuerza de su Espíritu es permanente en nuestra vida. Confiamos, esperamos. Y seguimos realizando nuestra tarea, seguiremos afrontando las dificultades de la vida, no podemos dejar llenar nuestro corazón de angustia como si estuviéramos solos, porque con nosotros está el Señor, aunque a veces no lo veamos, pero si abrimos nuestro espíritu lo sentiremos en nuestro corazón.

Es el signo de esperanza que tenemos que ser en medio de los que nos rodean, para que de nuevo comencemos a confiar, de nuevo todos comencemos a poner nuestra mano en el arado para transformar de verdad nuestro mundo. La esperanza es nuestra fuerza y nos dará sentido a nuestra vida.