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sábado, 11 de octubre de 2025

Una alabanza que nos abre a entrar en otras orbitas y otros encuadres de nuestra vida cuando escuchamos y plantamos la palabra de Dios en nuestro corazón

 


Una alabanza que nos abre a entrar en otras orbitas y otros encuadres de nuestra vida cuando escuchamos y plantamos la palabra de Dios en nuestro corazón

Joel 4,12-21; Salmo 96; Lucas 11,27-28

Una alabanza siempre es agradable; no es que la busquemos, pero el reconocimiento de lo bueno siempre puede ser un estímulo. Puede ser una señal de gratitud por parte de aquellos que se sienten beneficiados con lo bueno que reciben; es de nobleza de corazón el reconocerlo. Pero sin que esos reconocimientos y homenajes se conviertan en una razón para que hagamos las cosas bien, una palabra agradable que reconozca lo bueno que se hace se puede convertir en un estimulo interior para seguir haciendo lo bueno. Claro que sabremos actuar rectamente y hasta con generosidad aunque no recibamos esos reconocimientos, sin que nos rindan homenajes y canten alabanzas en nuestro honor. El bien que hacemos es nuestra más honda satisfacción.

Pero no se trata solamente de la satisfacción y el estimulo que sentimos en nuestro interior cuando hablan bien de nosotros, sino que por una parte hemos de sentir eso mismo en las alabanzas que prodiguen a los demás por lo bueno que realizan, y lejos de nosotros ha de estar todo atisbo de envidia o de celos porque a ellos se lo reconocen aunque de nosotros no digan nada – necesitamos también muchas veces esa cura de humildad para evitar orgullos y vanaglorias propias – sino que cuando está en referencia a seres a quienes tenemos especial aprecio como puede ser incluso a nuestros familiares, nuestro gozo tendría que ser mucho más hondo.

Podría parece que todo esto que voy reflexionando se viene abajo en el breve pasaje del evangelio que hoy se nos ofrece. Podrían parecer cortantes las palabras de Jesús cuando alguien en medio de la multitud levanta su voz en alabanza a la propia madre de Jesús. Es una aclamación espontánea la que surge en medio de las gentes; también nosotros muchas veces nos lo decimos cuando nos encontramos con alguien que resalta por su bondad o por buen hacer, ‘¡qué orgullosa tiene que sentirse esa madre!’, pensamos nosotros. Es lo que viene a decir aquella mujer anónima en medio de la multitud. ‘¡Dichosos los pechos que te alimentaros y el vientre que te llevó!’, Dichosa la madre que te parió, diríamos nosotros en un lenguaje como más ordinario.

Pero Jesús quiere dirigir nuestros ojos a otra óptica. Está bien que miremos las cosas desde ese lado humano, y aquí rebosa humanidad el grito de aquella mujer, pero tenemos elevar nuestra mirada, tenemos que tener otra perspectiva. Bien sabemos cuando contemplamos un paisaje que depende del lugar desde donde miremos para apreciar diversos detalles, depende del encuadre que le hagamos y hasta el marco que ponemos alrededor para resaltar algo en lo que quizás no nos habíamos fijado; a mi me gusta cuando hago una fotografía, por ejemplo, a un paisaje encuadrar la imagen que quiero tomar en un marco, darle un primer plano que le de profundidad, o resaltar quizás una sombra que haga brillar de una forma distinta su colorido. Así tendríamos que aprender a mirar en la vida.

Jesús viene a ayudarnos a cambiar esas perspectivas, esos encuadres que hemos de hacer en la vida, esa forma de mirar las cosas y las personas, esa manera de leer los acontecimientos, para descubrir lo que de verdad nos quieren enseñar, para descubrir donde está el mensaje, para saber cual es el colorido que le hemos de dar a la vida. Es lo que significa la buena nueva del evangelio; por eso es buena nueva, por eso es siempre buena noticia para nosotros, por eso es la novedad que siempre ha de significar para nosotros la Palabra de Dios.

Es lo que con una simple frase como respuesta a la alabanza de aquella mujer dice Jesús y que no es quitarle valor a la alabanza que se hace de la madre de Jesús. ‘Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen’. Escuchar la Palabra de Dios y plantarla en el corazón. Así, simplemente, alcanzaremos la dicha, nos dice Jesús. Es el filtro que hemos de ponerle a nuestra vida, es el cristal a través del cual hemos de mirar, es el color que tenemos que resaltar de la vida, es el encuadre que tenemos que hacer.

Desde la Palabra de Dios, escuchada y plantada en el corazón encontraremos para todo otro sentido, encontraremos la verdadera luz para nuestros ojos, descubriremos lo que es el verdadero valor de nuestra vida, se nos abrirán caminos de verdadera plenitud y felicidad. Pero tenemos que dejarnos sorprender por esa buena noticia que nos trae; como aquella mujer se sintió sorprendida por la presencia de Jesús y pensó en su madre, que para ella se convertía en un gozo y una felicidad de la que de alguna manera quería hacerse partícipe.

Es el camino que nosotros hemos de emprender, es donde encontraremos la verdadera alabanza para lo que luego vamos a hacer, es con lo que proclamaremos la gloria de Dios.

viernes, 10 de octubre de 2025

La vida está llena de signos y señales, con mirada de esperanza descubramos las señales del Reino de Dios en tanto bueno que podemos contemplar a nuestro alrededor

 


La vida está llena de signos y señales, con mirada de esperanza descubramos las señales del Reino de Dios en tanto bueno que podemos contemplar a nuestro alrededor

Joel 1,13-15; 2,1-2; Salmo 9; Lucas 11,15-26

La vida de cada día está rodeada de signos y de señales que nos indican caminos, que nos señalan sendas de vida, que amplían horizontes, que nos hacen comprender cuanto nos sucede o que nos plantean interrogantes.

Cuando hablamos de signos o de señales pensamos, por ejemplo, en nuestras carreteras; tenemos que conocer las señales que vamos encontrando que nos señalan direcciones o que nos indican cómo hemos de conducir por esas vías; tenemos que saber leerlas a tiempo e interpretarlas porque de eso va a depender nuestra manera de circular, de evitar los peligros que podamos encontrar, o de darnos pista para que hagamos más agradable nuestro viaje.

Pero los signos no son solo las señales de tráfico de nuestras carreteras, calles o caminos; son los signos que encontramos en la vida, desde lo que podamos leer e interpretar de la manera de actuar de los que caminan a nuestro lado, o desde los acontecimientos de todo tipo que suceden en el mundo en que vivimos, ya sea nuestro entorno cercano, o ya sea acontecimientos de carácter más universal. Signos y señales que nos indicarán el sentido del vivir de tantos o los derroteros por donde anda nuestro mundo.

Tenemos la tendencia de fijarnos en lo que suene a catastrófico, de resaltar aspectos negativos que encontremos en nuestra sociedad que nos lleva a hacer unas determinadas lecturas de cuanto sucede, de dejarnos envolver muchas veces por el pesimismo porque no puede parecer todo tan negativo; es cierto que no todo son luces, pero también podemos encontrar luces y buen colorido en muchas cosas que nos manifiestan un despertar de la solidaridad, de búsqueda del bien común, de deseos de paz y de señales aunque en ocasiones nos puedan parecer imperceptibles de una paz que poco a poco se va construyendo.

¿Detrás de cuanto sucede no podemos encontrar alguna luz de algo nuevo y esperanzador? Creo que tendría que ser por donde tendría que ir nuestra lectura de la vida y la interpretación que hemos de hacer de los acontecimientos que se suceden. Siempre podemos encontrar esa luz, siempre tenemos que saber encontrar esa luz, dejando a un lado la tendencia a los catastrofismos y a las lecturas negativas y pesimistas. Nosotros los cristianos tenemos que ser los hombres y mujeres de la esperanza, y desde esa esperanza confiamos en la presencia del Señor en cuanto nos sucede y cómo Él quiere hablarnos también desde cuanto nos sucede.

Nos choca hoy en el texto del Evangelio que se nos propone aquella interpretación que hacían algunos de los signos y milagros que Jesús realizaba cuando se los atribuyen al poder de Satanás. Jesús nos habla de un reino dividido que no puede subsistir para señalarnos la incongruencia de los que así pensaban. Querían pedir después de lo que estaban viendo un nuevo signo del actuar de Dios cuando estaban tan ciegos que no sabían ver e interpretar las obras de Jesús.

Pero ¿no será lo que de alguna manera nos sucede a nosotros cuando andamos tan pesimistas en la vida y no somos capaces de ver esas señales de Dios que se van manifestando? Y todavía queremos seguir pidiendo milagros, o corremos de un lado para otro cuando sucede algo extraordinario. Seamos capaces de ver esas señales de Dios que se nos manifiestan en lo pequeño y en lo sencillo.

Como decíamos antes aun con todas las negruras que podamos apreciar hay bonitos signos en muchos donde se manifiesta la solidaridad, hay un despertar de las conciencias buscando mayor justicia, hay mucha gente intranquila con tanta violencia y acritud en nuestras relaciones y están buscando formas nuevas de construir esa paz y esa armonía entre todos, hay un deseo de salvaguardar la naturaleza y de cuidar nuestro entorno.

¿No podemos ver ahí señales de algo nuevo que va surgiendo en nuestro mundo? ¿No tenemos que estar ahí también los cristianos y poner también nuestra propia nota de humanidad y de amor, porque nos sentimos llenos del amor de Dios? ¿No tendríamos que convertir todo eso y ver en ello señales del Reino de Dios por el que nosotros hemos de luchar?


jueves, 9 de octubre de 2025

Abramos puertas y ventanas para llamar y poder salir a buscar, pero también para escuchar a quienes nos llaman y buscan algo en nosotros

 


Abramos puertas y ventanas para llamar y poder salir a buscar, pero también para escuchar a quienes nos llaman y buscan algo en nosotros

Malaquías 3, 13 – 4,2ª; Salmo 1; Lucas 11,5-13

¿A dónde voy a llamar si parece que nadie me va a responder? Quizás en alguna ocasión habrá tenido la experiencia de llamar y al final desistir porque nadie le respondía tan pronto como hacía su llamada. ¿Le faltaría insistencia, quizás?

Alguna vez nos habremos encontrado a alguien que venía buscando una determinada persona, le habían dicho que por aquel lugar vivía, pero ahora no sabía donde ir a llamar porque todas las puertas estaban cerradas y podría parecer que allí no había nadie. Demasiadas puertas y ventanas cerradas nos vamos encontrando hoy a nuestro paso por calles y caminos; quizás los mayores añoramos aquellos tiempos en que las cancelas y las puertas siempre estaban abiertas o podíamos abrirlas sin necesidad de llamar mucho. ¿Nos habrán invadido los miedos y las desconfianzas? Pero quizá aquella persona que buscaba se encontró con alguien que la animó a llamar sin miedo e insistir en la llamada, asegurándole que alguien le iba a responder.

La invitación hoy del evangelio es a que perseveremos en nuestras búsquedas y llamadas, que no temamos pedir aquello que necesitamos porque vamos a tener respuesta, vamos a encontrar lo que buscamos, van a responder a nuestra llamada. Aunque este pasaje del evangelio muchas en nuestros comentarios hagamos alusión a la oración, a nuestra relación con Dios, creo que está queriéndonos decir mucho de esas búsquedas profundas que tenemos que hacernos en la vida, de ese deseos de conocer y de saber, de ese deseo de crecer, de ese deseo de buscar hondamente sentido a la vida o de búsqueda de respuestas a muchos interrogantes que tenemos en nuestro interior.

El que quiere crecer tiene que buscar, tiene que llamar. Muchas veces somos nosotros mismos los que nos estamos cerrando puertas en nuestro conformismo o con nuestros miedos; nos contentamos con lo que somos o con el estado en que estamos y no buscamos algo nuevo, algo mejor, algo que de verdad nos haga crecer. Esas búsquedas muchas veces son costosas y son arriesgadas; si las vamos haciendo con sinceridad abiertos a lo que nos vamos a encontrar, podría ser que se volvieran exigentes con nosotros mismos porque nos obligan a salir de nuestras rutinas, o arrancar las hierbas que nos parezcan externamente bonitas de nuestras malas costumbres que nos encierran en nosotros mismos.

Hay que ser valiente para ponerse en camino de búsqueda, porque el que se pone en camino no se refugia en lo que ya tiene ni se contenta con ello, y para poder ponerse en camino a buscar seguramente tendrá que desprenderse de muchas cosas que podrían ralentizar su avance por el camino nuevo. Se volverá una exigencia para nosotros. Necesitaremos abrir puertas en nosotros mismos.

Apertura de puertas para salir nosotros, pero también para dejar entrar. Alguien a nuestro lado podría estar queriendo llamar, pero, como decíamos antes, le parece que porque las puertas y ventanas están cerradas no hay nadie que les pueda responder. Nos toca, pues, a nosotros abrir puertas para que sepan que pueden contar con nosotros porque estamos dispuestos a responder.

Nos toca quitar miedos y desconfianzas, porque seguimos con muchos miedos y desconfianzas ante quienes nos parecen desconocidos, nos parecen extraños porque no son los que hemos visto siempre, porque somos muy prontos a poner etiquetas y hacer discriminaciones solo dejándonos llevar por apariencias que puedan ser distintas. Pensemos cuál es la acogida que hacemos a quienes emigrantes llegan a nuestras costas o a nuestras tierras. Creo que hay que pensar y decir en este sentido.

Estamos aplicando estas palabras de Jesús a este lado humano de la vida para el cual son también buena noticia de salvación, porque es un invitación a unas actitudes nuevas y a unos valores nuevos en los que tenemos que profundizar, pero no olvidemos cuanto nos quiere decir en lo que es nuestra relación con Dios, esa oración en la que necesitamos ser tan perseverantes, porque aquí no puede haber desconfianzas porque sabemos que estamos queriendo relacionarnos con un Dios que es nuestro padre y nos ama. No olvidemos sin embargo que Jesús nos habla de esa acogida de Dios, en la medida en que nosotros sepamos ser acogedores con nuestros hermanos, sean quienes sean.

miércoles, 8 de octubre de 2025

 

Sepamos quitar esa ‘chinita’ de la incapacidad de perdonar de nuestro zapato y comenzaras a sentirte más dichoso y feliz, con más ganas de amar con un amor generoso

Jonás 4,1-11; Salmo 85; Lucas 11,1-4

Queremos tener zapatos cómodos en nuestros pies y nos gastamos lo que sea necesario para conseguir unos zapatos bonitos cómodos y poder caminar sin ningún tipo de molestia; pero a veces nos sucede que se nos mete una ‘chinita’ en el zapato que nos hace amargo nuestro caminar, nos molesta, no sabemos a veces como quitarla porque parece que va corriendo por toda la planta del zapato y se nos hace insoportable nuestro caminar.

Hoy sale a relucir esa ‘chinita’ del zapato de nuestra vida que no nos deja tranquilos, que no terminamos de comprender ni saber qué hacer terminar de liberarnos de eso que muchas veces va amargando nuestra existencia, aunque tratemos de disimularlo. Está incluido en una de las peticiones que hacemos en la oración que Jesús nos enseñó.

El evangelio nos habla de la petición que le hacen los discípulos a Jesús, ‘enséñanos a orar’. Repetidamente vemos la oración de Jesús en el evangelio, como participa en la oración de la comunidad en la sinagoga o en las fiestas pascuales en el templo de Jerusalén, pero también le vemos en diversos momentos que se retira a orar a lugares apartados o expresa su oración y acción de gracias al Padre en medio de los mismos acontecimientos que se van sucediendo. En muchas ocasiones por otra parte nos hablará de la insistencia, perseverancia y confianza con que hemos de orar al Padre. ‘Pedid y se os dará, llamad y se os abrirá…’ porque el Padre siempre atiende a la oración de los hijos.

Ahora Jesús nos deja plasmado en unas palabras concretas lo que ha de ser el sentido de nuestra oración. Hemos grabado esas palabras de Jesús en el corazón de nuestra vida y nos las hemos aprendido de memoria para repetirlas una y otra vez en nuestra oración. No voy ahora a extenderme en cada uno de esos como apartados con los que traza lo que ha de ser nuestra oración; quiero más bien ir a subrayar lo que más nos cuesta decir con todo sentido y en toda su amplitud en esa formula de oración y que de alguna manera es esa ‘chinita’, esa piedrecilla que se ha metido en nuestro zapato y que no terminamos de resolver.

Pedirle perdón a Dios parece ser fácil en cuanto pedimos ese perdón para nosotros, y ya hasta de alguna manera nos hemos acostumbrado a decir que somos pecadores y como que parece que Dios ya tiene en su misericordia la obligación de perdonarnos. 

Vayamos por partes, ¿sabremos nosotros disfrutar de ese perdón? ¿Será en verdad motivo para sentir gozo en el alma, pero de tal manera que no nos queremos ver de nuevo envueltos en aquellas negruras del pecado? ¿No nos estará sucediendo que no terminamos de unir este perdón que le pedimos a Dios con aquella forma de llamarle tal como lo hacemos cuando comenzamos a llamarle Padre en nuestra oración? Quizás no hemos sabido saborear del todo esa palabra, ese llamar a Dios Padre, ese sentir que Dios es para nosotros un Padre que nos ama y nos ama de una forma incondicional y en su amor nos regala su perdón.

Pero la ‘piedrecita’ la encontramos cuando llegamos a las consecuencias de ese perdón, el perdonar nosotros a los demás, a los que nos han ofendido, con quienes tenemos la deuda de esa ofensa y de ese consiguiente perdón. Ahí es cuando nos sentimos cojear en ese perdón de Dios también, porque si no somos capaces nosotros de perdonar, de ofrecer ese regalo de amor de nuestro perdón, ¿cómo seremos capaces de pedir ese perdón de Dios?

Por ahí comenzamos a cojear, a querer hacer nuestras interpretaciones favorables a ver como quedamos bien, pero algo está flaqueando en nuestra vida y en nuestras actitudes porque parece que ya el amor no es tan amplio como tendría que ser. Es lo que tenemos que aprender a disfrutar, es cuando tenemos que sacar todas las consecuencias de aquel amor con queremos llamar a Dios Padre y sentirnos amados por El.

Es por donde tenemos que empezar, es lo que tenemos que saber saborear, disfrutar. Podremos entender las palabras de Jesús en la cruz cuando no solo pide perdón por los que le crucifican sino que aun los disculpa porque no saben lo que hacen. ¿No sería eso lo que movería el corazón de aquel ladrón que estaba en el mismo sufrimiento de Jesús para tener la confianza y la osadía de pedir a Jesús que se acordara de él cuando llegara a su Reino?

Y es que el perdón generoso no solo nos dará más felicidad a nuestro corazón sino que también moverá el corazón más endurecido para querer entrar también en esa órbita del amor. El contemplar esa capacidad de perdón de alguien a nuestro lado es un aliciente y un estimulante para movernos a nuestro propio arrepentimiento y a la confianza de obtener ese perdón como también ofrecerlo generosamente.

Sepamos quitar, pues, esa ‘chinita’ de nuestro zapato, porque vas a comenzar a sentirte más dichoso, más feliz, con más ganas de amar con un amor totalmente generoso.  

martes, 7 de octubre de 2025

Hay una luz de esperanza que nosotros podemos y tenemos que llevar a nuestro mundo, de María aprendemos a ponernos en camino para despertar la esperanza

 


Hay una luz de esperanza que nosotros podemos y tenemos que llevar a nuestro mundo, de María aprendemos a ponernos en camino para despertar la esperanza

Zacarías 2, 14-17; Salmo Lc 1, 46b-55; Lucas 1, 26-38

Puede sucedernos que a veces vivamos de forma inconsciente dejando pasar la vida, estando solamente a lo que salte y nos metemos como en un túnel insonoro porque no queramos saber lo que realmente pasa; nos habituamos a las cosas de cada día y aunque algunas veces las cosas no salgan a nuestro gusto vamos timoneando esas tempestades haciendo como que no nos enteramos de lo que sucede. Pero el ritmo trepidante de la vida sigue, nos hacemos oídos sordos en ocasiones porque no queremos quizás complicarnos, porque sabemos que las cosas tendrían que cambiar, tendrían que ser de otra forma, nos escudamos en que no sabemos o que eso no nos toca a nosotros, pero algunas veces parece como que vivimos sin esperanza de algo mejor, de que las cosas tendrían que cambiar.

Es la situación social que contemplamos alrededor, es ese caminar sin rumbo ni sentido, es la vida amorfa en que nos encerramos para no complicarnos, son los juicios que hacemos desde la distancia pero sin poner mano a que las cosas sean distintas, nos falta un norte, necesitamos un buen faro de luz que nos oriente y haga encontrar caminos, necesitamos una fuerza que nos empuje para salir de nuestro amodorramiento. ¿Dónde encontrarlo? ¿Nosotros como cristianos no tenemos nada que decir, nada que hacer? ¿Estaremos cayendo también en ese arramblamiento, dejándonos también arrastrar por lo que sea?

Tenemos que dejarnos sorprender por la Palabra de Dios que es para nosotros ese fogonazo de luz que nos despierta, que despierta en nosotros nuevas esperanzas. No nos podemos acostumbrar al evangelio. Hoy la liturgia, en esta fiesta de la Virgen María en su advocación del Rosario, nos ofrece un texto que hemos escuchado muchas veces y tenemos el peligro de acostumbrarnos a él y termine por no ser evangelio, buena noticia, para nosotros.

Es el anuncio que el ángel de Dios hace a María. Es el anuncio de esa luz que llega a nuestro mundo para transformarlo; decimos, es anuncio de salvación porque es el anuncio del nacimiento de Dios hecho hombre. Pero cuidado nos acostumbremos y no lleguemos a calibrar bien lo que eso viene a significar, sigue significando hoy para nuestra vida y para nuestro mundo. Algo nuevo y misterioso va a suceder. Algo que en verdad tiene que ser motivo de alegría para la humanidad. Como expresaban los judíos era la esperanza de la llegada del Mesías liberador.

Es el anuncio que hoy nosotros tenemos que escuchar para despertar de todo aquello que describíamos al principio, para despertar de esa vida amorfa y sin esperanza, para despertar de esas rutinas en las que hemos envuelto nuestra vida, para despertar de ese dejarnos simplemente arrastrar sin ansias ni deseos de algo nuevo y mejor. Fue lo que significó el nacimiento de Jesús, la presencia de Jesús en medio de aquel pueblo aunque muchos estuvieran en su contra. Pero la semilla del Reino de Dios quedó sembrada.

Es el camino en que tenemos que ponernos, es esa nueva orientación que le hemos de dar a nuestra vida porque hemos encontrado nuestra estrella polar, porque ese faro de luz nos ilumina y nos señala caminos nuevos. No podemos quedarnos preguntándonos que no entendemos, que no somos capaces, o diciéndonos que eso a nosotros no nos toca.

Cuando el misterio de Dios se le revela a María, porque no terminaba de comprender todo lo que le sucedía, se preguntaba como podía ser lo que el ángel le anunciaba porque ella no conocía varón, y entendemos lo que eso significa. Pero María no se quedó en la duda y la pregunta sino que siguió adelante y se dejó conducir. Al final diría que ella era la esclava del Señor, que se realizase en ella la Palabra que el ángel le anunciaba. Dejémonos igualmente conducir, sigamos escuchando la Palabra en nuestro corazón hasta que quede en verdad sembrada en nuestra vida.

Esta fiesta de María que hoy celebramos a ello nos está enseñando. Es la fiesta del Rosario. ¿Y qué es el Rosario sino ponernos como María a rumiar en nuestro interior lo que la Palabra de Dios nos va revelando en el hoy de nuestra vida? No es simplemente recitar unas formulas con las que saludamos a María, sino que mientras contemplamos a María vamos rumiando en nuestro interior ese misterio de Dios. Después de un rosario bien rezado tenemos que terminar diciendo como María, ‘aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra’.

Así tenemos que sentirnos transformados en esa oración a María. Así tiene que renacer de nuevo la esperanza y la luz en nuestros corazones; así tenemos que ponernos en camino como lo hizo María después de la Anunciación, porque sabía que allá en las montañas de Judea alguien la necesitaba. 

¿Despertaremos nosotros para darnos cuenta de quien nos necesita y estaremos dispuestos a ponernos en camino? Hay una luz de esperanza que nosotros podemos y tenemos que llevar a nuestro mundo.

    Sí, el rezo del Rosario pone en un camino de esperanza porque ayuda a profundizar la fe, permite meditar la vida de Cristo a través de los ojos de María y ofrece consuelo y fortaleza ante las adversidades de la vida, generando una confianza en la voluntad divina y en la intercesión de la Virgen María. 

lunes, 6 de octubre de 2025

‘¿Quién se portó como prójimo de aquel hombre?’… ‘pues, vete y haz tú lo mismo’… ¿legalidad o humanidad?

 


‘¿Quién se portó como prójimo de aquel hombre?’… ‘pues, vete y haz tú lo mismo’… ¿legalidad o humanidad?

Jonás 1,1–2,1.11; Sal.: Jon 2,3.4.5.8;  Lucas 10,25-37

De alguna manera la pregunta que le hace aquel maestro de la ley a Jesús es una pregunta que nos hacemos nosotros también y no sé si nosotros andaremos en la honda de lo que era la práctica de aquellos maestros de la ley o de la honda con la que Jesús pretende que sintonicemos. ¿No andaremos también nosotros preguntándonos por cosas que tengamos que hacer, pero sin mover en lo más mínimo las actitudes que tengamos dentro de nosotros? ¿No andaremos también buscando esa lista de cosas imprescindibles para decir que cumplimos pero dejando que nuestro corazón ande por otras partes?

De ahí esa pregunta que no sé si diremos ociosa que se hace aquel hombre ante la respuesta tan formal aparentemente de Jesús. Una pregunta que podría parecer innecesaria pero que se convierte su respuesta en algo fundamental según lo que Jesús nos está queriendo enseñar. ‘¿Quién es mi prójimo?’

Jesús nos propone esta magnífica parábola a la que tantas veces le habremos dando vueltas y vueltas en nuestras reflexiones. El caso de aquel hombre malherido al borde del camino asaltado, robado y maltratado por aquellos ladrones de caminos tan habituales, no sólo en aquellos tiempos sino también en el hoy que vivimos aunque algunas veces se haga con mayor sutileza. Es solo la imagen de punto de partida, aunque también nos tendría que hacer reflexionar.

Pero la parábola comienza a desarrollarse cuando por aquel camino que conduce entre Jericó y Jerusalén transitan un sacerdote y un levita; muy preocupados quizás por llegar puntualmente al templo para la hora de los sacrificios, pero no solo puntualmente sino con la necesaria pureza para poder ejercer su oficio. No solo sería el retraso y la tardanza que se produciría al tener que atender a un hombre herido y maltratado sino las consecuencias en las cuestiones de pureza legal a causa del contacto con la sangre y quizás de un moribundo. Mejor hacerse el distraído. Ellos querían cumplir, ellos querían mantenerse en su pureza legal, ellos querían ser fieles a la ley mosaica, pero, ¿dónde estaba la humanidad? ¿No se casan legalidad y humanidad? Había cosas que cumplir que parece que eran las primordiales.

Será un samaritano, ni siquiera era judío aunque quizás por sus negocios estuviera transitando por aquellos caminos. ¿Iría también con sus preocupaciones y sus prisas por las cosas que traía en mano? Pero aquel hombre supo lo que era lo primordial. Se detuvo junto al caído sin importarle ni preguntarle su procedencia o nacionalidad. La humanidad no tiene que tener esas etiquetas que separan y que distancian. Puso a disposición su cabalgadura, cambió los planes de la organización de su trabajo, ahora había que buscar una posada, ahora había que tener quien atendiera a aquel hombre mal herido, ahora había que disponer de lo que fuera necesario para que aquella persona se recobrara.

No echaba cuentas de lo que se iba a necesitar. ¿Qué interrogante se nos plantea dentro de nosotros cuando andamos preguntando y contando cuánto nos estamos gastando con aquellos inmigrantes ‘ilegales’, y estamos haciendo comparación con lo que nosotros necesitaríamos para salir adelante y que no podemos alcanzar porque se lo dan a otros que tienen menos ‘méritos’ que nosotros. ¿No son esas cuestiones que nos planteamos muchas veces? ¿No son legalidades que queremos reclamar olvidándonos de la verdadera humanidad? Podríamos seguir pensando en muchas cosas que son como el padrenuestro de cada día en nuestras reclamaciones, en nuestras protestas o en nuestras exigencias.

Jesús solo pregunta ‘¿Quién se portó como prójimo de aquel hombre?’ Y solo nos dirá para terminar, ‘pues, vete y haz tú lo mismo’.


domingo, 5 de octubre de 2025

Siervos tuyos somos, aunque nos sintamos pequeños e insignificantes, pero hemos hecho lo que teníamos que hacer… Auméntanos la fe

 


Siervos tuyos somos, aunque nos sintamos pequeños e insignificantes, pero hemos hecho lo que teníamos que hacer… Auméntanos la fe

Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4; Salmo 94; 2 Timoteo 1, 6-8. 13-14; Lucas 17, 5-10

¿A dónde vamos a parar?, nos preguntamos muchas veces. ¿Los problemas de la vida? ¿La situación en tantos ámbitos distintos por donde vemos que discurre la vida? Pensamos quizás en la indiferencia de tantos que los vuelve insolidarios, pensamos en las diferentes inquietudes sociales que vemos que se van manifestando, la violencia que marca nuestras relaciones tanto entre los más cercanos como en el ámbito más amplio de la sociedad, ya sean las guerras que no paran en nuestro mundo, ya sea la acritud que se va manifestando en las relaciones de los unos y los otros tanto de individuos cercanos como vemos también en el ámbito de lo social o de la vida política, tantas cosas que cuando nos ponemos a pensar en ellas termina doliéndonos la cabeza, pero más aun, el corazón. Y no digamos la pendiente por la que se va deslizando todo lo referente a lo religioso, humano y cristiano que parece que no levantamos cabeza.

¿A dónde vamos a parar?, nos preguntábamos al principio, pero quizás en los que aun nos queda la sensibilidad de la fe nos queda el pedir, ‘Señor, auméntanos la fe’. porque nos llenamos de dudas, porque se enfría nuestro espíritu, porque suceden tantas cosas que nos interrogan por dentro sobre el sentido de lo que estamos haciendo, porque contemplamos ese enfriamiento espiritual que también a nosotros nos envuelve, y que hace que tantos vayan abandonando el espíritu religioso más elemental, aunque luego andemos buscando soluciones en no sé cuantas cosas que nos aparecen de acá o de allá, esoterismos, espiritualidades orientales, y no se cuantas cosas más a las que ahora se les da más importancia que a una verdadera religiosidad desde el sentido cristiano que ha sido el alimento de nuestra vida.

‘Señor, auméntanos la fe’, tenemos que decir. Como decía también aquel hombre que rogaba por la curación de su hijo y Jesús lo invitaba a la fe y a la confianza, ‘Señor, yo creo pero aumenta mi fe’. Y Jesús seguirá insistiéndonos como lo hacía con Jairo cuando le traían las malas noticias de la muerte ya de su niña, ‘basta con que tengas fe’. Con humildad también nosotros acudimos como aquel centurión del evangelio, ‘no soy digno de que entres en mi casa, pero una sola palabra tuya bastará para salvarse’.

Hoy nos habla Jesús de la fe aunque fuera solamente del tamaño de un granito de mostaza, pero que es capaz de realizar grandes maravillas. Jesús para hablarnos utiliza imágenes un tanto espectaculares, propias también de una época como la vivida en los tiempos en que se nos trasmitieron los evangelios. No es cuestión de que vayamos haciendo el trasplante de árboles de un lado para otros, desde la montaña al mar o lo que sea. Son imágenes que nos hablan de una transformación interior que tiene que ser muy significativa en nuestra vida.

Es el hacer eso que tenemos que hacer, eso que es nuestra vida diaria pero con un espíritu de fe, poniendo nuestra confianza total en Dios. Nuestra fe no son unas doctrinas que tenemos que aprender, aunque en la base tiene que estar todo un sentido de Dios. Es la confianza con la que nos sentimos cuando confiamos en aquel que amamos y de quien nos sentimos amados.

Podremos vernos envueltos en las peores tormentas, pero sabemos de quien nos fiamos, en quien ponemos toda nuestra confianza. La fe no es darnos las soluciones fáciles establecidas ya como en un protocolo que nos dice lo que tenemos que hacer y lo que no, sino un confiarnos en el amor. Y eso nos hará caminar en paz, porque nos sentimos seguros a pesar de todos los vaivenes que en la vida nos iremos encontrando. Y la barca de nuestra vida camina segura a puerto, no nos faltará ese faro que nos oriente para encontrar camino a pesar de la tormenta, no nos faltará esa estabilidad que nos haga navegar con celeridad para sortear esas dificultades que vamos a encontrar. Como nos decía el profeta Baruc, ‘el justo por su fe vivirá’.

Seguimos haciendo nuestro camino con confianza, con fe. Conscientes de la misión que tenemos que desarrollar, del anuncio de vida que tenemos que hacer, del sentido de amor con que tenemos que envolver toda  nuestra vida, de las responsabilidades que tenemos que asumir. Misioneros de evangelio tenemos que ser en medio de nuestro mundo, porque nuestro mundo sigue necesitando esa buena nueva de salvación que lo transforme y que nos haga a nosotros unos hombres nuevos. ‘Siervos tuyos somos, aunque nos sintamos pequeños e insignificantes, pero hemos hecho lo que teníamos que hacer’, como nos dice el evangelio.