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martes, 7 de octubre de 2025

Hay una luz de esperanza que nosotros podemos y tenemos que llevar a nuestro mundo, de María aprendemos a ponernos en camino para despertar la esperanza

 


Hay una luz de esperanza que nosotros podemos y tenemos que llevar a nuestro mundo, de María aprendemos a ponernos en camino para despertar la esperanza

Zacarías 2, 14-17; Salmo Lc 1, 46b-55; Lucas 1, 26-38

Puede sucedernos que a veces vivamos de forma inconsciente dejando pasar la vida, estando solamente a lo que salte y nos metemos como en un túnel insonoro porque no queramos saber lo que realmente pasa; nos habituamos a las cosas de cada día y aunque algunas veces las cosas no salgan a nuestro gusto vamos timoneando esas tempestades haciendo como que no nos enteramos de lo que sucede. Pero el ritmo trepidante de la vida sigue, nos hacemos oídos sordos en ocasiones porque no queremos quizás complicarnos, porque sabemos que las cosas tendrían que cambiar, tendrían que ser de otra forma, nos escudamos en que no sabemos o que eso no nos toca a nosotros, pero algunas veces parece como que vivimos sin esperanza de algo mejor, de que las cosas tendrían que cambiar.

Es la situación social que contemplamos alrededor, es ese caminar sin rumbo ni sentido, es la vida amorfa en que nos encerramos para no complicarnos, son los juicios que hacemos desde la distancia pero sin poner mano a que las cosas sean distintas, nos falta un norte, necesitamos un buen faro de luz que nos oriente y haga encontrar caminos, necesitamos una fuerza que nos empuje para salir de nuestro amodorramiento. ¿Dónde encontrarlo? ¿Nosotros como cristianos no tenemos nada que decir, nada que hacer? ¿Estaremos cayendo también en ese arramblamiento, dejándonos también arrastrar por lo que sea?

Tenemos que dejarnos sorprender por la Palabra de Dios que es para nosotros ese fogonazo de luz que nos despierta, que despierta en nosotros nuevas esperanzas. No nos podemos acostumbrar al evangelio. Hoy la liturgia, en esta fiesta de la Virgen María en su advocación del Rosario, nos ofrece un texto que hemos escuchado muchas veces y tenemos el peligro de acostumbrarnos a él y termine por no ser evangelio, buena noticia, para nosotros.

Es el anuncio que el ángel de Dios hace a María. Es el anuncio de esa luz que llega a nuestro mundo para transformarlo; decimos, es anuncio de salvación porque es el anuncio del nacimiento de Dios hecho hombre. Pero cuidado nos acostumbremos y no lleguemos a calibrar bien lo que eso viene a significar, sigue significando hoy para nuestra vida y para nuestro mundo. Algo nuevo y misterioso va a suceder. Algo que en verdad tiene que ser motivo de alegría para la humanidad. Como expresaban los judíos era la esperanza de la llegada del Mesías liberador.

Es el anuncio que hoy nosotros tenemos que escuchar para despertar de todo aquello que describíamos al principio, para despertar de esa vida amorfa y sin esperanza, para despertar de esas rutinas en las que hemos envuelto nuestra vida, para despertar de ese dejarnos simplemente arrastrar sin ansias ni deseos de algo nuevo y mejor. Fue lo que significó el nacimiento de Jesús, la presencia de Jesús en medio de aquel pueblo aunque muchos estuvieran en su contra. Pero la semilla del Reino de Dios quedó sembrada.

Es el camino en que tenemos que ponernos, es esa nueva orientación que le hemos de dar a nuestra vida porque hemos encontrado nuestra estrella polar, porque ese faro de luz nos ilumina y nos señala caminos nuevos. No podemos quedarnos preguntándonos que no entendemos, que no somos capaces, o diciéndonos que eso a nosotros no nos toca.

Cuando el misterio de Dios se le revela a María, porque no terminaba de comprender todo lo que le sucedía, se preguntaba como podía ser lo que el ángel le anunciaba porque ella no conocía varón, y entendemos lo que eso significa. Pero María no se quedó en la duda y la pregunta sino que siguió adelante y se dejó conducir. Al final diría que ella era la esclava del Señor, que se realizase en ella la Palabra que el ángel le anunciaba. Dejémonos igualmente conducir, sigamos escuchando la Palabra en nuestro corazón hasta que quede en verdad sembrada en nuestra vida.

Esta fiesta de María que hoy celebramos a ello nos está enseñando. Es la fiesta del Rosario. ¿Y qué es el Rosario sino ponernos como María a rumiar en nuestro interior lo que la Palabra de Dios nos va revelando en el hoy de nuestra vida? No es simplemente recitar unas formulas con las que saludamos a María, sino que mientras contemplamos a María vamos rumiando en nuestro interior ese misterio de Dios. Después de un rosario bien rezado tenemos que terminar diciendo como María, ‘aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra’.

Así tenemos que sentirnos transformados en esa oración a María. Así tiene que renacer de nuevo la esperanza y la luz en nuestros corazones; así tenemos que ponernos en camino como lo hizo María después de la Anunciación, porque sabía que allá en las montañas de Judea alguien la necesitaba. 

¿Despertaremos nosotros para darnos cuenta de quien nos necesita y estaremos dispuestos a ponernos en camino? Hay una luz de esperanza que nosotros podemos y tenemos que llevar a nuestro mundo.

    Sí, el rezo del Rosario pone en un camino de esperanza porque ayuda a profundizar la fe, permite meditar la vida de Cristo a través de los ojos de María y ofrece consuelo y fortaleza ante las adversidades de la vida, generando una confianza en la voluntad divina y en la intercesión de la Virgen María. 

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