Vistas de página en total

sábado, 12 de julio de 2025

‘No tengáis miedo’, nos dice, porque nos ha garantizado la fuerza y presencia del Espíritu que será nuestra fortaleza

 


‘No tengáis miedo’, nos dice, porque nos ha garantizado la fuerza y presencia del Espíritu que será nuestra fortaleza

Génesis 49,29-32; 50,15-26ª; Salmo 104;  Mateo 10,24-33

Algunas veces andamos por la vida acobardados y llenos de miedos; unos miedos que nos coartan a la hora de tomar decisiones, siempre andamos en la duda, la desconfianza, el pensar en el qué dirán, la inseguridad en nosotros mismos; algunas veces muchos actos de valentía aparente que manifestamos quizás hasta llenos de violencia son seguramente fruto de esa inseguridad interior y de esos miedos que persisten en nosotros pero que no queremos reconocer o no queremos que se hagan manifiestos; quizás nuestra inmadurez, la falta de haber fortalecido bien nuestra personalidad nos vuelva tímidos e inseguros, y reflotan nuestros miedos; hay que pensar las cosas y buscar un razonamiento, pero muchas veces las queremos pensar tanto que al final no tomamos ninguna indecisión, precisamente por ese miedo interior que mantenemos.

Hemos venido hablando en un plano meramente humano, pero tendríamos que plantearnos también estas preguntas en nuestra espiritualidad, en el campo de nuestra fe y de nuestro compromiso cristiano. ¿Qué tal somos? ¿Nos habrá faltado una profunda experiencia de índole religiosa, en el campo de nuestra fe y eso también nos vuelve inseguros, indecisos y cobardes? Hemos de masticar bien esas buenas experiencias de índole religiosa que hayamos tenido en la vida, pero que luego no nos sucede que como los discípulos en Getsemaní huyamos también y nos escondamos.

Por tres veces escuchamos en este corto texto del evangelio que hoy se nos ofrece que no tengamos miedo. Ante la tarea que tenemos ante nosotros con lo que Jesús nos ha confiado nos llenamos de miedos. ¿Seremos capaces de enfrentarnos a ese mundo hostil que nos rodea? ¿Tendremos palabras para responder a sus cuestionamientos que muchas veces se puedan convertir en enfrentamientos? Y si como nos dice Jesús que el discípulo no es más que su maestro, y si al maestro le hicieron lo que le hicieron ¿no tendremos miedo también a la cruz que también a nosotros se nos va a ofrecer?

No tengáis miedo’, nos dice Jesús. Tendremos palabras y tendremos fortaleza porque El nos ha garantizado que el Espíritu de Dios estará con nosotros y nunca nos dejará solos. No tengamos miedo a lo que nos puedan decir o a la oposición que podamos encontrar. No tengamos miedo porque Dios no nos deja de su mano, que valemos mucho más que los pajarillos que vuelan en los cielos y Dios cuida con detalle de ellos.

No tengamos miedo a obrar el bien y la justicia, no tengamos miedo a la verdad y mostrémonos con autenticidad y congruencia, no tengamos miedo a la entrega y al compromiso por una causa buena, no tengamos miedo a hablar del amor gratuito y generosos de Dios que hemos experimentado en nuestra y cuya experiencia hemos de saber compartir con los demás.

El mundo quizás nos está gritando de desconfianzas porque son muchas las incongruencias que encontramos, la vanidad y la falsedad con que se llenan las vidas, donde parece que ya no podemos creer en nadie, pero ante ese mundo nos mostramos con valentía porque tenemos que ser testimonio ante ese mundo de lo que es la verdad, de lo que es el verdadero amor, de lo que vale la sinceridad y la congruencia en la vida. Sin miedos, con valentía tenemos que dar nuestro testimonio, porque no hablamos de oídas, sino de lo que nosotros mismos hemos experimentado en nuestras vidas.

Pero no tengamos miedo a otras cosas que necesitamos y que algunas veces olvidamos en la vida. No tengamos miedo al silencio que nos hace bucear en nuestro interior, no tengamos miedo a esos momentos de soledad porque hacemos silencio de los ruidos que nos rodean pero porque queremos sintonizar con Dios para escucharle interiormente y para sentir y experimentar su fuerza; no tengamos miedo de ir a encontrarnos con su Palabra con la mente bien abierta, como abierto llevamos el corazón para escuchar lo que Dios quiere decirnos, lo que Dios quiera confiarnos. No tengamos miedo de sentirnos débiles ante Dios porque en El es en quien vamos a encontrar nuestra fortaleza, y le diremos que no nos deje caer en la tentación, que nos libre de todo mal, pero que nos libere también de nuestras autosuficiencias y vanidades, de nuestros orgullos y de nuestro amor propio, pero dejarnos purificar el corazón.

‘No tengáis miedo’, nos dice el Señor. ‘Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo’. Confiemos.

viernes, 11 de julio de 2025

Aprendamos a saborear la sabiduría del Espíritu que encontramos en la vivencia del evangelio y que nos dará una nueva plenitud a nuestra vida

 la semilla de cada dia: Lo hemos dejado todo y te hemos seguido...

Aprendamos a saborear la sabiduría del Espíritu que encontramos en la vivencia del evangelio y que nos dará una nueva plenitud a nuestra vida

Proverbios 2, 1-9; Salmo 33; Mateo 19, 27-29

Todos sentimos la tentación de hacer las cosas buscando una retribución o una ganancia por aquello que hacemos. Así nos hemos construido la vida comercialmente, todo parece que tiene que ser a partir de un intercambio; trabajamos porque queremos conseguir unos rendimientos, es el que emprende una empresa con la que quiere obtener unos beneficios, es el que trabajo el campo porque quiere obtener unos frutos, es el que realiza una tarea laboral en cualquier aspecto de la vida de la que espera una retribución porque va a ser la base de su sustento y de su familia.

Nos quedamos muchas veces en la retribución y nos podemos olvidar de la creatividad, de la realización de nosotros mismos como personas, de lo que es nuestra contribución al desarrollo de nuestro mundo y de nuestra sociedad. Desde el trabajo a través de todos los tiempos hemos ido logrando ese desarrollo que hoy vivimos, lo que hemos conseguido para poder tener una mejor vida hoy. Ese camino que hemos hecho nos ha dado también una sabiduría de la vida para encontrar también lo que nos hace alcanzar una mayor plenitud como personas. No siempre, entonces, está en una ganancia material, pero es una tentación que nos envuelve.

¿Nos pararemos alguna vez a pensar donde está la verdadera riqueza de nuestra vida? ¿Aprendemos a saborear lo que hacemos, no siempre porque obtengamos unos beneficios materiales o pecuniarios sino por la satisfacción de lo que hacemos, por ese crecimiento personal, por lo que verdaderamente nos hace ricos como personas? Son preguntas que tendríamos que hacernos para llegar a encontrar ese verdadero sentido de la vida.

Siempre tenemos dudas e interrogantes en nuestro interior, siempre nos pueden aparecer esas ambiciones que al final en lugar de hacernos más grandes, lo que hacen es empequeñecer nuestro espíritu; siempre podemos estar mirando a nuestro alrededor y compararnos con lo que son o lo que consiguen los demás por los medios que sea; siempre podemos sentir tentaciones de cosas que nos limitan en lugar de engravecernos.

Y eso lo podemos sentir todos. Esa era también la tentación que tenían aquellos discípulos que seguían a Jesús de cerca, acostumbrados como estaban en la vida a esa lucha por las ganancias que muchas veces podía ser también su supervivencia. Sin embargo un día Jesús los había llamado y ellos lo habían dejado todo por seguirle. ¿Cómo se sentían en aquel camino que estaban haciendo? ¿Estaba todo aquello respondiendo a las aspiraciones que realmente ellos tenían dentro de sí? Si Jesús era el Mesías esperado, ¿qué lugar iban ellos a ocupar en aquel Reino de Dios del que Jesús tanto hablaba?

Ya sabemos cómo en ocasiones andaban también en sus discusiones entre ellos por quien iba a ser el más importante. Por más que Jesús les repetía y enseñaba una y otra vez no podían quitar de la cabeza qué es lo que ellos iban a sacar de todo el sacrificio que ahora estaban haciendo siguiendo a Jesús.

Fue la pregunta que le hicieron recordándole a Jesús que ellos lo habían dejado todo un día para seguirle. ¿Qué les iba a tocar? La respuesta de Jesús parece como muy espiritual y se queda como muy enigmática para ellos. Eso de ser jueces para juzgar a las doce tribus de Israel no estaba del todo claro. Pero Jesús les dice algo más, recibirán hasta el ciento por uno de todo lo que han dejado. ¿Eso va en sentido material, de ganancias materiales? Parece que las palabras de Jesús no van por ese sentido.

Jesús habla de vida eterna, pero no es solo en el sentido de la vida eterna más allá de esta vida, después de la muerte. Claro que tienen sus palabras también ese sentido de trascendencia; pero Jesús con vida eterna nos está hablando de una vida en plenitud, pero una vida en plenitud que ya, porque creemos en Jesús, estamos o tenemos que estar viviendo ahora.

¿Nos estará hablando de esa verdadera sabiduría de la vida que nos hace encontrar verdadero sentido para todo?  ¿Nos estará hablando de esa satisfacción interior que tenemos que sentir por el bien que hacemos, por el amor que repartimos, por las cosas buenas que buscamos, por esa libertad de espíritu que sentimos cuando somos capaces de desprendernos de todo?

Es lo que tenemos que saber descubrir, es de lo que tenemos que saber disfrutar, es lo que va a dar un hondo sentido a nuestra vida, es lo que va a elevar nuestro espíritu, es lo que nos hará mirar más allá de lo que podamos tener entre las manos para encontrar algo que no sea caduco y perenne sino que nos de una plenitud de vida para siempre. Es lo que tenemos que saber descubrir en el evangelio de Jesús.

jueves, 10 de julio de 2025

No olvidemos que Jesús nos envía como mensajeros de la paz, siempre la primera palabra y la primera actitud con la que de forma gratuita nos acerquemos a los demás

 El Evangelio Comentado: El envío de los 72 discípulos (Lc 10, 1-12.17-20)

No olvidemos que Jesús nos envía como mensajeros de la paz, siempre la primera palabra y la primera actitud con la que de forma gratuita nos acerquemos a los demás

Génesis 44, 18-21. 23b-29; 45, 1-5; Salmo 104; Mateo 10,7-15

¿Qué ganas tú con eso? Habremos escuchado que alguien nos dice cuando nos ve liados en cosas que no son tan de índole personal, sino más bien cosas que hacemos por los demás. Quizás nosotros mismos nos lo hayamos preguntado alguna vez - ¿Qué saco yo con todo esto? -, cuando nos vemos que las cosas se complican, que nos trae quizás problemas aquello que tan desinteresadamente estamos queriendo hacer por los demás.

Y es que no siempre la gente entiende o valora que seamos capaces de hacer algo si no vamos a obtener algún beneficio; para todo queremos retribuciones, los regalos que algunas veces incluso nos hacemos los unos a otros están buscando una contrapartida, como se suele decir ‘hoy por ti, mañana por mí’; no se entiende la gratuidad. Siempre recuerdo estando de capellán en una clínica tenía la costumbre que por navidad y pascua pasaba por todas las habitaciones de los enfermos regalándoles una tarjeta con un mensaje de felicitación, en más de un caso la gente no quería aceptarla porque no tenían dinero que darme a cambio, no entendían que aquello era un regalo.

Gratis habéis recibido, dad gratis’, nos dice hoy Jesús en el evangelio. Es el momento en que envía a los apóstoles a hacer el anuncio de la buena noticia del Reino de Dios; les ha pedido desprendimiento total, porque les pide que solo lleven lo imprescindible para hacer el camino, la túnica con su manto, unas sandalias y un bastón para hacer el camino. Simplemente han de sentirse acogidos por la gente de buena voluntad, pero no pueden ir pidiendo nada a cambio. Su anuncio es un regalo, como el que ellos a su vez un día recibieron cuando Jesús los llamó a estar con El.

Su mensaje ha de ser el de la paz. Será su saludo, será lo que irán promoviendo en esos encuentros personales que han de ir realizando; por eso les habla de que permanezcan en la casa donde hayan sido acogidos y esa convivencia han de ser generadores de paz. Como lo estaba siendo Jesús con todos aquellos con los que se iba encontrando; venían a El con sus angustias, sus problemas, sus necesidades, sus dolencias, el mal que les atenazaba el corazón, las dependencias que sentían en su espíritu y en Jesús encontraban la paz, porque en Jesús encontraban el perdón, porque en Jesús encontraban no solo la salud de sus cuerpos sino la salud de sus corazones. Por eso siempre Jesús invita a ir en paz y en esa paz no habrían de volver de nuevo a las mismas esclavitudes y dependencias.

¿Seremos así nosotros también generadores de paz?  Nos preocupa la falta de paz; pronto nos duele el corazón cuando contemplamos guerras, destrucción y muerte en tantos lugares; pero nos duele el corazón cuando contemplamos la acritud con que vivimos la vida, gritos, violencias, insultos, descalificaciones, abismos que vamos cavando que cada vez nos distancian más.

La vida social de nuestro mundo está llena de acritud y violencia; faltan manos tendidas que ofrezcan diálogo, caminos de encuentro, formas de colaboración cada uno desde su posición o desde sus posibilidades. La acritud que contemplamos en las pantallas de nuestra sociedad que son nuestros dirigentes es la que luego en la cercanía de los que nos rodean nosotros copiamos y vivimos también.

¿Cuándo seremos capaces de romper esa espiral de violencia en la que vivimos y que nos lleva a la corrupción de la vida y de la sociedad? ¡Qué difícil se nos hace! Parece como si nos brotara espontánea esa acritud y violencia. Por mucho que digamos que queremos la paz con qué facilidad la vamos rompiendo a cada paso. Confieso que a mí me cuesta.

No olvidemos que Jesús nos envía como mensajeros de la paz, porque tiene que ser siempre la primera palabra y la primera actitud con la que nos acerquemos a los demás. Es el regalo que hemos de hacerle a la vida de forma gratuita.


miércoles, 9 de julio de 2025

Las credenciales para un anuncio autentico del evangelio del Reino de Dios tienen que ser nuestras obras de amor

 

Las credenciales para un anuncio autentico del evangelio del Reino de Dios tienen que ser nuestras obras de amor

Génesis 41,55-57; 42, 5-7.17-24ª; Salmo 32; Mateo 10,1-7

Cuando se le confía una misión a alguien que ha de realizarla en nombre de quien lo envía, al enviado se le da unas credenciales, un salvoconducto, una especie de certificado o carta de recomendación, un poder para que pueda actuar en nombre de quien lo envía o de quien representa – muchos nombres se le puede dar al asunto según sea la misión y el lugar donde tenga lugar esa representación. Eso, podríamos decir, que forma parte de los protocolos de la vida, algo muy presente en la sociedad regulada con sus leyes y con sus normas.

Aquí viene la pregunta, quienes actúan en nombre de Dios, porque se sienten llamados a una misión, porque adquieren unos compromisos concretos, porque habiendo descubierto la maravilla del mensaje evangélico se sienten, por así decirlo, obligados a trasmitirlo, a comunicarlo, ¿Cuáles son las cartas de presentación con que se presentan? ¿Cuáles van a ser las credenciales que acrediten la misión a la que se sienten llamados? ¿Cuáles son los poderes que les acompañan?

No son preguntas ociosas, no son preguntas que no tengan sentido. No es solo que nos revistamos de unos ornamentos de lo sagrado para decir que somos unos consagrados; no es solo la facilidad de palabra que tengamos o incluso si queremos ponerlo así de crudo los estudios que hayamos realizado, lo que nos va a garantizar la verdad que queremos proclamar, no es solo porque nos tengamos bien estudiado y programado lo que podemos hacer, lo que nos da la veracidad necesaria a la Palabra que vamos a proclamar en nombre de Dios.

Podíamos decir que hay una garantía que lo viene a resumir y fundamentar todo, el amor. Es el amor que vivimos y que reflejamos en nuestras vidas, es el amor que se hace testimonio en las obras que realizamos, es el amor que va a ser la verdadera levadura que va a hacer fermentar la masa del mundo.

Y eso lo estamos encontrando en las mismas palabras con la que Jesús hace el envío de sus discípulos, de sus apóstoles en este caso. Ha elegido Jesús a doce entre todos los discípulos que le siguen, el evangelista con todo detalle nos da incluso sus nombres. Y son los que ahora Jesús envía en medio de aquellas multitudes que le rodeaban a través de aquellos pueblos y aldeas de Galilea que Jesús iba especialmente recorriendo, multitudes, como nos dice, que andaban desorientadas, que daba la impresión que eran ovejas que corrían de un lado para otro porque les faltaba un pastor.

Y es a esos a donde Jesús envía a los doce pero con la posibilidad de que dieron los signos del amor. Algo tenía que ser luz para todas aquellas gentes y la luz vendría de las obras del amor que tenían que ir realizando. Tenían que ir transformando aquel mundo y esa transformación solo se podía hacer desde el amor. El amor que sanaba y daba vida, el amor que caldearía los corazones para arrojar de sus vidas todo lo que no fuera amor. Les dio poder, nos dice el evangelista, para curar enfermos y para arrojar demonios.

Ahí lo dice todo. Esos signos que irían realizando son la garantía de la autenticidad del Reino de Dios que sería anunciado. ‘Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos’. Es el anuncio. Pero para hacer ese anuncio  ‘llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia’. Era lo que tenían que ir realizando, era la autentica carta credencial de la misión que se les había confiado.

Es lo que la Iglesia ha querido ser siempre a través de todos los tiempos; en todas partes ha querido resplandecer por el amor. ¿Con qué obras estaremos dando señales de esa garantía hoy los cristianos de este siglo y en medio del mundo en que vivimos? Muchas son las obras en las que brilla la Iglesia en este sentido hoy, pero ¿nosotros, cada uno como individuo, qué más podríamos o tendríamos que hacer hoy?

martes, 8 de julio de 2025

Tenemos que escuchar la voz de Dios que nos llega de mil maneras – esta semilla también es resonancia de esa voz de Dios - invitándonos a ser operarios de su mies

 


Tenemos que escuchar la voz de Dios que nos llega de mil maneras – esta semilla también es resonancia de esa voz de Dios - invitándonos a ser operarios de su mies

Génesis 32, 23-33; Salmo 16;  Mateo 9,32-38

¿Cuánta gente necesitamos para hacer eso? Es quizás una pregunta que surge cuando nos presentan un proyecto de gran envergadura y para el que necesitaríamos muchas cosas para poder realizarlo. Pensamos sí en lo que cuesta, pensamos en como mejor entender ese plan o ese proyecto que nos presentan, pensamos con cuantos podríamos contar para poderlo llevar a cabo, no solo en el sentido de la cantidad, sino en el sentido de la capacidad y la fuerza para llevarlo adelante. Humanamente siempre nos estamos haciendo cálculos, estudiando posibilidades, viendo si somos capaces de llevar a término aquello que nos proponemos.

Válganos en principio esta primera reflexión para una profundización y una preparación para cuanto en la vida tenemos que realizar, con valentía y sin miedos, siendo capaces de arriesgarnos y poniendo toda nuestra confianza en ello también.

Pero cuanto este principio de reflexión me estoy haciendo estos planteamientos me los hago también en referencia a lo que hoy nos cuenta el evangelista. Parte de la curación de un hombre poseído por el mal, un endemoniado como es el lenguaje de aquel tiempo y del relato del evangelio. Admiración por parte de la gente, que no ha visto nunca cosa igual, como se dicen. Recorrido de Jesús que nos hace el evangelista por todos aquellos lugares de Galilea donde Jesús va anunciando el Reino pero también donde señales del  mismo con los signos, los milagros que iba realizando. Multitudes que se agolpan en torno a Jesús, que podríamos decir, se ve desbordado. Confidencia del corazón de Cristo a aquellos primeros discípulos que le siguen más de cerca. Mucha gente, multitudes a las que ve Jesús como abandonados, como ovejas sin pastor, ansiosas de algo nuevo y distinto, queriendo escuchar lo que Jesús les propone.

La mies es abundante y los obreros pocos’. Grande es la tarea, pero no es tarea para uno solo; Jesús sabe que El es el Redentor, el Mesías Salvador, pero su mensaje de salvación ha de llegar a todos. ‘Rogad al dueño de la mies que envíe operarios a su mies’.

Pero os confieso algo, no me quedo en el allá del relato del evangelio, en aquel tiempo, sino quiero mirar este tiempo, el aquí y ahora y comienzo a mirar alrededor. Camino por las calles y caminos de mi pueblo y pienso en tanta gente repartida, por así decirlo, por un lado o por otro; ayer mismo atravesaba en mi paseo lugares por los que hace tiempo no pasaba y notaba el cambio, el aumento de la población, la cantidad de nuevas viviendas, lo que significa cuánta gente habita en ellas.

Y pensaba, ¿cómo está llegando el evangelio a todos estos lugares? Probablemente la mayoría de esas personas están bautizadas, cuando llega la fiesta del pueblo, de la Virgen o del Santo de su devoción probablemente participaran en muchos de los actos de esas fiestas, pero ¿con eso solo podemos decir que está calando en sus corazones el sentido cristiano de la vida?, ¿habrá calado el evangelio en sus corazones? ¿Cómo estamos haciendo presente el Reino de Dios en esos lugares, cómo llega la voz de la Palabra de Dios a todos esos hogares?

‘La mies es abundante…’ los campos de trabajo son amplios, muchas son las multitudes que de una forma u otra están en la cercanía de nuestras iglesias o tienen alguna conexión en ocasiones con los actos religiosos que organizamos y vivimos, pero ¿nos podemos contentar con solo eso? ¿Cuántos son los que desde nuestras comunidades sienten la inquietud por participar en la acción pastoral de la Iglesia? ¿Qué estamos haciendo en este sentido?

Rogad al dueño de la mies que envíe operarios a su mies’. Tenemos que orar, pero tenemos también que comprometernos, tenemos que saber escuchar esa voz de Dios que nos llega de mil maneras – esta reflexión que nos estamos haciendo puede ser también una resonancia de esa voz de Dios - invitándonos a que nosotros seamos operarios de su mies. ¿Sentiremos en verdad inquietud por todo esto, por la obra que la Iglesia tiene que estar haciendo hoy en medio de nuestro mundo y que sea lo más parecida a lo que vemos en el evangelio?

lunes, 7 de julio de 2025

Gestos y signos de vida y de salvación hemos de saber tener con los que nos rodean para hacer más presente el Reino de Dios en el mundo que nos rodea

 



Gestos y signos de vida y de salvación hemos de saber tener con los que nos rodean para hacer más presente el Reino de Dios en el mundo que nos rodea

Génesis 28, 10-22ª; Salmo 90; Mateo 9,18-26

La vida toda está rodeada de gestos, para comunicarnos, para relacionarnos, para expresar lo que queremos o lo que sentimos, para significar todo lo que es la vida en si misma; los podemos llamar gestos, como lo llamamos también signos; son señales que dicen en si mismas, y que de alguna manera tienen un lenguaje universal; no son necesarias traducciones porque muchas veces dicen algo más y más hondo que lo que expresamos con palabras, siendo también éstas gestos y signo de lo que pensamos o de lo que llevamos dentro.

Nos damos la mano para saludarnos en nuestros encuentros o en nuestras despedidas, es expresión de amistad y también de acuerdo de paz; ponemos la mano en el hombro de alguien y queremos expresar nuestro apoyo y la fortaleza que el otro recibe con nuestro gesto; damos un abrazo como expresión de cercanía más honda, porque de alguna manera es hacer vibrar el corazón al unísono; nos atrevemos a tocar al otro porque queremos llamar su atención o para decirle que cuente con nosotros que estamos ahí; nos cogemos del brazo de la otra persona porque queremos caminar juntos pero que significa mucho más porque en ese camino vendrán los desahogos y las confidencias;  nos sentamos al lado del otro y hacemos silencio porque simplemente queremos escuchar lo que el otro tenga que decirnos; miramos a los ojos porque le estamos diciendo que queremos llegar más hondo, o porque ofrecemos la sinceridad de nuestro corazón que ofrece confianza; muchos son los gestos con los que nos expresamos y todos son siempre bien significativos aunque algunas veces casi los hagamos sin darnos cuenta, pero siempre queriendo decir algo.

El evangelio está lleno de gestos, en Jesús que nos manifiestan muchas cosas por algo incluso a sus milagros los llamamos signos, pero no son solo esas cosas extraordinarias los gestos que hemos de contemplar en Jesús, pero gestos también en quienes se acercan a El con una petición o con un deseo, expresando también un sentimiento o queriendo ser señales también de una búsqueda que llevamos en nuestro interior y que no siempre sabemos expresar con palabras.

El texto que hoy se nos ofrece muchas veces lo hemos meditado y reflexionado; un hombre importante – algún evangelista lo llama jefe de la sinagoga – que se acerca a Jesús porque su hija está en la ultimas; una mujer con una triste enfermedad por todas las connotaciones incluso sociales que tenía y que también se acerca a Jesús buscando su curación. Ya sabemos bien cómo se desarrolló todo el episodio.

Una petición de un hombre que sufre y que se postra ante Jesús; Jesús que escucha y que se pone en camino, una mujer que se atreve a tocar la orla del manto de Jesús, un silencio penetrante que hace despertar los espíritus, una palabra de aliento para quien tanto ha confiado y que ahora se siente curada, una palabra invitando a la confianza para quien le parece que todo ya está perdido, una mano que se tiende y que levanta a la niña de su enfermedad y sueño de muerte.

¿Queremos más gestos cuando tantos se nos han ofrecido en esta corta página del evangelio? Pocas son las palabras que escuchamos a Jesús, salvo para invitar a la fe y a la confianza por una parte o para resaltar la fe de aquella mujer que se atrevió a tender la mano hasta el manto de Jesús con la confianza total de que sería curada. ‘Animo, hija, tu fe te ha curado…’ que le dice a la mujer de las hemorragias, ‘Basta que tengas fe’ que le repite Jesús a Jairo. No son necesarias cosas especiales o extraordinarias, una mano que se acerca a Jesús y una mano que acerca a Jesús. Pero en medio la fe.

¿Dónde está nuestra fe? ¿Cuáles son los gestos con los que nosotros queremos trasmitir vida, como lo hizo Jesús en aquella ocasión? ¿No tendremos que comenzar a decir menos palabras y a tener más gestos con los que manifestemos de verdad la presencia del Reino de Dios entre nosotros? La mujer se curó y la niña se levantó… ¿qué señales de curación, de salud, de vida estamos dando o estamos viendo en lo que vamos haciendo cada día?

domingo, 6 de julio de 2025

‘Quedaos en la casa donde entréis y comed la comida que os pongan…’ convivencia y acogida para crear la armonía de la paz, señal del Reino de Dios

 


‘Quedaos en la casa donde entréis y comed la comida que os pongan…’ convivencia y acogida para crear la armonía de la paz, señal del Reino de Dios

Isaías 66, 10-14c; Salmo 65; Gálatas 6, 14-18;  Lucas 10, 1-12. 17-20

Aquello que llevamos en el corazón es lo que vamos a expresar con nuestras palabras, con nuestros gestos y con nuestras actitudes. ¿Cuáles son las conversaciones más espontáneas que nos salen cuando nos encontramos con los demás? Aquello, por ejemplo, que son nuestras preocupaciones. Decimos muchas veces que enseguida cogemos el socorrido tema del tiempo, pero ¿por qué lo hacemos? Porque queremos estar bien, nos molesta el calor o el viento, tenemos miedo de un temporal que se nos pueda venir encima o ansiamos las lluvias para nuestros campos, porque la necesitamos.

Son quizás nuestras preocupaciones más elementales y por eso comenzamos por eso más fácil; pero pronto nos damos cuenta que van a ir surgiendo otros temas de nuestras preocupaciones o de nuestros anhelos, de las cosas dichosas que llenan nuestra vida o de aquellas cosas que nos hacen sufrir. Es la vida, es lo que somos, es lo que llevamos dentro que va a brotar casi de forma espontánea por nuestra boca o por nuestras actitudes.

Cuando entramos en otro ámbito de la vida con mayor profundidad, cuando la fe significa no sólo algo sino una cosa muy importante para nuestra existencia, porque ella encontramos sentido y encontramos valor, hace trascender nuestra vida y lo que hacemos, y eleva nuestro espíritu, nos hace sentir la presencia de Dios y su amor de salvación para nosotros, cuando llevamos de verdad eso en el corazón también tiene que brotar de forma como espontánea en nuestras palabras y en nuestras actitudes y manera de actuar en la vida. Será algo que no podemos callar. Como le decían los apóstoles a los mandatarios de Jerusalén que les prohibían mencionar el nombre de Jesús, hablar de Jesús, no podían callar, tenían que obedecer a Dios antes que a los hombres.

Eso es lo que tendríamos que hacer en nuestra vida cristiana, eso es lo que tendría que definir de alguna manera nuestra vida cristiana, aquello que llevamos en lo más hondo de nuestra vida tenemos que transmitirlo, tenemos que darlo a conocer, tiene que ser motivo de nuestras conversaciones, de nuestras palabras, de nuestra comunicación con los demás. Pero ¿qué hacemos? ¿En verdad ha sido una experiencia importante para nuestra vida nuestra fe, nuestro encuentro con el Señor, el sentirnos amados de Dios, la vivencia de nuestras celebraciones? ¿Habrá algo que nos está fallando? Es algo que tenemos que plantearnos con toda seriedad.

El evangelio de hoy nos habla del envío por parte de Jesús de aquellos setenta y dos discípulos que habían de ir por aquellas aldeas y pueblos por donde habría de ir luego también Jesús, haciendo el anuncio del Reino de Dios. Es importante que nos fijemos bien en este evangelio.

No es el envío de los doce apóstoles, es el envío de aquel grupo grande de los que comenzaban a ser sus discípulos para que fueran a transmitir aquello que ellos ya estaban viviendo. No han de hacer grandes cosas; Jesús habla sencillamente de que se sientan acogidos por aquellas casas donde los reciban y con ellos hagan una vida por así decirlo familiar. ‘Quedáos en la casa donde entréis… comed lo que os pongan…’ y su saludo sería siempre un saludo de paz; con esa presencia y esa acogida simplemente tenían que decirles que allí estaba llegando el Reino de Dios. Sí, no era solo el anuncio que tenían que hacer, sino cómo habían de sentirse ellos en aquellos hogares, acogidos y partícipes de lo que aquella gente compartía con ellos, su hospitalidad y su acogida. ¿No son esos signos del Reino de Dios? ¿No estaban viviendo una nueva armonía en aquella acogida y en aquel compartir?

¿Le estará faltando a la Iglesia de hoy esa manera de hacer presente el reino de Dios en nuestro mundo? Pastores que dediquen su tiempo a estar con la gente, a convivir con el pueblo, a sentirse uno con las gentes que les rodean. ¿No tendría que ser eso lo que también resplandeciera en la pastoral de nuestras parroquias y comunidades?

A la vuelta contaron a Jesús cómo los habían recibido y acogido, y venían contentos de la misión que habían realizado. No había habido cosas extraordinarias, pero sin embargo Jesús les dirá que Él veía cómo los espíritus malignos eran arrojados de aquellos lugares.Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo, les dice Jesús. Mirad: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo, y nada os hará daño alguno’. Donde había aquella acogida y aquel compartir reinaba la paz, la armonía y la convivencia, el espíritu maligno allí no tenía nada que hacer.

¿Será eso lo que nosotros transmitimos a los que nos rodean? ¿Será eso lo que en verdad estamos construyendo en nuestros hogares y familias? ¿Seremos en verdad esos instrumentos de paz y de armonía, trabajando por la buena convivencia en nuestros hogares, entre nuestros vecinos y con aquellos con los que convivimos, o en nuestros lugares de trabajo? En nuestras familias cristianas ¿estará faltando algo de esto tan sencillo de lo que nos habla hoy el evangelio? ¿Se notará en verdad en esos lugares por esa buena sensación de armonía que allí se respira que está la presencia de un cristiano que con sus actitudes está así dando señales del reino de Dios?

No serán necesarias quizás grandes palabras, pero si son importantes nuestras actitudes, esas sensaciones buenas que provocamos con nuestra presencia. Mucho tenemos que hacer. De lo que llevamos en el corazón hablara nuestra vida y será lo que despertemos en los demás.