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sábado, 7 de diciembre de 2024

Ahí tenemos que estar nosotros para hacer presente el Reino de Dios con los signos de nuestra vida con una esperanza viva, unas señales verdaderas del amor de Dios

 


Ahí tenemos que estar nosotros para hacer presente el Reino de Dios con los signos de nuestra vida con una esperanza viva, unas señales verdaderas del amor de Dios

Isaías 30, 19-21. 23-26; Salmo 146; Mateo 9, 35 — 10, 1. 5a. 6-8

¿Habremos visto o nos habremos encontrado en alguna ocasión con alguien que lloraba sin consuelo? Seguramente que en la experiencia de la vida nos habremos encontrado una situación así. ¿Qué hemos sentido? ¿Cómo nos hemos sentido? Habremos sentido pena, pero quizás hemos sentido desconsuelo en nosotros mismos por no saber qué hacer o cómo actuar. Al final ¿hemos terminado haciendo algo?

Pero no nos quedemos en situaciones que podíamos llamar personales, de un individuo, sino pensemos en algo más amplio, una familia desconsolada por algún acontecimiento que les ha afectado a todos, un accidente de un miembro de la familia, la muerte de un ser querido, un problema gordo que les ha hecho perder todo, por ejemplo, ¿Cuál ha sido nuestro reacción?

Pero dando un paso más ya no será solo una familia sino una comunidad, un pueblo, ante una catástrofe – como ahora hemos visto recientemente lo de la DANA o no hace tantos años en nuestro tierra con el volcán de la isla de La Palma – que se sienten desconcertados, que lloran sin consuelo ante las perdidas sea cual sea lo que haya sucedido, y nos preguntamos también ¿qué hemos sentido o cómo nos hemos sentido? ¿Tendremos palabras de consuelo o solo nos quedamos en eso?

De eso nos está hablando el evangelio en aquel comienzo de la predicación de Jesús. Recorría toda Galilea con el anuncio de la Buena Noticia del Reino de Dios que llegaba. Pero ¿qué es lo que se encuentra Jesús? Por una parte vemos que una primera reacción de la gente ante las palabras y los gestos de Jesús es traerle todo los enfermos e impedidos para que Jesús los cure; pero detrás de todo eso Jesús ve algo más; allí hay una gente que ha perdido la esperanza, una gente desorientada porque incluso los dirigentes sociales y religiosos no están realizando lo que deberían hacer, y Jesús ve que la gente está como las ovejas que no tienen pastor. Les falta verdadero alimento para sus vidas y les falta unos guías que en verdad les conduzcan por los mejores caminos de la vida. Lo que está sucediendo entre aquellas gentes está muy lejos de lo que el Señor quiere para ellas.

Pero Jesús no se queda con los brazos cruzados preguntándose una y otra vez qué es lo que hay que hacer. Pone manos a la obra porque lo primero que hay que hacer es despertar la esperanza para que todos tengan ganas de luchar y de salir adelante; irá dejando señales de lo que es ese mundo nuevo, ese Reino nuevo que está anunciando, con los signos que realiza, con los milagros que va haciendo. Pero pronto en su entorno se irá formando el grupo de los que escuchan y acogen su Palabra; vemos como constituye el grupo al elegir a los que van a ser sus apóstoles, sus enviados.

Ellos también podrán realizar los signos que El hace; nos dice que les da poder, está en ellos despertando la fe y la esperanza para que realicen sus mismas obras. El Reino nuevo tiene que irse manifestando en las obras que realizan. ‘Curad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, expulsad demonios’, son muchos los signos que han de realizar.

Es el consuelo para los que no tienen consuelo, es la vida para los que se sienten muertos, es el ponerse en camino para los que les parece que nada pueden hacer, es sentirse limpios y puros porque en Jesús somos sanados. Es nuestra tarea hoy. También a nuestro alrededor encontramos un mundo que parece que no tiene consuelo; cuánto sufrimiento, cuántas soledades, cuántas desesperanzas, cuántas lágrimas vemos derramarse a nuestro alrededor.

Pero ahí tenemos que estar nosotros para anunciar que el Reino de Dios ha llegado, ahí tenemos que estar nosotros para hacer presente ese Reino de Dios con los signos de nuestra vida; así tenemos que presentarnos ante el mundo, tenemos que ser ese paño de consuelo, pero tenemos que manifestar una esperanza vida, tenemos que mostrar unas señales verdaderas de lo que es el amor de Dios.

¿Cómo nos sentimos ante el mundo que nos rodea? ¿Nos quedaremos cruzados de brazos o nos pondremos en camino con la misión que Jesús nos confía?

 

viernes, 6 de diciembre de 2024

¿Dónde está nuestra esperanza de que en verdad podemos hacer algo nuevo para nuestra vida, para nuestro mundo, para nuestra sociedad?

 


¿Dónde está nuestra esperanza de que en verdad podemos hacer algo nuevo para nuestra vida, para nuestro mundo, para nuestra sociedad?

Isaías 29, 17-24; Salmo 26; Mateo 9, 27-31

¿Será posible? Una pregunta que nos hacemos, muchas veces echando una mirada atrás, o viendo la realidad que vivimos, o una pregunta que podríamos llamar de futuro, una pregunta que encierra de alguna manera una esperanza de que sea posible algo mejor.

¿Por qué me suceden a mí estas cosas? ¿Qué he hecho? ¿Será posible que yo sea el único castigado? Preguntas así que nos hacemos cuando nos vemos envueltos en problemas, cuando las cosas no obtienen el resultado que esperábamos, cuando nos llega la enfermedad, un accidente, alguna cosa desagradable en la vida que de alguna manera nos desestabiliza. ¿Nos hundimos a veces parece que estamos en el borde y no sabemos qué hacer o a quien acudir? Unas preguntas del pasado y del presente, que podríamos llamar.

Pero también nos preguntamos sobre la posibilidad de algo mejor, de un futuro mejor. ¿Será posible que un día salgamos de esta situación? ¿Podremos encontrar un día una vida mejor? Y pensamos en nuestra vida personal con nuestros sueños, con nuestros deseos, con nuestros planes y proyectos, como al mismo tiempo miramos en derredor nuestro, nuestro mundo y nuestra sociedad con sus problemas, ¿será posible que un día podamos tener, podamos hacer un mundo mejor? Son las esperanzas que nunca nos deberían faltar y que nos dar fuerza, que nos hacen caminar con empuje y buen ánimo.

En este camino de adviento que estamos haciendo que tiene que ser siempre un camino de esperanza hoy se nos ofrece un texto del evangelio con mucho significado. Nos habla de un signo realizado por Jesús. ‘Dos ciegos seguían a Jesús gritando: ‘Ten compasión de nosotros, hijo de David’.

Muchas preguntas también se habrían hecho muchas veces dada su situación y el sentido que para ellos tenía el sufrimiento, el dolor, en este caso la ceguera, como un castigo, como una consecuencia de un pecado. Lo vemos reflejado muchas veces en los relatos del evangelio. ¿Qué hacer? ¿Resignación? ¿Vivir su pobreza y todas sus carencias dependiendo de las limosnas que en el camino pudieran ofrecerles? Una vida muchas veces de mucha pasividad y dependencia, porque su ceguera les impedía hacer una vida normal. ¿No entraremos nosotros en esa área de conformismo y pasividad cuando no vemos soluciones, nos cegamos con los mismos problemas?

Aquellos hombres vieron una tabla de salvación con el paso de Jesús. Tendrían ya conocimiento de los signos que Jesús realizaba. Podían recordar lo anunciado por los profetas, como es el texto que hoy también se nos propone, y como decían que si aquel profeta de Galilea podía ser el Mesías, ¿por qué no acudir a El pidiendo su compasión? Creían en verdad que era posible algo nuevo y distinto, que podrían recobrar la vista; por eso acuden a Jesús.

‘¿Creéis que puedo hacerlo?’ les pregunta Jesús cuando finalmente al llegar a casa pueden acercarse a El. Están convencidos que sí. ‘Y entonces Jesús les tocó los ojos, diciendo: Que os suceda conforme a vuestra fe. Y se les abrieron los ojos’.

¿Estaremos convencidos también nosotros que sí? Nos lo preguntamos ante esta navidad que se acerca, nos lo preguntamos desde esa situación personal que cada uno vivimos con nuestras historias y con nuestros problemas, con las rémoras que aun llevamos en el camino pasado de la vida y con nuestros sueños y expectativas; nos lo preguntamos desde esa situación que vive nuestro mundo, con todo lo que está sucediendo en nuestro mundo; nos lo preguntamos desde la situación concreta de esa sociedad en la que vivimos donde seguimos contemplando tantas cosas que no entendemos, donde contemplamos tantas rupturas en la propia sociedad, donde contemplamos la acritud con que vivimos la vida social y política… son tantas cosas.

¿Dónde está nuestra esperanza de que en verdad podemos hacer algo nuevo para nuestra vida, para nuestro mundo, para nuestra sociedad? Lo que vamos a vivir en la navidad, ¿cómo nos va a afectar personalmente en nuestro mundo interior? ¿Afrontaremos de una manera nueva toda esa problemática que vivimos personalmente o que vivimos en nuestra familia? ¿Cómo va a ser una nueva luz para nuestra Iglesia? ¿Cómo nos sentiremos impulsados a hacer algo por mejorar nuestra sociedad?

¿Nos quedaremos conformistas y pasivos porque pensamos que nada podemos hacer, nada podemos cambiar? ¿Dónde está nuestra esperanza, una esperanza comprometida?

jueves, 5 de diciembre de 2024

Lealtad de corazón con serenidad de espíritu en la escucha de la Palabra que será nuestra sabiduría y nuestra fortaleza interior para caminar por caminos de paz

 


Lealtad de corazón con serenidad de espíritu en la escucha de la Palabra que será nuestra sabiduría y nuestra fortaleza interior para caminar por caminos de paz

Isaías 26, 1-6; Salmo 117; Mateo 7, 21. 24-27

Cuando nos sentimos con seguridad allí donde estamos parece que comenzamos a saborear las mieles de la paz; desde esa seguridad no tenemos miedo a los ataques que podamos recibir porque nos sentimos protegidos por aquello o por quien nos da esa seguridad; cuando procuramos por todos los medios mantener esa serenidad de nuestro espíritu nos sentimos fortalecidos para afrontar todos los embates y peligros y nada nos va a perturbar en nuestro corazón. Tarea difícil sin embargo tenemos que reconocer cuando nos falta la confianza, tarea difícil porque quizás en momentos determinados buscamos apoyos allí donde no vamos a encontrarlos, o porque dejamos que la confusión se meta dentro de nuestro espíritu que como vientre de caballo de Troya nos va a hacer perder esa estabilidad. Mantener la calma y la serenidad, pero conocer bien la roca sobre la que hemos edificado nuestra vida.

Espiritualmente es un camino de fe el que hemos de realizar, pero un camino que hemos de cimentar bien para que no haya errores ni confusiones, para que no se tambalee nuestra fe cuando aparezcan las oscuridades, para que no andemos zarandeados de una lado para otro dejándonos arrastrar por el más fuerte o novedoso canto de sirena que pueda sonar en nuestros oídos.

El profeta hoy nos ha hablado de una ciudad fuerte con sus murallas y baluartes, fundamentado en la lealtad que le da ánimos para mantenerse firme y conseguir la paz. ¿De donde saca esos ánimos que le ponen en camino de lealtad? Porque sabe que el Señor es la Roca perpetua que nunca fallará.

Ser leales, qué importante. Aunque nos veamos zarandeados por muchas cosas de la vida que parece que nos quieren hacer perder el equilibrio. Tenemos que apoyar bien fuertes nuestros pies en el suelo, sobre esa roca que no nos falla y que nada podrá hacer resquebrajar. Muchas veces en la vida andamos como veletas dejándonos llevar de aquí para allá según el viento que nos sople. Nuestro anclaje tiene que ser fuerte, nuestros principios tienen que ser inamovibles, nuestros valores no pueden ser hoy unos y mañana cambiamos según las conveniencias.

Que importante que sigamos el camino que hemos emprendido porque tenemos claras las metas que tenemos en la vida. Es una madurez humana y espiritual que tiene que ir creciendo continuamente en nosotros. No es fácil, porque son muchas las influencias que recibimos; no es fácil, porque nos acecha la tentación de tantas ofertas que estamos recibiendo continuamente. Cada cual quiere arrimar el ascua a su sardina, como nos dice el refranero popular.

Por eso hoy Jesús nos habla de los buenos cimientos que tenemos que darle a nuestra vida; no nos podemos quedar en apariencias ni en palabras bonitas, hemos de saber enraizar bien nuestra vida. El árbol que tiene raíces superficiales ante el menos viento es derribado. La casa edificada sobre arena, nos dirá Jesús en sus alegorías y comparaciones, es derribada cuando viene la tormenta y el huracán; la que está bien cimentada sobre roca y en el lugar más oportuno permanece.

Algunas veces somos atrevidos desde falsas seguridades cuando queremos apoyarnos solo en nosotros mismos, nos metemos en la boca del lobo, vamos donde sabemos que nos vamos a encontrar en peligro; tenemos que tener fuerza de voluntad pero sobre todo claridad de espíritu para ver donde tenemos que estar y lo que tenemos que hacer.

Hoy nos dice Jesús que no nos basta decir ‘¡Señor! ¡Señor!’, sino que es necesario algo más. Y nos habla de la Palabra de Dios que tenemos que escuchar, y plantar en nuestro corazón. ‘El que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos’, nos dice.

Ya en otro momento nos hablará de la semilla que no siempre sembramos en buena tierra; eso tenemos que ser, buena tierra, donde plantemos esa semilla de la Palabra de Dios para que pueda dar fruto, para que sea esa sabiduría de nuestra vida, para que sea esa fortaleza que nos mantiene firmes frente a las tentaciones del mal, esa luz que nos ilumine, ese sentido de nuestra vida que nos ayude a caminar por caminos de lealtad. Podremos alcanzar la paz, podemos sentirnos seguros en el Señor.

miércoles, 4 de diciembre de 2024

No nos quedemos anclados a nuestras mesas que nos hacen quedarnos en vacío, sino desear de verdad sentarnos a la Mesa de plenitud que el Señor nos ha preparado

 


No nos quedemos anclados a nuestras mesas que nos hacen quedarnos en vacío, sino desear de verdad sentarnos a la Mesa de plenitud que el Señor nos ha preparado

Isaías 25, 6-10ª; Salmo 22; Mateo 15, 29-37

Todo encuentro vivido con intensidad termina en una comida, como también podemos decir que toda comida vivida con sentido es motivo y  alimento de encuentro y de comunión. Nos encontramos quizás de muchos años sin vernos y la alegría de ese encuentro nos llevará a que deseemos tomar algo juntos o hacer una comida para celebrar ese encuentro; pero también nos puede suceder que estemos haciendo un camino juntos pero en el que no faltan dificultades, que vivimos con una tensión fuerte en nuestro espíritu porque quizás parece que las esperanzas flaquean y no vemos la manera de salir adelante, que tenemos de alguna manera que empujarnos unos a otros para seguir haciendo el camino porque nos falta ánimo, un momento que nos detengamos a la vera del camino y compartamos ese pan de la amargura nos hace sentirnos fuertes y con renovadas esperanzas para seguir en nuestros intentos, para mantener los ánimos para la lucha y queremos avanzar hacia delante; ese pan compartido quizás con lágrimas sirvió para aunar nuestro espíritu y sentirnos renovados y con nueva fuerza.

¿Será algo así lo que necesitemos en estos momentos de la vida? Me viene a la mente los que últimamente han estado sufriendo las consecuencias de la DANA y ese pan que habrán compartido tantos en medio de su dolor pero que les mantiene el ánimo para seguir adelante; un pan de solidaridad que entre ellos habrán compartido, pero ese pan de la solidaridad de tantos que allí se han acercado para echar una mano o que desde lejos también se sienten solidarios y aportan lo que pueden. Me imagino ver a cuantos allí se han acercado que también han recibido lo que desde los mismos damnificados han recibido y compartido.

Como podemos pensar en los que están sufriendo tantas guerras como siguen retumbando en tantos lugares de nuestro mundo, en aquellos que todo lo han perdido y en las esperanzas que aun les quedan en sus espíritus para encontrar un día ese momento en que puedan compartir ese pan de la paz.

Mientras nosotros aquí, como tantos a lo largo y ancho de nuestro mundo cristiano queremos seguir haciendo nuestro camino de Adviento con esos deseos también de encuentro, con esos deseos de compartir vida, de llegar a encontrarnos con quien viene a ofrecernos el banquete del Reino nuevo de Dios. Es la imagen que se nos ofrece hoy en la Palabra de Dios. Por una parte ese anuncio del profeta de ese festín preparado para nosotros en el monte santo, donde se van a descorrer para siempre esos velos de dolor y de sufrimiento, donde van a ser enjugadas las lágrimas de todos los ojos, donde brillará una nueva alegría porque nos vamos a gozar con la salvación que nos trae nuestro Dios y que vamos a celebrar en la cercana navidad.

Pero el evangelio nos habla también de una comida. Allá hay una muchedumbre inmensa, una muchedumbre inmensa hambrienta – llevan varios días siguiendo los pasos de Jesús y las provisiones se han acabado y como dicen los discípulos dónde van a sacar comida para tantos en aquel despoblado -, pero una muchedumbre son sus dolores y sufrimientos - Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros y los ponían a sus pies -, una muchedumbre con sus esperanzas que parecían muchas veces frustradas, con sus sueños y con sus inquietudes, con sus deseos de algo nuevo y distinto que no terminaban de ver llegar y a todos Jesús quiere sanarlos, a todos Jesús quiere alimentarlos. El pequeño compartir de un corazón generoso se verá multiplicado por el amor y la misericordia del Señor y todos comerán hasta saciarse.

¿Seremos parte nosotros también de esa muchedumbre? En medio de ellos estamos también; de una forma o de otra nuestros corazones están también recargados de sufrimientos o con ansias de algo nuevo y distinto para nuestras vidas y para nuestro mundo. ¿Nos hemos puesto también en camino para venir al encuentro con el Señor para sentir como todo se renueva en nosotros y todo es posible que se vaya renovando en nuestro mundo? ¿Será esa verdaderamente la esperanza que llevamos en el corazón en este camino de Adviento? En lo que sucede a nuestro alrededor y en nuestro mundo encontraremos también ejemplo y estímulo para la renovación de nuestra vida.

No nos podemos quedar anclados a nuestras mesas que muchas veces lo que hacen es darnos más vacío, tenemos que desear de verdad sentarnos a la Mesa que el Señor ha preparado para nosotros. Busquemos el verdadero sentido de ese sentarnos a la mesa. ¿Será así nuestra navidad para nosotros?

martes, 3 de diciembre de 2024

Un camino de humildad y sencillez, de despojo de vanidades y autosuficiencias a través de nuestro adviento para llegar al encuentro con el Señor

 


Un camino de humildad y sencillez, de despojo de vanidades y autosuficiencias a través de nuestro adviento para llegar al encuentro con el Señor

Isaías 11, 1-10; Salmo 71; Lucas 10, 21-24

Yo no necesito de nadie, yo me valgo solo, habremos escuchado o hemos contemplado las actitudes del prepotente que se cree valerse solo por si mismo siempre. Con su autosuficiencia que todo se lo sabe pretenden avasallar a todo el mundo; no inspiran confianza sino miedo y nadie se sentirá a gusto a su lado, porque lo que al final a pesar de todo el poder que pretenden tener se encontrarán vacíos y solos.

Nos topamos con gente así que hace desagradable su presencia, pero también tenemos el peligro y la tentación de algunas veces en aquellas cosas que creemos que sabemos o podemos también podamos tomar esas actitudes negativas en nuestra relación a los demás. Hemos de saber estar atentos y vigilantes, no de lo que los otros puedan hacer, sino de esas actitudes negativas que pudieran rebrotar en nuestro corazón.

En el lunes de nuestra primera semana de adviento y en la postura del centurión que pedía de Jesús la curación de su siervo paralítico llegamos a descubrir que tenemos que bajarnos al camino de la humildad que es por donde podemos encontrarnos con Dios. Parece que la palabra de Dios incide una vez más en el mismo ya desde estos primeros pasos del camino del adviento. Solo desde ese corazón humilde podemos sentir la revelación de Dios en nuestra vida. Parece que no se casan ese orgullo y autosuficiencia con que podamos andar por la vida con la presencia del Señor en nosotros.

Hoy las palabras de Jesús se hacen oración para dar gracias al Padre. Lo escucharemos en más de una ocasión poniendo su confianza en el Padre y poniendo su vida en sus manos. Como dirá en otra ocasión, levantando la voz incluso para que todos los oigan, da gracias al Padre porque lo escucha – El cuyo alimento es hacer la voluntad del Padre, y como nos dirá para eso ha venido – pero en esa ocasión lo dice para que nosotros lo oigamos, para que nosotros aprendamos.

Hoy nos dirá. ‘Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien…

Aquí está el gran mensaje de este día. Ha escondido los misterios de Dios a los sabios y a los entendidos y los ha revelado a los pequeños. ¿Quiénes serán los primeros que escuchen la buena nueva del nacimiento de Jesús en Belén? Los pequeños, los pastores, los pobres que al raso de la noche están cuidando sus ganados en los campos de Belén. ¿A quienes llamará Jesús dichosos y bienaventurados en el mensaje del sermón del monte? A los pobres, a los humildes, a los hambrientos, a los que tienen humilde corazón.

¿Quiénes serán los que prorrumpirán en alabanzas cuando escuchen sus palabras o contemplen los signos que van realizando con los milagros? La humilde mujer anónima que gritará en medio del gentío, los pobres y los sencillos que le siguen por todas partes poniendo en El toda su confianza, los que han reconocido sus limitaciones y deficiencias y humildes han sabido acudir desde la pobreza de sus vidas a Jesús porque solo en él encontrarán salud para sus vidas, los que se sienten pecadores e incluso despreciados de los demás que le buscarán aunque fuera ocultos entre los ramajes de una higuera y que encontrando la verdadera paz en sus corazones se sentarán a su mesa.

Los que tienen cosas que hacer, los que están envueltos en la autosuficiencia de lo que tienen y creen no necesitar de nadie, los que solo se quedan a la distancia para observar y para juzgar, los que no quieren mezclarse con los que consideran despreciables y pecadores, buscarán mil disculpas para no sentarse a su mesa o si intentan hacerlo es en medio de codazos y empujones, pero no merecerán ser dignos de sentarse en la mesa del Reino que será para los pobres de los caminos.

Es lo que nos va enseñando el evangelio. Es por lo que da gracias Jesús al Padre que se revela a los pequeños; es el camino que nosotros hemos de saber emprender despojándonos de tantas vanidades que nos tientan, de tantos orgullos que hacen agria nuestra vida, de tanta autosuficiencia que nos hace mirar de lado el evangelio.

¿Será ese el camino que vayamos haciendo en nuestro Adviento?

 

lunes, 2 de diciembre de 2024

Bajemos al campo de la humildad y se abrirá camino para que Dios llegue a nuestra vida, la paz inundará nuestro corazón y le daremos el mejor sentido a la navidad cercana

 


Bajemos al campo de la humildad y se abrirá camino para que Dios llegue a nuestra vida, la paz inundará nuestro corazón y le daremos el mejor sentido a la navidad cercana

Isaías 2, 1-5; Salmo 121; Mateo 8, 5-11

Situémonos en el lugar del episodio con los personajes de este evangelio que escuchamos al principio de esta primera semana de Adviento. Estamos en la ciudad de Cafarnaún, una ciudad en cierto modo cosmopolita por su situación, su actividad y los diferentes personajes que por ella circulan; es una población ciertamente judía, pero su situación geográfica junto al lago, al norte de Palestina, con la cercanía de Siria y la Decápolis, unos pescadores que allí se concentraban para su actividad de pesca, en cierto modo un cruce de caminos entre distintas regiones  hacía que como en el episodio no solo nos encontramos israelitas, sino también un centurión romano, un criado paralítico y una gente que convive con respeto esa variada situación. Allí ha centrado Jesús por otra parte su predicación en el anuncio del Evangelio en Galilea, la casa de Simón Pedro viene a ser como el centro que todo lo aglutina.

¿Será algo así la situación en que hoy nosotros nos encontramos cuando escuchamos el evangelio en este principio del camino del Adviento? Problemática compleja la que vivimos y en medio de la cual nosotros queremos escuchar el evangelio de Jesús como anuncio de salvación para el hoy de nuestra vida. Gente que nos rodea con sus propias circunstancias, situación anímica en la que podemos encontrarnos con nuestros problemas o con las diferentes influencias que de todas partes recibimos en el mundo de hoy, parálisis de fe y de vida en la insensibilidad que nos rodea o en la rutina en que andamos metidos y que de alguna manera nos mantiene como aturdidos.

No es el mejor ambiente el que encontramos a nuestro alrededor para dar el mejor sentido a la navidad que vamos a celebrar demasiado marcada por el consumismo y el materialismo de la vida donde quizás el sentido religioso no ocupe ni el mejor ni el primer lugar.

Hoy vemos a un centurión romano, considerado gentil o pagano en relación con la religión que viven los judíos, pero que se encuentra en un momento difícil al tener enfermo y paralítico al que considera su mejor criado que no sabe a quien acudir. Ha oído hablar de los signos y milagros que Jesús realiza y se agarra a un clavo ardiendo. Acude a Jesús con su problema, a pesar de no ser judío, y Jesús se ofrece a ir a su casa a curarlo. Pero aquí aparece su grandeza que lo cambia todo, su humildad. Una humildad que le hace sentirse pequeño y vacío a pesar de todo su poderío, es un centurión acostumbrado al mando y al dominio, pero siente que no es digno de que Jesús entre en su casa. Se desprende de su grandeza para dejar entrar no en su casa, sino en su corazón a Jesús. Se despierta en él la más grandiosa fe, que merecerá incluso la alabanza de Jesús. ‘No he encontrado en nadie tanta fe’.

Y ¿qué nos puede decir esto a nosotros hoy? Desde todas esas vanidades de la vida que vivimos y nos envuelven, desde toda esa prosopopeya que nos hemos creado para celebrar a nuestra manera la fiestas de Navidad de manera que hasta en cierto modo hemos quitado de en medio a Jesús – algunas veces parece que los arbolitos adornados o los rojizos y regordetes ‘papás Noel’ son los protagonistas -, tenemos que comenzar por despojarnos, entrar en un camino de humildad porque será lo que despertará en nosotros la verdadera fe para sentir y para vivir la verdadera navidad.

Es bonita la actitud del centurión que se nos ofrece en estas primeras páginas del camino de nuestro adviento. Es la mejor manera de comenzar nuestro recorrido; es la actitud más hermosa para abrir las puertas a Dios que quiere llegar a nuestra vida. No son unos hogares recargados de oropeles que son como hojarasca el mejor lugar que le podemos ofrecer a Dios que llega a nuestra vida.

El viene también cada día y en cada momento a curarnos, a levantarnos de esas parálisis de nuestros pies y manos que nos inutilizan, de esas cegueras que nos hacen permanecer en las sombras, de esa cerrazón de nuestros oídos que no escuchan, de ese pecado que nos llena de muerte. Transformemos los utensilios de guerra en instrumentos de paz.

No solo celebramos que en otro momento histórico Dios se hizo Emmanuel presente en el mundo, sino que hoy de muchas maneras sigue llegando a nosotros. Embebidos en nuestros orgullos no somos capaces de distinguirlo porque queremos hacerlo a nuestra manera o nos dejamos arrastrar por ese ambiente que nos rodea. Bajemos al campo de la humildad y se abrirá camino para que Dios llegue a nuestra vida y la paz inundará nuestro corazón.

domingo, 1 de diciembre de 2024

Levantáos, alzad vuestra cabeza… que no se emboten vuestros corazones… estad despiertos en todo tiempo… manteneos en pie ante el Hijo del Hombre

 


Levantáos, alzad vuestra cabeza… que no se emboten vuestros corazones… estad despiertos en todo tiempo… manteneos en pie ante el Hijo del Hombre

Jeremías 33, 14-16; Sal. 24; 1Tesalonicenses 3, 12 — 4, 2; Lucas 21, 25-28. 34-36

Tenemos que cuidar la memoria. Qué desencanto cuando en un momento teníamos que recordar algo importante, que no solo lo era para nosotros sino también para alguien a quien apreciábamos muchos y tenemos que reconocer, lo olvidé. Un aniversario, un cumpleaños, un acontecimiento, algo importante que nos ha sucedido… vamos guardando muchas cosas en la memoria; es nuestra historia, es lo que hemos vivido, son momentos que han sido transcendentales para nosotros, ha formado parte de nuestra vida, y aunque quizás en momentos han sido cosas duras, fue cimiento quizás de lo que ahora somos, de ello mucho aprendimos y seguiremos aprendiendo. En muchos aspectos de la vida, aunque algunos no quieran recordar. Pero pienso que tenemos que cuidar la memoria. Es alimento de la fe de nuestra vida.

Los cristianos hacemos crecer nuestra fe precisamente haciendo memoria; haciendo memoria de lo que ha sido el amor de Dios en nuestra vida y en nuestra historia, en toda la historia. ¿No la llamamos historia de la salvación? Aquellos grandes acontecimientos donde Dios se manifestó, se hizo presente, se encarnó y se dio por nosotros. Es por otra parte lo que hacemos cada vez que celebramos la Eucaristía, memorial de la Pascua del Señor en su muerte y resurrección. Así lo decimos y así lo confesamos. ¿Qué otra cosa es el Credo de nuestra fe que recitamos?

Estamos comenzando un tiempo litúrgico que nos lleva a hacer memoria y celebrar, pero que no se encierra en un hecho pasado, sino que nos lleva a vivir el presente con renovada intensidad pero nos abre a la esperanza de una plenitud que todos deseamos y esperamos. Este tiempo que estamos comenzando a vivir lo llamamos adviento, con la connotación de venida y de espera que tiene esa palabra. Llamamos al Adviento tiempo de esperanza, como habremos escuchado tantas veces.

Viene la Navidad, donde haremos memoria del nacimiento de Jesús, haremos memoria y como es algo muy gozoso para nosotros y para toda la humanidad es algo que celebraremos y queremos hacerlo de la mejor manera posible. Será vivir la presencia del Emmanuel, del Dios que quiere estar con nosotros, del Dios que sigue viniendo a nuestra vida en el ahora y en el hoy de nuestra existencia. También andamos en oscuridades como contemplamos que era la historia en la noche de la humanidad y para nosotros hoy también quiere brillar una luz.

Sí, en este hoy que vivimos con sus luces y con sus sombras, tan lleno de sufrimientos, de guerras y de enfrentamientos de todo tipo – no es necesario que hagamos un listado porque todos somos conscientes de lo que hoy, finales de 2024 y en las vísperas de un año que va a comenzar,  está sucediendo en nuestro mundo. Y aquí y ahora viene Dios a nosotros. ¿Estaremos tan adormilados que no vamos a ser conscientes de esa presencia de Dios con nosotros?

Como expresamos en los deseos y peticiones de nuestras oraciones queremos vernos liberados de ese mal, queremos reencontrarnos de nuevo con la paz en nuestras vidas, en nuestros pueblos, en nuestro mundo, en nuestros corazones - ¿de verdad no es un deseo de nuestro corazón? -, mientras queremos seguir haciendo nuestro camino, un camino de una vida mejor, un camino de justicia, un camino en que nos quitemos esas caretas de la vanidad y de tantas ambiciones que malean nuestro espíritu, un camino en que vayamos encontrando esa armonía de la fraternidad, un camino en que tengamos una vida plena, como decimos, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo.

Es el otro sentido profundo del Adviento y de lo que tiene que ser una navidad vivida en profundidad. Es para lo que en verdad tenemos que prepararnos, ahora en estos días que estamos preparando tantas cosas y parece que nos olvidamos de lo principal en lo que tiene que ser la celebración de la navidad. Hagamos memoria, sí, que nos ayude a despertar, a estar atentos para no dejar pasar el momento y las cosas que verdaderamente son principales.  

Es de lo que nos está hablando hoy Jesús en el evangelio. Nos da unas claves en las palabras del evangelio. ‘Levantáos, alzad vuestra cabeza… que no se emboten vuestros corazones… estad despiertos en todo tiempo…’ No podemos permanecer aturdidos ni somnolientos. Bueno es, pues, hacer memoria, no olvidar, tener presente, que no se nos pase, que no andemos distraídos en otras cosas. Que se reanime nuestra fe, que saquemos a flote nuestra esperanza porque tenemos la confianza y la certeza de que algo nuevo va a comenzar. No nos podemos dejar confundir por tantos cantos de sirena que suenan a nuestro alrededor llamándonos por acá y por allá, diciéndonos lo que tiene que ser la navidad o de lo que verdaderamente nos va hacer felices, pero que al final nos dejará un vacío y aburrimiento en el alma tan difícil de corregir. Rumiemos pacientemente estas claves que nos da Jesús.

Con esa atención vamos comenzar este camino de adviento y cada signo que vayamos poniendo, cada gesto que vayamos realizando tenga el más hondo sentido y se pueda convertir en un grito de esperanza para el mundo que nos rodea y que tanto lo necesita. ‘Se acerca vuestra liberación… manteneos en pie ante el Hijo del Hombre’.