Ahí
tenemos que estar nosotros para hacer presente el Reino de Dios con los signos
de nuestra vida con una esperanza viva, unas señales verdaderas del amor de
Dios
Isaías 30, 19-21. 23-26; Salmo 146; Mateo 9,
35 — 10, 1. 5a. 6-8
¿Habremos visto o nos habremos
encontrado en alguna ocasión con alguien que lloraba sin consuelo? Seguramente
que en la experiencia de la vida nos habremos encontrado una situación así.
¿Qué hemos sentido? ¿Cómo nos hemos sentido? Habremos sentido pena, pero quizás
hemos sentido desconsuelo en nosotros mismos por no saber qué hacer o cómo
actuar. Al final ¿hemos terminado haciendo algo?
Pero no nos quedemos en situaciones que
podíamos llamar personales, de un individuo, sino pensemos en algo más amplio,
una familia desconsolada por algún acontecimiento que les ha afectado a todos,
un accidente de un miembro de la familia, la muerte de un ser querido, un
problema gordo que les ha hecho perder todo, por ejemplo, ¿Cuál ha sido nuestro
reacción?
Pero dando un paso más ya no será solo
una familia sino una comunidad, un pueblo, ante una catástrofe – como ahora
hemos visto recientemente lo de la DANA o no hace tantos años en nuestro tierra
con el volcán de la isla de La Palma – que se sienten desconcertados, que
lloran sin consuelo ante las perdidas sea cual sea lo que haya sucedido, y nos
preguntamos también ¿qué hemos sentido o cómo nos hemos sentido? ¿Tendremos
palabras de consuelo o solo nos quedamos en eso?
De eso nos está hablando el evangelio
en aquel comienzo de la predicación de Jesús. Recorría toda Galilea con el
anuncio de la Buena Noticia del Reino de Dios que llegaba. Pero ¿qué es lo que
se encuentra Jesús? Por una parte vemos que una primera reacción de la gente
ante las palabras y los gestos de Jesús es traerle todo los enfermos e
impedidos para que Jesús los cure; pero detrás de todo eso Jesús ve algo más;
allí hay una gente que ha perdido la esperanza, una gente desorientada porque
incluso los dirigentes sociales y religiosos no están realizando lo que
deberían hacer, y Jesús ve que la gente está como las ovejas que no tienen
pastor. Les falta verdadero alimento para sus vidas y les falta unos guías que
en verdad les conduzcan por los mejores caminos de la vida. Lo que está
sucediendo entre aquellas gentes está muy lejos de lo que el Señor quiere para
ellas.
Pero Jesús no se queda con los brazos
cruzados preguntándose una y otra vez qué es lo que hay que hacer. Pone manos a
la obra porque lo primero que hay que hacer es despertar la esperanza para que
todos tengan ganas de luchar y de salir adelante; irá dejando señales de lo que
es ese mundo nuevo, ese Reino nuevo que está anunciando, con los signos que
realiza, con los milagros que va haciendo. Pero pronto en su entorno se irá
formando el grupo de los que escuchan y acogen su Palabra; vemos como
constituye el grupo al elegir a los que van a ser sus apóstoles, sus enviados.
Ellos también podrán realizar los
signos que El hace; nos dice que les da poder, está en ellos despertando la fe
y la esperanza para que realicen sus mismas obras. El Reino nuevo tiene que
irse manifestando en las obras que realizan. ‘Curad enfermos, limpiad leprosos,
resucitad muertos, expulsad demonios’, son muchos los signos que han de
realizar.
Es el consuelo para los que no tienen
consuelo, es la vida para los que se sienten muertos, es el ponerse en camino
para los que les parece que nada pueden hacer, es sentirse limpios y puros
porque en Jesús somos sanados. Es nuestra tarea hoy. También a nuestro
alrededor encontramos un mundo que parece que no tiene consuelo; cuánto
sufrimiento, cuántas soledades, cuántas desesperanzas, cuántas lágrimas vemos
derramarse a nuestro alrededor.
Pero ahí tenemos que estar nosotros
para anunciar que el Reino de Dios ha llegado, ahí tenemos que estar nosotros
para hacer presente ese Reino de Dios con los signos de nuestra vida; así
tenemos que presentarnos ante el mundo, tenemos que ser ese paño de consuelo,
pero tenemos que manifestar una esperanza vida, tenemos que mostrar unas
señales verdaderas de lo que es el amor de Dios.
¿Cómo nos sentimos ante el mundo que
nos rodea? ¿Nos quedaremos cruzados de brazos o nos pondremos en camino con la misión
que Jesús nos confía?
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