Escuchemos sin temor ni complejos las palabras de Jesús y asumamos cómo tenemos que vivir la Pascua y proclamar los valores del evangelio hoy en nuestro mundo
Zacarías 2, 5-9. 14-15c; Jr. 31,10.11-12ab.13; Lucas 9,43b-45
Cuántas veces nos sucede que presentimos que algo nos va a suceder y que quizás no sea agradable, pero no queremos pensar en ello; es como cuando una grave enfermedad nos afecta o afecta a alguien de nuestra familia y que quizás pueda ser presagio de una muerte que se acerca, o tenemos un familiar enfermo muy grave donde parece que se ha perdido toda esperanza, pero ni queremos pensar, ni queremos reconocer, ni queremos hablar de ello, nos lo queremos ocultar a nosotros mismos, pero también queremos como ocultarlo a los familiares que nos rodean sobre todo a los que nos parecen más sensibles, como lo ocultamos de todas formas a quien precisamente esta sufriendo o pasando por ese proceso; no queremos hablar, no queremos pensar, no queremos preguntar, queremos poner como un tupido velo, no queremos aceptar la realidad.
¿Es parte de nuestra debilidad humana? ¿Nos faltará la entereza necesaria para afrontar esos momentos? ¿Serán miedos que persisten en nuestra vida? Ahí queda ese pensamiento con esos interrogantes, que quizás algunas veces no nos queremos plantear. Daría mucho que pensar y reflexionar. ¿Qué tendríamos que hacer?
Nos vale esta experiencia bien frecuente en nuestra vida para entender lo que hoy nos dice el evangelio. Este episodio es como continuación de lo que ayer escuchábamos con la confesión de fe de Pedro ante las preguntas de Jesús. Pero no quiere Jesús que, de alguna manera, se les caliente la cabeza y se sientan inclinados a los triunfalismos. La respuesta de Pedro diciendo que Jesús era el Mesías entraba dentro de las esperanzas del pueblo de la pronta venida del Mesías prometido. Cercanas estaban los anuncios del Bautista en el Jordán diciéndonos lo cerca que estaba, pues en medio de ellos estaba y no lo habían sabido reconocer. Ya sabemos el sentido que le daban al Mesianismo en aquellos tiempos y hablar del Mesías les hacía pensar en cercanos triunfos y entrar en esa órbita de triunfalismo.
Ese no era el verdadero sentido del Mesías y Jesús quería dejarlo bien claro a sus discípulos. Por eso les habla de entrega y de muerte, porque esa además la realidad que tenían que afrontar y para lo cual Jesús quería prepararles. Ya escuchamos en el evangelio esos diversos momentos en que Jesús va haciendo ese anuncio. Pero siempre sucede lo mismo, los discípulos no entienden, y no se atreven a preguntar como sucede ahora también. ¿No es lo que nos pasa a nosotros en muchas situaciones duras de la vida?
Hoy mismo nosotros querríamos mejor una vivencia de cristiandad abocada también a muchos triunfalismos, que todo nos marchara bien, que nuestras Iglesias se llenen de nuevo de mucha gente, que podamos tener celebraciones esplendorosas, que podamos sacar de nuevo nuestras galas a la hora de hacer nuestras manifestaciones religiosas.
Pero ¿cuál es la verdadera realidad que estamos viviendo? No quiero andar con pesimismos porque mi fe me induce a ser positivo en la vida y a no perder nunca la esperanza, pero constatamos que en mucho a nuestro alrededor ya los valores cristianos no cuentan, aunque incluso tengamos magníficas y esplendorosas procesiones o la gente siga acudiendo a muchos santuarios religiosos. Pero hemos ido perdiendo ese sentido cristiano de la vida que ya no termina de impregnar la vida de nuestra sociedad, hay como un nuevo ateísmo a nuestro alrededor, mucha indiferencia y poco entusiasmo por nuestra fe.
Pero algunas veces cerramos los ojos y no queremos reconocerlo, y no somos capaces de volver a sacar toda esa energía interior para seguir proclamando el evangelio entre quienes nos rodean; nos falta compromiso, nos falta valentía, nos dejamos engullir por el materialismo y el sensualismo reinante en nuestra sociedad y no terminamos de hacer aflorar nuestros valores cristianos. Seguimos demasiado pasivos y sin esa valentía que nos tiene que dar nuestra fe para anunciarla con energía a nuestro mundo.
Pero lo malo es que no nos gusta ni pensar en ello, seguimos con nuestros miedos y nuestros complejos, no damos el paso adelante que tendríamos que dar, aunque tengamos que nadar a contracorriente en el mundo en que nos ha tocado vivir.
Escuchemos sin temor las palabras de Jesús y planteémonos seriamente como tenemos que asumirlas y hacerlas realidad en nuestra vida.