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sábado, 8 de noviembre de 2025

Después de tantos esfuerzos que hacemos en la vida por lo material pensemos qué riqueza humana y espiritual quedará dentro de nosotros

 


Después de tantos esfuerzos que hacemos en la vida por lo material pensemos qué riqueza humana y espiritual quedará dentro de nosotros

 Romanos 16,3-9.16.22-27; Salmo 144; Lucas 16,9-15

No podemos andar distraídos por la vida y es que no podemos estar haciendo dos cosas al mismo tiempo y prestarle la misma atención. Te estoy oyendo, decimos mientras estamos entretenidos con el móvil; y luego nos preguntan, ¿y qué te estaba diciendo? Y ya no sabemos responder. Pongo este ejemplo que también nos vale como denuncia de cómo muchas veces le prestamos más atención a las cosas que a las personas, pero podríamos pensar en muchas más cosas.

¿Nos estaremos centrando en la vida de verdad en lo que vale la pena? Creo que es una pregunta muy importante, esencial me atrevo a decir, que tendríamos que hacernos muchas veces para no distraernos de nuestro camino, de nuestras metas, de lo que son los verdaderos ideales de nuestra vida. Muchas veces son cosas buenas también, o cosas que necesitamos utilizar en la vida en ese intercambio que hacemos entre unos y otros o en esas relaciones comerciales, digámoslo así, que hemos de mantener los unos con los otros. Pero no podemos convertir lo que realmente es secundario en lo fundamental, nos estaríamos creando dependencias, perderíamos el norte de la vida y de lo que hacemos. Tenemos que sabernos organizar, tenemos que saber buscar lo que es lo fundamental y poner las cosas en su sitio.

Hoy nos toca Jesús en el evangelio cosas que incluso nos duelen, que es nuestra relación con lo material, el lugar que ocupan en nuestra vida, y como estamos sabiendo utilizar esos medios materiales sin convertirlos en dios de nuestra vida. Sí, es tal la dependencia que nos creamos de esas cosas que las convertimos en nuestro dios. Miremos, si no, los afanes con que andamos por la vida, los afanes por nuestros trabajos o mejor aun por nuestras ganancias, porque con ello ya pensamos que conseguimos todo aquello que nos hace felices; pero quizás pronto nos daremos cuenta de que esas cosas que brillan pronto pasan y lo que dejan es un vacío en nuestro interior.

Eso no quita para en esas cosas, en esos medios materiales, obremos siempre con rectitud y seamos verdaderamente justos y responsables. Las palabras de Jesús que hoy escuchamos nos vienen en el evangelio inmediatamente después de la parábola del administrador injusto, en la que se alababa no su falta de honradez sino la habilidad que tuvo para corregir por un lago injusticias y por otra parte encontrar quien le quisiera acoger cuando a él le fueran las cosas mal.

Por eso nos dice hoy Jesús, ‘Ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas’; y nos habla Jesús ser fiel en esas cosas que parece que tienen menor importancia, porque quien no sabe ser fiel y honrado en esas cosas tampoco lo será cuando tenga en su mano cosas importantes. ¿Seremos en verdad buenos administradores también de lo material que poseemos?

Aunque no podemos convertir en dioses de nuestra vida esas cosas materiales, nos viene a decir. ‘Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero’.

Como decíamos al principio que el dinero no nos distraiga, que lo material no nos absorba, que no nos sintamos atados y dependientes haciéndonos esclavos de las cosas materiales, de las riquezas, como también nos hacemos esclavos de nuestros prestigios y del poder o dominio que podamos ejercer sobre los demás; que no nos hagamos esclavos de nuestras vanidades construyendo nuestra vida solo sobre apariencias; si no ponemos verdaderos cimientos a nuestra vida ese edificio se nos derrumbará, que será el vacío que al final sentiremos en nuestro interior. ¿Merecerá la pena a lo que dedicamos nuestro tiempo y todos nuestros esfuerzos? ¿Qué riqueza humana y espiritual nos va a quedar en nuestro interior?

viernes, 7 de noviembre de 2025

Que no se diga que los hijos de las tinieblas con más sagaces que los hijos de la luz, con nosotros está la fuerza del Espíritu

 


Que no se diga que los hijos de las tinieblas con más sagaces que los hijos de la luz, con nosotros está la fuerza del Espíritu

Romanos 15,14-21; Salmo 97; Lucas 16,1-8

La vida nos mete en problemas de los que a veces no sabemos cómo salir. Quizás los errores que cometamos se van convirtiendo poco a poco en una cascada y bien sabemos que por la propia gravedad el discurrir de las aguas se vuelve torrencial y si nos vemos envueltos en una cascada luego no sabemos cómo salir; habrá que buscar argucias, tendremos que saber utilizar todo nuestro ingenio para encontrar salidas, para liberarnos de lo que puede convertirse en una espiral sin fin. Nuestros apetitos y nuestras ambiciones nos hicieron resbalar por esa pendiente que cada vez se vuelve más aguda y en consecuencia más peligrosa; utilizar argucias, como decíamos, no nos permite que nos dejemos arrastrar por esa espiral utilizando malos modos para liberarnos.

Es de lo que nos está hablando hoy Jesús con la parábola del evangelio. Un administrador injusto se veía arrastrado por la pendiente del mal en que se había metido cuando había obrado mal, cuando su ambición pudo más que su responsabilidad y que la rectitud que tenía que haber en su vida cuando habían confiado en él, y ahora estaba en un camino de perdición que iba a ser una ruina para su vida. Los prestigios de los que se había rodeado le hacían que fuera difícil bajar su orgullo. Por eso piensa que cuando se vea despedido no sabrá en qué trabajar porque en su vida ha dado golpe, y se daba cuenta de lo humillante que iba a ser para su vida el pedir limosna quien antes se había presentado en la vida eufórico en su poder.

Pretende arreglar los recibos de aquellos en los que había cargado las tintas en sus intereses haciendo lo que parecen rebajas, que son más bien un reconocimiento de lo que había hecho mal y que ahora como favor pretendía arreglar con aquellos deudores. ¿Se ganaría amigos así que lo acogieran cuando se viese desposeído de todo y en un estado de pobreza? Con esa visión quería hacerlo.

La parábola de entrada a todos nos desconcierta porque tenemos la tendencia de convertirla en relatos ejemplares, pero la mala administración no era precisamente un relato ejemplar. Hay un comentario al final que nos da la clave. El amó alabó a aquel hombre no porque hubiera obrado mal en la administración de sus bienes, sino por la astucia con que ahora actúa para encontrar en el futuro una salida de luz. Y ya nos dice Jesús al terminar de presentar la parábola que los hijos de este mundo son más astutos con sus obras que los hijos de la luz. ¿Haremos nosotros tanta propaganda de las cosas buenas, por ejemplo, del mensaje del evangelio como el mundo que vemos a nuestro alrededor hace de sus cosas?

Todo el mundo habla de sus planteamientos, de su ideología, de su manera de ver las cosas y de cómo quisieran que se hiciesen y además con su propaganda parece que trata de imponérnoslo porque si no hacemos como ellos es que no entendemos la vida, no queremos lo mejor para nuestra sociedad y no sé cuántas cosas más; y nosotros, ¿qué hacemos? ¿Nos sentimos acobardados y con miedo de plantear nuestra verdad, nuestro punto de vista, la visión que nosotros como cristianos y desde la óptica del evangelio tenemos de todas esas cosas? Creo que nos falta arrojo y valentía, nos encerramos demasiado en nuestros círculos, allí donde nos parece que nos sentimos seguros, pero no nos lanzamos a hacer ese anuncio del Evangelio que un día Jesús nos confió.

¿Cómo estamos manifestando hoy en nuestro mundo la alegría de nuestra fe? ¿Cuál es el testimonio que estamos dando? Porque estamos llamados a ser testigos y los testigos no pueden callar ni ocultar lo que viven. Andamos los cristianos demasiado adormilados. Nos falta expresar el coraje del Espíritu que está en nosotros.


jueves, 6 de noviembre de 2025

La alegría de Dios es perdonar, que nos contagiemos de esa alegría del cielo en la búsqueda de la oveja perdida o la moneda extraviada

 


La alegría de Dios es perdonar, que nos contagiemos de esa alegría del cielo en la búsqueda de la oveja perdida o la moneda extraviada

Romanos 14, 7- 12; Salmo 26; Lucas 15, 1-10

Nos encontramos a aquella persona, ¿un amigo? ¿Un familiar?, revolviéndolo todo como un loco. ¿Qué buscas? ¿Qué has perdido? Algo muy importante para mi; y daba vueltas y vueltas. Ya lo encontrarás, le decíamos; ¿qué es eso tan importante? Algun recuerdo pensamos, alguna cosa que compró un día y que significa mucho para él; por más que le decimos que ya podrá comprar otras cosas, que nada merece tanto esfuerzo y tanta locura, él nos sigue diciendo que sí es muy importante para él porque es algo único. No lo entendemos quizás y lo dejamos con lo que consideramos sus locuras.

Es de la locura que nos está hablando el evangelio. La locura de amor de un Dios por nosotros que nos envió y entregó a su Hijo. No siempre llegamos a entender en toda su hondura las parábolas que nos propone Jesús. Nos parece que aquella moneda que perdió la mujer en su casa en fin de cuentas no es de tanto valor; o nos parece que una oveja entre cien no significa gran cosa como que el pastor arriesgue su vida descolgándose incluso por barrancos para ir en búsqueda de aquella oveja perdida.

Pero la moneda era única para aquella mujer que barría la casa por todas partes; la oveja era única aunque tuviera noventa y nueve más en el redil para aquel pastor que así con tanto afán va a buscarla. Por eso su alegría, tanto de la mujer cuando encuentra la moneda extraviada, como el pastor cuando encuentra la oveja perdida; llamará a sus amigos y vecinos para decirle que la ha encontrado. No olvidemos que somos únicos para Dios.

¿Qué nos está queriendo decir Jesús? Somos únicos para El y siempre querrá nuestra salvación. Nos ama con un amor único e irrepetible. Aunque seamos lo que seamos, aunque seamos los pecadores más horribles del mundo, Dios sigue amándonos y buscándonos, sigue ofreciéndonos su perdón y su amor, quiere cargarnos sobre sus hombros como hace el pastor con la oveja herida.

Aquí podríamos preguntarnos muchas cosas, empezando por si nos gozamos en esa búsqueda de Dios y en ese nuevo encuentro con El. El padre hace fiesta cuando le hijo que se ha marchado y gastado todo de mala manera vuelve a casa. ¿Nos sentimos nosotros disfrutando de esa fiesta del amor y del perdón del Señor? Aquí nos preguntaríamos con qué sentido de fiesta celebramos el sacramento de la reconciliación y del perdón. ¿Saldremos con cara de fiesta tras ese encuentro de perdón? ¿Nos sentimos en verdad amados del Señor?

Pero a partir de esta reflexión que nos hacemos en torno a estas parábolas muchas más cosas tendríamos que preguntarnos. La motivación directa podemos decir por la cual Jesús nos propone estas parábolas son las criticas y comentarios de algunos porque Jesús se mezcla con aquellos que consideraban pecadores; les parecía que Jesús tenía que mostrarse con otro talante de dignidad. Pero Jesús con estas parábolas nos está diciendo que El va allí donde se ha extraviado el pecador y nos invita además a que nos alegremos por esas ovejas extraviadas que vuelve a traer al redil.  ¿Serán esas nuestras actitudes? ¿Nos alegramos con el pecador arrepentido? ¿Sentimos que su gozo en el reencuentro con el Señor es también nuestro gozo? ¿Seremos capaces de copiar en nosotros la alegría del cielo por un pecador que se arrepiente como nos dice Jesús hoy en el evangelio?

Y nosotros que seguimos pensando que hay personas que ya no tienen remedio, que no tenemos que perder tiempo con ellos porque nada vamos a sacar en limpio, que están tan llenos de pecado que tienen como una coraza que ya no atravesará la gracia divina. Porque esas cosas las seguimos pensando, porque en esas discriminaciones andamos, porque cargamos al pecador con su culpa al que dejamos marcado para toda la vida. 

Qué lejos estamos a veces del espíritu del Evangelio. Pero no podemos olvidar que con nuestras actitudes y nuestra manera de acoger a los demás tenemos que ser signos de la misericordia de Dios para nuestro mundo. Sepamos disfrutar del amor del Señor que tan misericordioso es con nosotros y que esa sea la forma cómo nosotros nos manifestemos con los demás. No olvidemos que la alegría de Dios consiste en perdonar y esa debe ser siempre también nuestra alegría. Es la buena noticia que recibimos y la buena noticia, el evangelio, que hemos de trasmitir para transformar nuestro mundo.

miércoles, 5 de noviembre de 2025

Ama y serás feliz, pero seamos conscientes de lo que en verdad nos exige el amor para que sea auténtico y con todas sus consecuencias

 


Ama y serás feliz, pero seamos conscientes de lo que en verdad nos exige el amor para que sea auténtico y con todas sus consecuencias

Romanos 13, 8-10; Salmo 111; Lucas 14, 25-33

Ya está todo hecho, ama y serás feliz. ¿Será verdad? ¿Será algo tan fácil? Bueno, son unas conclusiones que muchos sacamos de las palabras que escuchamos hoy en el evangelio, pero mira por donde no todos entendemos lo mismo ni todos hacemos lo mismo. Es el lema de muchos que viven a su aire, aunque tendríamos que preguntarnos qué es lo que realmente entienden por amor. ¿Se quedará solamente en una sensualidad o en la búsqueda de unas satisfacciones que a la larga se pudieran convertir en egoísta porque solo lo pienso para mí, para mis satisfacciones particulares?

Seguimos sin negar esa primera cosa que hemos dicho casi como una sentencia, pero no siempre vemos pronto esa felicidad por amar, porque hemos de entender todo su sentido desde lo más hondo que es amar. Porque tenemos que pensar en amor como una donación de nosotros mismos, podemos pensar en lo que eso significa de entrega de mi mismo, porque ya no solo puedo pensar en mi mismo sino en aquel que amo para quien quiero lo mejor, quiero siempre el bien; y no siempre será fácil, porque podemos encontrarnos de frente algo que no nos agrade demasiado, porque tenemos que pensar en un vaciarnos de nosotros mismos porque queremos dar desde nosotros mismos al otro. Y eso no siempre es fácil, cuesta realmente ese olvidarme de mi mismo para solo pensar en el bien de aquel a quien amo.

¿Seré en verdad feliz por amar? Creo que va a entenderse desde el sentido que le estoy dando a mi vida, y entonces aun en el sacrificio que tengo que hacer de mi mismo para amar me voy a sentir hondamente satisfecho. Estaremos entrando en esa órbita de felicidad que no son solo placeres sensuales, sino algo que llega, nace y se desarrolla en lo más profundo de mí ser.

Se suele decir que el amor no es exigente y es cierto porque a quien amamos no le exigimos, a quien amamos trataremos con la mayor delicadeza y atención, a quien amamos le estamos regalando de nuestra vida y nuestro ser. Pero el amor será exigente conmigo mismo. Nos pueden salir como retoños brotes de insolidaridad o de cansancio, desánimo porque no encontramos respuesta para aquello que estamos dando, lo cual estaría señalándonos una falta de generosidad por parte de nosotros mismos, nos puede rebrotar el orgullo o el amor propio que pueden hacerle perder el brillo y la belleza a ese amor. Y es ahí cuando tenemos que ser exigentes con nosotros mismos, para podar esos malos brotes, para arrancar esas viejas raíces que pueden quedar dentro de nosotros. Y eso cuesta y es doloroso. Pero no dejaremos de ser felices con aquella felicidad honda que estábamos buscando.

Es lo que nos está diciendo hoy Jesús en el evangelio. Que no nos valen unos entusiasmos pasajeros. Cuántas veces en unos buenos momentos prometemos muchas cosas y que nos vamos a querer siempre y que no nos vamos a olvidar los unos de los otros y no sé cuantas cosas más. Pero pronto nos puede entrar la rutina de la vida y aquellos amores y entusiasmos se enfrían, decaen y terminan por morir. Cuántas amistades han comenzado con un entusiasmo rayano en la locura, pero con el tiempo se han difuminado y si acaso no se nos han vuelto en contra.

Seguía mucha gente a Jesús nos dice hoy el evangelista. Pero Jesús quiere dejar las cosas claras. Y habla de que seguirle no es cualquier cosa, nos habla de negación de nosotros mismos y de cruz, nos habla de hacer opciones serias y fundamentales en la vida de las que no nos podemos volver atrás; y nos dice Jesús que las cosas hay que pensarlas bien, como el que va a construir una torre que tiene que ver si será capaz de terminarla, o el rey que va a emprender una batalla y tiene que examinar con cuantas fuerzas cuenta para culminarla bien.

¿Seremos en verdad discípulos de Jesús? ¿Estamos al tanto de todo lo que nos exige el amor? ¿Llegaremos en verdad a ser felices? Yo creo que sí, que encontraremos la felicidad más honda.

martes, 4 de noviembre de 2025

Quiénes nos ven entrar en nuestros templos para nuestras celebraciones noten en nosotros la alegría del encuentro con los demás porque nos sentimos comunidad

 


Quiénes nos ven entrar en nuestros templos para nuestras celebraciones noten en nosotros la alegría del encuentro con los demás porque nos sentimos comunidad

Romanos 12, 5-16ª; Salmo 130;  Lucas 14, 15-24

Tenemos que vernos un día para comer juntos, nos dijo un amigo en alguna ocasión. Te vienes a casa que yo te invito y comemos juntos, y charlamos y pasamos la tarde juntos. Más de una vez quizás nos ha sucedido, pero no habrá sucedido también en más de una ocasión que ese día no ha llegado; no hemos terminado de poner de acuerdo, de que llegue esa ocasión. Quizás nuestras desganas, quizás porque decimos que tenemos tantas cosas que hacer que ni tenemos tiempo, quizás damos largas porque no me apetece, me parece un rollo, no siento que son tan amigos los que me invitan, quizás ando con suspicacias, y aparecen las disculpas, aparecen los despistes – porque cuando no tenemos ganas tenemos el arte de hacernos unos despistados – y no aprovechamos la ocasión para estar con esa persona, para compartir su mesa, para acercarnos un poco más a los demás.

Parece un rollo, pero es así cómo actuamos tantas veces. Y se convierte en una imagen de los intereses de nuestra vida, de la importancia que le damos nuestra relación con los demás, o podemos entrar en un estadio superior y podemos pensar en las invitaciones que recibimos de Dios a las que no hacemos caso tantas veces. Cuántas disculpas nos vamos dando, porque primero que nada tratamos de convencernos a nosotros mismos con esas disculpas, que son pasividades, que son cobardías, que son otros intereses que tenemos en la vida.

Hoy Jesús en el evangelio nos está proponiendo la parábola de los invitados a la boda, pero que rehusaron responder a la invitación. Quiere hablar Jesús del Reino de Dios y emplea la hermosa imagen de un banquete, como un banquete de bodas son sus fiestas y con sus alegrías, al que todos estamos invitados a participar y en el que todos podemos compartir la misma mesa; al final en aquel banquete no se sentaron los podía parecer que eran los invitados principales, sino que al final por el rechazo de algunos, fueron invitados todos los que encontraron en los caminos y la sala se llenó de comensales.

Es cierto que la parábola en una primera lectura está hablando de la situación de los judíos a los que se estaba anunciando el Reino de Dios, que lo rechazan, pero que al mismo tiempo aparece clara la voluntad de Dios de su universalidad.

También andamos tantas veces con nuestras malas voluntades; no siempre estamos dispuestos a escuchar esa invitación que nos está haciendo Jesús para que vivamos el sentido del Reino de Dios; ¿no queremos mezclarnos con todo el mundo? ¿Empezamos a resistirnos a participar de ese banquete del Reino porque Dios nos está pidiendo un corazón con mayor sentido de universalidad pero nosotros seguimos haciéndonos nuestras distinciones? Nos falta tantas veces ese sentido de fiesta y de comunidad; seguimos siendo cumplidores en muchas cosas pero no terminamos de ir al fondo de lo que es el mensaje de Jesús para vivir ese sentido de banquete y banquete festivo todo lo que sea encuentro entre cristianos.

Seguimos con nuestros individualismos en que cada uno va haciendo por si mismo lo que puede pero nos abrimos poco vivir esa comunión con los demás, para celebrar juntos nuestra fe, para juntos cantar con alegría y entusiasmo las alabanzas del Señor, para comenzar a colaborar los unos con los otros en esa tarea común del testimonio que hemos de dar de nuestra fe y de nuestro amor ante el mundo que nos rodea.

¿Quiénes nos ven, por ejemplo, entrar en nuestros templos para nuestras celebraciones litúrgicas notarán en nosotros esa alegría del encuentro con los demás que formamos la misma comunidad? Malamente nos damos los buenos días y cada uno entra por su carril buscando su banco de siempre sin importarle ni mucho ni poco los demás que están allí para una misma celebración. No damos la sensación de una comunidad que se ama y se alegra por encontrarse los unos con los otros sino que cada uno parece que vamos a cumplir con nuestro cupo.

¿Es así cómo damos testimonio del banquete del Reino de los cielos y de la alegría de ser invitados a él? ¿Daremos la impresión que vamos de mala gana porque solo vamos a cumplir? ¿No será una manera de no querer comer en ese banquete al que nos han invitado?

lunes, 3 de noviembre de 2025

A lo mejor tendríamos que pensarnos eso de invitar a los que nos pueden corresponder… pero estaríamos tan lejos del Reino de Dios

 


A lo mejor tendríamos que pensarnos eso de invitar a los que nos pueden corresponder… pero estaríamos tan lejos del Reino de Dios

Romanos 11,29-36; Salmo 68; Lucas 14,12-14

Todos de alguna manera estamos sometidos a ciertas connotaciones de la vida social que nos van haciendo hacer cosas que algunas veces pueden hasta en cierto modo perder su sentido. Es el montaje, por así decirlo, de nuestras relaciones sociales en que puede privar en ocasiones la vanidad o la hipocresía. Por supuesto que tenemos que mantener unas relaciones los más armoniosas posibles entre unos y otros, pero donde prime la sinceridad, la autenticidad, la veracidad en eso que llamamos amistad que no se puede quedar en bonitas formas, sino que tienen que nacer de algo más hondo dentro de nosotros mismos.

Te invito porque me invitas, soy amigos de mis amigos que decimos tantas veces, o te ayudo para que un día me eches tú una mano, con ese ni a misa porque no ayuda nunca a nadie; y buscando aquello que nos pueda dar buena sombra o mucho lustre, y entonces invitamos a los que a su vez nos invitan, sentamos a nuestra mesa a los que son los amigos de siempre, nos apartamos de aquellos que nos pueden parecer hoscos y desagradables, o de los que según nosotros no tienen buena fama y claro no nos queremos dejar ver con toda clase de gente, porque aquello de dime con quién andas y te diré quien eres. Pensemos con sinceridad a quienes queremos tener como amigos, quienes son los invitados habituales a nuestra mesa… y muchas cosas más que tendrían que hacernos pensar en este sentido.

Desconcertantes tenían que haber sonado en aquella ocasión las palabras de Jesús, como hoy escuchamos en el evangelio. La ocasión la dio un día que un fariseo lo invitó a su mesa y allí estaba rodeado de todos los principales de la ciudad a quienes aquel hombre acostumbraba a invitar. Había observado Jesús las triquiñuelas o las carreras de algunos por buscar sitios preferentes en la mesa. Todos querían estar en un sitio de honor. Entonces como los protocolos de ahora en el que el anfitrión señala el sitio y la mesa de cada uno, con un listado que tenemos que consultar o con una tarjetita con nuestro nombre en la mesa o en el plato y sitio que nos corresponde. Pero aun así con estos protocolos de hoy ¿no habremos escuchado a algún descontento que pensaba que lo iban a poner en una mesa mejor? No estamos tan lejos de las triquiñuelas de entonces.

Ahora Jesús deja caer como quien no quiere la cosa lo que tendría que ser el auténtico protocolo en la mesa del Reino de Dios.

¿A quien había anunciado el profeta como nos recordaría Jesús en la sinagoga de Nazaret quienes iban a ser los preferidos del Reino? El Espíritu del Señor lo había ungido y enviado a anunciar una buena nueva a los pobres, libertad para los oprimidos y salud y salvación para los lisiados, los ciegos y los leprosos.

Por eso no nos ha de extrañar lo que ahora Jesús nos dice. Y nos viene bien recordarlo textualmente. ‘Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos’.

        Ahí están con toda claridad las palabras de Jesús y no es necesario que nos hagamos más comentarios, en que fácilmente vendremos con nuestras sutilezas y distinciones. Así claramente como nos dice Jesús, ‘a los que no pueden pagarte, a los que no pueden corresponder… y será feliz’. Es una hermosa bienaventuranza la que nos está diciendo Jesús. ¿Seremos capaces de aceptar el reto? A lo mejor tenemos que pensárnoslo, porque nosotros habíamos preferido… porque claro la costumbre, lo que siempre se hace, las exigencias sociales… pero entonces estaríamos lejos del Reino de Dios.

domingo, 2 de noviembre de 2025

Desde nuestra fe en Jesús la vida no se termina al pie de una tumba, porque estamos llamados, aunque humanos y limitados, a eternidad en el amor de Dios

 


Desde nuestra fe en Jesús la vida no se termina al pie de una tumba, porque estamos llamados, aunque humanos y limitados, a eternidad en el amor de Dios

Apocalipsis 21, 1-5a. 6b-7; Salmo 24; Filipenses 3, 20-21; Juan 11, 17-27

Hoy es un día de recuerdos, de nostalgias, de memorias agradecidas, para algunos un día envuelto en la tristeza, otros sin embargo levantando la mirada hacia lo alto y con el brillo que da la esperanza en sus ojos, recordamos a los que con nosotros han sido, han hecho camino, a quienes le debemos la vida y lo que somos, a quienes nos unían fuertes lazos en el amor, de quienes mucho recibimos, o que pasaron quizás casi inadvertidos a nuestro lado pero alguna huella, algún perfume nos dejaron que ahora recordamos; un día para algunos como una loza pesada que cae sobre ellos, pero un día agradecido para otros porque siguen envueltos en ese suave perfume que dejaron en sus vidas.

Distintos planteamientos y diversas maneras de enfrentar la situación. Emoción en los recuerdos que hará brotar alguna lágrima furtiva, una flor que quiere ser ofrenda de amor en el recuerdo y quizás también acción de gracias por lo recibido de quienes ahora ya no están con nosotros, connivencias sociales a las que nos sometemos desde unas tradiciones y una cultura, angustia para otros ante lo inevitable de la muerte y lo doloroso de la separación que es como arrancarnos parte del alma, interrogantes que se plantean en lo hondo de nosotros mismos invitándonos a una reflexión sosegada sobre el sentido de la vida, desesperación para quien no le encuentra ningún sentido, pero apertura a la trascendencia de la vida para los que tenemos una fe y una esperanza.

Hoy es en cierto modo una conmemoración universal en el recuerdo de los difuntos pero a la que los cristianos queremos darle un sentido y valor muy especial. Nos pueden surgir todos esos planteamientos y maneras de enfrentar el hecho de la muerte, pero si en verdad somos creyentes y seguimos los pasos de Jesús todo ha de tener un sentido muy especial y muy lleno también de esperanza. Es la realidad de la vida que tiene sus pasos contados, aunque ninguno sabe cuántos son los pasos que ha de recorrer por lo incierto de la hora de la muerte.

Nuestra fe en Jesús nos enseña cómo la vida no se termina al pie de una tumba, porque estamos llamados, aunque seamos muy humanos y muy limitados, a eternidad. Quien se siente amado de Dios – y eso es algo fundamental de nuestra fe – se siente lleno de esa vida de Dios que entonces no tiene por qué acabarse en una tumba. Caminamos con ese deseo de vida sin fin, de vida en Dios y en esa esperanza le vamos dando trascendencia de eternidad a cuanto somos y a cuanto vivimos, porque en Dios todo ese amor alcanzará su plenitud total.

Por eso pensamos en vida eterna y en resurrección. Pero miramos y escuchamos a Jesús, revelación de Dios, Palabra eterna de Dios, que nos revela el misterio de Dios amor, pero que nos revela el misterio y la grandeza del ser humano. Y como nos enseña en el evangelio quien pone su fe en Él vivirá para siempre. Cuántas veces hemos escuchado esas palabras de Jesús a aquellas hermanas que lloraban la muerte de su hermano Lázaro. ‘Quien cree en mí tendrá vida para siempre’, nos viene a decir Jesús.

Por eso desde nuestro bautismo estamos viviendo ese misterio de muerte y resurrección pues queremos morir en Cristo para en Cristo vivir para siempre, como tan bien nos enseña el apóstol san Pablo en sus cartas. Es cierto que no siempre sabemos morir en Cristo, porque más bien muchas veces damos muerte a la vida con el pecado; pero confiamos en la misericordia de Dios y sentimos cómo Jesús desde su Cruz está tendiéndonos la mano para decirnos ‘levántate y anda’, cómo Jesús desde la cruz nos está enseñando en sentido de vida que solo alcanza plenitud en la entrega del amor. A Jesús no solo lo contemplamos muerto en la cruz, sino que lo sentimos resucitado, porque el amor de Dios permanece para siempre y si morimos con Cristo también resucitaremos con Él.

Es el sentido del camino de nuestra vida, que no nos hace temer la muerte, porque sabemos que estamos llamados a la vida para siempre. Sabemos que en ese juicio final no nos vamos a encontrar con un Dios justiciero sino con un Dios que es Padre y es amor; y por aquellas señales, aunque algunas veces fueran débiles, que dimos de amor en nuestra vida mientras caminamos en este mundo, nos va a decir ‘venid, benditos de mi Padre, porque estuve hambriento y me diste de comer, estuve sediento y me diste de ver, estuve enfermo, solo, o en la cárcel y viniste a estar conmigo’, en aquellos detalles de amor que realizamos – algo de eso habremos hecho alguna vez - a lo largo de la vida. Es nuestra esperanza y lo que nos hace confiar.

Es la esperanza llena de confianza con que hoy recordamos a todos los difuntos y que anima nuestra oración por ellos en este día de manera especial. Aunque surjan lágrimas en nuestros recuerdos o nostalgias tiene que brillar en este día la luz de la esperanza en nuestros ojos. No caben ya angustias, recorramos las huellas que nos dejaron, perfumemos nuestra vida con esos valores que nos transmitieron, sigamos sintiendo el calor de su amor en nuestros corazones, pero que todo esto nos impulse a que le demos ese sentido y valor de esperanza a cuanto hacemos en el camino de la vida.