Vistas de página en total

miércoles, 1 de enero de 2025

Que la mirada de María se pose sobre nuestros corazones haciéndonos llegar la mirada de Dios que es bendición de Dios para nosotros hoy

 


Que la mirada de María se pose sobre nuestros corazones haciéndonos llegar la mirada de Dios que es bendición de Dios para nosotros hoy

Números 6, 22-27; Salmo 66; Gálatas 4, 4-7; Lucas 2, 16-21

Días de bendiciones, de felicitaciones, de regalos, de alegría… son algunas de las características de estos días. Son las palabras y deseos que decimos y repetimos en estos días. Palabras que decimos, porque es navidad; cosas que decimos, porque es año nuevo y expresamos tantos buenos deseos para nosotros mismos y para todos; palabras que decimos, porque todos tenemos ansias de alegría y de fiesta, porque de algunas manera estamos como obstinados por tantas oscuridades que nos van apareciendo en la vida, problemas, violencias, luchas, vacíos… que queremos algo distinto, algo que nos traiga alegría, algo que nos haga disfrutar mejor de la vida, que nos haga olvidar esos momentos oscuros y duros.

¿Serán deseos de trascender nuestra vida más allá de lo caduco que cada día vamos encontrando y no nos llena, nos deja vacíos, para buscar algo más permanente y nos alcance una mayor plenitud?

Seguimos celebrando Navidad y queremos hacerlo con la misma solemnidad y con el mismo fervor. Es la octava de la Navidad. Y la Iglesia nos invita hoy a mirar a María en su maternidad divina; es la madre de Jesús que por eso mismo para nosotros se convierte en la madre de Dios, porque en Jesús estamos viendo, así lo confiesa nuestra fe, al Hijo de Dios que tomando nuestra carne se ha encarnado para hacerse hombre como nosotros, ha plantado su tienda entre nosotros. Y así, pues, contemplamos a María, la Madre de Dios.

Decíamos que son días de bendiciones y así nos aparece en la primera lectura esa bendición que Moisés propone a Aarón como fórmula con la que bendeciría al pueblo. ¿Y qué es la bendición de Dios sino que Dios vuelva su rostro compasivo sobre nosotros mostrándonos así su amor?  ‘El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre tu rostro y te conceda la paz’.

Dios ha vuelto su rostro sobre nosotros y nuestro mundo y nos ha dado a Jesús. Es lo que estamos celebrando precisamente en Navidad. Eso es precisamente lo que significa el nombre que le imponen al Niño, como nos dice el evangelista, como lo había llamado el ángel antes de su nacimiento. Dios es mi Salvador, viene a ser su significado.

El nombre de Jesús, pues, viene ya en sí mismo a ser una bendición para nosotros. ¿No decíamos que desde los vacíos de nuestra vida pretendemos trascendernos para encontrar aquello que nos llene en plenitud? En Jesús venimos a encontrarnos con esa paz que nos salva. Es el que viene a traernos la paz, como se nos dice en la bendición que se nos ofrecía en la primera lectura, porque viene a inundarnos del amor de Dios.

La paz en su sentido más profundo es mucho más que la carencia de violencia o de guerra; la paz nos está hablando de la integridad de nuestra vida, nos está hablando de la mejor realización de nosotros mismos, nos está señalando esa serenidad interior que nos sana por dentro alejando de nosotros todo tipo de malicia y maldad, nos está poniendo por encima de desconfianzas y recelos para encontrar esa armonía en nuestro espíritu pero también en nuestra relación con los demás, nos habla de rectitud y honradez, de lealtad y generosidad de espíritu, de comprensión y misericordia porque quien no sabe perdonar no sabrá nunca lo que es la paz, nos hace caminar sendas de humildad y sencillez para sentirnos siempre cercanos a los demás, nos abre a lo gratuito y desinteresado y al mismo tiempo nos hace agradecidos.

Hoy para nosotros es el día de la paz, la jornada que la Iglesia nos ha propuesto ya hace muchos años para celebrar y para pedir por la paz. Pedimos por ese mundo nuestro tan necesitado de paz, y pensamos en tantas guerras que afligen nuestro mundo en tantos lugares; pero pedimos y queremos construir la paz allí donde estamos, con los más cercanos, porque tenemos que comenzar por nuestras familias y por los que nos rodean en el día a día; cuánto nos cuesta, cuántas barreras nos interponemos, cuántas distancias mantenemos disimuladamente pero muy reales.

Pedimos la paz para nosotros mismos; tenemos que construirla, tenemos que sacar a flote esos valores que nos hacen encontrar la paz, en todo aquello que antes veníamos reflexionando. Una tarea ingente, porque algunas veces ahí dentro de nosotros mismos es donde más nos cuesta conseguir esa paz, que no puede ser una cosa ficticia, que no se puede quedar en apariencias, que tiene que nacer del corazón, que tenemos que vivir allá en lo más hondo de nosotros mismos sanando nuestro corazón de tantas heridas que lo van dañando.

Es una bendición que recibimos y que compartimos. Hoy también de manos de María. Quiero mirar el rostro de María en este momento en que los pastores llegan al portal buscando aquello que les había anunciado Dios por medio del ángel. Ojos de sorpresa, quizás, cuando todo se llenaba de luz con la presencia de los ángeles, con la presencia de aquellos pastores; qué lazos de afecto y gratitud se crearían en aquellos momentos entre María y los pastores, quien había visto cerrarse las puertas de las posadas a su llegada a Belén ahora era acogida por los pobres que poco tenían pero que tanto estaban ofreciendo con su presencia a los pies del niño. ¿Cómo sería entonces la mirada de la madre?

Que esa misma mirada de María se pose sobre nuestros corazones haciéndonos llegar la mirada de Dios. Su mirada es bendición de Dios para nosotros hoy.

No hay comentarios:

Publicar un comentario