martes, 14 de octubre de 2025

Mucho tendríamos que pensar en lo que son los cimientos de nuestra vida para dejar a un lado las apariencias de la vanidad y darle autenticidad a nuestra vida

 


Mucho tendríamos que pensar en lo que son los cimientos de nuestra vida para dejar a un lado las apariencias de la vanidad y darle autenticidad a nuestra vida

Romanos 1, 16-25; Salmo 18; Lucas 11,37-41

Tenía en un rincón de una pared de casa una cornisa que le daba un cierto encanto a aquel rincón, durante mucho tiempo había aparecido en su esplendor, externamente cuando se pintaba se trataba de tapar cualquier pequeña grieta que tuviera, pero no se había atendido a su estructura en la que se introducían humedades, los hierros se fueron corroyendo, el material por su interior se había ido quebrando y en un momento determinado se vino abajo y se desplomó. Habíamos mantenido bella su apariencia externa pero por dentro se había corroído. Podemos pensarlo de las madera que conforman la estructura de la casa, ya sean puertas y ventanas, ya sean escaleras o muebles para el servicio de la vivienda, externamente muy bonitos con sus barnices, pero por dentro la madera se había corroído y cuando nos dimos cuenta todo se nos vino abajo. ¿Si parecía tan bonita?, dirían algunos, pero todo era apariencia.

Pero podemos decirlo de la vida, de la apariencia que damos como personas queriendo ocultar lo que realmente llevamos por dentro. Con cuántas sonrisas hipócritas tantas veces nos presentamos, porque queremos aparentar que somos unas personas agradables, pero nos corroe por dentro el orgullo y la envidia, los malos deseos o las desconfianzas, nuestras reticencias para aceptar a las personas y las actitudes discriminatorias, porque en fin de cuentas no nos es agradable mezclarnos con todo el mundo. Tenemos que ser sinceros y poner las cartas boca arriba sobre la mesa, pero siempre queremos ocultar algo.

Es lo que presenciamos hoy en el evangelio. Jesús había estado enseñando al pueblo, tal como hacia ya fuese en la sinagoga, al pie del camino o en casa, ya fuera mientras recorría aquellos pueblos y aldeas o también cuando era recibido en casa por alguien que quería estar cerca de él. Después de uno de esos momentos en que Jesús ha estado enseñando a la gente, alguien que quizás hubiera estado en medio de aquellas gentes que escuchaban a Jesús, quiso invitar a Jesús a su casa. Y este hombre pertenecía al grupo de los fariseos, que a si mismos se consideraban personajes importantes e influyentes en medio del pueblo. No es la única vez que Jesús es invitado por un fariseo a comer en su casa.

Los prolegómenos son los habituales de la hospitalidad con que siempre se acogía al que llegaba como huésped a una casa. Pero el fariseo observa, sin embargo, que Jesús no se ha lavado las manos antes de sentarse a la mesa. Podría parecer algo insignificante y sin importancia, pero para los fariseos no lo era; podía haberse tocado algo impuro o que produjese impureza en manera de entender las cosas, y sería una impureza que manchase el alma. Y aquello estaba produciendo extrañeza y asombro en el anfitrión; podría parecerle que se le venía abajo todo el concepto que pudiera tener de Jesús.

Pero, ¿lo importante es lo que entra de fuera al corazón del hombre, o lo que llevamos en nuestro interior? Si llevamos corroído el corazón de nada nos vale esa pureza exterior, de nada nos vale lo que pudiéramos aparentar. Es lo que le dice Jesús en esta ocasión, aunque en ese mismo sentido lo escucharemos en otros momentos del evangelio. ‘Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, pero por dentro rebosáis de rapiña y maldad’.

¿De qué nos vale tener el plato o la copa reluciente por fuera si por dentro rebosa podredumbre? ¿De que nos vale el esplendor y belleza que podemos presentar de nuestras casas o nuestros edificios pintados con bonitos colores, si por dentro se nos están cayendo a trozos los muros que conforman su estructura? Pronto se nos vendrá abajo. Pronto se nos viene abajo el valor de nuestra vida si no cuidamos ese tesoro que llevamos en nuestro interior.

¿A qué le damos importancia? ¿Nos quedamos en apariencias o hay verdaderos valores que sean cimientos fundamentales de nuestra vida? Todo esto tendría que hacernos pensar, porque muchas serían las consecuencias que sacaríamos para dejar a un lado la vanidad y darle autenticidad a nuestra vida.

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