sábado, 1 de marzo de 2025

La sonrisa de un niño nos abra el camino para acoger el Reino de Dios en nuestra vida porque sea la sonrisa que reflejamos en nuestro rostro

 


La sonrisa de un niño nos abra el camino para acoger el Reino de Dios en nuestra vida porque sea la sonrisa que reflejamos en nuestro rostro

Eclesiástico 17, 1-15; Salmo 102; Marcos 10, 13-16

¿Has mirado alguna vez la sonrisa de un niño? Seguro que sí, pero como estábamos en ese momento más preocupados en cosas que considerábamos de más importancia, esa visión pasó como un relámpago por delante de nuestros ojos porque, en fin de cuentas, no eran sino unos niños que jugaban en su inocencia.

Niños que jugaban en su inocencia, así los vemos, son cosas de niños decimos y nos pasa desapercibida su sonrisa, su alegría, su mirada limpia y sin malicia, sus ojos que miran a nuestros ojos esperando algo y quizás porque no les prestamos atención, porque seguimos en nuestras cosas, se malogra esa sonrisa. A música celestial, y dicho en el mejor de los sentidos, tendrían que sonar en nuestros oídos risas y voces alegres que hablan o chillan sin predisposiciones ni prejuicios, sin malicias y sin desconfianzas, ofreciéndonos el regalo de alegría que tendría que hacernos olvidar tantos agobios que llevamos en la vida y que nos quitan la paz y nos impiden saborear las cosas que nos harían más felices.

Es el niño que en sus juegos se manifiesta como es, siempre confiado, siempre ofreciendo lo mejor, siempre dispuesto a estar con aquellos que considera sus amigos y con aquellos donde encuentra ternura, que tendrán sus más y sus menos con aquellos con los que juega, pero pronto se recuperará del enfado y seguirán siendo amigos, salvo que nosotros le hayamos maleado el corazón. Cuánto daño les hacemos cuando les contagiamos el actuar desde una vida interesada, cuando les hacemos perder la confianza, cuando los inducimos a poner distancias y desconfianzas, cuando los contagiamos de nuestras violencias. A veces no nos damos cuenta del escándalo que en ellos producimos, del daño que les hacemos cuando por nuestros ejemplos de egoísmo y de orgullo les hacemos perder aquella risa inocente.

Hoy en el evangelio vemos a Jesús rodeado de niños. Ellos saben bien ponerse al lado donde encuentran ternura y ofrecen al mismo tiempo su ternura. No es para ellos una señal de molestia el acercarse así espontáneamente como son donde saben que hay amor, ni nosotros tendríamos que ver como una molestia sus risas y sus juegos, su confianza y la manera como se acercan espontáneamente a nosotros. Pero por allá están los discípulos cercanos a Jesús – qué curioso que sean precisamente los discípulos más cercanos a Jesús – muy celosos del descanso de su maestro y no quieren que los niños le molesten, quieren quitarlos de en medio para no turbar el descanso de Jesús cuando su verdadero descanso eran aquellas risas y juegos inocentes.

¿Seremos así muchas veces no solo en lo que haga referencia a los niños de los que ahora estamos hablando, sino de que podríamos sentirnos molestos por la cercanía de los demás a nuestra vida? Cuantas veces pasamos de largo porque quizás nos molesten algunas cercanías que nos parecen exceso de confianza.

‘Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios…’ ¡Cuánto nos está diciendo Jesús! ¿Aprenderemos de una vez por todas a valorar a los pequeños? ¿Aprenderemos a valorar lo que nos parece pequeño y sin importancia porque son otras cosas a las que les damos más importancia? Tengo cosas más importantes que hacer, decimos tantas veces. Y esas cosas que consideramos importantes nos agobian, nos hacen perder la paz, hacen desaparecer la sonrisa de nuestros labios, crean distancias que luego son tan difíciles de superar.

Pero Jesús nos está diciendo también que ‘los que son como los niños – esos niños que pretendemos apartar a un lado – es el Reino de Dios’. ¿Es que no sabremos ver en la sonrisa de un niño las señales del Reino de Dios? Son alegría y cercanía, son los que van generando confianza y los que van siempre tendiendo puentes, son los que aprecian la ternura y la manifiestan de forma sencilla, son los que siempre se sienten amigos y hermanos de los otros para vivir la alegría de la vida. ¿No tendríamos que manifestar así las señales del Reino de Dios? Y terminará diciéndonos Jesús: ‘En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él’. ¿Nos haremos niños para acoger el Reino de Dios en nuestra vida?

Y dice que Jesús les bendecía. Ojalá nos sintamos bendecidos de Dios de la misma manera.

 

 

viernes, 28 de febrero de 2025

Una auténtica madurez humana de la persona es el mejor caldo de cultivo para una amistad verdadera y un amor que nos lleve a una plenitud de vida

 


Una auténtica madurez humana de la persona es el mejor caldo de cultivo para una amistad verdadera y un amor que nos lleve a una plenitud de vida

Eclesiástico 6, 5-17; Salmo 118; Marcos 10, 1-12

Se dice que cada uno cuenta la película según el papel que le ha tocado en suerte desempeñar en ella. Influyen en nosotros circunstancias vividas, situaciones cercanas a nosotros, protagonismo que tengamos en los hechos y también los colores de los cristales con que miramos las cosas. ¿Ser objetivo? No siempre es fácil, pero tendríamos que acudir a unos principios, a unos valores que encuentran la vida y lo que en ella queremos realizar. Y algunas veces nos cuesta ver con claridad esos valores, esos principios, esos fundamentos de lo que hacemos o de lo que queremos vivir.

También queremos decir que hay cosas, hay temas de los que todos queremos opinar, tenemos o queremos tener una palabra que decir. Y necesitamos serenidad para poder llegar a una objetividad, que no siempre es fácil, según ese papel, como decíamos, que nos ha tocado en esas realidades de las que queremos hablar, de las que queremos opinar. Fácilmente podemos dar por universal algo que afecta solo a algunos, o en determinadas circunstancias, pero hay cosas que tenemos que salvaguardar aunque nos cueste.

Todos queremos opinar del amor y de la amistad. Todos lo vemos según la experiencia que vamos teniendo en esas realidades, y porque quizás en alguna ocasión hayamos podido tener una experiencia que no siempre ha sido buena o por cosas que vemos en nuestro entorno, comenzamos a dar nuestras opiniones. Y es un tema muy delicado, ni el amor ni la amistad es cualquier cosa, y a no todo quizás podemos llamar amor y amistad. Hay el peligro de que ambas experiencias nos las tomemos muy a la ligera, a cualquier impulso llamamos amor, cuando quizás está movido por intereses o simplemente por el impulso de la pasión. Creo que el amor y la amistad es un proceso en la vida en el que no podemos quemar etapas para a todo llamarlo amor y a todo llamarlo amistad.

Digo que es un proceso que necesita que vayamos desarrollando una madurez en la vida; y para que las cosas maduren hay que dar tiempo; no podemos querer tomar una fruta para alimentarnos de ella, sin que haya llegado su proceso de maduración; si la tomamos antes ni tendrá sabor, ni tendrán la efectividad alimenticia que pretendemos con ella, ni podremos soportarla. Y hoy andamos en la vida con esa rapidez de la informática que tocando una tecla parece que al instante ya lo tenemos todo a punto.

Nos cuesta madurar en la vida porque necesitamos centrarnos en lo que es verdaderamente importante, porque tenemos que aprender a afrontar las adversidades o contratiempos que encontremos, saber resolver los problemas que van surgiendo, querer aprender de lo mismo que vamos viviendo para ver toda la profundidad que ha de tener la vida, sacar lecciones incluso de nuestros errores, ahondar en lo más hondo de nosotros mismos para conocernos y ver de lo que somos capaces o lo que no podemos afrontar. Y eso exige una buena disposición por nuestra parte, y dejarnos enseñar, y esfuerzo para lograr esa superación que vamos necesitando cada día, y exige en consecuencia tiempo para poder lograr esa madurez de nuestra vida. Y esto nos falta muchas veces.

Tenemos que aprender a cultivar las relaciones verdaderamente humanas si queremos llegar a una bonita amistad, si queremos entender bien lo que es el amor. No podemos empezar la casa por el tejado, se nos decía siempre. Y conocemos a alguien y enseguida lo llamamos amistad, conocemos a alguien y algunas veces si haber labrado una verdadera amistad que exige mucha relación y conocimiento enseguida lo llamamos amor. ¿Hasta cuándo puede durar una amistad o un amor así?

Me estoy haciendo estas consideraciones desde lo que se nos plantea hoy en el evangelio. Es el tema que le plantean a Jesús sobre la estabilidad del matrimonio y la posibilidad de divorcio. Ya escuchamos en el texto evangélico la respuesta de Jesús. Quizás pueda parece que yo me he quedado meramente en el plano humano del amor y del matrimonio, comenzando por la amistad. Pero es que si no hay verdadera humanidad, si no estamos tratando de unos seres verdaderamente humanos desde una auténtica madurez, ¿cómo podemos hablar del matrimonio o de la amistad? Cuidemos las cosas que son verdaderamente importantes y no nos las tomemos con ligereza.

jueves, 27 de febrero de 2025

Un buen sabor para la vida haciendo crecer nuestras relaciones llenas de armonía y de paz trasmitiéndonos lo que nos hace felices para crear un mundo que sonría

 

Un buen sabor para la vida haciendo crecer nuestras relaciones llenas de armonía y de paz trasmitiéndonos lo que nos hace felices para crear un mundo que sonría

Eclesiástico 5, 1-8; Salmo 1; Marcos 9, 41-50

Yo, a mi vida, a mis cosas, a disfrutar de mi vida; yo no tengo que ver con nadie ni nadie tiene que meterse conmigo y con lo que hago. Hay gente que vive así, solo se preocupan de sí mismos y quieren como crear un mundo solo para ellos; pero no vivimos en una burbuja y por mucho que queramos desentendernos de los demás, estamos relacionados y lo que hacemos no nos afecta solo a nosotros sino que repercute en los demás; podemos dañar o podemos arrastrar, como también nosotros podemos vernos arrastrados por el ambiente que nos rodea, influidos por lo que los otros hacen. Vivir es algo más serio.

Por naturaleza estamos hechos para la relación, aunque haya momentos de individualismo o de egoísmo en que nos queramos aislar de los demás; el hombre, y cuando digo el hombre quiero decir la persona no puede vivir sola, aislada de los demás; esa es la constitución del ser humano; tenemos voz para comunicarnos, tenemos ojos para contemplarnos, tenemos oídos para escucharnos, nuestros pasos no los damos aislados de los demás, ni el trabajo que realizamos solo es para nosotros mismos; hay una mutua relación entre unos y otros.

Por eso además tenemos que cuidar lo que hacemos para que no repercuta de mala manera en quienes nos rodean; tiene que surgir una delicadeza en el trato, como tenemos que dejar buenas huellas que ayuden a ir por buen camino a los demás; de la misma manera que no queremos que nadie nos dañe con lo que hace, nosotros también tenemos que cuidar el dañar a los demás con lo que hacemos; como no podemos dejarnos influir por lo que no es tan bueno que hagan los demás, tampoco nosotros podemos hacer algo que influya de manera negativa en los otros.

Hoy nos habla Jesús de esas cosas pequeñas y ordinarias de cada día con las que tenemos que crear esa buena relación entre unos y otros; desde esa generosidad de nuestro corazón para dar un vaso de agua al que está sendiento como para evitar aquello que distraiga del buen camino a los que están a nuestro lado.

Y habla Jesús de la importancia de no escandalizar a los que son pequeños y sencillos; y escandalizar es impulsar con nuestro mal ejemplo por el mal camino a quienes están a nuestro lado; y nos habla Jesús, entonces, de cómo tenemos que evitar en nuestra vida aquellas cosas, aquellos gestos, aquellas cosas que hagamos que nos lleven por lo mano. Es radical Jesús que nos dice que nos vale más entrar en el cielo manco de una mano, o que esa mano nos lleve a la perdición del mal. Y nos habla de esas miradas turbias que están llenas de malicia y que pueden pervertir nuestro corazón.

Y nos habla del sabor que le hemos de dar a nuestra vida y en consecuencia al mundo en el que vivimos. Es el sentido que le damos a nuestra existencia que nunca nos puede convertir en el ombligo del mundo, porque todo lo centremos en torno nuestro sino de esa apertura que hemos de darle a la vida porque, como decíamos al principio, vivimos en una relación con los demás.

Todo aquello que contribuya a esa buena relación que cree armonía y paz, que haga florecer el amor y la amistad, que nos haga sentirnos miembros de una misma familia será lo que le dará ese sentido y ese sabor a nuestra vida; nada de arideces y amarguras, nada de malquerencias y desconfianzas, nada de orgullos ni vanidades que nos quieran hacer crecer sobre los demás; mucho de sencillez y humildad para crear cercanía, para hacer fraternidad, para forjar comunión, para transmitirnos lo que nos hace felices para crear un mundo que sonría y al que no le falte ilusión. Es lo que nos hará grandes de verdad porque nos hemos anudado en la fraternidad. Es el buen sabor que le hemos de dar a la vida.

miércoles, 26 de febrero de 2025

Las señales del Reino de Dios las podemos encontrar también en el bien hacer y en la buena voluntad de los otros aunque no sean de los nuestros

 

Las señales del Reino de Dios las podemos encontrar también en el bien hacer y en la buena voluntad de los otros aunque no sean de los nuestros

Eclesiástico 4, 11-19; Salmo 118; Marcos 9, 38-40

¿Acaso nos creeremos insustituibles y poseedores exclusivos de la bondad y de las cosas buenas? Algunas veces nos lo creemos, nadie hace las cosas como nosotros, si yo no lo hago no habrá nadie que lo haga, quien no es como yo o de los de mi grupo no será capaz de hacer algo bueno. Parecen posturas muy orgullosas y muy discriminatorias, pero somos así en muchas ocasiones. Además es algo que palpamos en la sociedad, en los grupos sociales, en los que se denominan dirigentes en cualquier aspecto de la vida social que nunca admitirán que el adversario pueda hacer algo bueno o en bien de la sociedad, sino que siempre estarán movidos por sus intereses; las ideologías que se creen únicas poseedoras del bien, de la justicia, del orden social terminan siendo de alguna manera dictadores en la imposición de sus ideas y planteamientos y no respetarán el pensamiento de los demás. Lo estamos viendo cada día.

Nos puede pasar en muchos aspectos de la vida, pero cuidado los cristianos que también nos creamos poseedores exclusivos del bien y de la verdad. Nos alerta hoy el evangelio en la postura que han tomado algunos de los discípulos de Jesús llevados quizás inocentemente y con buena voluntad de un celo por Jesús y lo que enseñaba y hacía Jesús.

Vienen a contarle que han visto a algunos que no son del grupo precisamente de los que siguen a Jesús que hacen milagros y lo hacen en el nombre de Jesús. ¿Cómo es posible que haya quien sin ser seguidor de Jesús haga también milagros y lo quieran hacer en el nombre de Dios? Es lo que piensan aquellos discípulos, digo con buena intención, y se lo prohíben a quien han visto realizar tales cosas y es lo que vienen a contarle a Jesús.

Ya hemos escuchado la reacción de Jesús ante esta ‘inocencia’ – llamémoslo así – de los discípulos. ‘No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro’ les dice Jesús. ¿Están realizando algunas de las señales del Reino de Dios, aquello que había anunciado Jesús allá en la sinagoga de Nazaret? Dejemos pues que proliferen esos signos del Reino de Dios, porque significa que algo está cambiando en el corazón de los hombres. Y es lo que Jesús ha venido a realizar, ojalá todos fuéramos capaces de realizar esos signos, ojalá todos diéramos muestras por las actitudes y las acciones de nuestra vida de que estamos viviendo el sentido del Reino de Dios.

Allí donde está el bien y la verdad, allí nos apuntamos. Dejemos a un lado esos exclusivismos que manifiestan el orgullo que aun llevamos dentro y que no son señales de que en verdad nosotros vivimos ese Reino de Dios. Desgraciadamente muchas veces los grupos cristianos hemos reflejado demasiado esos exclusivismos y esos orgullos de la vida. Sepamos descubrir y valorar lo bueno allí donde esté, aunque no sean de los nuestros, aunque no se sientan integrados en la Iglesia, aunque lo hagan sin tener en cuenta a Dios en sus vidas.

Respetemos lo bueno, valoremos lo bueno, unámonos sin ninguna reticencia con todo el que haga el bien, colaboremos en lo que sea necesario en nuestra sociedad para hacer que las cosas marchen, que haya mejor entendimiento entre todos, para dar un empujoncito junto a la mano de quien sea por hacer que nuestra sociedad y nuestro mundo sea mejor, aunque piensen distinto, aunque tengas otras ideologías, aunque se consideren de otra religión. Cuidado con algunas reticencias y desconfianzas que seguimos manteniendo en nuestro interior y que también algunas veces se manifiestan de alguna manera.

Lejos tienen que estar de nosotros aquellos tiempos de apologética queriendo que todos entraran por nuestro carril e incluso nos convertíamos en inquisidores de los que con buena voluntad pensaban religiosamente distinto, pero que también querían hacer el bien. Creo que esos tiempos y esas posturas tienen quedar atrás, aunque algunas veces nos cueste con tanta diversidad que encontramos en nuestro entorno. Respetémonos y colaboremos, hagamos entre todos un mundo mejor; las señales del Reino de Dios las podemos encontrar también en el bien hacer y en la buena voluntad de los otros.

martes, 25 de febrero de 2025

¿Llegaremos a entender lo que Jesús quiere trasmitirnos o también nos da miedo preguntarle porque eso nos puede comprometer más?

 


¿Llegaremos a entender lo que Jesús quiere trasmitirnos o también nos da miedo preguntarle porque eso nos puede comprometer más?

Eclesiástico 2, 1-11; Salmo 36; Marcos 9, 30-37

‘No seas pájaro de mal agüero’, le decimos al amigo que un día se nos pone muy serio y trascendente y comienza a hablarnos de cosas que nos pueden pasar, de que es necesario quizás cambiar algunas posturas y actitudes porque el camino que llevamos no está bien y nosotros queremos quitárnoslo de encima; no nos gusta que nos hable así, que quizás nos haga pensar, pero no queremos quizás mirarnos por dentro con sinceridad y preferimos pensar en otras cosas; si podemos sacamos lo que sea con tal de cambiar de conversación, son otros nuestros intereses o nuestras preocupaciones o ya tenemos bastante con lo de cada día para ponernos a pensar con nubarrones negros sobre el fututo.

Nos dice el evangelio hoy que mientras iban de camino Jesús quiso ponerse a hablar con sosiego con sus discípulos más cercanos, aquellos que un día había elegido como sus acompañantes, sus apóstoles, porque sería a los que confiaría la misión de seguir anunciando el Reino de Dios; trataba de no encontrarse con la gente, porque quería hablar con ellos a solas, querías instruirlos, prepararlos para los acontecimientos que un día habían de desarrollarse; pero los discípulos no estaban por la labor, no querían entender de lo que Jesús les hablaba pero además les daba miedo preguntarle, y se pusieron a hablar de otras cosas por el camino.

Jesús les había estado anunciando lo que había de suceder en Jerusalén donde el Hijo del hombre iba a ser entregado en manos de los gentiles e incluso le darían muerte, pero les anunciaba la resurrección. Pero ellos no entendían; si Jesús era en verdad el Mesías no podía sucederle nada de lo que les estaba ahora diciendo; si Jesús era el Mesías había que pensar en qué lugar quedaban ellos, qué lugar ocuparían en ese Reino nuevo que Jesús tanto anunciaba.

Jesús los dejó mientras los observaba; ya habría ocasión, y el momento llego cuando llegaron a casa. No podía dejar la cosa así, porque no terminaban de entender. Pero lo que hace Jesús es preguntarles de que era la conversación que se traían mientras venían de camino que se les veía muy animados; se sintieron cogidos, nadie quería responder porque habían estado discutiendo por los primeros puestos; y Jesús lo sabía. Jesús sí que tiene interés por lo que son las preocupaciones y los sueños que puedan tener los discípulos, pero quiere ayudarles a encontrar lo mejor.

Es el momento de que tengan claras las cosas de las que tantas veces les ha hablado. Cómo nos cuesta a nosotros también entender cuando tantas cosas se nos dicen y se nos repiten; cuántas veces hemos escuchado el evangelio, la buena noticia que Jesús quiere transmitirnos, pero seguimos con nuestros apegos, seguimos con nuestras interpretaciones, seguimos con nuestros tropiezos una y otra vez en lo mismo, seguimos sin dar el paso de búsqueda sincera, de compromiso serio, de ponernos a participar de verdad en lo que tiene que ser la vida de la Iglesia, seguimos con nuestros juicios y condenas, seguimos con nuestras apetencias y lo que le pedimos a Dios es que nos dé suerte en la vida, pero ponernos nosotros con la mano en el arado, lo dejamos para otro. Ahora mismo estamos juzgando a los apóstoles porque no entendían lo que Jesús les quería decir de su pasión y su muerte, pero no nos miramos a nosotros mismos que no queremos entender lo que tiene que ser la pascua para nosotros.

Y Jesús les habla de cómo en verdad han de ser importantes, cual es la actitud que hemos de tener, cuales son las posturas que tenemos que tomar; y les pone en medio un niño, signo del desinterés y quien no tiene malicia, la actitud del niño siempre acogedora que reparte cariño y que se deja querer, que está dispuesto a hacer lo que le pidamos y corre con alegría a nuestro lado porque se siente lleno de gozo cuando puede hacer algún servicio y se siente útil para los demás. Pero nos habla Jesús de cómo nosotros hemos de saber acoger a un niño, al que consideran pequeño y sin valor, a aquel que nos pueda parecer revulsivo por su presencia, por su origen, por las cosas que nosotros imaginamos que pudiera hacer; nuestra vida tiene que estar envuelta por el amor y eso nos lleva al servicio y nos lleva a la acogida, nos lleva a buscar lo bueno y a ponernos en servicio de quien lo pudiera menester.

¿Llegaremos a entender lo que Jesús quiere trasmitirnos o también nos da miedo preguntarle porque eso nos puede comprometer más? 

lunes, 24 de febrero de 2025

‘Yo quiero creer, yo creo pero ayuda mi falta de fe’, nuestro reconocimiento y nuestra oración para no resbalar por la pendiente de la rutina, el ritualismo y la tibieza

 


‘Yo quiero creer, yo creo pero ayuda mi falta de fe’, nuestro reconocimiento y nuestra oración para no resbalar por la pendiente de la rutina, el ritualismo y la tibieza

Eclesiástico 1,1-10; Salmo 92; Marcos 9,14-29

Algunas veces en la vida estamos soñando con conseguir algo que nos parece maravilloso, que exigirá nuestro esfuerzo y nuestro trabajo, que seamos capaces de sacar todas nuestras habilidades para poderlo conseguir, pero sentimos la tentación del desánimo, nos parece que es algo que supera nuestras posibilidades, dudamos de nosotros mismos y nos llenamos de miedo; necesitamos creer más en nosotros mismos y en que somos capaces, nos hará falta quizás una palabra de ánimo o una mano amiga que se pose sobre nuestro hombre para recordarnos que somos capaces, que tenemos que confiar, que podemos seguir adelante, que tenemos que creer más en nosotros mismos. Si perseveramos seguramente que un día veremos el resultado, conseguimos aquello que anhelamos. Hubo alguien que creyó en nosotros y nosotros comenzamos a creer en nosotros mismos. Es importante esa actitud de fe en la vida, aun cuando nos veamos limitados.

¿Por qué me hago esta reflexión que podría parecer que no tiene nada que ver con el evangelio que hemos escuchado? Si nos detenemos un poco a reflexionar nos daremos cuenta de ese punto de unión.

Un hombre había acudido a Jesús con su hijo enfermo, poseído de un espíritu maligno como es la forma de hablar de entonces; Jesús había subido a la montaña – se refiere al Tabor – y en su ausencia acudió a sus discípulos pidiendo ayuda, pero estos no pudieron hacer nada, a pesar de que un día les había dado autoridad sobre los espíritus inmundos y para curar enfermos. En estas llega Jesús y le cuentan lo sucedido; aquel hombre desesperado porque quiere la salud de su hijo implora y suplica. Quiere creer que Jesús puede hacerlo, pero al mismo tiempo duda. ‘Si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos’, le dice.

‘¿Si puedo? Todo es posible para el que tiene fe’, es la sentencia de Jesús. ¿La fe que mueve montañas? Un día Jesús les había dicho a los discípulos que con fe podrían decir a una higuera que se arrancara de aquel sitio y se plantara en el mar, y se realizaría. No es cuestión de mover montañas ni de transplantar árboles. Pero algo tiene que moverse dentro de nuestro corazón. Es el despertar de la fe, aunque muchas sean las noches oscuras; es el despertar de la fe aunque nos parezca que hayamos perdido toda esperanza; es el despertar de la fe aun cuando las cosas sean difíciles; es el despertar de la fe que nos da confianza, pero que nos hará sentir el poder de Dios en nosotros.

Pero, es cierto, tantas veces dudamos, nos preguntamos si merece la pena, si podemos conseguir algo, si es verdad que el corazón se pueda transformar, si es posible que este mundo tenga arreglo, si puedo mantener viva la fe a pesar de tantas escandalosas que pueda irme encontrando en la vida, en el mundo, en los que me rodean, en la misma iglesia.

‘Yo quiero creer, le dice aquel hombre, yo creo pero ayuda mi falta de fe’. Tiene que ser nuestro reconocimiento y nuestra oración. Para que no caigamos en vacíos a pesar de todo lo que recemos; para que no hagamos las cosas por ritualismo o porque está mandado; para que no convirtamos nuestra vida de relación con Dios en una rutina, como algo que si no hacemos no podríamos dormir; para que no nos resbalemos por esa pendiente de la tibieza y terminará haciendo de nuestro corazón una cueva bien helada.

‘Señor, yo creo, pero aumenta mi fe’. Sea así nuestra oración de cada día. Dejémonos ayudar, sintamos esa palabra buena que nos despierta.

domingo, 23 de febrero de 2025

Dejemos que Jesús nos diga lo que tenemos que hacer y empecemos a hacer caminos de humildad llenándonos de hermosos detalles que nos conducen al amor verdadero

 


Dejemos que Jesús nos diga lo que tenemos que hacer y empecemos a hacer caminos de humildad llenándonos de hermosos detalles que nos conducen al amor verdadero

1Samuel 26, 2. 7-23; Salmo 102; 1 Corintios 15, 45-49; Lucas 6, 27-38

Nadie tiene que decirme lo que tengo que hacer, parece la pataleta de quien se comporta como un niño chico cuando nos están recordando lo que tienen que ser las pautas de la vida; es la rebeldía, decimos, de los jóvenes, pero es muchas veces también nuestra rebeldía; lo hemos pensado nosotros mismos quizás muchas veces cuando no hemos podido hacer lo que queríamos hacer, o lo hemos escuchado también más de una vez a nuestro lado; y no son esas rebeldías juveniles, sino que es esa rebeldía interior que nosotros mostramos también, aunque tratemos de disimularlo, cuando se nos recuerdan los mandamientos o cuando se nos recuerda la altitud de miras que como cristianos hemos de tener y en la forma como hemos de manifestarnos.

Sí, cuando no enfrentamos a un evangelio como el que en este domingo nos ofrece la liturgia fácilmente decimos eso es imposible, si actúo así me van a mirar como a un tonto, es que ante lo que me hacen tengo que reaccionar de alguna manera y no puedo permitir que se pongan sobre mí. Es lo que muchas veces pensamos cuando se nos habla del amor a los enemigos, se nos habla de la comprensión y el perdón, cuando se nos dice que tenemos que ser capaces de poner la otra mejilla, cuando se nos pone el listón bien alto, porque en algo tenemos que diferenciarnos.

Tenemos que tomarnos en serio las palabras de Jesús y no podemos ir haciéndonos nuestras interpretaciones y nuestras rebajas, diciendo que eso son formas de hablar, pero que no es necesario llegar a tanto. Realmente hemos de reconocer que el listón está bien alto, pero ¿es que queremos seguir con mediocridades y rebajas? Los presupuestos de nuestro corazón tenemos que cambiarlos. Por eso Jesús desde que comenzó a anunciar la llegada del Reino de Dios nos pedía conversión para poder creer en esa buena noticia que nos ofrecía. Por eso un cristiano no puede andar con componendas.

Reconocer el Reino de Dios es reconocer que Dios es nuestro único Señor, que Dios es un Padre que nos ama y nos ama a todos por igual, un Dios del que somos hijos porque ese es el regalo que nos hace cuando creemos en El pero igual que nosotros los somos Dios quiere que todos sean sus hijos, lo que entraña que todos hemos de mirarnos como hermanos. Por eso la regla básica, por así decirlo, que nos pone es la del amor. Es mi mandamiento, nos dice, que os améis los unos a los otros como yo os he amado. El modelo y estilo de ese amor lo tenemos en Dios, se nos manifiesta en Jesús.

Eso, así, que parece tan sencillo realmente es algo grandioso y que va a cambiar todas nuestras perspectivas. Es una nueva mirada, son unos nuevos ojos, es un nuevo corazón el que tiene que latir. Es un nuevo sentido de nuestra relación, es una nueva forma de tratarnos los unos a los otros, es un comenzar no a mirarnos a nosotros mismos sino comenzar a mirar a los demás, mirar a los que nos rodean y con una mirada nueva, la mirada del amor. Todo cambia.

Aunque en la vida tengamos nuestras diferencias nunca podré mirar al otro como un adversario con el que me voy a enfrentar, voy a mirar a un hermano con el que vamos a caminar juntos; las diferencias se superar, las esquinas donde puedan surgir roces se liman, las debilidades se comprenden porque también nosotros somos débiles, en los momentos de tensión hacemos surgir dentro de nosotros la humildad, cuando hay un contratiempo lo arreglamos, cuando nos sentimos molestos nos disculpamos y ponemos comprensión. Y esto se hace desde los pequeños detalles, con la delicadeza con que vamos a ir por la vida, con la mano tendida que siempre se está ofreciendo para ayudar, con el olvido de aquellas cosas que pudiera producirnos inquietud y tristeza, con la alegría del que se siente hermano y quiere encontrarse con el hermano para hacer el camino juntos.

En Jesús tenemos el ejemplo y el modelo de lo que tenemos que hacer; es la cercanía con que Jesús andaba con todos, es la misericordia que derramaba su corazón para dejar que le tocaran el manto o le lavaran los pies aunque fuesen personas consideradas impuras o pecadoras, es la ternura con que se acercaba a los débiles para llegar junto al paralítico de la piscina, es el impulso que significaba su presencia para que los que estaban caídos quisieran levantarse, es el camino que hacía junto al que sufría o como sabía detenerse a la orilla del camino para llamar al ciego que pedía limosna o para decirle a Zaqueo que quería hospedarse en su casa. Podríamos seguir deteniéndonos en muchas páginas del evangelio, pero escuchémosle pedir al Padre cuando lo crucificaban que los perdonara porque no sabían lo que hacían.

¿Seremos capaces nosotros de una cosa así, hacer ese mismo camino, vivir en ese mismo amor? Intentémoslo. Dejemos que Jesús nos diga lo que tenemos que hacer. Empecemos a caminar caminos de humildad que nos conducen al amor verdadero.