lunes, 24 de febrero de 2025

‘Yo quiero creer, yo creo pero ayuda mi falta de fe’, nuestro reconocimiento y nuestra oración para no resbalar por la pendiente de la rutina, el ritualismo y la tibieza

 


‘Yo quiero creer, yo creo pero ayuda mi falta de fe’, nuestro reconocimiento y nuestra oración para no resbalar por la pendiente de la rutina, el ritualismo y la tibieza

Eclesiástico 1,1-10; Salmo 92; Marcos 9,14-29

Algunas veces en la vida estamos soñando con conseguir algo que nos parece maravilloso, que exigirá nuestro esfuerzo y nuestro trabajo, que seamos capaces de sacar todas nuestras habilidades para poderlo conseguir, pero sentimos la tentación del desánimo, nos parece que es algo que supera nuestras posibilidades, dudamos de nosotros mismos y nos llenamos de miedo; necesitamos creer más en nosotros mismos y en que somos capaces, nos hará falta quizás una palabra de ánimo o una mano amiga que se pose sobre nuestro hombre para recordarnos que somos capaces, que tenemos que confiar, que podemos seguir adelante, que tenemos que creer más en nosotros mismos. Si perseveramos seguramente que un día veremos el resultado, conseguimos aquello que anhelamos. Hubo alguien que creyó en nosotros y nosotros comenzamos a creer en nosotros mismos. Es importante esa actitud de fe en la vida, aun cuando nos veamos limitados.

¿Por qué me hago esta reflexión que podría parecer que no tiene nada que ver con el evangelio que hemos escuchado? Si nos detenemos un poco a reflexionar nos daremos cuenta de ese punto de unión.

Un hombre había acudido a Jesús con su hijo enfermo, poseído de un espíritu maligno como es la forma de hablar de entonces; Jesús había subido a la montaña – se refiere al Tabor – y en su ausencia acudió a sus discípulos pidiendo ayuda, pero estos no pudieron hacer nada, a pesar de que un día les había dado autoridad sobre los espíritus inmundos y para curar enfermos. En estas llega Jesús y le cuentan lo sucedido; aquel hombre desesperado porque quiere la salud de su hijo implora y suplica. Quiere creer que Jesús puede hacerlo, pero al mismo tiempo duda. ‘Si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos’, le dice.

‘¿Si puedo? Todo es posible para el que tiene fe’, es la sentencia de Jesús. ¿La fe que mueve montañas? Un día Jesús les había dicho a los discípulos que con fe podrían decir a una higuera que se arrancara de aquel sitio y se plantara en el mar, y se realizaría. No es cuestión de mover montañas ni de transplantar árboles. Pero algo tiene que moverse dentro de nuestro corazón. Es el despertar de la fe, aunque muchas sean las noches oscuras; es el despertar de la fe aunque nos parezca que hayamos perdido toda esperanza; es el despertar de la fe aun cuando las cosas sean difíciles; es el despertar de la fe que nos da confianza, pero que nos hará sentir el poder de Dios en nosotros.

Pero, es cierto, tantas veces dudamos, nos preguntamos si merece la pena, si podemos conseguir algo, si es verdad que el corazón se pueda transformar, si es posible que este mundo tenga arreglo, si puedo mantener viva la fe a pesar de tantas escandalosas que pueda irme encontrando en la vida, en el mundo, en los que me rodean, en la misma iglesia.

‘Yo quiero creer, le dice aquel hombre, yo creo pero ayuda mi falta de fe’. Tiene que ser nuestro reconocimiento y nuestra oración. Para que no caigamos en vacíos a pesar de todo lo que recemos; para que no hagamos las cosas por ritualismo o porque está mandado; para que no convirtamos nuestra vida de relación con Dios en una rutina, como algo que si no hacemos no podríamos dormir; para que no nos resbalemos por esa pendiente de la tibieza y terminará haciendo de nuestro corazón una cueva bien helada.

‘Señor, yo creo, pero aumenta mi fe’. Sea así nuestra oración de cada día. Dejémonos ayudar, sintamos esa palabra buena que nos despierta.

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