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martes, 21 de enero de 2025

Dejémonos de superficialidades y apariencias, busquemos el sentido de las cosas, lo que en verdad valore a las personas, siempre lo que busca la mayor dignidad

 


Dejémonos de superficialidades y apariencias, busquemos el sentido de las cosas, lo que en verdad valore a las personas, siempre lo que busca la mayor dignidad

Hebreos 6,10-20; Salmo 110; Marcos 2,23-28

Caminando uno por esos mundos de Dios, como solemos decir, nos encontramos con cosas sorprendentes que al final no terminamos de entender por qué se hicieron así o cual sería en verdad su motivación. Podría uno pensar en muchas cosas, pero en este caso pienso en una ciudad que quien nos guiaba nos señalaba una fachada de un edificio y nos decía que tras aquellas paredes monumentales de su frente no había posibilidad alguna de hacer ningún tipo de vivienda por lo poco que tenia de profundidad; no había ningún tipo de vivienda ni nada que pudiera tener alguna utilidad, todo se quedaba en fachada.

Me hace pensar en si algo así nos pueda suceder a nosotros con nuestra vida, incluso con algunas cosas que regulamos para nuestra vida social; todo fachada, pero nada en el interior, todo apariencia pero nada de profundidad en la vida; todo normas y preceptos para decir que tenemos bonitas leyes, pero nada que en verdad esté en servicio del hombre, en servicio de la persona. ¿Hacemos las cosas solo para que sean bonitas? Tenemos sí que cultivar la belleza, pero la belleza será mayor cuando lo que buscamos es el bien de la persona, de toda persona y en nada queremos perjudicar a nadie. Quizás muchas veces estamos buscando tanta perfección de las cosas en si mismas, que nos olvidamos de las personas que tendrían que ser las beneficiadas de aquello que hacemos.

El pueblo de Israel se preciaba de tener las mejores y más sabias leyes de todos los pueblos. Así se manifiestan incluso los textos de la Escritura sagrada; era el orgullo de aquel pueblo el pensar en la sabiduría de sus leyes, porque en su fe sentían que habían sido dictadas por Dios a Moisés. Pero queriendo perfeccionarlas tanto la habían llenado de preceptos y de normas cuyo cumplimiento algunas veces se podía convertir en un suplicio cuando lo hacían con radicalidad.

Contados estaban hasta los pasos que podían dar el sábado para poder dar cumplimiento perfecto al descanso sabático. ¿Qué sentido tenía en su origen aquel precepto sabático del descanso? Primordialmente era el tener tiempo para el culto a Dios, pero al mismo tiempo, y no era de menor importancia, el lograr el descanso de las personas de sus trabajos, para que no cayeran en una esclavitud de ese mismo trabajo. Pero lo habían convertido todo en un precepto religioso tan radical que ya no importaba la persona para su descanso o para su relación con Dios sino era el cumplimiento en si mismo midiendo hasta lo más mínimo lo que pudieran o no pudieran hacer.

De ahí nace la cuestión que le plantean a Jesús los fariseos cuando ven que los discípulos de Jesús mientras van atravesando los sembrados cogen algunas espigas, para abrirse paso o también para echarse a la boca unos granos que mitigase la fatiga del caminar. ¿Era aquello un recolección de la cosecha, un segar aquellos trigales y en consecuencia un trabajo? Seguro que veremos con buenos ojos que tratasen de mitigar su cansancio o incluso sus ganas de echarse algo a la boca mientras iban de camino, porque lo importante eran aquellas personas con su fatiga y su caminar. ¿Había simplemente que cumplir la ley por cumplirla? ¿No sería eso una fachada sin contenido de profundidad detrás?

No podemos hacer las cosas simplemente porque queden bonitas o por quedar nosotros bien con lo que hacemos. Este pueblo, les decía el profeta y les recordaba Jesús, me honra con los labios pero su corazón está bien lejos de mí. Es lo que nos sucede cuando nos quedamos en la fachada, cuando nos puede por encima de todo la vanidad, cuando hacemos las cosas simplemente por cumplir, cuando no le hemos dado verdadera profundidad a nuestra vida.

Busquemos el sentido de las cosas, busquemos lo que en verdad valore a las personas, busquemos siempre lo que nos hace vivir con mayor dignidad y con mayor plenitud, busquemos lo que nos hace grandes desde el corazón, busquemos lo que da verdadero sentido a nuestra vida y autentico valor a lo que hacemos. El valor no está en unas ganancias, el valor no son unos adornos que se quedan como oropeles, el valor no está en un brillo que pronto se va a desvanecer, el valor no está en lo superficial. Busquemos lo que tiene que ser el verdadero tesoro del corazón. El evangelio nos ayuda a encontrarlo, porque nos ayuda a encontrarnos con las personas; es el mejor camino para finalmente encontrarnos con Dios.

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