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sábado, 25 de enero de 2025

Dejémonos encontrar por el Señor que continuamente nos está saliendo al paso y esa experiencia haga que nuestra vida y compromiso de fe sea intenso

 


Dejémonos encontrar por el Señor que continuamente nos está saliendo al paso y esa experiencia haga que nuestra vida y compromiso de fe sea intenso

Hechos de los apóstoles 22, 3-16; Salmo 116; Marcos 16, 15-18

Hay cosas que mientras no pasemos por la experiencia de haberlas vivido no terminamos de entender aunque sean cosas que tenemos ante los ojos cada día, que suceden a los que nos rodean, que estamos como envueltos por ellas y casi no nos damos cuenta ni de su importancia o significado ni el sentido de las mismas. Es lo que va componiendo la vida de cada día, pero que vivimos como pasando por encima de ellas, que nos pasan desapercibidas porque quizás vivimos en otra honda; es el sufrimiento o los problemas de la vida que ahí están que todos los tienen, pero que mientras nosotros no tenemos que enfrentarnos directamente con ese dolor o con esos problemas nos podría parecer que todo es fácil, que todo es como un caminar sobre rosas, hasta que las espinas de esas rosas lleguen a pincharnos o dañarnos.

Decimos de la gente sin experiencia que viven como niños, como inocentes que no saben nada de la vida; esas experiencias maduradas y reflexionadas nos harán ahondar en aspectos en los que nunca nos habíamos fijado, o que incluso ante los cuales podíamos tener hasta unas posturas combativas en contra de lo que otros nos decían de lo que estaban pasando. Llegaremos a entender lo que es la pobreza cuando nos veamos desposeídos de todo y pasemos por la experiencia de no tener nada, pero será también cuando lleguemos a descubrir donde está la verdadera riqueza para no cegarnos por oropeles que nos encandilen.

Hoy estamos celebrando en la Iglesia una conmemoración muy especial que nos recuerda lo fue la conversión de Saulo de Tarso. Aunque no había conocido directamente a Jesús sabía del camino que hacían los que seguían sus enseñanzas y se había convertido en un perseguidor con saña de todos aquellos que confesasen su fe en Jesús. Pero saber no siempre es conocer, porque podemos saber las cosas de oídas o de manera superficial, o pasándola por el tamiz de nuestros prejuicios o nuestras ideas que nos condicionen. Cuántas veces en la vida nos hacemos la guerra porque no somos capaces de cambiar el color del cristal con que miramos y lo vemos solo desde los colores que a nosotros nos puedan interesar o alguien haya influido en nosotros y nuestro pensamiento.

Pero un día Saulo se encontró con Jesús que le salió al paso en el camino de Damasco. Allá iba con credenciales de las autoridades religiosas de Jerusalén para apresar a cuando siguieran el camino de Jesús. Ya un día había sido testigo del linchamiento que habían hecho de Esteban en Jerusalén simplemente porque hablaba de Jesús y anunciaba su buena nueva. ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?’ había sido el grito que ahora él escuchaba en su camino; un camino que se vio truncado, un camino que tomó nuevas sendas. ‘¿Quién eres, Señor?... Jesús, el Nazareno a quien tu persigues… ¿Qué debo hacer?... Levántate, continúa el camino hasta Damasco, y allí te dirán todo lo que está determinado que hagas…

Es el mismo Saulo el que nos trasmite este diálogo y este encuentro. Para El fue suficiente. Había experimentado el encuentro con Jesús. Ahora ya podía ser todo distinto. Como un día aquellos otros discípulos que tuvieron la experiencia de la resurrección de Jesús, como aquellos que se habían dejado llenar por el Espíritu de Jesús que les envolvió en Pentecostés. Comenzaron a ser distintos, salieron al encuentro con los demás, porque aquel encuentro vivo con Jesús y con la fuerza de su Espíritu había hecho de ellos hombres nuevos. Es lo que ahora está sucediendo en Saulo que ya para siempre será para nosotros Pablo.

Todos conocemos lo que fue luego su vida de evangelizador atravesando tierras y mares para ir al anuncio del evangelio allí donde el Espíritu le guiaba. Será la fuerza candente de su Palabra que nos ha quedado reflejada en las cartas que iba dirigiendo a aquellas comunidades que había ido dejando asentadas en diversos lugares. Es el fuego del Espíritu que sigue resoplando sobre todos los rincones de la tierra donde es anunciado el evangelio de Jesús. Y todo partió de una experiencia, de un encuentro, de algo vivido intensamente allá en lo más hondo que no lo cegó sino que le abrió los ojos a la verdadera luz.

Todo esto nos tiene que hacer pensar en nuestra experiencia de Jesús, en la experiencia de fe que nosotros vivimos; que no es solamente un credo que recitamos, unas palabras que repetimos, sino una vida nueva que vivimos. Creo que a lo largo de la vida todos hemos tenido experiencias hermosas de fe, de encuentro con el Señor, en celebraciones intensas que hemos vivido, en momentos de oración o de reflexión, en silencios o desiertos por los que hemos pasado, en acontecimientos sucedidos en nuestro entorno y que hemos sabido leer con ojos de fe. Reavivemos todo eso vivido, para que ahora nuestra vida y nuestro compromiso de fe sean intensos.

Dejémonos encontrar por el Señor que Él continuamente nos está saliendo al paso y vivamos esa experiencia de fe.

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