Una
buena noticia que nos hace un anuncio de paz, de libertad, de misericordia y de
perdón, de fraternidad y de armonía para un mundo nuevo que se cumple hoy
Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10; Salmo 18;
1Corintios 12, 12-30; Lucas 1, 1-4; 4, 14- 21
Si ahora mismo por los carriles de las
noticias del mundo saltase el anuncio de que la guerra de Ukrania, por ejemplo,
ha terminado porque se ha llegado a un acuerdo de paz, seguro que todos los
canales de información, todos los informativos de todos los medios de comunicación,
como se suele decir, echarían chispas con la noticia para hacerla llegar a
todas partes; habrían manifestaciones de alegría, parecería que se nos quitaba
un peso de encima por lograr la ansiada paz; son las manifestaciones que hemos
visto estos días con los anuncios de tregua en otros lugares, o son las
reacciones de una forma de otra ante las diferentes noticias que a cada momento
se van produciendo en el mundo. Las buenas noticias siempre nos traen alegría y
esperanza, igual que las sombras nos desilusionan y llenan de preocupación.
Ojalá recibiéramos buenas noticias que nos llenen de esperanza en este mundo de
tantas sombras.
Sin embargo tenemos una buena noticia
en nuestras manos que desgraciadamente hacemos pasar desapercibida y a la que
parece que no le damos tanta importancia. Se anuncia un tiempo de paz, de
libertad, donde todas las deudas van a ser perdonadas, donde todos han de ser
respetados y valorados de la misma manera, donde nadie puede ser discriminado
por nada, donde han de comenzar a haber unas relaciones más armoniosas entre
todos porque han de sentirse hermanos… es el año de gracia del Señor. ¿Qué nos
estará sucediendo?
Lo acabamos de escuchar, como lo
escucharon entonces los habitantes de Nazaret en la sinagoga aquella mañana. La
gente de Nazaret se sintió sorprendida, cuando además se les decía que allí se
estaba cumpliendo aquel anuncio que había hecho el profeta y que ahora repetía
con su presencia aquel hijo de su pueblo que se había ido convirtiendo en el
profeta de Galilea. ¿Supresa? ¿Admiración? ¿Alegría? ¿Se sentirían paralizados
ante la buena noticia que estaban escuchando? La noticia iba ya corriendo de
boca en boca y estaba llegando a todos los rincones de Palestina; pronto
enviarían desde Jerusalén a quienes estuvieran atentos a aquellos movimientos
que en Galilea iban surgiendo.
Serían los pequeños y los sencillos,
los que en su pobreza se sentían más oprimidos, o los que por sus sufrimientos
estaban como paralizados en la vida, aquellos que se sentían ciegos y desorientados
o incluso excluidos de hasta sus propias familias los que con mayor esperanza
estaban recibiendo aquella buena noticia. Serán los que luego lo aclamarán,
reconocerán que un gran profeta ha aparecido en medio de ellos, los que sentían
que Dios les visitaba y caminaba entre ellos. Los que se sentían seguros en si
mismos y desde sus situaciones de privilegio no sabían de carencias sino que
más bien se aprovechaban de los demás eran los más temerosos y desconfiados
ante aquella buena nueva y pondrían obstáculos de todo tipo para que no se
realizase lo anunciado. Pero a todos
servía de interrogante, en todos, sin embargo, sembraba una nueva inquietud que
era esperanza para muchos.
A nosotros en estos momentos también se
nos dice que esta Escritura se cumple hoy entre nosotros. ¿Nos lo llegaremos a
creer? ¿Será posible todo ese mundo nuevo que se nos describe en el hoy de
nuestra vida? ¿Por qué seguiremos desconfiando? ¿Por qué no terminamos de
creernos esa buena noticia que llega para nosotros hoy? ¿Acaso tendremos miedo
a lo que nos compromete, a esas actitudes nuevas que hemos de tener, a esa
manera nueva de ver las cosas, a esos caminos de reconciliación que hemos de
emprender reconociendo también nuestros errores, a esa misericordia de la que
hemos de llenar nuestro corazón para acercarnos de manera nueva a los demás?
Que haya paz y armonía, que tengamos un
mundo nuevo y mejor, que sepamos entendernos y trabajar juntos, que seamos
capaces de encontrar esos caminos de encuentro y de reconciliación no depende
de factores externos, no depende de que otros nos lo den hecho, depende de
nosotros, de ti y de mi, de lo que cada uno vayamos haciendo transformando
nuestro corazón, haciéndolo vida en nosotros aunque nos cueste. Llega el año de
gracia, pero hemos de querer ese año de gracia, hemos de aceptar ese año de
gracia. Quien viene a ofrecernos la más hermosa libertad – libertad para los
oprimidos – no restará nunca nuestra propia libertad para aceptar o no aceptar.
Sintamos la alegría de la Palabra que
se nos proclama, pero escuchémosla con sincero corazón para plantarla en
nuestra vida y acampe entre nosotros. Es el camino del mundo nuevo que Jesús
nos ofrece. Es la gran noticia que escuchamos y que hemos de hacer correr por
el mundo. Lástima que le demos tan poca importancia y no nos hagamos eco entre
aquellos con los que convivimos cada día de esa buena noticia del evangelio que
recibimos. Escuchamos esa buena noticia ¿y seguiremos nosotros siempre con lo
mismo anclados en viejas noticias?
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