Sorprendidos
pero humildes, sobrecogidos ante lo sobrenatural pero agradecidos por tanto
amor, es la respuesta de nuestra fe, sentido profundo de nuestra navidad
Isaías 7, 10-14; Salmo 23; Lucas 1, 26-38
Las sorpresas de Dios siempre nos dejan
boquiabiertos. Donde menos lo esperamos, quizás lo que menos esperamos, nunca
en la forma cómo nosotros nos lo imaginamos Dios nos sorprende. Aunque tenemos
un peligro, no dejarnos sorprender porque ya nada buscamos, no dejarnos
sorprender porque nos hemos saciado de tantas cosas sin sabor que hemos perdido
la sensibilidad, no dejarnos sorprender porque en nuestra autosuficiencia
decimos que ya nada necesitamos, que lo espiritual no nos interesa, que nos
bastamos a nosotros mismos con nuestros juguetes o jugando a creernos dioses
que estamos por encima de esas cosas que ya nos parecen insulsas. Pero Dios
sigue viniendo a sorprendernos con su amor.
Necesitamos humildad para dejarnos
sorprender con las cosas de Dios, aunque nosotros sigamos jugando a hacernos
dioses que están por encima de todas esas cosas. En el mundo en el que vivimos
nos hemos llenado de autosuficiencia y hasta hemos querido transformar las
cosas más sagradas a nuestra medida, desvirtuamos todo lo sagrado queriendo
darle nuestras humanas o interesadas explicaciones y nos hemos materializado desacralizado tanto que queremos desterrar todo sentimiento religioso y transformarlo todo a
nuestro sentido materialista de la vida.
Desvirtuamos las palabras que siempre
han estado cargadas de un sentido espiritual para hacerlo todo mundano y que
solo satisfaga nuestras sensaciones más primarias. ¿No estamos llegando a un
punto, por ejemplo, que la palabra navidad ya no tiene nada que ver con la
Encarnación de Dios que se hace hombre y presente en nuestra historia? ¿Qué es
navidad para la mayoría de la gente que nos rodea en nuestro mundo de hoy? En
algunos sitios hasta hacen desaparecer las imágenes que estén relacionadas con
lo espiritual para sustituirlas por aquellas cosas que nos puedan llamar al
consumo y una fiesta donde esté ausente Dios.
Los cristianos – y tenemos que decir
que todo el mundo de hoy y esa sería nuestra tarea evangelizadora de anuncio
del evangelio – necesitamos escuchar de nuevo un evangelio como el que hoy se
nos ofrece, siempre novedad de evangelio a pesar de todas las veces que lo
hayamos escuchado. Dios que viene a plantar su tienda entre nosotros para ser
Emmanuel de verdad en medio de nuestro mundo y escoge a una joven doncella de
Nazaret para que sea su madre. Así de sencillo y grandioso es el evangelio que
hoy se nos ofrece.
María se sorprende ante la visita del
ángel, nos dice el evangelista, y se puso a considerar todo aquello que
contemplaba y escuchaba. Se quedó boquiabierta, en la expresión que empleábamos
al principio. Podíamos decir que no se lo podía creer. Estaba siendo llamada la
agraciada del Señor, aquella en quien Dios se había fijado y que quería contar
con ella para el misterio más maravilloso de su amor, hacerse hombre naciendo
de una mujer.
El ángel le explica con palabras que
solo una persona de fe puede llegar a comprender. Nace esa fe desde esa
sorpresa de Dios. Dios se nos manifiesta y nos hace conocer lo que es su
voluntad, lo que son sus planes y le damos la respuesta de la fe, como lo hizo
María.
Para quien es ajeno a la fe porque no
quiere dejarse sorprender por Dios le puede parecer una escena increíble y que
puede quedarse como en un mito. Pero si tenemos humildad, como la tenía María,
que le costaba comprender pero hacía preguntas, que le parecía algo muy grande
para ella que se siente muy pequeña, pero que se deja conducir, podremos entrar
nosotros también en esa sintonía de Dios, en esa sintonía de lo espiritual, en
esa apertura de nuestro espíritu a lo sobrenatural porque nos sobrepasa pero de
lo que nos sentimos agradecidos porque descubrimos que es un regalo de amor.
Sorprendidos y boquiabiertos pero
humildes, sobrecogidos ante lo sobrenatural pero agradecidos por tanto amor, es
la respuesta de nuestra fe, es el sentido que tenemos que darle desde lo más
profundo a nuestra navidad.
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