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sábado, 8 de junio de 2024

Junto al corazón de María queremos acurrucarnos para aprender los latidos del amor y hacerlos ritmos de nuestra vida, poniendo como María en el nuestro a cuantos amamos

 


Junto al corazón de María queremos acurrucarnos para aprender los latidos del amor y hacerlos ritmos de nuestra vida, poniendo como María en el nuestro a cuantos amamos

2 Timoteo 4, 1-8; Salmo 70; Lucas 2, 41-51

A todos nos hace aflorar una inmensa ternura y los más emocionados sentimientos el contemplar como un niño se acurruca junto al corazón de su madre y pronto se siente calmado en sus llantos y en sus lagrimas, porque allí encuentra el deseado calor del cariño de la madre que le hace sentirse seguro frente a cualquiera de los peligros que pudieran aparecer. Lo hemos contemplado muchas veces; y es más tenemos que decir que también nosotros, aunque mayores, iríamos a refugiarnos en el regazo de la madre cuando nos sentimos atormentados por los problemas de la vida, por las soledades que tanto nos hieren, por tantas angustias que nos va deparando con demasiada frecuencia la vida.

¿No es hermoso que hoy podamos celebrar precisamente la memoria y la fiesta litúrgica del Sagrado corazón de María? ¿Qué mejor imagen podemos encontrar para expresar lo que María es y sigue siendo para la Iglesia y para los cristianos de todos los tiempos?

Del corazón agonizante de Cristo salió aquella entrega que en ese momento cumbre quiso hacernos cuando nos confió a la madre y cuando confió a su madre para que fuera la madre de todos los que creyéramos en El. ‘He ahí a tu hijo’, le dice Jesús señalando al discípulo amado en quien todos estábamos representados. ‘He ahí a tu madre’, le confía a Juan en aquel momento y Juan se la llevó a su casa.

Hoy contemplamos su corazón, hoy contemplamos nuestro mejor refugio, hoy queremos ser como el niño que se refugia en los brazos de su madre que lo acuna junto a su corazón, hoy nosotros ponemos nuestro oído junto a su pecho para sentir sus latidos y para aprender a latir con ese mismo ritmo que solo las madres saben tener.

María, la que nos dice el evangelio que guardaba todo en su corazón. Nos lo repite el evangelista cuando nos habla de los acontecimientos de la infancia de Jesús. Vienen los pastores de forma inesperada tras el anuncio del ángel a aquel humilde portal donde había nacido el Hijo de Dios, y María mira y contempla, María guarda en su corazón. Vienen los magos de Oriente a ofrecer sus dones entre la admiración de los transeúntes ante tal inesperada caravana en los caminos de Belén, y María mira y contempla, María guarda en su corazón. Será aquello que parecía travesura del niño quedándose en Jerusalén sin que lo supieran sus padres, y cuando lo encuentran en medio de los doctores y maestros de la ley y ante las respuestas de Jesús que había de ocuparse de las cosas del Padre, María mira y contempla, María guarda cuanto ha sucedido en su corazón.

Es lo que hacen las madres que desde que llevan al hijo en sus entrañas están guardando los latidos y los movimientos del niño en su propio seno y lo van guardando en su corazón; como serán los primeros pasos, los primeros balbuceos, los primeros intentos de crecer y de ser mayor, que la madre lo irá recordando todo porque lo va guardando en su corazón. Cuántas veces escuchamos a las madres como nos van contando la historia de sus hijos desde los primeros instantes que lo llevan en sus entrañas, porque todo lo van guardando en su corazón, como sucederá a lo largo de la vida en largos silencios muchas veces, porque contemplan y dejan hacer, porque contemplan y quizás sufren en su corazón, porque viven sus alegrías y las mantendrán siempre vivas en lo hondo del corazón.

Es lo que hoy estamos celebrando de María, la que guardó todo lo referente a la vida de Jesús en su corazón - ¿Quién pudo contar al evangelista los momentos de la infancia de Jesús si no fue su propia madre? – pero ella también nos ha puesto, desde el momento en que Jesús en el Calvario le confió la misión de ser madre de todos los creyentes, en lo más hondo de su corazón. Miramos hoy el corazón de María y miramos el corazón de madre. Junto a su corazón también queremos acurrucarnos, de su corazón queremos aprender los latidos del amor para hacerlos ritmos de nuestra vida. En ello nos gozamos, con ella aprendemos lo que es el amor, a la manera de ella queremos también poner en nuestro corazón a cuantos amamos.

viernes, 7 de junio de 2024

No nos extrañe que alguien derrame de mil manera su ternura con los demás, somos nosotros, a imagen del corazón traspasado de Cristo, los que hemos desparramarnos en amor

 




No nos extrañe que alguien derrame de mil maneras su ternura con los demás, somos nosotros, a imagen del corazón traspasado de Cristo, los que hemos desparramarnos en amor

Oseas 11, 1b. 3-4. 8c-9; Efesios 3, 8-12. 14-19; Juan 19, 31-37

En este mundo nuestro tan insensible para muchas cosas encontrarse con alguien en quien todo son muestras de ternura es algo que nos sorprende; alguien que siempre nos habla con suma delicadeza, comedido y parco en sus palabras, pero que sin embargo muestra cercanía por sus gestos, que se detiene a hablar contigo y con delicadeza muestra la preocupación por lo que son tus problemas, que sabe detenerse y abajarse para poner a su altura ante cualquier persona para escucharle, para tener siempre palabras de comprensión, para nunca recriminar, pero para sentirte levantado  porque parece que su mano puesta sencillamente sobre nuestro hombro nos da fuerza para sentirnos nuevos o para emprender algo nuevo, que mira a los ojos de un niño y le hace sonreír, que despierta en nosotros buenos sentimientos incluso cuando lo estamos pasando mal porque su presencia nos estimula. 

¡Qué hermoso encontrarnos algo así en la vida! Es una joya preciosa que no podemos dejar marchar, que no podemos perder. ¿Podremos encontrarnos alguien semejante?

He querido pensar en ello y detenerme a hacer esta descripción que quizás a alguien le parezca imposible, porque creo que es un camino que hemos de saber tomar para de una vez por todas romper esa espiritual de insensibilidad en donde tenemos el peligro y la tentación de meternos, porque es además lo que hoy podemos contemplar en Jesús, verdadero rostro de la misericordia y de la compasión de Dios.

Hoy, sobre todo el evangelio, terminará hablándonos de un corazón roto y traspasado del que ya parece imposible que pueda fluir más sangre y por eso contemplamos que se derrama también agua. Médicamente algunos nos explican que fue como una ruptura de los órganos internos del pecho y es de la pleura del pulmón de donde sale esa agua mezclada con la sangre. Dejamos a un lado esas humanas explicaciones para entrar en otros rasgos de humanidad que podemos ver en un corazón traspasado como el de Cristo, tal como nos narra hoy el evangelio.

Jesús se ha dado con todo el corazón, como solemos decir de quien ama y se entrega hasta dar todo de sí. Es lo que contemplamos en Cristo. ‘A mi nadie me arrebata la vida’, diría en otro momento, ‘sino que yo la entrega libremente’. Más allá de toda esa confubalación de escribas y fariseos y de todos los dirigentes de Israel que querían quitar de en medio a Jesús – que es cierta y no podemos negar porque ahí están también los datos históricos del evangelio – es Jesús el que ha subido libremente a Jerusalén sabiendo lo que eso iba a significar. ‘Yo soy’, dirá saliéndoles al encuentro cuando van a prenderle en Getsemaní y es Jesús quien se adelanta.

‘El Hijo del Hombre será entregado en manos de los gentiles’ había El mismo anunciado, pero por encima de todo eso estaba el amor infinito del Padre que tanto amó al mundo que le entregó a su Hijo único. Y no venía Jesús a otra cosa sino como enviado del Padre para hacer su voluntad. No nos trasmite otra cosa sino lo que ha recibido del Padre, no es otro su alimento sino hacer la voluntad del Padre.

Será el momento supremo de la entrega y de su muerte en Cruz, tras la cual le veremos con el corazón traspasado, pero es el camino que Jesús ha ido recorriendo por los pueblos y aldeas de Galilea, de Palestina y más allá porque se acercará a donde curar a la hija de la cananea, o liberará al poseso en la región de los gerasenos. Pero es que le hemos visto derramando esa ternura de un corazón lleno de misericordia cuando cura a los enfermos y perdona a los pecadores, cuando levanta de la camilla al paralítico y pondrá luz en los ojos del ciego para decirnos que nos quiere llenos de luz, que no nos quiere paralíticos y anquilosados sino que nos quiere siempre en camino porque a todos hemos de anunciar su amor y su paz. Podríamos recorrer una a una las páginas del evangelio para contemplar esa ternura de Dios que nos viene a poner en caminos de una nueva humanidad.

Nos quiere levantar para hacernos hijos inundándonos de su vida divina, pero nos quiere hombres nuevos llenos de auténtica humanidad porque esas han de ser las señales del Reino de Dios que hemos de mostrar. Hemos de dejar también que nuestro corazón se traspase por esa lanza del amor para que de la misma manera se diluya en ternura y en verdadera humanidad con los demás.

Es lo que hoy estamos contemplando cuando estamos celebrando esta fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Tenemos que dejarnos traspasar por esa llama del amor divino, porque como nos dirá Jesús en otro momento ‘fuego ha venido a traer a la tierra y no quiere sino que arda’. Es el incendio de amor con que hemos prender a toda la humanidad para que en verdad surja algo nuevo. Que no nos extrañe que alguien derrame de mil manera su ternura con los demás, como decíamos al principio, porque somos nosotros los que a imagen del corazón de Cristo hemos derramarnos en amor por los demás.


jueves, 6 de junio de 2024

Ojalá podamos escuchar de labios de Jesús, por la calidad de nuestro amor, que tampoco nosotros estamos lejos del Reino de Dios

 


Ojalá podamos escuchar de labios de Jesús, por la calidad de nuestro amor, que tampoco nosotros estamos lejos del Reino de Dios

2Timoteo 2, 8-15; Sal. 24; Marcos 12, 28b-34

Hay preguntas que en ocasiones se hacen y vienen cargadas, como alguna vez hemos reflexionado sobre ello, de malas intenciones, de querer poner en un aprieto al que es preguntado, o también sucede que estamos buscando una respuesta que coincida con nuestros intereses, se va no por conocer la verdad, sino por querer afirmarnos en nuestro orgullo o en nuestras cosas.

Pero hay preguntas, aunque nos parezcan muy sencillas y muy elementales, que están hechas con rectitud y sinceridad; preguntas que nacen del deseo de conocer y de profundizar; preguntas en las que realmente buscamos crecer, porque en la respuesta queremos encontrar una ayuda en ese camino de ascensión que tiene que ser siempre nuestra vida. 

Nos pueden parecer cosas muy elementales y que nosotros damos por sabidas, pero quien hace la pregunta tiene una inquietud y un deseo de dar un paso más, de avanzar, de comprender mejor, de encontrar una luz que pudiera estar faltando a su vida. Tenemos que ser acogedores con esas personas e incluso agradecerles que nos hagan esas preguntas, porque seguramente nos van a ayudar a avanzar también nosotros en ese conocimiento y en esa vida.

Es lo que nos cuenta hoy el evangelio. Cuidado nosotros no vayamos de entrada con nuestros prejuicios, por otros escribas que acudían a Jesús con preguntas pero para ver cómo podían cogerle. En el texto que con toda sencillez nos ofrece hoy el evangelista no encontramos eso, sino una pregunta, sencilla y elemental, pero que en la respuesta de Jesús precisamente nos va a ayudar a ver con toda amplitud lo que significa el amor a Dios.

‘¿Qué mandamiento es el primero de todos?’ es la pregunta con la que viene aquel escriba. Ya sé lo que tantas veces hemos dicho que como escriba él tenía que saber muy bien cual era ese primer mandamiento, porque así tenía que enseñarlo al pueblo en su misión de escriba, y en la Escritura estaba bien claro. Pero dejemos que Jesús nos responda y lo haga precisamente recordando lo que nos dice la Escritura Santa. ‘El primero es: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’.

Jesús no hace otra cosa que recordarnos lo que estaba en la Escritura Santa y que era algo que todo buen judío sabía y repetía cada día muchas veces porque venía a ser algo así como una oración y como una profesión de fe.

Pero Jesús como vemos no se queda en responder a cual es primer mandamiento, sino que utilizando también la Escritura concluirá. ‘El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos’. Nos a poner Jesús en un mismo nivel el mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas con el amor que hemos de tener al prójimo. Y nos dice ‘no hay mandamiento mayor que estos’. Ahí lo tenemos, no hay otra forma de expresar lo que es el amor que le tenemos a Dios que amando al prójimo. Y no de cualquier manera. Nos dice ‘como a ti mismo’. Sí, tenemos que amarnos a nosotros mismos, y lo tenemos que hacer porque estamos reconociendo la grandeza que Dios nos da cuando nos ama; y si nos ama Dios, también nosotros tenemos que amarnos, porque desde ese amor de Dios tenemos que cuidar nuestra vida.

Y el escriba en consecuencia se hace una reflexión. Sigue ahondando en todo lo que significa ese amor de Dios y ese amor al prójimo que Jesús le está señalando – ha sido un paso adelante que Jesús está dando y al que está invitando a aquel escriba, como nos está invitando a nosotros también – y el escriba concluirá que ese amor, así como nos lo ha señalado Jesús, vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

Esto nos daría pie para pensar en muchas más cosas. Y es eso fácil que hacemos muchas veces que es ofrecer cosas pero no ofrecer amor. Nos vale pensarlo en todo lo que significa un auténtico amor que hemos de tener a los demás – hacemos regalos pero no amamos -, pero nos lleva también a lo que es el amor que le tenemos a Dios, hacemos ofrendas, cuantas cosas preciosas y costosas somos capaces de regalar a la Iglesia - ¿será para que quede allí el nombre para siempre en una plaquita? – pero nos olvidamos del amor verdadero.

Jesús le dice a aquel escriba porque se ha hecho una reflexión muy sensata, ‘no estás lejos del Reino de Dios’. ¿Podremos escuchar nosotros también esa alabanza de Jesús? ¡Ojalá!

miércoles, 5 de junio de 2024

Me he quedado pensando si realmente creemos en el Dios de la vida o nos hemos hecho un dios de muertos

 


Me he quedado pensando si realmente creemos en el Dios de la vida o nos hemos hecho un dios de muertos

2Timoteo 1, 1-3. 6-12; Salmo 122; Marcos 12, 18-27

Me he quedado pensando ante este pasaje que nos ofrece hoy el evangelio. Por allí andan las distintas corrientes de pensamiento religioso que daba ocasión a fuertes enfrentamientos entre unos y otros en el pueblo de Dios. Por un lado andaban los saduceos que no creían en la resurrección y en la vida eterna, por otra estaban no solo los fariseos con su mayor rigorismo con todas sus connotaciones sino también lo que era la fe habitual del pueblo creyente que creía en la vida que un día podían tener en Dios. Y en esto quieren meter por medio a Jesús y vienen con sus casuísticas, como suele suceder siempre, con planteamientos y preguntas, que no siempre eran fáciles de responder.

Pero en lo que me he quedado pensando es en la fe que realmente nosotros tenemos en Dios, en la manifestación de fe que habitualmente vive la generalidad de lo que decimos el pueblo cristiano. Y la pregunta que me ronda es si creemos realmente en un Dios de la vida o en un Dios de los muertos. No quiero entrar en generalizaciones que suelen ser complicadas y en cierto modo conflictivas porque hasta se pueden convertir en ofensivas para algunas personas. Pero viendo la relación que tienen muchos cristianos con la Iglesia o con las celebraciones religiosas, algunas veces puede uno llegar a pensar que para muchos Dios es el dios de la muerte.

Veamos, si no, para mucha gente venir a la Iglesia es porque venimos a acompañar un entierro, venimos a la Iglesia y lo que pedimos es misas para los difuntos, venimos a nuestras celebraciones y lo que hacemos muchas veces es echar una lagrimita porque recordamos ‘a los que se han ido’, como solemos decir, y todo se llena de llanto y de tristezas. ¿Dónde tenemos la esperanza? ¿Dónde sentimos que Dios viene para llenarnos de vida y no solo pensando en la vida eterna, en la vida futura, sino en el hoy de cada día de nuestra vida? ¿No habremos alineado demasiado la religión con la muerte?

Es cierto que la muerte nos hace plantearnos hondas preguntas en lo más profundo de la persona, nos puede hacernos plantear un sentido de vida y también un sentido de trascendencia para nuestra vida. ¿Cuál sería en verdad ese sentido de vida y de trascendencia del que tenemos que llenarnos? ¿Dónde está nuestra esperanza? En nuestra fe no nos quedamos en el umbral de la muerte, Jesús quiere para nosotros vida y vida en plenitud. No quiere que vivamos de cualquier manera, no quiere en nosotros superficialidades ni vanidades, quiere de verdad algo que nos dé hondura, profundidad a lo que vivimos. Porque además nos quiere felices, para eso nos ha creado.

No nos quiere angustiados por las tristezas, no quiere que simplemente vayamos echando días, como se suele decir, porque un día todo esto se termina y no va a quedar nada. Una vida así, con esas alas recortadas, claro que es triste, claro que no sabremos salir adelante con los problemas, claro que nos vamos a ahogar en un vaso de agua. Tenemos que pensar en otra plenitud, que ahora también hemos de vivir viviendo. Ahora también tenemos que ser felices, pero no con sucedáneos, sino porque le vayamos dando un sentido a todo lo que hacemos, porque sintamos el gozo de que podamos amarnos más, de que haya gente a nuestro alrededor que cada día pueda vivir con mayor dignidad, porque sintamos en verdad la alegría de la vida. Y por eso tenemos que luchar, para eso está Jesús junto a nosotros, ese es el evangelio que nos ha trasmitido cuando nos ha anunciado y comprometido con el Reino de Dios. Es por eso por lo que tenemos que trabajar y sentirnos felices en lo que cada día vamos logrando.

No es pensar en la muerte y vivimos agobiados por esa realidad. Es sentir que Dios quiere darnos vida y que la vivamos en plenitud, una plenitud que un día no dará sin fin, es lo que llamamos vida eterna. Y mirar para el más allá no es llenarnos de tristeza sino de esperanza, porque es donde queremos llegar para vivir para siempre en Dios. Como nos dice hoy Jesús, Dios es un Dios de vivos, es un Dios de la vida.

martes, 4 de junio de 2024

Sinceridad, lealtad, rectitud de corazón no nos pueden faltar en nuestras relaciones humanas y en lo que contribuimos a hacer un mundo mejor

 


Sinceridad, lealtad, rectitud de corazón no nos pueden faltar en nuestras relaciones humanas y en lo que contribuimos a hacer un mundo mejor

2Pedro 3, 12-15a. 17-18; Salmo 89; Marcos 12, 13-17

Como se suele decir, hay preguntas y preguntas, pero también hay respuestas y respuestas. Porque hay preguntas que ya vienen marcadas, serán los intereses, será la manera de sonsacar lo que queremos según nuestros intereses, será la malicia que hay detrás con lo que pretendemos es ver como cogemos in fraganti a quien le estamos haciendo la pregunta, será que buscamos que nos den la respuesta que nosotros queremos, y así tantas y tantas maneras de hacer preguntas que veremos a ver qué respuestas vamos a encontrar. Nos volvemos manipuladores con nuestras preguntas, nos volvemos interesados, nos volvemos hasta intransigentes.

En fin de cuentas esas cosas nos definen también los planteamientos que nosotros tenemos, la manera de ver las cosas, los intereses que tenemos, la confusión que se crea o nos creamos en nuestras mentes. Algunas veces en el fondo se está denotando nuestra falta de respeto o sacando a flote las malicias que llevamos en el corazón.

Cosas así suceden siempre y suceden en todas partes. Lo que tendría que hacernos pensar para cambiar posturas y actitudes, para actuar con mayor sinceridad y lealtad, no tiene por qué haber esa doblez del corazón. Podemos estar o no estar de acuerdo con alguien, pero siempre nos merecerá el respeto como persona, respetamos su pensamiento como queremos que también respeten el nuestro. Qué bonito es cuando aun nuestras divergencias sabemos dialogar con respeto, sin descalificaciones ni condenas. Qué mal ejemplo nos están dando los que se llaman hoy dirigentes de nuestra sociedad con su acritud, con esa violencia de palabras, con esas descalificaciones, con esa burla incluso que nos hacemos los unos de los otros. Deberíamos tener una sociedad madura a estas alturas, pero todavía andamos con infantilismos.

Es lo que también estamos viendo hoy en el evangelio. Aunque aparentemente vienen con adulaciones a Jesús diciendo que es veraz y que es sincero, detrás viene la pregunta envenenada. Pero Jesús no pierde la calma y la serenidad. Tendríamos que aprender mucho más allá de la cuestión que le plantean a Jesús, a actuar con la sinceridad, el respeto y la delicadeza con que actúa Jesús, que tantas veces nos cuesta.

Unas cuestiones, es cierto, que les tienen inquietos porque se siempre oprimidos por el pueblo que ha invadido su tierra y se han hecho dueños del poder. En el pueblo judío iba todo muy unido al aspecto religioso, porque para ellos era Dios al que querían considerar el único Señor de sus vidas. Así lo manifestaban incluso a la hora de proclamar su fe en sus oraciones. Ante Dios era ante quien únicamente querían postrarse. Los romanos habían venido convirtiéndose en señores de su tierra, reclamaban sus tributos, y hasta algunos signos politeístas habían puesto en el templo de Jerusalén, su lugar sagrado por antonomasia, y en sus pórticos. Ahora estaba la cuestión de los tributos.

Vemos con qué sabiduría responde Jesús a aquellas cuestiones, sin dejar de decir que Dios estaba por encima de todo – el anunciaba el Reino de Dios – pero que en lo humano habíamos de respetar lo que eran las leyes humanas que venían a garantizar la convivencia y la paz. Con su malicia quieren comprometer a Jesús haciendo sus propias interpretaciones de sus palabras, pero Jesús es claro y tajante en lo que tiene que transmitirnos. ‘Dad a Dios lo que es de Dios, dad al César lo que es del Cesar’.

Como seres humanos vivimos en el ámbito de una sociedad, no es ajeno Dios y nuestra fe a lo que humanamente hemos de vivir y de las responsabilidades que tenemos con esa sociedad en la que vivimos y que entre todos tenemos que construir. Como cristianos y como creyentes tendríamos que ser los mejores ciudadanos del mundo. No porque esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en expresión que nos habla de nuestra esperanza de vida eterna y la transcendencia que le damos a nuestra vida, significa que nos desentendamos de las tareas de nuestro mundo, de nuestra sociedad sobre la que vamos caminando y que entre todos tenemos que irla construyendo para hacer un mundo mejor. Y una forma también es la sinceridad y lealtad con que nos mostremos en la vida; ni las falsedades ni las vanidades contribuyen a mejor nuestras relaciones ni a hacer un mundo en el que seamos más felices. Cuidemos la rectitud de corazón con la que siempre hemos de obrar.

lunes, 3 de junio de 2024

Seamos capaces de reconocer nuestras piedras de tropiezo y debilidades, para que encontremos esa piedra adecuada que se convierta en piedra angular de nuestra vida

 


Seamos capaces de reconocer nuestras piedras de tropiezo y debilidades, para que encontremos esa piedra adecuada que se convierta en piedra angular de nuestra vida

2 Pedro 1,1-7; Salmo 90; Marcos 12,1-12

A veces no sabemos por qué reaccionamos de una determinada manera ante situaciones que se nos presentan inesperadas o antes cosas que nos suceden por una parte y que no entendemos por qué nos pasan esas cosas, o también cuando alguien nos dice algo que nos toca la fibra más delicada de nuestra vida, algo que nos afecta, algo que nos pone el dedo en la llaga como suele decirse. Levantamos la voz, nos ponemos a gritar, surgen actitudes o gestos de violencia en nuestras palabras o incluso en lo casi intentamos hacer. ¿Qué nos está sucediendo?

Así vemos que fue la reacción de los principales judíos cuando escucharon la parábola que les propone. Aquellos viñadores a los que se les había confiado el cuidado de una viña, que además el dueño había preparado con mucho mimo, que no quieren rendir cuentas de los frutos recogidos para hacer los necesarios repartos entre unos y otros. Enviara quien enviara todos fueron tratados mal, incluso el propio hijo del propietario enviado finalmente es rechazado y lo matan fuera de la propia viña.

Se ven retratados los dirigentes del pueblo judío. ¿Qué han hecho con aquella viña que Dios ha puesto con tanto esmero y cuidado en sus manos? ¿Qué hicieron con los profetas enviados de Dios que eran rechazados y muchos murieron en consecuencia? ¿Qué es lo que van a hacer ahora con el Hijo? Nosotros que escuchamos la parábola hoy la interpretamos fielmente poniendo cada cosa en su sitio. Pero la parábola hoy la escuchamos no solo para interpretar cómo los judíos en la época de Jesús podían verse reflejados en ella, sino que somos nosotros hoy los que tenemos que hacer una lectura de la parábola viéndola en el hoy de nuestra vida, con nuestras circunstancias, con nuestras forma de reaccionas y de entender las cosas, porque es hoy Palabra que Dios quiere decirnos a nosotros y con lo que querrá señalarnos algo en concreto para nuestra vida.

Pensemos en las interpretaciones que nos hacemos tratando de que sea siempre algo suave para nosotros. también nos cuesta enfrentarnos a la cruda realidad, tampoco nos gusta que nos ponga en el dedo en la llaga, o en esas cicatrices que hemos ido dejando en nuestra vida detrás de esos choques violentos de una forma o de otra que tantas veces tenemos, detrás de esa rencillas y resentimientos que muchas veces incluso llegan a modelar nuestro carácter y nos volvemos reservados y desconfiados, detrás de esas vanidades con que nos adornamos para parecer buenos, para decir que nosotros sí cumplimos cuando lo hacemos detrás de la fachada de la apariencia pero con poca sinceridad en el corazón.

Son tantas las heridas que llevamos en el alma que hasta nos cuesta reconocernos con sinceridad. Y no nos gusta que nos lo digan. Matamos al mensajero que viene a señalarnos donde están nuestros peligros. Como los obreros de la viña. Nos queremos aprovechar de todos los méritos, que nadie nos haga sombra. Y si podemos poner un poquito más ya estaremos arrimando bien el ascua a nuestra sardina.

La parábola nos pone en entredicho muchas de las cosas que hacemos y a veces con toda naturalidad pero que sabemos bien que no andamos en lo correcto, que no andamos con la conciencia muy limpia, porque siempre tenemos nuestras pegas, nuestras disculpas, nuestras pantallas para que no se vea con claridad allí donde metemos la pata. Y todos podemos meter la pata, porque somos humanos y llenos de debilidades. Seamos capaces de reconocerlo, para que encontremos esa piedra adecuada que se convierta en piedra angular de nuestra vida. Encontraremos un verdadero tesoro.

domingo, 2 de junio de 2024

Ser Eucaristía para nuestro mundo, signos de la Alianza de amor de Dios, creadores de alianza y comunión entre nuestros hermanos los hombres es hoy nuestro compromiso

 


Ser Eucaristía para nuestro mundo, signos de la Alianza de amor de Dios, creadores de alianza y comunión entre nuestros hermanos los hombres es hoy nuestro compromiso

Éxodo 24, 3-8; Sal. 115; Hebreos  9, 11-15; Marcos 14, 12-16. 22-26

Cuando oímos la palabra alianza lo primero que a todos nos viene a la mente son esos anillos que se intercambian los enamorados y que de alguna manera quieren ser signo y señal del mutuo amor que se tienen un hombre y una mujer y que ratifican entregándose esos anillos como alianzas en el matrimonio. Tal es así que, quizás por la pobreza muchas veces de nuestro lenguaje, pareciera que la palabra alianza solo a eso se refiriera en su significado; pero bien sabemos en el fondo que alianza es compromiso entre partes para algo realizado en común o por la búsqueda de la paz y la convivencia sea entre pueblos, sea en las relaciones incluso comerciales entre empresas o entre personas.

Para nosotros los cristianos tiene un hondo significado cargado incluso de sobrenaturalidad. La primera lectura nos ha hablado de aquella alianza realizada entre el pueblo de Israel y su Dios, Yahvé, allá en el monte Sinaí. Con una misma sangre fueron aspergeados el ara del altar levantada al pie del monte y el pueblo reunido a su alrededor como signo de la ratificación de aquella Alianza. Pero antes Moisés al bajar con las tablas de la ley del Monte les había leído lo que eran los mandamientos del Señor y el pueblo a una había respondido que a todo aquello se comprometían. ‘Cumpliremos todas las palabras que ha dicho el Señor’. Y bañados en aquella sangre de los sacrificios habían ratificado su Alianza. ‘Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha concertado con vosotros, de acuerdo con todas estas palabras’.

Es la Alianza del Antiguo Testamento, como la llamamos en contraposición a lo que en Jesús íbamos a encontrar. Había venido anunciando el Reino de Dios, como escuchamos a lo largo del Evangelio. Pero ahora llegamos al momento culminante, al momento de la entrega. El evangelio ha venido a narrarnos ese momento precioso de la Última Cena. Era la cena del Cordero Pascual que recordaba aquella antigua Alianza, pero que iba a ser punto de partida de una nueva Alianza. Jesús nos va a hablar de su Cuerpo entregado y de su Sangre derramada y cuando les dio a beber en aquella noche memorable del contenido de la copa que todos en la cena entre sí se pasaban les dice: ‘Esta es mi Sangre de la alianza derramada por vosotros’.

No era ya la sangre de unos animales sacrificados, ni era simplemente la sangre del cordero con que ungieron las puertas de los judíos en Egipto; ahora Jesús nos dice que es su Sangre y que es la Sangre de la Alianza que El ha derramado por nosotros. Es la Alianza que Jesús nos ofrece cuando instaura el Reino de Dios, pero es la Alianza en la que nosotros hemos de envolvernos porque también nosotros hemos de decir ‘cumpliremos todas las palabras que nos ha dicho el Señor’, queremos ciertamente vivir ese Reino de Dios del que Jesús nos ha hablado y que El ha instaurado cuando se ha entregado por nosotros y por  nosotros ha derramado su Sangre.  Es lo que tiene que ser para siempre para nosotros la Eucaristía.

No es una cosa cualquiera a la que nosotros asistimos cuando venimos a Misa. Simplemente tendríamos que decir que no venimos a asistir; es mucho más, venimos a dejarnos envolver y empapar por esa Sangre de Cristo derramada; cada Eucaristía para nosotros ha de ser un renovar, un ratificar de nuevo esa Alianza de amor de Dios en la que ha derramado su Sangre por nosotros.

Esta fiesta de la Eucaristía que hoy celebramos, que comúnmente decimos la fiesta del Corpus, es cierto que es una proclamación de nuestra fe en la Eucaristía, en la presencia real y verdadera de Cristo en las especies sacramentales del pan y del vino de la Eucaristía. Pero no podemos olvidar que la Eucaristía es Alianza; luego por nuestra parte ha de haber un compromiso, una aceptación de esa Palabra que Jesús nos dice, un querer vivir en plenitud ese Reino de Dios que Jesús ha instaurado. No tendría sentido que vengamos con mucho fervor a la celebración de la Misa, pero luego nuestra vida marche por otros derroteros bien lejanos de lo que es el evangelio. Sería una terrible incongruencia en la que tantas veces caemos.

Hoy es un día que con mucho fervor se celebra en nuestros pueblos y nuestras comunidades. Tenemos, sí, que proclamar nuestra fe en la Eucaristía, en la presencia de Cristo en el Santísimo Sacramento. Pero no es un rito más. Tiene que ser algo hondo que de verdad implique toda nuestra vida. Tenemos que envolvernos de Eucaristía, que es envolvernos del amor de Dios para con esa manta de amor envolver a todos nuestros hermanos. A nadie podemos dejar fuera, para todos es ese regalo del amor de Dios.

Igual que hoy queremos hacer presente el sacramento en nuestras calles y plazas, en nuestros pueblos y ciudades con las hermosas procesiones que realicemos, con nuestra presencia, con nuestra entrega, con nuestro amor, con nuestro corazón abierto a todos, con nuestro espíritu de servicio y nuestra solidaridad profunda, con nuestra comprensión a todos en sus debilidades y con nuestra capacidad de perdón, tenemos que hacer presente a Jesús.

Tenemos que poner paz y reconciliación, tenemos que buscar el encuentro de los que están distantes, tenemos que arrojar lejos de nosotros las armas de la violencia que tantas veces llevamos en nuestras palabras, en nuestros gestos y actitudes de desprecio hacia los demás, tenemos que ser puentes que nos enlacen los unos con los otros siendo capaces de un diálogo humilde y sincero, es la Alianza nueva y eterna de la que tenemos que ser testigos y que tenemos que vivir.

Seamos Eucaristía para nuestro mundo, seamos signos de la Alianza de amor de Dios, creadores de alianza y comunión entre nuestros hermanos los hombres. Es el compromiso de esta fiesta que hoy celebramos.