Sigamos
cultivando nuestra vida, la humilde higuera nos dará sabrosos y dulces frutos,
aunque nos sintamos pequeños podemos enriquecer nuestro mundo con hermosos
frutos
Efesios 4, 7-16; Salmo 121; Lucas 13, 1-9
Confieso que la imagen que tengo en mi
mente de la higuera es la de un árbol humilde. Reconozco que me gusta saborear
unos higos recién cogidos de la higuera, como también soy un goloso de los
higos pasados, con su dulce sabor además de lo nutritivos que son. Pero mirar o
pensar en una higuera me hace pensar, sin embargo, en un árbol humilde, que no
sobresale en nada, ni siquiera con flores, por así decirlo frente a otros
árboles frutales de nuestros campos. Sin embargo por otra parte bien
significativo cuando de sus ramas aparentemente secas comienzan a aparecer en
sus yemas los brotes que nos anuncian una cercana primavera. Que sabroso es por
otra parte detenernos en el camino a su sombra y poder saborear uno de sus
frutos que además nos dan energía para el camino.
Nos aparece en el evangelio en varias
ocasiones su imagen, en ellas sin embargo mientras se busca sus frutos y no se
encuentran. En una ocasión mientras Jesús caminaba hacia Jerusalén, y hoy, también
en su camino de subida a Jerusalén aparece esta imagen en la parábola que Jesús
nos ofrece. El hombre que se acerca a su heredad y busca frutos en la higuera
que tiene en su huerta; pero no hay fruto y le pide al labrador que la arranque
pues no sirve ni para dar fruto. Pero el labrador pide paciencia, promete
cuidarla con esmero, abonarla debidamente y cavar la tierra en su derredor,
esperando que al año pueda llegar a dar fruto.
¿Seremos acaso nosotros esa higuera que
no da fruto y nos escudamos en nuestra infructuosidad en lo humilde y lo
pequeño que somos? Cuántas veces lo decimos, yo no valgo nada, yo soy poca cosa
y quizás estamos enterrando la riqueza que guardamos en nuestro interior porque
quizá nos sea más fácil vivir una vida cómoda y sin esfuerzo. Quizás sea tanta
la pobreza de nuestra vida que no somos capaces de ver y reconocer lo que
valemos; nos encerramos en una yema que se quiere quedar encerrada en si misma
y no tenemos la valentía de hacerla brotar. Pero la yema está en el tallo de la
planta para brotar, para que surjan nuevas ramas, para dejar que aparezcan las
flores, para madurar los frutos que están como encerrados en ese germen, para
que podamos obtener al final hermosos frutos que llenen de buen sabor la vida.
En nosotros siempre hay unos valores,
unas cualidades, unas capacidades que tenemos que saber descubrir. Algunas veces,
es cierto, tardamos en descubrirlas porque no hemos sabido revolver en nuestro
interior esforzándonos en encontrar esa riqueza que llevamos por dentro, a
veces quizás porque no recibimos esa ayuda que necesitamos para abrir los ojos
y descubrir lo que valemos, pero nunca es tarde.
Recordamos la parábola que tantas veces
hemos escuchado que el amo de la viña va llamando trabajadores para trabajar en
su viña a distintas horas del día. Nos puede suceder a nosotros y porque quizás
pensemos que ya estamos en las últimas horas de nuestro día no merece la pena
comenzar; merece la pena, pueden salir cosas hermosas, además llevamos una
virtualidad acumulada que puede ser una hermosa riqueza que se desparrame a
nuestro alrededor beneficiando a muchos.
No podemos nunca cruzarnos de brazos y
dar por terminado el camino; siempre hay un nuevo paso que podemos dar, siempre
hay algo bueno que podemos hacer, siempre habrá quien esté esperando de
nosotros también lo que le podamos ofrecer, siempre nuestra comunidad se puede
ver enriquecida con nuestro trabajo, nuestra sabiduría acumulada, con todas las
posibilidades que seguimos llevando dentro de nosotros mismos.
Sigamos cuidando y cultivando nuestra
vida, sigamos queriendo darle profundidad y sentido a todo lo que hacemos,
aunque nos parezca que somos pequeños y nada valemos; la humilde higuera nos da
sabrosos y dulces frutos, el mundo que nos rodea estará esperando esos sabrosos
frutos que nosotros podemos ofrecerle.