Vistas de página en total

sábado, 26 de octubre de 2024

Sigamos cultivando nuestra vida, la humilde higuera nos dará sabrosos y dulces frutos, aunque nos sintamos pequeños podemos enriquecer nuestro mundo con hermosos frutos

 


Sigamos cultivando nuestra vida, la humilde higuera nos dará sabrosos y dulces frutos, aunque nos sintamos pequeños podemos enriquecer nuestro mundo con hermosos frutos

Efesios 4, 7-16; Salmo 121; Lucas 13, 1-9

Confieso que la imagen que tengo en mi mente de la higuera es la de un árbol humilde. Reconozco que me gusta saborear unos higos recién cogidos de la higuera, como también soy un goloso de los higos pasados, con su dulce sabor además de lo nutritivos que son. Pero mirar o pensar en una higuera me hace pensar, sin embargo, en un árbol humilde, que no sobresale en nada, ni siquiera con flores, por así decirlo frente a otros árboles frutales de nuestros campos. Sin embargo por otra parte bien significativo cuando de sus ramas aparentemente secas comienzan a aparecer en sus yemas los brotes que nos anuncian una cercana primavera. Que sabroso es por otra parte detenernos en el camino a su sombra y poder saborear uno de sus frutos que además nos dan energía para el camino.

Nos aparece en el evangelio en varias ocasiones su imagen, en ellas sin embargo mientras se busca sus frutos y no se encuentran. En una ocasión mientras Jesús caminaba hacia Jerusalén, y hoy, también en su camino de subida a Jerusalén aparece esta imagen en la parábola que Jesús nos ofrece. El hombre que se acerca a su heredad y busca frutos en la higuera que tiene en su huerta; pero no hay fruto y le pide al labrador que la arranque pues no sirve ni para dar fruto. Pero el labrador pide paciencia, promete cuidarla con esmero, abonarla debidamente y cavar la tierra en su derredor, esperando que al año pueda llegar a dar fruto.

¿Seremos acaso nosotros esa higuera que no da fruto y nos escudamos en nuestra infructuosidad en lo humilde y lo pequeño que somos? Cuántas veces lo decimos, yo no valgo nada, yo soy poca cosa y quizás estamos enterrando la riqueza que guardamos en nuestro interior porque quizá nos sea más fácil vivir una vida cómoda y sin esfuerzo. Quizás sea tanta la pobreza de nuestra vida que no somos capaces de ver y reconocer lo que valemos; nos encerramos en una yema que se quiere quedar encerrada en si misma y no tenemos la valentía de hacerla brotar. Pero la yema está en el tallo de la planta para brotar, para que surjan nuevas ramas, para dejar que aparezcan las flores, para madurar los frutos que están como encerrados en ese germen, para que podamos obtener al final hermosos frutos que llenen de buen sabor la vida.

En nosotros siempre hay unos valores, unas cualidades, unas capacidades que tenemos que saber descubrir. Algunas veces, es cierto, tardamos en descubrirlas porque no hemos sabido revolver en nuestro interior esforzándonos en encontrar esa riqueza que llevamos por dentro, a veces quizás porque no recibimos esa ayuda que necesitamos para abrir los ojos y descubrir lo que valemos, pero nunca es tarde.

Recordamos la parábola que tantas veces hemos escuchado que el amo de la viña va llamando trabajadores para trabajar en su viña a distintas horas del día. Nos puede suceder a nosotros y porque quizás pensemos que ya estamos en las últimas horas de nuestro día no merece la pena comenzar; merece la pena, pueden salir cosas hermosas, además llevamos una virtualidad acumulada que puede ser una hermosa riqueza que se desparrame a nuestro alrededor beneficiando a muchos.

No podemos nunca cruzarnos de brazos y dar por terminado el camino; siempre hay un nuevo paso que podemos dar, siempre hay algo bueno que podemos hacer, siempre habrá quien esté esperando de nosotros también lo que le podamos ofrecer, siempre nuestra comunidad se puede ver enriquecida con nuestro trabajo, nuestra sabiduría acumulada, con todas las posibilidades que seguimos llevando dentro de nosotros mismos.

Sigamos cuidando y cultivando nuestra vida, sigamos queriendo darle profundidad y sentido a todo lo que hacemos, aunque nos parezca que somos pequeños y nada valemos; la humilde higuera nos da sabrosos y dulces frutos, el mundo que nos rodea estará esperando esos sabrosos frutos que nosotros podemos ofrecerle.

viernes, 25 de octubre de 2024

Necesitamos aprender a discernir las señales que Dios hoy va poniendo en nuestro camino para desde nuestra fe dar respuesta a los problemas de la vida

 


Necesitamos aprender a discernir las señales que Dios hoy va poniendo en nuestro camino para desde nuestra fe dar respuesta a los problemas de la vida

Efesios 4, 1-6; Salmo 23; Lucas 12, 54-59

Cuando hoy queremos emprender una tarea, realizar una obra, sacar adelante una empresa o simplemente construir una casa no lo hacemos ‘a lo loco’, podríamos decir, sino que previamente hay que planificar bien lo que queremos hacer, hacemos un proyecto decimos, pero estudiamos sus posibilidades, las salidas que pueda tener lo que emprendemos; todo un trabajo técnico, si queremos llamarlo así, pero diríamos que es algo que hemos de llevar a cabo con todo cuidado. Hoy tenemos estudios y posibilidades de analizar todas las circunstancias que van a rodear aquello que emprendemos y a través de señales, podemos decir así, que nos da la misma sociedad en que vivimos, lo que sucede, lo que son las apetencias de la gente, las nuevas costumbres que van surgiendo, las necesidades, con todas esas circunstancias podemos conocer bien aquello en lo que nos metemos, hacia donde vamos y lo que podemos hacer.

¿Por qué seremos tan cuidadosos en la vida de nuestros negocios para ver las ganancias que podemos obtener pero no somos igualmente cuidadosos con nuestra vida para encontrarle el sentido profundo que tendríamos que darle? Es la tarea humana en la que de verdad tenemos que embarcarnos para que realmente vayamos creciendo más y más como personas, para desarrollar nuestras capacidades y valores, para darle verdadera profundidad a lo que hacemos.

Y lo decimos en ese plano humano, que va más allá de unos rendimientos económicos que podamos obtener y de lo que tanto nos preocupamos, pero también tenemos que hablarlo del sentido espiritual de nuestra existencia. Somos algo más que un cuerpo que come y que crece, que pueda encontrar unas satisfacciones físicas o pasionales, hay algo dentro de nosotros que nos tiene que hacernos elevar en la vida porque sería lo que nos daría verdadera profundidad.

Lo tenemos que mirar también en el camino de nuestra fe y de lo que tiene que ser nuestra vida cristiana. No lo podemos reducir a unas buenas costumbres o al seguimiento o cumplimiento de unas tradiciones. Algo más tiene que ser la fe y el evangelio en nuestra vida, porque no es solo un barniz que ponemos por fuera para que brille en unos determinados momentos; ya sabemos que los barnices al final se hacen opacos y ya no nos valen para mantener el autentico brillo; necesitamos renovarnos, como necesitamos renovarnos nosotros mismos, pero no desde el exterior, sino desde lo más hondo de nuestra vida.

Y es que con nuestra fe tenemos que responder a lo que es la vida que hoy vivimos; es ahí donde tenemos que vivirla y expresarla y con lo que tenemos que darle un sentido a todo cuanto hacemos. Necesitamos una profundidad espiritual. Necesitamos aprender a dar esa respuesta allí donde estamos. Pero para ello hemos de saber tener una sabia mirada a lo que es nuestra vida, pero también a ese mundo en el que estamos. Y esa renovación que surge será verdadera transformación, será verdadera levadura para ese mundo en el que vivimos.

Hoy hemos escuchado en el evangelio que Jesús les decía a la gente de su tiempo que sabían leer los signos del tiempo, si había nubes o si venía el bochorno y el viento del mar o del desierto, para saber qué tiempo tendrían, pero les echaba en cara que no habían sabido leer los signos de los tiempos. Sí, en aquello que estaba sucediendo, en la propia historia que estaba viviendo tenían que saber leer las señales que Dios iba poniendo en todo aquello. Así discernimos lo que es la voluntad de Dios, así discernimos lo que es plan de Dios, así ellos entonces tenían que descubrir esas señales de Dios en lo que Jesús les decía o lo que Jesús hacía. Pero no habían sabido hacerlo.

Pero no es la recriminación de Jesús solo para aquellas gentes sino que esas palabras de Jesús nos valen para nosotros hoy. Tenemos que aprender a hacer esa lectura de la vida, de lo que sucede en el hoy de nuestra historia, de aquello también de lo que somos herederos, es cierto, pero del momento presente, porque Dios también va poniendo señales en nuestro camino para que nos encontremos con El, para que descubramos de verdad el sentido que desde nuestra fe tenemos que darle al mundo de hoy, a la vida que vivimos en ese mundo concreto en el que estamos.

Necesitamos esa sabiduría del Espíritu que nos ilumine y que nos guíe. Pero tenemos que dejarnos conducir. Muchas son las señales que en la Iglesia podemos encontrar, muchos son los signos que en las necesidades y problemas de nuestro tiempo hemos de saber encontrar. Ahí tenemos una llamada de Dios. No cerremos los ojos; no nos hagamos oídos sordos; sintonicemos con esa Sabiduría de Dios para leer los signos de nuestro tiempo. Si somos tan listos para las cosas de la vida, seamos listos para discernir las señales de Dios.

jueves, 24 de octubre de 2024

Jesús quiere poner fuego en el corazón para que tras el paso del Espíritu por nosotros surja una nueva y fecunda vida de generosos frutos de amor

 


Jesús quiere poner fuego en el corazón para que tras el paso del Espíritu por nosotros surja una nueva y fecunda vida de generosos frutos de amor

Efesios 3, 14-21; Salmo 32; Lucas 12, 49-53

Oímos hablar de fuego y se nos ponen los pelos de punta. Es una sensación desagradable que percibimos porque lo primero que pensamos es en destrucción. Nosotros en nuestra isla tenemos malas experiencias de los incendios de nuestros montes y bosques dejando tras de si desolación y muchas tristezas; pensamos en el incendio de un edificio, de unos lugares devorados por el fuego; tenemos ante nosotros las imágenes recientes del volcán que con su lava ardiente iba arrasando territorios y poblaciones. Nos quedamos fácilmente es una imagen negativa.

Pero es en el fuego donde cocinamos y elaboramos nuestros alimentos o en el horno ardiente elaboramos el pan que comemos cada día, con fuego de fundidor se purifican las materias primas extraídas de la naturaleza para la producción de los metales y no digamos cuanto nos admira el brillo del oro purificado en el crisol, en el horno ardiente introducimos la arcilla que hemos trabajado con nuestras manos para producirnos hermosas vasijas, así podemos pensar también entonces en ese lado positivo que purifica y que crea, que es camino de vida y puede hacer surgir toda la creatividad de nuestro arte. Pero ¿no hablamos también de cómo nos arde de amor el corazón cuando estamos enamorados llenando de pasión nuestra vida? No es entonces tan negativa la imagen que del fuego habíamos de tener.

Hoy nos habla Jesús en el evangelio del fuego que ha venido a traer a la tierra y lo que quiere es que arda; ya Juan bautista había hablado también de un fuego purificador con que el que habíamos de aquilatar nuestra vida para recibir al Mesías Salvador. He escuchado una frase, creo que de un santo chileno recientemente canonizado, san Alberto Hurtado, que en sus escritos y enseñanzas decía que educar no es solo arrojar conocimientos en un recipiente vacío, sino más bien encender un fuego en el corazón de aquel a quien estamos educando.

Quiere Jesús encender fuego en nuestro corazón, ese fuego de la búsqueda, ese fuego que nos pone en camino, ese fuego que enciende la pasión más hermosa en nuestro corazón porque nos despierta al amor, ese fuego que produce inquietud en el alma para sacarnos de la pasividad, ese fuego que nos ayuda a descubrir donde están las arideces y los eriales de nuestra vida para limpiarlos de malezas para que las buenas semillas puedan germinar para nueva vida.

Tengo en mi mente una imagen que se repite en nuestros montes y en nuestros bosques tras las incendios que en ocasiones se producen y es el resurgir de nuevo la vida con nuevos brotes en nuestros pinos – es una característica de nuestro pino canario que se regenera después de un tiempo tras un incendio que lo haya desolado – comenzando a aparecer de nuevo el verdor de la vida, y como aquellos terrenos de los que desaparecieron con el fuego zarzales y hojarascas pronto con las lluvias se ven alfombradas con la hierba y las nuevas plantas que vuelven a brotar.

Necesitamos de ese fuego del Espíritu que regenere nuestra vida, que muchas veces hemos convertido en un erial o en la que habíamos dejado prosperar tantos espinos que había ahogado lo mejor de nosotros mismos. Es necesario un nuevo resurgir. Y lo decimos en nuestra vida personal porque somos conscientes de cuantas cosas inservibles nos habíamos envuelto ahogando los buenos valores que habíamos tenido que hacer florecer, y lo decimos también en la vida de nuestras comunidades, de la misma Iglesia envuelta muchas veces en vanidades del mundo que le hayan podido quitar su brillo.

Un crisol necesitamos que nos purifique y haga brillar el oro de los mejores valores de nuestra vida. Un fuego purificador que lime aristas en nuestras mutuas relaciones que en lugar de acercarnos muchas veces nos hieren o crean distancias entre nosotros.

Que nos riegue de nuevo el Espíritu del Señor para que brote la mejor fecundidad de nuestra vida porque hagamos resplandecer de nuevo el auténtico amor. Muchos más pensamientos hermosos pueden brotar en nuestra vida en la reflexión sobre este evangelio si en verdad nos dejamos conducir por el Espíritu del Señor.

miércoles, 23 de octubre de 2024

Seamos capaces de reconocer las señales de la presencia de Dios en nuestra vida como buenos administradores atentos a discernir las señales que Dios pone a nuestro paso

 


Seamos capaces de reconocer las señales de la presencia de Dios en nuestra vida como buenos administradores atentos a discernir las señales que Dios pone a nuestro paso

Efesios 3, 2-12; Sal.: Is. 12, 2-6; Lucas 12, 39-48

¿Va a venir alguien importante a visitarnos? Podemos pensar en el ámbito de nuestra sociedad, ya sea una autoridad que quizás no es tan habitual verlo por nuestras cercanías, ya sea algún personaje de la vida social de nuestro tiempo, ya sea un cantante famoso, un artista de reconocido prestigio, un deportista que por su brillantez en su mundo se ha ganado una merecida fama, como podemos pensar en un entorno más cercano como pueda ser nuestra familia donde se nos anuncia la visita de una persona muy querida, que ha mantenido siempre una buena relación con la familia, sea un caso u otro – podíamos pensar también en más cosas – los preparativos que hagamos queremos que sean lo más exhaustivos posibles.

En el ámbito social incluso hay unos protocolos de lo que hacer, unas exigencias de guión podríamos decir, a lo que estaremos muy atentos para que esa visita sea memorable; si es en el plano de la familia, ya procuraremos que todo lo que hagamos en nuestra casa sea lo más acogedor y cariñoso posible para mostrar también la felicidad que sentimos con dicha visita.

Preparativos con muchas exigencias, de eso nos está hablando también el evangelio. Es la imagen de la llegada del Hijo del Hombre, con la acogida que por nuestra parte hemos de ofrecer. Es la tensión y atención con que hemos de vivir nuestra vida para llegar a sentir y vivir en plenitud esa presencia del Señor. Y Dios llega a nosotros y no siempre somos capaces de vivir con intensidad su presencia.

Quizás pensamos o nos imaginamos cosas extraordinarias, porque parece que esas son las que nos llaman la atención y en cierto modo estamos pensando en cosas portentosas. Qué prontos estamos para correr allí donde hemos oído que ha habido un milagro, algo extraordinario. Y corremos el mundo tras apariciones ya sean de nuestra época o donde haya tradición de cosas extraordinarias más antiguas. Y hemos sembrado el mundo de santuarios milagrosos, como si solo allí se nos va a manifestar la gloria del Señor.

No quiero negar que quizás haya lugares que de manera especial nos puedan ayudar y que también pueden ser signos de esa presencia de Dios en medio del mundo, pero sí tenemos que aprender que en el día a día de nuestra vida, en ese recorrido de fe que tenemos que saber ir realizando cada día Dios también va poniendo señales y signos de presencia que hemos de saber descubrir. Es necesario estar atentos y vigilantes, es cierto, porque esos signos de Dios pueden ser como un susurro que no sabremos ni podremos escuchar si solo estamos expectantes a cosas grandiosas.

Nos habla el evangelio de aquel que en casa ha de estar atento para discernir en cada momento lo mejor que hay que hacer y que de alguna manera nos dará la orientación del camino que hemos de recorrer. El administrador de la casa, como lo llama Jesús en el evangelio. Saber administrar es saber discernir el momento, lo que sucede, la circunstancia, lo que puede ser una llamada o un toque de atención, lo que puede ser una señal en cada momento concreto de algo que hemos de comenzar a hacer. No de cualquier manera podemos hacer ese discernimiento, de alguna manera tenemos que entrenarnos, aprender, sintonizar los oídos de la vida para poder escuchar.

Y no podemos olvidar ni dejar a un lado esa presencia de Dios que se nos manifiesta en los demás. Es aquello que en otro momento Jesús nos dirá que lo que hicimos a cualquiera de esos pequeños que vamos encontrando en la vida a El se lo hicimos. Esos pequeños son presencia de Dios para nosotros, esas personas humildes y sencillas con las que nos vamos encontrando, ese que quizás porque desconocemos nos mostramos ante él con tanta precaución, ese que no nos parece digno porque tras de sí nosotros solo estamos viendo un historial que no es de nuestro agrado; esos pequeños son presencia de Dios en nuestra vida que tenemos que saber descubrir. De eso nos quiere hablar hoy el Evangelio.

Y terminará diciéndonos Jesús que ‘al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá’. Es a nosotros a quien Jesús se está refiriendo, porque tenemos que reconocer cuanto hemos recibido del Señor, recordemos cada uno nuestra historia reconociendo que ha sido una historia de amor de Dios para nosotros. ¿Sabremos reconocerlo? ¿Sabremos dar respuesta? ¿Cuál es la exigencia del amor de Dios para nuestra vida?

 

martes, 22 de octubre de 2024

Vivir con esperanza es vivir con responsabilidad, es darle calidad a la vida y a lo que hacemos, y nos lleva a una nueva alegría que da optimismo a la vida

 


Vivir con esperanza es vivir con responsabilidad, es darle calidad a la vida y a lo que hacemos, y nos lleva a una nueva alegría que da optimismo a la vida

Efesios 2,12-22; Salmo 84; Lucas 12, 35-38

Estamos acostumbrados a ver esos vigilantes, que llamamos habitualmente seguritas, que se encargan de la vigilancia de determinados lugares o en ciertos acontecimientos; vigilantes, por ejemplo, que en la noche tienen que estar guardando la seguridad de un determinado lugar, bien desde cámaras de vigilancia, por ejemplo, repartidas por un edificio, bien sea en las rondas que durante su tiempo de servicio tienen que estar realizando continuamente; no se les permite que se distraigan con otras cosas para que puedan prestar bien ese servicio de vigilancia; su uniforme, sus medios de disuasión para los intrusos, pero sobre todo la atención que deben prestar. Al final de su servicio sin que haya ocurrido nada presentarán la guardia satisfechos de haber logrado prestar bien su servicio y recibirán el reconocimiento de quienes se lo han encargado.

Me viene a la mente este hecho ante lo que nos dice hoy Jesús en el evangelio. ‘Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros Estad. como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame…’ Ceñida la cintura y encendidas las lámparas, nos dice. Vestidos como quien tiene que salir a realizar un servicio – no acostados en la cama adormilados, podríamos decir – y con los medios adecuados como sería una luz para poder ver en las sombras a quien se acerca y llega. Atentos, porque no se sabe la hora de la llegada, y hay que estar prontos para abrir la puerta y recibir al que llega. Y con eso, nos dice Jesús, que se sienten dichosos, se sienten bien, se sienten a gusto, felices.

Y Jesús nos está diciendo que esa es tarea de nuestra vida. Vigilancia porque hay esperanza; al final dicha y felicidad porque se ha mantenido esa vigilancia, se ha cumplido con esa responsabilidad y se siente la satisfacción final. Una vigilancia y una esperanza vivida con alegría; es el gozo de la espera en la seguridad de lo que ha de venir, de lo que hemos de recibir, de la gloria de Dios que hemos de dar con nuestra vida.

No es fácil esa vigilancia en una noche oscura en la que parece que las horas se alargan. En ocasiones en la vida no nos es fácil mantenernos en esa tensión de la fidelidad; o  nos dormimos, o nos distraemos con otras cosas de las que quizás nos valemos para pasar el tiempo. Pero la vida no nos la podemos tomar como un dejar que pase el tiempo y veremos que la que al final tenga que suceder. La esperanza nunca puede ser pasiva, no es cruzarnos de brazos, es asumir nuestra vida, el lugar que en ella tenemos, lo que es nuestra responsabilidad, lo que nosotros podemos aportar, lo que tenemos que construir.

No es pasar la vida, dejando pasar el tiempo, que ya vendrá el final; es construir, es sentirnos responsables de esa vida, pero también de ese mundo en el que vivimos, por eso no puede haber pasividad, porque el que se siente responsable no actuar de una manera pasiva, sino que se siente activo, se siente con vida y con ganas de vivir. Por eso el que tiene esperanza será siempre una persona optimista, capaz de ver lo bueno que puede construir y se pone de manera activa a realizarlo. Siempre decimos que la esperanza es el gran motivo de nuestra alegría.  Se sentían dichosos, nos dice hoy el evangelio, aquellos criados cuando al final de su tiempo de vigilancia  tenían la satisfacción de haber realizado bien su tarea. Los hará sentar a la mesa aquel buen amo al encontrar a sus criados vigilantes y los irá sirviendo.

¿Viviremos así con esa alegría nuestra tarea y el cumplimiento de nuestras responsabilidades? Lástima esa amargura con que tantos viven su trabajo; no le han terminado de encontrar su sentido y su valor. Y cuando no vivimos con alegría nuestro trabajo seguro que no daremos el cien por cien, sino que simplemente nos contentaríamos con cumplir. Y ya sabemos la merma de calidad que va a tener una vida así y un trabajo realizado de esa manera. Creo que es una hermosa llamada de atención la que hoy Jesús nos está haciendo en el evangelio.

lunes, 21 de octubre de 2024

Guardaos de toda clase de codicia, nos dice Jesús, que nos ofrece un camino de liberación de todo cuanto nos pueda oprimir o esclavizar

 


Guardaos de toda clase de codicia, nos dice Jesús, que nos ofrece un camino de liberación de todo cuanto nos pueda oprimir o esclavizar

Efesios 2, 1-10; Salmo 99; Lucas 12, 13-21

Cuando se meten por medio los intereses materiales o económicos pronto todo comienza a ir mal; somos muy amigos hasta que me pides un préstamo porque estas apurado y pronto de olvidas de devolverlo; somos buena familia mientras no llega la hora de las herencias y comienzan los pleitos porque si tuviste la mejor parte, o a ti te tocó lo que yo quería y cosas así; cuando vamos interesados por la vida solo por lo material aparecen las envidias, las ambiciones que te llevan a lo que sea con tal de conseguir lo que querías, las trampas y las zancadillas, etc. etc. etc.

De situaciones así arranca el mensaje que hoy nos quiere trasmitir el evangelio. Uno que le viene a decir a Jesús que intervenga con su hermano para resolver el problema de la herencia de los padres. Es algo que se repite demasiado en la vida. Pero algo que denota en qué ponemos nuestros intereses, cuales son nuestros valores, por qué realmente luchamos y trabajamos. Vivimos ansiosos con lo material, con el dinero, con lo que tenemos o lo que ganamos, y por mucho que tengamos al final ¿en qué o con qué nos quedamos?

Nos propone Jesús una parábola para que aprendamos a liberar el corazón. Son muchos los apegos que se convierten en esclavitudes y aquello por lo que ansiamos tanto al final tampoco nos hace felices. El hombre que cogió una gran cosecha, nos propone Jesús en el evangelio. Tuvo que ampliar sus lagares y bodegas para almacenar todo lo que había conseguido con su buena cosecha. Cuando aquel hombre que ahora le parecía tener todo y ya era feliz con eso, nos dice la parábola, que aquella noche se murió. ¿De quien será todo lo que había acumulado?

Nos volvemos locos con nuestros trabajos porque siempre nos parece poco y queremos ganar más; ya no tenemos tiempo para nada, porque el afán de esas ganancias nos absorbe y ya ni amigos, ni hijos, ni familia, ni descanso, ni buen ambiente en casa y tampoco en el trabajo, ni disfrutar de las cosas que tiene, ni desarrollar aficiones que le darían relajación a su espíritu, ni contemplar el mundo en el que vive. Y al final, ¿qué? Hablamos hoy mucho de tensiones acumuladas en nuestro espíritu a causa del trabajo y del afán de tener más cosas que al final nos rompen por dentro; y nos encontramos gente que podía ser feliz si supiera disfrutar de lo que tiene pero que viven llenos de amarguras; gente que no sabe disfrutar de la vida y no sabe disfrutar con lo que hace; y se pierden los valores, y se pierde el sentido de la vida, y terminamos viviendo como máquinas que algún día se romperán, como zombis como ahora se dice; se nos rompe la vida.

‘Guardaos de toda clase de codicia’, nos dice hoy Jesús. Y hay tantas formas en que la codicia se adueña de nosotros. No son solo las cuentas que podamos tener en el banco, no son solo esos bienes que adquirimos y adquirimos simplemente por tenerlos, son esas ambiciones que nos van acopando nuestro espíritu y nos llenan de tantas ataduras. Cuántas cosas acumulamos de las que no sabemos disfrutar. Y al final lo sufrimos nosotros, pero lo van a sufrir también los que nos rodean, lo va a sufrir la familia, lo van a sufrir los hijos: al final nos vamos cayendo por una tremenda pendiente de la que no sabemos cómo salir. Perdemos el sentido más elevado de ser personas.

Jesús quiere que abramos caminos de liberación en nuestra vida. Lo que había dicho el profeta y se recordaba en la sinagoga de Nazaret, el que venía lleno del espíritu del Señor venía a liberar a los oprimidos, a los que de una manera o de otra nos sentimos esclavos aunque no queramos reconocerlo. Es la liberación que Jesús nos ofrece, que podemos vivir cuando nos dejamos empapar por los valores del evangelio.

domingo, 20 de octubre de 2024

¿Preparamos el terreno para nuestros sueños y ambiciones o nos preparamos nosotros para ceñirnos la cintura y ponernos a servir a la manera de Jesús?

 


¿Preparamos el terreno para nuestros sueños y ambiciones o nos preparamos nosotros para ceñirnos la cintura y ponernos a servir a la manera de Jesús?

Isaías 53, 10-11; Sal. 32; Hebreos 4, 14-16; Marcos 10, 35-45

Estaban queriendo preparar el terreno por lo que había de venir, por las ventajas que podrían alcanzar, porque no querían que nadie se les adelantase... No nos ha de extrañar. ¿No lo hacemos nosotros también? En la vida también vamos con astucia, buscamos nuestros apoyos, alguien que medie por nosotros, vamos presentando nuestra cara bonita, queremos hacer méritos. En las cosas que queremos conseguir en la vida, en los puestos que queremos alcanzar, en las influencias que podamos luego tener desde posiciones de relevancia, para las ganancias de la vida. Y vemos como se echan zancadillas, cómo queremos llegar los primeros sea como sea, cómo nos lo permitimos todo – aunque algunas veces parezca que perdemos – con tal de conseguir lo que nos proponemos. Y no digamos nada de las guerras entre unos y otros, declaradas o solapadas, que hay detrás de todo eso.

Por eso es acercan aquellos dos discípulos a Jesús, en fin de cuentas eran parientes y habían estado además desde el principio con el maestro, porque con lo que Jesús anunciaba parecía que el momento estaba cerca – aunque no terminaran aún de entender lo que significaba aquel momento anunciado por Jesús, y le piden unos lugares de honor en ese Reino ya tan inminente. Detrás estaba el concepto de Mesianismo que tenían, no solo ellos, sino en la forma de pensar del pueblo alentado también desde ciertos intereses. ‘Uno a tu derecha y otro a tu izquierda’.

Nos puede parecer sorprendente, después de lo que hoy ya nosotros comprendemos del sentido de Jesús. ¿Le sorprendería a Jesús aquella petición de aquellos dos discípulos? Jesús conocía bien el corazón del hombre, conocía bien las ambiciones que merodeaban entre ellos, porque además será alto que se repite. Pero la respuesta de Jesús es directa con una pregunta. ‘¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber, bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?’

La respuesta, en la ambición que ellos tenían, está pronta. ‘Podemos’. No dice nada expresamente el evangelista, pero yo pongo imaginación y quiero ver la mirada de Jesús ante la respuesta tan ingenua de los discípulos. Lo que les dice a continuación está en cierto modo describiendo esa mirada, como tantas otras que le vemos a Jesús en distintas páginas del evangelio. ‘No sabéis lo que pedís… El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y seréis bautizados con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado’.

Beberían el cáliz y serían bautizados con aquel bautismo, pero en la hora de la pasión estaban ausentes, solo Juan se había atrevido a estar con María al pie de la cruz. Pero a la derecha e izquierda de la cruz, del momento de la gloria aunque costara entenderlo, eran otros dos los que estaban, unos malhechores colgados también de un madero como Jesús. ¿Lo indescifrable de los caminos de Dios? ¿O el camino que nos estaba enseñando Jesús que tendría que ser el camino de la Iglesia? Nos daría para pensar.

Las palabras de Jesús no se quedan ahí. Volverá a repetirnos lo que otras ocasiones volvería a decirnos. ¿Cuál es la grandeza? ¿Cuál es la influencia y el poder? ¿Cuáles son en verdad los primeros puestos por los que tenemos que aspirar? Tiene que quedar claro de una vez para siempre. No puede ser a la manera de los poderes de este mundo.

Tenemos que convencernos, porque han pasado ya muchos siglos y todavía seguimos ansiando poderes, y lugares de honor, y reverencias y reconocimientos, y nos seguimos revistiendo de los ropajes del poder y de las grandezas humanas.  ¿Cuándo llegaremos a comprender estas palabras de Jesús para despojarnos de todos esos ropajes mundanos de los que nos seguimos revistiendo en la Iglesia?

Tenemos que aprender de una vez por todas que nuestro camino ha de ser el del servicio, el de la humildad y de la sencillez, lejos de nosotros las vanidades del corazón, no siguiendo en la búsqueda de méritos con aquellas cosas incluso buenas que hacemos, dejando ya a un lado la tabla de las reivindicaciones para que tengamos nuestro lugar, y a estar dispuestos a amar de verdad a la manera como nos enseña Jesús.

‘El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir, a dar su vida en rescate por todos’, termina diciéndonos Jesús. Y todavía nos cuesta ceñirnos la toalla para ir a lavar los pies; todavía seguimos mirando con cierta indiferencia a los que no son como nosotros, porque tienen otro color de piel o porque vienen de otros lugares, todavía mantenemos la desconfianza en el corazón ante cualquiera que nos parezca distinto y no conozcamos manteniendo las distancias.

¿Dónde está el amor a la manera del amor de Jesús que El nos ha enseñado a tener? ¿Seguiremos todavía preparando el terreno para nuestros intereses?