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sábado, 25 de mayo de 2024

Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios

 


Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios

Santiago 5,13-20; Salmo 140;  Marcos 10,13-16

Pareces un niño’, quizás nos dijeron un día y no nos agradó mucho. ¿Me están diciendo que soy infantil? Todos queremos parece mayores, a todos nos gustaría que nos trataran como adultos; siendo jóvenes no nos agradaba que nos dijeran ‘niño’, porque eso nos parecía que nos ofendía, porque nos gustaba que nos trataran ya como mayores.

¿Parezco niño porque mi manera de actuar es infantil, llenos de caprichitos y de mimos? ¿Parezco niño porque parece que actúo con ingenuidad y no tengo malicia para vislumbrar la malicia que pueden estar ocultando los demás? Pero ¿qué tiene de malo la ingenuidad si me la tomo como un quitar malicias del corazón, no andar con segundas intenciones ocultas, mostrarme de una forma llana y sencilla?

Nos daría mucho que pensar eso de que nos traten o nos consideren como niños. Porque en la inocencia del niño hay algo que significa cercanía, humildad, sencillez; mientras no echemos a perder esa inocencia hay algo muy bonito en ese trato de unos y otros siempre llenos de alegría, siempre con la risa y la carcajada a flor de pies, podríamos decir, porque fácilmente se superan los orgullos, tenemos abierto el corazón y todos son mis amigos, como suelen decir los niños, aunque haga un momento que se hagan conocido, han jugado juntos con alegría y ya son amigos para siempre.

Creo que en la vida nos hace falta mucho de eso. Andamos demasiado envarados, demasiado metidos en nuestros castillos o subidos a nuestros pedestales, con demasiado orgullo que va creando rivalidades, resentimientos, envidias, desconfianzas. No terminamos de entender que este mundo no es para buscar exclusividades y poner barreras, sino para saber hacer camino juntos y tendiéndonos las manos los unos a los otros.

Es la lección que Jesús quiere darnos hoy. Ese corazón lleno de ternura de Jesús hacía que todos quisieran acercarse a El, estar a su lado, no perderse ninguna de sus palabras, sintiendo el gozo de su presencia. Diríamos que tenía que surgir de forma espontánea, que las madres llevaran a sus niños hasta Jesús para que los bendijera, para que impusiera sus manos sobre ellos; y ya sabemos que cuando los niños se sienten queridos se llenan de confianza, y entonces serían los propios niños los que buscarían a Jesús.

Pero como siempre sucede hay algunos que les molestan los gritos o las risas de los niños; allá estaban los discípulos cercanos a Jesús poco menos que haciendo guardia en torno a Jesús para que nadie se propasara; quizás lo querían solo para ellos; pero los juegos y los gritos espontáneos de los chiquillos podían convertirse en una molestia. Y no había que molestar al maestro. Por eso los veremos apartando a los niños para que no molestaran a Jesús.

Pero Jesús sale al paso de este fervor tan entusiasta de sus discípulos cercanos. ‘Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios’. Jesús quiere que los niños estén con El. Pero es que Jesús les dice algo más. ‘De los que son como ellos es el Reino de Dios’.

Tanto que Jesús había venido anunciando el Reino de Dios y ahora nos da una característica muy importante, que por supuesto no estaba olvidada en toda la predicación de Jesús. Pero ahora nos pone a los niños como ejemplo de lo que han de ser esas actitudes del Reino de Dios. Hay que ser como los niños. Y aquí aparece la inocencia y la ingenuidad de la que veníamos hablando, aquí viene la alegría y la cercanía, aquí vienen las confianzas que hacen pronto amistad porque todos tenemos que queremos como hermanos, aquí está la humildad y la sencillez con que hemos de saber caminos los unos junto a los otros, aquí está todo ese derribar barreras y pedestales para saber encontrarnos y para saber amarnos siempre. Es lo que tenemos que vivir en el Reino de Dios, que en los niños vemos reflejado, como nos dice Jesús hoy. 

Por eso nos hablará de acogida, acogida al niño y al pequeño – y qué importante era eso en aquella sociedad donde los pequeños y los pobres nada valían y nunca se contaba con ellos – como signo y señal de esa acogida que tenemos que saber hacernos en todo momento los unos a los otros. ‘En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él’. Que sintamos, entonces, sobre nosotros esa bendición de Dios, como Jesús bendecía a los niños.

viernes, 24 de mayo de 2024

Dureza del corazón que tenemos que romper, nueva ternura y delicadeza que poner para sentirnos impulsados por el Espíritu del Seño

 


Dureza del corazón que tenemos que romper, nueva ternura y delicadeza que poner para sentirnos impulsados por el Espíritu del Señor

Santiago 5,9-12; Salmo 102;  Marcos 10,1-12

Puede sucedernos que en ocasiones hasta nos pongamos tercos cuando no entendemos algo y preguntamos una y otra vez porque queremos tener las cosas claras y que nos lo expliquen bien; a veces nos sucede que parece que la mente se nos cierra y por muy fáciles o claras que sean las cosas para aquel que nos las explica, sin embargo nos cuesta entender como si se nos cerrara la mente; pero también hay ocasiones que somos tercos quizás por nuestra propia cerrazón en la que no queremos entender, porque vivimos quizás muy apegados a ideas o maneras de pensar del pasado y no queremos renovarnos, no queremos tener la mínima apertura para tratar de ver lo que se nos está presentando.

Es quizás nuestra malicia, es quizás la dureza de nuestro corazón pero por la desconfianza o por la maldad que llevamos dentro, donde no solo nos ponemos a la defensa de cualquier novedad que pueda llegar a nuestra vida, sino que además nos constituimos en oposición hasta sin motivo de lo nuevo que se nos quiere presentar.

¿Era lo que estaba sucediendo a los fariseos en el episodio que hoy nos presenta el evangelio? Se nos está hablando de los caminos que Jesús hacía por los distintos puntos de la geografía palestina, nos habla de su macha hacia Judea y Transjordania; es el momento en que se acercan unos fariseos con las habituales pegas que siempre oponían al mensaje del nuevo Reino de Dios que Jesús iba proclamando. Le plantean una serie de cuestiones sobre el valor y el sentido del matrimonio donde pareciera que había contradicción entre lo proclamado ya desde el Génesis y lo permitido posteriormente por Moisés, que realmente había sido el gran legislador para el pueblo de Israel desde la ley del Sinaí. ¿Estaba permitido o no estaba permitido el divorcio cuando en el Génesis se había hablado de la unidad entre el hombre y la mujer en el matrimonio de manera que serían como una sola carne?

En estos momentos lo de menos sería la cuestión que planteaban los fariseos, porque además se veía sus aviesas intenciones porque lo que querían eran confundir o hacer entrar en contradicción al propio Jesús en el mensaje del Reino de Dios que estaba proclamando que realmente no se avenía muy bien con las ideas que ellos tenían de lo que realmente había de ser el Mesías en medio del pueblo de Israel. Aunque Jesús no deja de responder a los planteamientos que le hacen, sin embargo les quiere hacer caer en la cuenta de la dureza de corazón que había en sus vidas para no dejarse conducir por el Espíritu del Señor.

Es lo que quizás tendríamos que revisar en nuestra vida en estos momentos, la dureza de nuestro corazón. Sí, es como si hubiéramos creado una dura corteza en derredor nuestro para encerrarnos en nosotros mismos, para encerrarnos en nuestras rutinas y tradiciones muchas veces vacías de sentido y de contenido para no abrirnos al Espíritu del Señor que quiere transformar nuestros corazones.

Como hemos reflexionado muchas veces pareciera que hubiéramos vaciado de contenido el evangelio que yo no sigue siendo para nosotros esa buena noticia de salvación que tenemos que estar abiertos a recibir. No sentimos ni experimentamos en nuestra vida lo que es y tiene que ser siempre la novedad del evangelio. Cuántas veces cuando lo escuchamos nos decimos que ya nos lo sabemos; si es algo ya sabido no será entonces novedad para nosotros, no es noticia nueva, se convierte en algo tradicional que seguimos repitiendo de la misma manera siempre y que terminará siendo para nosotros una rutina más de cosas que hacemos pero a las que hemos despojado su verdadero sentido.

Necesitamos apertura de corazón; necesitamos aprender a dejarnos conducir no por cualquier cosa que nos parezca novedosa que nos pueda aparecer por aquí o por allá, sino por la novedad del Evangelio que nos dará el Espíritu del Señor. Escuchamos con facilidad cualquier cosa que nos digan porque apareció en la televisión, o porque son ideas que nos parecen novedosas porque la hacen no sé en qué sitio o lugar del mundo, pero no nos abrimos a lo que nos dice en cada momento el evangelio dejándonos conducir por el Espíritu del Señor.

Es la dureza de nuestro corazón que tenemos que romper, es esa nueva ternura y delicadeza que tenemos que poner para sentirnos impulsados por el Espíritu del Señor.

jueves, 23 de mayo de 2024

Contemplamos a Jesús como Sacerdote y como víctima porque es El quien se entrega y se sacrifica, quien en sí mismo realiza el Sacrificio de la Nueva Alianza

 


Contemplamos a Jesús como Sacerdote y como víctima porque es El quien se entrega y se sacrifica, quien en sí mismo realiza el Sacrificio de la Nueva Alianza

Jeremías 31, 31-34; Salmo 109; Marcos 14, 12a. 22-25

Cuando comemos algo quizás, como a primera vista, estamos pensando en el sabor y en el gusto de aquello que comemos, podemos sentirnos atraídos por su forma, su colorido o su sabor, como decimos algunas veces no comemos lo que no nos entra por los ojos, pero tendríamos que decir que todo eso es accidental, que lo importante es lo que asimilamos de aquel alimento, lo que nos da de vida al alimentarnos porque en fin de cuentas es lo que viene a significar el alimentarse, los nutrientes que recibimos que se convierten en energía y vida en nosotros, más allá de lo que desde su apariencia podemos contemplar. Quizás en ocasiones haya cosas que comemos, que ingerimos, aunque no nos sea siempre agradable al paladar, como nos puede suceder con una medicina que tomamos aunque no nos agrade porque sabemos que nos va a dar salud.

Hay en el evangelio se nos habla de comer un pan, que nos dice Jesús que es su cuerpo entregado por nosotros, y se nos invita a beber del vino de una copa que se nos señala que es la sangre derramada por nosotros. Y se nos habla de Alianza como se nos habla también de Reino de Dios, de la misma manera que se nos sitúa en el día de la pascua, en el día en que era sacrificado el cordero pascual.

Todo esto nos quiere decir mucho, porque cuando se nos habla de comer ese pan y de beber de ese cáliz se nos está diciendo qué es lo que realmente vamos a asimilar en esa comida; ya no será simplemente un pan o una copa de vino, se nos está hablando de la entrega de Jesús que es la ofrenda que de si mismo hace al Padre y se nos habla de su sacrificio, que es pascua y que es redención.

¿Quién puede ser capaz de realizar tal ofrenda en la que así mismo es la victima ofrecida en sacrificio? Eso solo lo puede realizar Jesús. Es el Pontífice, es el Sacerdote de la nueva alianza, porque en su entrega y en su sangre derramada se va a establecer una nueva Pascua. Contemplando estamos, pues, a Jesús como Sacerdote y al mismo tiempo como víctima porque es El quien se entrega, quien se sacrifica, quien en sí mismo realiza ese Sacrificio de la Nueva Alianza.

No es como la antiguas en que se ofrecía algo ajeno a uno mismo, aunque con nosotros también tuviera relación, una ofrenda de algo que personal que se hacía, una animal que se consideraba propio y que de alguna manera quería representarnos, pero ahora es distinto, no es algo ajeno o que lejanamente tenga relación con quien hace la ofrenda o realiza el sacrificio, porque es El mismo quien se entrega, quien se convierte en ofrenda pero quien al mismo tiempo hace la ofrenda. Es un nuevo sentido del sacerdocio, un nuevo Sacerdocio, no como el de los antiguos que podía pertenecer a un familia o heredarse de uno a otros; este es un sacrificio eterno, como el de Melquisedec, aquel sumo sacerdote del que ya no se cuentan los años ni la ascendencia familiar, sino que también va a realizar una ofrenda eterna.

Así es el Sacerdocio de Cristo, al que en verdad podemos llamar Sumo y Eterno Sacerdote, que es la fiesta que hoy estamos celebrando, en este jueves posterior a Pentecostés. Una jornada verdaderamente sacerdotal, no solo contemplando a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, sino que nos obliga a pensar y contemplar a cuantos participan de ese sacerdocio de Cristo, no solo ya porque en el Bautismo hemos sido consagrados para ser con Cristo Sacerdotes, Profetas y Reyes, sino que hoy queremos contemplar a quienes el Señor ha llamado con una vocación especial para ser con Cristo esos sacerdotes que también hagan y realicen con su vida el mismo sacrificio de Cristo viviendo una entrega semejante a la de Cristo para el servicio y el bien de todo el pueblo de Dios.

Este jueves es una jornada especialmente sacerdotal, para considerar y valorar a quienes como presbíteros de la comunidad ejercen con su vida un sacerdocio como el de Cristo, convirtiéndose así con sus vidas y ministros y servidores de reconciliación y de amor, en ministros y servidores del pueblo de Dios. Por ellos hemos de orar para que puedan ejercer con fidelidad su ministerio asemejándose en todo a Cristo. Oremos, pues, por los sacerdotes y pastores del pueblo de Dios.

miércoles, 22 de mayo de 2024

El Espíritu del Señor va abriendo caminos, que cada uno expresaremos con nuestra particular manera de ser o con los diversos carismas sin exclusividades ni barreras

 


El Espíritu del Señor va abriendo caminos, que cada uno expresaremos con nuestra particular manera de ser o con los diversos carismas sin exclusividades ni barreras

Santiago 4,13-17; Salmo 48; Marcos 9,38-40

Nos creemos únicos, insustituibles, nadie es capaz de hacer las cosas como las hago yo… es una tentación fácil en la que podemos caer llenos de autosuficiencia. Ya se trate de nuestro trabajo, ya se trate de cómo nos planteamos la vida, ya se trate de cómo hacemos las cosas en nuestra familia, en los diversos campos de la vida. Y lo mismo nos creemos poseedores de la verdad, nuestra manera de pensar es única y no estamos sujetos a error, todo el que piense distinto está equivocado.

Es bueno, sí, que defendamos nuestras ideas y las confrontemos con los otros, pero no para avasallar, no para creernos con el pensamiento único, y todos los demás están siempre en un error; es necesario una confrontación de ideas en esa búsqueda del bien y de la verdad, para descubrir lo bueno que también tienen los demás, la verdad que también podemos encontrar en los otros.

Y esto nos puede pasar en el ámbito religioso y en el ámbito de nuestra fe; por aquello de la apologética de la defensa de nuestra fe, y creyéndonos la única iglesia de Cristo algunas veces hemos sido demasiado excluyentes y no hemos sabido hacer camino junto con los otros y tenemos siempre la tentación y el peligro de considerar en el error - un error, pensamos incluso, que puede llevar a la condenación – a todos los que tengan una manera distinta de ver las cosas.

Nos creemos con la exclusividad de hacer cosas por el Señor, por la Iglesia, o por nuestro mundo. Creernos con esa exclusividad es poner barreras en la vida que nos alejan los unos de los otros. Y eso nos ha sucedido también en la Iglesia en muchas ocasiones. El Espíritu del Señor va abriendo siempre caminos, que luego cada uno expresaremos con nuestra propia manera de ser. Son las distintas formas en que se manifiesta nuestro compromiso según seamos cada uno. Gracias a Dios vamos cambiando mucho, aunque nos cuesta. Y no se trata de hacer sincretismos ni mezcolanzas innecesarias.

El evangelio hoy quiere iluminarnos. Dejémonos iluminar y abramos nuestras mentes. No nos suceda como a los discípulos de Jesús en aquel momento. ‘Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros’. Y ya vemos la reacción de Jesús ante aquellas exclusividades que se atribuían los discípulos más cercanos a Jesús. Es cierto que su amor por Jesús era tan grande que les parecía que no podían permitir que nadie utilizara el nombre de Jesús sin pertenecer a su grupo. Es, si queremos verlo así, una reacción muy humana. Tratamos de alguna manera de defender lo nuestro.

Pero Jesús quiere que abran los ojos para descubrir también lo bueno que hay en los demás, aunque no sean de los nuestros. ‘No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí’, les viene a decir. Y termina Jesús con esa afirmación tan categórica y que nos tiene que hacer comprender muchas cosas. ‘El que no está contra nosotros está a favor nuestro’.

No nos valen esas exclusividades. No podemos encerrarnos en nosotros mismos. No podemos dejar de ver los valores que también hay en los demás. No podemos pecar de autosuficiencia y orgullo. Tenemos que aprender a ponernos al lado del otro sea quien sea; tenemos que aprender a trabajar codo con codo con quien haga el bien, quien lo está intentando aunque algunas veces falle o tenga errores. Sería la mejor manera de convencer de nuestra verdad, sería la mejor manera de contagiar de nuestros valores cuando los ponemos al lago de los de los demás.

Jesús ha venido a romper muros y fronteras, porque es la manera de que alcancemos la unidad, por eso no vayamos nunca levantando nuevos muros o poniendo limites, porque lo que estaremos haciendo es distanciándonos más. Y eso no es nuestra misión ni nuestra tarea, que siempre tenemos que ser constructores. Jesús ha venido a salvar a todos y para todos es su evangelio. Pero aceptemos también que cada uno tenemos nuestro carisma, nuestra forma de hacerlo vida y lo podemos expresar de muchas maneras y en muchas cosas que podemos hacer. Vayamos, pues, tendiendo puentes, recogiendo siempre todo lo bueno que podamos encontrar en los demás.

 

lunes, 20 de mayo de 2024

Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor que es el que mueve nuestros corazones y nos impulsa a nuevas actitudes y compromisos

 


Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor que es el que mueve nuestros corazones y nos impulsa a nuevas actitudes y compromisos

Santiago 4,1-10; Salmo 54; Marcos 9,30-37

A veces nos sucede. Estamos hablando con alguien que quizás nos está queriendo presentar un proyecto, algo que tiene en su cabeza y que le parece oportuno contar con nosotros, pero probablemente escuchamos sus primeras palabras pero pronto nos ponemos nosotros a soñar, a sacar nuestra idea o nuestro pensamiento o manera de ver pero que a la larga es bien distinto de lo que realmente se nos está diciendo. Nosotros estamos con nuestros sueños, o con lo que nosotros habíamos pensado de ese tema, aunque ahora se nos presenta de distinta manera; pero en nuestra cabeza no está entrando eso nuevo que se nos quiere decir, sino que seguimos con nuestros sueños o con nuestra manera de ver las cosas de siempre. Parece que andamos por distintos caminos.

Les estaba sucediendo a los discípulos con el mensaje de Jesús. Ya se venían haciendo a la idea de que Jesús era un nuevo profeta o acaso podría ser el Mesías. Pero ellos tenían su idea. Los profetas para ellos eran lo que se habían imaginado siempre cuando escuchaban las Escrituras, o el Mesías había de ser un caudillo victorioso que lograra la liberación de Israel del yugo extranjero al que estaban sometidos, y pronto se crearía un reino nuevo que tendría sus ejes de poder con personas que podían ser influyentes y poderosas; ya se veían ellos en ese entorno de poder a pesar de lo que Jesús les anunciaba una y otra vez. Ahora andan discutiendo quien sería más poderoso en ese nuevo reino del Mesías.

Jesús hablaba de entrega, de sacrificio, incluso de muerte para dar vida. Les anunciaba claramente lo que habría de suceder cuando subieran a Jerusalén, cómo iba a ser rechazado y entregado en mano de los gentiles que le darían muerte; les anunciaba también que resucitaría al tercer día. Pero ellos no entendían nada, porque tenían sus ideas en la cabeza y eso no podría suceder cómo Jesús les estaba anunciando. Pero en su terquedad, a pesar de la confianza y cercanía que les manifestaba Jesús, no se atrevían a preguntar sobre el sentido de sus palabras.

Y mientras van de camino andan discutiendo por los primeros puestos. Pero se ven sorprendidos al llegar a casa y Jesús preguntarles de qué iban discutiendo por el camino. Más grave y profundo se hizo el silencio, porque se vieron sorprendidos por la pregunta de Jesús que, podíamos decir, les había cogido in fraganti.

Cuantas veces nos sucede que escuchamos literalmente el evangelio pero no llegamos a entrar en su sentido y deja de ser evangelio para nosotros. Siempre ha de ser buena noticia pero que nos impulso a algo nuevo y distinto. De lo contrario no sería noticia, porque repetirnos lo de siempre no es noticia. Pero ya tantas veces lo escuchamos como si oyéramos repetir una y otra vez lo mismo, lo de siempre.

Algo nos está fallando en nuestra manera de escuchar, en la actitud de nuestro corazón, y también, ¿por qué no?, en la manera como se nos está haciendo ese anuncio. Comencemos, pues, por esa actitud pasiva que llevamos tantas veces en nuestro corazón que hace que no nos dejemos sorprender. Y el evangelio cada vez que lo escuchamos tiene que sorprendernos, porque algo nuevo nos está ofreciendo siempre para nuestra vida, algo que siempre además tendría que llenarnos de gozo porque aun cuando siempre tenga las exigencias de la conversión despierta siempre en nosotros una esperanza nueva.

Jesús terminará hablándonos hoy del servicio, de la acogida, de la humildad, de la sencillez. Es lo que tiene que irnos abriendo el corazón, haciendo esos ajustes que algunas veces nos producen crujíos, logrando esa renovación de nuestras actitudes, esa apertura a una nueva vida, ese ponernos en camino de algo nuevo y gozoso para nuestra vida, de ir manifestando en actos concretos que hay una nueva vida en nosotros. Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor que es el que mueve nuestros corazones.

Sintamos el gozo de ese amor de la Madre que ha cuidado nuestra fe, nos ha preservado de tantos peligros, y ha mantenida en nosotros la llama viva del fuego del amor

 


Sintamos el gozo de ese amor de la Madre que ha cuidado nuestra fe, nos ha preservado de tantos peligros, y ha mantenida en nosotros la llama viva del fuego del amor

Génesis 3, 9-15. 20; Salmo 86; Juan 19, 25-34

¿A quien no le gustaría tener a la madre siempre junto a sí? Es uno de los dolores y desconsuelos más fuertes que tenemos en la vida, siempre estaremos recordándola, queriéndola hacer presente, y de mil maneras queremos mantener sus recuerdos junto a nosotros. Por el contrario, si somos nosotros los que nos vemos abocados a tener que abandonar su presencia por nuestra propia muerte y estuviera en nuestras manos hacerlo, buscaríamos a quien confiarla para que siga cuidándola y con ella se comporte como el hijo que nosotros quisiéramos ser para siempre. Decir esa palabra ‘madre’ o escuchar sus labios la palabra ‘hijo’ es uno de los gozos más profundos que podemos sentir en el alma.

No nos extrañe, pues, lo que nos narra el evangelio y en este día hemos proclamado. ‘Junto a la cruz de Jesús estaba su madre… y el discípulo amado’. Y es en esa circunstancia donde se establece ese diálogo que parece más bien testamento y ultima voluntad. Viendo Jesús a su madre y al discípulo amado, a una le dije ‘mujer, ahí tienes a tu hijo’, mientras al discípulo amado le dice también ‘ahí tienes a tu madre’.

El discípulo amado era en aquel momento algo más que Juan el hijo del Zebedeo. En el discípulo amado estábamos todos, estábamos nosotros, porque también somos los amados del Señor. Por eso aquel confiar que María a partir de aquel momento tuviera un hijo que la cuidara, o un hijo a la que ella como madre cuidara, no se trataba solo de Juan el hijo del Zebedeo, sino que allí estábamos todos los amados del Señor, todos nosotros que por amor nuestro precisamente se estaba entregando en la mayor muestra del amor que se pudiera manifestar.

Somos, sí, ese discípulo amado a quienes desde ese momento María nos toma como hijos; somos ese discípulo amado que a partir de aquel momento tenemos que llevar a nuestra nueva madre a nuestra casa, a nuestra vida, como  hiciera Juan. El evangelio solamente nos dice que desde aquella hora Juan la recibió en su casa. La hemos contemplado en la víspera de Pentecostés allí reunido en el cenáculo con sus nuevos hijos en la espera del Espíritu; la tradición nos hablará de esa presencia de María junto a Juan de manera que en Efeso nos encontraremos la casa de María como un testimonio de esa presencia de María siempre junto al discípulo amado que en la cruz se le había confiado como hijo.

Por eso hoy, cuando hemos concluido la Pascua con la fiesta del Espíritu en Pentecostés, la Iglesia nos invita a celebrar y a sentir esa presencia de María junto a nosotros en esta fiesta recientemente instituida con el título con que el papa Pablo VI quiso invocarla al final del concilio Vaticano II, María, Madre de la Iglesia.

¿Qué mejor que llamarla Madre de la Iglesia, cuando eso es lo que ella ha sido a lo largo de los siglos, a lo largo de toda la historia de la Iglesia? Como madre de Dios fue invocada y proclamada al finalizar el concilio de Nicea que definía a Jesús como verdadero Hijo de Dios en aquella primera espontánea procesión del pueblo de Dios junto a los padre del Concilio; pronto fueron proliferándose templos en su honor a lo largo y a lo ancho de la Iglesia y del mundo, aunque cada uno desde nuestro amor especial la invoquemos con distintos nombres que vienen a significar siempre su presencia de madre junto a nosotros.

María ha estado siempre junto al peregrinar del pueblo cristiano y su amor nos ha ayudado a mantener integra nuestra fe y nuestra pertenencia a la Iglesia. Justo es pues que la invoquemos como Madre de la Iglesia como en este día después de celebrar Pentecostés se nos invita a celebrar. Cuidemos nuestro amor y nuestra devoción a Maria que siempre nos conducirá hasta Jesús; sintamos con vivo agradecimiento de hijos ese amor de la Madre que así siempre ha cuidado nuestra fe, nos ha preservado de tantos peligros, y ha mantenida viva en nosotros la llama del fuego del amor.

domingo, 19 de mayo de 2024

Es Pentecostés hagamos palpable en nuestro mundo de hoy todas las señales de la presencia del Espíritu en medio de nosotros y haremos así un mundo nuevo

 


Es Pentecostés hagamos palpable en nuestro mundo de hoy todas las señales de la presencia del Espíritu en medio de nosotros y haremos así un mundo nuevo

Hechos  2, 1-11; Salmo 103; 1Corintios 12, 3b-7. 12-13; Juan 20, 19-23

Es Pentecostés. Es mucho más que aquella fiesta judía que se celebraba a los cincuenta días de la pascua, como una celebración de la ley que el Señor dio a través de Moisés a su pueblo allá en el Sinaí; mucho más como aquella fiesta casi al principio del verano y que se convertía en ofrenda de las primicias de aquellos frutos que se comenzaban a recoger. Es mucho más porque para nosotros es la fiesta del Espíritu, aquella donación de sí mismo que Jesús había prometido para estar siempre con nosotros porque contaríamos para siempre con la fuerza venida de lo alto.

Los Hechos de los Apóstoles nos relatan lo acontecido aquel día. Aún seguían los Apóstoles encerrados en el Cenáculo, a pesar de las experiencias que ya habían tenido de la presencia de Cristo resucitado. En la Ascensión Jesús les había pedido que se quedaran en Jerusalén hasta que recibieran la fuerza del Espíritu. Ahora en medio de aquellas señales que les estremecían como de un ruido ensordecedor, de aquellas llamaradas que aparecían sobre ellos como si sintieran un incendio divino en sus espíritus ellos se sienten transformados e impulsados a salir al encuentro de cuantos les rodeaban.

Algo extraordinario sucede, porque habiendo gente venida de distintos lugares como era normal en aquella fiesta judía de Pentecostés todos les entienden cada uno en su propio idioma. La torre de la confusión de Babel se derrumbaba para comenzar un lenguaje nuevo que todos iban a entender. Son los signos y señales de la presencia del Espíritu.

Se acabaron los miedos y la confusión, comienza el mundo nuevo de la unidad y del entendimiento; queda ya atrás lo de encerrarse en si mismos y sus inseguridades para hacer el anuncio de la Buena Nueva que iba a transformar el mundo; con la presencia del Espíritu de Cristo resucitado la paz renace en los corazones, porque se olvidan las culpabilidades porque el perdón es el que nos va a conducir a la verdadera paz y no solo nosotros nos vamos a sentir renovados desde lo más hondo de nosotros mismos a pesar de las sombras de nuestros errores y pecados, sino que además tenemos que convertirnos en esos mensajeros y testigos de la paz y el perdón que será el que de verdad renueve nuestro mundo.

No podemos olvidar esas señales de la presencia del Espíritu que nosotros tenemos que seguir mostrando a nuestro mundo. No es solo el recuerdo de las señales vividas en otro momento sino que ha de ser en verdad algo vivo que en nosotros ahora se tiene que manifestar también para bien de nuestro mundo.

Hoy, ahora, aquí tiene que seguir siendo Pentecostés. La celebraciones cristianos no son solo un recuerdo sino un memorial, porque es haciendo memoria de esas maravillas de Dios hacer presente ahora en nuestra vida y en nuestro mundo esas mismas maravillas de Dios. Hoy, aquí y ahora tenemos que ser testigos de Pentecostés, porque nuestros miedos y cobardías se acaben de una vez para siempre, porque tenemos que comenzar a mostrar que es posible esa unidad y esa comunión porque en verdad comenzamos a sentirnos verdaderamente hermanos, porque sentimos en nuestros corazones el gozo y la alegría del perdón recibido que nos llena de paz y nos hace hombres nuevos sino porque vamos siendo esos ministros de reconciliación y de perdón para los demás.

Nos lo dijo Jesús en el día de Pascua, que nos daba su Espíritu para el perdón de los pecados, de manera que por todas partes teníamos que ir haciendo presentes esas señales del perdón. Sin verdadero y profundo perdón no podremos alcanzar una autentica paz. Esa paz que tanto necesita hoy nuestro mundo; esa paz que nos regenere y nos haga encontrarnos de verdad los unos con los otros dejando atrás viejos resentimientos y sanando de verdad las heridas que aun llevemos en el corazón. Las heridas que no se curan siempre nos irán marcando con cicatrices molestas; tenemos la medicina verdadera en la fuerza del Espíritu del Señor.

Una tarea muchas veces costosa y difícil, tenemos que reconocer, pero una tarea que sabemos que es posible. Vivamos con intensidad la experiencia de ser perdonados y aprenderemos a tener la experiencia gozosa de ofrecer el perdón. La fuerza del Espíritu que hoy en Pentecostés a eso nos está conduciendo.

Es Pentecostés y tenemos que ponernos en camino; es Pentecostés y de una vez por todas tenemos que abrir las puertas; es Pentecostés y tenemos que ir al encuentro de ese mundo que nos rodea con sus divergencias y con sus diferencias, con esos lenguajes que se nos vuelven ininteligibles y esas soledades que nos aíslan a pesar de tanto que decimos que nos comunicamos para crear un lenguaje nuevo de comunión y unos lazos de comunicación que nos acerquen los corazones. Es Pentecostés hagamos palpable en nuestro mundo de hoy todas las señales de la presencia del Espíritu en medio de nosotros y haremos así un mundo nuevo.