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sábado, 30 de noviembre de 2024

La fe nace del mensaje que se escucha, y la escucha viene a través de la palabra de Cristo… y nadie que crea en El quedará confundido

 


La fe nace del mensaje que se escucha, y la escucha viene a través de la palabra de Cristo… y nadie que crea en El quedará confundido

Romanos 10, 9-18; Salmo 18; Mateo 4, 18-22

Supongamos que queremos contarle a alguien algo que pensamos que es una buena noticia para esa persona, que podría beneficiarla mucho, que a nosotros también nos ha llenado de alegría y enseguida pensamos que teníamos que contárselo y en ese intento estamos, pero esa persona no quiere escuchar, porque nos dice que no le interesa, porque está entretenida en otras cosas por las que muestra mayor interés - ¡cuántas veces queremos hablar con alguien pero está entretenido con su móvil y no presta ni la más mínima atención a lo que le estamos diciendo! – seguramente que nos sentiríamos más, que esa persona una desagradecida, que no tiene interés por nada sino por sus entretenimientos. Claro que lo podríamos ver en sentido inverso, nos quieren hablar de algo que consideran importante, y nosotros tampoco le prestamos caso, seguimos entretenidos en nuestras cosas.

Nos parecen situaciones aberrantes, seguramente pensamos. Pero es mucho más frecuente de lo que queremos pensar. Y ya no se trata de esas noticias de cada día, que nos pueden llegar por los periódicos o por otros medios de comunicación. Estamos hablando entre creyentes, ¿cuál es la escucha y la atención que nosotros prestamos habitualmente a la buena noticia del Evangelio? La escuchamos, decimos, pero tendríamos que preguntarnos ¿cuántas veces cuando salimos de la Iglesia y de Misa al rato ya ni nos acordamos de lo que escuchamos en el evangelio que se nos proclamó en la celebración? ¿Dónde estábamos? ¿De qué o en qué estaba prendida nuestra mente y nuestra imaginación?

Hoy nos decía cosas hermosas el apóstol en su carta en la primera lectura de la celebración de este día de san Andrés. ‘Nadie que crea en él quedará confundido… pues todo el que invoque el nombre del Señor será salvo… ¡Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Noticia del bien!’ Pero a continuación nos dice: ‘Pero no todos han prestado oídos al Evangelio… la fe nace del mensaje que se escucha, y la escucha viene a través de la palabra de Cristo…’

¿Dónde está nuestra fe? ¿Escucharemos de verdad el mensaje que nos llega a través de la Palabra de Cristo? Es algo muy serio. Algo muy serio porque no siempre hemos tenido ese encuentro de fe con el Señor; no siempre nos hemos dejado sorprender por su llamada y por su amor; no siempre hemos querido vivir esa cercanía de la fe que se hace viva en nuestro corazón en ese encuentro con Jesús. Oímos y oímos, pero no escuchamos, no prestamos atención, no nos dejamos encontrar; buscamos quizás solo desde una curiosidad momentánea pero no llegamos al fondo de eso que buscamos y que en Jesús se nos ofrece.

Hoy estamos celebrando al apóstol san Andrés, hermano de Simón Pedro. Fue uno de aquellos que escucharon a Juan allá en la orilla del Jordán cuando señalaba el paso de Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y con Juan, el Zebedeo se fue detrás de Jesús. ‘¿Qué buscáis?’ todos conocemos ese diálogo, querían ver donde vivía Jesús. Era algo más que la búsqueda de un lugar, era la búsqueda de una luz, de una vida, de una persona. Saber donde vivía era querer conocer a Jesús en lo más íntimo y profundo de su persona. ‘Venid y lo veréis’, les dice Jesús y se fueron con El.

Ya sabemos lo que paso porque a la mañana siguiente ya estaba contando a su hermano lo que habían encontrado, a quien habían encontrado, y se lo llevo a Jesús. Pero será más tarde, a la orilla del lago, cuando Jesús pase a su lado y les diga ‘venid conmigo que os hará pescadores de hombres’. Y ahora sí que lo dejaron todo y se fueron con Jesús. Escucharon y se encontraron con Jesús; escucharon y la fe nació en sus corazones; escucharon y se fiaron de Jesús y no se sintieron defraudados porque se encontraron con la salvación.

¿Tendríamos que revisar muchas cosas en nosotros quizás? ¿Serán otras las actitudes que tengamos ante la Palabra que se nos proclama? ¿Tendremos en verdad deseos de escuchar esa buena noticia que se nos quiere transmitir y que tantas veces hemos dejado de lado?

viernes, 29 de noviembre de 2024

No olvidemos lo que Jesús hoy nos anuncia, ese brote de la higuera que nos anuncia la primavera, se acerca nuestra salvación y liberación

 


No olvidemos lo que Jesús hoy nos anuncia, ese brote de la higuera que nos anuncia la primavera, se acerca nuestra salvación y liberación

Apocalipsis 20, 1-4. 11 — 21, 2; Salmo 83; Lucas 21, 29-33

Cuando llega la hora de los balances y de hacer inventarios no siempre las tenemos todas consigo porque casi de forma espontánea por más optimistas que seamos estamos con la mosca detrás de la oreja por si acaso los balances no cuadren o los inventarios nos den cargas negativas. 

Con buena voluntad hemos intentado hacer el recorrido, cuando se trata de esas cosas materiales o de nuestros negocios en la vida hemos querido hacerlo de la forma más profesional posible, pero sabemos que somos frágiles, que en momentos podemos cometer error, y más aun cuando en nuestra debilidad, a pesar de todos los buenos deseos, sabemos que ha habido cosas en la vida que no siempre han sido las correctas.

Hablamos de lo que es la vida en general, hablamos de lo que en nuestra conciencia de cristianos sabemos siempre que hemos de revisar, hablamos de ese enfrentarnos a nosotros mismos con sinceridad aunque algunas veces incluso nos cueste ser sinceros con nosotros mismos, lo estamos haciendo en este final del año litúrgico cuando desde la Palabra de Dios se nos hace pensar en lo que ha de ser esa trascendencia de nuestra vida que tiene que ir más allá de lo que tenemos enfrente de nuestras narices. En estos momentos en las palabras de Jesús que nos trasmiten los evangelios en estos días se nos habla de ese enfrentarnos al momento final de nuestra vida y de nuestra historia.

Pero aunque andemos, como decíamos antes, con la mosca detrás de la oreja, sobre todo cuando con sinceridad miramos nuestra vida aunque nos cueste, las palabras de Jesús no quieren ser para nosotros un peso que nos llene de agobios sino que serán siempre palabras de esperanza y que nos despiertan a la vida.

Como hemos venido diciendo en estos días las palabras de Jesús por los anuncios que nos hace parece que nos podrían llenar de un cierto temor. ¿Destrucción de la ciudad de Jerusalén y del templo como hemos visto en días pasados? ¿Final del mundo y de la historia con esas descripciones de todas esas señales que nos pudieran hablar de destrucción? ¿Nos entrará una cierta congoja cuando vemos también situaciones catastróficas que pueden suceder en distintos lugares del mundo como lo que hemos vivido en estos días en España, los huracanes que asolan la región del Caribe, los monzones de las regiones del sudeste asiático?

Pero, ¿qué nos estará queriendo decir hoy Jesús en el evangelio? Nos emplea una imagen de vida, de resucitar a la vida como lo es la primavera. Esas yemas que se van cargando en las ramas de la higuera y de todos los árboles que han perdido sus hojas en el otoño  y que parecen muertos en el duro invierno y que son preanuncio de esos brotes con un nuevo y brillante verdor de una primavera que se acerca nos están hablando de vida, de resurrección, de salvación. 

La victoria no es la de la muerte que aparentemente todo lo arrasa, sino la de la vida que renace una y otra vez. Una imagen llena de riqueza y que tiene que alentar nuestra espiritualidad. Siempre estamos llamados a la vida, por eso siempre estará presente el amor y el perdón. 

Aunque nos sintamos bajo el peso de nuestros errores y debilidades sintiéndonos incluso como impotentes, sabemos que hay siempre un rayo de luz y de esperanza, un nuevo brote lleno de vida puede surgir haciéndonos sentir llenos de nueva vida. Es lo que hace el amor de Dios en nosotros, que nos transforma, que nos arranca de tanta muerte en la que tantas veces nos hundimos para sentir esa renovación que nos hace siempre hombres nuevos.

Nos cuesta muchas veces entenderlo. Nuestras posturas y actitudes para con los demás no son siempre para levantar, sino que parece que en nuestra maldad nos regodeamos en el hundimiento de los que nos parece que hacen el mal con nuestra incomprensión, con nuestros juicios y condenas, con nuestra no aceptación de aquellos que hayan podido cometer un error. Es el espíritu del mundo que nos rodea tan lleno de revanchas, de juicios y prejuicios condenatorios.

Cuidado que los cristianos nos contagiemos y actuemos de la misma manera; muchas veces lo hacemos también olvidando lo que nos habla Jesús de la comprensión y del perdón, pero olvidando que también nosotros somos pecadores y nos gustaría que a pesar de todo nos aceptaran y perdonaran. Si fuéramos más sinceros con nuestra realidad, con nosotros mismos, otras serían las actitudes comprensivas que tuviéramos con los demás.

No olvidemos lo que Jesús hoy nos anuncia, ese brote de la higuera que nos anuncia la primavera, se acerca nuestra salvación y liberación.

jueves, 28 de noviembre de 2024

Un grito o una llamada, no para asustarnos, sino para despertar nuestra esperanza, hacer de nuevo resurgir la vida en nuestros corazones, resucitar para el amor

 


Un grito o una llamada, no para asustarnos, sino para despertar nuestra esperanza, hacer de nuevo resurgir la vida en nuestros corazones, resucitar para el amor

Apocalipsis 18,1-2.21-23; 19, 1-3.9ª; Salmo 99; Lucas 21,20-28

Siempre decimos que de cuanto sucede tenemos que saber sacar una lección; incluso de aquellas cosas no agradables ni buenas que nos pasan o que sucedes a nuestro alrededor podemos aprender algo; con una buena mirada podemos ver destellos de luz en la más completa oscuridad; no todo es tan negro, no todo nos sucede para nuestra perdición, siempre podemos escuchar una llamada, un toque de atención que nos ponga en alerta, que nos haga estar atentos, que nos obligue a discernir, a aprender algo nuevo y mejor.

Por eso quienes queremos seguir el camino de Jesús dejándonos empapar por los valores del evangelio siempre estamos en paso de ir más allá, de ascender un escalón más, de buscar algo superior, de no contentarnos con lo que somos o tenemos, de ir renovando nuestra vida, de mirar con esperanza cada situación, de tener optimismo en nuestras luchas y en los caminos que intentamos recorrer. No nos dejamos amilanar por malos momentos, porque los caminos se nos vuelvan oscuros en ocasiones, porque sentimos una fortaleza interior que nos hace superarnos, querer crecer continuamente, saber que es posible algo mejor.

Hoy en el evangelio se nos hace una descripción que puede parecernos catastrófica que nos pudiera decepcionar, o al menos mermar nuestra ilusión y nuestras ganas de lucha. Se nos habla por una parte de destrucción y de muerte, es como una continuación de lo que ya anteriormente Jesús nos había comenzado a decir de la destrucción del templo y de la ciudad de Jerusalén, y al mismo tiempo hay como una descripción de los tiempos finales.

No podemos olvidar que cuando el evangelista nos narra estas palabras de Jesús ya había sucedido la destrucción del templo y de la ciudad de Jerusalén, con lo cual parecía ya cumplido parte de los anuncios de Jesús. Pero ahí no se queda el mensaje que el evangelista trata de trasmitirnos cuando nos presenta el evangelio de Jesús. Es siempre evangelio, no lo podemos olvidar en el más hondo sentido de la palabra, y por tanto siempre tiene que ser buena noticia para nosotros y para cuantos escuchen la Palabra. Las buenas noticias siempre son cosas buenas, palabras que nos dan ánimo y esperanza, que con como un rayo de luz, un bálsamo para las heridas que nos vayamos haciendo por el camino.

Y la buena noticia que hoy trata de darnos es que ‘se acerca nuestra liberación’. Cuanto sucede, por muy duro que sea, no será para nuestra opresión o para sentirnos derrotados. Es siempre preanuncio de victoria, de triunfo, de vida, de salvación. Y es que Jesús ha prometido estar con nosotros siempre hasta el final de los tiempos. Algunas veces se nos oscurecen los ojos o nos encerramos en nuestros agobios y nos cuesta ver o sentir su presencia. Pero el Señor no nos falla, el Señor siempre está ahí.

Y esas cosas que nos suceden son una señal, una llamada de atención como antes decíamos, un toque de alerta, algo que tiene que hacernos despertar porque andamos demasiado adormilados en la vida. Y nos adormilamos no porque nos salgan las cosas mal, nos adormilamos porque caemos una atonía que nos insensibiliza, que nos adormece, como decimos, que nos cierra nuestra mente. Y necesitamos como un grito que nos despierte. Y esas cosas que nos suceden, esos malos momentos tenemos que verlos como ese grito en nuestra vida para despertar. Un grito o una llamada no para asustarnos, sino para despertar nuestra esperanza, hacer de nuevo resurgir la vida en nuestros corazones, resucitar para el amor.

‘Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación… Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria’.

miércoles, 27 de noviembre de 2024

Palabras de Jesús que siempre nos llenan de ánimo y despiertan esperanza, nos darán ocasión de dar testimonio y mantener nuestra perseverancia hasta el final

 


Palabras de Jesús que siempre nos llenan de ánimo y despiertan esperanza, nos darán ocasión de dar testimonio y mantener nuestra perseverancia hasta el final

Apocalipsis 15,1-4; Salmo 97; Lucas 21,12-19

Dicen que para las fiestas siempre habrá amigos que se apunten y nos acompañen, pero en los momentos difíciles, en los momentos oscuros es cuando sabremos calibrar bien la calidad de nuestros amigos. Pero no lo pensemos como un juicio ajeno a nuestra propia vida juzgando la validez de los amigos que tengamos, sino más bien tenemos que mirarlo por nosotros mismos, pues en esos momentos difíciles, de contratiempos, donde todo parece que lo tenemos adverso es cuando veremos donde está nuestra propia valía, donde encontramos esa fortaleza que necesitamos para la perseverancia, donde está la madurez de nuestra vida.

Hoy Jesús en el evangelio les está hablando a los discípulos que no todo es un camino sobre rosas, que en ese camino en medio del perfume de las flores nos vamos a encontrar espinas, porque vendrán los contratiempos, la dificultades para mantenernos en el camino, las persecuciones incluso y hasta la muerte. Pero como El mismo nos dice tendremos ocasión de dar testimonio.

Los discípulos cercanos a Jesús lo van a experimentar ya casi de inmediato. Jesús les ha estado hablando del significado de la subida a Jerusalén aunque ellos no han querido o no han sabido entender las palabras de Jesús cuando ha hablado de pasión y de muerte. ‘Eso no te puede suceder a ti’, le dirá Pedro, y todos están convencidos de lo mismo. Ahora ya están en Jerusalén y aunque ha habido una entrada aparentemente triunfal en la bajada del monte de los Olivos, Jesús vuelve a insistir en el anuncio de todo lo que está por suceder. Y ya sabemos cómo se sintieron turbados con el prendimiento de Jesús y todo lo que luego sucedió en aquella Pascua. En Jesús tenían que verse ellos, en lo que también un día les podía suceder.

Para que estén preparados, para que vayan buscando esa fortaleza que necesitan, porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil, como les dirá en Getsemaní, es por lo que ahora les hace estos anuncios. Tendrán ocasión de dar testimonio. Como les dirá finalmente ‘con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas… ni un  cabello de vuestra cabeza perecerá’.

Como más tarde dirá también, lo escucharemos en próximos días, no tienen por qué estar preocupándose por preparar la defensa; la defensa la tendrán en la fuerza del Espíritu que estará con ellos. Aunque las dificultades muchas veces van a aparecer no desde personas extrañas o ajenas, sino desde los más cercanos, padres, parientes, hermanos, amigos… ‘os odiarán por causa de mi nombre’.

Y esa es nuestra lucha de hoy, ese es el testimonio que hoy nosotros tenemos que dar; esas son las incomprensiones que muchas veces sufriremos incluso de los que están más cercanos a nosotros cuando queremos mantenernos en fidelidad. ¿Para qué hace falta tanto? Habremos escuchado más de una vez. Para ser cristiano no hay que complicarse la vida, nos dicen desde la rutina y la dejadez de la vida. Cuántas cosas en ese estilo escuchamos, diciéndonos que tenemos que primero preocuparnos de nosotros mismos y de nuestras cosas, que cuando tengamos tiempo entonces podemos pensar en hacer algo por los demás. Y nunca tendremos tiempo, nunca nos sobrará tiempo, y podemos caer por esa pendiente de la rutina y de la desgana, de la indiferencia y de la insolidaridad. Seguro que todos tenemos muchas experiencias de ese tipo, porque quizás muchas veces también hemos actuado así.

‘Tendremos ocasión de dar testimonio’, nos dice Jesús. No nos habla Jesús de esta manera para que se nos meta el miedo en el cuerpo, como solemos decir, ni para desanimarnos; las palabras de Jesús siempre quieren despertar en nosotros la esperanza, nos quieren animar a la fidelidad, a hacer crecer nuestra fortaleza interior, a descubrir la presencia de su Espíritu que nunca nos faltará.

martes, 26 de noviembre de 2024

No podemos quedarnos impasibles permitiendo que se destruya ese templo hermoso de la vida que Dios ha llenado de tanta belleza

 


No podemos quedarnos impasibles permitiendo que se destruya ese templo hermoso de la vida que Dios ha llenado de tanta belleza

Apocalipsis 14,14-19; Salmo 95; Lucas 21,5-11

Cuando una cosa que nosotros consideramos de gran valor, una joya, una obra de arte, algo quizás muy querido para nosotros vemos que se resquebraja en nuestras manos y se destruye sentimos un gran pesar y dolor por la pérdida; me viene a la mente lo que habrán sufrido los damnificados por la DANA recientemente en Valencia cuando veían que perdían sus casas y sus pertenencias, que estaban en peligro por sus vidas, que muchas de aquellas cosas valiosas que tenían se las llevaba la inundación, grande sería su dolor.

Hoy escuchamos en el evangelio que Jesús les anuncia que aquel templo tan hermoso, del que todos se sentían orgullosos y al que amaban mucho por su significado en sus vidas como pueblo y como pueblo creyente un día va a ser destruido. Grande sería la decepción que sentían en aquellos momentos, y aunque aun no había sucedido – cuando nos lo narra el evangelista habla ya de hechos pasados y consumados – el dolor que sentían sería también abrumador.

Pero Jesús está queriendo decirles algo más. Aquel templo sería destruido, pero un día Jesús había hablado, aunque no lo habían comprendido, que podrían destruir ese templo y El en tres días reconstruirlo. Los evangelistas nos dirán que los discípulos lo entendieron después de su muerte y de su resurrección, porque El estaba refiriéndose no solo a aquel templo material, sino al templo de su cuerpo, estaba anunciando su muerte y resurrección.

Creo que desde esa honda tenemos hoy nosotros que escuchar este evangelio. Y es que a continuación Jesús habla de muchas cosas que les causarían dolor, les habla de catástrofes naturales, como les habla de violencias y de guerras; parece que está haciendo un anuncio de la historia, pero también estuviera hablando del momento final de la historia, del fin del mundo. Ciertamente no deja de hacerlo, pero algo más quiere decirnos Jesús.

¿Hablaba de aquel templo, pero hablaba del propio templo que era su Cuerpo? ¿Nos estará hablando de ese templo de Dios que somos nosotros también? ¿Y de igual manera no lo llenamos también de muerte? ¿De alguna forma no estaremos en el devenir de nuestra historia personal llenándonos de muerte, y no es ya solo la muerte corporal que un día nos sucederá cuando llegue el final de nuestros días sino de esa muerte que nos inflingimos cuando no estamos amando de verdad la vida?

Catástrofes y violencias, odio y muerte que se suceden en nuestra historia, que vamos viviendo también en nosotros cuando nuestras relaciones se llenan de violencias, de resentimientos, de venganzas, de orgullos y envidias, de egoísmo y de insolidaridad. Nos está recordando Jesús lo que puede ser nuestra vida cuando cerramos nuestros oídos a su evangelio, cuando desterramos de nosotros el amor y las buenas maneras, cuando nos entran las desconfianzas y nos dejamos envolver por la malicia. Muchas veces nuestras mutuas relaciones son peores que una guerra, la violencia con que avasallamos tantas veces a los que nos rodean es peor que las avalanchas de unas inundaciones que todo se lo llevan por delante, nuestros orgullos y nuestro amor propio con verdaderos terremotos que echan abajo los cimientos de la amistad y de las buenas relaciones, el odio nos oscurece la vida peor que una noche de tinieblas si perdiéramos el sol y se cayeran las estrellas del cielo.

Y Jesús nos dice que todo eso está por venir, que en esas redes podemos caer, pero que de esas catástrofes y calamidades con que llenamos nuestra vida podemos salir. Las palabras de Jesús son una alerta, un toque de atención, pero también una luz de esperanza, que bien necesitamos. No  nos dejemos engañar, nos dice, porque serán muchas las confusiones que nos sobrevendrán. Tengamos la certeza de que Dios está con nosotros y con El tenemos asegurada la victoria, podemos hacer un mundo nuevo. Es nuestra tarea y es el compromiso de nuestra fe.

¿Dejaremos que se destruya ese templo y nos quedamos impasibles? ¿Dejaremos que se destruya nuestra vida, nuestro mundo, nuestras relaciones con los demás, la convivencia, la Paz? No son cosas sobrevenidas sino que son cosas que nosotros hacemos o en nuestra dejación contribuimos negativamente.

lunes, 25 de noviembre de 2024

Un grano de arena por pequeño e insignificante que sea siempre será un grano fundamental en la construcción que con ese material estamos edificando como lo es nuestra vida

 


Un grano de arena por pequeño e insignificante que sea siempre será un grano fundamental en la construcción que con ese material estamos edificando como lo es nuestra vida

Apocalipsis 14,1-3.4b-5; Salmo 23; Lucas 21,1-4

Un grano de arena por pequeño e insignificante que sea siempre será un grano fundamental en la construcción que con ese material estamos edificando. Algunos pueden decir, ¿pero un simple grano de arena? Otros granos habrá, podrán argumentarnos. Pero si cada grano de arena, o todos los granos de arena, porque se consideran pequeños y como tal innecesarios se marchan, vamos a decirlo así, a otra parte, ¿qué es lo que quedará para esa construcción?

Jesús está en el templo, en las cercanías de la entrada quizás, pero ciertamente en un lugar desde el que puede observar a quienes van entrando en el templo; cercana está el arca de las ofrendas y según van entrando allí van poniendo sus limosnas o su contribución al servicio del templo, como queramos verlo; algunos quizás con grandes aspavientos, como suele suceder con los fariseos, echan ofrendas ‘generosas’ en el arca, pero Jesús observa a una pobre mujer, una viuda pobre según se ve por sus circunstancias, que también deposita su ofrenda. Ha pasado desapercibida, porque además no han sonado escandalosamente las monedas, porque solo echa unos cuartos.

Y aquí viene el comentario de Jesús, ‘En verdad os digo que esa viuda pobre ha echado más que todos, porque todos esos han contribuido a los donativos con lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir’.

Siempre nos hemos quedado en el comentario de la generosidad de aquella mujer que solo tiene unas monedas y ‘ha echado todo lo que tenía para vivir’. Pero creo que hay algo más, aunque ya eso de por sí es enormemente significativo y muchas veces lo hemos comentado. Pero vamos a fijarnos en esas dos monedillas, que podríamos pensar que ni se iban a notar entre todas las otras generosas ofrendas que se realizaran. Pero eran importantes, es su contribución para Dios, es su contribución para el culto, es su contribución a lo que es la organización de aquella sociedad que giraba en torno al  cumplo del templo, es su contribución para las obras sociales o benéficas que se hicieran a partir de las ofrendas del templo.

Y aquello era valioso. Aquella mujer en su pobreza no se desgajaba de su sociedad, de su mundo ponía su pequeño grano de arena tan importante con los otros grandes pedruscos, vamos a seguir con la imagen, con que otros contribuían. Y eso nos puede estar diciendo mucho a nosotros, a la contribución que cada uno desde lo que es y desde lo que tiene está haciendo, tenemos que hacer por el bien de nuestro mundo de nuestra sociedad. Cuantas veces, quizás en nuestra tacañería, nos escudamos en nuestra pobreza; en que yo no valgo, es que yo qué puedo aportar, es que yo tendría que pensar primero en mi mismo, en mis necesidades y problemas… aquella pobre viuda no lo pensó así.

Y recordamos otros episodio bíblico que hemos meditado recientemente acompañando también a este evangelio de la viuda del templo de hoy, aquella cananea que solo le quedaba un poco de aceite y un poco de harina para hacer un pan para ella y su hijo y después esperar la hora de la muerte, pero cuando el profeta se lo pide generosamente lo ofrece y la alcuza de aceite no se consumió ni la orza de harina se vació.

¿Dónde está nuestro compromiso? ¿Dónde guardamos o ponemos nuestro pequeño grano de arena? ¿Dónde habremos enterrado el talento que se nos ha confiado y recordamos más pasajes evangélicos? ¿Hasta dónde estamos dispuestos? ¡Qué importante es nuestro pequeño grano de arena!

domingo, 24 de noviembre de 2024

Jesucristo Rey, una proclamación, un reconocimiento, una vida que tiene que dar la señales de lo que es ese Reino de Dios

 


Jesucristo Rey, una proclamación, un reconocimiento, una vida que tiene que dar la señales de lo que es ese Reino de Dios

Daniel 7, 13-14; Sal. 92; Apocalipsis 1, 5-8; Juan 18, 33b-37

La buena noticia – el evangelio – que Jesús proclama desde el principio es el anuncio de la llegada del Reino de Dios; El mismo es esa buena noticia, El mismo es el evangelio. Así nos lo dice Marcos desde el primer versículo, es esa buena noticia del Reino de Dios, que en El se manifiesta, que en El se realiza, que El mismo viene a instituir. ¿No será bien significativo que el ladrón arrepentido junto a su cruz esa sea su petición que ni los mismos discípulos habían sido capaces de hacer, ‘acuérdate de mí en tu reino’?

Justo es, entonces, que cuando llegamos a culminar el año litúrgico, el ciclo litúrgico vengamos nosotros a proclamar que Jesucristo es el Rey del Universo, como hoy estamos celebrando. Una fe que tenemos que proclamar muy alto, una proclamación que tenemos que hacer no solo con palabras sino con la vida, una vida de fe que tendrá que dar las señales ante el mundo de lo que es y lo que significa ese Reino de Dios, teniendo muy en cuenta lo que Jesús nos ha dicho y repetido tantas veces de cual es su verdadero sentido.

Confieso que le tengo miedo a la palabra, por la confusión a la que se puede prestar cuando vemos la luchas de poder, de grandezas o de vanidad  que podemos observar en los que son los reyes o los dirigentes de nuestro mundo y de nuestra sociedad, démosle el nombre que le queramos dar en esa nomenclatura de los grandes y poderosos de nuestro mundo, y no quiero pensar solo en la imagen prestada a lo largo de la historia, sino en el hoy de nuestra vida y de nuestra sociedad. Con qué avidez se lucha por el poder, cuántas manipulaciones y cuantas mentiras se utilizan, todo son enfrentamientos y descalificaciones, cuántas cosas turbias se esconden tras las apariencias llenas de vanidad en los nuevos oropeles de los que se rodean.

Por algo nos dirá Jesús, cuando se encuentra a los discípulos discutiendo entre ellos en quien iba a ser el más importante, que no puede ser a la manera de los reyes o dirigentes de nuestro mundo, sino sabiéndose hacer el último y el servidor de todos, porque es ahí donde está la verdadera grandeza. Es la respuesta que hoy le vemos dar a Pilatos cuando le pregunta que si El es rey. Su reino no es como los reinos de este mundo, su reino no se apoya en la violencia de los ejércitos que defienden el poder y el dominio sobre los demás, su reino no se fundamenta en el poder entendido como dominio y aspiraciones de grandezas, su reino tiene la humildad y la fuerza de la verdad. ‘Para esto he nacido, para esto he venido a este mundo, para dar testimonio de la verdad’.

 Así se presenta Jesús ante Pilatos, pero es así cómo Jesús se ha presentado en su recorrido por los caminos y ciudades de Galilea y de toda Palestina. Así le vemos ahora en el momento de su suprema entrega cuando sobre la cruz aparezca el título que Pilatos incluso quiso mantener ‘Jesús Nazareno, Rey de los judíos’. Es nuestro Rey. Y es cierto que en nuestro amor y devoción le hemos querido vestir con ostentosos mantos y coronas en sus imágenes, pero no podemos olvidar que El se despojó del manto para arrodillarse delante de sus discípulos para lavarles los pies.

Creo que cuando hoy lo estamos celebrando como rey es algo que no podemos olvidar. Le celebramos y lo proclamamos como Rey porque nosotros queremos vivir en esos nuevos valores que nos enseñó con su palabra y con su propia vida. Pensemos cuál es el signo de ese Reino de Dios que tenemos que dar ante el mundo. Despojémonos también de nuestros mantos y ciñamos una toalla a nuestra cintura.

Bajemos al barro de la vida y sepamos ponernos de rodillas delante de los demás aunque para eso tengamos que embarrarnos; no tengamos miedo, ese barro que nos embarra por fuera será agua que no purifica por dentro, porque ahí está la sangre de Cristo derramada por nosotros para purificarnos, para perdonarnos, para hacer nacer en nosotros una vida nueva.

Reino que se manifiesta en la humildad y la verdad, decíamos antes; sólo cuando sepamos despojarnos de los mantos de nuestros orgullos y prestigios, de ser bien mirados o de recibir agasajos de los demás por lo que hacemos, cuando no temamos que hablen mal de nosotros porque con todos nos mezclamos – que a Jesús le criticaban porque comía con publicanos y pecadores -, cuando seamos capaces de poner la otra mejilla ante las ofensas o los insultos sabiendo dar nuestro brazo a torcer o agachar la cabeza… estaremos dando esos signos del Reino de Dios que harán creíble nuestro mensaje.

Muchos son los ropajes de vanidad de los que seguimos revistiéndonos y hemos olvidado que Jesús es Rey – ‘me llamáis el Maestro y el Señor y en verdad lo soy’, les dirá – porque se puso a lavarles los pies y nos dijo que eso era lo que teníamos que hacernos los unos a los otros. Son los signos y señales que tenemos que dar que Jesús es nuestro Rey como hoy celebramos, que no son solo unos cantos o unas bonitas celebraciones.

Lo que hemos visto estos días, a partir de la DANA de Valencia, en tanta gente que fue a embarrarse para ayudar, ¿no puede ser un signo de lo que nosotros por nuestra fe estamos obligados a hacer? No esperemos a ocasiones tan espectaculares, porque tenemos que aprender a hacerlo en el día a día en nuestro encuentro con los que nos rodean.