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sábado, 29 de marzo de 2025

Dejemos las vanidades a un lado que Dios conoce nuestro corazón y seamos humildes para envolvernos de misericordia

 


Dejemos las vanidades a un lado que Dios conoce nuestro corazón y seamos humildes para envolvernos de misericordia

Oseas, 6, 1-6; Sal. 50;  Lucas, 18, 9-14

No voy a pensar ni que sea frecuente o lo estemos viendo todos los días, pero sí nos encontramos alguna vez con alguna persona de la que alguien podía pensar que no tiene abuela. ¿Qué quiero decir con esto? Las abuelas son las que mejores alabanzas hacen de sus nietos, porque no hay un niño más hermoso que él, porque sabe mucho y es muy listo y ha tenido mucha suerte en la vida, porque es la persona mejor del mundo y todo el mundo habla bien de él... y así se prodigan las alabanzas porque no hay nadie como él; claro quien ya no tiene abuela que haga el cántico de sus alabanzas se las hace el mismo, y nos hará contando las maravillas que realiza en la vida, lo bueno y honrado que es, las cosas que hace por los demás, porque nadie se interesa por las cosas del pueblo, o del trabajo, y si yo no lo hago nadie lo hace, y así seguirá en una letanía interminable de sus milagros y de las grandes cosas que hace. Seguramente conoceremos más de uno que tiene siempre el 'yo' en la boca, porque no sabe decir nada que sea alabanzas para todas las cosas que hace.

Bueno, jesus hoy en el evangelio nos está describiendo un hombre así. Ya nos dice el evangelista que 'por algunos que confiaban en si mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás' jesus les propuso esta parábola de los dos hombres que subieron al templo a orar. Un fariseo y un publicano. ¿Qué buscaban en su oración, en su presentarse ante Dios en el templo santo? Uno solo pretendía justificarse a si mismo haciendo un listado de todas las cosas que hacía, pero el publicano que solo quería alcanzar la justificación de Dios porque se consideraba pecador. Nos detalla bien Jesús en la parábola la postura del uno y del otro.

Yo no tengo pecado, estamos tentados a decir tantas veces, y ya conocemos la clásica cantinela de yo no mato ni robo; si yo soy bueno, porque cuando puedo ayudo a los demás; si yo me porto bien porque hago mis limosnas, mando un ramo de flores para la Iglesia; a mi nadie me puede echar en cara nada porque trato de ser honrado y no voy haciendo escándalos por ahí.

Y nos ponemos medallas, y buscamos halagos y reconocimientos, y queremos que siempre recuerden aquello que un día hice para la Iglesia... pero no somos capaces de mirarnos por debajo de todas esas apariencias y vanidades qué es lo que realmente nos queda en el corazón, no nos damos cuenta cómo el orgullo nos envuelve y tendemos enseguida a subirnos en pedestales, y vamos tan engreídos por la vida que no nos damos cuenta de las distancias que estamos creando con los que nos rodean, porque con todos no podemos mezclarnos.

'Yo no soy como ese publicano', que pensaba y de lo que alardeaba aquel fariseo, allí en pie en medio de todos para que lo vieran cómo él sí que rezaba, él sí que ponía sus limosnas y que sonaran bien fuertes en el cepillo del templo.

Y el publicano, nos dice, no se atrevía a levantar los ojos del suelo y solo ante la inmensidad de Dios que él sí sentía que llenaba el templo, no sabía decir otra cosa que reconocerse pecador y pedir la misericordia y la compasión de Dios. No sonarían las monedas en el cepillo del templo para que todos vieran lo que él hacía, pero Dios si miraba su corazón humilde, como un día jesus se fijara en aquella pobre viuda que echo sus dos monedas en el cepillo del templo con generosidad aunque fuera lo que único que tenía para comer.

A aquella viuda de Sarepta de Sión que fue capaz de compartir con el profeta aquel cuartillo de aceite que le quedaba y aquel puñado de harina para hacer un panecillo para ella y su hijo que nada mas tenían no le faltaría luego nada porque el Señor nos gana siempre en generosidad. Aquel publicano que quiso pasar desapercibido al fondo del templo pero que con humildad se sentía pecador en la presencia de Dios si salió del templo justificado porque salió envuelto en el amor y la misericordia de Dios.

'Por algunos que confiaban en si mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás', nos decía el evangelista que Jesus había propuesto esta parábola. Nos toca sacar las conclusiones para nuestra vida. ¿Con que actitud vamos nosotros por la vida? ¿Seremos también de los que vamos avasallando a los demás porque nos creemos o nos sentimos superiores? Seamos sinceros y preguntémonos a nosotros mismos ¿cómo nos vemos en relación a la gente que nos rodea?

Porque puede ser que algunas costumbres o rutinas que tenemos en la vida y en el trato con los demás no tienen tanta delicadeza como aparentan, también nosotros llevamos debajo de apariencia de buenos o de gente normal algunos orgullos, algunas actitudes que crean abismos en lugar de puentes, algunas distancias que queremos mantener con algunas personas porque no nos parece bien que nos vean con ellas, algunas suspicacias que nos llevan a la desconfianza porque decimos que no en todo el mundo podemos confiar de la misma manera, y así podríamos seguir fijándonos en muchas de nuestras posturas y actitudes.

Y según estamos actuando así en nuestra relación con los demás será también la postura con la que nos presentemos ante Dios en nuestra oración. ¿No estaremos algunas veces actuando con Dios como a la compraventa? Yo te prometo... yo haré... yo iré a tal santuario... ¿a cambio de qué?

Muchas cosas tendríamos que revisar. Sigamos dejándonos conducir por la palabra de Dios que cada día vamos escuchando para que hagamos un auténtico camino que nos lleve hasta la Pascua.

 

viernes, 28 de marzo de 2025

No es solo cuestión de estar más o menos cerca, sino de vivir el Reino de Dios sintiendo de verdad el amor que Dios nos tiene y respondiendo con intensidad a ese amor

 


No es solo cuestión de estar más o menos cerca, sino de vivir el Reino de Dios sintiendo de verdad el amor que Dios nos tiene y respondiendo con intensidad a ese amor

 Oseas 14, 2-1; Salmo 80; Marcos 12, 28b-34

¿Estaremos cerca o estaremos lejos del Reino de Dios? Es lo que tenemos que ir revisando en este camino cuaresmal que estamos haciendo, este camino hacia la Pascua. Siempre nos sucede que de entrada cuando comenzamos a pensar en estas cosas, igual que cuando hacemos un examen de conciencia, si no nos detenemos un poco y tratamos de reflexionar con hondura todo nos parece que marcha bien. Pero no podemos andar con superficialidades, no podemos ser ramplones en la vida, donde todo nos parece fácil o todo nos da igual, tenemos que enfrentarnos con sinceridad a lo que verdaderamente es la realidad en nosotros mismos, pero también en la profundidad del mensaje que se nos trata de trasmitir.

Comenzaba haciéndome esa presenta de si estamos cerca o lejos del Reino de Dios, desde lo que escuchamos en el evangelio que Jesús le dice a aquel escriba. Ha venido planteándole cual es el primer y principal mandamiento y en el diálogo entre ambos ha salido la importancia del amor, del amor a Dios sobre todas las cosas y del amor también con toda intensidad hacia el prójimo; no podría haber uno sin el otro. Y parece que el escriba lo entiende por las afirmaciones que hace, por eso le dice Jesús que está cerca del Reino de Dios. Pero ¿estar cerca significará estar viviendo plenamente el Reino de Dios? Creo que Jesús está dejando la puerta abierta a un crecimiento, a una superación.

No vamos a negar que tengamos fe, no vamos a negar que queremos amar, pero tiene que ser una planta que crece y da frutos que han de madurar para dar verdadero sabor a nuestra vida. ¿Estaremos en verdad dando el sabor de la fe a lo que hacemos? ¿Estaremos dando el sabor del amor en todo lo que es nuestra vida?

La semilla la podemos tener en nuestro corazón pero no la estamos quizás cultivando lo suficiente; tenemos que cuidar nuestra fe, tenemos que cuidar la intensidad de nuestro amor. No tenemos fe solamente porque digamos que creemos en Dios porque algo tiene que haber; creemos en Dios que se nos revela, en un Dios que nos ama porque es amor, porque es Padre; muchas son las manifestaciones del amor de Dios en nuestra vida, y tenemos la gran revelación de ese amor en Jesús.

No es Dios algo abstracto y que no podemos entender, no es un Dios lejano situado allá en lo alto de los cielos; es el Dios que camina con nosotros, es el Dios presente en nuestra vida, es el Dios que podemos sentir en nuestro corazón, es el Dios a quien podemos amar en aquellos que nos rodean porque para nosotros tienen que ser signos y señales de esa presencia de Dios. Una fe así impregna toda nuestra vida, da sabor, como decíamos, hace que nuestra vida sea distinta.

Y la consecuencia de todo eso está en el amor. Como decíamos, ese amor que igualmente tiene que dar sabor a nuestra vida, porque con él estamos reflejando lo que es el amor de Dios. Es el amor con que amamos a Dios, porque así nos sentimos amados de Dios, pero será el amor con que amemos a cuantos nos rodean que para nosotros ya serán siempre hermanos. Y no es un amor cualquiera; a los demás los amamos no porque ellos nos amen a nosotros, sino porque en ese amor nosotros estamos reflejando el amor que tenemos a Dios. Y eso no es cualquier cosa, no es algo que vivamos a la ligera o cuando estemos de buenas, es lo que en verdad tiene que dar sentido y valor a nuestra vida.

Cuando lleguemos a entenderlo y a vivirlo no solo es que estemos cerca del Reino de Dios, sino que estamos viviendo el Reino de Dios, porque estamos sintiendo de verdad el amor que Dios nos tiene y estaremos respondiendo a ese amor con esas nuevas actitudes, con esa nueva manera de relacionarnos con los demás, con ese sentido nuevo que le estamos dando a nuestra vida y a nuestro mundo. Y ese es el Reino de Dios.

jueves, 27 de marzo de 2025

Liberémonos de las malicias que nos dañan, tendamos más puentes que nos acerquen, aprendamos a caminar juntos y colaborar para hacer entre todos nuestro mundo mejor

 


Liberémonos de las malicias que nos dañan, tendamos más puentes que nos acerquen, aprendamos a caminar juntos y colaborar para hacer entre todos nuestro mundo mejor

Jeremías 7,23-28; Salmo 94; Lucas 11,14-23

No sé por qué seremos así como nos manifestamos tantas veces, desconfiados, con suspicacias, siempre sospechando, viendo intenciones ocultas cuando no las hay; nuestros orgullos nos hacen desconfiados, nos molesta el bien que puedan hacer o que puedan tener los otros, estamos viendo canales ocultos donde no los hay, nos corroe la envidia y terminamos deseando mal.

Con lo bonito que es caminar en la vida sin malas intenciones, con el corazón en la mano, con ojos limpios y llenos de luminosidad para ver lo bueno, para resaltar el bien que puedan hacer los demás sin que por eso nosotros tengamos que sentirnos mal, sin tener malicia en nuestro corazón que tanto daño nos hace a nosotros mismos porque nos sentimos enfermos por dentro sin querer buscar una sanción, y tanto daño hacemos a los demás sembrando odios y resentimientos.

Es una cruda realidad en la que nos vemos envueltos y por la que nosotros resbalamos tantas veces cayendo en un abismo que no nos permitirá ser felices.

Jesús se encontró también con un mundo así al que quería liberar de su mal, pero que no todos quisieron aceptar esa sanción y esa liberación de Jesús. Hoy nos habla el evangelio cómo Jesús había curado a un hombre liberándolo de un espíritu inmundo, en la forma de hablar del evangelio y de aquellos tiempos. Curó a un endemoniado, como se solía decir.

Hay gente sencilla que se admira, se siente feliz con las obras que Jesús realiza, son capaces de ver la mano de Dios que les visita y les cura y les sana. Pero por allí siempre andan los desconfiados, los que tienen lleno de su corazón de maldad, los que no saben reconocer el bien aunque lo tengan delante de los ojos. Si tenemos los ojos turbios es normal que no veamos claridad, que todo lo veamos turbio. Es lo que le sucedía a algunos en torno a Jesús. En su maldad son capaces de decir que Jesús no actúa con el poder de Dios sino con el poder de Satanás. A tanto llegaba su malicia.

Qué difícil es convencer a personas que tienen esa malicia en el corazón. Lo estamos viendo a nuestro alrededor cada día en el mal entendimiento que reina en todos los sectores de la vida y de la sociedad; nunca los que consideramos adversarios de nuestras ideas podrán hacer algo bueno, porque siempre los contrarios vendrán a destruir; nunca se es capaz de continuar edificando sobre lo que otro haya construido, sino que todo lo destruiremos para comenzar de nuevo y no dejar rastro de lo bueno que hayan hecho los otros. Así nos vamos destruyendo en nuestra sociedad, así no lograremos nunca un avance a mejor porque sepamos aprovechar lo bueno que los otros hayan realizado como base de lo que seguiremos construyendo.

Jesús les decía a las gentes de su tiempo que un reino dividido no puede subsistir porque terminará haciéndose la guerra a si mismo y destruyéndose. Jesús quería hacerles comprender que el dedo de Dios estaba en aquello que estaba realizando; Jesús quería que tuviéramos ojos limpios, como decíamos antes, ojos llenos de luz para poder ver con claridad.

Hoy nosotros al escuchar este evangelio nos sentimos admirados como aquellas gentes de la obra de Dios y damos gracias, pero también recibimos la lección para nuestra mirada, para la limpieza de nuestro corazón, para las malicias de las que tenemos que liberarnos, para aprender a valorarnos más los unos a los otros respetando y exaltando lo bueno que realizan, para que logremos ese mundo del que desterremos la malicia, donde tendamos más puentes que nos acerquen, donde aprendamos a caminar juntos y colaborar entre todos para hacer nuestro mundo mejor.

miércoles, 26 de marzo de 2025

La verdadera sabiduría y auténtica plenitud que Jesús nos pide es ser capaces de hacer extraordinariamente bien y con amor las cosas pequeñas de cada día

 


La verdadera sabiduría y auténtica plenitud que Jesús nos pide es ser capaces de hacer extraordinariamente bien y con amor las cosas pequeñas de cada día

Deuteronomio 4, 1. 5-9; Salmo 147; Mateo 5, 17-19

La sabiduría que es hacernos caminar con sentido en la vida no se impone sino que se contagia desde lo que se vive. No es de sabio la imposición por muy bonitas y hermosas que sean las ideas, sino el saber trasmitirlas desde la vida, contagiarlas con convencimiento desde la forma en que lo vive el que quiere trasmitirlo. No son sabias las leyes que pretenden imposición, porque restan la libertad de las personas, sino las que se convierten en pautas que nos ayudan a caminar dándole un sentido y un valor nuevo a nuestros pasos ayudándonos a ser mejores y ser todos más felices.

Hoy se nos dice en el libro del Deuteronomio que donde hay un pueblo más sabio que tenga unas normas o cauces de conducta mejores que las que presente el pueblo de Dios. ‘Ciertamente es un pueblo sabio e inteligente esta gran nación’ nos dice. ‘Pero, ten cuidado y guárdate bien de olvidar las cosas que han visto tus ojos y que no se aparten de tu corazón mientras vivas; cuéntaselas a tus hijos y a tus nietos’.

Alguien pueda sentirse incómodo con tales palabras cuando pretendemos hacer juicio desde lo que hoy vivimos y no nos situamos en el momento y lugar concreto de la historia del pueblo de Israel en el momento en que recibió la llamada ley mosaica. No podemos nunca juzgar la historia desde la situación en la que hoy vivimos, sino que tenemos que comprender el modo de vivir que se tenía en aquel momento histórico. Algún comentario he escuchado o leído donde poco menos que se quiere echar abajo todo lo que era la ley de Moisés, olvidando la situación de desierto en que vivían, los pasos que iban dando en búsqueda de su libertad y de su identidad y las circunstancias también de los pueblos que les rodeaban y donde iban abriéndose paso.

Algunas veces nos sentimos con tantos aires revolucionarios que parece que pretendemos destruir todo lo anterior sin darnos cuenta de que en ese camino andado están los cimientos del camino que hoy estamos haciendo. Por eso, incluso dentro de esa radicalidad que significaba la presencia de Jesús y el anuncio del Reino nuevo de Dios, Jesús nos dice que no viene a anular sino que viene a dar plenitud. Y dar plenitud es encontrar sentido pero es darle también ese sabor nuevo que tiene el sentido del Reino de Dios que Jesús anuncia. No son simples reformas o parches lo que Jesús quiere ponernos, porque nos dirá que no nos valen los remiendos, sino el vestido nuevo del hombre nuevo del Reino de Dios; por eso también nos hablará de los odres nuevos para el vino nuevo, pero esos odres tienen que partir de nuestro corazón; será un corazón nuevo, un corazón impregnado y rebosante de amor el que nos va a poner nuevo cauce a nuestra vida.

Por eso nos habla Jesús hoy también de la importancia de esas pequeñas cosas que nos pueden parecer insignificantes que no podemos dejar de lado porque son las que van a ir dando color a cada momento de nuestra vida. Decimos, por ejemplo, que todo lo centramos en el amor, que tenemos que amar a Dios sobre todas las cosas y que tenemos que amar al prójimo como a nosotros mismos. Ahí nos centra Jesús toda la ley y los profetas, como nos dirá en alguna ocasión.

Pero no nos podemos quedar en palabras rimbombantes, tenemos que llegar a esos pequeños gestos y detalles de amor que vamos teniendo los unos con los otros en el momento concreto; no es decir solamente que ni matamos ni robamos, si no nos respetamos como personas, si no somos detallistas para hacer que el otro se sienta bien, si no tratamos bien las cosas del otro, si no cuidamos hacer agradable la vida de los que nos rodean, si no vamos con sinceridad y corazón abierto al encuentro con los demás, si no nos aceptamos en esas cosas pequeñas de cada día y somos capaces de comprendernos y perdonarnos.

La plenitud de la que Jesús nos habla no son las cosas extraordinarias que podamos hacer, sino lo extraordinariamente bien que hagamos esas cosas pequeñas de cada día. Eso sí que es verdadera sabiduría.

martes, 25 de marzo de 2025

Llenos de agradecimiento y alegría bendigamos a Dios que así quiso ser agraciada a toda la humanidad con su Encarnación para ser Emmanuel

 


Llenos de agradecimiento y alegría bendigamos a Dios que así quiso ser agraciada a toda la humanidad con su Encarnación para ser Emmanuel

 Isaías 7, 10-14; 8, 10b; Salmo 39; Hebreos 10, 4-10; Lucas 1, 26-38

Hay momentos que son decisivos en la vida, decisivos en nuestra vida personal o decisivos en el curso de la historia. A ojos profanos, a ojos ajenos a lo que puede ser la vida de esa persona, ajenos quizás incluso ante la historia porque les puede parecer que a ellos no les afecta pueden parecen insignificantes y hasta pasar desapercibidos. Pero eso no merma la importancia y trascendencia del momento. Ojalá no perdamos la sensibilidad. Tras esos momentos puede estar la construcción de la vida de esa persona, de ello pueden o van a depender muchas cosas o su vida misma, o en la trascendencia de la historia puede ser principio de un mundo nuevo.

Lo acontecido aquel día en Nazaret pasó totalmente desapercibido en aquel pueblo perdido en lo profundo de Galilea y que nunca había aparecido su hombre en la historia de Israel pero que le haría entrar en la historia para ser conocido por todos. El misterio de Dios revelado a aquella joven en aquellos momentos era desconocido por todos pero como el bien y el amor no se pueden ocultar pronto comenzaría a brillar en algunos corazones abiertos a la sintonía de Dios. Fue un momento de revelación, fue el momento en que Dios quiso hacerse más presente en la historia de los hombres y para ser Emmanuel, verdadero Dios entre nosotros, quiso encarnarse en el seno de una Virgen.

Un momento trascendental en la historia de la salvación, en la historia de amor de Dios para la humanidad. Fue el momento sublime en que Dios envía su ángel para contar con los hombres en su entrada en este mundo encarnándose y haciéndose hombre. Dios quiso contar con María que es querer contar con la humanidad; Dios se hizo presente en María de manera que sería para siempre la agraciada del Señor, la llena de gracia, porque quería hacer patente que la humanidad toda era la agraciada del Señor, a toda la humanidad quería inundar también de su gracia que es lo mismo que inundarla de su amor.

Es lo que hoy estamos celebrando, el misterio de la Encarnación de Dios. Dentro de nueve meses veremos nacer en Niño que sabemos que es el Hijo de Dios, el Hijo del Altísimo como ahora se le anuncia a la que va a ser la Madre de Dios. Dentro de nueve meses haremos fiesta que envolverá a todo el mundo con los sones de alegría de la Navidad, pero este momento trascendental de la Encarnación que hoy estamos celebrando está pasando demasiado desapercibido.

Es una lástima que la mayoría de los cristianos no sepan lo que hoy celebramos o tendríamos que celebrar, ese momento importante, trascendental en nuestra fe, en la historia de la salvación y en consecuencia en la historia de la humanidad, como lo es el momento de la Encarnación de Dios en el seno de María, en el corazón de la humanidad.

En María nos sentimos representados porque en el corazón de María está centrada toda la humanidad en la mirada de Dios cuando ha querido venir a encarnarse entre nosotros. Por eso de María tenemos que aprender para esa acogida del misterio de Dios que tenemos que realizar en nosotros; de María aprendamos a sintonizar con Dios como ella supo escuchar las palabras del ángel, que aunque se sentía turbada ante la grandeza del misterio que se le revelaba ella no se echó atrás, ella se dejó conducir por el Espíritu divino para manteniendo viva su humildad ser capaz de entregar todo su amor, disponible estaba su cuerpo para que Dios tomara su carne y disponible estaba su espíritu porque solamente se sentía la humilde esclava del Señor para que ella se cumpliera la palabra del ángel, para que en ella se realizar la voluntad del Señor.

De María aprendamos a decir con esa generosidad de su espíritu ‘hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo’, como rezamos en el padrenuestro. Lo decimos fácilmente como palabras repetidas de memoria, pero torpemente lo realizamos porque no siempre tenemos esa humildad y esa disponibilidad en nosotros. Es mucho lo que queremos decir con esas palabras pero tenemos que hacerlo de manera consciente para saber anteponer siempre lo que es la voluntad de Dios a lo que puedan ser nuestros deseos aunque nos parezcan buenos. ‘No se haga mi voluntad sino la tuya’, decía Jesús entre sudores de sangre en Getsemaní, porque sí era consciente lo que significaba la voluntad de Dios. Aprendamos nosotros a hacerlo con la sencillez de María, con la humildad de María, con la disponibilidad de María.

Celebremos con gran sentido este momento grandioso de este día. Llenos de agradecimiento y alegría bendigamos a Dios que así quiso ser agraciada a toda la humanidad, quiso hacer de nosotros también unos seres llenos de gracia, inundados del amor de Dios.

lunes, 24 de marzo de 2025

No perdamos esa fuerza interior que nos da la propia palabra de Dios, guiados y fortalecidos por el Espíritu que nos pone en camino y anima nuestra vida aunque haya vientos en contra

 


No perdamos esa fuerza interior que nos da la propia palabra de Dios, guiados y fortalecidos por el Espíritu que nos pone en camino y anima nuestra vida aunque haya vientos en contra

2 Reyes 5, 1-15ª; Salmo 41; Lucas 4, 24-30

Cuando tenemos los vientos en contra nos paralizamos. No nos gusta el viento en contra, no nos gustan las tormentas. Ahora cuando nos anuncian una alerta por alguna tormenta que se acerca enseguida nos ponemos a buen recaudo evitando los peligros. Pero siempre ha habido tiempos malos y nos hemos visto obligados a afrontarlos para seguir viviendo.

Pero es una imagen de lo que es la vida. Quisiéramos que todo sea placidez, tranquilidad, que las cosas marchen bien siempre, que no nos encontremos obstáculos en el camino. Pero no es fácil. Nos encontramos fácilmente vientos en contra, porque las cosas no nos salen como nosotros queremos, porque nos encontramos con gente que piensa distinto y algunas veces por eso nos hacen la guerra, porque habrá quienes nos malinterpreten en lo que decimos o en lo que hacemos, porque tenemos nuestras debilidades y tropiezos y nos cuesta superarnos, porque muchas veces nos guiamos demasiado por nuestro amor propio y nuestro orgullo, porque esperamos reconocimientos y honores que no siempre nos dan o nos quitan los méritos. Muchas todo se nos hace pendiente, o nos cuesta subir, o nos resbalamos y deslizamos sin parar en la bajada. ¿Seremos capaces de seguir adelante a pesar de todo?

El evangelio de Jesús siempre es luz en nuestro camino. Y el anuncio del evangelio no fue fácil, ni para Jesús entonces, ni a sus seguidores a lo largo de los siglos. El evangelio que por supuesto siempre es una buena noticia, una buena noticia de algo nuevo que Jesús nos ofrece que nos obliga a confrontar nuestra vida; nuestra vida con nuestras rutinas, con nuestras costumbres envejecidas, con tantos apegos que se nos van acumulando en el corazón de los que tenemos que desprendernos, con nuestras apetencias y con nuestros orgullos que muchas veces crean una cerrazón en nuestra vida. Esa confrontación cuesta, porque si creemos en esa buena noticia que nos trae Jesús muchas cosas tendrán que cambiar en nuestra vida, algo nuevo tenemos que vivir, de muchas cosas, como decíamos, tenemos que desprendernos, y eso produce desgarro y crea una incomodidad en nuestra manera de ser y de vivir.

Hoy en el evangelio vemos que aunque en principio se llenaron de orgullo cuando Jesús en la sinagoga salió a hacer la lectura de la Palabra, porque era uno de ellos, alguien que habían conocido de niño, que allí estaban aun sus parientes, como hasta ellos habían llegado noticias de los signos que Jesús iba realizando por aquellos pueblos de Galilea, ahora están esperando milagros y cosas extraordinarias porque para eso era su pueblo. Pero ese no es el estilo de Jesús, ese no es el sentido del evangelio, no nos podemos apropiar de esa buena noticia para hacer de ella algo que favorezca nuestros intereses o nuestros orgullos. Como nos sucede a nosotros tantas veces que nos volvemos manipuladores siempre en dirección a nuestros intereses u orgullos personales; y somos capaces de manipular hasta la religión y hacer nuestras interpretaciones interesadas.

Jesús les recuerda que los profetas no fueron simplemente satisfaciendo los intereses de la gente, sino que su palabra o los signos que realizaban tenían un sentido y un valor superior. Mucha gente hambrienta había en Israel pero el profeta Elías a quien atendió fue a aquella viuda de Sarepta de Sidón, que no era judía; muchos leprosos había en Israel y a quien curó el profeta Eliseo fue a Naamán el sirio.

Y las gentes de Nazaret entendieron las palabras de Jesús pero por eso se rebelaron contra El y hasta querían arrojarlo por un barranco. No fue aceptado por sus gentes. Las tinieblas no quisieron dar paso a la luz. Pero Jesús se fue a otra parte porque su misión tenía que seguirse realizando.

Todo esto tiene que tener lectura para nuestra vida; con esos vientos en contra, como decíamos al principio; todo esto tiene que ver con nuestra fe y la manera de expresarla y de vivirla; todo tiene que ver con nuestro compromiso cristiano de ser luz en medio de nuestro mundo, aunque las tinieblas rechacen la luz. Tenemos que seguir siendo luz, tenemos que seguir dando nuestro testimonio, haciendo nuestro anuncio, sembrando semillas que transformen nuestro mundo aunque haya pedruscos y haya zarzales, aunque no siempre el terreno esté bien preparado o los pájaros se coman las semillas caídas en el camino.

No perdamos esa fuerza interior que nos da la propia palabra de Dios; sintámonos guiados y fortalecidos por el Espíritu que nos pone en camino y anima nuestra vida.

domingo, 23 de marzo de 2025

Escuchemos en el silencio del corazón esas llamadas de Dios y en lo sencillo y en lo pequeño sepamos escuchar la voz de Dios que espera la respuesta de nuestra conversión

 


Escuchemos en el silencio del corazón esas llamadas de Dios y en lo sencillo y en lo pequeño sepamos escuchar la voz de Dios que espera la respuesta de nuestra conversión

Éxodo 3, 1-8a. 13-15; Salmo 102; 1 Corintios 10, 1-6. 10-12; Lucas 13, 1-9

Cuando nos ponemos a pensar un poco y contemplamos las cosas que van sucediendo en el momento presente en nuestro mundo de alguna manera se nos mete el miedo en el cuerpo, por decirlo de alguna manera, y nos llenamos de muchos interrogantes que nos pueden hacer plantear muchas cosas; guerras provocadas por la maldad de los hombres – no podemos decir otra cosa u otra razón – con el sufrimiento y muerte de tantas personas, catástrofes naturales que se suceden y que también producen tantos estragos y se llevan a tantas vidas humanas por delante, y de eso tenemos hecho muy concretos, muy recientes y muy presentes, como muchas cosas de índole personal que nos van sucediendo y nos llaman la atención en cosas que nos pasan, en enfermedades que aparecen en nosotros o en los nuestros, en las limitaciones que vayamos sufriendo quizá por el paso de los años.

¿Qué sucede? ¿Qué avisos pueden ser esas cosas para nuestra vida y para nuestro mundo? ¿De qué son señales esas cosas? Pero hemos de tener cuidado con los catastrofismos y radicalismos de planteamientos. ¿Dónde buscamos las culpas? ¿Serán acaso castigos divinos?, llegamos también a pensar. ¿Qué llamadas podemos ahí encontrar?

En el evangelio vemos que también van a contar a Jesús lo que ha sucedido recientemente en el templo, con la sangre de los galileos derramada en el lugar de los sacrificios desde aquellas represiones del poder dominante. Algo que realmente era muy indignante para los judíos por tratarse del lugar sagrado. Reacciones quizás de todo tipo se podían estar dando. ¿Estarían buscando quizás que quien parecía ser el Mesías se pusiera al frente de lo que pudiera suceder? también había acaecido otro suceso en la piscina de Siloé donde la caída de una pared había producido también algunos muertos.

Una forma de pensar y de reaccionar ante cosas así era el atribuir a un castigo del cielo porque aquellas personas eran pecadores. ¿No decimos nosotros también muchas veces que Dios castiga sin piedra ni palo?

Jesús les dice que no piensen que aquellos que murieron en tales acontecimientos eran más pecadores que los demás. No podemos pensar en castigos del cielo porque el actuar de Dios es de otra manera. Nos lo está manifestando en la misma presencia de Jesús que no teme estar en medio de los pecadores porque El es el médico que viene a sanar y a curar, no a castigar ni a llegar a la muerte como castigo. Qué distinto a nuestros criterios tan fáciles para juzgar y para condenar, pero fáciles para juzgar y condenar a los demás, porque a nosotros mismos no nos miramos.

Es lo que quiere Jesús, que nos miremos a nosotros mismos, no para hundirnos en nuestras culpas, sino para contemplar lo que es la misericordia de Dios. Y nos propone una pequeña parábola. El hombre que tenía una higuera y año tras año, y ya van tres, viene en su época a buscar higos, pero la higuera no da higos. Parece inútil e inservible en medio de su huerta y lo que no sirve se quita de en medio. Pero allí está el hortelano que le pide paciencia al dueño; él la va a trabajar con especial cuidado, cavará a su alrededor y la abonará en abundancia con la esperanza de que un día dé fruto.

Es la paciencia de Dios con nosotros, mejor tenemos que decir, el amor misericordioso de Dios que viene a buscarnos como hizo con el pueblo oprimido en Egipto y siempre está esperando nuestra respuesta. Continuamente nos está ofreciendo su gracia, pone a nuestro lado otro Moisés que nos haga llegar esa llamada de Dios y nos abra a nuevos caminos de liberación para nuestra vida, va dejando señales en nuestro camino para que en verdad nos convirtamos y hagamos nuestra vuelta al amor de Dios, nos regala continuamente su Palabra que nos llega no solo en aquellas celebraciones en las que participamos sino de mil medios y maneras se hace presente en nuestra vida, recibimos el testimonio de tantos a nuestro alrededor que son llamadas de Dios a nuestra vida. ¿Qué respuesta estamos dispuestos a dar?

El camino cuaresmal que ahora estamos haciendo es una gracia de Dios. Tiempo favorable, tiempo de salvación, tiempo propicio, hemos ido escuchando una y otra vez. No tenemos que irnos por tremendismos de interpretaciones forzadas de los acontecimientos de la vida – también puede ser un toque de atención – sino que en lo sencillo y en lo pequeño hemos de saber escuchar esa voz de Dios. Vayamos rumiando esa palabra que cada semana o cada día vamos escuchando y seamos capaces de abrir nuestro corazón a Dios. Escuchemos en el silencio de nuestro corazón esas llamadas de Dios.