Dejemos
las vanidades a un lado que Dios conoce nuestro corazón y seamos humildes para
envolvernos de misericordia
Oseas, 6, 1-6; Sal. 50; Lucas, 18, 9-14
No voy a pensar ni que sea frecuente o
lo estemos viendo todos los días, pero sí nos encontramos alguna vez con alguna
persona de la que alguien podía pensar que no tiene abuela. ¿Qué quiero decir
con esto? Las abuelas son las que mejores alabanzas hacen de sus nietos, porque
no hay un niño más hermoso que él, porque sabe mucho y es muy listo y ha tenido
mucha suerte en la vida, porque es la persona mejor del mundo y todo el mundo
habla bien de él... y así se prodigan las alabanzas porque no hay nadie como
él; claro quien ya no tiene abuela que haga el cántico de sus alabanzas se las
hace el mismo, y nos hará contando las maravillas que realiza en la vida, lo
bueno y honrado que es, las cosas que hace por los demás, porque nadie se
interesa por las cosas del pueblo, o del trabajo, y si yo no lo hago nadie lo
hace, y así seguirá en una letanía interminable de sus milagros y de las
grandes cosas que hace. Seguramente conoceremos más de uno que tiene siempre el
'yo' en la boca, porque no sabe decir nada que sea alabanzas para todas las
cosas que hace.
Bueno, jesus hoy en el evangelio nos
está describiendo un hombre así. Ya nos dice el evangelista que 'por algunos
que confiaban en si mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás'
jesus les propuso esta parábola de los dos hombres que subieron al templo a
orar. Un fariseo y un publicano. ¿Qué buscaban en su oración, en su presentarse
ante Dios en el templo santo? Uno solo pretendía justificarse a si mismo
haciendo un listado de todas las cosas que hacía, pero el publicano que solo
quería alcanzar la justificación de Dios porque se consideraba pecador. Nos
detalla bien Jesús en la parábola la postura del uno y del otro.
Yo no tengo pecado, estamos tentados a
decir tantas veces, y ya conocemos la clásica cantinela de yo no mato ni robo;
si yo soy bueno, porque cuando puedo ayudo a los demás; si yo me porto bien
porque hago mis limosnas, mando un ramo de flores para la Iglesia; a mi nadie
me puede echar en cara nada porque trato de ser honrado y no voy haciendo
escándalos por ahí.
Y nos ponemos medallas, y buscamos
halagos y reconocimientos, y queremos que siempre recuerden aquello que un día
hice para la Iglesia... pero no somos capaces de mirarnos por debajo de todas
esas apariencias y vanidades qué es lo que realmente nos queda en el corazón,
no nos damos cuenta cómo el orgullo nos envuelve y tendemos enseguida a
subirnos en pedestales, y vamos tan engreídos por la vida que no nos damos
cuenta de las distancias que estamos creando con los que nos rodean, porque con
todos no podemos mezclarnos.
'Yo no soy como ese publicano', que
pensaba y de lo que alardeaba aquel fariseo, allí en pie en medio de todos para
que lo vieran cómo él sí que rezaba, él sí que ponía sus limosnas y que sonaran
bien fuertes en el cepillo del templo.
Y el publicano, nos dice, no se atrevía
a levantar los ojos del suelo y solo ante la inmensidad de Dios que él sí
sentía que llenaba el templo, no sabía decir otra cosa que reconocerse pecador
y pedir la misericordia y la compasión de Dios. No sonarían las monedas en el
cepillo del templo para que todos vieran lo que él hacía, pero Dios si miraba
su corazón humilde, como un día jesus se fijara en aquella pobre viuda que echo
sus dos monedas en el cepillo del templo con generosidad aunque fuera lo que
único que tenía para comer.
A aquella viuda de Sarepta de Sión que
fue capaz de compartir con el profeta aquel cuartillo de aceite que le quedaba
y aquel puñado de harina para hacer un panecillo para ella y su hijo que nada
mas tenían no le faltaría luego nada porque el Señor nos gana siempre en
generosidad. Aquel publicano que quiso pasar desapercibido al fondo del templo
pero que con humildad se sentía pecador en la presencia de Dios si salió del
templo justificado porque salió envuelto en el amor y la misericordia de Dios.
'Por algunos que confiaban en si
mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás', nos decía el evangelista que Jesus había propuesto
esta parábola. Nos toca sacar las conclusiones para nuestra vida. ¿Con que
actitud vamos nosotros por la vida? ¿Seremos también de los que vamos
avasallando a los demás porque nos creemos o nos sentimos superiores? Seamos
sinceros y preguntémonos a nosotros mismos ¿cómo nos vemos en relación a la
gente que nos rodea?
Porque puede ser que algunas costumbres
o rutinas que tenemos en la vida y en el trato con los demás no tienen tanta
delicadeza como aparentan, también nosotros llevamos debajo de apariencia de
buenos o de gente normal algunos orgullos, algunas actitudes que crean abismos
en lugar de puentes, algunas distancias que queremos mantener con algunas
personas porque no nos parece bien que nos vean con ellas, algunas suspicacias
que nos llevan a la desconfianza porque decimos que no en todo el mundo podemos
confiar de la misma manera, y así podríamos seguir fijándonos en muchas de
nuestras posturas y actitudes.
Y según estamos actuando así en nuestra
relación con los demás será también la postura con la que nos presentemos ante
Dios en nuestra oración. ¿No estaremos algunas veces actuando con Dios como a
la compraventa? Yo te prometo... yo haré... yo iré a tal santuario... ¿a cambio
de qué?
Muchas cosas tendríamos que revisar.
Sigamos dejándonos conducir por la palabra de Dios que cada día vamos
escuchando para que hagamos un auténtico camino que nos lleve hasta la Pascua.