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sábado, 9 de noviembre de 2024

Nos admiramos y llenamos de gozo con la belleza de nuestros templos pero nos hemos olvidado los cristianos de cómo hemos de ser signo del Dios con nosotros en medio del mundo

 


Nos admiramos y llenamos de gozo con la belleza de nuestros templos pero nos hemos olvidado los cristianos de cómo hemos de ser signo del Dios con nosotros en medio del mundo

Ezequiel 47, 1-2. 8-9. 12; Salmo 45; 1Corintios 3, 9c-11. 16-17; Juan 2, 13-22

Por razones pastorales a lo largo de mis años he tenido la oportunidad de palpar en circunstancias distintas según cada comunidad y según los tiempos diversas maneras con que el pueblo cristiano manifiesta lo que significa para ellos tener un templo, tener una iglesia; desde quienes no tenían nada y luchaban y buscaban recursos de la forma que fuera para conseguir tenerla un día, la alegría que sintió aquel pueblo con la bendición de su Iglesia que tristemente con el paso de los años en el reciente volcán desapareció bajo el furor de la lava – fue la primera parroquia que tuve a mi cuidado -, o de quienes buscaban la manera de tenerla muy cuidada, muy adornada, gastando lo que fuera en tenerla dotada de todo, pero también muy hermosa con muchas flores en sus fiestas o celebraciones; muchas más cosas podía recordar pero no quiero extenderme en ello. La gente de nuestros pueblos ama a su Iglesia, y cuando decimos que aman a su Iglesia la referencia son sus templos, que de alguna manera se convierten como en un signo de identidad.

Me vienen a la memoria estos recuerdos por una parte por la celebración que hoy nos ofrece la liturgia y los textos de la Palabra de Dios que hoy se nos ofrecen. Litúrgicamente celebramos la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán en Roma, que es la Catedral del Papa, con el hondo significado que tiene para toda la Iglesia, pues se le considera la madre de todas las Iglesias. No nos podemos quedar en su suntuosidad que la tiene, sino en el significado que tiene como ser el templo de la Sede de Pedro, de la Sede o Cátedra del Papa; de ahí el nombre que se le da de Catedral. Ese templo viene a ser como punto de unión y de encuentro de todos los cristianos con el Pastor supremo de la Iglesia.

Pero eso nos tiene que llevar a algo más. Ni nos quedamos en la suntuosidad de ese templo, como nos podemos quedar en el cuidado de nuestros templos simplemente quedándonos en su belleza externa. Tenemos que ir a algo más hondo. El Evangelio y la Palabra de Dios que hoy se nos proclama vienen a ayudarnos. Nos habla el evangelio del templo de Jerusalén que Jesús quiere purificar, porque en lugar de parecer una casa de oración, de encuentro con Dios, poco menos que se había convertido en un mercado.

El gesto de purificación que Jesús realiza, expulsando a los vendedores va a tener sonadas consecuencias que tiene también sus resonancias en nuestra vida. Cuando vienen a pedirle con que autoridad se ha atrevido a realizar esa purificación al expulsar a los vendedores, les quiere hablar de otro templo que sí que hay que cuidar. Habla de si mismo, que aunque quieran destruir su templo con la muerte, en tres días lo reedificará, y está haciendo una referencia a su pascua, a su muerte y resurrección, que los discípulos solo entenderán después de la resurrección de Jesús de entre los muertos.

Pero está haciéndonos pensar a nosotros hoy, ¿quiénes son ese verdadero templo de Dios? De ello nos ha hablado el apóstol cuando nos recuerda que nosotros somos ese templo de Dios. ‘¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?’ nos dice el apóstol.

Bien lo recordamos como hemos sido ungidos en nuestro bautismo, consagrados con el Cristo Santo para ser una cosa con Cristo, sacerdotes, profetas y reyes, pero para convertirnos en ese templo del Espíritu, morada de Dios en medio de los hombres. Si nosotros confesamos que Jesús es el Emmanuel, Dios con nosotros, cuando por nuestra consagración bautismal hemos sido convertidos en ese templo del Espíritu, en esa morada de Dios, podemos decir que tenemos que ser signos de ese Emmanuel, ese Dios con nosotros, por la santidad de nuestra vida, por nuestra identificación, configuración con Cristo, en medio del mundo que nos rodea.

Creo que son cosas que nos tienen que hacer pensar. Nos admiramos y llenamos de gozo con la belleza de nuestros templos, queremos lo mejor para nuestra Iglesia y nos gastamos lo que sea necesario para mantenerlas dignas y bellas de manera que incluso puedan ser admiración para quienes las visitan, porque además queremos que sean en verdad ese signo religioso, ese signo de la presencia de Dios en medio de nuestros pueblos.

Y aquí viene la pregunta que tenemos que hacernos. ¿Nos habremos olvidado los cristianos de cómo por la santidad de nuestras vida tenemos que ser ese Emmanuel, ese signo de Dios con nosotros en medio del mundo? ¿Hacemos lo mismo por cuidar nuestra santidad personal que lo que hacemos por mantener bellas nuestras iglesias?  Puede ser un interrogante muy serio e importante que nos hagamos a nosotros mismos.

 

viernes, 8 de noviembre de 2024

Siempre podemos tener un momento de lucidez, de sensatez para enderezar nuestros pasos, para corregir errores, para enmendar los yerros que hayamos podido cometer

 


Siempre podemos tener un momento de lucidez, de sensatez para enderezar nuestros pasos, para corregir errores, para enmendar los yerros que hayamos podido cometer

Filipenses 3, 17 – 4,1; Salmo 121; Lucas 16, 1-8

La vida y el mundo se nos están convirtiendo en una loca carrera en la que al final terminamos arrastrándonos los unos a los otros y cayendo en el mismo abismo. Todos hemos contemplado en alguna competición como en un determinado momento en que todos corren por el triunfo y apelotonados el tropiezo de uno hace caer a los demás formándose un revolcón indescriptible, donde muchos van a salir mal heridos.

¿Cómo mantener el equilibrio para no caer en ese tropiezo colectivo? Será necesario saber mantener las distancias, saber cada uno su lugar y lo que tiene que hacer, estar en el mejor momento de atención para no dejarnos arrastrar y caer todos en lo mismo. Algunas veces nos puede parecer poco menos que imposible salir de situaciones así, pero algunos lo logran y pueden alcanzar un justo triunfo. Habrá que saber enderezar bien nuestros pasos para no dejarnos envolver.

No es solo de una carrera deportiva de la que estamos hablando sino del camino que tiene que ser nuestra vida. Muchas veces parece que buscamos el camino que nos parece más fácil, pero que no siempre es el más correcto. Muchas veces podemos incluso tropezar y cometer errores en nuestro camino, con el daño que nos hacemos a nosotros mismos, pero con el daño que podemos hacer también a los demás. ¿Tendremos un momento de lucidez, de sensatez para enderezar nuestros pasos, para corregir errores, para enmendar los yerros que hayamos podido cometer?

En el evangelio hoy Jesús nos pone una parábola que muchas veces nos ha costado entender. Habla de un administrador injusto al que se le está pidiendo cuentas de su administración. No ha sido buena la administración que ha hecho. Los administradores muchas veces aumentaban injustamente los intereses o hacían malversación con las cuentas que tenían que llevar, buscando sus ganancias; el dinero negro que muchas veces decimos. Ahora se encuentra en una situación difícil porque se va ver desposeído de todo lo que mal había ganado y se iba a quedar en la calle. Con astucia hace sus arreglos con aquellos que le debían dinero a su amo, quizás podemos pensar quitando aquellos intereses abusivos. Los que se veían beneficiados, podrían tener compasión de él.

Es lo que se alaba al final de la parábola, no que hubiera actuado injustamente con sus robos, sino la astucia para encontrar una salida, que podía parecer pérdida, pero que en el fondo le haría sentirse liberado de lo mal que había hecho. ¿Tendremos la astucia para encontrar salidas a las situaciones en las que nos hemos metido en la vida?

Siempre hay tiempo para enderezar el camino, siempre hay tiempo para encontrar ese momento de lucidez de reconocer los errores que hemos cometido, siempre hay tiempo para una buena palabra que pida una disculpa, reconozca su error y sea capaz de pedir perdón. No siempre lo tenemos todo perdido.

Ya sé que en este mundo nuestro no siempre nos vamos a encontrar con esas personas comprensivas y compasivas que nos ofrezcan caminos de misericordia y de perdón. Siempre hay almas buenas y ya sería un gozo el encontrarlas. Pero sabemos quien es de verdad compasivo y misericordioso con nuestros fallos y pecados. Contamos siempre con la misericordia del Señor, pero el Señor también pondrá a nuestro lado personas que nos comprendan, que nos animen, que nos tiendan la mano aunque no lo merezcamos, seamos capaces de ver en esas personas una señal del amor que Dios nos tiene.

Y seamos nosotros capaces también de ofrecer esa misma comprensión a los demás. ¿Quiénes somos para juzgar cuando nosotros estamos tan llenos de miserias y de pecado? En esa loca carrera de la vida Dios siempre pondrá señales a nuestro paso para que siempre podamos reencontrar el camino recto.

jueves, 7 de noviembre de 2024

Con la fuerza del Espíritu del Señor el hombre puede siempre transformar su corazón, siempre tiene que resplandecer la misericordia y el amor

 


Con la fuerza del Espíritu del Señor el hombre puede siempre transformar su corazón, siempre tiene que resplandecer la misericordia y el amor

Filipenses 3, 3-8ª; Salmo 104; Lucas 15, 1-10

Siempre hemos oído decir, y además dicho con mucha seriedad y muchos razonamientos, que una manzana podrida en el cesto dañará a todas las manzanas, y lo mejor que podemos hacer es quitarla. Esta bien ese razonamiento, pero lo que ya no me parece tan claro, sobre todo después de escuchar el evangelio de hoy, es que eso lo apliquemos con la misma rigidez a las personas. Son los consejos que tantas veces hemos escuchado y dado nosotros también queriendo precaver la inocencia o el corazón limpio de los demás.

Y digo que no me parece tan claro después de escuchar el evangelio de hoy. También los fariseos consideraban como manzana podrida a los publicanos, que en fin de cuentas era una profesión, y a todos los que asimilaban a ellos como pecadores. Precisamente vemos las reservas, los comentarios que se tienen entre ellos porque Jesús como con publicanos y pecadores; quien se mezcla con esa clase de gente es que son como ellos, estarían pensando. Y ofrecen ese comentario en el descrédito que quieren sembrar sobre Jesús, su enseñanza y su vida.

Pero ¿qué nos está enseñando Jesús? Las personas no somos simplemente una manzana que cuando se pudre ya no hay nada que hacer con ella. Las personas tienen la posibilidad del cambio y de la conversión. Es precisamente lo que Jesús anuncia y pide para todos desde el comienzo de su predicación. Si en las personas no hubiera esa posibilidad del cambio, inútil sería la predicación de Jesús que está invitando siempre a la conversión y nos está manifestando continuamente lo que es la misericordia del Padre. Esto ya tendría que hacernos pensar y ver si de alguna manera nosotros no seguimos manteniendo la misma actitud que tenían los fariseos.

Por eso Jesús acoge a los pecadores y come con ellos. Porque como nos dirá en otro momento El es el médico que ha venido para sanar a los que están enfermos, y los signos y milagros que realiza cuando cura a los paralíticos o a los leprosos, devuelve la vista a los ciegos o hace hablar a los mudos es el signo de esa sanción más profunda que Jesús quiere para el hombre, quiere para nosotros.

Por eso hoy nos habla de la oveja perdida que va a buscar por montes y barrancos hasta que la encuentra. O nos habla de la mujer que barre y revuelve toda la casa hasta que encuentre la moneda que se le había perdido. Son imágenes que nos están hablando de esa misericordia de Dios, que nos busca porque nos ama, que quiere el bien para nosotros y que seamos sanados en el amor.

No cuesta reconocer que somos esa oveja perdida, porque siempre nos consideramos buenos, nos cuesta reconocer que hay extravíos en nuestra vida, porque todos nos equivocamos, cometemos errores, nos llenamos de confusión y no sabemos siempre discernir lo que es lo bueno que tenemos que hacer, porque también hay malicia y maldad en el corazón para dejarnos llevar por ambiciones o fantasías, por vanidades o por resentimientos, porque somos débiles y perdemos la intensidad que tendría que tener nuestro amor y caemos en el egoísmo y en la insolidaridad.

Grande puede ser nuestro pecado, porque no somos santos, pero más grande siempre será la misericordia y la compasión infinita de Dios. Acaso tendríamos que reconocer esa ceguera que tantas veces se nos mete en la vida que nos hace creernos superiores y que no aceptamos la posibilidad de cambio también de los que a nuestro lado, igual que nosotros, también cometen errores. Con la fuerza del Espíritu del Señor el hombre puede siempre transformar su corazón. No somos nadie para apartar a un lado a nadie porque lo consideremos un pecador. Siempre tiene que resplandecer la misericordia y el amor.

miércoles, 6 de noviembre de 2024

Palabras del evangelio que nos comprometen, que no son el entusiasmo de un día, palabras de vida que nos hacen encontrar el camino de la salvación

 


Palabras del evangelio que nos comprometen, que no son el entusiasmo de un día, palabras de vida que nos hacen encontrar el camino de la salvación

Filipenses 2, 12-18; Salmo 26; Lucas 14, 25-33

Habremos escuchado o lo hemos utilizado nosotros mismos un día que viene a manifestar la superficialidad y novelería con que muchas veces nos tomamos las cosas, y las cosas serias. ‘¿A dónde vas Vicente? A dónde va la gente’. Somos noveleros, allí donde se aglomera la gente enseguida nos apuntamos; decimos que para saber si ocurrió algo malo donde podamos poner algún remedio, sino que en el fondo buscamos el chascarrillo, lo que luego vamos a comentar, la curiosidad de la novedad sin fijarnos quizá en el valor que la cosa pueda tener en sí misma y allá vamos corriendo de un lado para otro, con los correspondientes comentarios, con las noticias que queremos llevar a todos, no tanto por el valor que tenga en sí mismo lo que haya sucedido sino desde esa novelería en que siempre vamos buscando algo nuevo.

Y sucede en muchos aspectos de la vida, y nos sucede en las expresiones religiosas que podamos tener de nuestra fe. Allí donde fue el último milagro estamos enseguida para apuntarnos; allí en esos lugares mágicos y a los que hemos dado fama de milagrosos enseguida nos apuntamos para ir, y organizamos peregrinaciones y marchas, y nos encontraremos aglomeración de gentes llegadas de todas partes, que muchas veces lo que andan buscando es el recurso fácil para solucionar los problemas de cada día.

Hoy nos dice el evangelio que ‘mucha gente acompañaba a Jesús’ en su caminar de aldea en aldea cuando iba anunciando el evangelio del nuevo Reino de Dios. Pero Jesús se detiene y se vuelve hacia ellos para hacerlos pensar. ¿Qué buscan o por qué van detrás de El? Y les dice que las cosas hay que pensárselas bien. No es solo aquello que a donde va Vicente va toda la gente, sino que tenemos que ir a algo mucho más hondo, porque el Reino de Dios que El está anunciando tiene que ser algo muy comprometedor en sus vidas.

Y les pone unas comparaciones o ejemplos. Y habla del que quiere realizar una construcción, una torre dice, un granero, un depósito para almacén sus cosechas quizás, una casa donde vivir, sea lo que sea, hay que pensárselo antes a ver si en verdad hay posibilidades de poder alcanzar eso que son sus deseos, su torre, su almacén o lo que sea. Hay que pensar si lo puede realizar y cuenta con medios, para que no se quede a medias y sea el hazmerreír de las gentes.

O les habla del rey que va a emprender una guerra, una batalla. Tiene que pensar antes si tiene medios y fuerza para emprender esa batalla y ganarla; si no va a poder conseguirlo, mejor es antes ir a buscar condiciones de paz, a razonar las cosas.

Muchos están siguiendo a Jesús, ¿de verdad tienen claro lo que significará ese seguimiento de Jesús? Y les habla de entrega como les habla de amor hasta la muerte, les habla de que hay que saber escoger y seleccionar bien lo que se está buscando haciendo una verdadera escala de valores para encontrar y para buscar lo que es lo principal. Y eso significará sacrificios, eso puede significar también renuncias, eso significará tener que dejar quizás el camino que están haciendo porque seguir a Jesús es encontrar otro camino.

Y esas elecciones son fáciles, porque siempre tenemos la tentación de ir a buscar lo que es más fácil y más cómodo. Por eso de alguna manera el seguir a Jesús es seguir un camino de cruz. Jesús tuvo que tomarlo porque quería lo mejor para nosotros, y cargó la cruz y subió hasta el calvario en un camino de fidelidad total al Padre del cielo. ¿Seremos capaces nosotros de seguir un camino de fidelidad así?

No es buscar la cruz por la cruz, es buscar un camino de entrega y de amor, y siempre los caminos de entrega y de amor no son fáciles. Aunque el amor sea lo más sublime del mundo, el que ama sufre también porque siempre estará buscando lo mejor. Y tendrá que arrancarse de cosas que incluso le parecían buenas pero que ahora ha encontrado algo mejor, y se pueden encontrar con desgarros del corazón. Seguir a Jesús no es el mero entusiasmo de un rato o de un día porque quizás contemplamos la realización de un milagro, es algo que tiene que comprometer toda nuestra vida. El milagro tiene que producirse en nosotros cuando nos comprometemos totalmente por el camino de Jesús.

Ahí están las palabras del evangelio, que tenemos que saber escuchar en lo hondo del corazón, aunque parezca a veces que nos hieran, pero son palabras de vida; en ellas encontramos el verdadero camino de salvación.


martes, 5 de noviembre de 2024

Bienaventurado el que coma en el Reino de Dios… el banquete está preparado… Jesús nos invita esperando nuestra respuesta

 



Bienaventurado el que coma en el Reino de Dios… el banquete está preparado… Jesús nos invita esperando nuestra respuesta

Filipenses 2, 5-11; Salmo 21; Lucas 14, 15-24;

Había una persona que había tenido noticia que un pariente iba a celebrar la boda de su hija, hasta ahora no lo habían invitado aunque él tenía unos grandes deseos de ir a esa boda, a ese banquete; finalmente le llegó la invitación, se preparó como pudo para no quedar mal ante sus parientes y se dispuso a ir a la boda y correspondiente banquete; una gran fiesta y una comida preparado, como se suele decir, por todo lo alto, pero cuando fueron sirviendo las distintas viandas preparadas para el caso nuestro amigo se llevó un chasco; la comida era muy refinada, pero él no estaba acostumbrado a ese estilo y prácticamente casi no comió nada; al final salió protestando porque según él lo que habían servido no valía para nada y él prácticamente se había quedado con las ganas. Eran otros sus gustos y apetencias, aquello fue como un fracaso para las ilusiones que había tenido.

Es un hecho real lo que cuento, de alguien que yo he conocido que me ha venido a la memoria al escuchar hoy el evangelio. Jesús estaba invitado en casa de unos fariseos, y alguien se expresó públicamente qué bueno sería sentarse a la mesa del Reino de Dios. ¿Una referencia a lo que Jesús anunciaba de la inminencia del Reino de Dios? ¿Hasta donde llevarían en verdad esos deseos que ahora manifestaba?

Jesús les viene a decir que muchas pueden las manifestaciones y deseos que se tengan del Reino de Dios, como un banquete al que estamos invitados, pero que nos puede suceder que cuando llegue ese momento nosotros no estemos por la labor de participar en ese banquete. Y para eso les propone una parábola que todos bien conocemos.

El Rey que prepara el banquete de bodas de su hijo para el que tiene muchos invitados y a la hora del banquete manda llamar a los invitados. ‘El banquete está preparado’. Pero otros eran los intereses de aquellos invitados porque todos comenzaron a dar sus disculpas para no asistir. No quería probar bocado de aquel banquete. Tenían otras apetencias u otros gustos. Serían ahora otros los invitados.

¿Qué nos está queriendo decir Jesús? ¿Cuáles son realmente nuestros intereses concretos en relación a lo que Jesús nos ofrece? Muchas veces hasta nos manifestamos muy religiosos; no faltamos a una fiesta como no faltamos a un entierro, nos hemos preocupado muy mucho de bautizar a nuestros hijos, y que no pase mucho tiempo después del nacimiento y lo hemos celebrado también por todo lo alto, nos preocupamos de que nuestros niños hagan la primera comunión y ya haremos todos los esfuerzos para celebrarlo a lo grande, pero ¿llegaremos a pasar de ahí a algo más en nuestra vida para decir que somos cristianos? Bueno, no hay nadie que lo sea más que yo, nos atrevemos a decir, pero veamos realmente por donde anda nuestra vida.

¿Cuáles son en verdad los valores que nosotros tenemos o los valores con los que tratamos de educar a nuestros hijos? ¿Dónde está o hasta donde llega nuestra participación en la vida de la comunidad cristiana? ¿Solo porque venimos a la fiesta y a la procesión o un día vamos a un santuario de nuestra devoción y por eso nos creemos más cristianos que nadie? ¿Llegaremos a tener entre nosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús, como nos decía el apóstol Pablo?

Como aquellos invitados a la boda que prefirieron otras cosas, que se marcharon a sus cosas, o que no les gustaba lo que allí se les ofrece, como le sucedía al amigo del que hablaba al principio que no le gustaba las viandas del banquete. No terminamos de saborear de verdad lo que es el Reino de Dios del que nos habla Jesús, no terminamos de saborear el evangelio, la Palabra de Dios y nos buscamos otras cosas con las que pretendemos llenar nuestra vida.

Bienaventurado el que coma en el Reino de Dios… el banquete está preparado… Jesús nos está invitando, ¿Cuál es nuestra respuesta?

lunes, 4 de noviembre de 2024

Vamos demasiado indiferentes o interesados caminando por la vida y tenemos que romper ya de una vez por todas esas barreras que nos estamos interponiendo los unos con los otros

 


Vamos demasiado indiferentes o interesados caminando por la vida y tenemos que romper ya de una vez por todas esas barreras que nos estamos interponiendo los unos con los otros

Filipenses 2,1-4; Salmo 130; Lucas 14,12-14

Un día le hicimos un favor a alguien, le prestamos un servicio, y el otro muy agradecido vino con muchas muestras de gratitud porque lo sacamos de un apuro, le ayudamos a resolver un problema, lo que sea, pero nosotros quizás le dijimos que no tenía importancia, que no merecía tales muestras de gratitud, porque en fin de cuentas ‘hoy por ti, mañana por mí’, y nos quedamos todos tan tranquilos.

Están bien esas muestras de correspondencia entre unos y otros que así nos manifestamos, y eso está como muy metido en la entraña de la gente, hoy te ayudo, mañana me ayudas; que hay que hacer una obra extraordinaria donde se necesitan muchos voluntarios, allá estamos porque los vecinos estamos para ayudarnos los unos a los otros, y quien a nadie ayuda, solo se verá porque nadie entonces le ayudará.

Pero ¿nos podemos quedar tan satisfechos con esa manera interesada de actuar, de ayudarnos? Como aquellos que dicen que son buenos amigos de sus amigos, pero ¿y de los demás? ¿No habrá como un vacío que rellenar de alguna manera debajo de todo eso?

Así vamos caminando por la vida, pero Jesús quiere ayudarnos a que cambiemos la visión, la perspectiva. Comemos con un amigo, con un extraño nos sentimos incómodos. Normalmente nos reunimos los que somos amigos, y está bien, pero ¿solo voy a entrar en comunicación con aquellos que tengo siempre a mi lado porque son mis amigos y ya se como sienten y como piensan? ¿No estaremos cerrando demasiado el círculo?

El amor generoso de verdad tiene que ser gratuito, es algo que regalamos, es algo de lo que nos desprendemos, porque es salirnos de nosotros mismos para ir al encuentro del otro, sea quien sea. Nos cuesta entenderlo, nos cuesta hacerlo en la práctica de nuestra vida, porque algunas veces aunque lo veamos claro, sin embargo no tenemos la decisión de comenzar a hacerlo. Pero en algo tiene que diferenciarse el amor cristiano.

Es lo que está planteando Jesús. Y además, podíamos decir, con cierta osadía. En este caso no es la gente que habitualmente viene a escucharle, ni son los discípulos que ahora ya le siguen por todas partes. Está en la boca del lobo, casi nos atreveríamos a decir. Lo han invitado unos fariseos a comer. Por supuesto, eran todos del mismo grupo. Ya al comienzo de la comida – tendríamos que haber leído este texto en días pasados pero con las celebraciones habidas se nos ha quedado en el tintero – Jesús había estado observando poco menos que los codazos que se daban unos a otros por intentar ocupar los puestos más principales, más honoríficos de la mesa; ya les había dicho, entonces, que cuando fueran invitados a comer ocuparan los últimos puestos, que ya el anfitrión se encargaría de subirte a mejores lugares si así lo consideraba.

Pero ahora Jesús da un paso más. Como solemos decir los canarios, no tenía papas en la boca, o sea que no se callaba lo que El consideraba que tenía que decir. Viendo el tipo de gente que estaba invitada a aquella mesa es cuando lanza el reto. ‘Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos’.

Y ahora no nos dice nada más el evangelio en este texto que hoy se nos propone. ¿Cómo se quedaría aquel fariseo que había invitado a Jesús, o aquellos fariseos que le acompañaban a la mesa? ¿Cuál sería nuestra reacción si nos encontráramos en las mismas circunstancias? ¿Lo habremos pensado quizás en algunas de esas comidas que hacemos en fiestas, en cumpleaños? ¿Seríamos capaces de planteárnoslo a ver cómo lo resolvemos en las ya cercanas cenas de navidad?

Pero no tenemos que buscar ocasiones extraordinarias. Pensemos en ello cuando buenamente estamos sentados a nuestra mesa en nuestra comida normal de todos los días. ¿A quien seriamos capaces de invitar a nuestra mesa? 

Pero no es ya el invitar a comer en la misma mesa, sino es la actitud nueva que tiene que haber en nuestra vida con aquellos con los que cada día nos vamos encontrando en el camino, nos sentamos a su lado en el transporte publico, o están sentados en el mismo banco en la plaza, ahora que nos vamos encontrado con tanta gente que nos parece extraña, o esos emigrantes que nos llegan a nuestras tierras, y a los que no dirigimos quizás ni el más mínimo saludo.

¿No tendrían que ser otras las actitudes? Vamos demasiado indiferentes caminando por la vida y tenemos que romper ya de una vez por todas esas barreras que nos estamos interponiendo los unos con los otros. Y lo reflexiono y lo digo en alta voz para ver si yo también soy ya de una vez por todas de cambiar mis cobardías e indiferencias.

domingo, 3 de noviembre de 2024

Hemos de tener en cuenta la advertencia que hoy desde el amor de Dios se nos hace, ‘¡Escucha!’, no lo olvides, tenlo siempre presente en tu vida, recomendación de quien nos ama

 


Hemos de tener en cuenta la advertencia que hoy desde el amor de Dios se nos hace, ‘¡Escucha!’, no lo olvides, tenlo siempre presente en tu vida, recomendación de quien nos ama

Deuteronomio 6, 2-6; Sal. 17; Hebreos 7, 23-28; Marcos 12, 28b-34

Alguna vez cuando alguien ha querido recalcarnos algo, para que lo tengamos en cuenta, para que no lo olvidemos, nos repite una y otra vez, ‘escucha lo que te estoy diciendo, escucha bien…’ y nos dice lo que tiene que decirnos. Es la recomendación de un padre o de una madre con su hijo cuando se pone serio ante algo que no está haciendo bien, es la explicación del profesor cuando nos pone una norma de disciplina para la clase, son las palabras serias del amigo que nos está recordando algo que parece que hemos olvidado para mantener viva nuestra amistad. ‘Tenlo bien presente, que no te lo repito’, nos dicen algo así.

Es lo que nos está diciendo y recalcando la Palabra de Dios que hoy se nos proclama. Pero nos está diciendo o preguntando si es que estamos buscando una sabiduría para la vida, algo en lo que encontremos sentido para nuestras cosas y para lo que vivimos, si en verdad queremos hacer un camino recto y un camino de fidelidad. Y nos dice y nos repite ‘escucha, Israel… escucha, Israel’ por dos veces nos lo repite en el libro del Deuteronomio.

Eran como las recomendaciones finales que Moisés les hacía al pueblo cuando ya estaban casi terminando el camino de desierto y estaban a las puertas de la tierra prometida. Y les recuerda que lo tengan bien presente, porque cuando lleguen a una vida más fácil donde puedan recoger cosechas, donde puedan obtener el fruto de una tierra que trabajen y vengan días de prosperidad, será algo que fácilmente pueden olvidar. Mientras iban por el desierto con sus sacrificios y dificultades parece que les era más fácil acudir a Dios para que les ayudara salir un día de aquel duro desierto, pero cuando se valieran por si mismos en la prosperidad podía olvidarlo todo. Por eso les dice que tienen que tener estas palabras bien grabadas en el corazón.

Y ahora les recuerda que el Señor su Dios es solamente uno, al que adorarán y al que amarán sobre todas las cosas. ‘Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón’. Es el mandamiento del Señor que nunca podrán olvidar y del cual se deducirán todos los comportamientos que han de tener los unos con los otros.

Y para cumplir este mandato de guardar estas palabras en su corazón se inventarán las filacterias, aquellas franjas de tela en las que trascribían estas palabras para atarlas al puño o en la cabeza para decir que las tenían siempre presentes, aunque luego no se destacaran por ese amor a Dios sobre todas las cosas. ¿Serán las medallitas o cruces que nos colgamos como adorno al pecho o donde sea sin que nuestra vida en verdad esté adornada de unos valores cristianos?

El evangelio nos relata el que un maestro de la ley viene a preguntarle a Jesús por el mandamiento que tenia que ser fundamental y principal en la vida. Era en cierto modo normal en sus escuelas rabínicas que tuvieran sus discusiones teológicas que les ayudaran a profundizar en lo que verdaderamente era la ley del Señor, después sobre todo de la cantidad de normas y preceptos que se habían multiplicado en sus interpretaciones de la ley mosaica. Como en nuestras escuelas de teología, en nuestros círculos de estudio, en nuestras lecturas y reflexiones en tantas y tantas reuniones que nos hacemos también nosotros. Creo que no tendríamos que ver maldad en la pregunta de este escriba sino un deseo, ¿por qué no sincero?, de querer profundizar en lo que era la ley del Señor. ‘Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Qué mandamiento es el primero de todos?

Ya escuchamos la respuesta de Jesús que no hace otra cosa que recordar lo escrito en la ley y que todos conocían muy bien porque hasta repetían a la manera de oración en muchos momentos del día, o al entrar o salir de casa. ‘El primero es: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’. Pero Jesús añade algo más. ‘El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos’. A lo que aquel escriba acepta, por así decirlo, su concordancia, porque nada más tenía que añadir. ‘Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios’.

No estás lejos del Reino de Dios’, le dirá Jesús. El amor a Dios y el amor al prójimo que no podemos de ninguna manera separar. No puede haber amor a Dios verdadero si no amamos también al hermano. Porque en ese amor al hermano estamos reflejando el amor de Dios, porque es con la mirada de Dios con la que tenemos que mirar al hermano. Siempre ese prójimo, sea quien sea, venga de donde venga, será para mí un hermano porque también está siendo amado con el amor de Dios, en él se manifiesta el amor de Dios que a él también lo tiene como hijo. ¿Pretenderemos, acaso, enmendarle la plana a Dios y decir que el otro no merece ese amor? Con nuestras discriminaciones lo estamos haciendo. Esto tiene muchas consecuencias.

Claro que tenemos que tener bien en cuenta esa advertencia. ‘¡Escucha!’, no lo olvides, tenlo siempre presente en tu vida. Es la recomendación de quien nos ama.