Siempre
podemos tener un momento de lucidez, de sensatez para enderezar nuestros pasos,
para corregir errores, para enmendar los yerros que hayamos podido cometer
Filipenses 3, 17 – 4,1; Salmo 121; Lucas 16,
1-8
La vida y el mundo se nos están
convirtiendo en una loca carrera en la que al final terminamos arrastrándonos
los unos a los otros y cayendo en el mismo abismo. Todos hemos contemplado en
alguna competición como en un determinado momento en que todos corren por el
triunfo y apelotonados el tropiezo de uno hace caer a los demás formándose un
revolcón indescriptible, donde muchos van a salir mal heridos.
¿Cómo mantener el equilibrio para no
caer en ese tropiezo colectivo? Será necesario saber mantener las distancias,
saber cada uno su lugar y lo que tiene que hacer, estar en el mejor momento de
atención para no dejarnos arrastrar y caer todos en lo mismo. Algunas veces nos
puede parecer poco menos que imposible salir de situaciones así, pero algunos
lo logran y pueden alcanzar un justo triunfo. Habrá que saber enderezar bien
nuestros pasos para no dejarnos envolver.
No es solo de una carrera deportiva de
la que estamos hablando sino del camino que tiene que ser nuestra vida. Muchas
veces parece que buscamos el camino que nos parece más fácil, pero que no
siempre es el más correcto. Muchas veces podemos incluso tropezar y cometer
errores en nuestro camino, con el daño que nos hacemos a nosotros mismos, pero
con el daño que podemos hacer también a los demás. ¿Tendremos un momento de
lucidez, de sensatez para enderezar nuestros pasos, para corregir errores, para
enmendar los yerros que hayamos podido cometer?
En el evangelio hoy Jesús nos pone una
parábola que muchas veces nos ha costado entender. Habla de un administrador
injusto al que se le está pidiendo cuentas de su administración. No ha sido
buena la administración que ha hecho. Los administradores muchas veces
aumentaban injustamente los intereses o hacían malversación con las cuentas que
tenían que llevar, buscando sus ganancias; el dinero negro que muchas veces
decimos. Ahora se encuentra en una situación difícil porque se va ver desposeído
de todo lo que mal había ganado y se iba a quedar en la calle. Con astucia hace
sus arreglos con aquellos que le debían dinero a su amo, quizás podemos pensar
quitando aquellos intereses abusivos. Los que se veían beneficiados, podrían
tener compasión de él.
Es lo que se alaba al final de la
parábola, no que hubiera actuado injustamente con sus robos, sino la astucia
para encontrar una salida, que podía parecer pérdida, pero que en el fondo le haría
sentirse liberado de lo mal que había hecho. ¿Tendremos la astucia para
encontrar salidas a las situaciones en las que nos hemos metido en la vida?
Siempre hay tiempo para enderezar el
camino, siempre hay tiempo para encontrar ese momento de lucidez de reconocer
los errores que hemos cometido, siempre hay tiempo para una buena palabra que
pida una disculpa, reconozca su error y sea capaz de pedir perdón. No siempre
lo tenemos todo perdido.
Ya sé que en este mundo nuestro no
siempre nos vamos a encontrar con esas personas comprensivas y compasivas que
nos ofrezcan caminos de misericordia y de perdón. Siempre hay almas buenas y ya
sería un gozo el encontrarlas. Pero sabemos quien es de verdad compasivo y
misericordioso con nuestros fallos y pecados. Contamos siempre con la
misericordia del Señor, pero el Señor también pondrá a nuestro lado personas
que nos comprendan, que nos animen, que nos tiendan la mano aunque no lo
merezcamos, seamos capaces de ver en esas personas una señal del amor que Dios
nos tiene.
Y seamos nosotros capaces también de
ofrecer esa misma comprensión a los demás. ¿Quiénes somos para juzgar cuando
nosotros estamos tan llenos de miserias y de pecado? En esa loca carrera de la
vida Dios siempre pondrá señales a nuestro paso para que siempre podamos
reencontrar el camino recto.
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