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miércoles, 2 de abril de 2025

Camino cuaresmal que es camino pascual, camino en que renovamos nuestra fe en Jesús por quien pasamos de la muerte a la vida

 


Camino cuaresmal que es camino pascual, camino en que renovamos nuestra fe en Jesús por quien pasamos de la muerte a la vida

Isaías 49,8-15; Salmo 144;  Juan 5, 17-30

En el complejo mundo de nuestras relaciones humanas y sociales hay una serie de connivencias, de protocolos sociales podríamos decir, que respetamos y valoramos como algo fundamental para mantener esas mutuas relaciones. El que ha recibido un poder (notarial) de alguien va a actuar ante nosotros como un representante válido y como voz de aquel que le dio tal poder; a quien aceptamos como intermediario en cualquier tipo de intercambio le respetamos y valoramos su palabra y su intervención para lograr aquello que pretendemos por ejemplo intercambiar; quien viene como embajador representante de un gobierno o un país extranjero lo respetamos, lo escuchamos porque sus palabras son las de aquel gobierno o país que representa, es el enviado de aquel país. Y así podríamos poner muchos ejemplos.

Jesús hoy en el evangelio nos está diciendo que es el enviado del Padre y nos repetirá en muchas ocasiones que El hace y dice lo que recibió del Padre. Palabras, como vemos hoy, que son difíciles de aceptar para los judíos y que le van a conducir al rechazo que de ellos, de sus autoridades y dirigentes va a recibir. El pueblo sencillo que tiene otra sintonía para conocer las cosas de Dios sí proclamará en muchas ocasiones ante el actuar de Jesús que Dios ha visitado a su pueblo. Lo reconocen como profeta, y profeta es el enviado de Dios que habla palabras de Dios, y dirán de Jesús que es mucho más. Por supuesto que Jesús es mucho más que un embajador o un apoderado, porque es el Hijo de Dios, el Hijo del Padre que nos hace partícipes de la vida de Dios.

Jesús nos lo reflejará en aquella parábola en la que nos habla de la viña preparada por su dueño y que confía a unos agricultores, pero que a la hora de rendir cuentas se negarán a recibir a los criados enviados por el amo maltratándolos e incluso cuando les envía a su hijo lo matarán arrojándolo incluso fuera de la viña. Un resumen, podríamos decir, de lo que fue la historia de la salvación en aquel pueblo, que al final rechazará al enviado de Dios.

Jesús es el Hijo que habla las palabras del Padre, Jesús eses el Hijo que no hace sino lo que el Padre quiere, Jesús es el Hijo que nos va a enseñar una nueva forma de relacionarnos con Dios porque en El a nosotros también nos hace hijos y también nosotros podemos llamarle Padre. ‘Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió’, termina diciéndonos hoy en el texto del evangelio que hemos escuchado.

Por eso anteriormente nos había dicho: ‘En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que viere hacer al Padre. Lo que hace este, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que esta, para vuestro asombro’.

Así se nos manifiesta Jesús. Así hemos de poner toda nuestra fe El. Es el camino de vida, es el camino de la salvación, es la buena nueva que nos ofrece el Evangelio. ‘En verdad, en verdad os digo: quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida’. Es el camino que hemos de recorrer, por lo que tenemos que esforzarnos, la manera de abrir nuestro corazón a Dios y nos podremos llenar de vida.

Creer en Jesús es pasar de la muerte a la vida. Creer en Jesús es vivir la Pascua, sentir como desde lo más hondo de nosotros mismos nos transformamos y nos sentimos con nueva vida. Es el camino que ahora en esta cuaresma estamos haciendo para que la Pascua se haga realidad en nuestra vida. Camino cuaresmal que es camino pascual.

martes, 1 de abril de 2025

El hombre que está en su camilla en la orilla de la piscina y que nadie ayuda… lo mismo que Cristo te quiere levantar, quiere contar contigo para que levantes a muchos

 


El hombre que está en su camilla en la orilla de la piscina y que nadie ayuda… lo mismo que Cristo te quiere levantar, quiere contar contigo para que levantes a muchos

Ezequiel 47, 1-9. 12; Salmo 45;  Juan 5, 1-16

Triste tiene que ser verse uno en el suelo sin que nadie lo levante.  En las redes sociales nos aparecen con frecuencia pequeñas historias de personas que en la calle, en el parque o en cualquier sitio se caen al suelo y mientras tratan de levantarse por si mismos, algunas veces con mucha imposibilidad, la gente pasa a su lado indiferente atendiendo a sus móviles, con sus carreras por llegar a donde quieren ir o absortos en sus cosas sin prestar atención a quien se debate en el suelo por querer levantarse. Nos puede parecer anécdota que algunas veces nos produzca incluso hilaridad porque dicen que no hay nada más gracioso que ver caerse a alguien en un descuido. Pero es una realidad que nos grita a nuestros oídos y conciencias cuando escuchamos que alguien que vivía solo lo encontraron muerto en su casa después de muchos días y muchas otras situaciones en ese estilo.

Hoy el evangelio nos da una gran lección y no sé si seré capaz de sacarle todo su jugo porque son muchas las cosas que nos dice. Ha entrado Jesús en dirección al templo por la puerta de las ovejas y allí hay una alberca, una piscina de la que están pendientes muchos enfermos e imposibilitados con la esperanza de poder meterse en el agua cuando se mueva, porque sería signo de una curación segura. Así llevan quizás muchos en su esperanza pero sin nadie que les eche una mano; a uno así se dirige Jesús. ‘¿Quieres curarte?’ pregunta Jesús. ‘Otros se me adelantan porque no tengo quien me ayude’, fue la respuesta de quien lleva casi cuarenta años en espera. Pero allí está Jesús. ‘Toma tu camilla y vete a tu casa’.

Jesús quiere introducirnos en ese río de agua viva, como nos ha hablado el profeta en la primera lectura que va llenando de vida sus orillas, y las plantas y los frutales y todos los árboles de su alrededor. Es Jesús ese río de agua viva que nos sana y que nos salva, que nos arranca de la postración de la muerte y nos llena de vida.

Pero tenemos que dejarnos encontrar por Jesús. El quiere acercarse a nosotros porque no quiere ver al hombre caído, pero nosotros en muchas ocasiones nos escondemos a ese regalo de gracia que nos ofrece. Jesús nos pone en pie y no solo es que nos libre de nuestras enfermedades corporales sino que quiere liberarnos desde lo más hondo. Es la salvación que nos ofrece, es la Palabra de vida que nos salva, es la gracia salvadora que transforma nuestra vida.

Toma tu camilla… nos está diciendo Jesús; esa camilla que es nuestra vida con sus tristezas y sus desánimos, esa camilla de nuestros problemas que nos hacen perder la esperanza, esa camilla de nuestras dudas e indecisiones, esa camilla en la que nos hemos enrollado en nuestros egoísmos e insolidaridades, esa camilla que nos paraliza con nuestras desconfianzas y nuestros miedos, esa camilla que ha puesto tantos abismos entre nosotros y los que nos rodean porque no a todos aceptamos, porque mantenemos nuestras reticencias y recelos, porque nos dejamos envolver por la violencia y nuestros desaires a los que están a nuestro lado… cuantas camillas hay en nosotros de las que tenemos que levantarnos, que viene Jesús a tendernos su mano para que nos levantemos.

Pero Jesús nos está enseñando a mirar a nuestro alrededor; pasamos por la vida sin enterarnos, que no solo es el que está tendido en la calle – que también hay muchos y pasamos de lado para no verlos – sino los que viven en sus soledades, los que son unos incomprendidos, los que miramos de una manera diferente quizás por su forma de pensar o de actuar y con quienes no queremos mezclarnos, los que caminan a nuestro lado con la sombra de la tristeza envolviendo sus rostros y sus vidas, aquellos que nadie quiere o todo el mundo desprecia.

Es el hombre que está en su camilla allí en la orilla de la piscina y que nadie ayuda. ¿Seguiremos pasando de largo? Detente y mira a tu alrededor. Lo mismo que Cristo te quiere levantar a ti, también quiere contar contigo para que levantes a muchos.

lunes, 31 de marzo de 2025

No terminamos de creer en la Palabra de Jesús que habla de un mundo nuevo, el Reino de Dios, y no terminamos de comprometernos con ese Reino para hacer un mundo nuevo

 

No terminamos de creer en la Palabra de Jesús que habla de un mundo nuevo, el Reino de Dios, y no terminamos de comprometernos con ese Reino para hacer un mundo nuevo

Isaías 65, 17-21; Salmo 29; Juan 4, 43-54

Estamos tan escarmentados de que las promesas nos resulten inútiles y las palabras se queden vacías, porque pronto quizás se olvidan y aunque como dice el refrán ‘lo prometido es deuda’, sin embargo también nos encontramos con lo otro de ‘si te vi. No me acuerdo’ que al final no creemos en nada, desconfiamos de todo y desconfiamos de las palabras y terminamos con aquello otro de ‘si no lo veo, no lo creo’. Ya no nos creemos nada, tiene poco menos que producirse como un terremoto o como un volcán que lo palpamos y sentimos, que sean cosas extraordinarias y maravillosas para poder creer. Pero ¿eso es en verdad fe?

Sí, tenemos que preguntarnos por la fe, como la entendemos, cómo realmente creemos. Cuando estamos hablando de fe estamos entrando en el misterio, en el misterio de Dios que nos trasciende, hablamos de un confiar cuando parece que toda confianza se ha perdido, hablamos de aceptar fiándonos de aquel que nos habla, se nos revela o nos pide algo, hablamos de un dejarnos conducir porque nos abrimos a algo nuevo que nos va a transformar; no es porque tengamos unas pruebas, no es simplemente porque veamos cosas maravillosas o extraordinarias, no nos vamos a dejar influir por unas promesas, es algo misterioso que se produce allá en lo más hondo de nosotros mismos, porque sentimos y porque vivimos, porque se nos da confianza y nosotros queremos confiar. Un misterio grande que no podremos explicar con palabras humanas, pero que es algo que vivimos, algo que además nos transforma desde lo más hondo.

El evangelio de hoy nos hace una preparación del terreno, hablándonos de la vuelta de Jesús a Galilea, de la admiración que se va suscitando en la gente, de su estancia de nuevo en lugares donde había estado antes y se habían realizado signos que despertaban la fe de los que le seguían, como fue lo de las bodas de Caná de Galilea y ahora nos habla de un hombre principal y poderoso, un funcionario real nos dice, que tiene un hijo enfermo y acude a Jesús. Solamente le pide que baje a Cafarnaún lo más pronto porque su hijo se muere.

No parece muy claramente que sea la fe en Jesús la que esté guiando a este hombre, quiere algo extraordinario para algo extraordinario para él como era que su hijo se  estaba muriendo. No es la fe del centurión romano que tiene su confianza puesta en la palabra de Jesús para que sea realice lo que Jesús diga, no es la fe de Jairo que está pidiendo el gesto de que Jesús imponga su mano como una bendición para que su hija se cure.

Por eso la reacción de Jesús. Si no ven cosas extraordinarias no creen, ‘si no veis signos y prodigios, no creéis’.  Y ante la insistencia del funcionario porque su hija se muere solamente le dice Jesús ‘anda, tu hija vive’. Y ahora el hombre se fió, se puso en camino hacia su casa hasta encontrarse con los que venían con la noticia de que su hija estaba viva. Coincidía la hora de su mejoría con la hora de la palabra de Jesús. Ahora creyó él y toda su familia.

¿Nos fiamos y creemos en la palabra de Jesús? ¿Qué es lo que realmente buscamos? ¿Solamente un prodigio que nos libere de aquella situación pero luego seguiremos como antes sin ningún cambio en nuestra vida? Nos contentamos y nos quedamos satisfechos si hacemos en aquel momento un regalo, pero luego ya todo pasó y seguimos como siempre. ¿No será eso lo que de alguna manera nos está sucediendo, estamos haciendo cuando venimos a Misa y quizás vivimos devotamente aquel momento pero luego en mi vida todo sigue igual? ¿Y esa fe que decíamos tener y que decimos que celebramos cuando venimos a la Iglesia en qué se nota luego en nuestra vida?

No terminamos de ver la acción de Dios en nuestra vida y seguimos con nuestros cumplimientos y rutinas pero no dejamos que nuestra vida se envuelva por esa fe, que nuestro mundo se vaya transformando con esa fe. No terminamos de creer en la Palabra de Jesús que nos anuncia un mundo nuevo al que El llama el Reino de Dios y no terminamos entonces de comprometernos con ese Reino de Dios para hacer un mundo nuevo. Algo tiene que cambiar en nuestra forma de concebir la fe.

domingo, 30 de marzo de 2025

Sepamos buscar los hilos del amor y la compasión que van a tejer ese reencuentro que todos necesitamos en nosotros mismos, con los que nos rodean y con Dios

 



Sepamos buscar los hilos del amor y la compasión que van a tejer ese reencuentro que todos necesitamos en nosotros mismos, con los que nos rodean y con Dios

 Josué 5, 9a. 10-12; Salmo 33; 2Corintios 5, 17-21; Lucas 15, 1-3. 11-32

Los reencuentros suelen ser costosos, claro que dependiendo de las actitudes que mantengan las partes del reencuentro. Digo reencuentro que es volver a encontrarse cuando por algún motivo se habían rotos los hilos que nos mantenían unidos desde aquel primer encuentro; se hace difícil encontrar de nuevo esos hilos que nos mantenían unidos, quizás porque quien produjo la ruptura ahora siente las culpabilidades, se ve abrumado por su peso, se ve avergonzado y no sabe como salir de esa situación y levantarse; quizás aparece la desconfianza porque no sabe como lo van a recibir, la acogida que va a tener, y se le hace difícil dar los pasos; además porque reconocer los errores no es fácil, nos mantenemos quizás en una actitud de quien siempre tiene la razón y serán los demás los culpables; la actitud del que acoge también es importante, porque por el hecho de sentirnos heridos no tenemos razón para seguir manteniendo las distancias, hacer nuestras reservas o poner nuestras condiciones.

Qué difícil se hace el diálogo en nuestra sociedad para conseguir la paz, lo estamos viendo cada día, en situaciones que nos suceden a nuestro lado, o en los grandes conflictos que está sufriendo nuestro mundo; siempre están por medio las condiciones que ponen las partes de las que no se quieren apartar con sus orgullos heridos, con su prepotencia que se vuelve dañina y con la ambición que motiva todos nuestros movimientos. Los diálogos en busca de la paz se han interminables y siguen sin encontrarse los hilos que nos pueden unir de nuevo en ese reencuentro de paz.

Es de lo que viene a hablarnos hoy el evangelio. Es más que conocida la parábola que nos propone Jesús y muchas reflexiones nos hemos hecho muchas veces sobre ella. Un padre con dos hijos; el hijo mejor que marcha de la casa del padre viviendo de mala manera con la herencia que le había pedido a su padre; el hermano mayor que permanece en la casa. La vuelta y el reencuentro se hacen difíciles. El que ha marchado lejos se ve una situación desastroso y arrepentido quiere volver a la casa del padre.

Pero, ¿cómo restaurar aquellos hilos que se habían roto? La desconfianza de cómo sería recibido corroe su corazón, pero tiene la valentía de levantarse, no temiendo las condiciones que le pudieran imponer, pero quiere estar aunque sea como un jornalero en la casa del padre. Pero la actitud del padre es distinta de lo que puede imaginar, porque será el padre el que correrá al encuentro del hijo que temeroso se acerca a la casa. Para el padre los hilos no están rotos, porque en el corazón del padre no ha faltado el amor y la esperanza en la vuelta del hijo perdido que ahora lo siente renacido. Desde esos valores y principios del padre es normal la fiesta de la acogida. No son necesarias muchas palabras aunque el hijo las llevase preparada sino van a estar los gestos de la acogida que con los gestos del amor y de fiesta en el reencuentro.

Pero difícil va a ser el reencuentro de los hermanos porque el niño prodigio que se quedó en casa sí pone condiciones, si crea distancias, si presenta resentimientos, si abona exigencias. Cuando al oír la música de la fiesta se entera de la vuelta del hermano, no quiere entrar aunque el padre venga a buscarlo. Y como decíamos aparece la lista de los reclamos, la lista de las cosas que mantenían su corazón más que enfermo muerto porque no sabe amar.

¿No nos parecemos muchas veces más a este hijo prodigio que al hijo pródigo en que siempre nos fijamos? Cuantas prevenciones tenemos nosotros para con los demás. Ya nos dice el evangelista que Jesús por aquella actitud que tenían los fariseos y los escribas contra Jesús porque comía con publicanos y pecadores es por lo que nos propone la parábola. Una postura como la del hijo mayor que no quiere mezclarse con su hermano porque es un pecador. Esas barreras que nos seguimos poniendo los unos y los otros en la vida, esas distancias que mantenemos porque no nos vamos a mezclar con todo el mundo, ese pasar sin mirar a la cara al lado del que nos está tendiendo la mano para pedirnos una ayuda, esos círculos cerrados que nos creamos donde estamos los que nos creemos los buenos y los que hacen muchas cosas por los demás.

Son esas cosas que llevamos en el corazón y nos enferman por dentro; son esas actitudes que contemplamos en la sociedad que se convierte en una sociedad enferma; esas cosas que podemos encontrar también entre nosotros en nuestras comunidades de iglesia que también nos creamos nuestras estancias estancas; son esas condiciones que ponemos para aceptarnos mutuamente, para recibir al emigrante o para acoger a los que hayan cometido errores en la vida que siempre serán para nosotros unos malditos.

Miremos al padre, su corazón lleno de compasión y de misericordia, rebosante de amor; vayamos con confianza, pero aprendamos a ir con los mismos sentimientos hacia los demás; transformemos nuestro corazón para encontrar esos hilos del amor que siempre nos mantendrán unidos y nos harán sentir la verdadera alegría del reencuentro y de la paz.