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sábado, 22 de marzo de 2025

Una nueva y distinta dimensión de nuestras relaciones con los demás porque estamos queriendo entrar en la dimensión del amor que todo lo transforma

 


Una nueva y distinta dimensión de nuestras relaciones con los demás porque estamos queriendo entrar en la dimensión del amor que todo lo transforma

Miqueas 7, 14-15. 18-20; Salmo 102; Lucas 15, 1-3. 11-32

Hay dichos y refranes que nos trasmitimos unos a otros y que decimos que reflejan una sabiduría popular y que pueden ser pauta para decisiones o formas que tengamos de ver la vida. Es cierto, son formas de ver la vida, pero que no siempre tenemos que tragarnos como cosas absolutas sino que tenemos que analizar, descubrir su verdadero sentido desde unos criterios y unos valores que tengamos con los que muchas veces puedan chocar. Siempre hemos de tener ojo crítico que nos lleve a reflexionar y cribar todas esas cosas que de un lado o de otro nos llegan.

Habremos oído en más de una ocasión aquello de ‘dime con quien andas y te diré quien eres’. Seguramente fueron consejos de buena voluntad que pudimos recibir incluso de nuestros educadores, para prevenirnos de malas compañías que podrían arrastrarnos en la debilidad de nuestro carácter por caminos no siempre convenientes. Cuando hoy escucho el evangelio, sobre todo ese primer cuadro que se nos ofrece, ese podría ser el criterio de aquellos fariseos y escribas que se están fijando en que Jesús come con los publicanos y con aquellos que ellos llamaban pecadores. De alguna manera querían meter en el mismo saco, como se suelo decir, también a Jesús y sus discípulos.

Esto da pie a una parábola de Jesús con la que nos viene a decir si acaso nosotros nos atrevemos a corregir las actitudes, digámoslo así, que Dios tiene con nosotros. Era en cierto modo enmendarle la plana a Dios que a todos nos ama, y que también ama a aquellos que nosotros decimos pecadores, como nos ama a nosotros que pecadores también somos.

Un padre y dos hijos, nos dice la parábola. Dos hijos con caminos distintos, porque el menor le exige en vida a su padre la herencia y se marcha a disfrutar de la vida; el mayor se queda en casa, aparentemente más obediente, pero pronto veremos luego que su corazón no está tan limpio. Y si el menor un día se dio cuenta de que había perdido la paz de su corazón cuando se había alejado de su padre y ahora deseaba acercarse para estar a su lado aunque simplemente lo consideraran como un jornalero, el mayor seguía guardando en su corazón resentimientos y mal querencias, primero porque no quería reunirse de nuevo con su hermano, y también porque hacia su padre no era tanto el amor que sentía con sus resentimientos por no tener lo que él quería.

Pero allí está el amor del padre que no faltará nunca. Su hijo se ha marchado, pero no lo ha sacado de su corazón; habrá malgastado todo lo que su padre le había dado que era mucho más que lo material de una herencia, pero el padre estará siempre esperando su vuelta de manera que cuando tímidamente y con temor el hijo parece acercarse, será el padre el que corra a su encuentro porque es el hijo que ha vuelto, es el hijo que estaba muerto pero que ha vuelto a la vida, como saldrá también en búsqueda del hijo mayor que ahora quiere quedarse fuera porque no quiere mezclarse en la fiesta de la vuelta de su hermano.

El amor del padre los envuelve a los dos, como el amor de Dios nos envuelve a todos. ¿Le vamos a decir al padre que no ame a sus hijos? ¿Le vamos a decir que no los deje entrar en casa porque vienen envueltos en la miseria del abandono en que se han metido? ¿Le vamos a decir que no les ame porque no se lo merecen?

Nos retrata, es cierto, Jesús en la parábola, pero los protagonistas no somos nosotros; el retrato más hermoso que Jesús nos está haciendo es el de Dios que es nuestro Padre y nos ama siempre. Es el retrato del corazón de Dios que tenemos que saber reflejar en nuestro corazón.

Así nos sentimos amados de Dios, que nosotros también somos pecadores; pero así tenemos nosotros que comenzar a amar, y amar es acercarnos también a aquel que ha errado en los caminos de su vida, amar es tratar de llevar luz con nuestro amor donde nos parece que todo son sombras, amar es poner comprensión en la vida sabiendo mirar con el corazón, amar es estar cerca del otro para decirle una buena palabra que le ilumine, para que nuestros gestos y nuestra cercanía despierten en él nuevos sentimientos y nuevos deseos, es amar no es temer mancharnos en el fango que podamos encontrar alrededor si con nuestra mano podemos sacar a alguien de ese pozo para que encuentre de nuevo la vida, amar no es huir de la manzana podría porque podría contagiarnos sino con la salud de nuestro amor transformarla para hacerla una manzana buena.

Es una nueva y distinta dimensión de nuestras relaciones con los demás porque estamos queriendo entrar en la dimensión del amor que todo lo transforma. Sintámonos fuertes en ese amor.

viernes, 21 de marzo de 2025

Es tiempo de gracia, tiempo de volver nuestra mirada y nuestro corazón a lo que es el amor y la misericordia del Señor que siempre nos espera, tiempo de salvación

 


Es tiempo de gracia, tiempo de volver nuestra mirada y nuestro corazón a lo que es el amor y la misericordia del Señor que siempre nos espera, tiempo de salvación

Génesis, 37, 3-4.12-13.17-28; Sal. 104; Mateo 21, 33-46

Aunque cuando hacemos un favor, cuando hacemos el bien a alguien lo queremos hacer desde nuestra buena voluntad y nuestra generosidad, sin embargo, somos humanos, y aunque no busquemos reconocimientos nos sentimos mal cuando vemos, por ejemplo, lo mal que aprovechan lo que nosotros les ofrecimos para su bien, más bien lo malgastan o lo destruyen aparte de no dar ninguna señal del bien que quisimos hacerles. No buscamos gratitudes ni reconocimientos, queremos que les sirva para su bien, pero no saben sacarle provecho, e incluso hasta que con quienes les quisimos ayudar se ponen insolentes y exigentes. Y somos nosotros los primeros los que nos sentimos mal con la tentación incluso de reaccionar contra ellos.

Estamos haciendo el planteamiento desde nuestra perspectiva, desde el punto en que hemos sido nosotros los que hemos ofrecido y no se ha dado por la otra parte la respuesta adecuada. Pero ¿y si pensamos en nosotros mismos, pero desde el otro lado, desde el que no siempre nosotros damos la respuesta adecuada a cuanto recibimos?

Es por donde quiere ir hoy el evangelio con la parábola que Jesús nos ofrece.

Es cierto que en un primer comentario a esta parábola, incluso desde la intención con que Jesús la dirigió en aquel momento en que estaban presentes los dirigentes del pueblo, vemos en ella un reflejo de lo que fue la historia de Israel, la historia de amor de Dios con su pueblo hasta llegar a aquel momento presente en que rechazan a Jesús, el enviado de Dios, como tantas veces habían rechazado a los profetas tal como nos refleja la historia de Israel.

Una historia que tenía que ser una historia de salvación porque era la historia del amor de Dios por su pueblo, pero que se había transformado en una historia de infidelidad en la respuesta que tanto le costaba a aquel pueblo de Dios al amor que se derramaba sobre ellos.

Pero cuando hoy escuchamos nosotros este evangelio como Palabra de Dios para nosotros hemos de saber hacer una lectura de aquella historia en nuestra propia vida. No miramos la historia del pasado, sino miramos nuestra propia historia, nuestra propia vida y en ella tenemos que vernos reflejados.

Nos habla la parábola del propietario que preparó su vida y se nos dan hermosos detalles del esmero con que la preparó y la arrendó a unos agricultores para que la trabajaran, sacaran sus frutos y rindieran cuenta al dueño por aquellos frutos. No eran los propietarios, pero quisieron sentirse los propietarios, de manera que no quisieron rendir cuentas de frutos y ganancias para el dueño. Envía a sus criados que son rechazados de mala manera; rechazan al hijo porque quieren hacerse dueños de la viña y terminan matándolo fuera de la viña.

¿Cómo nos vemos nosotros ante ese regalo de Dios que es la vida misma pero también cuánto con su gracia ha enriquecido nuestra vida? ¿Cuál es la actitud de acogida que nosotros mostramos ante quienes Dios pone a nuestro lado para ayudarnos a hacer sus caminos? ¿Hasta dónde llega nuestra fe para aceptar y recibir esa gracia que Dios continuamente de mil maneras nos regala?  ¿Cuál es la vivencia de esa fe y de ese amor que tendríamos que reflejar en nuestra vida, en nuestras actitudes y en nuestros comportamientos?

Tenemos que ser sinceros con nosotros mismos, pero sinceros ante Dios que conoce bien nuestros corazones. No lo podemos ocultar. Nuestra vida también está llena de infidelidades, de fracasos de esa gracia de Dios en mí. Es ahora cuando no nos hemos de sentir tan mal por lo que otros hagan con nosotros, sino mal con nosotros mismos cuando reconocemos y contemplamos las oscuridades de nuestra vida.

Pero es tiempo de gracia, como escuchábamos desde el primer día de la cuaresma en el miércoles de ceniza. Tiempo de volver nuestra mirada y nuestro corazón a lo que es el amor y la misericordia del Señor que siempre nos espera, que una vez más nos llama y nos regala su gracia, es tiempo de salvación si respondemos a la llamada del Señor.

jueves, 20 de marzo de 2025

Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto… prestemos oído a la Palabra de Dios

 

Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto… prestemos oído a la Palabra de Dios

Jeremías 17, 5-10; Salmo 1; Lucas 16, 19-31

Dicen que cuando tenemos demasiados pucheros al fuego, alguno terminará por quemarse, no los podemos atender. ¿Nos pasará así en la vida? Cuando estamos atendiendo a muchas cosas será difícil por muchos malabarismos que hagamos que podamos darles a todas las cosas la misma importancia, o la importancia que cada cosa necesita. Miramos nuestras casas, miramos nuestra habitación, de cuántas cosas la hemos ido llenando, cuantas cosas vamos acumulando, y ni siquiera la limpieza o para un elemental orden podemos mantener. ¿Habrá que desprenderse de muchas cosas superfluas?

Es lo que nos sucede cuando nos rodeamos de lo material, cuando lo convertimos en el centro de nuestra vida, cuando lo importante para nosotros es ganar para acumular riquezas de las que al final ni sabremos disfrutar, porque estaremos tanto tiempo cuidándolas para no perderlas que no nos valemos de ellas para encontrar lo que verdaderamente dé satisfacción a nuestra vida.

Quien vive así no se dará cuenta de lo que tiene alrededor y que no es solo lo material y no sabrá disfrutarlo; cegado por el brillo de sus tesoros no sabrá admirarse con el resplandor de un amanecer; encerrado en sus cosas que quiere a toca costa conservar y ponerlo a buen recaudo para que no se lo roben no se dará cuenta de las personas que tiene a su alrededor, de lo bueno que puede encontrar en esas personas que le hará disfrutar de la vida, pero tampoco de la necesidades o de los problemas que puedan tener para tender una mano y prestar ayuda cuando tantas cosas tienen.

Creo que a una reflexión ha de llevarnos las parábolas que hoy Jesús nos propone en el evangelio. Habla del rico que vivía esplendorosamente pensando solo en sus fiestas y en sus orgías y no era capaz de darse cuenta, de ver al pobre que estaba a la puerta de su casa con hambre y con necesidad de lo elemental para su vida. Qué abismo más inmenso había puesto entre ambos cuando solo pensaba en si mismo para llegar a un desconocimiento de la realidad de pobreza que tenia a su puerta.

¿Iremos creando nosotros abismos así en nuestro entorno? La realidad es que nuestro mundo está lleno de abismos, ya hasta le damos diferentes nombres a esos mundos en los que habitamos desde las diferencias que hay entre unos y otros; son también los abismos de nuestras discriminaciones tan variadas en las formas en que las manifestamos, de las diferencias sociales que hace que nos desconozcamos los unos de los otros, de las prepotencias con que vamos por la vida tanto a nivel individual con nuestras vanidades como también desde esos orgullos de raza o de la región a la que pertenecemos que crean diferencias o de los diferentes grupos que componen nuestra sociedad.

Y cuando creamos un abismo no somos capaces de ver quien es el que está al otro lado. Muchas consecuencias tendríamos que sacar de todo esto. ¿Qué es lo que nos tendría que despertar? Son cosas que nos adormecen nuestro espíritu; envueltos así en las cosas materiales no somos capaces de levantarnos hacia otra trascendencia; cuando nos encerramos así en nosotros mismos perdemos la sensibilidad para una nueva sintonía espiritual; ya nada escuchamos, todo chirría en los oídos de nuestro corazón, y no nos dejamos iluminar por el evangelio.

Es curioso que aquel rico epulón que tarde se diera cuenta de sus errores, desde su abismo pide milagros y apariciones para que no les suceda lo mismo a sus hermanos que vivían también con el mismo sentido de vida.

¿Estaremos también nosotros esa cosa extraordinaria que nos despierte? Seguimos siendo dados a esas cosas y allá vamos de un lado para otro cuando oímos hablar de sucesos extraordinarios, pero no somos capaces de darnos cuenta de la maravilla de la presencia de Dios cada día en nuestra vida y desoímos su Palabra; estamos más prontos para escuchar una fábula que nos viene de acá o de allá – qué damos somos a esas místicas orientales que se nos ponen de moda – que escuchar el evangelio y la Palabra de Dios que nos trae y nos recuerda lo importante, el amor de Dios en nuestra vida.

Tienen a Moisés y los profetas, que los escuchen… porque ni aunque resucite un muerto van a ser capaces de cambiar sus vidas’.

miércoles, 19 de marzo de 2025

Aprendamos del silencio de san José que es aprender de su fe para abrir nuestro corazón a Dios y aun en medio de la oscuridad sentirlo siempre a nuestro lado

 


Aprendamos del silencio de san José que es aprender de su fe para abrir nuestro corazón a Dios y aún en medio de la oscuridad sentirlo siempre a nuestro lado

2Samuel 7, 4-5a. 12-14a. 16; Salmo 88; Romanos 4, 13. 16-18. 22; Mateo 1, 16. 18-21

La fe ni es refugio conformista ni es pasividad, la fe no siempre nos aclara las dudas e interrogantes a la primera ni nos libera de tensiones en el espíritu para adormecernos en ante los problemas; la fe es camino que se abre ante nosotros dando firmeza a nuestros pasos, la fe nos da seguridad incluso cuando parece que hayamos perdido toda esperanza y dando trascendencia a lo que hacemos o vivimos llena de sentido nuestra vida; la fe es búsqueda pero también apertura del corazón para encontrar respuestas. No siempre es fácil mantenernos en la fe que profesamos, pero nos hace sentir que más allá de las soledades en que nos encontremos en la vida hay un Dios que siempre está a nuestro lado caminando con nosotros.

Hoy miramos a un hombre íntegro y maduro en su fe que a pesar de su silencio mucho tiene que enseñarnos y que es para nosotros modelo de ese camino de silencio que tantas veces tendremos que hacer en nuestra vida, sin aspavientos y sin llamar la atención pero con la conciencia de una gran misión. Estamos celebrando a san José, el esposo de María, el padre de Jesús porque esa fue la misión que se le confió sobre la tierra.

Comencemos por observar su silencio. No hay palabras de José en el evangelio. Sin embargo es mucho lo que nos está hablando con su silencio. En silencio, y algunas veces pareciera que en soledad, va afrontando los diferentes problemas que le van apareciendo en la vida. No hace aspavientos con los problemas sino que en silencio va rumiándolos en su corazón. Son oscuridades llenas de sueños, porque sueños tenemos todos en la vida en nuestras aspiraciones y deseos. Pero en san José pareciera que todo se va truncando porque ni entiende lo que pasa con María y de entrada encuentra pocas respuestas; prefiere que todo se quede en silencio porque a nadie quiere hacer daño. Pero no son los sueños de lo que El desee sino un nuevo sueño venido del cielo el que hable a su corazón.

No se ha cerrado a la presencia ni a la voz de Dios que ahora maravillosamente se le manifiesta. El misterio se le revela pero es para él ponerse en camino; un camino en el que luego le irán apareciendo nuevos tramos pero que El está dispuesto a asumir. Primero recoge a María, su mujer, en su casa, aunque le cuesta entender el misterio, pero se fía de la revelación de Dios. Era el designio de Dios que él obedece y que le compromete.

El camino seguirá en dirección a Belén, como posteriormente será el destierro en Egipto. Poco a poco parece que se va diluyendo la figura de José, y aunque a El no se le ha anunciado una espada que le atraviese el alma, como a María, tendrá el sufrimiento de los caminos en silencio, como lo será el silencio de su vida en Nazaret. Alguien un día mencionará que aquel nuevo profeta de Galilea es el hijo del carpintero, así sin nombre y sin ningún otro reconocimiento. Grande fe el camino recorrido como compromiso de su fe.

El también en silencio buscaba a Dios, aunque pareciera que había perdido a Dios con la pérdida de Jesús; pudiera parece que se pierden las esperanzas pero será constante en su búsqueda contra toda esperanza,  como un día buscaría al niño perdido hasta encontrarlo en el templo en medio de los doctores. ‘¿No sabías que tu padre y yo te andábamos buscando?’, no serán sus palabras sino las de María pero que reflejan bien lo que la fe fue búsqueda también para José.

¿Estaremos viendo nuestros recorridos por la vida con sus oscuridades y con sus sueños, con nuestras esperanzas perdidas en ocasiones y con nuestras dudas, con nuestros problemas y con nuestros tormentos, con esos momentos de soledad y silencio cuando nos parece que ni de la tierra ni del cielo nos llega ninguna señal, o cuando se abren ante nosotros caminos inciertos en los que no sabemos qué calvario vamos a encontrar?

Aprendamos del camino de José, aprendamos de su fe que también va creciendo y madurando para encontrar esa fortaleza del espíritu, no le hace cruzarse de brazos desde la pasividad ni ser conformista esperando que otros le den soluciones, sino que tenemos que aprender a ir poniéndonos en camino de búsqueda abriendo nuestro corazón para sentir a Dios que siempre estará a nuestro lado.

 

martes, 18 de marzo de 2025

Jesús quiere para nuestra vida y para nuestro mundo un nuevo estilo y sentido de vida hecho de cercanía y fraternidad, ternura y generosidad, señales del nuevo Reino de Dios

 


Jesús quiere para nuestra vida y para nuestro mundo un nuevo estilo y sentido de vida hecho de cercanía y fraternidad, ternura y generosidad, señales del nuevo Reino de Dios

Isaías 1, 10. 16-20; Salmo 49; Mateo 23, 1-12

¿A quien le amarga un dulce?, solemos decir. Y es cierto. Claro que nos sentimos halagados cuando somos reconocidos en lo que hacemos, cuando escuchamos una alabanza sobre nosotros, sentirnos apreciados, valorados, queridos. Son buenos deseos, buenas sensaciones, pero que no han de permitir que se nos suba el gallo. Un aprecio y una valoración será también un estímulo para nuestra vida que nos impulsa a seguir haciendo lo bueno, y de la misma manera nosotros mostrar nuestro aprecio por los demás.

Bueno es que no solo lo miremos como lo que nosotros podamos recibir de los demás, sino la buena actitud que tendría que haber en nuestra relación con los demás, cómo una palabra oportuna les hará subir su propia estima, y así con esa buena actitud nuestra hacia los demás de alguna manera nos estamos mostrando también agradecidos por lo ellos son de estímulo para nosotros.

Podría parecer que con esta primera reflexión que me estoy haciendo pretendo enmendar la página del evangelio que acabamos de escuchar. Ni mucho menos, sería una osadía por mi parte. Pero lo que nos está diciendo Jesús no es que no queramos aceptar la valoración de lo bueno que los demás hacen de nuestros actos, porque Jesús nos está enseñando por otro lado que eso es lo que tenemos que hacer nosotros, sino que lo bueno que hagamos no lo hacemos con la intención, por ejemplo, de buscar esas alabanzas o reconocimiento de los demás. Lo que quiere es que alejemos la vanidad y el orgullo de nuestra vida.

Nos enseña Jesús a andar en la rectitud, pero también en la sencillez; a ser responsables con lo que hacemos, pero que no vayamos buscando las ganancias que engordan nuestro orgullo; que es la sencillez y la humildad el estilo que hemos de dar a nuestra vida y a lo que hacemos, que es el espíritu de servicio el que nos tiene que impulsar siempre a hacer lo bueno o a ayudar a los demás y en consecuencia no nos podemos presentar desde la autosuficiencia y la soberbia de unos títulos que en si mismos son papel mojado no subidos en unos pedestales con los que nos presentemos con un grado de superioridad. Nos dice que no nos dejemos llamar maestros ni siquiera padres, porque otros son los roles de cercanía que tienen que haber entre nosotros.

Si tenemos que enseñar  porque esas son las cualidades y valores de los que estamos dotados, enseñamos; si tenemos la función de padre desde el cariño de nuestro corazón nos mostramos caminantes que acompañamos con nuestra cercanía para el crecimiento de la persona; si nos sentimos enriquecidos por lo que hemos recibido de la vida o como fruto también de nuestro esfuerzo compartimos porque eso bueno que tengamos no lo tenemos que guardar solo para nosotros mismos.

Es la riqueza del mundo que Dios ha creado y puesto en nuestras manos, que tenemos que hacer crecer, pero que tenemos que ayudar a los demás a que también se desarrollen a si mismos. Siempre desde la actitud de servicio, siempre con la generosidad de un corazón abierto a los otros, siempre con la ternura que da el amor y que tiene que envolver nuestra vida, siempre regalando todo aquello que pueda hacer más felices a los demás con lo que yo también seré feliz.

Es el estilo del mundo nuevo que Jesús quiere que construyamos; son las señales del Reino de Dios que Jesús viene a constituir; es la muestra de una fraternidad llena de amor porque todos en verdad nos sentimos hermanos; es lo que hacía que la presencia de Jesús en medio de las gentes creará esa sensación de algo nuevo que estaba surgiendo con la palabra de Jesús y los gestos de Jesús que nosotros ahora hemos de copiar y realizar en nuestra vida. Es ese nuevo sabor que damos a la vida con la sal y con la dulzura del evangelio.

lunes, 17 de marzo de 2025

Seamos capaces de envolvernos y empaparnos de esas nuevas actitudes para que el amor sea en verdad nuestra identidad con todas sus consecuencias

 


Seamos capaces de envolvernos y empaparnos de esas nuevas actitudes para que el amor sea en verdad nuestra identidad con todas sus consecuencias

Daniel 9, 4b-10; Salmo 78; Lucas 6, 36-38

El marco de vida que nos rodea podemos decir, y valga la redundancia de palabras, enmarca el sentido o el valor de nuestra vida; el mundo en medio del cual hemos crecido va a marcar las diferencias de nuestra vida; y cuando digo el mundo, digo principalmente la familia que nos ha educado, que nos ha trasmitido unos valores, que nos ha enseñado a vivir desde lo que en la propia familia se vive va marcando nuestra manera de ser, va trazando esa senda de valores por la que va a transcurrir nuestra vida, nos da nuestra propia idiosincrasia.

Decimos la familia, pero decimos también el ambiente en el desarrollamos nuestra vida, esa sociedad en la que vivimos, ese lugar de nuestros estudios o nuestra formación que no solo académica, los valores de esa sociedad en la que estamos y así mil influencias más que vamos recibiendo y de alguna manera van modelando nuestra vida. Es importante esto para conocernos, es importante para nuestro verdadero crecimiento y maduración, es importante también que nos conozcamos para ver aquello que podemos retocar o podemos mejorar.

Pero vayamos al grano. Nos llamamos cristianos, como cristianos hemos crecido bajo la influencia de una familia donde fuimos educados en esa fe y estilo de vida, podemos hablar de nuestra pertenencia a la Iglesia y de una sociedad que nos rodea que en parte se dice cristiana, fundamentada en principio en los valores del evangelio; en el camino y desarrollo de nuestra fe estamos envueltos también por una serie de experiencias religiosas, que también forman parte de esa cultura cristiana.

Y cuando hemos querido hacer más explícita nuestra fe nos hemos ido alimentando en muchas cosas que se nos han ofrecido para esa vivencia del evangelio y sus valores. Nos decimos además creyentes en un Dios que es Padre y que es amor que con ojos de fe seremos conscientes cómo de mil maneras nos regala. Algo tendría entonces que manifestarse en nuestra vida, en nuestra manera de ser y de actuar, en un estilo y en un sentido de vida.

Ahora estamos haciendo este camino cuaresmal como preparación a la vivencia y celebración de la Pascua y cada día vamos recibiendo el regalo de la Palabra de Dios, de la Palabra de Jesús que desde el evangelio nos va alimentando. Podríamos decir que hoy nos está señalando ese marco en el que tiene que moverse nuestra vida, nuestras relaciones con los demás, la respuesta que tenemos que ir dando.

Se nos están dando los rasgos más características de nuestra identidad cristiana. Y todo partiendo de algo muy fundamental, creemos en Dios que es Padre misericordioso y compasivo que continuamente nos está regalando su amor. Es la fuente de la que bebemos, es lo que tiene no solo que envolver sino empapar totalmente nuestra vida. Es lo que va marcar las diferencias de nuestra vida en relación al mundo que nos rodea, lo que en verdad tiene que identificarnos. El amor, fraterno, generoso y universal, que se hace comprensión y que se hace perdón.

Así nos dice hoy Jesús en el evangelio. ‘Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso’. Y cuando empapamos nuestra vida de esa misericordia de Dios que se hace misericordia en nosotros, no caben los juicios ni las condenas, no cabe otra cosa que la generosidad y el darnos y gastarnos por los demás, no puede haber mejor sentimiento en nuestro corazón que la compasión con las debilidades de los demás, porque nosotros estamos sintiendo esa compasión de Dios con nosotros, el perdón será el mejor sello que una los corazones por muchas que sean las heridas y las rupturas. Y cuando vamos actuando así, nos sentiremos cada vez más llenos de amor porque se volverá sobre nosotros como un torrente inmenso que todo lo inunda de nueva vida.

Muchas pueden ser las influencias que recibamos de un lado y de otro, pero algo tiene que ser primordial en nuestra vida que nos da verdadera identidad. ¿Seremos capaces de envolvernos y empaparnos de esas nuevas actitudes para que el amor sea en verdad nuestra identidad?

domingo, 16 de marzo de 2025

Vayamos con Jesús a la montaña de la oración y no nos quedemos adormilados en nuestras rutinas, seamos capaces de vivir esa experiencia de transfiguración en el Señor

 


Vayamos con Jesús a la montaña de la oración y no nos quedemos adormilados en nuestras rutinas, seamos capaces de vivir esa experiencia de transfiguración en el Señor

Génesis 15, 5-12. 17-18; Salmo 26; Filipenses 3, 17 – 4, 1; Lucas 9, 28b-36

Hay momentos en la vida que son para nosotros como encrucijadas, donde tenemos que tomar decisiones que pueden ser importantes, afrontar retos que algunas veces pueden suponer un peligro, contratiempos que parece que todo nos lo echan abajo y nos podemos sentir frustrados en la imposibilidad de conseguir nuestros sueños; son momentos que se nos hacen difíciles y por nuestra mente e imaginación pasan multitud de supuestos de lo que nos puede ocurrir y nos algunas veces encerrarnos en nosotros mismos, en nuestros pensamientos y reflexiones, tratando de encontrar una salida o ver claras las cosas en orden a las decisiones que hayamos de tomar; en ocasiones no querer ver a nadie ni que nadie nos moleste, nos gustaría alejarnos de todo hasta que logremos salir de ese túnel.

El creyente no solo piensa y reflexiona sino también y sobre todo ora para encontrar esa luz, para pedir esa ayuda del cielo, para sentir esa voz en nuestro corazón que nos hable y nos abra caminos; el creyente confía en Dios, aunque a veces todo se le vuelva oscuro, busca en su interior, quiere escuchar a Dios; y en esa reflexión que no solo es pensar por si mismo llegará un momento en que aparezca esa luz, tome una determinación, se confíe y se ponga en camino al encuentro de lo que tiene que realizar.

El creyente se siente fortalecido interiormente, porque siente que Dios está con El, aunque algunas veces dudemos, aunque algunas veces parezcas que perdemos la confianza, aunque, tenemos que reconocer, que no siempre sabemos hacerlo y nos decidimos a ir por ese camino de oración.

En este camino de cuaresma que estamos haciendo es tradicional escuchar en este segundo domingo este pasaje que llamamos de la Transfiguración en el Tabor. El relato del evangelio nos dice que Jesús tomando consigo a Pedro, Santiago y Juan subió a una montaña alta para orar. Lo vemos en otros momentos del evangelio que Jesús no solo va al templo o los sábados a la sinagoga sino que en ocasiones se retira a lugares apartados para orar.

Fue el monte de la cuarentena del que escuchamos el pasado domingo, será cuando en Cafarnaún desde la casa de Pedro en la madrugada se va a las afueras del pueblo a orar mientras la gente lo buscaba, o lo contemplaremos en Getsemaní, porque allí lo encontrará Judas también porque era un lugar en las laderas de las afueras de Jerusalén donde muchas veces tenia la costumbre de ir a orar.

Jesús va a emprender el camino de subida a Jerusalén. A los discípulos ya les viene anunciando lo que allí va a suceder, aunque ellos parece que no quieren entender. Jesús es consciente de la Pascua que va a vivir en Jerusalén, que para El y después ya para siempre para nosotros no va a ser solo la pascua de comer el cordero pascual. Será El mismo ese Cordero inmolado y sacrificado. Son momentos decisivos. Y Jesús sube a la montaña para orar.

Los discípulos, como siempre y como nos sucede a nosotros también tantas veces, se quedaron adormilados pero allí van a suceder cosas asombrosas. El evangelista nos habla de resplandores y transfiguración, nos hablará de nubes que los envuelven y de la aparición de Moisés y Elías conversando con Jesús, toda una serie de imágenes y signos que nos están hablando de lo que en Jesús está sucediendo.

¿Las dudas de Jesús simbolizadas en esa nube que los envuelve? En Getsemaní Jesús llegará a pedir que pase de El aquel cáliz y dirá que su alma está llena de angustia hasta la muerte. Aparecen como signos de la Ley y los profetas, signos de ese bucear en las honduras de la Palabra de Dios, en ese diálogo con Jesús. Pero resonará fuerte en la montaña la voz del cielo señalándonos, como fue en el Jordán cuando el Bautismo, que es el Hijo amado de Dios con su misión redentora de salvación, al que tenemos que escuchar, al que tenemos que seguir.

Habrá que bajar de nuevo a la llanura y proseguir el camino. Será otra la ascensión que Jesús ha de emprender en su camino hacia Jerusalén, hacia la Pascua. Hay una certeza porque en medio de todo hemos escuchado la voz del cielo. A los discípulos les sigue costando entender cuando Jesús les diga que de ello no hablen hasta después de la resurrección; ellos quizás se habían perdido algo importante porque estaban medio adormilados, pero aun así siguieron caminando detrás de Jesús.

¿Seguiremos nosotros adormilados en medio de nuestras dudas o de nuestras angustias? Es la llanura de la vida en la que tantos tropiezos nos encontramos, o es el camino de ascensión, de superación, de crecimiento interior que tantas veces se nos hace costoso. Contemplemos esta experiencia del Tabor y hagámosla nuestra. Hagámosla nuestra porque bien sabemos a donde tenemos que ir cuando nos encontremos en esas encrucijadas de la vida, cuando tengamos que sacar valentía de nuestra fuerza interior para afrontar nuestros caminos, nuestras oscuridades.

Vayamos con Jesús a la montaña de la oración y no  nos quedemos adormilados en nuestras rutinas sino hagamos que siempre seamos capaces de vivir esa experiencia del encuentro con el Señor. Escuchemos la voz que nos habla en el corazón, sintamos el calor del Espíritu del Señor en lo hondo del corazón. Vivamos la experiencia de la transfiguración.