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domingo, 16 de marzo de 2025

Vayamos con Jesús a la montaña de la oración y no nos quedemos adormilados en nuestras rutinas, seamos capaces de vivir esa experiencia de transfiguración en el Señor

 


Vayamos con Jesús a la montaña de la oración y no nos quedemos adormilados en nuestras rutinas, seamos capaces de vivir esa experiencia de transfiguración en el Señor

Génesis 15, 5-12. 17-18; Salmo 26; Filipenses 3, 17 – 4, 1; Lucas 9, 28b-36

Hay momentos en la vida que son para nosotros como encrucijadas, donde tenemos que tomar decisiones que pueden ser importantes, afrontar retos que algunas veces pueden suponer un peligro, contratiempos que parece que todo nos lo echan abajo y nos podemos sentir frustrados en la imposibilidad de conseguir nuestros sueños; son momentos que se nos hacen difíciles y por nuestra mente e imaginación pasan multitud de supuestos de lo que nos puede ocurrir y nos algunas veces encerrarnos en nosotros mismos, en nuestros pensamientos y reflexiones, tratando de encontrar una salida o ver claras las cosas en orden a las decisiones que hayamos de tomar; en ocasiones no querer ver a nadie ni que nadie nos moleste, nos gustaría alejarnos de todo hasta que logremos salir de ese túnel.

El creyente no solo piensa y reflexiona sino también y sobre todo ora para encontrar esa luz, para pedir esa ayuda del cielo, para sentir esa voz en nuestro corazón que nos hable y nos abra caminos; el creyente confía en Dios, aunque a veces todo se le vuelva oscuro, busca en su interior, quiere escuchar a Dios; y en esa reflexión que no solo es pensar por si mismo llegará un momento en que aparezca esa luz, tome una determinación, se confíe y se ponga en camino al encuentro de lo que tiene que realizar.

El creyente se siente fortalecido interiormente, porque siente que Dios está con El, aunque algunas veces dudemos, aunque algunas veces parezcas que perdemos la confianza, aunque, tenemos que reconocer, que no siempre sabemos hacerlo y nos decidimos a ir por ese camino de oración.

En este camino de cuaresma que estamos haciendo es tradicional escuchar en este segundo domingo este pasaje que llamamos de la Transfiguración en el Tabor. El relato del evangelio nos dice que Jesús tomando consigo a Pedro, Santiago y Juan subió a una montaña alta para orar. Lo vemos en otros momentos del evangelio que Jesús no solo va al templo o los sábados a la sinagoga sino que en ocasiones se retira a lugares apartados para orar.

Fue el monte de la cuarentena del que escuchamos el pasado domingo, será cuando en Cafarnaún desde la casa de Pedro en la madrugada se va a las afueras del pueblo a orar mientras la gente lo buscaba, o lo contemplaremos en Getsemaní, porque allí lo encontrará Judas también porque era un lugar en las laderas de las afueras de Jerusalén donde muchas veces tenia la costumbre de ir a orar.

Jesús va a emprender el camino de subida a Jerusalén. A los discípulos ya les viene anunciando lo que allí va a suceder, aunque ellos parece que no quieren entender. Jesús es consciente de la Pascua que va a vivir en Jerusalén, que para El y después ya para siempre para nosotros no va a ser solo la pascua de comer el cordero pascual. Será El mismo ese Cordero inmolado y sacrificado. Son momentos decisivos. Y Jesús sube a la montaña para orar.

Los discípulos, como siempre y como nos sucede a nosotros también tantas veces, se quedaron adormilados pero allí van a suceder cosas asombrosas. El evangelista nos habla de resplandores y transfiguración, nos hablará de nubes que los envuelven y de la aparición de Moisés y Elías conversando con Jesús, toda una serie de imágenes y signos que nos están hablando de lo que en Jesús está sucediendo.

¿Las dudas de Jesús simbolizadas en esa nube que los envuelve? En Getsemaní Jesús llegará a pedir que pase de El aquel cáliz y dirá que su alma está llena de angustia hasta la muerte. Aparecen como signos de la Ley y los profetas, signos de ese bucear en las honduras de la Palabra de Dios, en ese diálogo con Jesús. Pero resonará fuerte en la montaña la voz del cielo señalándonos, como fue en el Jordán cuando el Bautismo, que es el Hijo amado de Dios con su misión redentora de salvación, al que tenemos que escuchar, al que tenemos que seguir.

Habrá que bajar de nuevo a la llanura y proseguir el camino. Será otra la ascensión que Jesús ha de emprender en su camino hacia Jerusalén, hacia la Pascua. Hay una certeza porque en medio de todo hemos escuchado la voz del cielo. A los discípulos les sigue costando entender cuando Jesús les diga que de ello no hablen hasta después de la resurrección; ellos quizás se habían perdido algo importante porque estaban medio adormilados, pero aun así siguieron caminando detrás de Jesús.

¿Seguiremos nosotros adormilados en medio de nuestras dudas o de nuestras angustias? Es la llanura de la vida en la que tantos tropiezos nos encontramos, o es el camino de ascensión, de superación, de crecimiento interior que tantas veces se nos hace costoso. Contemplemos esta experiencia del Tabor y hagámosla nuestra. Hagámosla nuestra porque bien sabemos a donde tenemos que ir cuando nos encontremos en esas encrucijadas de la vida, cuando tengamos que sacar valentía de nuestra fuerza interior para afrontar nuestros caminos, nuestras oscuridades.

Vayamos con Jesús a la montaña de la oración y no  nos quedemos adormilados en nuestras rutinas sino hagamos que siempre seamos capaces de vivir esa experiencia del encuentro con el Señor. Escuchemos la voz que nos habla en el corazón, sintamos el calor del Espíritu del Señor en lo hondo del corazón. Vivamos la experiencia de la transfiguración.

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