Vayamos
con Jesús a la montaña de la oración y no nos quedemos adormilados en nuestras
rutinas, seamos capaces de vivir esa experiencia de transfiguración en el Señor
Génesis 15, 5-12. 17-18; Salmo 26;
Filipenses 3, 17 – 4, 1; Lucas 9, 28b-36
Hay momentos en la vida que son para
nosotros como encrucijadas, donde tenemos que tomar decisiones que pueden ser
importantes, afrontar retos que algunas veces pueden suponer un peligro,
contratiempos que parece que todo nos lo echan abajo y nos podemos sentir frustrados
en la imposibilidad de conseguir nuestros sueños; son momentos que se nos hacen
difíciles y por nuestra mente e imaginación pasan multitud de supuestos de lo
que nos puede ocurrir y nos algunas veces encerrarnos en nosotros mismos, en
nuestros pensamientos y reflexiones, tratando de encontrar una salida o ver
claras las cosas en orden a las decisiones que hayamos de tomar; en ocasiones
no querer ver a nadie ni que nadie nos moleste, nos gustaría alejarnos de todo
hasta que logremos salir de ese túnel.
El creyente no solo piensa y reflexiona
sino también y sobre todo ora para encontrar esa luz, para pedir esa ayuda del
cielo, para sentir esa voz en nuestro corazón que nos hable y nos abra caminos;
el creyente confía en Dios, aunque a veces todo se le vuelva oscuro, busca en
su interior, quiere escuchar a Dios; y en esa reflexión que no solo es pensar
por si mismo llegará un momento en que aparezca esa luz, tome una
determinación, se confíe y se ponga en camino al encuentro de lo que tiene que
realizar.
El creyente se siente fortalecido
interiormente, porque siente que Dios está con El, aunque algunas veces
dudemos, aunque algunas veces parezcas que perdemos la confianza, aunque,
tenemos que reconocer, que no siempre sabemos hacerlo y nos decidimos a ir por
ese camino de oración.
En este camino de cuaresma que estamos
haciendo es tradicional escuchar en este segundo domingo este pasaje que
llamamos de la Transfiguración en el Tabor. El relato del evangelio nos dice
que Jesús tomando consigo a Pedro, Santiago y Juan subió a una montaña alta
para orar. Lo vemos en otros momentos del evangelio que Jesús no solo va al
templo o los sábados a la sinagoga sino que en ocasiones se retira a lugares
apartados para orar.
Fue el monte de la cuarentena del que
escuchamos el pasado domingo, será cuando en Cafarnaún desde la casa de Pedro
en la madrugada se va a las afueras del pueblo a orar mientras la gente lo
buscaba, o lo contemplaremos en Getsemaní, porque allí lo encontrará Judas
también porque era un lugar en las laderas de las afueras de Jerusalén donde
muchas veces tenia la costumbre de ir a orar.
Jesús va a emprender el camino de
subida a Jerusalén. A los discípulos ya les viene anunciando lo que allí va a
suceder, aunque ellos parece que no quieren entender. Jesús es consciente de la
Pascua que va a vivir en Jerusalén, que para El y después ya para siempre para
nosotros no va a ser solo la pascua de comer el cordero pascual. Será El mismo
ese Cordero inmolado y sacrificado. Son momentos decisivos. Y Jesús sube a la
montaña para orar.
Los discípulos, como siempre y como nos
sucede a nosotros también tantas veces, se quedaron adormilados pero allí van a
suceder cosas asombrosas. El evangelista nos habla de resplandores y
transfiguración, nos hablará de nubes que los envuelven y de la aparición de
Moisés y Elías conversando con Jesús, toda una serie de imágenes y signos que
nos están hablando de lo que en Jesús está sucediendo.
¿Las dudas de Jesús simbolizadas en esa
nube que los envuelve? En Getsemaní Jesús llegará a pedir que pase de El aquel
cáliz y dirá que su alma está llena de angustia hasta la muerte. Aparecen como
signos de la Ley y los profetas, signos de ese bucear en las honduras de la
Palabra de Dios, en ese diálogo con Jesús. Pero resonará fuerte en la montaña
la voz del cielo señalándonos, como fue en el Jordán cuando el Bautismo, que es
el Hijo amado de Dios con su misión redentora de salvación, al que tenemos que
escuchar, al que tenemos que seguir.
Habrá que bajar de nuevo a la llanura y
proseguir el camino. Será otra la ascensión que Jesús ha de emprender en su
camino hacia Jerusalén, hacia la Pascua. Hay una certeza porque en medio de
todo hemos escuchado la voz del cielo. A los discípulos les sigue costando
entender cuando Jesús les diga que de ello no hablen hasta después de la
resurrección; ellos quizás se habían perdido algo importante porque estaban
medio adormilados, pero aun así siguieron caminando detrás de Jesús.
¿Seguiremos nosotros adormilados en
medio de nuestras dudas o de nuestras angustias? Es la llanura de la vida en la
que tantos tropiezos nos encontramos, o es el camino de ascensión, de superación,
de crecimiento interior que tantas veces se nos hace costoso. Contemplemos esta
experiencia del Tabor y hagámosla nuestra. Hagámosla nuestra porque bien
sabemos a donde tenemos que ir cuando nos encontremos en esas encrucijadas de
la vida, cuando tengamos que sacar valentía de nuestra fuerza interior para
afrontar nuestros caminos, nuestras oscuridades.
Vayamos con Jesús a la montaña de la oración
y no nos quedemos adormilados en
nuestras rutinas sino hagamos que siempre seamos capaces de vivir esa
experiencia del encuentro con el Señor. Escuchemos la voz que nos habla en el corazón,
sintamos el calor del Espíritu del Señor en lo hondo del corazón. Vivamos la
experiencia de la transfiguración.
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