Vistas de página en total

1,364,348

jueves, 20 de marzo de 2025

Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto… prestemos oído a la Palabra de Dios

 

Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto… prestemos oído a la Palabra de Dios

Jeremías 17, 5-10; Salmo 1; Lucas 16, 19-31

Dicen que cuando tenemos demasiados pucheros al fuego, alguno terminará por quemarse, no los podemos atender. ¿Nos pasará así en la vida? Cuando estamos atendiendo a muchas cosas será difícil por muchos malabarismos que hagamos que podamos darles a todas las cosas la misma importancia, o la importancia que cada cosa necesita. Miramos nuestras casas, miramos nuestra habitación, de cuántas cosas la hemos ido llenando, cuantas cosas vamos acumulando, y ni siquiera la limpieza o para un elemental orden podemos mantener. ¿Habrá que desprenderse de muchas cosas superfluas?

Es lo que nos sucede cuando nos rodeamos de lo material, cuando lo convertimos en el centro de nuestra vida, cuando lo importante para nosotros es ganar para acumular riquezas de las que al final ni sabremos disfrutar, porque estaremos tanto tiempo cuidándolas para no perderlas que no nos valemos de ellas para encontrar lo que verdaderamente dé satisfacción a nuestra vida.

Quien vive así no se dará cuenta de lo que tiene alrededor y que no es solo lo material y no sabrá disfrutarlo; cegado por el brillo de sus tesoros no sabrá admirarse con el resplandor de un amanecer; encerrado en sus cosas que quiere a toca costa conservar y ponerlo a buen recaudo para que no se lo roben no se dará cuenta de las personas que tiene a su alrededor, de lo bueno que puede encontrar en esas personas que le hará disfrutar de la vida, pero tampoco de la necesidades o de los problemas que puedan tener para tender una mano y prestar ayuda cuando tantas cosas tienen.

Creo que a una reflexión ha de llevarnos las parábolas que hoy Jesús nos propone en el evangelio. Habla del rico que vivía esplendorosamente pensando solo en sus fiestas y en sus orgías y no era capaz de darse cuenta, de ver al pobre que estaba a la puerta de su casa con hambre y con necesidad de lo elemental para su vida. Qué abismo más inmenso había puesto entre ambos cuando solo pensaba en si mismo para llegar a un desconocimiento de la realidad de pobreza que tenia a su puerta.

¿Iremos creando nosotros abismos así en nuestro entorno? La realidad es que nuestro mundo está lleno de abismos, ya hasta le damos diferentes nombres a esos mundos en los que habitamos desde las diferencias que hay entre unos y otros; son también los abismos de nuestras discriminaciones tan variadas en las formas en que las manifestamos, de las diferencias sociales que hace que nos desconozcamos los unos de los otros, de las prepotencias con que vamos por la vida tanto a nivel individual con nuestras vanidades como también desde esos orgullos de raza o de la región a la que pertenecemos que crean diferencias o de los diferentes grupos que componen nuestra sociedad.

Y cuando creamos un abismo no somos capaces de ver quien es el que está al otro lado. Muchas consecuencias tendríamos que sacar de todo esto. ¿Qué es lo que nos tendría que despertar? Son cosas que nos adormecen nuestro espíritu; envueltos así en las cosas materiales no somos capaces de levantarnos hacia otra trascendencia; cuando nos encerramos así en nosotros mismos perdemos la sensibilidad para una nueva sintonía espiritual; ya nada escuchamos, todo chirría en los oídos de nuestro corazón, y no nos dejamos iluminar por el evangelio.

Es curioso que aquel rico epulón que tarde se diera cuenta de sus errores, desde su abismo pide milagros y apariciones para que no les suceda lo mismo a sus hermanos que vivían también con el mismo sentido de vida.

¿Estaremos también nosotros esa cosa extraordinaria que nos despierte? Seguimos siendo dados a esas cosas y allá vamos de un lado para otro cuando oímos hablar de sucesos extraordinarios, pero no somos capaces de darnos cuenta de la maravilla de la presencia de Dios cada día en nuestra vida y desoímos su Palabra; estamos más prontos para escuchar una fábula que nos viene de acá o de allá – qué damos somos a esas místicas orientales que se nos ponen de moda – que escuchar el evangelio y la Palabra de Dios que nos trae y nos recuerda lo importante, el amor de Dios en nuestra vida.

Tienen a Moisés y los profetas, que los escuchen… porque ni aunque resucite un muerto van a ser capaces de cambiar sus vidas’.

No hay comentarios:

Publicar un comentario