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sábado, 6 de julio de 2024

El vino nuevo se echa en un odre nuevo, nos dice Jesús, y así lo dos se conservan, no añoremos el vestido viejo sino vistamos el vestido del hombre nuevo

 


El vino nuevo se echa en un odre nuevo, nos dice Jesús, y así lo dos se conservan, no añoremos el vestido viejo sino vistamos el vestido del hombre nuevo

Amós 9, 11-15; Salmo 84; Mateo 9, 14-17

De una manera o de otra a todos los persiguen las añoranzas, aunque algunas veces digamos que no. Los mayores pensamos en nuestros tiempos y nos decimos que las cosas no eran como ahora y quizá comenzamos a resaltar valores que ahora nos parece que nos faltan, los jóvenes incluso en la alocada carrera en que viven recuerdan sus tiempos de niñez pasados que ahora incluso les parecen lejanos y se preguntan cómo es que vivían o hacían algunas cosas que ahora no entienden, la gente de mediana edad añora quizás sus tiempos jóvenes que consideraban de una libertad más sana porque no falta el que siempre nos estemos haciendo comparaciones.

¿Fueron mejores o peores? ¿Querríamos que volvieran al menos en algunas cosas? Es ahí quizás donde ya no nos ponemos tanto de acuerdo, pero dentro de nosotros queda algo de esa añoranza. ¿Por qué no pensamos que cada momento tuvo su tiempo? Fueron otras las circunstancias de la vida y decimos que todo va cambiando pero tendríamos que decir que para que sea vida en verdad tiene que haber evolución, crecimiento, y también nosotros crecemos con la vida, y ahora se nos pedirá algo que no podíamos pensar que hubiéramos podido realizar en otro momento, pero miremos el tiempo presente que estamos viviendo al que tenemos que dar una respuesta.

Algo de eso podemos estar viendo en el evangelio. Allá vienen los discípulos de Juan preguntando porque los discípulos de jesus no hacen las mismas cosas que ellos hacían como seguidores de Juan el Bautista. Como algunas veces nosotros en la iglesia que miramos para detrás en el tiempo y ahora algunos se preguntan por qué no hacemos cosas que antes se hacían.

¿Respondemos a los tiempos pasados o respondemos a este tiempo en que vivimos? La Buena Nueva de salvación es cierto que es única, pero es Buena Nueva, buena Noticia para el hoy de nuestra vida con el momento que vivimos, con la respuesta que ahora tenemos que dar, con la luz que en este momento tenemos que ser para nuestro mundo. Es cierto que no es fácil, pero tenemos que aprender más a dejarnos guiar por el Espíritu del Señor.  

Y aquello que nos dice Jesús hoy en el evangelio de paño nuevo o de odre nuevo, sigue siendo evangelio para nosotros hoy. Cada día hemos de dar un paso más adelante, cada día tenemos que sentir que es algo nuevo lo que nos está pidiendo Jesús, cada día tenemos que darnos cuenta que no podemos dejar envejecer el vestido de nuestra vida, no podemos dejar envejecer nuestra fe, sino que tiene que ser luminosa y brillante en cada momento para que en este momento también pueda ser buena noticia para el mundo que nos rodea.

Nuestra vida tiene que crecer para que sea vida, cuando dejamos de crecer nos envejecemos y morimos. Por eso el evangelio es siempre joven, y el que quiere vivir el evangelio de Jesús en cada momento tiene que estar lleno de esa vitalidad. Crecer nos cuesta, madurar algunas veces se nos puede hacer duro porque nos hace enfrentarnos a cosas nuevas, vivir la renovación del Espíritu nos cuesta porque en todo lo que significa renovación habrá muchas cosas que dejar aunque nos pareciera que en otro momento fueron útiles, pero que ahora es otro el momento y es ese momento el que tenemos que iluminar.

No es fácil desechar el odre viejo para encontrar el odre nuevo que contenga ese vino nuevo que siempre es el evangelio. No es fácil desechar esa vestidura que se ha vuelto vieja porque en nuestra añoranza seguimos encariñados con ella, pero es necesario el vestido nuevo, es necesaria es renovación que el evangelio de Jesús va produciendo continuamente en nuestra vida. ‘El vino nuevo se echa en odres nuevos y así las dos cosas se conservan’, nos dice hoy Jesús en el evangelio. ¿Cómo lo vamos a aplicar en el día a día de nuestra vida? ¿Estaremos dispuestos a una renovación?

viernes, 5 de julio de 2024

¿Estaríamos dispuestos a sentarnos a la mesa con Jesús sabiendo quienes son sus preferidos o tendríamos que pensárnoslo?

 


¿Estaríamos dispuestos a sentarnos a la mesa con Jesús sabiendo quienes son sus preferidos o tendríamos que pensárnoslo?

Amós 8,4-6.9-12; Sal. 118; Mateo 9,9-13

Me lo tengo que pensar, es una socorrida salida que tenemos en muchas ocasiones cuando se nos plantea o se nos propone algo que quizás no estaba en nuestros planes. ¿Una forma de mirar mis límites y posibilidades? ¿Un ver hasta donde soy capaz de comprometerme? Quizás me pregunte ¿qué beneficios – o qué ganancias mirándolo incluso desde un punto de vista más material - voy a obtener de eso que me proponen? ¿Esto me va a complicar la vida? Muchas y diversas preguntas para dar largas quizás, para no tomar decisiones que me puedan comprometer, y lo dejamos para otro momento.

Es el planteamiento de algo nuevo en lo que podría implicarme, son situaciones inesperadas que surgen ante las que hay que hacer algo, es una necesidad que detectamos en gente a nuestro alrededor con sus carencias y necesidades, o situaciones que surgen en la propia familia, o cosas que afectan también al ámbito social. ¿Habrá prontitud, disponibilidad, generosidad, desprendimiento para dar mi tiempo, mi trabajo, mis atenciones a esas cosas que de pronto se nos presentan?

Hoy se nos presenta en el evangelio un hermoso testimonio y precisamente del que menos se podía esperar; bueno o al menos ese pensamiento estaba en ciertos sectores de la sociedad de entonces, aunque también esas actitudes se dan entre nosotros donde también hacemos nuestras distinciones entre quien puede responder o quien no va a responder.

Se trata de un publicano. Ya quizás alguno comience a preguntarse cuales eran los criterios de Jesús para escoger a los que quería que estuvieran con él, la elección de sus discípulos. Pues es a un publicano a quien ahora Jesús llama y quien nos da un hermoso testimonio. En la brevedad pero al mismo tiempo mucha elocuencia del relato evangélico, Mateo está allí en su ‘despacho’ de cobrador de impuestos cuando Jesús pasa y le dice que le siga. Espera que tengo que arreglar las cuentas, parecería que fuera la postura más responsable de Mateo, puesto que estaba además desempeñando una actividad que de alguna manera era como un cargo público. Pero Mateo no se lo piensa dos veces, ‘se levantó y siguió a Jesús’.

¿Estaremos viendo ahí esa prontitud, disponibilidad, generosidad, desprendimiento del que hablábamos antes? Cuando hay generosidad y disponibilidad en el corazón no tenemos miedo a los riesgos, pero ya sabemos que seguimos atados con muchas parálisis del corazón como en otra ocasión hemos reflexionado. Y es que todo es cuestión de generosidad y de amor, y surgirá esa disponibilidad de todo lo nuestro, de nuestra propia vida, y ese desprendimiento que es también arrancarnos de esas ataduras.

Pero siguiendo con el texto del evangelio me viene otro pensamiento. Jesús invitó a Mateo a seguirle, inmediatamente lo veremos sentado a la mesa con Jesús, pero también tenemos que contemplar quienes son los que están sentados a la mesa con Jesus. Sí, Jesús cuando nos está invitando a seguirle nos está invitando a que nos sentemos a la mesa con El. Visto así de pronto lo consideraríamos un gran honor, pero mirando los detalles ¿tendríamos que pensárnoslo, como decíamos al principio?

Pero en la mesa con Jesús están también sentados los indeseables, los que eran menospreciados de todo el mundo, aquellos de los que los que se consideraban con mayor dignidad no admitirían nunca a su mesa. Allí están los publicanos y los pecadores, allí están las prostitutas y los que nadie quiere, los que se consideraban como un desecho de una sociedad puritana. Y es que Jesús no hace distinciones. Y es que Jesús es el médico que ha venido a sanar a los enfermos, los que se consideran sanos no creen necesario sentarse con Jesús.

Y nosotros, ¿estaríamos dispuestos a sentarnos así a la mesa con Jesús? Nosotros que nos lo pensamos tanto a la hora de escoger nuestros amigos y poner en ellos nuestra confianza. Porque nosotros seguimos haciendo discriminaciones, nuestro corazón se encuentra muchas veces roto y dividido.

jueves, 4 de julio de 2024

Que en verdad desde dentro de nosotros mismos podamos valernos con la mayor dignidad porque nos vemos liberados de todas las ataduras que nos esclavizan

 


Que en verdad desde dentro de nosotros mismos podamos valernos con la mayor dignidad porque nos vemos liberados de todas las ataduras que nos esclavizan

Amós 7, 10-17; Salmo 18; Mateo 9, 1-8

¿Qué es lo que nos paraliza en la vida? Al pensar en ello nuestra mirada se vuelve espontánea hacia esa persona que un día tuvo un accidente y quedó traumatizada de tal forma que sus miembros perdieron movilidad y no puede valerse totalmente por si misma, o pensamos en las consecuencias de alguna enfermedad que paralizó sus miembros, que debilitó y traumatizó su vida que le creo invalidez y dependencia, o quizá en quien ya nación con esas deficiencias físicas y le impiden desarrollar lo que llamamos una vida normal.

Pensamos habitualmente en esas deficiencias físicas o corporales, pero ¿solo hemos de referirnos a eso? En nuestro lenguaje coloquial incluso decimos que nos quedamos paralizados cuando algo nos impresiona, algo sucedido de improviso, algo extraordinario en su manifestación, algo que nos impresiona y nos asusta; o nos vemos paralizados por nuestros miedos, y aquí entrarían miedos de todo tipo, desde aquello que tememos que nos pueda suceder, o desde las presiones que de una forma o de otra recibamos en la vida.

Pero no nos podemos quedar ahí; porque hay cosas que desde dentro nos paralizan, nos coaccionan, los quitan libertad y nos atan; está desde nuestro carácter o manera de ser, pero están también las costumbres adquiridas de las que no nos podemos liberar, o están nuestras pasiones que se nos descontrolan y no tenemos el suficiente dominio de nosotros mismos y la necesario fuerza de voluntad para tomar las riendas de nuestra vida, o está la desgana y atonía en la que tantas veces caemos y nos quita voluntad y buenos deseos, y nos vamos como arrastrando por la vida. Son muchas las parálisis que podemos encontrar dentro de nosotros mismos y no es ya solo lo que desde el exterior podamos recibir.

¿Tenemos que seguir atados a la camilla de nuestras parálisis? ¿Qué o quién nos podrá liberar de verdad? El evangelio de hoy nos ilumina; nos habla de un hombre paralítico que traen, porque él no se puede valer y en este caso hemos de valorar la buena voluntad de aquellos portadores de la camilla, y lo presentan delante de Jesús. En los otros evangelistas se nos hablará de la imposibilidad de entrar por el gentío, de la audacia de levantar las tejas del techo para bajarlo por allí, y eso nos puede dar pie en otros momentos para otras consideraciones.

Nos quedamos hoy con el hecho escueto; un paralítico que portan hasta Jesús para que lo cure. Lo que esperan es poder ver cómo aquel hombre se levanta de la camilla y comienza a valerse por sí mismo. Pero Jesus quiere decirnos algo más; valerse por sí mismo no es tener el dominio de sus miembros para caminar y hacer las cosas, hay algo más que nos puede paralizar, y de hecho nos está paralizando continuamente en la vida.

No todos lo comprenderán, y veremos luego los comentarios, pero lo que Jesús le dice es que sus pecados están perdonados. Ya puede levantarse aquel hombre de su postración. Pero aquí son todos los que están alrededor - ¿quizás también el paralítico que esperaba otra cosa? – los que se quedan paralizados y comienzan los comentarios, ‘este hombre blasfema’. Qué fácil nos es condenar aunque esté viendo el bien delante de nuestros ojos, porque es fácil el juicio y ya desde nuestros prejuicios tenemos la condena hecha.

¿Quién puede liberarnos de la peor esclavitud que podamos sufrir? No es que estemos buscando el poder de Dios para que nuestros miembros retornen a la movilidad, sino que tenemos que buscar el poder de Dios para que en verdad desde dentro de nosotros mismos podamos valernos con la mayor dignidad. Y para eso hay que quitar el mal, que es el que nos paraliza, nos ata, nos esclaviza. Es el perdón que Jesus viene a ofrecernos, es la verdadera salvación que va a transformar de verdad nuestro mundo.

Queremos hacer muchas cosas para hacer que nuestro mundo sea mejor, nos queremos buscar las mejores leyes y normas para lograr esa mejoría de la humanidad. No hay más ley que la del amor que nos transforma. Son nuestros corazones los que tienen que sentirse transformados; es de nuestros corazones de donde tenemos que arrancar toda malicia, es un color nuevo el que tenemos que darle a nuestras mutuas relaciones con las que lograremos un mundo de hermandad, un mundo de armonía y de paz.

Quitemos la aridez con la que estamos llenando el mundo; desterremos esas violencias y desconfianzas que nos estamos haciendo los unos a los otros; no permitamos de ninguna manera que la acritud se establezca poco menos que como norma de nuestra vida, entremos en el camino de una nueva humanidad donde prevalezca la comprensión y la misericordia, coloreemos nuestro mundo con el bello y rico colorido del amor. 


miércoles, 3 de julio de 2024

Tenemos que despertar de nuevo porque fácilmente nos adormecemos, se nos adormece nuestra fe, pero Jesús nos está saliendo al encuentro

 


Tenemos que despertar de nuevo porque fácilmente nos adormecemos, se nos adormece nuestra fe, pero Jesús nos está saliendo al encuentro

Efesios 2, 19-22; Salmo 116; Juan 20, 24-29

¿Viviremos en un mundo de desconfianzas? La verdad no sé qué decir. Hay quienes se lo creen todo, aunque algunas veces no parece tan desinteresado. Se lo creen todo y están al tanto de lo que se dice por aquí y por allá, y porque salió en la tele, porque se publicó en las redes sociales, porque lo dijo no sé qué personaje de los medios que tiene sus seguidores que cuenta no sé si por miles o millones pero interesados en las cosas llamativas, en lo que puede ir contra los que consideramos contrincantes, etc… Por eso digo, que no siempre parece esa credibilidad tan desinteresada. Cómo los hay que desconfían de todo, todo quieren cribarlo, pasarlo por sus criterios o sus maneras de ver las cosas y entonces creerán o no creerán según de donde vengan las noticias. ¿Confianza? ¿Credibilidad? ¿Desconfianza? ¿Cerrarme en mis ideas o criterios muy encorsetados para no aceptar cualquier cosa?

Justo es que nos preguntemos, que razonemos, que busquemos las mejores fuentes, que nos forjemos verdaderos criterios desde unos valores que sean fundamentales para nosotros, pero también en nuestras relaciones humanas con los demás yo diría que tenemos que dar una carta en blanco para confiar en las personas, para valorar, para sacar lo mejor.

¿Y en el campo de nuestras relaciones con Dios? Entramos en un ámbito que en cierto modo nos supera, por algo lo llamamos sobrenatural, pero también cuando nos dejamos conducir nos lleva a una plenitud en la vida que en otro lugar no vamos a encontrar. Entramos en el ámbito de la fe, que como la misma palabra lo dice es confianza y que será al mismo tiempo respuesta a lo que en lo más hondo de nosotros mismos sentimos y experimentamos. ¿Estaremos abiertos a esas experiencias? Algunas veces, tenemos que decirlo, no es fácil.

También los discípulos de jesus tenían sus dudas, les costaba creer. Estaban con Jesús y se sentían entusiasmados por El, pero había ocasiones en que Jesús hacía unos planteamientos que no acaban de entender, planteaba unas exigencias que les costaba aceptar, sucedían cosas que también les hacían hacerse preguntas por dentro, como nos sucede a todos. No siempre lo entendemos. Hubo algo que los dejó descolocados, como suele decirse hoy. Fue su prendimiento y su pasión. Lo había anunciado pero no acaban de entenderlo. ‘Eso no te puede pasar a ti’, decía Pedro y quería quitarle esa idea a Jesús de la cabeza, de manera que incluso Jesús se pone fuerte y le dice a Pedro que lo va a rechazar.

Por eso cuando llegó ese momento, se dispersaron y huyeron, como sucedió ya allá en Getsemaní. Luego se encerraron, por miedo a los judíos, no les fuera a pasar lo mismo por ser sus discípulos. Cuando las mujeres vienen hablando de sepulcro vacío y que unos ángeles les decían que había resucitado, les dijeron que eso eran sueños de mujeres. Verían la tumba vacía también, pero seguían con sus miedos encerrados en el cenáculo. Todo cambia cuando Jesús se les manifiesta allí reunidos en el cenáculo. Ahora será la noticia que llevarán a los demás, sobre todo a uno de los apóstoles que no estaba allí con ellos en aquella ocasión. ‘Hemos visto al Señor’, le dicen. Pero él quiere ver y palpar para estar seguro.

Pero no echemos culpas, que nosotros somos también lo mismo. También queremos palpar. También nos volvemos incrédulos; también nos cuesta sentir y vivir la presencia de Cristo resucitado con nosotros, en nuestra vida, en nuestro camino, en las cosas que hacemos, en lo que nos hace sufrir, en los problemas o contratiempos que nos encontremos, en los momentos oscuros del dolor y de sufrimiento. Muchas veces también nos desparramos en nuestras huidas.

Necesitamos una experiencia viva. Necesitamos revivir y reavivar lo que quizás en otros momentos habremos sentido, pero que luego en las carreras locas de la vida pronto olvidamos. También se nos enfría la fe, necesitamos ver claramente a jesus que viene a nosotros. Tenemos que despertar de nuevo porque fácilmente nos adormecemos, se nos adormece nuestra fe. Y jesus nos está saliendo al encuentro. ¿Haremos una viva profesión de fe como finalmente hizo Tomás el que parecía tan incrédulo? ¿Se nos renovará y reavivará nuestra fe? Lo necesitamos.


martes, 2 de julio de 2024

Llenos de miedo y temerosos de que la barca naufrague nos olvidamos de quien está con nosotros, Jesús aunque parezca dormido, haciendo la misma travesía

 


Llenos de miedo y temerosos de que la barca naufrague nos olvidamos de quien está con nosotros, Jesús aunque parezca dormido, haciendo la misma travesía

Amós 3, 1-8; 4, 11-12; Salmo 5; Mateo 8, 23-27

En nuestras actividades humanas sabemos manejarnos, lo que son nuestros trabajos habituales los dominamos, sabemos lo que tenemos qué hacer y cómo tenemos que hacer; aunque las cosas se nos vuelvan dificultosas a veces intentamos salir adelante, resolverlas, buscamos medios cuando no los tenemos o pedimos ayuda a quien pueda orientarnos para encontrar una solución.

No nos damos por vencidos, o no nos hemos de dar por vencidos. Porque no siempre es así, hay veces en que flaqueamos, en que parece que se acumulan tantos problemas que se nos vuelve más revuelto el panorama y se nos hace difícil encontrar la salida, que quizás tenemos en nuestras manos, echando mano de nuestras experiencias, encontrando fuerza dentro de nosotros mismos para no rendirnos y seguir adelante. Es complejo el camino de la vida.

Parece que nos estuviéramos refiriendo solo a lo que son nuestras tareas habituales, pero nos damos cuenta que podemos hacer una lectura más honda de nosotros mismos; ya no es nuestro trabajo, sino los problemas de la vida, la convivencia con los más cercanos o la relación que hemos de mantener los unos con los otros en nuestra vida social, en nuestro trabajo, incluso hasta en nuestros momentos de ocio. Y hay ocasiones que ahí se nos pone el cielo oscuro, gris, muchas veces incluso negro. Y nos obcecamos tanto que no sabemos mirar dentro de nosotros mismos la capacidad que tenemos para salir adelante.

Así podríamos seguir pensando en muchos aspectos de nuestra vida. El sentido eclesial con que hemos de vivir nuestra fe, por ejemplo; esa lucha interior que hemos de mantener para conservar nuestra fe a pesar de todas las cosas adversas que nos pudieran aparecer, a pesar de las dudas, a pesar de nuestras debilidades e incluso caídas. Y también nos llenamos de dudas y desconfianzas, parece en ocasiones que hasta nos olvidamos de Dios, aunque seamos nosotros los que digamos que es Dios quien se olvida de nosotros. Tanta es nuestra obcecación.

Hoy el evangelio habla de una travesía en barca por aquel lago que bien conocían los que iban en la barca; algunos eran pescadores y estaban acostumbrados a atravesar aquel lago con buenos o con malos tiempos. Pero hoy parece distinto, como si la tormenta fuera más fuerte; parece siempre que la última tormenta fue la peor. Y allí están llenos de miedo, temerosos de que la barca naufrague. Al final acudirán a Jesus que a pesar de la tormenta parece dormido en la barca. ‘¿No te importa que nos hundamos?’

¿No habían visto ellos en tantas ocasiones lo que jesus era capaz de hacer? ¿Por qué ahora esos miedos? Como tantas veces nos sucede, cuando nos entran los miedos se pierde la confianza. Y ellos lo que piensan, como pensamos nosotros tantas veces, es que a Jesus no le preocupa que la barca se pueda hundir. ¿Estaban perdiendo la confianza con jesus? ¿Qué es lo que se les estaba debilitando por dentro?

Cuando tergiversamos las cosas, cuando nos movemos por otros intereses que no siempre queremos manifestar, cuando nos aparece el orgullo o el amor propio cerrándose sobre nuestros cuellos, perdemos el norte y el sentido, dejamos de valorar lo que tendríamos que valorar, comenzamos a sentirnos heridos en nuestro amor propio y en nuestro orgullo pero se desvanece nuestra autosuficiencia, parece que ya nos sentimos sin apoyos, comenzamos a hundirnos.

De este episodio del evangelio tenemos que aprender muchas cosas para nuestra vida. Empezar por valorar lo que tiene más valor, aprender en quien de verdad hemos de apoyarnos, buscar la manera de crecer por dentro para sentirnos fuertes no por nosotros mismos o por nuestros saberes, sino porque sabemos que Dios está siempre con nosotros, aunque no lo notemos a veces.

Es la búsqueda de una verdadera espiritualidad que nos haga fuerte frente a todas las adversidades de la vida. Es poner el verdadero cimiento sobre piedra que evita que la casa se caiga cuando vengan los temporales, esa piedra que encontramos en la Palabra de Dios, esa fortaleza que nos da una verdadera oración, esa gracia divina que recibimos en los sacramentos que nos hacen encontrarnos no solo con nosotros mismos, porque son muchas las cosas que tenemos que mirar y revisar, sino porque vamos a encontrarnos con Dios, verdadero alimento, luz y fuerza de gracia para nuestra vida.

¿Dejaremos que se nos hunda la barca? ¿Nos daremos de quien de verdad lleva el timón?


lunes, 1 de julio de 2024

El seguimiento de Jesús no es solo cuestión de un gusto personal sino respuesta a una invitación dada con radicalidad

 


El seguimiento de Jesús no es solo cuestión de un gusto personal sino respuesta a una invitación dada con radicalidad

Amós 2,6-10.13-16; Sal. 49;  Mateo 8, 18-22

Nos gustaría ser como él, hacer las cosas que él hace, parecernos a él. Es, me atrevo a decirlo así, la atracción que podemos sentir cuando nos encontramos una persona buena, una persona entregada, una persona que nos manifiesta con sus palabras pero sobre todo con actitudes y con compromisos de su vida, verdades que nos hacen pensar, que nos hacen plantearnos ideales nobles por los que llegamos a pensar que merece dar la vida.

Es bueno, podemos decir que de alguna manera es normal, que al sentirnos atraídos por algo queramos hacerlo, que si encontramos una persona así nos sintamos estimulados a elevar el listón de nuestra vida queriendo ser mejor, queriendo vivir también una entrega en la que encontramos un sentido para la vida; pero no tenemos que copiar, cada uno tenemos unas características y una personalidad, y lo que tenemos que sentirnos llamados a hacer es a desarrollar lo más posible lo mejor de nosotros mismos, que no significa que tengamos que hacer exactamente lo mismo, o querer como hacer un duplicado en nosotros de esa otra persona. Será algo a lo que nos ayudará la madurez que vayamos alcanzando en la vida, porque lo otro podría quedarse en una reacción un tanto infantil, y somos nosotros los que tenemos que madurar.

La gente también se sentía atraída por Jesús, le seguían a todas partes, se daban de codazos por estar a su lado – ‘ves como te apretuja la gente’, le escuchamos un día decir a Pedro -, se sienten entusiasmados y en tienen en ocasiones momentos incluso de delirio como cuando quieren hacerle rey allá en el descampado después de la multiplicación de los panes, y ya vemos cuantas alabanzas para él, e incluso para la madre que lo amamantó, como aquella mujer anónima.

En torno a El se ha ido formando aquel grupo de discípulos  que están con él siempre porque incluso han dejado sus barcas y redes o sus puestos de trabajo para responder a su llamada; a ellos de una manera especial irá formando porque para ellos tiene una misión especial. Son muchos los que le quieren seguir, bien cuando se han visto liberados de sus enfermedades y males como el ciego Bartimeo que le sigue por el camino después de haber recobrado la vista, o como aquel endemoniado geraseno que después de sentirse curado por Jesús quiere seguirle y Jesús le dirá que vaya a decirle a los suyos cuanto ha hecho Jesús con él.

Hoy vemos que incluso un escriba viene y esta dispuesto a seguir a Jesús a donde quiera que vaya. Pero no quiere Jesús entusiasmos fáciles que se pueden quedar en pasajeros; cuantas veces nos sucede que nos entusiasmamos con una amistad, pero con el paso del tiempo y no hace falta que sea mucho ya nos olvidamos de aquellos fervores del principio. Jesús quiere dejarnos bien claro cuales son las exigencias para seguirle, que no se puede quedar solo en cantos de alabanza; ¿nos quedaremos muchas veces en cánticos bonitos y entusiastas en nuestras celebraciones, pero cuando salimos de allí parece que lo hemos olvidado todo?

Hoy Jesús recuerda que las fieras del campo tienen sus madrigueras y los pájaros sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza. ¿Podemos llegar a vivir un desprendimiento y una austeridad así? Y nos dirá también que cuando nos decidamos a seguirle no podemos estar volviendo la vista atrás a cada rato para estar soñando con lo que dejamos, ni podemos quedarnos en seguir haciendo las cosas de muerte de siempre porque el camino que se abre ante nosotros es un camino de vida.

¿Estaremos dispuestos a escuchar la invitación de Jesús a seguirle – porque no es solo cuestión de gustos personales sino de llamada y vocación – para seguir con todo a Jesús en su camino? Es algo serio.

domingo, 30 de junio de 2024

Como Jesús tenemos que ser rayos de luz y esperanza, ir despertando a tantos dormidos en la vida, tender la mano a quienes están postrados para levantarlos de la muerte

 


Como Jesús tenemos que ser rayos de luz y esperanza, ir despertando a tantos dormidos en la vida, tender la mano a quienes están postrados para levantarlos de la muerte

 Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24; Sal. 29; 2 Corintios 8, 7. 9. 13-15; Marcos 5, 21-43

Despiértate, que parece que estás dormido’, le decimos a alguien y no porque se esté durmiendo donde no debe hacerlo, por ejemplo en su lugar de trabajo, sino porque parece que le falta vida, le falta entusiasmo en aquello que está realizando, como si le faltara vida. Pero, ¿cómo reaccionamos nosotros habitualmente cuando falta la vida?

Y podemos concretar algo más, ¿cómo reaccionamos ante la enfermedad que nos limita, antes las deficiencias físicas o síquicas con que algunas veces tengamos que enfrentarnos en nosotros o en los que nos rodean, como nos enfrentamos al hecho de la muerte? No solo soportamos, se convierte como en una amargura porque queremos vivir y no queremos ninguna limitación; es el amor a la vida que todos llevamos de manera implícita en nuestro propio ser.

Queremos vivir, aunque algunas veces no sepamos cómo; y digo que no sepamos cómo porque muchas veces tenemos conceptos muy distintos en lo que es vivir; y nos podemos confundir, y aunque digamos que estamos buscando la vida, más bien nos encerramos en la muerte; hay muchas formas de estar muerto.

Pudiera parecer que me estoy enrollando de mala manera, pero es algo que en el fondo todos pensamos, aunque saquemos conclusiones diversas y no siempre convergentes. Pero es un ansia que todos llevamos. Y hoy el evangelio nos quiere hacer pensar en todo eso.

Nos habla el evangelio de una niña que está en lecho de muerte, de un padre que desesperado, podemos decir, no sabe a quién acudir y viene a Jesus; y nos habla de que Jesús se pone en camino, aunque parece como si fueran diversos los obstáculos que van apareciendo. Prescindimos de lo que nos cuenta otro evangelista de la mujer que se introduce por medio con sus hemorragias – también carencia de vida al desparramarse la sangre – en el camino de Jesús hasta casa de quien le ha pedido por su hija; pero vendrán decir que la niña ha muerto y ya no hay esperanza; allá están ya las plañideras con sus llantos y lamentaciones.

Jesús sigue el camino que ha emprendido, que es un camino que quiere que nosotros también realicemos; de hecho lo estamos realizando con nuestros miedos y con nuestras dudas, con nuestro dejarnos dormir en tantas cosas que tendrían que ser importantes y dejamos a un lado, con la muerte que vamos dejando entrar en nuestra vida con nuestras desganas, nuestros abandonos y nuestras desconfianzas, nuestros cansancios y aburrimientos, con tantas rupturas de todo tipo que nos van destrozando por dentro; de tantas maneras nos vemos envueltos en un circulo de sombras que parecen fúnebres en nuestra vida.

‘La niña no está muerta, sino dormida’, les dirá jesus a los que ya están haciendo duelo, aunque no lo comprendan e incluso se rían de El. ¿Dirá eso Jesús de nosotros?  Si solo está dormida se podrá despertar. Es un rayo de esperanza el que quiere entrar en aquella casa tan envuelta en sombras lúgrubes, que estaban allí ya desde el primer momento las plañideras.

¿No seremos de alguna manera plañideras de nuestra propia vida en muchas ocasiones? Claro que vienen las dificultades en la vida y los contratiempos, y nosotros lo que hacemos es quejarnos de todo y de todos; pronto queremos echar balones fuera y empezamos a ver culpabilidades; o nos sentimos impotentes e incapaces de levantarnos para comenzar de nuevo y allí donde hay sombras tratar de poner luz; o abandonamos ante la primera dificultad sin intentar buscar solución, encontrar una salida, descubrir otras posibilidades de hacer las cosas. Como se suele decir, muchas veces somos unos quejicas. Y aún más a quien viene a intentar darnos una solución le decimos ya de antemano que las cosas no tienen solución porque está todo perdido.

Jesus siguió adelante, se abrió paso entre aquellos que lo veían todo perdido. Y a Jairo le decía, ‘basta que tengas fe’. ¿Será posible la esperanza cuando parece que todo está perdido? ¿De qué nos puede valer esa fe? Es lo que muchos se siguen preguntando y quizás quieran planteárnoslo si nosotros queremos seguir adelante como Jesus. Jesus cogió de la mano a la niña y la levantó. ‘A ti, te lo digo, levántate’. Y le dijo a los padres que le dieran de comer.

¿Nos dejaremos que nos tomen de la mano para levantarnos de nuestra oscuridad de muerte en la que tantas veces nos vemos envueltos? Quizá no nos hemos dado cuenta ni lo hemos valorado, pero cuántas veces hemos salido de nuestras postraciones, de nuestros malos momentos; cuántas veces hemos comenzado a creer de nuevo que es posible, que se puede cambiar o se puede recomenzar, que las cosas comienzan a tener solución. ¿Habremos pensado en esa mano de Dios que ha llegado a nosotros a través quizás de quien menos pensamos que con una palabra de ánimo nos puso de nuevo en camino? Sepamos tener ojos de fe y vemos a Dios actuando sobre nuestra vida, aunque no lo hayamos sabido siempre agradecer.

Pero decíamos que con Jesús nos hemos puesto en camino porque El siempre nos invita a ir más allá, a ir a la otra orilla, a llegar allí hasta esa cama de postración y de muerte en que se pueden encontrar tantos; como Jesús tenemos que saber ser rayos de luz y de esperanza, como Jesús tenemos que ir despertando a tantos por la vida; como Jesús tenemos que tender la mano a quien está postrado en ese lecho – y no nos dé miedo ni asco dar la mano por mucha que sea la miseria con que nos encontremos – porque tenemos que levantarlos de la muerte y hacerlos ir también al encuentro con la vida.

Pensemos en lo que hoy mismo podemos hacer en este sentido, no lo dejemos para mañana, porque la vida tiene que hacerse más presente en nuestro mundo.