¿Estaríamos
dispuestos a sentarnos a la mesa con Jesús sabiendo quienes son sus preferidos
o tendríamos que pensárnoslo?
Amós 8,4-6.9-12; Sal. 118; Mateo 9,9-13
Me lo tengo que pensar, es una
socorrida salida que tenemos en muchas ocasiones cuando se nos plantea o se nos
propone algo que quizás no estaba en nuestros planes. ¿Una forma de mirar mis límites
y posibilidades? ¿Un ver hasta donde soy capaz de comprometerme? Quizás me
pregunte ¿qué beneficios – o qué ganancias mirándolo incluso desde un punto de vista
más material - voy a obtener de eso que me proponen? ¿Esto me va a complicar la
vida? Muchas y diversas preguntas para dar largas quizás, para no tomar
decisiones que me puedan comprometer, y lo dejamos para otro momento.
Es el planteamiento de algo nuevo en lo
que podría implicarme, son situaciones inesperadas que surgen ante las que hay
que hacer algo, es una necesidad que detectamos en gente a nuestro alrededor
con sus carencias y necesidades, o situaciones que surgen en la propia familia,
o cosas que afectan también al ámbito social. ¿Habrá prontitud, disponibilidad,
generosidad, desprendimiento para dar mi tiempo, mi trabajo, mis atenciones a
esas cosas que de pronto se nos presentan?
Hoy se nos presenta en el evangelio un
hermoso testimonio y precisamente del que menos se podía esperar; bueno o al
menos ese pensamiento estaba en ciertos sectores de la sociedad de entonces,
aunque también esas actitudes se dan entre nosotros donde también hacemos
nuestras distinciones entre quien puede responder o quien no va a responder.
Se trata de un publicano. Ya quizás
alguno comience a preguntarse cuales eran los criterios de Jesús para escoger a
los que quería que estuvieran con él, la elección de sus discípulos. Pues es a un
publicano a quien ahora Jesús llama y quien nos da un hermoso testimonio. En la
brevedad pero al mismo tiempo mucha elocuencia del relato evangélico, Mateo
está allí en su ‘despacho’ de cobrador de impuestos cuando Jesús pasa y le dice
que le siga. Espera que tengo que arreglar las cuentas, parecería que fuera la
postura más responsable de Mateo, puesto que estaba además desempeñando una
actividad que de alguna manera era como un cargo público. Pero Mateo no se lo
piensa dos veces, ‘se levantó y siguió a Jesús’.
¿Estaremos viendo ahí esa prontitud,
disponibilidad, generosidad, desprendimiento del que hablábamos antes? Cuando
hay generosidad y disponibilidad en el corazón no tenemos miedo a los riesgos,
pero ya sabemos que seguimos atados con muchas parálisis del corazón como en
otra ocasión hemos reflexionado. Y es que todo es cuestión de generosidad y de
amor, y surgirá esa disponibilidad de todo lo nuestro, de nuestra propia vida,
y ese desprendimiento que es también arrancarnos de esas ataduras.
Pero siguiendo con el texto del
evangelio me viene otro pensamiento. Jesús invitó a Mateo a seguirle,
inmediatamente lo veremos sentado a la mesa con Jesús, pero también tenemos que
contemplar quienes son los que están sentados a la mesa con Jesus. Sí, Jesús
cuando nos está invitando a seguirle nos está invitando a que nos sentemos a la
mesa con El. Visto así de pronto lo consideraríamos un gran honor, pero mirando
los detalles ¿tendríamos que pensárnoslo, como decíamos al principio?
Pero en la mesa con Jesús están también
sentados los indeseables, los que eran menospreciados de todo el mundo,
aquellos de los que los que se consideraban con mayor dignidad no admitirían
nunca a su mesa. Allí están los publicanos y los pecadores, allí están las
prostitutas y los que nadie quiere, los que se consideraban como un desecho de
una sociedad puritana. Y es que Jesús no hace distinciones. Y es que Jesús es
el médico que ha venido a sanar a los enfermos, los que se consideran sanos no
creen necesario sentarse con Jesús.
Y nosotros, ¿estaríamos dispuestos a sentarnos
así a la mesa con Jesús? Nosotros que nos lo pensamos tanto a la hora de
escoger nuestros amigos y poner en ellos nuestra confianza. Porque nosotros
seguimos haciendo discriminaciones, nuestro corazón se encuentra muchas veces
roto y dividido.
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