Vistas de página en total

sábado, 12 de octubre de 2024

El Pilar un lugar importante en la historia de nuestra vida y nuestra tierra, una presencia de María que significa mucho en nuestra fe, que es también el camino de nuestra historia

 


El Pilar un lugar importante en la historia de nuestra vida y nuestra tierra, una presencia de María que significa mucho en nuestra fe, que es también el camino de nuestra historia

1Crónicas 15, 3-4. 15-16; 16, 1-2; Salmo 26; Lucas 11, 27-28

Siempre en la historia de nuestra vida tenemos lugares que nunca podremos olvidar, recuerdos de momentos vividos en ese lugar, experiencias que nos llegaron al alma o acontecimientos que fueron importantes en nuestra historia personal o que quizás hayan sido hitos valiosos para nuestros familiares o nuestros antepasados y que nosotros tratamos de guardar con sumo cuidado; forman parte de nuestra historia, de nuestra vida que quizás dejaron una huella en el alma. Volver a aquel lugar nos trae recuerdos, es más, nos hace revivir parte importante de nuestra vida, nos produce emoción en el alma y probablemente hablemos a los que vienen tras nosotros con gran entusiasmo.

Igual que hemos venido hablando de lugares, podemos hacerlo también de personas que han sido importantes en nuestra vida; se hicieron presentes junto a nosotros quizás en momentos difíciles y eso no lo podremos olvidar nunca, nos dijeron una palabra que fue un abrir caminos para nuestra existencia, o su ejemplo se convierte para nosotros en un estimulo y un acicate para seguir con entusiasmo nuestro camino. Personas que siempre recordaremos, que nos gustaría sentir su presencia y de una forma o de otra siempre las sentimos a nuestro lado.

He comenzado trayendo a la memoria esas experiencias, que cada uno por si mismo en su historia personal lo verá de una forma muy concreta – cada uno tenemos nuestros recuerdos y nuestras experiencias que han sido vitales para nosotros -, digo que he traído a la memoria estas experiencias, como punto de partida de la reflexión que nos podemos hacer hoy cuando estamos celebrando a la Virgen en su Advocación del Pilar.

Por supuesto siempre celebrar a la Virgen María es para nosotros lo más grato porque la miramos, sí, como nuestra madre, pero también como la Madre de Dios al darnos a Jesús con todo lo que supuso su presencia en la historia de la salvación. No podemos olvidar nunca su lugar, su presencia junto a Jesús, y el lugar en que El la ha colocado al lado de su Iglesia como Madre que camina a su lado y la protege. Siempre es una experiencia hermosa celebrar a María que llena el alma del gozo más grande.

Pero he querido pensar en todo esto en esta fiesta concreta de la Virgen del Pilar que hoy celebramos. Podemos hablar de tradiciones que se han hecho historia, pero algo grande han significado en la historia de la Iglesia en España ya desde sus comienzos. La tradición nos habla de la presencia del Apóstol Santiago en nuestras tierras hispanas anunciando el evangelio de Jesús. No fueron, es cierto, muchos años pues pronto sería el primero de los apóstoles que diera su vida por su Jesús al ser decapitado en Jerusalén por el rey Herodes.

Pero la tradición nos habla de su tarea como apóstol en estas lejanas tierras. Y es cuando la tradición nos habla de esa presencia de María, milagrosamente y nunca podemos negar la posibilidad de los milagros de Dios, una presencia de María mientras aun vivía en carne mortal, para alentar al apóstol que aquí anunciaba el evangelio de Jesús. Y allí junto al Ebro quedó ese pilar como signo de esa presencia de María entre nosotros, que tanto fortaleció entonces el ánimo del apóstol, como ha seguido alentando a los que seguimos a Jesús en nuestras tierras, para convertirnos también a lo largo de los siglos en evangelizados a lo largo y ancho del mundo.

Es importante, entonces, ese lugar y esa presencia de María, como un signo sobre ese Pilar allí a las orillas del Ebro, pero presente siempre en el corazón de los cristianos españoles, que la llamemos Pilar o le demos cualquier otro nombre o advocación de nuestra devoción que nos ha ayudado a mantener la fe, fortalecer nuestra esperanza y avivar continuamente nuestro amor en ese seguimiento de Jesús y en ese testimonio del evangelio que queremos dar ante el mundo.

Pidamos la intercesión de María, la Madre del Señor y nuestra madre, para que se mantenga viva la fe en España. Habían sido momentos oscuros aquellos por los que pasaba el apóstol en la predicación del Evangelio en nuestras tierras y María fue ese faro de luz y de esperanza.

Nuestros momentos tampoco hoy son fáciles y necesitamos reavivar nuestra fe, mantener viva nuestra esperanza, porque el evangelio de Jesús sigue siendo esa respuesta de salvación que el mundo de hoy necesita, que nuestra tierra española necesita, y que la presencia de María sigue manteniéndonos firmes y llenos de esperanza; que con María a nuestro lado en el camino de la vida nos impulse a que sigamos siendo esos anunciadores del evangelio en medio del mundo, como lo fueron tantos antes de nosotros para llegar el evangelio a las tierras que llamábamos del nuevo mundo, pero decimos hoy a todas las tierras del mundo que tenemos que hacer nuevo desde la renovación del Evangelio.

Es el hondo sentido que hemos de darle a nuestra fiesta del Pilar. Es un lugar importante en la historia de nuestra vida y nuestra tierra; es una presencia la de María que significa mucho en el camino de la fe, nuestro camino personal de fe, pero también el camino de nuestra historia. Muchas cosas tenemos que reavivar.


viernes, 11 de octubre de 2024

Que por todo lo bueno que vemos a nuestro alrededor sepamos dar gloria a Dios, porque son signos y señales de ese Reino de Dios

 



Que por todo lo bueno que vemos a nuestro alrededor sepamos dar gloria a Dios, porque son signos y señales de ese Reino de Dios

Gálatas 3, 7-14; Salmo 110; Lucas 11, 15-26

Hay quien va por la vida de autosuficiente y engreído porque se cree, y hace alarde de ello, que nadie hace las cosas como él; se las sabe todas, como solemos decir, pero se cree que es el único que sabe; a lo sumo, los que son como él, o sea de su grupo o de su clan, son los que podrían hacer las cosas bien; por supuesto aquellos que no piensan como él, que no son de su manera de pensar, por decirlo de alguna manera, esos por más que quieran no serán capaces de hacer nada bueno. Y con ello, con su autosuficiencia por una parte, o con sus criticas a todo y a todos va creando un mal ambiente, va creando divisiones, estará siempre con el rechazo a lo que hagan los otros.

Quizás planteo las cosas con una cierta exageración, pero ¿de alguna manera no estamos siendo así en nuestra sociedad en que siempre lo que hacen los otros está mal y no somos capaces de ver y de aceptar lo bueno que puedan hacer los demás? Cuánto nos cuesta aceptar y valorar lo que hacen los otros. Qué prontos somos para juzgar, para criticar, para poner faltas, para minusvalorar lo que hacen los otros, o para desprestigiarlos para que así pierdan todo valor. Con qué facilidad corroemos lo bueno de los demás. Son nuestros orgullos y autosuficiencias, o es la falta de humildad para reconocer lo bueno que hacen los otros que incluso nos superan; pero eso  no lo podemos soportar.

Es el rechazo que vemos que ciertos sectores le están haciendo a Jesús. No terminan de comprender la obra de Dios que en Jesús se manifiesta. Serán los sencillos los que sienten admiración por las obras de Jesús, reconociendo que un gran profeta ha aparecido entre ellos. Ya contemplamos a Jesús en otro momento del Evangelio dando gracias al Padre que ha revelado los misterios de Dios a los pequeños y a los sencillos.

Pero aquellos que se creían sabios y entendidos, que de alguna manera se habían vuelto manipuladores de la fe de los sencillos rechazan la buena nueva de Jesús. No serán capaces de reconocer esa buena noticia que les trae Jesús del Reino de Dios que se acerca y que ya está en medio de ellos. Ellos tenían otros conceptos, ellos se creían con sus privilegios que en el nuevo Reino que Jesús anuncia, ellos podrían perder. No han terminado de entender el sentido del Reino de Dios que Jesús viene proclamando; lo ven como un peligro para sus posicionamientos y sus privilegios.

Por eso, lo mejor, desprestigiar a Jesús. Aquello que Jesús está realizando no es obra de Dios; Jesús, dicen ellos, está actuando con el poder de Belcebú. La ceguera de sus mentes y la cerrazón de sus corazones les llevan a confundir todo y a querer crear confusión también en los demás. Siembra desconfianza y echarás abajo el más hermoso edificio. Como sigue sucediendo en todos los tiempos y nos sucede hoy también con las mecánicas y dinámicas de nuestra sociedad.

Jesús nos enseña a valorar todo lo bueno, venga de donde venga. A tener un espíritu abierto y al mismo tiempo humilde para descubrir lo bueno, para valorar lo bueno, para tener en cuenta todo  lo bueno que hay alrededor. Tenemos que aprender a abrir los ojos al estilo de Jesús, porque también muchas veces somos catastrofistas viendo todo mal, viendo todo lleno de maldad, creando también confusiones a nuestro alrededor, no sabiendo descubrir los signos de los tiempos, como en otra ocasión Jesús nos decía, para ver esa acción de Dios en tantas cosas en nuestro entorno.

Es algo muy general de nuestra sociedad, pero que también nos sucede en nuestro espacio eclesial. No todo el campo siempre está lleno de flores y de buenos frutos, y entre nosotros aparecen también esos sembradores de cizañas que tanto daño pueden hacer alrededor. Sabemos que tenemos que contar con ello, como Jesús nos va enseñando en el evangelio, pero nos obliga a purificar más y más nuestra, a dulcificar nuestras actitudes, a tener una mirada nueva, a ver ese sentido positivo que siempre el evangelio tiene que sembrar en nuestro corazón.

Claro que tenemos que fortalecernos en nuestra fe para que cuando llegue la tentación nos mantengamos firmes y nos dejemos confundir por tantas cosas y tantas tentaciones que nos pueden aparecer en nuestro derredor. Si no estamos vigilantes, si no mantenemos alto nuestro espíritu, vendrá el maligno que revolverá nuestra vida, como nos dice hoy jesus.

Que por todo lo bueno que vemos a nuestro alrededor, venga de donde venga, sea quien sea, sepamos dar gloria a Dios, porque son signos y señales de ese Reino de Dios que se está construyendo en nosotros y entre nosotros.  

jueves, 10 de octubre de 2024

Disfrutar y gozarnos de la presencia de Dios es oración, no es atrevimiento sino confianza, porque todo arranca de la fe y del amor y Dios siempre está ahí

 


Disfrutar y gozarnos de la presencia de Dios es oración, no es atrevimiento sino confianza, porque todo arranca de la fe y del amor y Dios siempre está ahí

Gálatas 3, 1-5; Salmo: Lc 1, 69-75; Lucas 11, 5-13

Qué bueno y qué gozo interior se siente cuando sabemos que quien nos ama y a quien nosotros amamos tenemos la certeza de que está ahí a nuestro lado, sean momentos buenos y de felicidad como en los momentos difíciles y oscuros de la vida; saber que podemos contar con él, solo con su presencia nos sentimos felices y fortalecidos para los caminos de la vida.

Lo que he dicho lo podemos ver y sentir en lo humano y con ello podemos referirnos a la presencia de la familia que nos quiere, de los amigos que nos aprecian, de esas personas buenas que están a nuestro lado en la vida y sabemos que siempre podamos contar con ellas. Pero podemos hacer una traslación a lo espiritual, para sentirnos fortalecidos por dentro con la presencia de Dios en nuestra vida que sabemos que no nos falla.

Decimos que la sombra no nos deja y va con nosotros allá donde vayamos, pero en este caso tenemos que decir que es una luz que nos envuelve para sentirnos totalmente iluminados y transformados; no es algo que vamos dejando tras nosotros como una sombra, sino que es luz que viene a nuestro encuentro y nos da sentido de vida.

Una presencia que tenemos que saber vivir con fe, no solo como algo de lo que echamos mano cuando estamos necesitados, sino que se hace vida en nosotros en toda situación y circunstancia. Una presencia de la que tenemos que gozarnos, una presencia que tenemos que saber buscar y descubrir, una presencia que es Misterio porque la inmensidad de Dios será algo que no podremos abarcar en toda su plenitud pero que también es gracia porque es Dios mismo el que nos regala su presencia y su presencia siempre será amor presente en nuestra vida. No olvidemos que Dios es amor.

Hoy Jesús vuelve a hablarnos del sentido de la oración y pareciera, porque es en lo que siempre de manera especial nos fijamos, que la oración es solo petición, pero la oración es mucho más. Cuando estamos viviendo y disfrutando de esa presencia, aunque no digamos nada podemos y tenemos que decir que estamos en oración. Por eso Jesús no solo nos habla de pedir sino de buscar, de llamar, que es abrirnos con fe a ese Misterio de Dios que nos regala, que se hace encontrar, que nos responde, que nos habla y nos hace sentir su presencia allá en lo más hondo de nosotros.

Claro que Jesús nos pondrá el ejemplo, como pequeña parábola, del hombre a quien le llega inesperadamente un huésped y al no tener nada que ofrecerle acude al vecina, sea la que sea la hora del día o de la noche, para conseguir lo que ofrecer a su huésped. ¿Por qué lo hace? ¿Por qué tiene tal atrevimiento de ir incluso en las horas de la noche? Porque tiene la confianza de que el amigo está ahí siempre, a la hora que sea, y siempre a la hora que sea le va a atender. Siempre a la hora que sea sabemos que Dios está ahí y nos escucha y se hace presente en nuestra vida. Es el padre que siempre le dará al hijo lo que necesite y nunca le va a ofrecer algo que pueda hacerle daño.

Todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre’, viene a decirnos jesus. Por eso, como hemos reflexionado en otro momento, Jesús nos enseña a que lo llamemos Padre. Como nos dirá san Juan en sus cartas, es que somos sus hijos, hijos amados de Dios, porque el amor arranca no del amor que nosotros podamos ofrecer, sino del amor primero que Dios siempre nos ha tenido.

Esa tiene que ser nuestra oración, ese tiene que ser el sentido de nuestra oración. No tenemos que preocuparnos tanto por lo que vamos a decirle o a pedirle, sino por disfrutar y gozarnos de su presencia, porque sabemos que Dios siempre está ahí.

 

miércoles, 9 de octubre de 2024

‘Enséñanos a orar’, le pedían los discípulos, pero Jesús no nos da fórmulas, ni nos pide rezos interminables, ni ritos que se queden vacíos, nos enseña a decir Padre

 


‘Enséñanos a orar’, le pedían los discípulos, pero Jesús no nos da fórmulas, ni nos pide rezos interminables, ni ritos que se queden vacíos, nos enseña a decir Padre

Gálatas 2,1-2.7-14; Salmo 116; Lucas 11,1-4

Una palabra dicha con fe y una palabra cargada de amor, no necesitamos más. Es lo que hoy Jesús nos enseña. Había estado orando, con frecuencia lo vemos a lo largo de los evangelios; se retiraba en la noche al descampado a hacer oración, subía a la montaña como al principio se había retirado durante cuarenta días por el desierto de Judea, allá quizás en las inmediaciones de Jericó donde situamos el monte de la cuarentena, o como había hecho con aquellos tres discípulos escogido a lo alto del Tabor, como solía hacer en Getsemaní o el monte de los Olivos que por algo sabía Judas donde encontrarle; muchos momentos más podríamos entresacar de las páginas del evangelio. Y ahora los discípulos que lo han visto le piden que les enseñe a orar.

Una palabra les enseña Jesús, una palabra dicha con fe y cargada de amor, Padre. No es necesario nada más viene a decirnos Jesús. Como nos dirá en otro momento no es necesario ponernos a decir muchas cosas, no es necesario llevar la lista de peticiones como quien van a gestionar un despacho, que Dios bien sabe lo que necesitamos. Con que digamos esa Palabra, pero lo hagamos con fe y cargada de todo el amor que podamos sacar de nuestra alma es suficiente.

Muchas veces nos ponemos a decir que si necesitamos concentrarnos, hacer no sé que ejercicios de relajación, y nos inventamos una multitud de cosas que mientras las vamos realizando nos perdemos, pero ¿por qué no decimos que lo que necesitamos es poner toda nuestra fe? Será la fe la que nos concentra porque nos estará ayudando a poner nuestra mente en Dios. ¿Qué es lo que realmente vamos a hacer cuando vamos a orar? Encontrarnos con Dios. Solo desde la fe es posible ese encuentro, solo desde la fe nos podemos adentrar en ese misterio de Dios, solo desde la fe podremos sentir su presencia y gozarnos con ello; nada entonces nos podrá distraer.

Pero es un encuentro de amor. Lo expresamos con la palabra que pronunciamos, Padre. ¿A quien podemos llamar Padre sino a aquel que sabemos que nos ama de verdad? No se es padre porque se hayan hecho no sé cuantas cosas, se es padre porque se ama; podemos llamar a Dios Padre porque nos sentimos amados. No necesitamos más sino dejarnos envolver por ese amor. Y nuestra oración se convierte en un gozo del alma; nos sentimos reconfortados, nos sentimos inmersos en ese misterio de Dios, y entonces pueden surgir todas las más hermosas emociones y todos más profundos razonamientos.

Al sentirnos envueltos en ese amor de Dios, partiendo de aquella fe de la que hablábamos antes, estaremos escuchando a Dios en nuestro corazón porque descubriremos la vida de otra manera, porque su claridad nos dará clarividencia para enfrentarnos a problemas y dificultades que tengamos en la vida, porque nos sentiremos inspirados por el mismo Espíritu de Dios que nos envuelve y anida en nuestro corazón. Escuchamos a Dios, que es lo importante. Nos sentiremos confortados en Dios y para El surgirán las mejores alabanzas desde lo hondo del corazón. Al sentirnos amados nos sentiremos igualmente purificados y nuestra vida se ve renovada.

‘Enséñanos a orar’, le pedían los discípulos. Pero Jesús no nos da fórmulas, Jesús no nos pide rezos interminables, Jesús no quiere ritos que se quedan vacíos, Jesús nos está enseñando a llenar de hondura nuestra vida, a que encontremos la verdadera espiritualidad, nos enseña a decir Padre. Es lo más grande. Es la gran buena noticia que Jesús quiere darnos, que Dios nos ama, que es nuestro Padre, que somos sus hijos. De ahí saquemos todas las consecuencias.

martes, 8 de octubre de 2024

Que se rezuma y nos contagie ese perfume de serenidad que desprendemos con la hospitalidad de las puertas siempre abiertas de nuestro corazón, como en Betania

 


Que se rezuma y nos contagie ese perfume de serenidad que desprendemos con la hospitalidad de las puertas siempre abiertas de nuestro corazón, como en Betania

Gálatas 1, 13-24; Salmo 138; Lucas 10, 38-42

Qué incómodos nos sentimos cuando llegamos a la casa de alguien y simplemente nos reciben en la puerta, quizás sin entreabrirla lo suficiente, y secamente nos saludan y nos preguntan qué deseamos. ¿Qué deseamos? Primero que nada el calor de una acogida, una sonrisa en el rostro y una puerta que se abre; no es solo la puerta física la que deseamos que se abra porque queramos entrar, sino sentir cómo se abre el corazón, cómo se hace sonar la alegría del alma al recibir o acoger a alguien. ¡Qué hermosa virtud la de la hospitalidad!

Pero andamos demasiado a la desconfianza, en todo y en todos estamos viendo un peligro y nos encerramos. Cuántas puertas cerradas nos vamos encontrando en el camino. Y lo peor es que están cerradas no solo las puertas materiales de entrada a nuestras casas, sino que sea sintomático de la cerrazón del corazón. Una cosa es expresión de la otra.

El evangelio de hoy nos presenta la llegada de Jesús a un hogar de Betania, que ya se ha convertido para nosotros en imagen de hospitalidad y de acogida. A Jesús, como deducimos de distintos momentos del evangelio le encantaba descansar en aquel lugar. Como surgiría en otro momento la expresión, eran los amigos de Jesús. Marta lo recibió en su casa y mientras ella andaba en sus afanes de cómo mejor servir a sus huéspedes, su hermana María se sentó a conversar con Jesús. Qué hermosa e idílica imagen nos hemos hecho de aquel hogar de Betania.

Por allá aparecen con naturalidad los tiquismiquis que suelen aparecen siempre en relación entre hermanos, pero que con síntoma y expresión de lo que era aquella acogida donde todos tenían que sentirse a gusto. Es importante. Se siente a gusto el que es recibido y acogido, pero se siente a gusto el que ofrece lo mejor de su hospitalidad. Es el aroma de serenidad que se desprende de aquel hogar. No habían miedos ni desconfianzas, no había nada que ocultar sino era presentarse tal como eran, no se jugaba a las medias palabras para mantener las distancias, eran corazones abiertos para dar y para recibir como siempre tiene que ser en los caminos de la amistad y del amor.

Más allá de esas interpretaciones que nos hacemos por un lado de lo que parecía ser una incomodad de Marta porque le parecía que no se sentía ayudada por su hermana María, y de las palabras de Jesús que no son reproche sino una expresión para enseñarnos a buscar en cada momento lo que verdaderamente es más importante, siempre nos ha servido este episodio como hermoso ejemplo de lo que tiene que ser siempre nuestra acogida a los demás, sean quienes sean. Bien lo necesitamos contemplar y meditar también en nuestro mundo de hoy.

Tiempo de comunicaciones abiertas y universales porque hoy las redes realmente se abren con esa universalidad. Nos podemos comunicar hoy al instante con cualquier persona y en cualquier lugar del mundo en el que se encuentre. Pero aún así, sigamos con muchas puertas cerradas. Seguimos necesitando la cercanía y el contacto personal, esa vibración del alma cuando sentimos que se posa sobre nosotros la mirada de aquel con quien estamos hablando, y aunque hoy podemos vernos y escucharnos por las redes a través de los medios de los que hoy disponemos, hay un calor humano insustituible que lo da la presencia.

Todos necesitamos ser escuchados entrando en una nueva sintonía del alma, como todos podemos y tenemos que ofrecer las antenas de nuestro corazón que nos hagan entrar en esa mutua comunicación. María, dice el evangelio, estaba sentada a los pies de Jesús escuchándole, entrando en esa sintonía del espíritu, entrando en esa comunicación y diálogo que muchas veces va más allá de las palabras, porque con nuestros ojos respondemos, con nuestra mirada preguntamos, con las expresiones de nuestro rostro y nuestro cuerpo estamos expresando también lo que sentimos y queremos comunicar.

Tenemos que aprender a entrar en esa comunicación que se hace íntima y cercana, que es un desahogo del alma, pero que puede ser también paño de lágrimas al tiempo que oído atento. No podemos poner barreras ni muros que nos distancien, no tenemos que dejar que afloren las desconfianzas que nos llenan de miedos y nos hacen ser precavidos en las palabras que pronunciemos o los gestos que tengamos, no podemos andar con medias palabras por esos temores que arrastramos en nuestro interior a interpretaciones y malentendidos. Tenemos, en fin, que abrir las puertas del corazón, sin miedo a que puedan incluso descubrir nuestras debilidades porque tenemos siempre la confianza de la mano tendida con cariño y llena de comprensión.

Cuánto nos enseña aquel hogar de Betania. Allí se vivía evangelio porque sus actitudes eran ya buena noticia de algo que iba a transformar en verdad nuestra vida. Qué brillen así en nuestra vida y en nuestra relación con los demás todos esos valores del evangelio.

lunes, 7 de octubre de 2024

Nos gozamos con la presencia de María, el regalo de una madre que Dios ha querido darnos, y no nos cansamos de piropearla porque se merece todo nuestro amor de hijos

 


Nos gozamos con la presencia de María, el regalo de una madre que Dios ha querido darnos, y no nos cansamos de piropearla porque se merece todo nuestro amor de hijos

 

Zacarías 2, 14-17; Salmo Lc 1, 46b-55; Lucas 1, 26-38

Los enamorados se dicen una y otra vez palabras de amor y no se cansan nunca de repetirlas. Cuando algo nos gusta no nos cansamos de admirarlo y saborearlo, es más, cada vez le encontramos más sabor enriqueciendo la capacidad de nuestro propio paladar.

Hoy estamos celebrando una advocación de la Virgen que nos lleva a repetir una y otra vez piropos de amor para la que es nuestra madre, depositando en su corazón todo lo que es nuestra vida, con nuestros anhelos y preocupaciones, con nuestros deseos y con nuestras alegrías, desde nuestras penas y nuestros sufrimientos, porque sentimos que es la madre, y la madre no se cansa nunca del amor de sus hijos, y tampoco los deja abandonados en sus angustias y en sus penas.

Una advocación de la Virgen que se convierte en un bello ramillete de rosas de amor cuando le repetimos una y otra vez las palabras del ángel que la hacían sentirse la agraciada del Señor, reconociendo desde su humildad las maravillas que el Todopoderoso realizaba en ella y a través de ella derramando su misericordia de generación en generación para todos los hombres. Hoy la llamamos y la invocamos como la Virgen del Rosario, que al mismo tiempo se convierte para nosotros como una escala a través de la cual le hacemos llegar los efluvios de nuestro amor.

Ha sido una devoción bien enraizada en el pueblo cristiano , pero que no se queda en lo popular a pesar de tantas tradiciones populares que en torno a su imagen en esta bendita advocación del Rosario expresan la devoción y el amor que sentimos por Maria como abogada en todas nuestras necesidades, sino que tiene también un profundo sentido teológico porque al repetir una y otra vez con las cuentas del rosario las palabras del Avemaría al mismo tiempo vamos considerando y contemplando todo el misterio de Cristo que a través de María para nosotros se hace tan cercano y tan vivido.

María nos enseña a contemplar a Cristo para ser capaces de mirarlo a través de sus mismos ojos. Pensemos cómo María en tantos momentos, como saben hacerlo las madres, se pondría a rumiar en su corazón todo aquel misterio de Cristo que junto a ella se había ido desarrollando. En un momento el evangelio nos dice que María, todo aquello que contemplaba, lo guardaba en su corazón. ¿Y para qué guardan en su corazón las madres los acontecimientos de la vida de sus hijos? Hace suyos la madre esos acontecimientos de la vida de sus hijos, se duele con sus sufrimientos y se goza con sus alegrías, se ve en ellos reflejada por las buenas semillas que fue plantando en sus corazones que ahora se manifiestan en lo que van realizando en su vida y tendrán siempre la palabra oportuna para alentar y para animar en el camino que se les pueda hacer difícil. Cómo conforta la presencia de la madre, aunque sea en silencio, en esos momentos de lucha y de superación.

Nadie como una madre los conoce tanto, nadie puede hablarnos de alguien mejor que lo que pueda hacerlo una madre. Así María quiere hacer con nosotros, ser para nosotros esa presencia de Madre que nos alienta y nos anima así como maestra que nos enseña y transmite todo el misterio de Jesús que nadie como ella vivió con tanta intensidad cuando la invocamos con el rezo del santo Rosario. Es una meditación y una contemplación, al tiempo que es un plasmar en nuestro corazón a través de los ojos de María todo ese misterio de Cristo.

Nunca una madre quiere sustituir la acción que el hijo tiene que realizar, pero sí será siempre un estimulo para que realicemos nuestro camino. Tampoco quiere María sustituir la acción de Jesús – por lo que tenemos que cuidar muy bien lo que tiene que ser nuestra devoción a María – sino que siempre está el impulso que continuamente nos recuerde que es a Jesús a quien tenemos que escuchar y al que tenemos que obedecer con nuestra obediencia de fe y de amor para realizar cuánto El nos diga.

Nos gozamos, pues, con la presencia de María que siempre nos llevará hasta Jesús. Damos gracias a Dios por ese regalo de una madre que ha querido darnos en María y no tememos de cansarnos de piropear a María como los buenos hijos saben hacerlo siempre con una madre. ¿Cómo no lo vamos a hacer con María?

domingo, 6 de octubre de 2024

Amor, comunicación y comunión, camino de plenitud no solo de un yo sino de un nosotros, que nos engrandece y dignifica, signo e imagen del amor de Cristo por su Iglesia

 


Amor, comunicación y comunión, camino de plenitud no solo de un yo sino de un nosotros, que nos engrandece y dignifica, signo e imagen del amor de Cristo por su Iglesia

Génesis 2, 18-24; Sal. 127; Hebreos 2, 9-11; Marcos 10, 2-16

Hemos sido creados para ser felices alcanzando la plenitud de nuestro ser como personas. Una plenitud que fundamentamos en el pleno desarrollo de nuestro ser como personas, en la corporeidad de nuestra presencia pero también en lo más profundo que llevamos dentro de nosotros que nos eleva y nos lleva mas allá de ese cuerpo para sentir la fuerza del espíritu dentro de nosotros que nos hace ser nosotros mismos, para disfrutar todo lo que somos, todas las capacidades y posibilidades que tenemos en nosotros mismos; pero esa plenitud, tenemos que reconocer, no se encierra en el yo sino que siempre estará en relación con un tú que hace un nosotros. Ese es el camino que nos conduce a la mayor plenitud de nuestro ser.

Somos relación, no somos soledad aislada; estamos llamados a la relación y a la comunicación que nos lleva a una comunión que es la que nos va a dar esa verdadera plenitud, por eso decimos que somos seres sociales, y no podemos vivir aislados de todo y de todos. Pero nuestra relación no es solo una cosa material, entra nuestro ser espiritual que es por donde podemos alcanzar la mejor comunión. Y esa relación es con otros seres que son como nosotros, con la misma dignidad y también con los mismos deseos de plenitud; es una relación personal que nos hace entrar en una comunión de personas. Y el lazo más hermoso y profundo para ello es el amor. Estamos llamados al amor.

‘No está bien que el hombre esté solo’, decía el Génesis; ninguno de los otros seres de la creación podían llenar de satisfacción al hombre; pueden ser presencias a nuestro lado de las que nos valgamos para muchas cosas, pero esa comunión desde lo más hondo solo se podrá tener con quien sea carne de mi carne y hueso de mismos huesos, con quien tenga la misma dignidad humana.

Una comunión que porque todos nos amamos y respetamos nuestra dignidad vamos haciendo en la relación con todos los que son como nosotros, pero que va a encontrar su plenitud en esa comunión plena de amor que es el matrimonio. Un hermoso edificio a construir que nos llenaría de la felicidad más plena, pero que tenemos que saber fundamentar muy bien.

Pero aunque estamos llamados y hemos sido creados para esa comunión sin embargo no siempre será fácil. Cuando se introducen en nosotros elementos que nos hacen perder de vista esa grandeza y dignidad de toda persona se debilita esa comunión porque se debilita el amor como la donación más sublime que podemos hacer de nosotros mismos. Entraremos en un camino no de donación sino de dominio y de imposición, que es destruir desde la base, desde los cimientos ese edificio de comunión que nos llevaría a la plenitud de nuestro ser y nuestra vida. Se nos endurece el corazón. El egoísmo que nos quiere hacer dominadores nos destruye esa capacidad de un amor en plenitud.

En el evangelio hoy le plantean a Jesús una cuestión que tiene actualidad y se agudiza en todos los tiempos. Jesús reconociendo nuestra debilidad y la dureza que se nos introduce en el corazón nos lleva a considerar lo que está en el origen de la vida y del ser humano. Lo que Dios quiso para el hombre desde siempre, desde toda la eternidad podemos decir, creándonos con esa dignidad igual en todo ser humano y con esa capacidad para el amor y para la comunión.

Sigue siendo piedra de tropezar en todos los tiempos y hemos de considerar esas claves fundamentales que parten de la dignidad de toda persona humana. Cuando lo tenemos en cuenta nunca entraremos en caminos de imposición sino de comunión, por eso para realizar bien ese camino tenemos que saber despojarnos de nuestros orgullos y de esos resabios de egoísmo que nos encierran en nosotros mismos. El orgullo es mal compañero para un camino de comunión que necesariamente tenemos que saber hacer juntos.

Es saber ponernos al lado del otro que camina conmigo y con el que yo camino. Un camino en el que tenemos que saber ayudarnos mutuamente, comprendiendo las limitaciones que cada uno pueda tener. Es cuando nos sentiremos felices de lo logrado juntos, es la felicidad de un amor verdadero que siempre busca el darse porque ama, porque no pensando solo en si mismo quiere el bien del otro que también me hará feliz a mi.

Un camino de comunicación para que podamos llegar a esa comunión; un camino de búsqueda constante siempre de lo mejor que nos haga felices a todos; un camino de desprendimiento de si mismo que nos hace humildes, sencillos y cercanos; un camino que rehacemos y reemprendemos continuamente desde los errores cometidos porque a nadie culpabilizamos sino que en todo comprendemos; un camino que nos ayuda a crecer en todo aquello que nos lleve a esa plenitud del nosotros.

Por algo quiso Dios, como nos lo expresa san Pablo, que el amor de un hombre y una mujer es imagen del amor que Cristo tiene a su Iglesia. Un amor el del matrimonio que se desprende del amor que Dios nos tiene, pero que cuando lo vivimos en plenitud se convierte en signo e imagen del amor de Cristo a su Iglesia.