Amor,
comunicación y comunión, camino de plenitud no solo de un yo sino de un
nosotros, que nos engrandece y dignifica, signo e imagen del amor de Cristo por
su Iglesia
Génesis 2, 18-24; Sal. 127; Hebreos 2, 9-11;
Marcos 10, 2-16
Hemos sido creados para ser felices
alcanzando la plenitud de nuestro ser como personas. Una plenitud que
fundamentamos en el pleno desarrollo de nuestro ser como personas, en la
corporeidad de nuestra presencia pero también en lo más profundo que llevamos
dentro de nosotros que nos eleva y nos lleva mas allá de ese cuerpo para sentir
la fuerza del espíritu dentro de nosotros que nos hace ser nosotros mismos,
para disfrutar todo lo que somos, todas las capacidades y posibilidades que
tenemos en nosotros mismos; pero esa plenitud, tenemos que reconocer, no se
encierra en el yo sino que siempre estará en relación con un tú que hace un
nosotros. Ese es el camino que nos conduce a la mayor plenitud de nuestro ser.
Somos relación, no somos soledad
aislada; estamos llamados a la relación y a la comunicación que nos lleva a una
comunión que es la que nos va a dar esa verdadera plenitud, por eso decimos que
somos seres sociales, y no podemos vivir aislados de todo y de todos. Pero
nuestra relación no es solo una cosa material, entra nuestro ser espiritual que
es por donde podemos alcanzar la mejor comunión. Y esa relación es con otros
seres que son como nosotros, con la misma dignidad y también con los mismos
deseos de plenitud; es una relación personal que nos hace entrar en una
comunión de personas. Y el lazo más hermoso y profundo para ello es el amor.
Estamos llamados al amor.
‘No está bien que el hombre esté
solo’, decía el Génesis; ninguno de
los otros seres de la creación podían llenar de satisfacción al hombre; pueden
ser presencias a nuestro lado de las que nos valgamos para muchas cosas, pero
esa comunión desde lo más hondo solo se podrá tener con quien sea carne de mi
carne y hueso de mismos huesos, con quien tenga la misma dignidad humana.
Una comunión que porque todos nos
amamos y respetamos nuestra dignidad vamos haciendo en la relación con todos
los que son como nosotros, pero que va a encontrar su plenitud en esa comunión
plena de amor que es el matrimonio. Un hermoso edificio a construir que nos
llenaría de la felicidad más plena, pero que tenemos que saber fundamentar muy
bien.
Pero aunque estamos llamados y hemos
sido creados para esa comunión sin embargo no siempre será fácil. Cuando se
introducen en nosotros elementos que nos hacen perder de vista esa grandeza y
dignidad de toda persona se debilita esa comunión porque se debilita el amor
como la donación más sublime que podemos hacer de nosotros mismos. Entraremos
en un camino no de donación sino de dominio y de imposición, que es destruir
desde la base, desde los cimientos ese edificio de comunión que nos llevaría a
la plenitud de nuestro ser y nuestra vida. Se nos endurece el corazón. El egoísmo
que nos quiere hacer dominadores nos destruye esa capacidad de un amor en
plenitud.
En el evangelio hoy le plantean a Jesús
una cuestión que tiene actualidad y se agudiza en todos los tiempos. Jesús
reconociendo nuestra debilidad y la dureza que se nos introduce en el corazón
nos lleva a considerar lo que está en el origen de la vida y del ser humano. Lo
que Dios quiso para el hombre desde siempre, desde toda la eternidad podemos
decir, creándonos con esa dignidad igual en todo ser humano y con esa capacidad
para el amor y para la comunión.
Sigue siendo piedra de tropezar en
todos los tiempos y hemos de considerar esas claves fundamentales que parten de
la dignidad de toda persona humana. Cuando lo tenemos en cuenta nunca
entraremos en caminos de imposición sino de comunión, por eso para realizar
bien ese camino tenemos que saber despojarnos de nuestros orgullos y de esos
resabios de egoísmo que nos encierran en nosotros mismos. El orgullo es mal
compañero para un camino de comunión que necesariamente tenemos que saber hacer
juntos.
Es saber ponernos al lado del otro que
camina conmigo y con el que yo camino. Un camino en el que tenemos que saber
ayudarnos mutuamente, comprendiendo las limitaciones que cada uno pueda tener.
Es cuando nos sentiremos felices de lo logrado juntos, es la felicidad de un
amor verdadero que siempre busca el darse porque ama, porque no pensando solo
en si mismo quiere el bien del otro que también me hará feliz a mi.
Un camino de comunicación para que
podamos llegar a esa comunión; un camino de búsqueda constante siempre de lo
mejor que nos haga felices a todos; un camino de desprendimiento de si mismo
que nos hace humildes, sencillos y cercanos; un camino que rehacemos y
reemprendemos continuamente desde los errores cometidos porque a nadie
culpabilizamos sino que en todo comprendemos; un camino que nos ayuda a crecer en
todo aquello que nos lleve a esa plenitud del nosotros.
Por algo quiso Dios, como nos lo
expresa san Pablo, que el amor de un hombre y una mujer es imagen del amor que
Cristo tiene a su Iglesia. Un amor el del matrimonio que se desprende del amor
que Dios nos tiene, pero que cuando lo vivimos en plenitud se convierte en
signo e imagen del amor de Cristo a su Iglesia.
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