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domingo, 6 de octubre de 2024

Amor, comunicación y comunión, camino de plenitud no solo de un yo sino de un nosotros, que nos engrandece y dignifica, signo e imagen del amor de Cristo por su Iglesia

 


Amor, comunicación y comunión, camino de plenitud no solo de un yo sino de un nosotros, que nos engrandece y dignifica, signo e imagen del amor de Cristo por su Iglesia

Génesis 2, 18-24; Sal. 127; Hebreos 2, 9-11; Marcos 10, 2-16

Hemos sido creados para ser felices alcanzando la plenitud de nuestro ser como personas. Una plenitud que fundamentamos en el pleno desarrollo de nuestro ser como personas, en la corporeidad de nuestra presencia pero también en lo más profundo que llevamos dentro de nosotros que nos eleva y nos lleva mas allá de ese cuerpo para sentir la fuerza del espíritu dentro de nosotros que nos hace ser nosotros mismos, para disfrutar todo lo que somos, todas las capacidades y posibilidades que tenemos en nosotros mismos; pero esa plenitud, tenemos que reconocer, no se encierra en el yo sino que siempre estará en relación con un tú que hace un nosotros. Ese es el camino que nos conduce a la mayor plenitud de nuestro ser.

Somos relación, no somos soledad aislada; estamos llamados a la relación y a la comunicación que nos lleva a una comunión que es la que nos va a dar esa verdadera plenitud, por eso decimos que somos seres sociales, y no podemos vivir aislados de todo y de todos. Pero nuestra relación no es solo una cosa material, entra nuestro ser espiritual que es por donde podemos alcanzar la mejor comunión. Y esa relación es con otros seres que son como nosotros, con la misma dignidad y también con los mismos deseos de plenitud; es una relación personal que nos hace entrar en una comunión de personas. Y el lazo más hermoso y profundo para ello es el amor. Estamos llamados al amor.

‘No está bien que el hombre esté solo’, decía el Génesis; ninguno de los otros seres de la creación podían llenar de satisfacción al hombre; pueden ser presencias a nuestro lado de las que nos valgamos para muchas cosas, pero esa comunión desde lo más hondo solo se podrá tener con quien sea carne de mi carne y hueso de mismos huesos, con quien tenga la misma dignidad humana.

Una comunión que porque todos nos amamos y respetamos nuestra dignidad vamos haciendo en la relación con todos los que son como nosotros, pero que va a encontrar su plenitud en esa comunión plena de amor que es el matrimonio. Un hermoso edificio a construir que nos llenaría de la felicidad más plena, pero que tenemos que saber fundamentar muy bien.

Pero aunque estamos llamados y hemos sido creados para esa comunión sin embargo no siempre será fácil. Cuando se introducen en nosotros elementos que nos hacen perder de vista esa grandeza y dignidad de toda persona se debilita esa comunión porque se debilita el amor como la donación más sublime que podemos hacer de nosotros mismos. Entraremos en un camino no de donación sino de dominio y de imposición, que es destruir desde la base, desde los cimientos ese edificio de comunión que nos llevaría a la plenitud de nuestro ser y nuestra vida. Se nos endurece el corazón. El egoísmo que nos quiere hacer dominadores nos destruye esa capacidad de un amor en plenitud.

En el evangelio hoy le plantean a Jesús una cuestión que tiene actualidad y se agudiza en todos los tiempos. Jesús reconociendo nuestra debilidad y la dureza que se nos introduce en el corazón nos lleva a considerar lo que está en el origen de la vida y del ser humano. Lo que Dios quiso para el hombre desde siempre, desde toda la eternidad podemos decir, creándonos con esa dignidad igual en todo ser humano y con esa capacidad para el amor y para la comunión.

Sigue siendo piedra de tropezar en todos los tiempos y hemos de considerar esas claves fundamentales que parten de la dignidad de toda persona humana. Cuando lo tenemos en cuenta nunca entraremos en caminos de imposición sino de comunión, por eso para realizar bien ese camino tenemos que saber despojarnos de nuestros orgullos y de esos resabios de egoísmo que nos encierran en nosotros mismos. El orgullo es mal compañero para un camino de comunión que necesariamente tenemos que saber hacer juntos.

Es saber ponernos al lado del otro que camina conmigo y con el que yo camino. Un camino en el que tenemos que saber ayudarnos mutuamente, comprendiendo las limitaciones que cada uno pueda tener. Es cuando nos sentiremos felices de lo logrado juntos, es la felicidad de un amor verdadero que siempre busca el darse porque ama, porque no pensando solo en si mismo quiere el bien del otro que también me hará feliz a mi.

Un camino de comunicación para que podamos llegar a esa comunión; un camino de búsqueda constante siempre de lo mejor que nos haga felices a todos; un camino de desprendimiento de si mismo que nos hace humildes, sencillos y cercanos; un camino que rehacemos y reemprendemos continuamente desde los errores cometidos porque a nadie culpabilizamos sino que en todo comprendemos; un camino que nos ayuda a crecer en todo aquello que nos lleve a esa plenitud del nosotros.

Por algo quiso Dios, como nos lo expresa san Pablo, que el amor de un hombre y una mujer es imagen del amor que Cristo tiene a su Iglesia. Un amor el del matrimonio que se desprende del amor que Dios nos tiene, pero que cuando lo vivimos en plenitud se convierte en signo e imagen del amor de Cristo a su Iglesia.

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