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miércoles, 9 de octubre de 2024

‘Enséñanos a orar’, le pedían los discípulos, pero Jesús no nos da fórmulas, ni nos pide rezos interminables, ni ritos que se queden vacíos, nos enseña a decir Padre

 


‘Enséñanos a orar’, le pedían los discípulos, pero Jesús no nos da fórmulas, ni nos pide rezos interminables, ni ritos que se queden vacíos, nos enseña a decir Padre

Gálatas 2,1-2.7-14; Salmo 116; Lucas 11,1-4

Una palabra dicha con fe y una palabra cargada de amor, no necesitamos más. Es lo que hoy Jesús nos enseña. Había estado orando, con frecuencia lo vemos a lo largo de los evangelios; se retiraba en la noche al descampado a hacer oración, subía a la montaña como al principio se había retirado durante cuarenta días por el desierto de Judea, allá quizás en las inmediaciones de Jericó donde situamos el monte de la cuarentena, o como había hecho con aquellos tres discípulos escogido a lo alto del Tabor, como solía hacer en Getsemaní o el monte de los Olivos que por algo sabía Judas donde encontrarle; muchos momentos más podríamos entresacar de las páginas del evangelio. Y ahora los discípulos que lo han visto le piden que les enseñe a orar.

Una palabra les enseña Jesús, una palabra dicha con fe y cargada de amor, Padre. No es necesario nada más viene a decirnos Jesús. Como nos dirá en otro momento no es necesario ponernos a decir muchas cosas, no es necesario llevar la lista de peticiones como quien van a gestionar un despacho, que Dios bien sabe lo que necesitamos. Con que digamos esa Palabra, pero lo hagamos con fe y cargada de todo el amor que podamos sacar de nuestra alma es suficiente.

Muchas veces nos ponemos a decir que si necesitamos concentrarnos, hacer no sé que ejercicios de relajación, y nos inventamos una multitud de cosas que mientras las vamos realizando nos perdemos, pero ¿por qué no decimos que lo que necesitamos es poner toda nuestra fe? Será la fe la que nos concentra porque nos estará ayudando a poner nuestra mente en Dios. ¿Qué es lo que realmente vamos a hacer cuando vamos a orar? Encontrarnos con Dios. Solo desde la fe es posible ese encuentro, solo desde la fe nos podemos adentrar en ese misterio de Dios, solo desde la fe podremos sentir su presencia y gozarnos con ello; nada entonces nos podrá distraer.

Pero es un encuentro de amor. Lo expresamos con la palabra que pronunciamos, Padre. ¿A quien podemos llamar Padre sino a aquel que sabemos que nos ama de verdad? No se es padre porque se hayan hecho no sé cuantas cosas, se es padre porque se ama; podemos llamar a Dios Padre porque nos sentimos amados. No necesitamos más sino dejarnos envolver por ese amor. Y nuestra oración se convierte en un gozo del alma; nos sentimos reconfortados, nos sentimos inmersos en ese misterio de Dios, y entonces pueden surgir todas las más hermosas emociones y todos más profundos razonamientos.

Al sentirnos envueltos en ese amor de Dios, partiendo de aquella fe de la que hablábamos antes, estaremos escuchando a Dios en nuestro corazón porque descubriremos la vida de otra manera, porque su claridad nos dará clarividencia para enfrentarnos a problemas y dificultades que tengamos en la vida, porque nos sentiremos inspirados por el mismo Espíritu de Dios que nos envuelve y anida en nuestro corazón. Escuchamos a Dios, que es lo importante. Nos sentiremos confortados en Dios y para El surgirán las mejores alabanzas desde lo hondo del corazón. Al sentirnos amados nos sentiremos igualmente purificados y nuestra vida se ve renovada.

‘Enséñanos a orar’, le pedían los discípulos. Pero Jesús no nos da fórmulas, Jesús no nos pide rezos interminables, Jesús no quiere ritos que se quedan vacíos, Jesús nos está enseñando a llenar de hondura nuestra vida, a que encontremos la verdadera espiritualidad, nos enseña a decir Padre. Es lo más grande. Es la gran buena noticia que Jesús quiere darnos, que Dios nos ama, que es nuestro Padre, que somos sus hijos. De ahí saquemos todas las consecuencias.

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