Disfrutar
y gozarnos de la presencia de Dios es oración, no es atrevimiento sino
confianza, porque todo arranca de la fe y del amor y Dios siempre está ahí
Gálatas 3, 1-5; Salmo: Lc 1, 69-75; Lucas
11, 5-13
Qué bueno y qué gozo interior se siente
cuando sabemos que quien nos ama y a quien nosotros amamos tenemos la certeza
de que está ahí a nuestro lado, sean momentos buenos y de felicidad como en los
momentos difíciles y oscuros de la vida; saber que podemos contar con él, solo
con su presencia nos sentimos felices y fortalecidos para los caminos de la
vida.
Lo que he dicho lo podemos ver y sentir
en lo humano y con ello podemos referirnos a la presencia de la familia que nos
quiere, de los amigos que nos aprecian, de esas personas buenas que están a
nuestro lado en la vida y sabemos que siempre podamos contar con ellas. Pero
podemos hacer una traslación a lo espiritual, para sentirnos fortalecidos por
dentro con la presencia de Dios en nuestra vida que sabemos que no nos falla.
Decimos que la sombra no nos deja y va
con nosotros allá donde vayamos, pero en este caso tenemos que decir que es una
luz que nos envuelve para sentirnos totalmente iluminados y transformados; no
es algo que vamos dejando tras nosotros como una sombra, sino que es luz que
viene a nuestro encuentro y nos da sentido de vida.
Una presencia que tenemos que saber
vivir con fe, no solo como algo de lo que echamos mano cuando estamos
necesitados, sino que se hace vida en nosotros en toda situación y
circunstancia. Una presencia de la que tenemos que gozarnos, una presencia que
tenemos que saber buscar y descubrir, una presencia que es Misterio porque la
inmensidad de Dios será algo que no podremos abarcar en toda su plenitud pero
que también es gracia porque es Dios mismo el que nos regala su presencia y su
presencia siempre será amor presente en nuestra vida. No olvidemos que Dios es
amor.
Hoy Jesús vuelve a hablarnos del
sentido de la oración y pareciera, porque es en lo que siempre de manera
especial nos fijamos, que la oración es solo petición, pero la oración es mucho
más. Cuando estamos viviendo y disfrutando de esa presencia, aunque no digamos
nada podemos y tenemos que decir que estamos en oración. Por eso Jesús no solo
nos habla de pedir sino de buscar, de llamar, que es abrirnos con fe a ese
Misterio de Dios que nos regala, que se hace encontrar, que nos responde, que
nos habla y nos hace sentir su presencia allá en lo más hondo de nosotros.
Claro que Jesús nos pondrá el ejemplo,
como pequeña parábola, del hombre a quien le llega inesperadamente un huésped y
al no tener nada que ofrecerle acude al vecina, sea la que sea la hora del día
o de la noche, para conseguir lo que ofrecer a su huésped. ¿Por qué lo hace? ¿Por
qué tiene tal atrevimiento de ir incluso en las horas de la noche? Porque tiene
la confianza de que el amigo está ahí siempre, a la hora que sea, y siempre a
la hora que sea le va a atender. Siempre a la hora que sea sabemos que Dios
está ahí y nos escucha y se hace presente en nuestra vida. Es el padre que
siempre le dará al hijo lo que necesite y nunca le va a ofrecer algo que pueda
hacerle daño.
‘Todo el que pide recibe, y el que
busca halla, y al que llama se le abre’, viene a decirnos jesus. Por eso,
como hemos reflexionado en otro momento, Jesús nos enseña a que lo llamemos
Padre. Como nos dirá san Juan en sus cartas, es que somos sus hijos, hijos
amados de Dios, porque el amor arranca no del amor que nosotros podamos
ofrecer, sino del amor primero que Dios siempre nos ha tenido.
Esa tiene que ser nuestra oración, ese
tiene que ser el sentido de nuestra oración. No tenemos que preocuparnos tanto
por lo que vamos a decirle o a pedirle, sino por disfrutar y gozarnos de su
presencia, porque sabemos que Dios siempre está ahí.
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