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sábado, 2 de noviembre de 2024

Pongamos nuestra fe en Jesús y no se nos romperá la vida ni será un vacío, nuestra vida tendrá un sentido de plenitud porque sabemos que en Dios tendremos vida en plenitud

 


Pongamos nuestra fe en Jesús y no se nos romperá la vida ni será un vacío, nuestra vida tendrá un sentido de plenitud porque sabemos que en Dios tendremos vida en plenitud

Apocalipsis 21, 1-5a. 6b-7; Salmo 24; Filipenses 3, 20-21; Juan 11, 17-27

Todos habremos pasado en algún momento de nuestra existencia por esa ruptura del alma que ha significado la muerte del padre o de la madre, o de algún ser querido, por esos vacíos que quedan en el alma por la ausencia de los seres queridos, y aunque hayamos querido remendar esos rotos del alma sustituyéndolos con otros cariños, o de alguna manera olvidar esas ausencias, sin embargo no podemos quedarnos en el estoicismos de la indiferencia ante ese hecho de la muerte. Muchas preguntas quedan siempre pendientes, muchos interrogantes que lanzamos al cielo o que nos remuerden en nuestro interior para los que queremos una respuesta, que muchas veces se nos hace difícil encontrar.

En nosotros hay un ansia de vida y de vida en plenitud, todo eso bueno de lo que ahora podemos disfrutar tenemos el deseo de vivirlo sin sombras que lo palidezcan, porque queremos encontrar un sentido, saber de donde venimos y a donde vamos, qué valor tienen los pasos que vamos dando aquí en la tierra, y tenemos los deseos de una continuidad que no queremos ver rota con la muerte. Nuestra fe en Jesús nos ayuda a encontrar esa respuesta y ese sentido.

En el evangelio que habitualmente se nos proclama en esta conmemoración de los fieles difuntos que hoy celebramos se nos habla de una familia rota también por la muerte de uno de sus miembros, aparecen las quejas del alma de quienes no entienden esa ruptura de la vida y quejas que van dirigidas a Jesús, porque según aquellas mujeres, no supo estar a tiempo en aquellos momentos. Cuando llegó, ya Lázaro llevaba cuatro días enterrado, y ellas pensaban que si Jesús hubiera estado allí eso no habría sucedido.

Pero tenemos que leer y escuchar con atención este evangelio; sí, es evangelio, sigue siendo buena noticia para nosotros hoy, sigue siendo buena noticia para aquellos que sufren la ruptura y el vacío de la muerte; es anuncio de vida para nosotros hoy, como lo fue para aquella familia de Betania que a pesar de todo seguía creyendo en Jesús, poniendo su confianza en Jesús y en su Palabra.

‘Tu hermano resucitará’, les dice Jesús. En ellas estaba su fe y su esperanza en la trascendencia final de la vida, pero Jesús quiere ayudarles a descubrir algo más. No solo es cuestión de restitución de la vida mortal lo que Jesús les está ofreciendo. Les habla de quien cree en El tendrá vida para siempre. La vida no se queda reducida a los pasos inseguros que podamos dar por los caminos de esta tierra, Jesús nos habla de otra vida más hondo que dará valor a esos pasos, que nos dará fuerza para esos pasos en los que muchas veces nos podamos sentir inseguros y vacilantes, nos habla del valor nuevo que va a tener nuestra vida cuando dejemos que sea la vida de Jesús la que llene nuestra vida. Y todo eso con valor de eternidad.

¿Qué es lo que le va a dar valor a esos pasos, nos va a dar fuerza para nuestro camino, hará que no sintamos que nuestra vida sea un vacío? Sigamos a Jesús, vivamos lo que Jesús nos ofrece, llenemos desde el amor de sentido nuestra vida, la responsabilidad con que vivimos la vida de cada día la hará fecunda y comenzarán a florecer los frutos del amor, de la amistad verdadera, de la paz y armonía en la convivencia, de unas relaciones justas entre unos y otros, de la verdad que dará autenticidad a nuestra existencia. Será una huella hermosa la que iremos dejando, será un oloroso perfume con que hagamos más agradable nuestro mundo, aparecerá la fecundidad de una vida que se prolonga en quienes vienen tras nosotros en ese camino y en cuantos nos rodean.

Hoy Jesús nos dice que creamos en El y tendremos vida eterna. Pongamos nuestra fe en Jesús y no se nos romperá la vida ni nos llenaremos de vacíos, nuestra vida tendrá un sentido de plenitud distinta, no temeremos la muerte porque sabemos que en Dios tendremos vida en plenitud.

viernes, 1 de noviembre de 2024

Todos los santos, hombres y mujeres como nosotros que vivieron en las cosas sencillas de cada día la fidelidad del amor

 


Todos los santos, hombres y mujeres como nosotros que vivieron en las cosas sencillas de cada día la fidelidad del amor

Apocalipsis 7, 2-4. 9-14; Salmo 23; 1Juan 3, 1-3; Mateo 5, 1-12a

Lo hemos escuchado no hace muchos días en el evangelio en medio de la semana; algunos de los que acompañaban a Jesús en su camino hacia Jerusalén al escucharle sobre el anuncio que Jesús les iba haciendo en el camino, en una conversación distendida y llena de imágenes sencillas, como Jesús solía hablarles, se atrevieron a preguntarle a Jesús si eran muchos o eran pocos los que se salven.

Era también una pregunta muy frecuente que le hacían quizás desde diferentes enfoques y por supuesto según el sentido de salvación que ellos tenían, o desde aquellas discusiones que entre ellos se tenían sobre todo en las escuelas teológicas donde se formaban los que habían de ser futuros maestros de la ley el pedir como una pauta, unas reglas, unos protocolos que diríamos hoy que tanto están de moda para todo, para alcanzar el Reino de Dios. ¿Qué he de hacer para heredar la vida eterna? ¿Cuál es el mandamiento primero y principal? Son preguntas que se van repitiendo, algunas veces también con la malévola intención de ver cómo podía cazar a Jesús por sus propias palabras.

Nosotros también buscamos pautas y reglas, aunque sea de mínimos porque no nos atrevemos a que se nos presenten cosas muy exigentes. Hoy casi como al principio del evangelio y cronológicamente de lo que fue la predicación de Jesús se nos da respuesta. Pero no poniéndonos unos mandamientos; más bien sugiriéndonos unas actitudes que marcarían y darían sentido a nuestras vidas.

Con toda solemnidad nos lo presenta el evangelista, en lo que pudiera parecer una compilación de lo que fue el conjunto de la predicación de Jesús. Sentado en el monte, con sus discípulos alrededor, pero con una muchedumbre inmensa y variada repartida por las faldas de la montaña y en la llanura. Pero a pesar de la solemnidad las palabras de Jesús sorprenden. Porque no solo está hablando a aquella muchedumbre variada allí reunida, sino que está hablando precisamente de esa misma muchedumbre. Habla de pobres y de gente sencilla, habla de personas deseosas de un mundo nuevo pero de personas que no han manchada la pureza, que hasta pudiera parecer inocente, de sus corazones; habla de gente que sufre y que tiene hambre, habla de los que son incomprendidos por las inquietudes que tienen en su corazón y también de aquellos que intentan en la vida dejar a un lado. Y a todos y de todos les dice que pueden ser felices, que, aun en esas situaciones que viven, son dichosos porque de ellos es el Reino de los cielos.

¿Sorpresa en las palabras de Jesús? Un bálsamo de esperanza, un despertar en los corazones la ilusión por algo nuevo que pueden conseguir, que pueden vivir; un interrogante que se abre en sus vidas pero que les hará buscar el modo, el camino ara hacer todo eso realidad; un sentir que las esperanzas se pueden cumplir y que no todo en la vida es negro y oscuro, sino que siempre pueden aparecer rayos de luz que nos ayudan a caminar; un darnos cuenta que merecen la pena esas inquietudes que algunas veces nos pueden llenar de sufrimiento y angustia porque nos parece que no se puede salir de ellas, pero que ahora se dan cuenta de que es posible porque algo nuevo se está gestando en la vida y en los corazones.

Pero eso no solo lo sintieron los que aquel día estaban en la llanura y al pie del monte cuando Jesús pronunció estas bienaventuranzas, sino que es algo que nosotros hoy también hemos de sentir porque nos estamos dando cuenta de por donde ha de ir el camino del Reino de Dios que queremos vivir. Es para nosotros también un rayo de luz y de esperanza.

Y estamos escuchando este evangelio hoy que celebramos la fiesta de todos los santos, en que contemplamos también esa muchedumbre inmensa que nadie podría contar donde están todos esos de los que nos ha hablado Jesús en el sermón del monte. Cuando pensamos en los Santos, o cuando celebramos esta fiesta de todos los Santos podríamos pensar en quienes realizaron obras grandes y maravillosas, con un poder taumatúrgico extraordinario para realizar grandes milagros que salvarían a la humanidad, pero tenemos pensar en esos pobres y pequeños de los que nos habla Jesús en el evangelio, de quienes trabajaban allí donde estaban por la paz porque siempre iban buscando armonía y entendimiento entre todos y de los que querían con su mansedumbre ir sanando los corazones que sufrían no solo por unos males físicos o corporales sino por esas cosas que amargan y atormentan el corazón, de quienes buscaban el bien y se gastaban a si mismos por los demás aunque no fueran comprendidos en la generosidad de su buen hacer.

Hombres y mujeres como nosotros pero que supieron llenar sus vidas de amor, hombres y mujeres como nosotros con las mismas tentaciones de cansancio y de desgana que tantas veces nosotros también sufrimos, hombres y mujeres como nosotros que supieron ser fieles porque ponían sí totalmente su confianza en Dios pero también querían vivir en fidelidad con los que estaban a su lado haciendo el mismo camino. No hacían cosas extraordinarias, sino que de forma extraordinaria vivían las cosas pequeñas de cada día.

Es para nosotros un estímulo celebrar esta fiesta de todos los Santos y no es necesario pensar en grandes nombres, aunque nos venga por otra parte bien recordarlos para aprender de su ejemplo. Son esos santos de la puerta de al lado, esos santos que encontramos por la calle haciendo nuestros mismos recorridos, esos santos que encontraremos barriendo el patio de sus casas o sentados en la plaza en animada conversación con los amigos o en torno a una mesa donde reúnen a su familia, esos santos que no hace ruido ni cosas extraordinarias pero que en silencio van dejando una huella en el camino o nos van dejando el perfume de sus vidas. Abramos los ojos para que sepamos descubrirlos.

A ellos los llama dichosos Jesús. A nosotros también nos quiere llamar dichosos Jesús.

jueves, 31 de octubre de 2024

Nos hace falta dejarnos inundar por el Espíritu de Jesús para hacer de nosotros con valentía y arrojo un hombre nuevo capaz de realizar un mundo nuevo, el Reino de Dios

 


Nos hace falta dejarnos inundar por el Espíritu de Jesús para hacer de nosotros con valentía y arrojo un hombre nuevo capaz de realizar un mundo nuevo, el Reino de Dios

Efesios 6, 10-20; Salmo 143; Lucas 13, 31-35

Si sigues por ese camino vas a acabar mal, quizás habremos oído decir en alguna ocasión, no porque aquello que estuviéramos haciendo fuera algo malo – que también en ocasiones así pueden decírnoslo – sino porque con obstinación hemos querido seguir un camino emprendido, hemos querido llevar adelante algo que habíamos proyectado cuando sabíamos que a alguno no le hacía mucha gracia, o cuando hemos tomado determinaciones en asuntos importantes para nuestra vida, donde lo teníamos claro, pero otros quizás querían para nosotros caminos más fáciles. Pero nosotros teníamos claro lo que pretendíamos, lo que eran nuestras propuestas y no nos arredramos ante la dificultad o los presagios que nos pudieran hacer.

Eso le estaban queriendo hacer ver a Jesús. Y es curioso que los que venían con ese recado eran precisamente aquellos que más se enfrentaban a Jesús, los fariseos. Le dicen que a Herodes no le gusta lo que está haciendo Jesús con su predicación y que de alguna manera le busca como queriendo atentar contra su vida. Estaba en el recuerdo la reciente muerte a manos de Herodes de Juan el Bautista en las prisiones de Maqueronte. ¿Podría pasarle de la misma manera a Jesús?

Pero Jesús no tiene miedo. Sabe bien cuál es su misión. Sus momentos de duda y tentación quizás vinieron en aquellas tentaciones del desierto pero ahora ha emprendido el camino y sube decidido a Jerusalén. Hemos escuchado sus palabras que además tienen todo un sentido profético de lo que va a ser su pascua, su entrega, su muerte y su resurrección. Es la seguridad de la verdad y del amor. Es la sabiduría de Jesús.

Él lo había anunciado y también sus discípulos más cercanos poco menos que le habían dicho, como decíamos al principio, si sigues por ese camino vas a acabar mal; por eso Pedro le decía que lo que estaba anunciando no le podía pasar. Luego vendrá el momento en que Pedro le dirá a Jesús que está dispuesto a dar la vida por Él, pero aunque lleva consigo la espada que Jesús no quería que utilizara, sin embargo se dejó dormir en Getsemaní cuando en la oración tenía que fortalecer el espíritu y más tarde le negaría en el patio del pontífice.

¿Nos sentimos seguros nosotros en el camino del seguimiento de Jesús? ¿Tenemos en verdad con nosotros la certeza de la fe? ¿Estamos en verdad decididos a afrontar lo que sea a causa de nuestro seguimiento de Jesús, de la vivencia de los valores del evangelio? ¿Estamos convencidos y desde ese convencimiento damos testimonio del evangelio?

Reconocemos que algunas veces nos cuesta; son muchas las voces que nos tientan a nuestro alrededor. Cuántas veces habremos escuchado a algunos que nos dicen que para ser cristiano no hace falta tanto, que con que cumplamos con algunas cosas y seamos más o menos buenos ya es suficiente.

A cuántas vocaciones, por ejemplo, el mundo que nos rodea trata de ponerle esas zancadillas para que la gente no se comprometa. La dejadez y la superficialidad con que se viven tantas cosas se nos presentan como un atractivo y una manera de actuar a lo cómodo y cuando alguien con radicalidad quiere vivir una vida de compromiso con cuántos vacíos se encuentra a su alrededor.

Nos hace falta a los cristianos mayor compromiso, mayor radicalidad en su vida, ser capaces de vivir nuestra fe con todas sus consecuencias reflejándose en toda nuestra vida, en nuestros trabajos, en nuestra familia, en la tarea que realizamos en medio de la sociedad que queremos mejor. Muchas veces, a causa de esa tibieza con que vivimos la vida, parece como si eso de la fe fuera como un paréntesis para determinados momentos y no algo que tiene que envolver e impregnar totalmente nuestra vida, nuestras decisiones, nuestras posturas, todo lo que hacemos.

        Nos hace falta llenarnos, dejarnos inundar por el Espíritu de Jesús para hacer de nosotros un hombre nuevo capaz de realizar un mundo nuevo, el Reino de Dios en nuestra vida y en nuestro mundo. Como nos decía hoy san Pablo en la carta a los Efesios, ‘manteneos  firmes; ceñid la cintura con la verdad, y revestid la coraza de la justicia; calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz. Embrazad el escudo de la fe... Poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu que es la palabra de Dios’.

miércoles, 30 de octubre de 2024

Vigilancia, y junto a ello perseverancia para permanecer hasta el final, para ser capaces de darlo todo, haya ese desprendimiento y generosidad, haya fidelidad

 


Vigilancia, y junto a ello perseverancia para permanecer hasta el final, para ser capaces de darlo todo, haya ese desprendimiento y generosidad, haya fidelidad

Efesios 6,1-9; Salmo 144; Lucas 13,22-30

‘La guagua se espera en la parada, y la misa en el altar’, me decían cuando era chico. La guagua, para los que no son canarios, es nuestra forma de llamar al transporte público, los autobuses. Con ese dicho se nos estaba enseñando en que no podíamos dormirnos. No podíamos dejar pasar la guagua – claro que en aquellos tiempos el transporte publico era más escaso y su frecuencia era menor – porque era perder la oportunidad. Había que estar en el momento oportuno, había que estar en lo que se estaba haciendo, era una forma de actuar con responsabilidad, asumir lo que en verdad era la vida.

Algo así nos está diciendo hoy Jesús en el evangelio. Hay que aprovechar este momento, porque puede que no se vuelva a repetir; hay que estar atentos, aunque eso cueste esfuerzo y sacrificio. Nos habla Jesús de puertas estrechas; quizás era una imagen muy oportuna en que las ciudades estaban rodeadas de murallas y tenían sus puertas de entrada. Según fuera el momento, según fuera lo que iba a entrar a aquella ciudad se utilizarían determinadas puertas; no todas tenían la misma grandiosidad y amplitud para que todo pudiera entrar; las puertas más habituales de entradas y salidas eran más pequeñas y estrechas; cualquier cosa no podía entrar por ellas, recordemos aquello que en otro momento Jesús nos hablará del ojo de la aguja por el que es difícil el paso de un camello cargado, aunque le sea más fácil que a un rico.

Cuando nos habla hoy Jesús de puerta estrecha no está queriéndonos decir que El nos pone dificultades; quiere hablarnos de nuestro esfuerzo, quiere hablarnos de esa atención que hemos de prestar, de esa vigilancia para no dejarnos dormir; y eso cuesta, como nos costará controlarnos para no dejarnos arrastrar por nuestra rutinas, para no dejarnos arrastrar por lo que sea una vida cómoda y llena de vanidades, para no dejarnos arrastrar por la tentación al egoísmo y la insolidaridad de solo pensar en mí mismo, para no dejarnos cautivar por nuestras ambiciones, afanes de grandeza o de los orgullos que nos quieren hacer subirnos a los pedestales. No es fácil ese control y ese dominio de nosotros mismos, no es fácil arrancarnos de esos apegos, nos cuesta limpiar el cristal con que miramos a los demás para que nuestra mirada sea más luminosa. Por eso nos habla Jesús de la puerta estrecha.

Si nos dejamos dormir se nos pasa la guagua, y luego querremos viajar pero ya no tenemos forma de hacerlo. Aquellos doncellas de las que nos hablará en otro momento en el evangelio no fueron previsoras para tener el aceite suficiente para que sus lámparas se mantuvieran encendidas y cuando quisieron entrar al banquete de bodas la puerta estaba cerrada, y ya no las reconocieron.

Hoy nos dice Jesús que no nos vale decir que en otro momento fuimos buenos, si no hemos mantenido esa perseverancia en nuestras vidas. Es que yo de pequeño fui monaguillo, dicen algunos, e iba a misa todos los días, pero ahora ya me olvidé de todo y hasta donde está la puerta de la Iglesia para entrar, porque hace tiempo que no entro. Es que yo antes colaboraba en muchas cosas, pero no supimos mantener ese espíritu de generosidad y desprendimiento y ahora solo me preocupan mis ganancias o mis placeres. Cuántos ejemplos podríamos poner en este sentido.

Nos dice Jesús. ‘Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: Señor, ábrenos; pero él os dirá: No sé quiénes sois. Entonces comenzaréis a decir: Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas. Pero él os dirá: No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad. Allí será el llanto y el rechinar de dientes…

Y termina diciéndonos Jesús: ‘Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos’. Se nos adelantarán otros en el Reino de Dios. Por eso, vigilancia, pero junto a ello perseverancia para permanecer hasta el final, para ser capaces de darlo todo, para que haya ese desprendimiento y generosidad en mi vida, fidelidad.

 

martes, 29 de octubre de 2024

Planta de mostaza que nos acoge bajo sus ramas y levadura que se diluye en la masa del mundo para fermentarlo para algo nuevo que es el Reino de Dios

 


Planta de mostaza que nos acoge bajo sus ramas y levadura que se diluye en la masa del mundo para fermentarlo para algo nuevo que es el Reino de Dios

Efesios 5, 21-33; Salmo 127; Lucas 13, 18-21

Cuando soñamos con un proyecto en nuestra imaginación, pero también fruto de nuestros deseos, aspiramos a realizar algo grande e importante; ya nos estamos viendo en medio de la grandiosidad de lo que hemos soñado y cuando pensamos que lo tenemos realizado llenos de orgullo por aquello que hemos logrado y que pudiera ser quizás beneficio para tantos. Pero quizás nos olvidamos de una cosa, de los pasos que hemos de dar para lograrlo, de cómo tienen que ser sus comienzos y nos olvidamos de aquellos primeros granos de arena de aquellos primeros trazos que hicimos y que fue el cimiento de lo conseguido al final. Tenemos que aprender a valorar esas pequeñas cosas que nos podrían parecer insignificantes, pero que nos hicieron soñar cuando humildemente pusimos aquellos sencillos cimientos.

Creo que es pensamiento que nos puede ayudar mucho en la vida, empezando por ser humildes y valorar esas pequeñas cosas que vamos realizando en la vida, o que vemos realizar a los demás. No lo podemos realizar sin esos pequeños granos de arena, que tan insignificantes son que se los puede llevar el viento.

Hoy Jesús se pregunta en su diálogo con la gente con que puede comparar el Reino de Dios que está anunciando y queriendo construir, con qué puede ser semejante. Había salido Jesús por aquellos caminos y aldeas de Galilea anunciando la llegada del Reino de Dios; en las gentes se despertaba la esperanza, porque además en la idea que tenían del Mesías ese Reino parecía que tenía que ser algo muy material, porque sería reconstruir la soberanía de Israel frente al dominio que estaban sufriendo de pueblos extranjeros, en este caso de Roma. Quizás la gente que en principio parecía tan entusiasmada con el anuncio de Jesús podía desinflarse, porque no veían cumplir sus esperanzas como ellos soñaban. Lo mismo le podía suceder a aquel grupo de discípulos más cercanos que siempre estaban con Jesús y a los que nos faltaban también sus ambiciones, a pesar de todo lo que Jesús les iba enseñando.

Y ahora nos dice que la semejanza está en ese pequeño arbusto que podría pasar desapercibido incluso entre árboles más grandes a su alrededor, la mostaza en la insignificancia de su semilla, y en la humildad de su planta. Pero Jesús les dice que será algo grande, porque los pájaros del cielo vendrán a anidarse en ella. Entre los sueños de grandeza que se habían ido elaborando en sus cabezas, parece que aquella imagen no terminaba de convencerles.

Pero habla también Jesús de la levadura. Un polvillo que podría deslizarse entre los dedos y hasta perderse llevado por el viento. Pero Jesús les habla de lo importante de la levadura; sin ella no puede fermentar la masa, es así cómo podrán elaborar el pan que los alimente, haciéndolo fermentar y crecer para darnos unas hermosas y jugosas hogazas de pan para el alimento de cada día. Pero qué hace la levadura, tiene que mezclarse bien entre la masa, hasta de alguna manera desaparecer o confundirse con la masa; pero tendrá su efectividad.

Y nos está diciendo Jesús cómo tenemos que ser esa planta, que aunque nos parece pequeña tiene que ser acogedora, o ser como esa levadura que se mezcla con la masa para hacerla fermentar. Algo que nos parece humilde, pequeño, incluso insignificante, pero que no es nada insignificante porque nos va a producir unos grandes efectos.

Y es aquí cuando en nuestra reflexión tenemos que preguntarnos, por ejemplo, en qué medida estamos nosotros siendo esa levadura en medio de nuestro mundo. Es el paso importante que tenemos que dar en lo que es nuestra vida cristiana; no somos cristianos para nosotros mismos, como la levadura no es para sí misma. Tenemos que ser cristianos para los demás, tenemos que ser cristianos en medio de los demás, tenemos que ser cristianos que seamos en verdad levadura en medio del mundo.

¿Lo estaremos siendo? ¿Se nota la presencia de los cristianos en medio de la sociedad influyendo desde nuestros valores, desde nuestros principios, o acaso nos hemos diluido tanto que más bien hemos sido absorbidos por la masa de ese mundo? No quiero ser pesimista ni derrotista, pero algunas veces tendríamos que pensar si en nuestra sociedad somos tantos los cristianos ¿cómo es que no influimos en los valores de esa sociedad que por otra parte vemos como se van perdiendo principios y valores cristianos, cada vez es una sociedad más descristianizada, se ha ido perdiendo el sentido de Dios y de lo religioso?

Tenemos que despertar los cristianos. Y no es que tengamos que hacer ostentosas representaciones del hecho religioso, no es que tengamos que presentar a los ojos del mundo unas liturgias muy solemnes y esplendorosas, no es que tengamos que cargar a nuestras imágenes religiosas de tanta ostentación y rodearlas de tantos oropeles, sino que cada uno de los cristianos tiene que ser un testigo en medio del mundo de esos valores que nos enseña Jesús en el Evangelio, de lo que de verdad es el Reino de Dios.

Creo que son cosas que nos tienen que hacer pensar. Pensemos en lo que soñamos de cómo nos gustaría la presencia de la Iglesia en medio del mundo, muchas veces más pensando en prestigios y vanidades humanas, y si está en consonancia con lo que Jesús nos enseña en el evangelio.

lunes, 28 de octubre de 2024

En Jesús encontramos la verdadera salud y salvación porque en El encontramos el amor verdadero, el perdón y la paz

 


En Jesús encontramos la verdadera salud y salvación porque en El encontramos el amor verdadero, el perdón y la paz

Efesios 2, 19-22; Salmo 18; Lucas 6, 12-19

Sufrimos, porque tenemos algún dolor; pensamos en algo somático, algo de nuestro cuerpo que no funciona bien, tenemos alguna lesión, una enfermedad aqueja alguno de nuestros miembros o de nuestros órganos; pero podemos pensar algo más, algo que no está en orden en nuestra mente, aparecen desequilibrios en la vida que también nos llenan de sufrimiento y son ya algo más allá de nuestro cuerpo, aunque nuestro cuerpo también puede verse afectado; pero también hay sufrimientos más hondos, que ni son consecuencia de esos desequilibrios mentales, ni provienen de enfermedades corporales, pero hay algo que nos hace perder la paz, algo que nos hace no sentirnos bien, algo que nos perturba interiormente porque tenemos la conciencia de que no hemos obrado bien, no hemos sido justos en lo que hemos hecho, y será algo que nos afecta a nuestra paz espiritual y también sufrimos.

Encontramos médicos que nos curen, psicólogos o psiquiatras que traten nuestra psiquis, nuestra mente, pero, ¿quién nos puede hacer encontrar esa paz interior que hemos perdido y que no encontramos con ningún recurso psicológico? ¿Quién nos libera de ese pesar del corazón por aquello que pudimos hacer y no hicimos y perjudicó a alguien, o que hicimos mal y no solo hizo daño a alguien sino que nos ha hecho daño por dentro?

No soy técnico en estas materias y cualquiera bien entendido me puede dar muchas lecciones, pero sí sé una cosa que esa paz interior no la podemos curar por nosotros mismos y será siempre algo que nos supera. Y desde mi fe yo quiero encontrarme ahí con ese actuar de Dios que se nos manifiesta en Jesús. Hoy nos dice el evangelio cuando escogió a aquellos doce apóstoles los envió por el mundo a curar de todo tipo o clase de enfermedad.

Es cierto que el evangelio fue escrito en un tiempo determinado y nos hablará en principio de aquellos sufrimientos o enfermedades que eran más conocidas en su tiempo; nos habla de cegueras o de lepras, de invalidez o de muerte, pero nos habla también de endemoniados y siempre buenamente hemos querido ver ahí muchos tipos de enfermedades epilépticas; pero creo que hay más.

En otro momento cuando Jesús habla del envío que hace de sus discípulos con la fuerza de su Espíritu nos hablará también de la paz y del perdón de los pecados. Recordamos su aparición a los discípulos en el Cenáculo después de la resurrección. La Pascua de Jesús ha venido a sanar al hombre desde lo más hondo de si mismo, para que encuentre la verdadera paz; por eso nos hablará de perdón, como en otra ocasión nos pondrá la exigencia del perdón como camino necesario para la reconciliación y para el amor. ¿No serán esos los peores sufrimientos que podemos padecer en nuestro interior? Jesús, tenemos que decir, viene a curarnos. Solo cuando seamos capaces de hacer el regalo del perdón, de la misma manera que Dios también nos ha regalado su perdón, seremos capaces de sanarnos a nosotros mismos allá en lo más hondo de nosotros.

Algunos dicen ante algo que alguien le haya podido hacer, yo a ese no le perdono jamás; y pensamos que estamos castigando a aquel que nos haya hecho ese daño que no queremos perdonar, pero ¿sabemos realmente a quien le estamos haciendo ese daño? A nosotros mismos porque ese rencor que guardamos por dentro será una herida sin sanar dentro de nosotros, una cicatriz que siempre nos estará molestando porque a la mas mínima cosa volverá a revivirse todo aquello de lo que no nos hemos curado.

Quiere Jesús que encontremos la verdadera paz, quiere Jesús sanarnos desde lo más hondo de nosotros mismos, solo entonces dejará de dolernos la vida, solo entonces encontraremos esa serenidad del espíritu que tanto necesitamos. ¿Queremos de verdad permanecer en esa angustia y en ese dolor?

domingo, 27 de octubre de 2024

Unos gritos surgen al borde del camino que nos molestan en la tranquilidad de nuestra vida pero que son una llamada de Jesús a despertar a la luz


Unos gritos surgen al borde del camino que nos molestan en la tranquilidad de nuestra vida pero que son una llamada de Jesús a despertar a la luz

Jeremías 31, 7-9; Sal. 125; Hebreos 5, 1-6; Marcos 10,46-52

Jesús va de camino hacia Jerusalén atravesando la ciudad de Jericó, era el camino de los que venían de Galilea bajando el Jordán y subiendo luego esos desiertos kilómetros desde la hondura del Jordán hasta las alturas de la ciudad santa. Pero alguien grita y todos se sobresaltan. Parece una descortesía; nos han enseñado que no se habla a gritos pero algunas veces tenemos que gritar, para hacernos notar, para que nos escuchen desde nuestras necesidades o desde los peligros en que nos encontremos, claro que también podemos gritar de alegría cuando nos salen bien las cosas, cuando recibimos sorpresas en la vida, cuando nos dan una buena noticia o un regalo. Al borde del camino está un ciego con sus gritos al que quieren hacer callar.

¿Podemos o debemos hacer callar a quien grita? Desde la comodidad donde nos hemos establecido en la vida nos molestan los gritos que nos hacen despertar. Preferimos el silencio y la tranquilidad, que no nos molesten. Desde nuestra tranquilidad - ¿o podemos decir desde nuestra insensibilidad? – no queremos que haya voces que nos molesten, porque eso no va con nosotros, que cada uno se las arregle como pueda que yo tengo mis problemas, que nada nos perturbe porque nosotros queremos tener paz o nada nos distraiga porque yo ahora tengo mis cosas que hacer, porque yo quiero escuchar lo que me interesa no lo que venga con problemas que nos pueden hacer perder la paz… tantos silencios que preferimos en la vida que aunque decimos de paz son de insensibilidad.

Y Jesús no solo oyó sino que escuchó también los gritos de aquel pobre ciego que estaba al borde del camino. Sí, al borde del camino, porque el camino en su ceguera no era para él; ya quisiera él poder hacer ese camino, poder subir también a Jerusalén con todos aquellos peregrinos que por allí pasaban. Pero tenía que contentarse con estar con su manta tendida en el suelo, su manto, para recoger algunas monedas que algunos compasivos arrojasen a su paso.

Pero Jesús le llama para que se ponga en camino. Y claro que a esta llamada de Jesús – le dicen, ‘Jesús te llama’ – el da un salto para ponerse en camino, para acercarse a Jesús. Algunos ahora compasivos, aunque antes quisieran hacerlo callar, le ayudan porque él se soltará de todo, deja atrás su manto y su bastón porque quiere llegar hasta Jesús.

‘¿Qué quieres que haga por ti?’ es la pregunta de Jesús. ‘Señor, que vea’. Luz para sus ojos, una luz que será vida para él porque podrá ya comenzar a valerse de si mismo para salir de su pobreza, luz que le dará fuerzas para ponerse también en camino, aunque ahora ya ha comenzado a sentir una nueva fuerza en él cuando alguien se ha interesado por él y ha sido capaz de dar un salto. Qué importante es que aprendamos a interesarnos por alguien, por los demás, por quien está al borde del camino; es comenzar a valorarlos, comenzarán a sentirse valorados porque alguien piensa en ellos, como el hijo de Timeo, que cuando escucha que Jesús lo llama será capaz de levantarse del borde del camino para ir al encuentro de la luz.

Claro que Jesús quiere poner luz en los ojos de aquel hombre. Para eso ha venido para ser nuestra luz, luz de la humanidad, luz del hombre nuevo que nace con Jesús, luz que nos saque de las tinieblas, luz que mantengamos encendida para poder entrar en el banquete del Reino. ¿No recordamos tantos otros pasajes del evangelio que nos están hablando de esa luz de Jesús para nosotros? ¿Pero no podemos recordar también que Jesús quiere que nosotros seamos luz para nuestro mundo?

Tendríamos que vernos reflejado en ese hombre sentado al borde del camino, porque también nosotros nos falta luz, porque nosotros también tantas veces nos quedamos anquilosados al borde y parece que no somos capaces de hacer nada, porque caemos en nuestras rutinas y en nuestras desganas y parece que lo que queremos es que tengan lástima de nosotros, porque no solo estamos ciegos sino que también nos hacemos sordos y no llegamos a escuchar que Jesús nos llama para que vayamos a El, porque son tantos nuestros desánimos que ni siquiera nos dejamos ayudar porque quieres nos tienden una mano para que nos levantemos, porque no llegamos a reconocer nuestras cegueras porque nos hemos acostumbrado a nuestra abulia y aburrimiento. ‘Señor, que yo vea’, tenemos también que pedir, tenemos también que gritar.

Hoy nos está diciendo muchas cosas el evangelio. Nos hace ver nuestras cegueras, pero nos tiene que hacer ver que muchas veces podemos ser obstáculo para los que están a nuestro lado gritando desde las orillas del camino, con nuestra búsqueda de silencio y de tranquilidad, con nuestros deseos que no nos molesten porque ya nosotros tenemos nuestra vida, y tantas veces pasamos de largo y ni siquiera vemos a quien se cruza con nosotros y que quizás van cargando con su pesada cruz de sus pobreza o de sus sufrimientos, de las discriminaciones que sufren o de los abandonos de la misma sociedad, pero no movemos ni un dedo para ayudar. ¿Seguiremos haciéndonos sordos a los gritos de la humanidad que quiere paz, que grita debajo de los horrores de la guerra, que nos pide clemencia desde su hambre y su miseria?

Aquel hombre cuando recuperó la luz de sus ojos se puso en camino también detrás de Jesús. ¿Será lo que nosotros también vamos a hacer para subir con Jesús a Jerusalén, para con Jesús ir a la Jerusalén de la vida donde hemos de vivir también y celebrar la Pascua?