En
Jesús encontramos la verdadera salud y salvación porque en El encontramos el
amor verdadero, el perdón y la paz
Efesios 2, 19-22; Salmo 18; Lucas 6, 12-19
Sufrimos, porque tenemos algún dolor;
pensamos en algo somático, algo de nuestro cuerpo que no funciona bien, tenemos
alguna lesión, una enfermedad aqueja alguno de nuestros miembros o de nuestros
órganos; pero podemos pensar algo más, algo que no está en orden en nuestra
mente, aparecen desequilibrios en la vida que también nos llenan de sufrimiento
y son ya algo más allá de nuestro cuerpo, aunque nuestro cuerpo también puede
verse afectado; pero también hay sufrimientos más hondos, que ni son
consecuencia de esos desequilibrios mentales, ni provienen de enfermedades
corporales, pero hay algo que nos hace perder la paz, algo que nos hace no
sentirnos bien, algo que nos perturba interiormente porque tenemos la
conciencia de que no hemos obrado bien, no hemos sido justos en lo que hemos
hecho, y será algo que nos afecta a nuestra paz espiritual y también sufrimos.
Encontramos médicos que nos curen, psicólogos
o psiquiatras que traten nuestra psiquis, nuestra mente, pero, ¿quién nos puede
hacer encontrar esa paz interior que hemos perdido y que no encontramos con ningún
recurso psicológico? ¿Quién nos libera de ese pesar del corazón por aquello que
pudimos hacer y no hicimos y perjudicó a alguien, o que hicimos mal y no solo
hizo daño a alguien sino que nos ha hecho daño por dentro?
No soy técnico en estas materias y
cualquiera bien entendido me puede dar muchas lecciones, pero sí sé una cosa
que esa paz interior no la podemos curar por nosotros mismos y será siempre
algo que nos supera. Y desde mi fe yo quiero encontrarme ahí con ese actuar de
Dios que se nos manifiesta en Jesús. Hoy nos dice el evangelio cuando escogió a
aquellos doce apóstoles los envió por el mundo a curar de todo tipo o clase de
enfermedad.
Es cierto que el evangelio fue escrito
en un tiempo determinado y nos hablará en principio de aquellos sufrimientos o
enfermedades que eran más conocidas en su tiempo; nos habla de cegueras o de
lepras, de invalidez o de muerte, pero nos habla también de endemoniados y
siempre buenamente hemos querido ver ahí muchos tipos de enfermedades epilépticas;
pero creo que hay más.
En otro momento cuando Jesús habla del
envío que hace de sus discípulos con la fuerza de su Espíritu nos hablará también
de la paz y del perdón de los pecados. Recordamos su aparición a los discípulos
en el Cenáculo después de la resurrección. La Pascua de Jesús ha venido a sanar
al hombre desde lo más hondo de si mismo, para que encuentre la verdadera paz;
por eso nos hablará de perdón, como en otra ocasión nos pondrá la exigencia del
perdón como camino necesario para la reconciliación y para el amor. ¿No serán
esos los peores sufrimientos que podemos padecer en nuestro interior? Jesús,
tenemos que decir, viene a curarnos. Solo cuando seamos capaces de hacer el
regalo del perdón, de la misma manera que Dios también nos ha regalado su perdón,
seremos capaces de sanarnos a nosotros mismos allá en lo más hondo de nosotros.
Algunos dicen ante algo que alguien le
haya podido hacer, yo a ese no le perdono jamás; y pensamos que estamos
castigando a aquel que nos haya hecho ese daño que no queremos perdonar, pero
¿sabemos realmente a quien le estamos haciendo ese daño? A nosotros mismos
porque ese rencor que guardamos por dentro será una herida sin sanar dentro de
nosotros, una cicatriz que siempre nos estará molestando porque a la mas mínima
cosa volverá a revivirse todo aquello de lo que no nos hemos curado.
Quiere Jesús que encontremos la
verdadera paz, quiere Jesús sanarnos desde lo más hondo de nosotros mismos,
solo entonces dejará de dolernos la vida, solo entonces encontraremos esa
serenidad del espíritu que tanto necesitamos. ¿Queremos de verdad permanecer en
esa angustia y en ese dolor?
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