Vigilancia,
y junto a ello perseverancia para permanecer hasta el final, para ser capaces
de darlo todo, haya ese desprendimiento y generosidad, haya fidelidad
Efesios 6,1-9; Salmo 144; Lucas 13,22-30
‘La guagua se espera en la parada, y
la misa en el altar’, me decían cuando era chico. La guagua, para los que no son canarios, es nuestra forma de
llamar al transporte público, los autobuses. Con ese dicho se nos estaba
enseñando en que no podíamos dormirnos. No podíamos dejar pasar la guagua –
claro que en aquellos tiempos el transporte publico era más escaso y su
frecuencia era menor – porque era perder la oportunidad. Había que estar en el
momento oportuno, había que estar en lo que se estaba haciendo, era una forma
de actuar con responsabilidad, asumir lo que en verdad era la vida.
Algo así nos está diciendo hoy Jesús en
el evangelio. Hay que aprovechar este momento, porque puede que no se vuelva a
repetir; hay que estar atentos, aunque eso cueste esfuerzo y sacrificio. Nos
habla Jesús de puertas estrechas; quizás era una imagen muy oportuna en que las
ciudades estaban rodeadas de murallas y tenían sus puertas de entrada. Según
fuera el momento, según fuera lo que iba a entrar a aquella ciudad se utilizarían
determinadas puertas; no todas tenían la misma grandiosidad y amplitud para que
todo pudiera entrar; las puertas más habituales de entradas y salidas eran más
pequeñas y estrechas; cualquier cosa no podía entrar por ellas, recordemos
aquello que en otro momento Jesús nos hablará del ojo de la aguja por el que es
difícil el paso de un camello cargado, aunque le sea más fácil que a un rico.
Cuando nos habla hoy Jesús de puerta
estrecha no está queriéndonos decir que El nos pone dificultades; quiere
hablarnos de nuestro esfuerzo, quiere hablarnos de esa atención que hemos de
prestar, de esa vigilancia para no dejarnos dormir; y eso cuesta, como nos
costará controlarnos para no dejarnos arrastrar por nuestra rutinas, para no
dejarnos arrastrar por lo que sea una vida cómoda y llena de vanidades, para no
dejarnos arrastrar por la tentación al egoísmo y la insolidaridad de solo
pensar en mí mismo, para no dejarnos cautivar por nuestras ambiciones, afanes
de grandeza o de los orgullos que nos quieren hacer subirnos a los pedestales.
No es fácil ese control y ese dominio de nosotros mismos, no es fácil arrancarnos
de esos apegos, nos cuesta limpiar el cristal con que miramos a los demás para
que nuestra mirada sea más luminosa. Por eso nos habla Jesús de la puerta
estrecha.
Si nos dejamos dormir se nos pasa la
guagua, y luego querremos viajar pero ya no tenemos forma de hacerlo. Aquellos
doncellas de las que nos hablará en otro momento en el evangelio no fueron
previsoras para tener el aceite suficiente para que sus lámparas se mantuvieran
encendidas y cuando quisieron entrar al banquete de bodas la puerta estaba
cerrada, y ya no las reconocieron.
Hoy nos dice Jesús que no nos vale
decir que en otro momento fuimos buenos, si no hemos mantenido esa
perseverancia en nuestras vidas. Es que yo de pequeño fui monaguillo, dicen
algunos, e iba a misa todos los días, pero ahora ya me olvidé de todo y hasta donde
está la puerta de la Iglesia para entrar, porque hace tiempo que no entro. Es
que yo antes colaboraba en muchas cosas, pero no supimos mantener ese espíritu
de generosidad y desprendimiento y ahora solo me preocupan mis ganancias o mis
placeres. Cuántos ejemplos podríamos poner en este sentido.
Nos dice Jesús. ‘Cuando el amo de la
casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta
diciendo: Señor, ábrenos; pero él os dirá: No sé quiénes sois. Entonces
comenzaréis a decir: Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras
plazas. Pero él os dirá: No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que
obráis la iniquidad. Allí será el llanto y el rechinar de dientes…’
Y termina diciéndonos Jesús: ‘Mirad:
hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos’. Se nos
adelantarán otros en el Reino de Dios. Por eso, vigilancia, pero junto a ello
perseverancia para permanecer hasta el final, para ser capaces de darlo todo,
para que haya ese desprendimiento y generosidad en mi vida, fidelidad.
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