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sábado, 22 de junio de 2024

En Jesús tendremos el valor y la fuerza para que aparezcan esas actitudes nuevas, esos valores nuevos, todo lo que significa reconocer que Dios es nuestro único Rey y Señor

 


En Jesús tendremos el valor y la fuerza para que aparezcan esas actitudes nuevas, esos valores nuevos, todo lo que significa reconocer que Dios es nuestro único Rey y Señor

2ª Crónicas 24, 17-25; Salmo 88; Mateo 6,24-34

Una cosa que todos decimos, pero al final no sabemos ponerle remedio. Decimos con facilidad cuando nos ponemos muy serios a hablar juiciosamente que así no podemos vivir, con estas prisas, con estos agobios, que es un tormento, que habrá que parar de alguna manera, porque si no la vida ya se encargará de pararnos. Ahí tenemos grandes emprendedores, que, como solemos decir, parecía que se iban a comer el mundo, todo eran trabajos, nuevas iniciativas, empresas que comenzaban a funcionar, pero de repente todo se paró, el corazón de aquel hombre tan emprendedor que tantas cosas hacia que no paraba, no tenía ni tiempo para comer, dijo ‘ya no puedo más’, un infarto, una enfermedad irremediable, y ¿en qué se quedaron todas aquellas carreras y todos aquellos agobios? Pero es que no escarmentamos ni en cabeza ajena.

Como ya hemos reflexionado en otra ocasión la vida no se puede quedar reducida a esas carreras y a esos agobios. La persona vale mucho más que todas esas riquezas que podamos conseguir. Y pensamos en su salud, pero no solo lo corporal que también un día nos fallará, sino en el estado anímico de la persona, en su paz interior, en la serenidad y paz para afrontar los problemas; con tantas carreras ni tiempo tenemos para pensar en nosotros mismos, en ese crecimiento interior como persona, en el sentido que hemos de darle a la vida, se nos escurre todo de las manos como el agua que no podemos contener entre nuestros dedos.

Me van a decir, es que es mucho lo que hay que hacer y no hay tiempo para todo. Pero ¿son solo las cosas lo que le dan sentido a la vida del hombre? ¿Cuáles tendrían que ser las mejores metas para la vida del hombre? Son preguntas que no podemos dejar pasar sin intentar darle respuestas. Pero para ello tenemos que detenernos, porque es necesario pensar, reflexionar, ahondar en lo más hondo de nosotros mismos, pero también dejarnos iluminar por tantos faros de luz que Dios va poniendo a nuestro lado en los caminos de la vida, hombres sabios y prudentes como profetas, reflexivos, que mastican mucho las cosas no solo en la mente sino en el corazón antes de dar respuestas. Podemos encontrar maestros, sabios, y tenemos que confrontar también ideas y pensamientos hasta que encontremos la verdad de nuestra vida. No podemos dejarnos llevar por la pendiente de nuestras prisas y carreras.

Nos está invitando Jesús a que sepamos poner nuestra confianza en Dios. El ha venido a revelarnos el mejor rostro de Dios. Y nos está hablando del Dios que hace florecer las flores del campo o que alimenta a los pajarillos del cielo. Y si Dios hace eso con sus criaturas ¿Qué no hará con sus hijos? ¿Por qué entonces nosotros no confiar en la providencia de Dios?

Es el Dios que nos exigirá que negociemos nuestros talentos, porque hay que desarrollar la vida y eso está en nuestras manos, pero es el Dios que nos cuida porque nos ama, porque es nuestro Padre, porque nos ha querido mirar como sus hijos. Los predilectos y amados de Dios. Porque nos mira en Jesús, su Hijo amado al que ha enviado para que nos abra caminos para poder llegar a vivir el Reino de Dios, y porque nosotros nos miramos en Jesús al que siendo Hijo de Dios lo vemos carne de nuestra carne, porque así quiso encarnarse en las entrañas de María para ser para siempre Dios con nosotros, ser Emmanuel.

Por eso terminará diciendo hoy Jesús que busquemos el Reino de Dios y su justicia que lo demás se nos dará por añadidura. Sí, buscar el Reino de Dios; cuando nos enseñó a orar aprendimos a decir ‘venga a nosotros su Reino’. Una petición que tenemos que hacer, que tenemos que aprender a hacer, porque no es pedir que se realice como algo mágico sin que nosotros tengamos que poner nuestra mano en ello. Por eso tenemos que completarlo con lo que hoy nos dice  que busquemos el Reino de Dios.

Es una tarea que tenemos que realizar, es cierto, porque son los pasos que tenemos que ir dando para que en nuestras actitudes, en lo que hagamos, en nuestro compromiso comencemos a manifestar las señales de que está presente el Reino de Dios. Viene Dios a nosotros, lo podemos como centro de nuestra vida y de nuestro corazón – es decir que lo hacemos nuestros Rey y Señor – y ya nuestra vida, lo que hacemos, lo que vivimos tiene que tener otro sentido y otro valor.

Algo nuevo tendrá que reflejarse en nuestra vida. ‘Lo demás se nos dará por añadidura’, nos dice Jesús. En Jesús tendremos el valor y la fuerza para que aparezcan esas actitudes nuevas, esos valores nuevos, todo lo que significa que vivimos reconociendo que Dios es nuestro único Rey y Señor.

Cuánta paz tiene entonces que aparecer en nuestro corazón y en nuestra vida; cómo se van a quedar a un lado esos agobios y esas luchas que nos hacemos y que nos destrozan por dentro. Algo nuevo tiene que comenzar a germinar en nuestro corazón.

viernes, 21 de junio de 2024

Cuidemos de cuáles son los tesoros a los que tenemos que sacar brillo para hacer que florezca un mundo mejor y más humano porque lo llenemos de armonía y de paz

 


Cuidemos de cuáles son los tesoros a los que tenemos que sacar brillo para hacer que florezca un mundo mejor y más humano porque lo llenemos de armonía y de paz

2Reyes 11, 1-4.9-18. 20; Salmo 131; Mateo 6, 19-23

Cuando andamos muy preocupados por sacar el brillo a los metales preciosos que podamos poseer, no tendremos tiempo para encontrar lo que verdaderamente nos puede hacer felices, porque ni tenemos tiempo para mirarnos interiormente a nosotros mismos, ni sabremos disfrutar de la sonrisa de un niño ni el calor de una mirada agradecida de aquel a cuyo lado nos ponemos, ni el gozo que podamos sentir en el corazón por la satisfacción de lo que nos desprendemos para compartir con los demás.

Cuántas cosas efímeras nos entretienen en la vida que son como barreras que nos impiden acercarnos allí donde está la verdadera riqueza de la persona que es su corazón. Le damos más valor a una joya que solo es un adorno que ponemos por encima de nosotros y que fácilmente se nos puede caer y la perdemos, y no somos capaces de descubrir las joyas de un corazón lleno de valores de generosidad y de ternura que son los que verdaderamente hacen florecer la vida y el mundo. 

Hoy Jesús quiere ayudarnos a descubrir cuales son los verdaderos tesoros de nuestra vida. Vivimos obsesionados por lo que tenemos o podemos poseer, desde esa posesión de cosas materiales queremos garantizarnos la seguridad de un futuro que deseamos que sea mejor, y nos parece muchas veces que la petición más importante del padrenuestro es que se nos garantice ese pan de cada día.

Es cierto que tenemos unas necesidades materiales, porque queremos tener el alimento de cada día o el techo que nos cobije cada noche; es cierto que tenemos que realizar unos trabajos que nos den unos rendimientos para tener lo necesario para una vida digna y si es posible también cada día mejor. No podemos sin embargo dar la espalda a lo que son nuestras responsabilidades como persona y como miembros de una familia, y tampoco podemos olvidar que Dios ha puesto el mundo en nuestras manos y tenemos una responsabilidad en su desarrollo y en hacerlo cada día mejor. No actuaríamos con responsabilidad si no desarrollamos al máximo nuestras capacidades, nuestras cualidades y valores con nuestro trabajo de cada día, porque estamos contribuyendo también a la grandeza de ese mundo, repito, que Dios ha puesto en nuestras manos.

Pero como personas somos algo más. Todo no lo podemos reducir a un trabajo para obtener unas ganancias si al mismo tiempo no le damos, vamos a decirlo así, humanidad a la vida, a nuestras relaciones, a nuestro estar en el mundo, al mismo trabajo que hacemos. No somos unas máquinas para producir. Somos unas personas para vivir. Y vivir es el encuentro, y vivir es una conversación amable para compartir con los demás, y vivir es saborear el momento y también el descanso, y vivir es darle alegría a la vida, y vivir es mantener la paz en el corazón porque va a ser verdaderamente generadora de la buena convivencia y armonía que mantengamos con los demás.

Y es ahí donde vamos poniendo lo mejor de nosotros mismos para sentir las más hondas satisfacciones; y es ahí donde vamos haciendo florecer el mundo con el colorido y calor de la amistad y del amor; y es ahí donde iremos trabajando para lograr una autentica felicidad desde esa armonía que vamos poniendo, desde ese compartir donde mutuamente nos vamos enriqueciendo; y es ahí donde iremos construyendo un mundo mejor donde florecerán los mejores valores que nos harán felices a todos. Qué hermoso cuando contemplamos a tantas personas que se gastan por los demás sin preocuparse de sacar brillo a sus tesoros, porque han comprendido que el verdadero tesoro lo van a encontrar en el corazón cuando hacen más felices a los que están a su lado.

Pero para lograr eso no podemos estar muy entretenidos en sacar brillo a nuestros oropeles que llamamos equivocadamente tesoros; son otros los tesoros que tenemos que buscar y hacer brillar, saquemos lo mejor que llevamos dentro del corazón.

jueves, 20 de junio de 2024

Rezar no es cumplir como quien rellena la pagina de un formulario, es disfrutar en el silencio del corazón la presencia amorosa de un Padre que nos ama y no nos olvida

 


Rezar no es cumplir como quien rellena la página de un formulario, es disfrutar en el silencio del corazón la presencia amorosa de un Padre que nos ama y no nos olvida

Eclesiástico 48, 1-14; Salmo 96; Mateo 6, 7-15

Cada vez que me hago una reflexión sobre este texto del evangelio que hoy se nos ofrece me viene a la memoria algo que me contaron en una ocasión. Se trataba de dos personas que andaban enfrentados por problemas de la vida que habían surgido entre ellos y se llevaban muy mal y no había manera de resolverlo. Entonces alguien sabiamente les pidió que si serían capaces de hacer lo que él les iba a decir; ante su respuesta afirmativa les pidió que rezaran juntos, a una voz, pero bien despacio y como comiéndose cada una de sus palabras el padrenuestro. Así, con cierto recelo quizá al principio, comenzaron a hacerlo, pero nos cuentan que antes de terminar con el amen final ambos se estaban dando un abrazo. Se habían ido comiendo y saboreando cada una de las palabras del padrenuestro.

Creo que podemos entender lo primero que nos dice Jesús antes de enseñarnos incluso la pauta del padrenuestro. ‘No uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso…’ Y es que el padrenuestro no es para utilizarlo como repetición cantarina de muchas palabras. La oración tiene que ser siempre algo que se saborea en lo más profundo de nosotros mismos. No es algo que tenemos que hacer, y cuando digo esto me refiero que no lo tenemos que tomar como una obligación con la que tenemos que cumplir. Cuando simplemente vamos a cumplir, a llenar la página del formulario, no lo saboreamos; quizás queremos terminar lo más pronto posible para salir de ese paso, para salir de ese momento que entonces se nos puede volver agobiante.

Orar tiene que ser saborear en el silencio del corazón la presencia de Dios que es Padre y que nos ama. ¿No es así cómo nos enseñó Jesús que tenía que comenzar nuestra oración? ‘Padre nuestro…’ decimos. Cuando estamos con nuestro padre, y como ejemplo me refiero a nuestro padre de la tierra, nos sentimos a gusto, como niño sentimos la ternura y la seguridad de sus brazos, ya luego nos gozaremos con su presencia constante junto a nosotros que no nos sirve de agobio sino como de estimulo en los caminos de la vida, y quizás de mayores contemplamos una vida junto a nosotros gastándose por nosotros y recordamos sus sabios consejos que se fueron desgranando de sus labios a lo largo de la vida. Y nos gozamos con nuestro padre, y disfrutamos de su ternura, y sentimos su amorosa presencia manifestada en tantas cosas que a lo largo de la vida hizo por nosotros.

‘Padre nuestro…’ le decimos a Dios y cuánto es lo que tenemos que sentir en nuestro corazón. Toda una historia de amor, toda una vida donde nos sentimos regalados con su amor, todo un camino donde Dios siempre está junto a nuestros pasos siendo la luz que ilumina nuestra vida, todo un regalo de amor que experimentamos en su Palabra que siempre nos alienta y nos abre caminos, nos corrige con amor y misericordia pero nos impulsa a seguir yendo más allá porque sentimos que El confía en nosotros y por eso se hace misericordia en nuestra vida.

Y esto no son palabras repetidas a la carrera, esto lo vivimos en el silencio del corazón sintiendo el gozo de su amor de padre. Lo demás que nos pone Jesús como pauta saldrá luego casi como de forma espontánea. Tenemos la seguridad de su presencia, de su gracia, de su perdón y de su paz. Nos sentiremos confiados por el Dios que alimenta a las aves del cielo y hace florecer la flor de nuestros campos, no va a ser el Padre que olvide y abandone a sus hijos. Problemas, luchas, necesidades, esfuerzos en el camino, deseos de superación con el amor de Dios a nuestro lado tenemos la seguridad en nuestro camino de que no nos faltará nunca la gracia, la presencia de Dios.

Saboreemos el gozo de estar en su presencia, el tiempo se volverá eternidad y envueltos en su amor sentiremos la más hondo felicidad en nuestro corazón. Mastiquemos hasta saborearlo en lo más profundo el padrenuestro que nos enseñó Jesús.

miércoles, 19 de junio de 2024

Autenticidad, sencillez, interiorización, liberación de ataduras para encontrarnos más con nosotros mismos y con los demás, para encontrarnos más con Dios

 


Autenticidad, sencillez, interiorización, liberación de ataduras para encontrarnos más con nosotros mismos y con los demás, para encontrarnos más con Dios

2 Reyes 2, 1. 6-14; Salmo 30; Mateo 6, 1-6. 16-18

Todavía hay quien va buscando el reconocimiento y el aplauso, quien va buscando, como se suele decir pero como en realidad sucede, la foto. ¿Nos gustan los aplausos? Nos sentimos halagados es cierto y se aviva nuestro orgullo y nuestro amor propio; pero también es cierto que nos sentimos turbados, al menos quienes queremos ir por la vida con humildad y sencillez. Bien sabemos que para todos no es así.

Pero hoy de lo que queremos hablar es de la sencillez y autenticidad con que hemos de ir por la vida, como nos pide Jesús. No es que ocultemos lo bueno que realicemos, porque ya en otro momento dirá que los hombres vean vuestras buenas obras para que den gloria al Padre del cielo. Una cosa es que queramos y busquemos nuestra gloria, y otra que a partir de nuestras buenas obras sean muchos los que reconozcan la obra de Dios y den gloria al Padre del cielo.

Jesús se centra hoy en tres pilares de la religiosidad y de la espiritualidad judía, como son la oración, el ayuno y la limosna. Y cuando nos ofrece sus pautas Jesús para la vivencia por nuestra parte de esa religiosidad está teniendo en cuenta lo que con cierta normalidad se contemplaba en su entorno. Jesús denuncia en muchas ocasiones las actitudes hipócritas y de vanagloria que tenían los fariseos, aquel grupo que se consideraba fiel cumplidor de la ley de Moisés en sus prácticas muy estrictas, pero que sin embargo están envueltos de vanidad y de la búsqueda de la apariencia exterior sin darle verdadera autenticidad a sus vidas.

Es lo que nos pide Jesús. Sencillez y humildad lejos de la vanidad y la apariencia, autenticidad para que aquello que realicemos lo hagamos desde el corazón, verdadera espiritualidad porque lo que se busca es la gloria de Dios viviendo en profundidad nuestro encuentro con El por medio de la oración. Lo bueno que realicemos tiene que surgir de lo más intimo y secreto del corazón.

Por eso nos dirá que no sepa la mano izquierda lo que hace la derecha; por eso nos pide esa interiorización en nuestra oración porque lo que buscamos es el encuentro íntimo y profundo con Dios; por eso nos pide hacer desaparecer esas señales externas que quieran manifestar nuestra penitencia y nuestro sacrificio.

Recordamos cómo alabará la actitud humilde del publicano cuando subió al templo para la oración que humilde se sentía pequeño y pecador ante Dios, frente a quien hacía gala ostentosamente de sus cumplimientos casi como una exigencia con la que se presentaba ante Dios. Vete a tu cuarto interior, nos dice Jesús, que no es tanto escondernos cuando hacer verdadero silencio en torno nuestro para poder escuchar la voz de Dios que es lo que verdaderamente importa. Cuando estamos con nuestras galas de lo que hacemos estaremos como distraídos con esas vanidades y no podremos escuchar la voz de Dios en nuestro corazón.

El ayuno no es tanto lo que le podamos restar de alimento a nuestro estómago cuanto todas aquellas cosas de las que debemos desprendernos para poder tener un corazón libre para amar de verdad según el corazón de Cristo. Ayunemos de orgullos y de vanidades, ayunemos de nuestro amor propio y de nuestros deseos de reconocimientos y recompensas, pero ayunemos también de tantas cosas que nos entretienen y nos distraen que se convierten en ataduras de las que tan difícil nos es liberarnos; pensemos en tantas cosas que tenemos a mano continuamente y estamos utilizando a cada momento, pero que si nos faltaran nos parece que ya no seríamos nadie, que nos parece que no podríamos vivir sin ellas.

Piensa, por ejemplo, en ese aparatito que ahora mismo tienes en tus manos para leer esta reflexión, ¿qué serías sin tu móvil, sin tu tablet, sin esos medios que nos unen a las redes sociales? ¿No habría que hacer ayuno de ellas para entrar más en contacto con los que tienes a tu lado?

Autenticidad, sencillez, interiorización, liberación de ataduras para encontrarnos más con nosotros mismos y con los demás, para encontrarnos más con Dios.

martes, 18 de junio de 2024

Con tu forma especial de vivir el amor te puedes convertir en un río de agua cristalina que transformará el inhóspito desierto de la vida en un precioso vergel de amor

 


Con tu forma especial de vivir el amor te puedes convertir en un río de agua cristalina que transformará el inhóspito desierto de la vida en un precioso vergel de amor

1Reyes 21, 17-29; Salmo 50; Mateo 5, 43-48

Ya de antemano os digo lo que me vais a decir, que es una utopía, un sueño que no es realizable. Pero aún así os lo planteo. Imaginemos el más inhóspito desierto, con calores insoportable, con vientos que todo lo arrasan, donde parece que ha desaparecido cualquier vena de agua que pudiera quedar en las entrañas de la tierra, donde parece que no puede haber ningún tipo de vida, ni vegetal ni animal; pero en medio de ese lugar tan inhabitable, en un rincón cualquiera bajo una roca aparece una fuente de agua cristalina que intenta abrirse paso entre rocas y piedras frente a todo ese sequedal y esos vientos calientes que parece que todo lo evaporan, con dificultad el riachuelo se va abriendo paso y parece que todo lo intenta transformar aflorando las primeras hierbas que intentan cubrir y transformar con su manto aquel lugar tan inhóspito. ¿Podremos ver que algún día aquel desierto se transformará en un vergel?

Pues, mirad, es lo que nos está pidiendo Jesús hoy en el evangelio. Sí, pensémoslo bien. En lo que parece ser ese desierto de la vida donde parece imposible que aflore el amor, Jesús nos está diciendo que hagamos aflorar ese riachuelo de amor, que nos puede parecer tímido frente a tanta inclemencia para que nuestro mundo se transforme.

¿Qué nos está diciendo Jesús? En un mundo que pudiera parecer que el amor solo es para unos pocos y que se va quedar reducido a un amarse solo los que se aman entre sí, Jesús viene a romper moldes y nos dice que no solo hemos de amar a los que nos aman sino que nuestro amor tiene que ser más universal, porque nuestro amor tiene que abarcar a aquellos que se llaman nuestros enemigos y nunca nos han amado.

Sí, puede parecer una paradoja y una utopía, como aquel chorro de agua en medio del sediento desierto. Tenemos que ser ese chorro, tenemos que romper esas espirales de desamor en que nos quiere envolver la vida, tenemos que hacer de nuestro mundo algo distinto, no podemos dejarlo en la sequedad del desamor y del odio. No podemos esperar a que nos amen para nosotros comenzar a amar, sino que nosotros somos los que tenemos que tomar la iniciativa aunque no nos amen o aunque nos odien y nos hagan daño.

Es cierto que es difícil lo que nos pide Jesús, porque bien sabemos cuales son las primeras reacciones espontáneas que pueden surgir de nuestro corazón. Pero Jesús nos está diciendo que cambiemos esas reacciones para que no sean de desamor sino todo lo contrario. Algo que nos sigue costando entender y realizar, algo en lo que nos seguimos dejando llevar por la tendencia que parece más natural de amar solo a los que nos aman.

Aquí tendríamos que recordar aquello que nos dirá san Juan en sus cartas. El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios y por eso Dios nos ama; tajantemente nos dice Juan que Dios nos amó primero, y eso es lo que nosotros tenemos que hacer. 

Cuando Jesús nos deja el mandamiento del amor nos dice que amemos a los demás como El nos ama. Es el modelo, es el ideal, es el prototipo, es el camino que nosotros hemos de seguir, es el amor con que nosotros hemos de amar.

Y es que como nos dice Jesús a continuación, ¿en que nos vamos a diferenciar de los gentiles, en que nos vamos a diferenciar de los demás? Si ayudamos solo a los que nos ayudan, nos dice Jesús que eso lo hace cualquiera; si saludamos a los que nos saludan, eso es lo que habitualmente hace todo el mundo. En algo tenemos que diferenciarnos, en algo tenemos que mostrar lo que es la sublimidad del amor cristiano.

Te voy a proponer una cosa, sal a la calle y comienza a darle los buenos días a todo el mundo, lo conozcas o no lo conozcas, te responda o no te responda. Sigue haciéndolo un día y otro aunque sigas encontrando la callada por respuesta; verás que un día alguien comenzará a responderte, alguien comenzará a hacer lo mismo con los demás, comenzarán a aparecer sonrisas en los rostros, te darás cuenta que la gente comienza a ser más feliz; sigue con tu tarea, eres el río de agua cristalina en medio de ese desierto, pero pronto la humedad de tu amor hará brotar las primeras plantas e irán apareciendo las primeras flores, y ese desierto de la vida poco a poco se irá pareciendo a un bello vergel. No te desanimes que lo lograrás.

lunes, 17 de junio de 2024

Caminos de generosidad y desprendimiento, caminos de comprensión y de perdón, caminos de amor que nos dan sentido y plenitud

 


Caminos de generosidad y desprendimiento, caminos de comprensión y de perdón, caminos de amor que nos dan sentido y plenitud

1Reyes 21, 1-16; Salmo 5; Mateo 5, 38-42

No somos todos iguales, cada una tenemos nuestro carácter y nuestra personalidad, nuestra manera de ser y nuestras costumbres, somos distintos, son también nuestras cualidades y nuestros valores, la riqueza humana en la que hayamos crecido y nos hagamos formado y ciertas diferencias que pueden ir apareciendo según el camino que hayamos ido haciendo.

Y aunque queremos hacer un mismo camino, o al menos caminamos juntos por los caminos de la vida, las diferencias se notan y no siempre es fácil hacer ese camino juntos; por esa manera de ser o por nuestro carácter, por los impulsos que tengamos en la vida o la cierta pasividad que otros puedan manifestar, pueden surgir roces, encontronazos, y hasta podemos herirnos los unos a los otros; no quiero hablar de mala voluntad, pero sí hemos de tener en cuenta la debilidad o fortaleza que tenga cada persona.

¿Eso tiene que significar que tenemos que hacernos la vida imposible los unos a los otros? De ninguna manera, tenemos que decir. Pero ahí está la madurez humana que cada uno tengamos para aceptarnos y para respetarnos. Cuando Jesús nos está planteando todo un sentido de la vida, es lo que viene a enseñarnos en el sermón del Monte que estos días estamos escuchando y venimos comentando, nos está poniendo el amor como el que tiene que engrasar todos esos resortes de nuestra vida, o limar las asperezas o aristas que nos puedan aparecer y con las que nos podemos dañar. ¿Mecánicamente no utilizamos las grasas para facilitar los engranajes y las rodaduras en vehículos o herramientas que tengamos que utilizar? Esa grasa, podríamos decir, que nos va a facilitar el rodaje de la vida es precisamente el amor.

Y Jesús hoy en el evangelio desciende a cosas muy concretas que hemos de saber tener en cuenta. Y nos habla de que no tenemos que hacer frente al que nos agravia. Es el impulso primero que surge en nosotros cuando nos sentimos heridos, como cuando alguien toca una herida de nuestra carne. Y el rodaje de la vida había hecho que se marcaran como unos límites en esas reacciones que pudiéramos tener cuando nos sintiéramos heridos. Por eso se hablaba del ojo por ojo y del diente por diente. Si te rompen un diente tú no vas ahora a romperle tres al oponente. Por eso se ponía ese límite, que ahora Jesús nos viene a decir que eso tiene que quedar atrás, ‘no hagáis frente al que os agravia’, nos viene a decir.

Y para que entremos en una dinámica de la desterremos toda violencia, nos viene a decir eso que siempre nos ha llamado tanto la atención. ‘Si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto…’

¿Significa eso que tenemos que permitir la violencia o la injusticia de los otros? De ninguna manera, pero significa la respuesta de paz que siempre tenemos que saber dar, no entrar en esa dinámica y espiral de la violencia. La mejor manera de detener una pelea y desarmar al oponente es precisamente ese no dar respuesta a su violencia. No vamos a dejar que nos machaquen, porque no vamos a consentir lo que signifique injusticia o maltrato, falta de respeto y daño de la dignidad de la persona, pero no nos vamos a poner a tiro de seguir con esa violencia. Es la mejor manera de emprender el camino del amor, del perdón, del que luego Jesús nos va a hablar más ampliamente.

Por eso nos invita Jesús a un camino de generosidad, de desprendimiento que solo podremos entender y emprender desde el amor más auténtico. ‘A quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas’, viene a decirnos Jesús. Es la generosidad que nace del amor, donde encontramos el sentido de la vida y desde donde haremos caminos de plenitud.

domingo, 16 de junio de 2024

Con la acción de Dios nos podemos sentir transformados, y a través de nuestro actuar podemos sentir, podemos hacer que nuestro mundo también se transforme

 


Con la acción de Dios nos podemos sentir transformados, y a través de nuestro actuar podemos sentir, podemos hacer que nuestro mundo también se transforme

Ezequiel 17, 22-24; Salmo 91; 2 Corintios 5, 6-10; Marcos 4, 26-34

Muchas veces decimos, es que yo soy así y a estas alturas de mi vida nada me va a hacer cambiar, y nos encerramos en nosotros mismos como un caracol que pone enroscada la concha sobre si mismo y parece que nada lo puede hacer salir de allí. Pero algunas veces nos sorprendemos en nosotros mismos, aunque nos cueste reconocerlo, pero podemos verlo en la evolución de los demás, o en la evolución de la misma sociedad que realmente se puede cambiar, podemos comenzar a ser de otra manera, tener otras perspectivas u otros pensamientos.

Decimos que no sabemos cómo, lo queremos echar al azar, pero quizás olvidamos una palabra que un día escuchamos y nos hizo pensar, el testimonio de alguien que hizo algo que no esperábamos y quizás nos planteó unos interrogantes. ¿Puede ser la influencia de la sociedad que nos rodea? Tendríamos que quizás pensarlo, para darnos cuenta también de lo que podemos hacer. Pero ¿por qué no pensar en una fuerza interior que pueda mover nuestros corazones, hacer cambiar nuestros pensamientos, realizar una transformación dentro de nosotros que quizás no esperábamos? Nosotros los cristianos tenemos algo que nos puede dar luz en este sentido.

Hoy Jesús nos ha propuesto dos parábolas en el evangelio. Nos habla de una semilla echada en tierra y que allá en lo secreto de la tierra germina, hace brotar una planta, que crecerá y madurará para un día darnos fruto. Como nos habla de otra semilla más insignificante aún, la mostaza más pequeña que una cabeza de alfiler, y que sin embargo habrá brotar una planta muy hermosa.

Decimos es la fuerza de la semilla, su capacidad de germinar, el encontrar la tierra o el lugar apropiado para que al germinar brote y nos pueda dar esa planta con sus frutos. Decimos que el labrador poco más hace que sembrarla, quizás luego vendrá el cultivarla con sus cuidados, sus riegos y sus abonos. Pero no es el abono el que hace germinar la semilla, sino que antes tendrá que germinar para que luego pueda alimentarse y fortalecerse.

¿Qué nos estará queriendo decir Jesús? ¿Podrá germinar algo nuevo en nuestro corazón? ¿Podrá lograrse esa transformación de nuestro mundo y de nuestra sociedad? No pensamos solo en la mano o el poder del hombre. Quizás muchas veces nuestra mano maleada o nuestro poder con todas las cosas que en su entorno con sus ambiciones y manipulaciones, con nuestros enfrentamientos y nuestras guerras y podemos decir de cualquier tipo que puedan aparecer, más bien muchas veces está produciendo nuestra destrucción y la destrucción de nuestro mundo. ¿No hay posibilidad de salvación para nosotros y para nuestro mundo?

Jesús cuando se ha planteado estas parábolas se estaba preguntando con qué podía comparar el Reino de Dios. Es lo que hemos de tener presente. Como creyente sigo pensando y creyendo en la presencia y en el poder de Dios en medio de nosotros, incluso en nuestro propio corazón. Y Dios tiene muchas formas de llamarnos, de hablarnos allá en lo más hondo de nosotros mismos, muchas maneras de hacernos llegar su inspiración y su fuerza. Ese actuar en silencio y en secreto de la semilla de la que nos hablaba la parábola.

¿No nos habremos sentido en más de una ocasión movidos a algo nuevo y distinto, a hacer algo en lo que jamás habíamos pensado, a actuar en una situación determinada con cosas y acciones que jamás se nos habían ocurrido? ¿Por qué no pensar en ese actuar de Dios, esa inspiración del Espíritu Santo allá en lo hondo del corazón?

No hace mucho hemos celebrado la fiesta del Espíritu Santo, hemos celebrado Pentecostés recordando la venida del Espíritu sobre los Apóstoles y sobre la Iglesia naciente. Pero no podemos quedarnos en eso como si fuera cosa sucedida en otro tiempo y lugar pero que hoy con nosotros no puede suceder. Hoy, en nuestra vida y en nuestro mundo, de la misma manera se sigue haciendo presente el Espíritu Santo. ¿No decimos que somos templos de Dios y que su Espíritu mora en nosotros? Que no solo sean ideas que tengamos en la cabeza sino algo que en verdad sentimos en el corazón.

Con esa acción de Dios nos sentimos transformados, con esa acción de Dios a través de nuestro actuar podemos sentir, podemos hacer que nuestro mundo se transforme. Ahí está también nuestra tarea, como esos labradores de la viña del Señor que hemos de cultivar nuestra tierra para que también un día esa semilla, que ahí está plantada, llegue a dar sus frutos.

Siento al ofreceros esta reflexión que ha sido el Espíritu del Señor quien me ha inspirado para ayudaros a que también lleguéis a dar fruto. Sin su acción no hubiera sido capaz de ofreceros esta semilla con la que quiero colaborar a hacer fructificar el campo de vuestra vida.