Vistas de página en total

sábado, 29 de junio de 2024

Tú sabes, Señor, que te amo, tú lo sabes todo, conociendo también mis debilidades… por ti estoy dispuesto también a dar mi vida porque lo eres todo para mí

 


Tú sabes, Señor, que te amo, tú lo sabes todo, conociendo también mis debilidades… por ti estoy dispuesto también a dar mi vida porque lo eres todo para mí

Hechos de los apóstoles 12, 1-11; Salmo 33; 2Timoteo 4, 6-8. 17-18; Mateo 16, 13-19

‘Tú lo eres todo para mi’. ¿Habremos dicho alguna vez esas palabras? ¿Nos suena a algo? Palabras de amigo fiel e irrenunciable, palabras de enamorado cuando ha encontrado el amor de su vida, palabras de quien se ha encontrado con alguien que le ha abierto caminos en la vida, palabras de confianza y de fidelidad cuando nos dejamos conducir por aquello que sabemos que es único para nosotros y sin lo cual no sabríamos vivir. Palabras que nos fuerza para el camino aun en medio de debilidades y fracasos, palabras que nos ayudan a levantarnos cuando tropezamos en el camino pero sabemos bien a donde vamos, palabras que nos dan seguridad también en nosotros mismos porque sentimos una fuerza interior que nos hacen seguir adelante.

¿Será lo que le dijo de una forma o de otra, y lo repitió aunque fuera con distintas palabras, Pedro a Jesús como hoy escuchamos en el evangelio? Creo que nos tendrían que hacer pensar para darle hondo sentido a la celebración que hoy vivimos cuando celebramos la fiesta de san Pedro y san Pablo.

Lo hemos escuchado en el evangelio. Jesús está en un aparta con los discípulos más cercanos, pues incluso se ha ido casi fuera de las fronteras de Israel, a la región de Cesárea de Filipo. Ya hemos escuchado muchas veces en el evangelio que jesus aprovecha estos momentos en que está más alejado de las multitudes que le seguían y que en ocasiones no les dejan tiempo ni para comer para charlar con mayor intimidad, para ir sacando, por así decirlo, todo lo que lleva en el corazón, y además de instruirlos a ellos que les explicaba las cosas con más detalles, prepararles para ese seguimiento dejándose conocer más.

Ahora les hace unas preguntas que de alguna manera no son fáciles de responder. Era fácil, sí, comentar lo que la gente decía de Jesús, que si era un hombre de Dios, que si era un profeta, que era presencia de Dios que visitaba a su pueblo, como tantas veces la gente de forma espontánea decía y proclamaba; algunos sugieren que sería como Juan Bautista, al que habían conocido allá en la orilla del Jordán y algunos comenzaban a pensar que si acaso no sería el Mesías. Hacer un resumen de todo eso era fácil.

Pero Jesús pide más. Quiere saber qué es lo que ellos realmente piensan, cómo lo ven. ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’ Cuando las preguntas son así directas comprometiéndonos en la respuesta, es más difícil responder. Pienso en el silencio que se produciría entre ellos mirándose furtivamente los unos a los otros viendo quien sería el primero que comenzara a responder. Será Pedro, un líder nato como le veremos en muchas ocasiones, aunque solo fuera un pobre pescador de Galilea, el que se adelanta. ‘Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo’, fue su respuesta. Una profesión de fe que le dirá luego jesus que fue capaz de hacer no por si mismo sino porque el Padre del cielo había puesto aquellas palabras en sus labios y en su corazón.

Era, sí, un decirle, ‘tú lo eres todo para mi’. Es un reconocimiento de jesus, pero es un decirle contigo estoy. Son las palabras de quien ha puesto toda su confianza en Jesús como dirá en otra ocasión. ‘¿A dónde vamos a acudir, si tu tienes palabras de vida eterna?’ Ya había reconocido su pequeñez y su pobreza, su indignidad de hombre pecador cuando allá en la barca le había dicho ‘apártate de mi que soy un pecador’.

Era quien se había quedado mudo ante jesus cuando su hermano Andrés lo llevó ante él diciéndole que habían encontrado al Mesías. Sería quien quería quedarse extasiado en el Tabor cuando contemplo su gloria en la transfiguración. Era quien tendría experiencias profundas y cercanas a Jesús cuando le hace testigo de la resurrección de la hija de Jairo.

¿Qué más podemos decir de la relación de Pedro con Jesús? No podía pensar que le pudiera pasar nada, y por eso trataba de disuadirlo de que en Jerusalén no le iba a pasar nada. Además allí estaría con su espada porque estaba dispuesto a dar la vida por Jesús.

Pero Pedro también era débil y le costaba entender las palabras de Jesús; sentiría el peso de la cobardía cuando en patio del sumo pontífice una criada la pregunta y le señala como que era uno de los que estaban con Jesús. Pedro era débil y le costaba en ocasiones seguir el ritmo de los pasos de Jesús, y caería rendido de sueño en lo alto del Tabor, como se dormiría también en Getsemaní sin ser capaz de pasar una hora de vigilia con Jesús. El espíritu está pronto, pero la carne es débil. Pero lágrimas casi de sangre le había costado aquella negación.

Pero Jesús había confiado en El. Sería la piedra sobre la fundamentaría su Iglesia. Jesús seguía confiando y la pedía que cuando pasaran los malos momentos se mantuviera firme y fuerte porque tenía que fortalecer la fe de sus hermanos. Jesús quería que siguieran amando, con aquel ímpetu que llenaba su vida, ‘tú lo sabes todo, tu sabes que te quiero’, por eso después de todo solo le preguntará por su amor. Porque tiene que ser pastor, porque tiene que ser esa piedra, porque tiene que ser el que va a mantenernos a todos en la unidad.

Estamos haciendo un pequeño recorrido por la manera de seguir de Pedro a Jesús, y probablemente estemos pensando en nuestro recorrido, en nuestras respuestas, en nuestras debilidades. También nosotros tenemos que decir ‘tú lo eres todo para mí’, porque así lo sentimos como Señor de nuestra vida. Solo nos está pidiendo Jesús amor. Será el amor que nos cure de nuestras debilidades, el amor que nos fortalezca en nuestro camino, el amor que nos haga seguir adelante a pesar de las noches oscuras, el amor que va a ser el sentido de nuestra vida. ‘Tú sabes, Señor, que te amo, tú lo sabes todo, conociendo también mis debilidades… por ti estoy dispuesto también a dar mi vida porque lo eres todo para mi’.

viernes, 28 de junio de 2024

Cuando vemos el actuar de Jesús tenemos que decir que también nosotros queremos e inmediatamente tender nuestra mano para levantar al que está a la vera del camino

 


Cuando vemos el actuar de Jesús tenemos que decir que también nosotros queremos e inmediatamente tender nuestra mano para levantar al que está a la vera del camino

2Reyes 25, 1-12; Salmo 136; Mateo 8, 1-4

Se suele decir que las desgracias nunca vienen solas. Y no es que se tenga un sentido pesimista de la vida, a la que siempre hemos de darle un sentido de positividad, porque será además lo que nos haga salir de los momentos oscuros; pero fácilmente constatamos que cualquier situación mala por la que podamos estar pasando, no se queda muchas veces, por ejemplo, en el dolor que podamos tener por una enfermedad, sino que espiritualmente, anímicamente nos sentimos débiles, la impotencia para salir de aquella situación nos hace descubrir otras pobrezas de nuestra vida, o nos lleva a un vacío espiritual que aumenta nuestra soledad y nuestro dolor.

Hoy el evangelio nos habla de un leproso que viene y se postra a los pies de Jesús para decirle que si quiere puede curarle. Pero no era solo la enfermedad física de ver cómo su cuerpo se desmorona con la enfermedad, sino era la soledad en la que estaban obligados a vivir, porque habían de vivir alejados de la gente, fuera de los pueblos, sin contacto ni siquiera con la familia. La enfermedad en este caso conllevaba una exclusión social que tenía que ser también muy difícil de llevar.

Es bien significativo para nuestra vida este episodio del evangelio. Jesús había venido anunciando el Reino de Dios y había ido mostrando señales de cómo ese Reino de Dios se hacía presente en medio de ellos. Antes del Sermón del Monte que hemos venido escuchando y que es como un resumen del mensaje de Jesús, ya le habíamos visto en Galilea realizando diversos signos que manifestaban esa cercanía del Reino de Dios.

Vamos a ver ahora un gran signo de esa presencia del Reino de Dios. ‘Si quieres, puedes limpiarme’, le había dicho el leproso que se había atrevido a llegar a los pies de Jesús en medio de la gente a pesar de la prohibición de que un leproso pudiera acercarse así a la gente. Y Jesús quiere. Y aquel leproso queda limpio. Y Jesús le pedirá que vaya a presentarse al sacerdote porque es quien tiene la autoridad para una vez curado poder entrar en el seno de la comunidad.

Aquel hombre ha sido curado de su enfermedad, pero aquel hombre ha recobrado su dignidad como persona; puede estar de nuevo en medio de los suyos, se reintegra de nuevo en el seno de la comunidad.

Y es aquí donde tenemos que ponernos a pensar en el hoy de nuestra vida. Vemos a nuestro alrededor tantos con las mismas señales de lo que era la vida de aquel leproso. Pensamos en el sufrimiento de tantos en sus enfermedades y limitaciones, pensamos en la pobreza que viven tantos a nuestro alrededor, pero no nos podemos quedar en esas situaciones, digamos, físicas que podemos contemplar. Hemos de detenernos a contemplar lo que hay detrás de todos esos sufrimientos.

¿De alguna manera no estaremos creando abismos detrás de muchas de esas personas que vemos con sus sufrimientos, con sus enfermedades, con sus limitaciones, con sus pobrezas y carencias? Cuando vamos por la calle y nos vamos tropezando con tantos que no nos gustan, que no nos caen bien, cuya presencia nos puede resultar repulsiva, o que vemos sumidos en un mundo de dependencias de tantas cosas, ¿no estaremos de alguna manera, quizás incluso de una forma inconsciente, discriminación con nuestras miradas de pena pero siempre desde la lejanía, con ese mantenernos a distancia y mirarlos quizás por encima del hombro, con ese no querer mezclarnos y entonces no dejamos entrar en nuestro circulo que siempre quiere ser selecto?

Muchas formas en las que seguiremos mirando a tantos a nuestro alrededor como a aquellos leprosos de los que nos habla el evangelio. Vendrán o no vendrán a pedirnos o a decirnos que nosotros podemos limpiarnos, como le decía aquel leproso a Jesús, pero no sé lo que realmente vamos pensando en nuestro interior de si acaso o no podemos limpiarlos.

Cuando vemos el actuar de Jesús no es solo para admirarnos y decir ‘mira lo que Jesús fue capaz de hacer’. Vemos el actuar de Jesús y sabemos que ese tiene que ser nuestro actuar. también nosotros hemos decir que sí queremos y adelantar nuestra mano hasta el leproso de turno, hasta ese al que tenemos que levantar, hasta ese al que no queremos mirar al pasar, hasta eso del que nos hacemos oídos sordos para no escuchar su ruego.

Es duro y es difícil. Porque en nuestra conciencia nos damos cuenta de que seguimos pasando de largo ante el leproso, ante tantos que están a la vera de nuestro camino. ¿Despertaremos algún día?

jueves, 27 de junio de 2024

No nos podemos quedar en formalismos, sino que tenemos que dar calor de vida lo que hacemos y vivimos, busquemos ese cimiento que dará intensidad a la vida

 


No nos podemos quedar en formalismos, sino que tenemos que dar calor de vida lo que hacemos y vivimos, busquemos ese cimiento que dará intensidad a la vida

2Reyes 24, 8-17; Salmo 78; Mateo 7, 21-29

No sé si nos habrá sucedido en alguna ocasión; nos invitaron a visitar una casa, una familia; fuimos bien recibidos con las atenciones que la buena educación y cortesía exigen, pero de alguna manera nos daba la impresión que nos encontrábamos como ausentes en aquella situación; todo era muy correcto, por todas partes brillaba la limpieza y el orden, quizás incluso nos ofrecieron como señal de atención algunas viandas o algunas bebidas, pero notábamos que faltaba algo. Todo era demasiado formal, correcto, con mucha cortesía, pero no había calor en el trato, la conversación se volvía fría e insulsa, había momentos en que nos sentíamos cortados porque realmente no sabíamos que hacer o qué decir porque falta un algo en la conversión, en la mirada, en las cosas que nos ofrecían; parecía que faltaba alma y todo era pura formalidad.

Puede ser una situación en la vida, pero con ello quizás podríamos estar señalando algo más hondo que nos falta en la vida, y en este caso concreto, pienso en nuestra vida fe y la forma de vivir nuestra religiosidad. Podemos ser muy formalistas y cumplidores, porque quizá no faltamos a misa nunca los domingos, porque hasta rezamos el rosario todas las noches, porque somos muy rigurosos en el cumplimiento de tradiciones y costumbres que nos vienen heredadas, pero nos quedamos en eso.

Os voy a ser sincero en algo que observo muchas veces en nuestras celebraciones religiosas. Somos muy fieles y cumplidores, no nos queremos saltar ninguna norma litúrgica y somos fieles hasta en la más mínima coma, por decirlo de alguna manera, no nos pueden faltar en nuestros pueblos nuestras fiestas patronales y las procesiones correspondientes, pero nos encontramos con comunidades frías y poco comprometidas. Empezando porque muchas veces a nuestras celebraciones les falta el calor de la vida.

Y no es que el sacerdote no se esfuerce en ofrecernos hermosas homilías como comentario a la Palabra de Dios proclamada, pero no hay calor de fiesta en nuestros encuentros y en nuestras celebraciones. Es algo más lo que necesitamos. Cada uno andamos por nuestro banco, y que nadie venga un día y ocupe nuestro sitio porque hasta nos ponemos de mal humor, pero no hay alegría en la celebración, en la manera de saludarnos o de darnos la paz, en la forma en que estamos unos al lado de los otros – bueno y eso es un decir que parece que estamos a kilómetros de distancia los unos de los otros – pero no se nota la cordialidad de los que se aman, de los que se sienten miembros de una misma comunidad.

¿No termina la celebración y cada uno nos apresuramos a salir lo más pronto posible y quizás nos cruzamos en la plaza pero pasamos unos al lado de los otros como si no nos conociéramos o hubiéramos estado hace un rato juntos en una misma celebración? Es una triste realidad. Falta calor de humanidad en nuestras comunidades cristianas y en nuestras celebraciones, en lo que es la expresión de nuestra vida religiosa.

Fijémonos en lo que hoy nos dice Jesús en el evangelio. ‘No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Aquel día muchos dirán: “Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre y en tu nombre hemos echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?”. Entonces yo les declararé: “Nunca os he conocido. Alejaos de mí…’

Decimos, ‘Señor, Señor’, pero nos falta algo más. Hay está esa frialdad con que vivimos las cosas. Puro formalismo pero poca vida. Es tremendo. Y Jesús nos dice que cuando andamos con esa superficialidad – porque eso es superficialidad – seremos como la casa edificada sin buenos cimientos. Cuando vengan los malos tiempos se derrumbará. ¿No será lo que nos está sucediendo en nuestras comunidades que se nos derrumban? ¿No nos quejamos muchas veces de que nuestras iglesias se vacían, que no somos sino personas mayores los que quedamos en la asistencia a nuestras celebraciones? ¿No habremos estamos cultivando esa superficialidad?

A nivel personal es algo que tenemos que pensarnos muy bien. ¿Qué cimientos le estoy dando a mi vida cristiana, a mi religiosidad, a mi vida espiritual? ¿Estaremos en verdad reflejando lo que llevamos dentro en ese compromiso con la vida, en esa alegría con que vivimos y celebramos nuestra fe, o será que no llevamos nada dentro? Si estamos edificando nuestra vida sobre arena, sabemos cómo va a terminar.

Y es lo que tenemos que pensarnos también muy bien en referencia a lo que es nuestra Iglesia, lo que tienen que ser nuestras comunidades cristianas y nuestras parroquias. De alguna manera tenemos que buscar esa vitalidad que falta. Creo que tenemos que plantearnos muy en serio ese compromiso con la vida en medio de la sociedad como cristianos, como Iglesia.

miércoles, 26 de junio de 2024

Tenemos que hacer que de nuevo lleguemos a dar esos frutos buenos desde una renovación profunda para hacer resurgir un espíritu nuevo y joven en nuestra vida

 


Tenemos que hacer que de nuevo lleguemos a dar esos frutos buenos desde una renovación profunda para hacer resurgir un espíritu nuevo y joven en nuestra vida

2Reyes 22, 8-13; 23, 1-3; Salmo 118; Mateo 7, 15-20

Cuando salgo en mis paseos cada mañana paso junto a unos terrenos que recuerdo haber visto en otros tiempos con excelente producción; un buen terreno para viñedos, para árboles frutales, y para el cultivo de otros frutos menores propios de nuestra huerta canaria. Sin embargo en los últimos años siento una tremenda lástima, porque la producción no es la que era, las frutas se caen de los árboles sin que se puedan aprovechar, los racimos de uva no llegan a prosperar porque se dañan tempranamente, y no contemplo aquellos otros frutos que allí se producían. En una palabra, que no hay frutos. ¿Por qué se han dañado aquellas viñas y aquellos árboles frutales? ¿Falta de cuidado y atención? La maleza va devorando aquel terreno en otros tiempos productivo.

¿Puede ser una imagen de a donde llegamos con nuestra vida? ¿Por qué derroteros camina hoy nuestra sociedad? ¿Qué le está pasando a nuestras comunidades cristianas? ¿Cuáles son los frutos que ahora realmente estamos produciendo? Quizás también podrá haber habido en nuestra vida un proceso que nos haya llevado a ese vacío que hoy notamos en nuestra sociedad, que podemos notar también en nuestra vida.

Creo que podemos ser conscientes del decaimiento que notamos en nuestra sociedad que muchas veces nos preguntamos por donde va. ¿Desorientación? ¿Pérdida de valores? ¿Decaimiento que nos lleva a una atonía ética donde parece que nos están haciendo perder el sentido de todo? ¿Enfriamiento del espíritu religioso? No son muy brillantes los frutos que percibimos en nuestra sociedad. Y miramos al seno de la Iglesia, de nuestras comunidades cristianas y aparte de que cada día vemos más vacías nuestras iglesias o nuestros templos, nos encontramos que los que aun quedamos somos cada vez más los que peinamos canas y falta el vigor de la juventud.

Hoy nos dice Jesús que por sus frutos los conoceréis, porque además un árbol viciado no podrá dar frutos buenos. Pero también el evangelio no nos permite caer en el pesimismo para verlo todo negro, porque igual que un árbol que no da fruto se le hace un tratamiento pasando por la poda además de abonarlo debidamente para que de nuevo pueda producirnos buenos frutos, así tenemos que pensar de nuestra vida, de nuestra sociedad y de nuestras comunidades.

Cuando mencionaba la lástima que sentía al contemplar aquel terreno por el que pasaba todos los días que había mermado en su producción me preguntaba por el cultivo, el cuidado que se había tenido o no para llegar a esa situación. ¿No tendríamos que preguntarnos por eso mismo de cara a nuestra vida, a nuestra sociedad, a nuestras comunidades? ¿No hará falta remover y renovar la tierra en la que están asentadas nuestras raíces para recomenzar con una nueva vitalidad y podamos dar los frutos que son necesarios?

Tenemos que pensárnoslo para dentro de nosotros mismos; tienen que pensárselo lo dirigentes de nuestra sociedad para promover todo lo que sea necesario para que haya un resurgimiento de vida en nuestros pueblos haciéndole crecer en los mejores valores; tenemos que pensárnoslo en el seno de nuestras comunidades cristianas que hemos dejado envejecer para hacer reverdecer todo eso hermoso que podemos hacer crecer en medio de nuestra Iglesia.

Necesitamos de un espíritu misionero, de energía, de valentía para afrontar nuevos retos, de buscar la manera de hacer una renovación desde lo más hondo, de hacer que nuestras comunidades, nuestra iglesia resplandezca por ese espíritu joven que siempre tiene que reinar en su seno, no solo por hagamos que de nuevo nuestros jóvenes descubran la riqueza de la fe y de los valores cristianos, sino porque nadie se deje envejecer en rutinas, en enfriamiento espiritual, en desgana, en conformismo.

¿Llegaremos de nuevo a dar esos frutos buenos en nuestra Iglesia y en nuestro mundo? No olvidemos que el espíritu del Señor está con nosotros y está tocando a las puertas de nuestro corazón para esa necesaria renovación.

martes, 25 de junio de 2024

La puerta que se abre para el camino de la vida, los mandamientos, tiene el ancho suficiente para que todos vivamos cada día con mayor dignidad

 


La puerta que se abre para el camino de la vida, los mandamientos, tiene el ancho suficiente para que todos vivamos cada día con mayor dignidad

2 Reyes 19, 9b-11. 14-21. 31-35a. 36; Salmo 47; Mateo 7, 6. 12-14

Me vino a la mente una cosa que siempre escuché, ‘cria cuervos y te sacarán los ojos’. ¿Qué es lo que estamos criando? ¿Qué es lo que estamos plantando? Nos vale para todos los aspectos, para todas las situaciones de la vida. Ya sea en nuestra propia vida personal, la metas que nos proponemos, las cosas que nos gusta hacer, o aquellas cosas por las que nos dejamos arrastrar, cuando no sabemos tener la suficiente fortaleza para decirnos no en cosas que apetecemos y de las que finalmente nos convertimos en esclavos; cuantas malas costumbres que tenemos en la vida, que comenzaron porque simplemente nos dejamos llevar por la rutina, por la desgana, por la ley del mínimo esfuerzo, y al final caímos en sus redes, y nos convertimos en dependientes de esos malos hábitos, convirtiéndose en vicios o esclavitudes de la vida.

Es con lo que nos encontramos en el ámbito de la educación, sea quien sea a quien le corresponda; no forjamos el carácter de la personas, no fortalecemos la voluntad aprendiendo a discernir con claridad para tomar decisiones, en las que también tenemos que aprender a decir no; vamos por un camino de permisividad en todo, donde todo parece que es bueno y todo podemos permitírnoslo; permitimos hoy cosas que nos parecen de poca importancia, pero no hemos fortalecido las voluntades, no enseñamos que hemos de tener unas normas de conducta y de comportamiento, no solo desde un punto de vista moral, sino como ciudadanos y miembros de una sociedad en la que vivimos.

Nos quejamos de libertinajes y no se cuantas cosas, pero  hemos enseñado a cumplir unas reglas que vienen a facilitar la convivencia en la sociedad, y que nos vienen a enseñar a tener voluntad para saber escoger lo mejor, aunque no sea lo más fácil. ¿Qué sociedad estamos creando que al final nos sacarán los ojos?

Así podríamos pensar en muchas cosas, que tienen que darnos criterios claros y firmes para nuestro comportamiento, para vivir con mayor y mejor dignidad. Porque eso tenemos que saber buscar, en eso hemos de saber crecer, en esto tenemos que saber madurar.

‘No deis lo santo a los perros, ni les echéis vuestras perlas a los cerdos; no sea que las pisoteen con sus patas y después se revuelvan para destrozaros’, nos dice hoy Jesús en el texto del evangelio. Y hemos de saber interpretarlo bien y entenderlo. Y nos hace pensar en la dignidad de nuestra propia vida que hemos de cuidar, pero en lo que tenemos que saber crecer como personas. Es mi propia dignidad, pero es también la dignidad de los demás, que también tengo que saber apreciar, valor, tener en cuenta, respetar.

Por eso seguirá dándonos pautas Jesús de cómo hemos de saber tratarnos los unos a los otros, porque no vamos a exigir para nosotros lo que no somos capaces de dar o de ofrecer a los demás. Para que respeten tu dignidad comienza tú respetando la dignidad de los demás. ‘Así, pues, todo lo que deseáis que los demás hagan con vosotros, hacedlo vosotros con ellos; pues esta es la Ley y los Profetas’, termina diciéndonos Jesús.

¿Qué es lo que realmente nos están enseñando los mandamientos del Señor? Los vemos muchas veces como cargas pesadas, como si todo fueran prohibiciones que nos vinieran a coartar nuestra libertad – cuantas cosas en este sentido tenemos que escuchar – pero nos olvidamos que lo que nos están enseñando es a respetar a los demás, a valorar a las otras personas, porque así lograremos nuestro propio respeto y nuestra propia dignidad.

Como decimos tantas veces nos puede parecer puerta estrecha, porque queríamos la amplitud de hacer lo que nos apetezca – y ya veíamos en qué terminamos – pero no nos damos cuenta de que tiene el ancho suficiente para que pasemos por ella con dignidad; cuando nos recargamos de caprichos, de dependencias, de esclavitudes, por muy ancha que sea la puerta nunca podremos pasar, porque siempre queremos más. Tiene el ancho necesario para mantener la dignidad de toda persona, porque el amor suavizará tantas aristas de nuestra vida y facilitará el verdadero camino que hemos de tomar.

lunes, 24 de junio de 2024

Por toda la comarca había corrido la noticia del nacimiento de Juan, estaban viendo la mano de Dios, como sólo saben hacerlo los humildes y los sencillos

 


Por toda la comarca había corrido la noticia del nacimiento de Juan, estaban viendo la mano de Dios, como sólo saben hacerlo los humildes y los sencillos

Isaías 49, 1-6; Salmo 138; Hechos de los apóstoles 13, 22-26; Lucas 1, 57-66. 80

Parece que estaba destinado para eso. Se nos escapa casi espontáneamente esa expresión cuando nos encontramos con una persona que nos resulta realmente espectacular; son las cosas que realiza y la manera especial que tiene de hacerlas, rompe moldes porque vemos que es capaz de hacer cosas que nadie ha sido capaz, se manifiesta con absoluta libertad y a nadie tiene miedo, actúa abriendo caminos, despertando las conciencias, poniendo nuevas ilusiones en los que caminan a su lado. Nos parece único.

¿Tendríamos que decir una cosa así de Juan el Bautista de quien hoy estamos celebrando la fiesta de su nacimiento? Por toda la comarca había corrido la noticia de su nacimiento, todos se hacían bocas de aquellas cosas que habían visto en su entorno, porque realmente era algo único; sus padres eran mayores y ya parecía imposible el nacimiento de un hijo de aquellos ancianos, pero Isabel estaba en cinta y ahora había dado a luz un niño.

Normal que todos la felicitaran, normal que se juntaran con los padres a la hora de la circuncisión e imposición del hombre; lo que no parecía normal eran los deseos de Isabel de llamarlo Juan porque según la costumbre debía llevar el nombre de su padre, Zacarías, aunque en ello aquella anciana estaba reconociendo el actuar de Dios en el propio significado del nombre. Por eso todos se preguntaban ¿cuál era el destino de aquel niño? ‘¿Qué iba a ser de aquel niño?’ Estaban viendo la mano de Dios, como sólo saben hacerlo los humildes y los sencillos.

Era el camino que iba a escoger Juan. Ya nos adelanta el evangelista que ‘El niño crecía y se fortalecía en el espíritu, y vivía en lugares desiertos hasta los días de su manifestación a Israel’. Ya lo veremos más tardes en la austeridad más severa, sus vestidos una piel de camello, su frugal comida las langostas del desierto y la miel silvestre, su estilo de vida la penitencia más severa con sus ayunos con lo que invitaba a todos a hacer penitencia porque había que preparar los caminos del Señor, su palabra que no estaba hecha de largos discursos pero sí de invitación a la conversión, a la solidaridad y a la rectitud de vida para actuar siempre con verdadera justicia. Era la sintonía que en los signos que rodearon su nacimiento supieron descubrir los pobres y los sencillos de corazón.

¿Era un profeta? ¿Era el Mesías anunciado? En el desierto se presentaría predicando la conversión porque había que preparar los caminos del Señor y de todas partes acudirán para escucharle y hacerse bautizar en las aguas del Jordán. De Jerusalén bajarán unos enviados preguntando con qué autoridad se presentaba ante Israel con aquel anuncio de la pronta venida del Mesías. Y él diría que no era un profeta, que no era el Mesías, que solo eran la voz que predicaba en el desierto invitando a preparar los caminos del Señor.

Pero Jesús dirá de El que es profeta y más que profeta porque no había nadie mayor que él de entre los nacidos de mujer. Era el precursor del Mesías, el que venía a preparar los caminos del Señor y para él lo importante era que recibieran a quien ya estaba en medio de ellos y no lo conocían. Pero El lo señalaría como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. De sus manos había recibido aquel bautismo en las aguas del Jordán, pero sobre todo había visto cómo se abría el cielo para bajar el Espíritu Santo sobre Jesús en forma de paloma y también había escuchado la voz que lo señalaba como el Hijo amado de Dios.

Por eso en su camino de humildad y sencillez no le importa menguar con tal que crezca el que había de crecer. Su misión era ser voz, pero la Palabra que había que escuchar era la de Dios, y eso se iba a reflejar en Jesús. Por eso dará paso al Mesías que viene, sus discípulos serán los primeros discípulos de Jesús y los que aún quedan con él cuando ya está en la cárcel serán enviados hasta Jesús para que lleguen a conocer y convencerse de que es el Mesías. ‘¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?’ es el mensaje que le llevan a Jesús de parte de Juan.

Gran alegría se suscitó en las montañas de Judea con su nacimiento y todos daban gloria a Dios. Es la alegría con que nosotros seguimos celebrando su nacimiento. No nos queda sino seguir su camino, entrar en esos caminos de humildad y de sencillez porque será la manera de descubrir las señales de Dios que se sigue manifestando hoy entre nosotros, convertir nuestro corazón a Dios, preparar también los caminos del Señor entrando en esa órbita nueva del amor y de la solidaridad, de la conversión y de la penitencia, de la justicia y del bien, de la verdad y de la rectitud. El daría testimonio no solo con su palabra en el desierto sino con su vida que también es inmolada para hacer que andemos y tengamos una vida nueva de rectitud.


domingo, 23 de junio de 2024

Tenemos también que embarcarnos para ir a la otra orilla porque hay una buena noticia que tenemos que anunciar

 


Tenemos también que embarcarnos para ir a la otra orilla porque hay una buena noticia que tenemos que anunciar

Job 38, 1. 8-11; Sal. 106; 2Corintios 5, 14-17; Marcos 4, 35-41

¿No podíamos decir también que en la vida andamos como en una travesía?  El sentido de la vida humana no es quedarse como anquilosado siempre en lo mismo sino que es búsqueda, es querer mirar más allá para ir también al encuentro de eso nuevo e incluso desconocido. 

Es la historia de la humanidad desde todos los tiempos; siempre en camino, siempre en búsqueda de algo más. Fueron los descubrimientos de nuevas tierras, las migraciones de un lado para otro, ha sido el camino del progreso y de la ciencia, de la filosofía y del conocimiento, porque siempre andamos en búsqueda; igual queremos hacer nuevos amigos, conocer nuevas personas, entrar en contacto con otras culturas  otras maneras de ver y de entender la vida y el mismo mundo.

No siempre fácil; muchas veces también con tropiezos y errores, era como probar algo nuevo, conocer algo nuevo sin saber lo que nos íbamos a encontrar. El mismo encuentro con otras personas algunas veces puede convertirse en tormenta, porque nos cuesta aceptarnos, descubrir la diferencia, pero encontrar también lo que nos acerca; y la tormenta puede venir de fuera, de los otros, de los imprevistos que encontremos, pero puede surgir también de lo más hondo de nosotros mismos, porque nos aparecen los resabios del egoísmo, porque nos hacemos insolidarios, porque brota el amor propio y el orgullo.

Una travesía que nos va tocando las fibras más íntimas de nuestro ser, una travesía que nos abre a nuevas transcendencias, nos ha descubrir nuevos horizontes, nos lleva a que podamos sentirnos iluminados por nuevas luces y a veces no sabemos por donde caminar, cual es la luz que mejor nos iluminará o el calor que nos pueda dar mejor vida. Y en medio de esas tormentas de la vida nos pueden surgir incertidumbres e interrogantes, que nos hagan tambalearnos en muchas cosas que nos parecían antes fundamentales. Y nos llenamos de miedos, y nos parece que nos sentimos solos, y nos parece que no hacemos pie y nos hundimos.

Hoy nos habla el evangelio de una travesía. ‘Vamos a la otra orilla’, les dice Jesús a los discípulos. Había que atravesar el lago tantas veces en calma y en principio parece que nada peligroso, pero en ocasiones los vientos bajados del Hermón en la hondura del lago en medio de aquellos valles producían inesperadas tormentas. La barca estaba en peligro; los discípulos aunque avezados pescadores se sienten indefensos frente a la tormenta y se llenan de miedo. Y Jesús está allí en medio de todo durmiendo sobre un cabezal en un rincón de la barca.

‘¿No te importa que nos hundamos?’, es la queja con que despiertan a Jesús. Podemos hundirnos cuando no nos sentimos seguros. Y en esa travesía de la vida hay muchos momentos en que no nos sentimos seguros. ¿Nos habrá faltado algo? ¿En la barca de nuestra vida llevamos lo suficiente para sentirnos seguros frente a toda esa avalancha de cosas que muchas veces se nos viene encima? Tenemos que llevar en la bodega de nuestra barca, de nuestra vida, lo necesario para tener esa seguridad.

Quizás a lo largo de la vida no nos hemos pertrechado lo suficiente en la búsqueda de unos valores permanentes, en un fortalecimiento de nuestro espíritu para hacer frente a todos los peligros que tenemos que arrostrar. ¿Nos habremos formado como personas y madurado lo suficiente a lo lago de nuestra vida? 

Muchos años hemos dejado pasar baldíos, en muchas ocasiones nos dejamos arrastrar por la superficialidad, habremos desperdiciado mucho tiempo de nuestra vida donde teníamos que habernos formado debidamente, pero lo dejábamos para más tarde, para otra ocasión, no hemos cuidado una profunda espiritualidad que nos haga sentirnos fuertes en nuestra fe.

Y claro, ahora le decimos a Jesús ‘¿no te importa que nos hundamos?’ Pero Jesús nos dirá, ‘hombres de poca fe, ¿por qué dudáis?’. Jesús estaba allí, aunque les pareciera que dormía insensible a lo que estaba pasando. Jesús está aquí aunque muchas veces no hemos sabido contar con El lo suficiente. Jesús quiere avivar nuestra fe, quiere hacer que nos sintamos fuertes interiormente para esa travesía que tenemos que hacer. 

Esa travesía, como decíamos, que es la vida misma; esa travesía que es búsqueda, esa travesía que nos hace levantar nuestra mirada para buscar otros horizontes, esa travesía que tendría que hacernos crecer para sentirnos seguros, esa travesía, sí también, en la que nosotros tenemos que ir a ofrecer algo nuevo y distinto al mudo que nos rodea.

En esa travesía tenemos una misión; no nos podemos quedar enrollados en nuestros miedo, sino que con valentía tenemos que ir a ese mundo que nos rodea, porque hay una luz que tenemos que llevar, hay algo que tenemos que hacer para hacer un mundo nuevo, hay una esperanza que tenemos que sembrar, hay algo nuevo que tenemos que hacer descubrir a cuantos nos rodean. Es la buena noticia del evangelio que tenemos que anunciar. 

¿Estaremos dispuestos a embarcarnos con Jesús para ir a la otra orilla?