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sábado, 17 de agosto de 2024

No quiere Jesús que separen a los niños de su vida porque son un signo del Reino de Dios pero serán también una referencia de la ternura que hemos de dejar escapar de nosotros

 


No quiere Jesús que separen a los niños de su vida porque son un signo del Reino de Dios pero serán también una referencia de la ternura que hemos de dejar escapar de nosotros

Ezequiel 18,1-10.13b.30-32; Salmo 50; Mateo 19,13-15

¿Por qué la mirada de un niño nos enternece el corazón? Todos sabemos de su encanto, todos lo hemos experimentado, porque para eso los niños de entrada no hacen distinciones; cuando comiencen a hacerlas es porque los mayores le hemos maleado el corazón. A pesar de que el niño pequeño parece que todo lo quiere para él, en ese descubrimiento que va haciendo de las cosas aprender es como cogérselas para sí pero no para encerrarse en sí mismos sino que veremos cómo enseguida comienza a dar, a regalar su ternura, su mirada, su sonrisa, su confianza. Donde siente la sintonía del amor allí lo veremos cantando la más hermosa canción, que no es música que transportemos a los pentagramas musicales, sino que será el encanto de la vida que es como música que suaviza a las fieras, como suele decirse, y por eso nos derrite el corazón.

Hoy vemos en el evangelio a Jesús jugando con los niños. Sus madres los han traído para que Jesús imponga sus manos sobre ellos y los bendiga, pero, como decíamos, cuando los niños captan la sintonía del amor, ya de allí no se querrán separar. Aunque nosotros nos pongamos incordios en muchas ocasiones, como se pusieron los discípulos cercanos a Jesús en un celo desmedido de que nadie molestara al maestro. Quisiera alejar a los niños de la presencia de Jesús. Y es Jesús el que no quiere que los alejen sino que los niños sigan disfrutando de su presencia. Es que además iban a ser un buen signo de lo que es el Reino de Dios.

‘Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos’. Y siguió bendiciéndolos. Si señales del Reino de Dios va a ser esa nueva cercanía que entre todos los hombres tienen que darse, aquí tenemos palpable una de esas señales, la cercanía de los niños con todo lo que eso significa. Ya en otro momento en que vuelva a poner a los niños como referencia de lo que ha de ser el Reino de Dios nos dirá que ‘de los que son como ellos – como los niños – será el Reino de Dios’.

Han de caerse todos los tabúes, tenemos que hacer desaparecer todo aquello que se interponga entre unos y otros creando barreras o abismos, como tantas veces nos hacemos los unos con los otros, tengamos esa ternura del niño que se deja querer pero que estará siempre ofreciendo un amor incondicional. Seamos capaces de mirarnos los unos a los otros con una mirada como la de los niños, sin cortinas que hagan un filtrado y con la luminosidad de los ojos limpios de malicia que disipan todas las nieblas que difuminan las imágenes. Tengamos la disponibilidad y generosidad del corazón que sabe sintonizar el amor, pero que va repartiendo las músicas que salen de su alma.

Cuanto tendríamos que aprender de los niños, de su ternura y de su disponibilidad generosa, de la alegría que se les escapa del alma en sus ojos límpidos y que despertarán en nosotros los mejores sentimientos.

No quiere Jesús que separen a los niños de su vida porque son un signo del Reino de Dios que nos anuncia, pero quiere entonces que sepamos tenerlos entre nosotros y que sean siempre una buena referencia para tantas cosas tiernas que tenemos que dejar escapar de nuestra alma y con lo que sabremos ir de manera nueva al encuentro con los demás.

Nunca más barreras ni cortinas, nunca más nieblas que difuminen o que filtren lo mejor que pueda salir de nuestro corazón, pero también lo mejor que aprenderemos a ver en tantos que nos rodean.

viernes, 16 de agosto de 2024

Analicemos cuáles son los valores por los que nos movemos y busquemos lo que dé verdadera madurez a nuestra vida

 


Analicemos cuáles son los valores por los que nos movemos y busquemos lo que dé verdadera madurez a nuestra vida

Ezequiel 16, 1-15. 60. 63; Is. 12, 2-3. 4bcd. 5-6; Mateo 19, 3-12

Es cierto que a nadie le gusta caminar con una carga pesada sobre sus hombros, y si podemos nos la quitamos de encima; hoy, por cierto, queremos aliviar nuestros trabajos y nos valemos de lo que sea para lograrlo, y de lo que nos cuesta queremos liberarnos porque además nos están educando en que solo buscamos lo fácil y el esfuerzo por alcanzar aquello que es difícil lo rehuimos, porque pensamos que todo en la vida tiene que ir por caminos de comodidad.

No todo esfuerzo tiene que ser un calvario para nosotros, pero eso depende del sentido que le vamos dando a la vida, de lo que valoremos el esfuerzo y la superación, de los deseos que tengamos de alcanzar altas metas aunque sean costosas. ¿No estaremos haciéndonos una sociedad de cómodos y débiles porque no valoramos el esfuerzo y el sacrificio? Tendríamos que analizar mejor los valores por los que nos movemos, el motor que de verdad mueve nuestra vida, las motivaciones que ponemos en lo que hacemos.

¿No te gusta una cosa? Déjala a un lado, tírala y busca algo nuevo, es un poco el estilo por el que nos estamos manejando. Y ya ni nos preocupamos de cuidar las cosas que tenemos, porque si se estropea sabemos que inmediatamente la podemos sustituir por otra. ¿Podemos tener esto como  norma de nuestra vida, como la manera de hacer las cosas? Y esto ya no se refiere solo a las cosas sino que será también en el trato de las personas, que parece que poco menos que las utilizamos como cosas, que cuando no nos sirven las desechamos.

¿Qué pasa, por ejemplo, con lo que pasa con los mayores que ya no nos son productivos sino que mas bien en su dependencia pueden estar costándonos y por eso también los arrimamos a un lado en la sociedad en la que vivimos, y si podemos los desechamos? Es mucha la amplitud en variedad de situaciones que le podemos dar a esta reflexión que nos venimos haciendo y a esa manera de actuar a la que nos vamos acostumbrando. ¿Cuál es realmente el valor que le estamos dando a la persona? Es algo serio lo que nos estamos planteando.

Pero esto no es nuevo, no pensemos que nos lo hemos inventado en los tiempos modernos, aunque sin embargo parece que se agravan estas situaciones. Hoy en el evangelio le están haciendo a Jesús este planteamiento en relación al matrimonio. Es la pregunta clásica de todos los tiempos. ¿Está bien o no eso de divorciarse? ¿Podemos o no podemos hacerlo? Un planteamiento al que hoy se le quiere dar una solución fácil.

Pero Jesús quiere ir a algo más hondo y nos recuerda donde está el origen del sentido del matrimonio. ‘¿No habéis leído que el Creador, en el principio, los creó hombre y mujer, y dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre’.

Es algo más que una pasión. ¿Nos lo habremos planteado el matrimonio como un proyecto de vida que nace de un amor profundo, como para dejarlo todo para compartir una vida? Y un proyecto de tal envergadura no puede nacer solo del impulso de un momento, de una pasión que nos ciega, de un instinto de la naturaleza sino que ha de nacer de lo hondo de la persona poniendo buenos cimientos y comprometiéndoos seriamente en su edificación y conservación de cada día.

Un proyecto es algo que tiene que ir creciendo en cada momento, enriqueciéndose paso a pasa, realizándose en un camino en comunión. Tendrá sus dificultades, encontraremos cosas que nos cuesta realizar, nos exigirá un esfuerzo de superación, nos obligará a corregir las desviaciones que puedan ir surgiendo en el desarrollo del proyecto, no olvidar nunca y tener en cuenta siempre que es lo que estamos pretendiendo.

Pero claro en esta sociedad nuestra tan comodona, que se mueve tanto solo por lo que es fácil, un proyecto así le resulta costoso, como costoso ha sido también el poner unos buenos cimientos, pero que son necesarios para que el edificio no se nos venga abajo. Y costoso será el amor, y costoso será el aceptarnos mutuamente, y costoso es todo crecimiento para llegar a dar esos frutos de madurez.  

Mucho tendríamos que reflexionar en este sentido antes de estar buscando soluciones fáciles y rápidas que siempre nos van a dejar secuelas en la vida.

 

jueves, 15 de agosto de 2024

María en su Asunción sigue siendo hoy un faro de luz que pone esperanza en nuestros corazones despertando en nosotros los deseos de un mundo nuevo y mejor

 


María en su Asunción sigue siendo hoy un faro de luz que pone esperanza en nuestros corazones despertando en nosotros los deseos de un mundo nuevo y mejor

Apocalipsis 11, 19a; 12, 1. 3-6a. 10ab; Salmo 44; 1Corintios 15, 20-27ª; Lucas 1, 39-56

Tener una señal que nos garantice que aquello por lo que luchamos lo podemos conseguir será siempre algo que nos da esperanza en nuestro esfuerzo por lo que merece la pena, aunque sea duro el camino, seguir en nuestros deseos de superación y de alcanzar esa meta. ¿Estamos seguros que este camino nos llegará al final que pretendemos? ¿Merecen en verdad esos esfuerzos que algunas veces parece que se nos hace oscuro el camino por todas las cosas que nos vamos encontrando y que parecen que quieren distraernos de nuestra meta? Y confiamos, y esperamos, y mantenemos la tensión del esfuerzo, y somos capaces de pasar todos los sacrificios que sean necesarios porque nos sentimos seguros del final que buscamos.

No se trata ya de los caminos geográficos que tenemos que recorrer si queremos llegar a un lugar hermoso donde nos anuncian que vamos a disfrutar mucho. Podríamos estar haciendo referencia también a la situación que vivimos en nuestro mundo que en medio de tantas violencias y tanto egoísmo insolidario pudiera parecer que nos hace perder la esperanza. Sin dejarnos envolver por el pesimismo bien sabemos que la realidad es cruda, guerras que no se terminan sino que más bien parece que surgen con más fuerza cada día con el peligro incluso de que se abran nuevos frentes, y aun seguimos soñando con la paz aunque nos flaqueen las esperanzas.

Un mundo duro y cruel de tantos que tienen que dejar su tierra y lugar de origen arriesgando sus vidas es búsqueda de algo mejor, pero como contrapartida esos resabios de racismo que aparecen en algunos lugares, esos brotes insolidarios que nos hacen pensar primero en nosotros sin querer mirar las tragedias pero también los sueños que hay detrás de cada uno de esos emigrantes; y nos vemos envueltos en ese torbellino y sentimos la tentación de dejarnos arrastrar por esas negruras que pueden aparecer en nuestro corazón. ¿Necesitará nuestro mundo, necesitaremos nosotros un faro de esperanza que nos anime a seguir en pie?

Es mucho lo que está en juego y esta fiesta de la Asunción de la Virgen es para nosotros un rayo de esperanza que nos llena de esas certezas y seguridades el corazón. Era turbulento también aquel momento de la historia del mundo en que apareció la Buena Noticia del Evangelio. Desde la Palabra de Jesús comenzó a brillar una nueva luz que llenaba de esperanza aquel mundo. Recordamos que los evangelios nos hablarán de que en aquel mundo que andaba en tinieblas, recordando a los profetas, allá por Galilea comenzó a brillar una nueva luz con el anuncio del evangelio de Jesús. Será la lectura que irán aprendiendo a hacer de la vida y de la historia aquellos que creían en Jesús, aquellos que seguían a Jesús. Cada hecho, cada momento comenzaba a tener una nueva lectura que seguía despertando esperanzas en los corazones.

Es lo que hoy también nosotros queremos sentir cuando celebramos esta fiesta de la Asunción de la Virgen que la queremos celebrar también en el contexto de nuestro mundo, con nuestras problemáticas sociales y también con nuestras problemáticas personales, porque a todos en algún momento no nos faltan esas oscuridades que pidieran entenebrecer también nuestras vidas. Pero no nos puede faltar la esperanza.

Es posible un mundo nuevo por el que luchamos y nos esforzamos, es posible que los corazones vayan cambiando y tengamos una nueva mirada  que nos llene de esperanza, es posible hacer un mundo mejor porque hay muchos corazones generosos que ya lo están trabajando.

Tenemos que estar atentos a esas buenas señales que nos pueden ir apareciendo y no podemos dejar que pasen desapercibidas. No todo son deseos de guerra y de violencia y hay un fuerte clamor por la paz en nuestro mundo; no todo es encerrarnos en nuestros egoísmos, racismos y discriminaciones, porque también nos encontramos con muchas personas de buena voluntad que trabajan por mejorar la situación de quienes llegan ansiosos de algo nuevo a nuestras costas; no siempre avanzamos todo lo que queremos, pero hay señales en el camino que tenemos que saber descubrir para no dejarnos embotar por cosas negras que se magnifican en exceso.

Hoy escuchamos el canto de María que se siente engrandecida en el Señor, porque siente que en ella Dios está realizando maravillas, pero porque siente también que por ella Dios está haciendo maravillas para nuestro mundo. ‘Los poderosos van a ser derribados de sus tronos y los humildes van a ser enaltecidos, los hambrientos van a ser saciados, pero aquellos que se creen satisfechos de todo van a sentir el peor de los vacíos en su corazones’. Es la imagen que en María contemplamos de esa transformación de nuestro mundo.

Algo nuevo tiene que surgir, algo nuevo ya está surgiendo, en eso nuevo tenemos que sentirnos implicados, a ese carro de transformación nosotros tenemos que apuntarnos. Dejémonos de catastrofismos que llenan de oscuridad los corazones – cuidado con las noticias que algunas veces difundamos que parece que lo que queremos es escachar la cabeza de los que no piensan como nosotros – y resaltemos los puntos de luz que vayamos encontrando que si abrimos los ojos los descubriremos.

Nosotros, los canarios, hoy invocamos a María con la hermosa advocación de Candelaria. Es la portadora de la luz, así un día la puso con su imagen en las playas de nuestra isla, pero quiere seguir siendo esa portadora de luz para nuestra tierra hoy pero nos está pidiendo que es lo que nosotros tenemos que ser en medio de este mundo que  nos ha tocado vivir. Dejémonos iluminar e iluminemos con esa luz del evangelio de Jesús que ella también nos ha venido a traer.

miércoles, 14 de agosto de 2024

Una necesaria carga de humanidad en nuestras mutuas relaciones para que seamos en verdad una humanidad que camina en armonía y en amor

 


Una necesaria carga de humanidad en nuestras mutuas relaciones para que seamos en verdad una humanidad que camina en armonía y en amor

Ezequiel 9, 1-7; 10, 18-22; Salmo 112;  Mateo 18, 15-20

Hablamos de la humanidad, pero me atrevo a decir, nos falta poner humanidad a la vida. Decimos la humanidad y estamos haciendo referencia al conjunto de todos los seres humanos, hombres y mujeres que por esa nuestra condición de personas estamos conformando la humanidad.

Sin embargo somos conscientes que nuestras mutuas relaciones no siempre están cargadas de humanidad, algo nos falla porque en lugar de caminar juntos parece que lo que queremos es destruirnos; testigo de esto son esas innumerables guerras que a través de los siglos siempre hemos mantenido los unos contra los otros, ese mundo de violencia que impregna nuestras relaciones, esa desconfianza que nos tenemos o esas ambiciones que nos ciegan para no ser capaces de ver a quienes caminan a nuestro lado formando una misma humanidad.

Por eso decía nos falta poner humanidad a la vida, hacer que nuestras relaciones sean verdaderamente humanas desde el mutuo respeto a la dignidad de toda persona, pero también poniendo el calor del amor en nuestro trato para lograr esa armonía en nuestro camino.

Pero Dios ha querido seguir siempre contando con el hombre, con la humanidad. La muestra del amor que nos tiene está en Jesús, verdadero hijo de Dios que se ha encarnado en nuestra humanidad para nacer siendo hombre. Es la señal de que es posible la humanidad, es posible ese hombre nuevo y esas relaciones nuevas entre unos y otros llenas de humanidad. Nos hemos querido destruir con nuestra  maldad y nuestro pecado, y Jesús viene a decirnos que de eso El nos quiere regenerar. Nos ofrece su perdón, pero nos abre un camino nuevo. Es la Buena Nueva del Reino de Dios, como así quiere llamarlo, es el Evangelio que nos viene a transmitir.

En cada página del evangelio El nos va trazando el camino, nos va señalando las pautas de ese mundo nuevo que entre todos tenemos que construir, de ese nuevo de sabor de humanidad que tenemos que darle a nuestro mundo. Hoy nos habla de la delicadeza con que hemos de tratarnos para ayudarnos a ser ese hombre nuevo, nos habla del perdón que va a restaurar nuestra vida tan rota por el pecado, y nos habla de esa comunión para presentarnos de mejor manera ante Dios.

Una delicadeza que tiene que manifestarse de manera especial en esas aristas que van surgiendo en nuestro contacto de los unos con los otros; no es fácil, fácilmente chirrían nuestros contactos, porque cada uno somos como somos, con nuestras cosas buenas y nuestros aciertos, pero también con nuestros errores y tropiezos, con nuestro carácter y nuestra manera de ser, con nuestras miradas que tienen el peligro de hacerse torvas y oscuras, desde los sentimientos encontrados que aparecen en nuestro corazón por los que nos sentimos heridos o en las cosas que nos cuesta aceptar de los demás.

Pero somos unos hombres y mujeres que caminamos juntos pero no somos perfectos, y eso nos obliga a ser comprensivos, porque también nosotros cometemos errores, a ser capaces de ofrecer el abrazo del perdón, pero también la mano tendida que ayuda a levantarse al caído como también nosotros lo necesitamos. Por eso nos detalla Jesús la manera de realizar esa corrección fraterna que mutuamente siempre tenemos que estar dispuestos a realizar pero también a aceptar.

Qué importante esa delicadeza en nuestro trato mutuo nos está diciendo Jesús hoy en el evangelio. Qué carga de humanidad tenemos que ir poniendo en todo lo que hacemos, que a la larga como nos seguirá enseñando Jesús es poner el calor del amor.

martes, 13 de agosto de 2024

Nuestra grandeza y la forma de resplandecer en nuestra dignidad de personas es cuando somos capaces de ponernos al lado de los pequeños o los que no son tenidos en cuenta

 


Nuestra grandeza y la forma de resplandecer en nuestra dignidad de personas es cuando somos capaces de ponernos al lado de los pequeños o los que no son tenidos en cuenta

Ezequiel 2, 8 – 3, 4; Salmo 118;  Mateo 18, 1-5. 10. 12-14

Cosas de chiquillos, decimos algunas veces. ¿Acaso queremos decir que son cosas sin valor, que no tienen importancia, que son pasajeras? Las miramos como ocurrencias de niños, pero con expresiones como esta no nos estamos refiriendo solo a las cosas de los niños, sino que ahí solemos englobar a todo aquel que consideramos de poco valor, que no tiene unos razonamientos que nos convenzan, que de alguna manera los vemos como marginados en nuestra sociedad, y digo en nuestra sociedad, para referirme a nuestros círculos más cercanos donde solemos movernos, o en otro escalón de la vida social. Solemos con demasiada facilidad hacer nuestras distinciones y nuestras discriminaciones.

Estoy haciendo referencia a todo esto, que es una realidad en nuestra vida, en nuestras relaciones sociales, desde la pregunta que le hacen a Jesús y la manera que tiene de responder. Siempre andamos en la vida buscando las importancias, sí, lo importantes que somos, esos lugares encumbrados que nos gustaría alcanzar. Ya vemos que era la tentación que sufrían también los discípulos más cercanos a Jesús, porque muchas veces Jesús se los encontraba en medio de sus disputas sobre quien era el más importante, en una palabra, quien iba a tomar el mando después de Jesús. Y tras más de veinte siglos en la iglesia seguimos con lo mismo, ¿quién es más importante, quien va a tomar el mando cuando esto cambie? y soterradamente sigues nuestras luchas de poder que algunas veces se notan demasiado.

Ahora el evangelio simplemente dice que uno le pregunta ‘¿Quien es el mayor en el reino de los cielos?’ Y Jesús no responde con palabras sino con gestos. Llamó a un niño y lo puso en medio. Allí estaban en una conversación de mayores; ya era un atrevimiento que un niño interfiriera en una conversación de adultos, pero es que fue Jesús el que ‘llamó al niño y lo puso en medio… El que acoge a un niño como este… me acoge a mi’. Un niño que no tiene que estar entre los mayores, pero un niño al que hay que acoger como a cualquier otro ser humano que tengamos que acoger, pero es que nos dice más, ‘el que acoge a este en mi nombre’.

Los esquemas están cambiando y estaremos viendo a quien Jesús considera importante, al que considera el mayor. Pero igual que decíamos en aquella expresión con la que comenzábamos la reflexión que iba más allá de la referencia que se pueda tener con un niño, significando como nuestra acogida tiene que ser a todos, pero que en un espacio especial de acogida tienen que estar los que son considerados menores, menos importantes, dejados a un lado en nuestra sociedad.

No acogemos al otro por el tintineo que tenga en los bolsillos ni por la calidad del traje que lleve puesto, por la prepotencia con que se presente ante nosotros o por su brillante palabrería; acogemos a la persona, al hombre o mujer, sea quien sea, tenga la condición o la edad que tenga, porque siempre estamos valorando por encima de todo su dignidad como persona, y si algunos son nuestros preferidos, serán siempre los humildes y los pobres, los que habitualmente son menos considerados o nunca tenidos en cuenta.

Ahí está nuestra grandeza, ahí estaremos resplandeciendo como personas. Cuando somos capaces de ponernos al lado de los pequeños o de los que no son considerados. Por eso nos habla también de la búsqueda de la oveja perdida, mientras el resto se deja en el redil hasta encontrarla. No es rebajarnos, es alcanzar la mayor grandeza y dignidad.


lunes, 12 de agosto de 2024

Tristezas, miedos, huidas, encerronas… no pueden ser esos los caminos cuando tenemos las señales de lo que es la misericordia y el perdón que nos ofrece Jesús

 


Tristezas, miedos, huidas, encerronas… no pueden ser esos los caminos cuando tenemos las señales de lo que es la misericordia y el perdón que nos ofrece Jesús

Ezequiel 1,2-5.24–2,1ª; Salmo 148;  Mateo 17,22-27

No queremos que nos pase nada malo, ni le pase a aquellos que queremos; siempre andamos diciendo ‘anda con cuidado’, ‘no te metas en peligros’, ‘no quiero que te pase nada’ y hasta en cierto modo nos volvemos súper protectores de aquellos que tenemos a nuestro cuidado; que encima nos vengan anunciando que va a suceder algo malo, algo desagradable, no solo nos pone en alerta sino que en la preocupación que sentimos por aquello que puede pasar nos pone tristes; es una reacción normal y muy humana, nacida de nuestras preocupaciones y del amor que sentimos por aquellos que están a nuestro lado y pueden ser muy importantes para nosotros.

Jesús va recorriendo toda aquella región de Galilea, sus pueblos y sus aldeas; en torno a él se ha ido formando aquel grupo de discípulos más cercanos y más fieles; ha escogido a doce entre ellos a los que ha constituido apóstoles, inicio de la constitución de aquella comunidad que quiere crear en torno a sí con los que son sus discípulos; a ellos va explicando con más detalles lo que anuncia con parábolas al conjunto de la gente, a ellos les va revelando lo más entrañable de sí mismo y con ellos tiene especiales confidencias.

Ahora les anuncia, y no será la primera ni la única vez, lo que va a suceder en Jerusalén; cada vez que les ha hablado de ellos, parecía que no se enteraban o no se querían enterar, o como en el caso de Pedro quiere quitarle esas ideas de la cabeza. Ahora el evangelista, tras el anuncio que les hace Jesús solamente dice que ellos se pusieron muy tristes. No era para menos, había crecido inmensamente su amor por Jesús, poco a poco iban entendiendo lo que Jesús les iba diciendo y explicando, pero no les cabe en la cabeza que un día les pueda faltar Jesús, y además de esa forma violenta. Se ponen tristes.

No voy a ser exhaustivo con todas las veces que en el evangelio se habla de tristeza, pero sí podemos recordar algunas. Será Jesús el que habla de su tristeza momentos antes de comenzar su pasión cuando llega al huerto de Getsemaní. Sabía Jesús lo que había de suceder a partir de aquel momento, que incluso le había dicho al traidor – aunque los demás no se habían enterado del sentido de las palabras de Jesús – que lo que tenía que hacer que lo hiciera pronto.

Hablará Jesús de la mujer que está triste sabiendo el dolor que se le avecina en el parto, pero lo asume sabiendo la alegría que luego vendrá. Contemplaremos por otra parte la tristeza de Jesús cuando no hay respuesta a lo que El pide, como sucedió con aquel joven rico; aumenta la tristeza de Jesús en el huerto cuando los discípulos elegidos se duermen en lugar de permanecer en vela con El como les había pedido. Y contemplaremos la tristeza de los discípulos durante la pasión de Jesús, tristeza que les llenaba de miedo incluso como para encerrarse en el Cenáculo, para que a ellos no les pasara igual.

La tristeza es un túnel que quizás muchas veces tengamos que atravesar, pero sabiendo que al final del túnel nos encontraremos con la luz. Tras Getsemaní y la Pascua vendrá la resurrección. Tras la muerte aparece la alegría de la victoria y de la vida en la resurrección. ¿Qué hacemos con nuestras tristezas? ¿Nos llevarán también al desconsuelo y a la desesperación? Pero cuando somos nosotros los que nos hemos metido en esos berenjenales, en esas cosas que nos llevan a esa tristeza ¿cuál habría de ser nuestra reacción?

Nunca podemos cargarnos desesperadamente con la culpa conociendo lo que es la misericordia y el perdón; nos podrán fallar incluso los que están a nuestro lado – y son muchas las veces que tras nuestros deslices y errores ya no nos mirarán de la misma manera – pero sabemos de quien no nos falla, quien dio su vida por nosotros, no porque fuésemos santos, sino aun siendo pecadores. Así son las cosas del amor de Dios.


domingo, 11 de agosto de 2024

Pan vivo bajado del cielo para que tengamos vida eterna en el hoy de nuestra vida, pone amor en el corazón, paz en el espíritu, fuerza de lucha en nuestro camino

 


Pan vivo bajado del cielo para que tengamos vida eterna en el hoy de nuestra vida, pone amor en el corazón, paz en el espíritu, fuerza de lucha en nuestro camino

1  Reyes 19, 4-8; Sal. 33; Efesios 4, 30–5, 2; Juan 6, 41-51

¿Quién no habrá tenido alguna vez un momento duro de la vida en que agobiado por los problemas o las mismas dificultades de la vida no habrá querido morirse? Enfermedades que parece que no tienen remedio, problemas familiares a los que no encontramos solución, problemas económicos con los que nos vemos en la calle sin ninguna posibilidad, dificultades de entendimiento con los que convivimos, problemas en los que quizás nos hemos metido y en los que ahora nos vemos cercados incluso por el prestigio que perdemos ante los que nos rodean… No lo habremos vivido así con esa intensidad como para desear morirse, pero si habremos escuchado gente de nuestro entorno que se siente así y muchas veces no tenemos ni qué decirle.

¿Por qué me hago esta consideración que pudiera parecer un tanto extrema? Es que de eso nos ha hablado la primera lectura con la situación en la que se encontraba el profeta Elías. Se va al desierto y se quiere morir; se ve acosado por la autoridades de Israel porque él proclama y defiende la fe en Yahvé como único Dios y Señor, mientras pretenden imponer la religión de los baales contra lo que lucha denodadamente; pero se siente impotente, se quiere morir. Pero el ángel del Señor se le manifiesta tras aquellos sueños que él deseaba que fueran de muerte, para encontrarse una hogaza de paz y una jarra de agua junto a su cabecera sintiendo la invitación de comer para seguir adelante. Más tarde tendrá la experiencia de Dios en el Horeb sintiéndose ya con fuerzas para volver a su pueblo y seguir con su lucha por la auténtica fe del pueblo de Israel. Ha recibido un alimento de Dios, que no solo ha sido recuperar las fuerzas físicas de su cuerpo extenuado, sino la fortaleza interior para continuar con su misión.


Ahora vamos a pensar nosotros en nuestra situación; no solo aquella descripción que nos hacíamos al principio de esta reflexión sino que podemos ahondar mucho más en nuestro propio interior, en nuestra lucha por la vida, en la situación en que nos encontramos en nuestra sociedad que no sabemos ni a dónde va ni en lo político, ni en lo social ni incluso en lo ético por la pérdida de valores que contemplamos que nos lleva también a una pérdida de la moralidad de la vida. ¿No nos sentiremos también extenuados e impotentes muchas veces donde parece que todo se nos vuelve oscuro?

Y es aquí donde tenemos que escuchar el evangelio de hoy. Jesús nos sigue hablando de un pan de vida que comiendo de él tendremos vida para siempre. Pero ¿realmente de qué se trata? ¿Qué es lo que nos está ofreciendo Jesús? Recordamos que la gente cuando comenzó a hablarles de todo esto le pidió que les diera siempre de ese pan. ¿Sería como la petición de la samaritana que pedía de aquella agua que bebiéndola ya volvería a tener sed, pero era para no tener el trabajo de venir cada al pozo para sacar agua? ¿O estarían pidiendo pan gratis como el que les dio Jesús en el descampado para no tener que buscar donde ir a comprar pan cada día?

Creo que podemos entender que Jesús quiere referirse a algo más que eso. Alimentar la vida no es solo comer unos nutrientes para que nuestro cuerpo se mantenga vivo y podamos seguir haciendo las cosas. No siempre lo entendemos pero ese alimento se refiere a algo más hondo que realmente nos dé ganas de vivir, nos haga vivir y vivir en plenitud, porque le encontremos un sentido a la vida, a lo que hacemos, a nuestros trabajos, a lo que son nuestras relaciones con los demás.

Es encontrar esa fuerza interior y esa sabiduría que nos haga levantarnos cuando estamos decaídos, que nos ayude a encontrar la luz cuando todo parece oscuro, que nos dé respuestas cuando parece que nada tiene sentido, que nos haga encontrar esa fortaleza para mantenernos en la lucha porque seguimos creyendo en nuestros valores, que eleve nuestro espíritu cuando nuestro vuelo y nuestras metas se hagan demasiado rasantes para aprender a tener altos vuelos en la vida, esa gracia para no sentirnos hundidos cuando nos agobien los problemas, a saber poner alegría en el corazón aunque muchas sean las penas porque con optimismo creemos que es posible transformar todo eso.

Por eso los cristianos somos las personas más alegres del mundo con una alegría que nada ni nadie nos podrá arrebatar, no nos dejamos morir sino que queremos vivir pero es que además queremos contagiar de vida al mundo y a cuantos nos rodean. Es que tenemos a Cristo que es nuestra vida, nuestro pan de vida, y con El sabemos que por muy oscuros que sean nuestros caminos tendremos vida para siempre.

Para eso Jesús se hace Eucaristía, así estará más cerca de nosotros porque comiéndole a El lo tendremos en lo más hondo del corazón. Sí, es el pan vivo bajado del cielo para que comiéndole tengamos vida eterna. Esa vida eterna que vivimos en el ahora de nuestra vida, que pone amor en el corazón, paz en nuestro espíritu, fuerza de lucha en nuestro camino, cada día, en cada instante. Por eso la Eucaristía no es simplemente un rito que realizamos, es una vida que asumimos, porque es asumir la vida de Cristo, vivir la vida de Cristo, vivir a la manera y en el sentido de Cristo.