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domingo, 11 de agosto de 2024

Pan vivo bajado del cielo para que tengamos vida eterna en el hoy de nuestra vida, pone amor en el corazón, paz en el espíritu, fuerza de lucha en nuestro camino

 


Pan vivo bajado del cielo para que tengamos vida eterna en el hoy de nuestra vida, pone amor en el corazón, paz en el espíritu, fuerza de lucha en nuestro camino

1  Reyes 19, 4-8; Sal. 33; Efesios 4, 30–5, 2; Juan 6, 41-51

¿Quién no habrá tenido alguna vez un momento duro de la vida en que agobiado por los problemas o las mismas dificultades de la vida no habrá querido morirse? Enfermedades que parece que no tienen remedio, problemas familiares a los que no encontramos solución, problemas económicos con los que nos vemos en la calle sin ninguna posibilidad, dificultades de entendimiento con los que convivimos, problemas en los que quizás nos hemos metido y en los que ahora nos vemos cercados incluso por el prestigio que perdemos ante los que nos rodean… No lo habremos vivido así con esa intensidad como para desear morirse, pero si habremos escuchado gente de nuestro entorno que se siente así y muchas veces no tenemos ni qué decirle.

¿Por qué me hago esta consideración que pudiera parecer un tanto extrema? Es que de eso nos ha hablado la primera lectura con la situación en la que se encontraba el profeta Elías. Se va al desierto y se quiere morir; se ve acosado por la autoridades de Israel porque él proclama y defiende la fe en Yahvé como único Dios y Señor, mientras pretenden imponer la religión de los baales contra lo que lucha denodadamente; pero se siente impotente, se quiere morir. Pero el ángel del Señor se le manifiesta tras aquellos sueños que él deseaba que fueran de muerte, para encontrarse una hogaza de paz y una jarra de agua junto a su cabecera sintiendo la invitación de comer para seguir adelante. Más tarde tendrá la experiencia de Dios en el Horeb sintiéndose ya con fuerzas para volver a su pueblo y seguir con su lucha por la auténtica fe del pueblo de Israel. Ha recibido un alimento de Dios, que no solo ha sido recuperar las fuerzas físicas de su cuerpo extenuado, sino la fortaleza interior para continuar con su misión.


Ahora vamos a pensar nosotros en nuestra situación; no solo aquella descripción que nos hacíamos al principio de esta reflexión sino que podemos ahondar mucho más en nuestro propio interior, en nuestra lucha por la vida, en la situación en que nos encontramos en nuestra sociedad que no sabemos ni a dónde va ni en lo político, ni en lo social ni incluso en lo ético por la pérdida de valores que contemplamos que nos lleva también a una pérdida de la moralidad de la vida. ¿No nos sentiremos también extenuados e impotentes muchas veces donde parece que todo se nos vuelve oscuro?

Y es aquí donde tenemos que escuchar el evangelio de hoy. Jesús nos sigue hablando de un pan de vida que comiendo de él tendremos vida para siempre. Pero ¿realmente de qué se trata? ¿Qué es lo que nos está ofreciendo Jesús? Recordamos que la gente cuando comenzó a hablarles de todo esto le pidió que les diera siempre de ese pan. ¿Sería como la petición de la samaritana que pedía de aquella agua que bebiéndola ya volvería a tener sed, pero era para no tener el trabajo de venir cada al pozo para sacar agua? ¿O estarían pidiendo pan gratis como el que les dio Jesús en el descampado para no tener que buscar donde ir a comprar pan cada día?

Creo que podemos entender que Jesús quiere referirse a algo más que eso. Alimentar la vida no es solo comer unos nutrientes para que nuestro cuerpo se mantenga vivo y podamos seguir haciendo las cosas. No siempre lo entendemos pero ese alimento se refiere a algo más hondo que realmente nos dé ganas de vivir, nos haga vivir y vivir en plenitud, porque le encontremos un sentido a la vida, a lo que hacemos, a nuestros trabajos, a lo que son nuestras relaciones con los demás.

Es encontrar esa fuerza interior y esa sabiduría que nos haga levantarnos cuando estamos decaídos, que nos ayude a encontrar la luz cuando todo parece oscuro, que nos dé respuestas cuando parece que nada tiene sentido, que nos haga encontrar esa fortaleza para mantenernos en la lucha porque seguimos creyendo en nuestros valores, que eleve nuestro espíritu cuando nuestro vuelo y nuestras metas se hagan demasiado rasantes para aprender a tener altos vuelos en la vida, esa gracia para no sentirnos hundidos cuando nos agobien los problemas, a saber poner alegría en el corazón aunque muchas sean las penas porque con optimismo creemos que es posible transformar todo eso.

Por eso los cristianos somos las personas más alegres del mundo con una alegría que nada ni nadie nos podrá arrebatar, no nos dejamos morir sino que queremos vivir pero es que además queremos contagiar de vida al mundo y a cuantos nos rodean. Es que tenemos a Cristo que es nuestra vida, nuestro pan de vida, y con El sabemos que por muy oscuros que sean nuestros caminos tendremos vida para siempre.

Para eso Jesús se hace Eucaristía, así estará más cerca de nosotros porque comiéndole a El lo tendremos en lo más hondo del corazón. Sí, es el pan vivo bajado del cielo para que comiéndole tengamos vida eterna. Esa vida eterna que vivimos en el ahora de nuestra vida, que pone amor en el corazón, paz en nuestro espíritu, fuerza de lucha en nuestro camino, cada día, en cada instante. Por eso la Eucaristía no es simplemente un rito que realizamos, es una vida que asumimos, porque es asumir la vida de Cristo, vivir la vida de Cristo, vivir a la manera y en el sentido de Cristo.


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